En junio, la Corriente Marxista Internacional lanzará una nueva Internacional Comunista Revolucionaria, para llevar con audacia la bandera limpia del comunismo en todos los continentes. En este artículo, Alan Woods explica la importancia histórica de este paso, trazando el ascenso y la caída de las Internacionales anteriores y mostrando la importancia de la ICR en la lucha por el comunismo hoy. ¡Inscríbete ahora en nuestra conferencia fundacional!
El comunismo es internacionalista o no es nada. Ya en los inicios de nuestro movimiento, en las páginas de El Manifiesto Comunista, Marx y Engels explicaron que los trabajadores no tienen patria.
Los fundadores del socialismo científico no trabajaron para crear un partido alemán, sino uno internacional. Lenin, Trotski, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht dedicaron sus vidas al mismo objetivo.
Su internacionalismo no era un capricho ni el resultado de consideraciones sentimentales sino que se derivaba del hecho de que el capitalismo se desarrolla como un sistema mundial. De las diferentes economías y mercados nacionales surge un único conjunto indivisible e interdependiente: el mercado mundial.
Hoy en día, esta predicción de los fundadores del marxismo se ha confirmado de manera brillante, casi como en un laboratorio. La aplastante dominación del mercado mundial es el hecho más decisivo de nuestra época.
No hay libro más moderno que el Manifiesto de Marx y Engels. Explica la división de la sociedad en clases; explica el fenómeno de la globalización, las crisis de sobreproducción, el carácter del Estado y las fuerzas motrices fundamentales del desarrollo histórico.
Sin embargo, incluso las ideas más correctas no pueden lograr nada si no encuentran una expresión organizativa y práctica. Por eso, los fundadores del socialismo científico siempre trabajaron incansablemente para crear una organización internacional de la clase obrera.
Marx y Engels desempeñaron un papel clave en la formación de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), conocida hoy como la Primera Internacional. Al principio, esa organización tenía una composición muy heterogénea. Marx y Engels se vieron obligados a luchar para establecer claridad ideológica.
La batalla de ideas se desarrolló en dos frentes: por un lado, tuvieron que combatir las ideas reformistas de los dirigentes sindicales oportunistas.
Por otro lado, estaban obligados a librar una batalla constante contra las tendencias anarquistas, ultraizquierdistas y sectarias. Hoy las cosas no han cambiado mucho. Los comunistas se enfrentan exactamente a los mismos problemas y tienen que luchar contra los mismos adversarios. Los nombres pueden haber cambiado, pero el contenido es el mismo.
Pero Marx y Engels no limitaron su trabajo a la lucha teórica. La Internacional no se mantuvo al margen de los problemas cotidianos de la clase obrera. Estaba constantemente implicada en el trabajo práctico en el movimiento obrero.
Contrariamente a la mendaz presentación de los enemigos burgueses del comunismo, no había absolutamente nada autoritario en los métodos de Karl Marx. Al contrario, en el trato con los obreros de tendencia reformista, demostró un inmenso tacto y paciencia. Escribió a Engels:
«Fue muy difícil disponer la cosa de manera que nuestra vieja concepción apareciera en una forma aceptable desde el punto de vista actual del movimiento obrero[…] Tomará cierto tiempo hasta que el reanimado movimiento se permita la antigua audacia de expresión. Será necesario ser fortiter in re, suaviter in modo [audaz en las cosas y suave en la forma]».
Este es un muy buen consejo para los comunistas de hoy que deseen llevar a cabo un trabajo serio en las organizaciones de masas de la clase obrera.
El fin de la Primera Internacional
La Internacional avanzó enormemente. Pero la derrota de la Comuna de París en 1871 asestó un golpe mortal a la organización. La orgía de reacción que le siguió hizo imposible su funcionamiento en Francia, y la Internacional fue perseguida en todas partes.
Pero la verdadera razón de sus dificultades hay que buscarla en el auge del capitalismo a escala mundial que siguió a la derrota de la Comuna. En estas condiciones, las presiones del capitalismo sobre el movimiento obrero se tradujeron en luchas internas y faccionalismo.
Alimentadas por la atmósfera general de desilusión y desesperación, las intrigas de Bakunin y sus seguidores se intensificaron. Por estos motivos, Marx y Engels propusieron primero trasladar la sede de la Internacional a Nueva York, y finalmente decidieron que sería mejor disolverla, al menos por el momento. La Internacional se disolvió formalmente en 1876. Durante un tiempo, no hubo Internacional.
La Segunda Internacional
La Primera Internacional consiguió sentar las bases teóricas de una auténtica Internacional revolucionaria. Pero nunca fue una verdadera Internacional obrera de masas. En realidad fue una anticipación del futuro.
La Internacional Socialista (Segunda Internacional) fue lanzada en 1889, y comenzó donde la Primera Internacional había terminado. A diferencia de la Primera Internacional, tenía una base de masas. En sus filas estaban los partidos y sindicatos de masas de Alemania, Francia, Gran Bretaña, Bélgica y otros países.
El periodo 1871-1914 fue el periodo clásico de la socialdemocracia. Al menos en palabras, se basaba en el marxismo revolucionario. Sin embargo, la nueva Internacional tuvo la desgracia de surgir durante un período de tremendo auge capitalista.
Basándose en un largo periodo de crecimiento económico, el capitalismo pudo hacer concesiones a la clase obrera o, más correctamente, a su capa superior. Poco a poco se fue formando una aristocracia obrera privilegiada.
Los dirigentes socialdemócratas se convencieron de que era posible alcanzar sus objetivos sin una revolución. Llegaron a creer que lenta, pacífica y gradualmente, mediante reformas, podrían resolverse los problemas de la clase obrera.
Contrapusieron esta política ‘práctica’ a lo que consideraban las obsoletas teorías del marxismo, aunque, en teoría, seguían repitiendo el lenguaje de la lucha de clases en los discursos del Primero de Mayo.
Hombres como el antiguo discípulo de Marx, Eduard Bernstein, intentaron proporcionar una base teórica para este retroceso intentando un revisionismo del marxismo.
Pero la base material de la degeneración nacional-reformista de la II Internacional (Socialista) se encontraba en las condiciones objetivas del capitalismo, que parecían dar la razón a los revisionistas.
Sin embargo, todo el edificio del reformismo saltó por los aires en 1914, cuando los dirigentes de la Internacional votaron a favor de los créditos de guerra y apoyaron a ‘su’ burguesía en la matanza imperialista de la Primera Guerra Mundial.
La guerra, y la Revolución Rusa que se derivó de ella, anunciaron el comienzo de un nuevo y tormentoso periodo de revolución y contrarrevolución. Sobre esa base material nació una nueva internacional obrera.
La Internacional Comunista
Ya en 1914, Lenin llegó a la conclusión de que la II Internacional había muerto como un organismo para cambiar la sociedad y proclamó la nueva III Internacional, aunque en aquella época el número de internacionalistas revolucionarios era deplorablemente reducido.
La tendencia internacionalista estaba aislada de las masas, que permanecían bajo la influencia de los dirigentes social chovinistas e intoxicadas por los humos del patriotismo. Se necesitaron grandes acontecimientos para cambiar la situación. Esto ocurrió en 1917 con el estallido de la revolución en Rusia.
Lenin y Trotski dirigieron a la clase obrera rusa a la conquista del poder y en 1919 pudieron declarar la fundación de la Tercera Internacional (Comunista).
La Comintern, como llegó a conocerse, se situó en un nivel cualitativamente superior al de sus dos predecesoras. Al igual que la Primera Internacional, defendía un claro programa revolucionario e internacionalista. Como la II Internacional, tenía una base de masas de millones de personas.
Bajo la dirección de Lenin y Trotski, la Internacional Comunista mantuvo una línea revolucionaria correcta. El destino de la revolución mundial parecía estar en buenas manos.
Sin embargo, el aislamiento de la Revolución Rusa en condiciones de espantoso atraso material y cultural se reflejó en la degeneración burocrática de la Revolución.
La facción burocrática dirigida por Stalin se impuso, especialmente tras la muerte de Lenin en 1924. El ascenso del estalinismo en Rusia sofocó el tremendo potencial de la III Internacional.
La degeneración estalinista de la Unión Soviética hizo estragos en las direcciones inexpertas e inmaduras de los Partidos Comunistas en el extranjero.
El socialismo en un solo país
En 1928, Trotski predijo que la aceptación de la ‘teoría’ del socialismo en un solo país conduciría inevitablemente a la degeneración nacionalista de los Partidos Comunistas. Esa predicción ha sido totalmente corroborada por la historia.
Esa supuesta teoría marcó una ruptura decisiva con el internacionalismo leninista. Era una expresión del carácter nacional limitado del punto de vista de la burocracia, que consideraba a la Internacional Comunista como un mero instrumento de la política exterior de Moscú.
Habiendo utilizado la Comintern para sus propios fines cínicos, Stalin la disolvió en 1943 sin ni siquiera la pretensión de celebrar un congreso.
Trotski y la Oposición de Izquierda intentaron defender las intachables tradiciones de Octubre contra la reacción estalinista. Defendían las tradiciones leninistas de la democracia obrera y el internacionalismo proletario. Pero estaban librando una batalla perdida contra la poderosa marea de la historia.
En 1938, Trotski proclamó la IV Internacional, ofreciendo una bandera revolucionaria limpia a la nueva generación, pero esta fue destruida por los errores de sus dirigentes tras el asesinato de Trotski.
Sin la guía de Trotski, la IV Internacional acabó siendo un aborto. Décadas después, todo lo que queda de esa organización es una miríada de escisiones y grupos sectarios, cada uno más estrambótico que el otro.
No han conseguido nada, salvo sembrar una confusión sin fin y desacreditar la idea misma del trotskismo a los ojos de muchos militantes de la clase obrera.
Hoy, lo que queda de la IV Internacional son las ideas de su fundador, León Trotski, que conservan toda su pertinencia e importancia. Estas ideas se mantuvieron vivas gracias a la incansable labor del difunto camarada Ted Grant y hoy están representadas por la Corriente Marxista Internacional.
Degeneración de los Partidos Comunistas
Estamos orgullosos de nuestra herencia ideológica. Sin embargo, debemos afrontar los hechos. Hoy, 150 años después de la fundación de la Primera Internacional, debido a una combinación de circunstancias, objetivas y subjetivas, el movimiento revolucionario ha retrocedido, y las fuerzas del marxismo genuino se han reducido a una pequeña minoría.
Las razones hay que buscarlas principalmente en la situación objetiva. Décadas de crecimiento económico en los países capitalistas avanzados han dado lugar a una degeneración sin precedentes de las organizaciones de masas de la clase obrera. Esto ha aislado a la corriente revolucionaria, que en todas partes ha quedado reducida a una minoría de una minoría.
El hundimiento de la Unión Soviética puso el sello final a la degeneración de los antiguos dirigentes estalinistas, la mayoría de los cuales han capitulado ante las presiones del capitalismo y se han pasado abiertamente al campo del reformismo.
Pero hay otra cara de la moneda. La crisis actual deja al descubierto el papel reaccionario del capitalismo y pone a la orden del día el renacimiento del comunismo internacional.
La marea de la historia
Durante décadas nos hemos visto obligados a nadar contra corriente. Pero ahora la marea de la historia ha empezado a cambiar.
En todas partes, bajo la superficial apariencia de calma y tranquilidad, hay una hirviente corriente subterránea de rabia, indignación, descontento y, sobre todo, frustración por el actual estado de cosas en la sociedad y la política.
Incluso en Estados Unidos hay un descontento generalizado y un cuestionamiento de la situación actual que no existía antes.
Todos los intentos de la burguesía por restablecer el equilibrio económico sólo sirven para destruir el equilibrio social y político. La burguesía se encuentra atrapada en una crisis para la que no tiene solución. Esta es la clave para comprender la situación actual.
La crisis encuentra su expresión en la inestabilidad en todas las esferas: económica, financiera, social, política, diplomática y militar.
El futuro que ofrece este sistema sólo puede ser de miseria, sufrimiento, enfermedad, guerras y muerte sin fin para la raza humana. En palabras de Lenin: el capitalismo es horror sin fin.
Es una ironía de la historia que los dirigentes de los partidos obreros de masas se aferren al capitalismo decrépito y al mercado incluso cuando se están derrumbando ante nuestros ojos.
La única solución
El problema central puede enunciarse de forma sencilla: es un problema de dirección. En 1938, Trotski afirmó que la crisis de la humanidad puede reducirse a la crisis de la dirección proletaria. Eso resume completamente la situación actual.
Al carecer de una base sólida en la teoría marxista, la llamada izquierda ha capitulado y abandonado la lucha por el socialismo. En su lugar, hay un vacío gigantesco. Pero la ciencia nos enseña que la naturaleza aborrece el vacío. Esto nos enfrenta a un desafío muy concreto.
Los trabajadores y los jóvenes desean fervientemente cambiar la sociedad. Pero no encuentran una expresión organizada para sus esfuerzos. A cada paso, encuentran su camino bloqueado por las viejas organizaciones y direcciones burocráticas que han abandonado hace tiempo cualquier pretensión de defender el socialismo.
En todo el mundo, una nueva generación de luchadores de clase se está formando rápidamente sobre la base de la crisis del capitalismo. Esto está provocando un profundo cambio de conciencia, especialmente entre los jóvenes.
Las últimas encuestas de Gran Bretaña, EEUU, Australia y otros países nos proporcionan una indicación muy clara de que la idea del comunismo se está extendiendo rápidamente.
Estos jóvenes no necesitan ser convencidos. Ya son comunistas. Pero no ven alternativa en ninguna de las organizaciones existentes. Al contrario, estas les repugnan.
Buscan una bandera limpia, una organización que haya roto radicalmente con el traicionero reformismo de derechas y el cobarde oportunismo de ‘izquierdas’.
El potencial del comunismo es enorme. Nuestra tarea es hacer realidad este potencial.
Pero, ¿cómo lograrlo?
Nos enfrentamos a una contradicción flagrante. Hoy las ideas de Marx son más válidas y necesarias que nunca. Pero las ideas, por sí solas, son insuficientes.
Tenemos que tomar las medidas prácticas necesarias para encontrar a esta nueva generación de comunistas y reclutarlos para nuestra bandera. Esto significa necesariamente que tenemos que dar a las ideas una expresión concreta y organizativa.
La necesidad de una nueva Internacional no es una decisión arbitraria. Tampoco es la expresión de un deseo subjetivo o de una precipitación irreflexiva. Es algo que exige claramente toda la situación.
¿Ha llegado el momento de dar un paso tan audaz? Para algunos, por supuesto, nunca será el momento adecuado. Siempre encontrarán mil razones por las que deberíamos retrasar la toma de una decisión. Pero no podemos hacer un programa y una política a base de vacilaciones y dudas.
Puede objetarse que nuestro número es demasiado pequeño para dar un paso así. Pero todos los movimientos revolucionarios de la historia han comenzado siempre como una minoría pequeña y aparentemente insignificante.
En 1914, las fuerzas a disposición de Lenin eran patéticamente pequeñas. Pero eso no le impidió proclamar la necesidad de una nueva internacional comunista. Había muchas dudas, incluso entre sus propios partidarios, pero la historia demuestra que tenía razón.
Es cierto que nuestras fuerzas son muy pequeñas en comparación con la enorme tarea que tenemos ante nosotros y no nos hacemos ilusiones al respecto. Pero esa situación ya está empezando a cambiar significativamente.
Tenemos un importante trabajo que hacer, y ese trabajo, que está alcanzando una fase decisiva, ya está dando importantes frutos. Lo demuestra claramente el notable éxito de la campaña «¿Eres comunista?”.
Estamos creciendo rápidamente en todas partes. No es casualidad. Ahora nadamos con la corriente de la historia. Sobre todo, tenemos las ideas correctas. Ésa es, en última instancia, la única garantía de éxito.
Lo que hace falta es un auténtico Partido Comunista, que se base en las ideas de Lenin y de los demás grandes maestros marxistas, y una Internacional en la línea de la Internacional Comunista durante sus primeros cinco años.
Esta es la tarea que tenemos ante nosotros. Es una tarea absolutamente necesaria y urgente que no admite demora.
Desde pequeños comienzos, en las condiciones más difíciles imaginables, la Corriente Marxista Internacional ya ha construido una organización de miles de los mejores trabajadores y jóvenes con presencia en muchos países.
Es un gran logro. Pero es sólo el principio. Ha llegado el momento de dar un paso decisivo: el lanzamiento de la Internacional Comunista Revolucionaria.
Hacemos un llamamiento a todos los obreros y jóvenes que estén de acuerdo con este objetivo para que nos ayuden a alcanzar nuestra meta final: la victoria del socialismo internacional.
¡Contra el capitalismo y el imperialismo!
¡Por la transformación socialista de la sociedad!
¡Únete a nosotros en la lucha por la revolución mundial!
Trabajadores del mundo, ¡uníos!