Primera Parte
La Biblia cuenta que «el amor al dinero es la raíz de todos los males» (1 Timoteo 6:10). Después del colapso financiero de 2008 y la subsiguiente crisis económica mundial, todavía palpables en nuestra sociedad, no es difícil empatizar con este fragmento del Nuevo Testamento.
En The Ragged Trousered Philanthropists, de Robert Tressell, a menudo considerada una biblia moderna para el movimiento obrero, encontramos palabras muy parecidas. Esta novela de principios del siglo XX narra las vidas ficticias de una serie de proletarios. El protagonista es un socialista llamado Frank Owen, quien reivindica ante sus incrédulos compañeros que «el dinero es la causa principal de la pobreza». (Robert Tressell, The Ragged Trousered Philanthropists, Wordsworth Classics edition, p175)
Owen intenta explicar de forma tenaz a sus compañeros de trabajo como «mientras que el Sistema Monetario actual permanezca, será imposible que nos deshagamos de la pobreza, pues la riqueza amontonada en unos pocos lugares difícilmente tiene un impacto en el resto de lugares. Así es que mientras que perdure el sistema monetario, estamos condenados a la existencia de la pobreza y todas las desgracias que la acompañan». (Ibid, p284)
«El Sistema Monetario actual no nos permite llevar a cabo trabajos que cubran todas nuestras necesidades, lo que a su vez hace que la mayoría de la población sufra de necesidades, las cuales podrían cubrirse con los frutos de ese mismo trabajo. Sufren necesidades aun estando en medio y al alcance de los medios de producir abundancia. Y permanecen sin mover un dedo porque están dominados y atados por una cadena de oro». (Ibid, p286)
«Este saqueo sistemático ha tenido lugar a lo largo de generaciones, y el botín acumulado es de proporciones inmensas. Toda esta riqueza, ahora en manos de los ricos, es legítimamente propiedad de la clase trabajadora: se le ha arrebatado mediante la artimaña del Dinero». (Ibid, p299)
A través de su protagonista, Owen, Tressell nos presenta el dinero como una fuerza mística: una «cadena de oro» que condena a la mayoría de la población a una vida de trabajo y miseria. Una «artimañana» o engaño que distrae a la clase trabajadora de la riqueza que ella misma crea. Vemos esta cadena a nuestro alrededor: omnipresente y abundante. Y con todo, en medio de esta superabundancia, nos topamos con necesidades ineludibles. En este «Sistema Monetario», todas nuestras necesidades son llevadas a un segundo plano frente a la necesidad principal: la necesidad del dinero. Como escribía Shakespeare en Timón de Atenas: «¿Oro? Ese amarillo, brillante y precioso metal. (…) Tú, prostituta común a todo el género humano». (William Shakespeare, Timon of Athens, Act IV, Scene 3)
El dinero y sus mecanismos están rodeados de cierto misticismo que los convierte en algo incomprensible para la mayoría de la gente. Ya sea por las políticas monetarias que deciden los bancos centrales, la alquimia financiera que parece tener lugar en los grandes centros económicos o las alternativas casi utópicas que prometen las monedas digitales, como Bitcoin.
Al igual que con todos los ídolos venerados en la sociedad de clases, ya sean los dioses y la religión o la Ley y el Estado, aplicando el método del marxismo, es decir, un análisis dialéctico y materialista de la historia y la sociedad, podemos comprender y explicar los orígenes, evolución y desarrollo del dinero. Es de esta forma como podemos despojarnos del misticismo de este poder aparentemente omnipresente y comprender la solución para librarnos de su yugo.
El comunismo primitivo
Mediante el estudio de la historia, vemos que el dinero no siempre existió, sino que está ligado al desarrollo de la sociedad de clases y, en particular, de las mercancías, es decir, de los bienes producidos no para el consumo individual o común, sino para el intercambio. Para Marx, la clave para entender la cuestión del dinero reside por tanto en analizar el desarrollo histórico de la producción y el intercambio de mercancías. «El enigma del fetiche del dinero», afirma Marx en su obra magna, El Capital, «es, por tanto, el enigma del fetiche de la mercancía, ahora visible y deslumbrante a nuestros ojos». (Karl Marx, Capital, Volume One, Penguin Classics edition, p187)
Federico Engels, cofundador de Marx de las ideas del socialismo científico, basándose en las obras pioneras del antropólogo Lewis H. Morgan, analizó las formas más primitivas de las sociedades humanas. En su obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, demuestra a partir de este análisis que la división en clases entre explotados y explotadores no siempre ha existido. Engels explica como en las sociedades primitivas, basadas alrededor de la «gens», también conocidas como tribus, las herramientas y los recursos eran propiedad común de toda la sociedad.
Por tanto, en estas comunidades, había una forma de «comunismo primitivo», en el que el intercambio entre individuos era inexistente. Todo lo que se obtenía o producía era para el bien común, para su consumo basado en las necesidades. Se considera a este «comunismo» como «primitivo» ya que surgió con base en una situación de escasez generalizada, fruto de los bajos niveles de desarrollo de productividad, tecnología y cultura.
David Graeber, antropólogo estadounidense moderno, cita en su libro En deuda: Una historia alternativa de la economía el ejemplo de su predecesor Morgan sobre la Gens Iroquesa. Este fue un grupo de nativos americanos a partir de los cuales Engels también desarrolló sus análisis, basándose en su estructura social. Según Graeber: «Hacia mediados de siglo (XIX) las descripciones de Lewis Henry Morgan de las Seis Naciones Iroquesas ya habían sido ampliamente publicadas, y dejaban claro que las principales instituciones económicas en las naciones iroquesas eran casas comunales en que se acumulaban la mayoría de los bienes, que los consejos de mujeres distribuían, y nadie intercambiaba puntas de flecha por carne». (David Graeber, en deuda: Una historia alternativa de la economía, pág 26)
Por otra parte, según Felix Martin desarrolla en su libro Money: the Unauthorised Biography, en las primeras civilizaciones conocidas que se desarrollaron alrededor de los ríos Tigris y Eufrates (Irak moderno) tampoco existía el dinero. Es aquí, en la Antigua Mesopotamia, donde se inventaron las técnicas de irrigación y agricultura. Y a su vez, donde surgieron las primeras ciudades, como la «gran metrópolis» de Ur. «A principios del segundo milenio antes de Cristo, más de sesenta mil personas vivían en la propia ciudad, tenían miles de hectáreas en cultivo y cientos de hectáreas más para la ganadería lechera y el pastoreo». (Felix Martin, Money: the Unauthorised Biography, Vintage publishing, 2014 paperback edition, p38)
Según Martin, en estas economías urbanas, en lugar del dinero existía un sistema de planificación y contabilidad vertical, controlado por una casta burocrática. Todo lo que se producía se guardaba en los almacenes de la ciudad (a menudo, templos o palacios de la realeza). Para que quedara constancia de ello, se inscribían tabletas de arcilla con los registros. «Una compleja economía gobernada según un sistema bien desarrollado de planificación económica que le resultaría familiar a cualquier administrador en una empresa multinacional moderna». (Ibid, p44)
Todos estos ejemplos, ya sea el comunismo primitivo de los iroqueses o la planificación burocrática de las ciudades en Mesopotamia, nos demuestran claramente cómo el dinero (y los «males» que conlleva) no es un concepto eterno e inmutable. Para entender qué es el dinero y de dónde viene, debemos analizar la transformación cualitativa de las relaciones sociales que tuvo lugar en las sociedades, hace miles de años.
El surgimiento del dinero
Las sociedades griegas antiguas – tal y como son descritas en los poemas épicos de Homero, como la Iliada y la Odisea – estaban construidas, como los Iroqueses, en torno a las gens, con la propiedad de las fuerzas productivas y los productos que de éstas surgían compartidas. Felix Martín describe como “En lo referente a la provisión de las necesidades más básicas: comida, agua y ropa… era esencialmente una economía familiar autosuficiente en la que los miembros de la tribu a nivel individual subsistían del producto de su propio estado”. (Ibid, p35)
Adicionalmente a esta economía de subsistencia individual, Martín explica que “había tres simples mecanismos para organizar la sociedad en ausencia del dinero: las instituciones entrelazadas de reparto de botín, intercambio de regalos recíproco y distribución de los sacrificios”, las cuales “estaban lejos de existir únicamente en la época oscura griega. De hecho, la investigación moderna en antropología e historia comparativa ha mostrado que estas prácticas de pequeña escala son típicas de las sociedades tribales”. (Ibid, p36-37)
El punto de inflexión histórico, como Engels explica en “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, ocurrió con el desarrollo de la propiedad privada sobre los medios de producción, y la conversión asociada de productos comunales en mercancías.
“La aparición de la propiedad privada de los rebaños y objetos de lujo condujo al intercambio entre individuos, a la transformación de los productos en mercancías. Y esto fue el germen de la revolución subsiguiente. En cuanto los productores dejaron de consumir directamente sus productos, deshaciéndose de ellos por medio del intercambio, dejaron de ser dueños de los mismos. Ignoraban ya qué iba a ser de ellos y surgió la posibilidad de que el producto llegara a emplearse contra el productor, para explotarlo y oprimirlo. Por eso ninguna sociedad puede ser dueña de su propia producción de un modo duradero ni controlar los efectos sociales de su proceso de producción si no pone fin al intercambio entre individuos.
Pero los atenienses iban a aprender pronto con qué rapidez domina el producto al productor en cuanto nace el intercambio entre individuos y los productos se transforman en mercancías”. (Friedrich Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, capítulo 5).
El proceso que describe Engels se desarrolla inicialmente, no internamente dentro de la comunidad, sino al margen de una determinada sociedad con el intercambio de excedentes entre diferentes tribus. Sin embargo, este intercambio pone en marcha el engranaje del intercambio de las mercancías producidas, que repuntaría extendiéndose de manera interna, reforzando la propiedad privada y acelerando la disolución de los lazos comunales.
Con el desarrollo de la producción de mercancías y del intercambio vino la expansión del comercio; y con el creciente comercio devino la urgencia de disponer del dinero como mercancía – un equivalente universal que actuaría como medio de intercambio, facilitando el comercio a mayores distancias; una sola mercancía que funciona como patrón de medida, con la que todas las demás podrían ser comparadas.
Un proceso como este no aparece de manera consciente o planeada, sino que nace de las necesidades de la sociedad para poder expandir el comercio y el mercado. Una mercancía inicial que es elevada al nivel de equivalente universal es algo que, a nivel histórico, resulta altamente accidental; sin embargo, está impresa en las necesidades materiales de esta sociedad y es generalmente – en sus etapas iniciales – aquella que es considerada como la mercancía más importante para la sociedad particular en cuestión. Como Marx hace notar en El Capital:
“Lo que parece ocurrir no es que una mercancía particular se convierta en dinero porque otras mercancías expresan su valor en ella sino, por el contrario, que el resto de mercancías universalmente expresarán su valor en una mercancía en particular por el hecho de que sea dinero”. (Marx, op. Cit. P187).
Por ejemplo, en el caso de las tribus nativoamericanas, Engels explica que fue el ganado el que surgió como mercancía monetaria:
“Al principio, el intercambio se hizo entre tribus, por mediación de los jefes de las gens. Pero cuando los rebaños empezaron poco a poco a ser propiedad privada, el intercambio entre individuos fue predominando más y más, y acabó por ser la única forma. El principal artículo que las tribus de pastores ofrecían a sus vecinos era el ganado, que llegó a ser la mercancía que servía como patrón de valoración de todas las demás y era aceptado con mucho gusto en todas partes a cambio de ellas. En resumen, el ganado desempeñó la función del dinero y sirvió como tal ya en aquella época. Con esa rapidez y precisión se desarrolló, desde el comienzo mismo del intercambio de mercancías, la necesidad de una mercancía que sirviese de dinero. (Engels, op. Cit, Capítulo 9).
Sin embargo, la expansión y crecimiento del comercio en la antigua Grecia llevó a la necesidad de que la mercancía monetaria fuese algo transportable en largas distancias. Por esta razón encontramos, empezando en el siglo VI antes de Cristo, el inicio de la acuñación de monedas con metales preciosos, tales como oro y plata, para ser usadas como dinero.
Las propiedades beneficiosas de estos metales para ser usados como dinero son evidentes: presentan homogeneidad y uniformidad a nivel cualitativo – los bloques de oro son más o menos iguales; son fácilmente divisibles (o combinables) en diversas cantidades y pueden por tanto ser usados de manera sencilla para representar distintas cantidades de valor; son duraderos y por tanto no se deterioran y pierden valor, permitiendo ser una forma de acumulación del mismo; y, lo más importante, tienen una alta densidad de valor, con pequeñas cantidades del metal precioso siendo equivalentes a una gran cantidad de otros productos básicos menos valiosos. El oro, por tanto, es dinero no por sus veneradas cualidades estéticas, sino que es considerado estéticamente agradable porque es dinero.
El auge del dinero y del monedaje fue, como explica Engels, asociado también con la creciente división del trabajo entre las clases sociales, y el surgimiento de “una clase cuya preocupación ya no es la producción, sino solo el intercambio de los productos: los comerciantes”.
“Ahora por primera vez aparece una clase que, sin participar de ninguna manera en la producción, capta la dirección de la producción en su conjunto y subyuga económicamente a los productores; una clase que se convierte en el intermediario indispensable entre dos productores y los explota a ambos. Con el pretexto de que ahorran a los productores la molestia y el riesgo del intercambio, de extender la salida de sus productos hasta los mercados lejanos y llegar a ser así la clase más útil de la población, se forma una clase de parásitos, una clase de verdaderos gorrones de la sociedad, que como compensación por sus servicios en realidad muy mezquinos se lleva la nata de la producción patria y extranjera, amasa rápidamente riquezas enormes y adquiere una influencia social proporcionada a éstas y, por eso mismo, durante el período de la civilización, va ocupando una posición más y más honorífica y logra un dominio cada vez mayor sobre la producción, hasta que acaba por dar a luz un producto propio: las crisis comerciales periódicas”.
“…Y con la formación de la clase mercantil apareció el dinero metálico, la moneda acuñada, nuevo medio para que el no productor dominara al productor y a su producción. Se había hallado la mercancía por excelencia, que encierra en estado latente todas las demás, el medio mágico que puede transformarse a voluntad en todas las cosas deseables y deseadas. Quien la poseía era dueño del mundo de la producción. ¿Y quién la poseyó antes que todos? El comerciante. En sus manos, el culto del dinero estaba bien seguro. El comerciante se cuidó de esclarecer que todas las mercancías, y con ellas todos sus productores, debían postrarse ante el dinero. Probó de una manera práctica que todas las demás formas de la riqueza no eran sino una quimera frente a esta encarnación de riqueza como tal”. (Ibid)
Por tanto, el dinero, como explica Engels, es un producto de la propiedad privada; el resultado de un sistema emergente de producción y de intercambio de mercancías. Una vez existe, sin embargo, el dinero se desarrolla en torno a su propia lógica, propagándose a través de interacciones sociales y haciendo valer sus frías y despiadadas leyes en todas las esferas de la vida. El dinero y la usura, como explica Engels, eran “los medios principales de supresión de la libertad común”, rompiendo con los viejos lazos comunales de las gens griegas, reforzando las desigualdades y la explotación de la recién emergida sociedad de clases del estado ateniense.
“Desde allí el sistema monetario en desarrollo penetró, como un ácido corrosivo, en la vida tradicional de las antiguas comunidades agrícolas, basadas en la economía natural. La constitución de la gens es en absoluto incompatible con el sistema monetario… Y la vieja constitución de gens no conocía el dinero, ni las prendas, ni las deudas de dinero. Por eso el poder del dinero en manos de la nobleza, poder que se extendía sin cesar, creó un nuevo derecho para garantía del acreedor contra el deudor y para consagrar la explotación del pequeño agricultor por el poseedor del dinero…”
“Con la producción de mercancías apareció el cultivo individual de la tierra y, en seguida, la propiedad individual del suelo. Más tarde vino el dinero, la mercancía universal por la que podían cambiarse todas las demás; pero, como los hombres inventaron el dinero, no sospechaban que habían creado un poder social nuevo, el poder universal único ante el que iba a inclinarse la sociedad entera. Y este nuevo poder, al surgir súbitamente, sin saberlo sus propios creadores y a pesar de ellos, hizo sentir a los atenienses su dominio con toda la brutalidad de su juventud”.
“¿Qué se podía hacer? La antigua constitución de la gens se había mostrado impotente contra la marcha triunfal del dinero; y, además, era en absoluto incapaz de conceder dentro de sus límites lugar ninguno para cosas como el dinero, los acreedores, los deudores, el cobro compulsivo de las deudas. Pero allí estaba el nuevo poder social; y ni los deseos piadosos, ni el anhelo por el regreso de los buenos tiempos antiguos pudieron expulsar ya del mundo al dinero ni a la usura”. (Ibid, capítulo 5).
Dinero de crédito
Como indica Engels más arriba, con su referencia al “anhelo por el regreso de los buenos tiempos” cuando “el dinero y la usura” no existían, mientras ha habido dinero ha habido crédito y deuda; y mientras ha existido la usura, ha existido el «cobro forzoso de deudas» – «un nuevo poder social… ante el cual toda la sociedad debe inclinarse».
Algunos teóricos monetarios, sin embargo, intentan enfatizar que el dinero no es, sobre todo, más que un sistema de créditos y deudas; un conjunto de cuentas y balances que representan la distribución de la riqueza de la sociedad entre su población. Lo que vemos en términos de intercambio de moneda es, dentro de este marco de entender el dinero, simplemente un medio para liquidar cuentas y hacer transferencias entre diferentes saldos, el dinero como medio de pago.
Tales ideas, que se conocen generalmente como la teoría del dinero del crédito (o la deuda), fueron expuestas con más detenimiento por el economista británico de principios del siglo XX, Alfred Mitchell Innes, y están respaldadas, según David Graeber en su libro Deuda: los primeros 5.000 años, según la evidencia antropológica moderna.
Según Innes y Graeber, nuestra concepción moderna del dinero, como se describe en los libros de texto académicos, se basa fundamentalmente en un mito: el «mito del trueque», como lo describe Graeber, que se ha extendido a la imaginación y la conciencia populares como resultado de las obras de los economistas políticos clásicos, como Adam Smith y David Ricardo, y antes de ellos las teorías del empirista inglés John Locke, e incluso del antiguo filósofo griego Aristóteles.
Para los economistas clásicos, el dinero se consideraba principalmente un medio de intercambio : un producto único que se eleva por encima de todos los demás para ser aceptado universalmente con el fin de facilitar el comercio. El uso de una mercancía particular como dinero, como el oro, radica en su propia alta densidad de valor. Antes del dinero, cuenta la historia, no había forma de comerciar más que a través del trueque. Esto claramente planteaba problemas, ya que requeriría que se cruzaran individuos con necesidades mutuamente recíprocas y que los bienes comercializados fueran transportados, listos para el intercambio. De ahí la invención del dinero, para superar las barreras del trueque y ampliar tanto la variedad de bienes que se podían intercambiar como la distancia a la que se podían comerciar.
El problema, señala Graeber, citando a la antropóloga de Cambridge Caroline Humphrey, es que: “Nunca se ha descrito ningún ejemplo de una economía de trueque, pura y simplemente, y mucho menos el surgimiento del dinero; toda la etnografía disponible sugiere que nunca ha existido tal cosa». (Graeber, op. cit., P29)
Cabe señalar, sin embargo, que esta narrativa antropológica del “mito del trueque” se basa en la búsqueda de una economía de trueque , es decir, de una comunidad en la que tuvo lugar el intercambio interno de bienes mediante el trueque. Pero como señaló Engels (y Marx también), el desarrollo del intercambio de mercancías a través del trueque no ocurre inicialmente internamente dentro de la comunidad, sino externamente, en los límites donde interactúan las diferentes tribus. No debería sorprender, por tanto, que históricamente no se pueda encontrar “ningún ejemplo de economía de trueque”.
Para quienes proponen la teoría del dinero del crédito o deuda , en contraste con los economistas clásicos y su teoría del dinero como mercancía , el papel principal del dinero no es como medio de intercambio, sino como unidad de cuenta. En esta era moderna del capitalismo, con su sistema crediticio altamente desarrollado, banca de reserva fraccionaria y transferencias electrónicas, la idea de que el dinero es más que solo monedas y efectivo en circulación puede parecer obvia. Pero en la época de Smith, Ricardo, et al., tal idea no se consideraba una verdad evidente. Incluso hoy en día, hay quienes, al observar el colapso del sistema financiero a raíz de la crisis bancaria de 2008, sin mencionar las burbujas crediticias cada vez mayores y la impresión de dinero a través de la flexibilización cuantitativa que continúa hoy, es comprensible que pidan una vuelta al estándar de oro para restaurar la calma y el orden en el sistema monetario mundial.
Entonces, como medio de cuenta, el dinero es principalmente un sistema de créditos y deudas. Como enfatiza Graeber: “No comenzamos con el trueque, descubrimos el dinero y finalmente desarrollamos sistemas de crédito. Ocurrió precisamente al revés. Lo que ahora llamamos dinero virtual fue lo primero. Las monedas llegaron mucho más tarde y su uso se extendió solo de manera desigual, nunca reemplazando por completo los sistemas de crédito». (Ibíd, p40)
Felix Martin destaca dos ejemplos en Dinero: la biografía no autorizada para enfatizar el punto. El primero es el caso de la gente de Yap, una isla remota del Pacífico. Un antropólogo estadounidense llamado William Furness, que visitó Yap en 1903, se sorprendió al descubrir que la economía de la pequeña isla consistía en sólo unas pocas mercancías; y, lo que es más importante, no existía el trueque ni ninguna moneda que actuara como medio de cambio. En cambio, Yap tenía un sistema monetario altamente desarrollado que involucraba grandes ruedas de piedra llamadas «fei», de hasta 3,7m de tamaño, que se usaban para representar y contabilizar las diversas cantidades de riqueza que poseían los individuos dentro de la comunidad.
En particular, dice Martin, Furness “observó que el transporte físico de fei de una casa a otra era, de hecho, raro. Se llevaron a cabo numerosas transacciones, pero las deudas contraídas generalmente se compensaron entre sí, con cualquier saldo pendiente trasladado a la expectativa de algún intercambio futuro. Incluso cuando se consideró que los saldos abiertos requerían liquidación, no era habitual que los fei se intercambiaran físicamente». (Martin, op. cit., Pág. 4)
“El dinero de Yap no era el fei”, continúa Martin, “sino el sistema subyacente de cuentas de crédito y compensación que ayudaron a realizar un seguimiento. Los fei eran solo fichas con los que se mantenían estas cuentas». (Martin, op.cit., Pág. 12)
Más cerca de casa, Martin da otro ejemplo de dicho dinero de crédito en forma de «cuentas de Hacienda»: palos de madera utilizados en Inglaterra entre los siglos XII y XVIII para registrar los pagos hacia o desde el estado. Dichos palos se dividirían por la mitad, y el acreedor y el deudor se quedarían con la mitad cada uno como recibo del pago. En particular, la mitad del acreedor podría utilizarse como medio de pago, una forma de garantía financiera, intercambiada con otra persona para liquidar una deuda no relacionada.
No fue hasta 1834 que estas cuentas de Hacienda fueron finalmente abolidas, reemplazadas por el Banco de Inglaterra con un sistema de billetes de papel. Los recuentos que quedaron fueron quemados y destruidos, dejando poca evidencia de su existencia. Por razones similares, señala Martin, la evidencia física de todo tipo de sistemas monetarios a lo largo de la historia, y en particular los sistemas de crédito que involucran cuentas escritas, puede que se hayan perdido para siempre, y solo la moneda fuerte de las monedas sobrevive en la actualidad. Como resultado, tanto Martin como Graeber plantean la hipótesis, nos quedamos predominantemente con un concepto de dinero que enfatiza los bienes tangibles, como los metales preciosos.