"¿Qué hacer? ": tal es la pregunta que, durante los últimos años se hacen con particular insistencia los socialdemócratas rusos. No se trata de escoger el camino a seguir (como sucedía a finales de la década del 80 de principios de la del 90), sino de saber qué pasos prácticos debemos dar en un camino determinado y cómo debemos darlos. Se trata de un sistema y de un plan de actividad práctica. Y hay que reconocer que esta cuestión del carácter de la lucha y de los procedimientos para llevarla a cabo, cuestión fundamental para un partido práctico, sigue sin resolver y suscita todavía serias diferencias, que revelan una lamentable inestabilidad y vacilación del pensamiento.
"¿Qué hacer? ": tal es la pregunta que, durante los últimos años se hacen con particular insistencia los socialdemócratas rusos. No se trata de escoger el camino a seguir (como sucedía a finales de la década del 80 de principios de la del 90), sino de saber qué pasos prácticos debemos dar en un camino determinado y cómo debemos darlos. Se trata de un sistema y de un plan de actividad práctica. Y hay que reconocer que esta cuestión del carácter de la lucha y de los procedimientos para llevarla a cabo, cuestión fundamental para un partido práctico, sigue sin resolver y suscita todavía serias diferencias, que revelan una lamentable inestabilidad y vacilación del pensamiento. Por una parte, está aún muy lejos de haberse extinguido la tendencia "economista", que procura truncar y restringir el trabajo de organización y de agitación política. Por otra, sigue levantando orgullosamente la cabeza la tendencia de un eclecticismo sin principios, que se trata a cada nueva "moda", no sabiendo distinguir entre las exigencias del momento y las tareas fundamentales y necesidades constantes del movimiento en su conjunto. Como es sabido, esta tendencia ha andado en Robócheie Dielo. Su última declaración " programática" – un sonoro artículo bajo el sonoro título de Viraje histórico (núm. 6 del Lisatok "Robóchego Diela")- confirma con toda evidencia la definición que acabamos de dar. No hace mucho coqueteaban con el "economismo", indignados porque se había censurado enérgicamente a Robóchaia Myls, "paliaban" la forma en que Plejánov planteaba el problema de la lucha contra la autocracia, y ahora citan ya las palabras de Liebknecht: "si las circunstancias cambian en 24 horas, hay que cambiar la táctica también en 24 horas"; hablaban de una " fuerte organización combativa" para el ataque directo, para el asalto contra la autocracia, de una "amplia agitación política revolucionaria (¡fíjense ustedes con qué energía está dicho: política y revolucionaria!) entre las masas", de un "constante llamamiento a la protesta en las calles", de "organizar en las calles manifestaciones de carácter marcadamente (¡sic!) político", etc., etc.
Podríamos expresar nuestra satisfacción por el hecho de que Robócheie Dielo haya asimilado tan rápidamente el programa que nosotros habíamos formulado ya en el primer número de Iskra, para formar un partido fuerte y organizado, con miras a conquistar no sólo concesiones aisladas, sino la fortaleza misma de la autocracia; pero la falta de firmeza en los puntos de vista de las personas que ahora han asimilado el nuestro puede quitarnos toda la satisfacción.
Desde luego, Robócheie Dielo invoca en vano el nombre de Liebknecht. En 24 horas se puede modificar la táctica de agitación en algún problema especial, se puede modificar la táctica de realización de algún detalle de organización del partido, pero cambiar, no digamos en 24 horas, sino incluso en 24 meses, el punto de vista que se tenga sobre problema de si hace falta en general, siempre y absolutamente, la organización de combate y la agitación política entre las masas, es cosa que sólo pueden hacer personas sin principios. Es ridículo hablar de situación distinta, de una alternación de periodos: el trabajar para que se cree una organización de combate y se lleve a cabo una agitación política es obligatorio en cualesquiera circunstancias "grises y pacíficas", en cualquier período de "decaimiento del espíritu revolucionario". Y más aún: precisamente en tales circunstancias y en tales periodos es especialmente necesario el trabajo indicado, porque en los momentos de explosiones y estallidos es ya tarde para crear una organización; la organización tiene que estar preparada, para desarrollar inmediatamente su actividad. "¡Cambiar de táctica en 24 horas!". Más para cambiar de táctica hay que empezar por tener una táctica, y si no existe una organización fuerte, iniciada en la lucha política en cualquier circunstancia y cualquier período, no se puede ni hablar de un plan de actividad sistemática, basado en principios firmes y aplicado rigurosamente, único plan que merece el nombre de táctica. No tenéis más que fijaros; se nos dice ya que "el momento histórico" ha planteado ante nuestro partido un problema "absolutamente nuevo": el problema del terror. Hace poco era "absolutamente nuevo" el problema de la agitación y organización política; ahora, el problema del terror. ¿No es extraño ver cómo personas que olvidan hasta tal punto su genealogía hablan de un cambio radical de táctica?.
Felizmente, Robócheie Dielo no tiene razón. El problema del terror no es en absoluto un problema nuevo, y nos bastará recordar brevemente el punto de vista ya establecido de la socialdemocracia rusa.
En principio, no hemos renunciado nunca ni podemos renunciar al terror. El terror es una de las formas de acción militar que puede ser completamente útil y hasta indispensable en un determinado momento del combate, ante determinado estado de las tropas y en determinadas circunstancias. Pero el problema consiste precisamente en que el terror se propugna ahora no como una de las operaciones de un ejército en acción, operación estrechamente ligada a todo el sistema de lucha coordinada con él, sino como procedimiento de agresión individual, independiente y aislada de todo el ejército. Faltando una organización revolucionaria central, y siendo débiles las locales, el terror no puede ser otra cosa. Esta es la razón que nos lleva a declarar categóricamente que semejante medio de lucha, en las circunstancias actuales, no es oportuno ni adecuado a su fin; que aparta a los militantes más activos de su verdadero cometido, más importante desde el punto de vista de los intereses de todo el movimiento, que no desorganiza las fuerzas gubernamentales, sino a las revolucionarias. Recordad los últimos acontecimientos: ante nuestros ojos, grandes masas de obreros y de la "plebe" de las ciudades arden en deseos de ir a la lucha, mientras que los revolucionarios carecen de un Estado Mayor de dirigentes y organizadores. ¿No constituye el paso de los revolucionarios más enérgicos al terror, en semejantes circunstancias, un peligro de debilitar los únicos destacamentos de combate que se pueden cifrar esperanzas serias? ¿No constituye un peligro de que se rompa el lazo de unión entre las organizaciones revolucionarias y las dispersas masas de descontentos, que protesta y están dispuestos para la lucha, pero que son débiles precisamente por estar dispersos?. Pues no hay que olvidar que este lazo de unión es la única garantía de nuestro éxito. Muy lejos de nuestro pensamiento está en negar todo valor a heroicos golpes aislados, pero es nuestro deber prevenir con toda energía contra el excesivo entusiasmo por el terror, contra el considerarlo procedimiento de lucha principal y fundamental, cosa hacia la que tanto se inclinan muchísimos en el momento actual. Nunca será el terror una acción militar de carácter ordinario: en el mejor de los casos, sólo es utilizable como uno de los medios a emplear en el asalto decisivo. Cabe preguntar si podemos, en el momento actual, llamar a semejante asalto. Robócheie Dielo, por lo visto, cree que sí. Por lo menos exclama: "¡Formad en columnas de asalto! ". Pero también esto es empeño desatinado. La masa principal de nuestra fuerza de combate la componen voluntarios insurrectos. Como ejército regular, no tenemos más que unos cuantos pequeños destacamentos, y aún estos sin movilizar, sin relaciones entre sí, destacamentos que no saben aún formar en columnas militares en general, y menos todavía en columnas de asalto. En semejantes circunstancias, todo el que sea capaz de abarcar con la mirada las condiciones generales de nuestra lucha, sin olvidar cada " viraje" de la marcha histórica de los acontecimientos, tiene que ver claramente que nuestra consigna en el momento actual no puede ser "ir al asalto", sino "organizar debidamente el asedio de la fortaleza enemiga". En otras palabras: el cometido inmediato nuestro partido no puede ser el llamar a todas las fuerzas con que cuenta a atacar ahora mismo, sino el exhorto a formar una organización revolucionaria capaz de unir todas las fuerzas y de dirigir el movimiento, no sólo nominalmente, sino en la realidad, es decir, capaz de estar siempre dispuesta a apoyar toda protesta y toda explosión, aprovechándolas para multiplicar y fortalecer los efectivos que han de utilizarse en el combate decisivo.
Las enseñanzas de los sucesos de febrero y marzo son de tanta magnitud, que apenas si podrán encontrarse ahora objeciones de principio contra esta conclusión. Pero, en el momento actual, lo que de nosotros se exige es que resolvamos el problema prácticamente, no en principio. No sólo tenemos que explicarnos qué organización nos hace falta y para qué trabajo, sino que tenemos que trazar un plan determinado de esta organización, a fin de que se pueda emprender su estructuración por todos lados a la vez. Dada la urgencia de la cuestión, nos decidimos por nuestra parte a someter a la atención de los camaradas el bosquejo de un plan que desarrollaremos en un folleto cuya impresión está preparándose.
A nuestro juicio, el punto de partida para la actuación, el primer paso práctico hacia la creación de la organización deseada y, finalmente, el hilo fundamental al que podríamos asirnos para desarrollar, ahondar y ensanchar incesantemente esta organización, debe ser la creación de un periódico político para toda Rusia. Antes que nada, necesitamos un periódico. Sin él sería imposible desarrollar de un modo sistemático una propaganda y agitación fieles a los principios y extensivas a todos los aspectos, que constituye la tarea constante y fundamental de la socialdemocracia y es una tarea particularmente vital en los momentos actuales, en que el interés por la política, por los problemas del socialismo se han despertado en las más extensas capas de la población.
Nunca se ha sentido con tanta fuerza como ahora la necesidad de completar la agitación dispersa, llevada a cabo por medio de la influencia personal, por medio de hojas locales, de folletos, etc., con la agitación regular y general, que sólo puede hacerse por medio de la prensa periódica. No creo que sea exagerado decir que el grado de frecuencia y regularidad de la publicación (y difusión) de un periódico puede ser la medida más exacta de la solidez con que esté organizada entre nosotros esta rama de nuestra actividad de combate, la primordial y más urgente. Además, necesitamos un periódico destinado precisamente a toda Rusia. Si no sabemos, y mientras no sepamos, coordinar nuestra influencia sobre el pueblo y sobre el gobierno por medio de la palabra impresa, será utópico pensar en la coordinación de otras formas de influencia, más complejas, más difíciles, pero, en cambio, más decisivas.
Nuestro movimiento, tanto en el sentido ideológico como en el sentido práctico, en materia de organización, se resiente, sobre todo, de dispersión, de que la inmensa mayoría de los socialdemócratas están casi totalmente absorbidos por un trabajo puramente locales, que limita su horizonte, el alcance de su actividad y su aptitud y preparación para la clandestinidad. Precisamente en esta dispersión deben buscarse las más profundas raíces de la inestabilidad de las vacilaciones de que hemos hablado más arriba. Y el primer paso adelante para eliminar estas deficiencias, para convertir los diversos movimientos locales en un solo movimiento de toda Rusia, tiene que ser la publicación de un periódico para toda Rusia. Por último necesitamos sin falta un periódico político. Sin un órgano político, es inconcebible en Europa contemporánea un movimiento que merezca el nombre de movimiento político. Sin él, es absolutamente irrealizable nuestra misión de concentrar todos los elementos de descontento político y de protesta, de fecundar con ellos el movimiento revolucionario del proletariado. Hemos dado el primer paso, hemos despertado en la clase obrera la pasión por las denuncias "económicas", por las denuncias de atropellos cometidos en las fábricas. Debemos darle el paso siguiente: despertar en todas las capas del pueblo, que tengan un mínimo de conciencia, la pasión por las denuncias políticas. No debe asustarnos el hecho de que las voces que denuncian políticamente serán ahora tan débiles, raras y tímidas. La razón de este hecho no es, ni mucho menos, una resignación general con la arbitrariedad policíaca. La razón está en que las personas capaces de denunciar y dispuestas a hacerlo no tienen una tribuna para hablar desde ella, no tienen un auditorio que escuche ávidamente y anime a los oradores, no ven por parte alguna en el pueblo una fuerza que merezca la pena de dirigirle una queja contra el "todopoderoso" gobierno ruso. Y ahora todo esto cambia con enorme rapidez. Esa fuerza existe: es el proletariado revolucionario, que ha demostrado ya estar dispuesto no sólo a escuchar y apoyar el llamamiento a la lucha política, sino también a lanzarse valientemente a la lucha. Ahora podemos y debemos crear una tribuna para denunciar ante todo el pueblo al gobierno zarista: esa tribuna tiene que ser un periódico socialdemócrata. La clase obrera rusa, a diferencia de las demás clases y sectores de la sociedad Rusia, da muestras de un interés constante por los conocimientos políticos, y constantemente (y no sólo en periodos de particular efervescencia) es enorme su demanda de publicaciones clandestinas. Ante semejante demanda de las masas, cuando se ha iniciado ya la formación de dirigentes revolucionarios experimentados, cuando la clase obrera ha llegado a un punto de concentración que la hace de hecho dueña de la situación en los barrios obreros de las grandes ciudades, en los poblados de las fábricas, en las localidades fabriles, la organización de un periódico político está plenamente al alcance del proletariado. Y, a través del proletariado, el periódico penetrará en las filas de la pequeña burguesía urbana, de los artesanos rurales y de los campesinos, y será un verdadero periódico político popular.
La misión del periódico no se limita, sin embargo, a difundir las ideas, educar políticamente y a atraer aliados políticos. El periódico no es sólo un propagandístico colectivo y un agitador colectivo, sino también un organizador colectivo. En este último sentido se le puede comparar con los andamios se levantan alrededor de un edificio en construcción, que señalan sus contornos, facilitan las relaciones entre los distintos sectores, les ayudan a distribuir el trabajo y observar los resultados generales alcanzados por el trabajo organizado. Mediante periódico y en relación con éste, se irá formando por sí misma una organización permanente, que se ocupen no sólo del trabajo local, sino también de la labor general regular, que habitué a sus miembros para seguir atentamente los acontecimientos políticos, a apreciar su significado y su influencia sobre las distintas capas de la población, a elaborar los medios más adecuados para qué el partido revolucionario influya en estos acontecimientos. La sola tarea técnica de asegurar un suministro normal de materiales al periódico y la normalidad de su difusión obliga ya a crear una red de agentes locales del partido único, de agentes que mantengan animadas relaciones entre sí, que conozcan el estado general de las cosas, que se acostumbren a cumplir sistemáticamente las funciones parciales de un trabajo realizado en toda Rusia y que prueben sus fuerzas en la organización de distintas acciones revolucionarios. Esta red de agentes1 servirá de armazón precisamente para la organización que necesitamos: lo suficientemente grande para abarcar todo el país; lo suficientemente vasta y variada para establecer una rigurosa y detallada división del trabajo; lo suficientemente firme para saber proseguir sin desmayo su labor en todas las circunstancias y en todos los " virajes" y situaciones inesperadas; lo suficientemente flexible para saber, de un lado, rehuir las batallas en campo abierto contra un enemigo que tiene superioridad aplastante de fuerzas, cuando éste concentrar toda su fuerza en un punto, pero sabiendo, de otro lado, aprovecharse de la torpeza de movimientos de este enemigo y lanzarse sobre él en el sitio y en el momento en que menos espere ser atacado.
Hoy se plantea ante nosotros la tarea relativamente fácil de apoyar a los estudiantes que se manifiestan en las calles de las grandes ciudades. Mañana se nos planteara, quizás, una tarea más difícil, por ejemplo, la de apoyar un movimiento de obreros parados en una región determinada. Pasado mañana tendremos que estar en nuestro puesto para tomar parte de un modo revolucionario en un alzamiento campesino. Hoy debemos aprovechar la agravación de la situación política, producida por el gobierno con su campaña contra los zemstvos. El día de mañana deberemos apoyar la indignación de la población contra el desenfreno de tal o cual bachibuzuk zarista y ayudar -por medio del boicot, de una campaña de excitación, de una manifestación, etc.- a darle una lección que le obligue a una franca retirada. Semejante grado de disposición combativa sólo puede formarse por una actividad constante, que constituya la ocupación del ejército regular. Y si unimos nuestras fuerzas para asegurar la publicación de un periódico común, ese trabajo preparará y destacará no sólo a los propagandistas más hábiles, sino a los organizadores más experimentados, a los dirigentes políticos del partido más capaces, que puedan, en el momento necesario, dar una consigna para el combate decisivo y dirigido.
Para terminar, quiero decir unas palabras con el fin de evitar posibles confusiones. Hemos hablado, durante todo el tiempo, sólo de preparación sistemática, metódica, pero con esto no hemos querido decir en modo alguno que la autocracia puede caer exclusivamente por un asedio acertado o por un asalto organizado. Semejante punto de vista sería de un doctrinario insensato. Al contrario, es plenamente posible, e históricamente mucho más probable, que la autocracia caiga bajo la presión de una de esas explosiones espontáneas o complicaciones políticas imprevistas, que siempre se ciernen por todas partes. Pero ningún partido político puede, sin caer en el aventurerismo, basar su actividad en semejantes explosiones y complicaciones. Nosotros tenemos que marchar por nuestro camino, llevar a cabo sin desfallecimientos nuestro trabajo sistemático, y cuanto menos contemos con lo inesperado, tanto más probable será que no nos coja desprevenidos ningún "viraje histórico".
Mayo de 1901
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[1] Claro que estos agentes no podrían trabajar eficazmente sino estando vinculados por entero a los comités locales (grupos, círculos) de nuestro partido. Y, en general, todo el plan que trazamos no es realizable, desde luego, sino con el apoyo más activo de los comités, que más de una vez han dado pasos para unificar el partido y que -estamos seguros- lo conseguirán un día u otro, en una u otra forma.