La propuesta de Pablo Iglesias de nombrar a Pablo Echenique como nuevo Secretario de Organización de PODEMOS ha cerrado, por el momento, la crisis de dirección abierta tras el cese de Sergio Pascual en el cargo. El secretario general de PODEMOS, Pablo Iglesias, cesó a Pascual por “gestión deficiente” tras la dimisión repentina de 10 miembros del Consejo Ciudadano regional de Madrid, y tras acumularse durante meses problemas de dirección –por ceses, dimisiones o diferencias políticas– en Galicia, Cantabria, La Rioja, Euskadi y Catalunya.
La propuesta de Pablo Iglesias de nombrar a Pablo Echenique como nuevo Secretario de Organización de PODEMOS ha cerrado, por el momento, la crisis de dirección abierta tras el cese de Sergio Pascual en el cargo. El secretario general de PODEMOS, Pablo Iglesias, cesó a Pascual por “gestión deficiente” tras la dimisión repentina de 10 miembros del Consejo Ciudadano regional de Madrid, y tras acumularse durante meses problemas de dirección –por ceses, dimisiones o diferencias políticas– en Galicia, Cantabria, La Rioja, Euskadi y Catalunya.
En general, el cese de Pascual y su sustitución por Echenique, ha sido bien acogido por amplios sectores de las bases y por los miembros más activos de la organización. Pascual está vinculado al ala moderada y socialdemócrata de PODEMOS, encabezada por Íñigo Errejón, y su labor se ha caracterizado por el fortalecimiento del burocratismo y del verticalismo en las estructuras territoriales de PODEMOS, en aras de una supuesta “eficiencia”, marginando en muchos casos a los militantes y activistas más críticos y de izquierdas, y promocionando a compañeros de su propio sector. Su labor también se ha caracterizado por la marginación de los Círculos, que aparecen apenas como un apéndice de la organización, y no como su motor fundamental.
“Mayor democratización y participación de los círculos”
Es significativo que el propio compañero Pablo Iglesias declarara, cuando compareció ante la prensa para presentar la propuesta de Pablo Echenique para el cargo, que el objetivo “es que haya un mayor protagonismo de los territorios, mayor democratización y más dispositivos participativos para los círculos”.
No obstante, hay que decir que la labor de Pascual a lo largo de su año y medio de gestión, tras la Asamblea Ciudadana de Vista Alegre, nunca suscitó diferencias abiertas en el Consejo Ciudadano estatal –el máximo órgano de dirección de PODEMOS. Con la excepción de Juan Carlos Monedero hace un año, que se quejó del vaciamiento de los círculos y de la caída de la participación de las bases, ningún miembro destacado de la dirección había planteado objeciones al trabajo de Pascual.
El compañero Pablo Iglesias reconoció en la rueda de prensa mencionada que su labor durante más de un año en el Parlamento Europeo le había impedido observar de cerca el funcionamiento cotidiano de la organización. No dudamos que esto sea así, pero la realidad es que la situación a la que se ha llegado, y el propio desempeño de Sergio Pascual en su labor, han sido un resultado consecuente del modelo organizativo aprobado en Vista Alegre, que criticamos en su momento junto a otros sectores de la organización, como el propio Pablo Echenique o los compañeros de la corriente Anticapitalistas, en la que se encuadran la dirigente andaluza Teresa Rodríguez y el eurodiputado Miguel Urbán. Dicho modelo organizativo marginaba a los Círculos de cualquier poder de decisión en la organización, y concentraba todo el poder en el Consejo Ciudadano estatal y, en última instancia, en la persona del Secretario General estatal.
Los compañeros de la dirección justificaban este modelo por la endeblez organizativa en que se encontraba PODEMOS, con el crecimiento exponencial en sus pocos meses de existencia, y la necesidad de una dirección fuerte por arriba para asegurar un funcionamiento “eficaz” de la organización, que se enfrentaba el año siguiente (2015) a numerosas citas electorales.
Una mayoría de la militancia, aceptó de buena fe esta justificación. Sin embargo, pronto se demostró que tras este modelo se percibía una desconfianza hacia la iniciativa independiente de la base y de los activistas más de izquierdas, y que se utilizaba para disciplinar a la organización. También se demostró que este modelo organizativo se adecuaba a los intereses de los sectores políticamente más moderados de la dirección, que pretendían convertir a Podemos en una organización aceptable para el sistema y adaptada a los prejuicios de la pequeña burguesía de “centro” con la pretensión –que se ha demostrado equivocada- de ensanchar la base social de PODEMOS hacia votantes tradicionales de la derecha procedentes de estos sectores, con un discurso político casi indistinguible del de Ciudadanos.
Esto ya provocó una primera crisis en la dirección tras las elecciones andaluzas, entre el ala Iglesias-Monedero que proponía revertir este enfoque hacia un discurso más de izquierdas y de clase, y al ala moderada de Errejón-Bescansa-Pascual que caía cada vez más en la indefinición ideológica e interclasista, y centraba su discurso en la defensa de la “democracia” y en la denuncia de la “corrupción”, mientras que hacía pasar a un segundo plano los reclamos sociales de las familias obreras.
La relación entre el modelo organizativo y los principios políticos e ideológicos
También es verdad que el ala de los compañeros Errejón-Pascual ha sido consecuente con la inconsistencia e indefinición ideológica que todas las tendencias fundadoras de Podemos abanderaron en diversas fases en estos dos años –desde el compañero Íñigo Errejón hasta Anticapitalistas– cuando proclamaban que el eje izquierda-derecha ya no era relevante, o cuando mostraban un desdén indisimulado hacia los símbolos del movimiento obrero y de la izquierda. Lo que se proponía era negarle a Podemos un carácter específico de clase para tratar de presentarse como la organización “de la gente” o del “pueblo”. Pero nuestra sociedad está dividida en clase sociales, fundamentalmente entre los que trabajan por un salario y no poseen nada; y los que viven del trabajo de aquéllos y poseen todo; es decir, entre la clase obrera que representa el 75% de la población activa y la minoría del 1% de la clase capitalista, de los empresarios grandes y medianos, que acapara el 80% de la riqueza del país.
La clase media no tiene una posición política independiente en la sociedad, o sigue a la clase obrera o sigue a los grandes empresarios. La clase obrera es la que mejor representa el “interés común”. No tiene como objetivo lucrarse con su trabajo con la explotación de otros, al carecer de propiedad. Aspira a un trabajo y un salario dignos, a tener escuelas y hospitales públicos plenamente dotados, a percibir una pensión decente tras años de trabajo, y a disfrutar de la más amplia cultura y de un ocio sano fuera de su horario laboral. El carácter colectivo y colaborativo de su forma de trabajo en las empresas, su psicología colectiva de clase no propietaria; y el vínculo social, afectivo y sindical-organizativo que lo une al conjunto de la clase trabajadora, ayuda a los trabajadores asalariados a desarrollar de una manera natural una mentalidad socialista y comprender la necesidad de que las palancas fundamentales de la economía (los bancos, grandes empresas y redes de transporte y comercialización, así como los latifundios) sean propiedad común de la sociedad, bajo el control democrático de los trabajadores que las hacen funcionar, como única manera de poner fin al caos de la economía capitalista. Por último, sólo los trabajadores asalariados tienen la fuerza y la conciencia de clase suficiente como para encolumnar detrás suya al resto de clases y capas oprimidas de la sociedad –en particular, a la clase media empobrecida – contra el enemigo común de la oligarquía del 1%.
La realidad es que la inmensa mayoría de votantes y activistas de PODEMOS –como han demostrado decenas de estudios sociológicos, por no hablar de la experiencia viva de su militancia– se consideran de izquierdas y pertenecen a familias trabajadoras, y un grueso importante de ellos votaban en el pasado al PSOE, a IU, o a fuerzas nacionalistas de izquierdas en Catalunya, Euskadi o Galicia. Y la experiencia también ha demostrado que la mejor manera de atraer a la pequeña burguesía empobrecida es ofrecer un programa radical claro de transformación social que ofrezca una salida al caos económico y social actual.
Nosotros saludamos que ahora el discurso de la dirección de Podemos sea más claro, que hable con más frecuencia de los trabajadores y de la clase trabajadora, que critique abiertamente “a las derechas”, y que no rechace –y en la práctica, lo asuma- la vinculación de Podemos con la izquierda.
“Defender la belleza”
La prensa burguesa ha pretendido ver en las últimas semanas, incluso antes del cese de Sergio Pascual, un enfrentamiento entre el sector de Errejón y el de Iglesias por la posición ante la investidura de Pedro Sánchez. Se ha aireado que el primero estaría ahora a favor de abstenerse para favorecer una nueva investidura de un gobierno del PSOE, o de explorar su participación en un gobierno de coalición con el PSOE, rebajando las condiciones y el programa, y que también habría discrepado con el contenido excesivamente “radical” y de “izquierdas” del discurso de Pablo Iglesias en el pasado debate de investidura. Desconocemos si esto es así. Sin embargo, hay antecedentes de discrepancias políticas meses atrás, como antes señalamos. Por otro lado, llama la atención que la mayor parte del contenido de la carta de Pablo Iglesias a la militancia (“Defender la belleza”), en la víspera del cese de Sergio Pascual, se dedique a hacer un énfasis muy claro en defender la propuesta de un gobierno de izquierdas PSOE-PODEMOS-IU-COMPROMÍS, manteniendo inalterada la propuesta programática formulada para dicho gobierno a fines de febrero, y en reiterar el rechazo a la farsa de gobierno PSOE-CIUDADANOS.
En esta carta, Pablo Iglesias advertía que: “En Podemos no hay ni deberá haber corrientes ni facciones que compitan por el control de los aparatos y los recursos; pues eso nos convertiría en aquello que hemos combatido siempre: un partido más”. Pero añadía: “Debemos seguir siendo una marea de voces plurales, donde se discute y debate de todo, pero sabiendo que la organización y sus órganos son instrumentos para cambiar las cosas, no campos de batalla”.
El compañero se refería a la dimisión de los 10 miembros del Consejo Ciudadano de Madrid, vinculados a los compañeros Errejón-Pascual, por desavenencias con el secretario general regional, Luis Alegre. Parecería que con estas dimisiones trataban de presionar para provocar cambios en la conducción política de Podemos-Comunidad de Madrid, de cara a la Asamblea Ciudadana Regional que se celebrará los próximos 23-24 de abril.
Estamos de acuerdo en rechazar las luchas burocráticas por el aparato y la dirección. Pero hay que tener cuidado cómo debe interpretarse eso, para que no suponga un cercenamiento del legítimo debate interno y de la libre difusión de propuestas y posiciones políticas, lo que mataría la vida interna de la organización haciéndola degenerar en el burocratismo y la exclusión. Es por eso que defendemos la existencia de corrientes y tendencias políticas e ideológicas –como de hecho existen, tanto en la base como en la dirección- basadas en el debate fraternal y compañero. E igualmente defendemos el legítimo derecho, tanto de compañeros individuales como de corrientes y tendencias políticas e ideológicas, a la aspiración de convencer de manera democrática y honesta a la mayoría de los miembros de Podemos para sus ideas y programa y, consecuentemente, que su nivel de apoyo en la base tenga un reflejo necesario en los órganos de dirección del partido a todos los niveles: estatal, regional, provincial y local.
En la rueda de prensa donde Pablo Iglesias presentó la propuesta de nuevo secretario de organización, el compañero Pablo Echenique declaró que, aunque ya no defiende íntegramente el modelo organizativo alternativo que presentó en Vista Alegre, frente al modelo oficial que resultó ganador, sí mantiene su defensa de muchos puntos del mismo y su rechazo a algunos de los puntos del modelo actual. Si a esto añadimos la afirmación del compañero Pablo Iglesias de apostar por una mayor democratización y participación interna y por reforzar el papel de los círculos, cabría esperar un avance en todos estos aspectos a partir de ahora.
El otro aspecto en que se debe avanzar es en la vinculación del trabajo de la organización con la movilización social. La manera de llenar los círculos de militantes y de contenido es, por una parte, dándoles poder real, que la gente sienta que sirven para algo, que su voz cuenta; pero también, vinculándose a las luchas cotidianas en los barrios, las empresas, las escuelas. Junto a eso, Podemos debe tener un papel principal en impulsar las movilizaciones a nivel nacional, que son el complemento indispensable de la lucha parlamentaria. Eso pondría a Podemos al servicio de decenas de miles de activistas y ayudaría a completar la regeneración de su vida interna.
Todo lo anterior, unido al viraje más claro hacia la izquierda en cuestiones de discurso y de programa, son todos elementos muy positivos en los que hemos insistido en el último año como condición para que Podemos emergiera como una alternativa clara a la izquierda del PSOE que despertara una ilusión y un apoyo masivo.
Esta es la manera de dejar atrás las vacilaciones, medias tintas y equívocos ideológicos y programáticos que provocaron confusión y pérdida de confianza, en numerosas ocasiones, entre los militantes y entre la enorme base potencial de votantes de la organización.
La histeria de la clase dominante no podrá pararnos
Podemos ha conseguido enraizar profundamente en la clase trabajadora y la juventud, pese a los ataques cotidianos que sufre a manos de la clase dominante y sus monaguillos en el parlamento, la judicatura, la policía y los medios de comunicación. Habría que remontarse a los años de la dictadura franquista para encontrar en los medios de comunicación y en los representantes de la clase dominante y del régimen, una campaña semejante de acoso, calumnias y criminalización a la que vienen sufriendo PODEMOS y sus dirigentes. En aquellos años oscuros, el objetivo principal de esa campaña era el Partido Comunista. Como entonces, la campaña actual lejos de ser una señal de fortaleza, es una muestra de miedo y debilidad.
Haber resistido estos embates y seguir suscitando un apoyo popular masivo y entusiasta, es un indicativo preciso del fermento político, revolucionario y profundo que late en el seno de millones de trabajadores y jóvenes. Y de la misma manera que el franquismo no pudo evitar su derrumbe; el régimen actual, caduco y podrido, tampoco podrá evitar ser superado por la determinación de millones de transformar la sociedad.