¿Qué es el marxismo?

Prólogo

El marxismo, o socialismo científico, es el nombre dado al conjunto de ideas concebidas por primera vez por Karl Marx (1818-1883) y Friedrich Engels (1820-1895). En su totalidad, estas ideas proporcionan una base teórica completamente elaborada para la lucha de la clase obrera para alcanzar una forma superior de sociedad humana: el socialismo.

marx-engels_1848Si bien las concepciones del marxismo han sido posteriormente desarrolladas y enriquecidas por la experiencia histórica de la propia clase obrera, sus ideas fundamentales siguen siendo inamovibles, proporcionando una base firme para el movimiento obrero en la actualidad. Ni antes, ni desde la época de Marx y Engels, se ha presentado ninguna teoría superior, más veraz o científica para explicar el movimiento de la sociedad y el papel de la clase obrera en este movimiento. El conocimiento del marxismo, por tanto, le proporciona al proletariado la teoría necesaria para llevar a cabo la gran tarea histórica de transformar la sociedad en líneas socialistas.

Es este hecho el que explica los constantes y amargos ataques a todos los aspectos del marxismo llevados a cabo por todo tipo de defensores del orden social existente – desde los conservadores hasta los reformistas pequeñoburgueses, desde el sacerdote jesuita hasta el profesor universitario.

Por la furia misma de estos ataques, así como por el hecho de que han de mantenerse de forma continua pese a que cada uno de los expertos de turno presuma siempre de haber “eliminado finalmente” el marxismo, los miembros más avanzados del movimiento obrero pueden deducir dos cosas:

En primer lugar, que los defensores del capitalismo reconocen en el marxismo el desafío más peligroso para su sistema, y con ello también confiesan al mismo tiempo la verdad que contiene, a pesar de todos sus intentos por «refutarlo».

En segundo lugar, que, lejos de desaparecer bajo el montón de abusos, «exposiciones» chapuceras y flagrantes distorsiones, las teorías de Marx y Engels están ganando terreno, especialmente entre las capas activas del movimiento obrero, donde un número creciente de trabajadores, bajo el impacto de la crisis del capitalismo, se esfuerzan por descubrir el auténtico significado de las fuerzas que dan forma a sus vidas, con el fin de ser capaces de influir y decidir conscientemente su propio destino.

Las teorías del marxismo le proporcionan al trabajador pensante el necesario entendimiento a tal fin – un hilo capaz de conducirlo a través del laberinto confuso de los acontecimientos, de los complejos procesos de la sociedad, de la economía, de la lucha de clases, de la política. Armado con esta espada, el trabajador puede cortar el nudo gordiano que lo ata al más poderoso obstáculo en el camino al progreso para sí mismo y para su clase – la ignorancia.

Es para mantener este nudo firmemente atado que los representantes a sueldo de la clase dominante luchan con todas sus fuerzas para desacreditar al marxismo ante los ojos de la clase obrera. Es un deber de todo trabajador serio en el movimiento obrero estudiar las teorías de Marx y Engels, como un requisito previo esencial para la conquista de la sociedad por la clase trabajadora.

Sin embargo, hay obstáculos en el camino de la lucha de los trabajadores hacia la teoría y la comprensión que son mucho más difíciles de resolver que los garabatos de los sacerdotes y profesores. Una persona que se ve obligada a trabajar largas horas en la industria, que no se ha beneficiado de una educación decente y, en consecuencia, no tiene el hábito de leer, encuentra una gran dificultad en la absorción de algunas de las ideas más complejas, sobre todo en un principio. Sin embargo, era para los trabajadores para quienes Marx y Engels escribían, no para estudiantes y personas de clase media «inteligentes».

«Todo comienzo es difícil», no importa de qué ciencia estemos hablando. El marxismo es una ciencia y por lo tanto le exige mucho al principiante. Sin embargo, todo trabajador que esté activo en los sindicatos o en un partido obrero sabe que nada vale la pena si no se alcanza con cierto grado de lucha y sacrificio. Es a los activistas del movimiento obrero a quienes se dirige el presente folleto.

Al trabajador activo que esté dispuesto a perseverar, se le puede prometer una cosa: una vez que haya realizado el esfuerzo inicial para familiarizarse con ideas nuevas y desconocidas, la teoría marxista le aparecerá como fundamentalmente directa y sencilla. Por otra parte – y hay que hacer hincapié en ello – el trabajador que adquiera mediante el esfuerzo paciente una comprensión del marxismo se convertirá a su vez en mejor teórico que la mayoría de los estudiantes, tan sólo porque podrá comprender las ideas no sólo en abstracto, sino concretamente, al aplicarlas a su propia vida y trabajo.

Todas las clases explotadoras tratan de justificar moralmente su dominio de clase al presentarlo como la forma más alta, más natural del desarrollo social, ocultando deliberadamente el sistema de explotación, disfrazando y distorsionando la verdad. La clase capitalista actual, a través de sus mercenarios profesionales y seguidores, ha minuciosamente desarrollado toda una nueva filosofía y moral para justificar su posición dominante en la sociedad.

La clase obrera, por el contrario, no tiene ningún interés material en distorsionar la verdad, y se da por tarea poner al descubierto las realidades del capitalismo con el fin de preparar conscientemente su emancipación. Lejos de buscar una posición especial para sí misma, la clase obrera tiene como objetivo abolir el capitalismo y con ello las diferencias de clase y los privilegios. Para ello debe rechazar el punto de vista de los capitalistas, y buscarse para sí misma un nuevo método, marxista, de comprensión.

El método marxista ofrece una visión más completa y rica de la sociedad y la vida en general, y despeja el velo de misticismo en la comprensión del desarrollo humano y social. La filosofía marxista explica que el motor de la historia no se halla ni en «grandes hombres», ni en lo sobrenatural, sino que se deriva del propio desarrollo de las fuerzas productivas (industria, ciencia, técnica, etc) en sí mismo. Es la economía, en última instancia, la que determina las condiciones de vida, los hábitos y la conciencia de los seres humanos.

Cada nueva reorganización de la sociedad – ya sea la esclavitud, el feudalismo o el capitalismo – ha dado paso a un enorme desarrollo de las fuerzas productivas que a su vez dio a los hombres y las mujeres un mayor poder sobre la naturaleza. Tan pronto como un sistema social se muestra incapaz de desarrollar estas fuerzas de producción, es cuando la sociedad entra en una época de revolución. Sin embargo, en el caso del cambio del capitalismo al socialismo, el proceso no es automático, sino que requiere la intervención consciente de la clase obrera para llevar a cabo esta tarea histórica. Si no lo hace, esto a largo plazo allanaría el camino para el advenimiento de la reacción y, finalmente, una guerra mundial.

El capitalismo ha vuelto a entrar en una nueva crisis económica mundial que resulta en un desempleo masivo en las líneas de la década de 1930. Las seudo teorías de los economistas capitalistas han demostrado ser totalmente incapaces de impedir las recesiones, lo que ha impulsado a la clase dominante a deshacerse del keynesianismo y volver a adoptar las medidas antiguas de «finanzas sanas» del monetarismo. En lugar de resolver la situación, este último programa ha servido para profundizar y prolongar la crisis.

Sólo el marxismo ha sido capaz de exponer las contradicciones del capitalismo que resultan periódicamente en recesiones y depresiones. El capitalismo ha agotado por completo su papel histórico en el desarrollo de la base productiva de la sociedad. Constreñidas por el Estado nacional y la propiedad privada, las fuerzas productivas son sistemáticamente destruidas debido a la sobreproducción masiva de mercancías y capitales.

Tal y como Marx y Engels explicaron:

“En esas crisis una epidemia social que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superproducción. La sociedad se ve retrotraída repentinamente a un estado de barbarie momentánea; se diría que una plaga de hambre o una gran guerra aniquiladora la han dejado esquilmada, sin recursos para subsistir; la industria, el comercio están a punto de perecer. ¿Y todo por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados recursos, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya para fomentar el régimen burgués de la propiedad; son ya demasiado poderosas para servir a este régimen, que constituye un obstáculo para su desarrollo. Y cada vez que las fuerzas productivas salvan este obstáculo, siembran el desorden en toda la sociedad burguesa y amenazan la existencia de la propiedad burguesa. (Marx & Engels, El Manifiesto Comunista).

El presente folleto reúne por primera vez en castellano los tres suplementos del Boletín de Estudios Marxistas de Gales del Sur (publicados por primera vez en la década de 1970) como una pequeña contribución a la sed creciente de ideas marxistas.

Este folleto sin embargo, no está destinado a proporcionar una exposición completa del marxismo, sino a ayudar al trabajador-estudiante en su aproximación al tema, dando un esbozo de algunas ideas básicas.

El estudio del marxismo reposa sobre tres categorías principales, que corresponden en términos generales a la filosofía, la historia social y la economía, o llamándolos por sus nombres correctos, el materialismo dialéctico, el materialismo histórico y la teoría del valor-trabajo. Estas son las famosas «tres partes integrantes del marxismo» a las que se refería Lenin.

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Introducción al materialismo dialéctico

 

¿Qué es la filosofía?

rodin_el_pensadorEn cada etapa de la historia humana, los hombres y mujeres han desarrollado alguna forma de interpretar el mundo y reflexionado acerca del lugar que ocupan en él, desarrollando así una filosofía. Los elementos que se utilizan para elaborar esta interpretación se han obtenido mediante la observación de la naturaleza y a través de la generalización de las experiencias del día a día.

Hay personas que creen que no necesitan ninguna filosofía o concepción del mundo. Sin embargo, en la práctica todo el mundo tiene una filosofía, incluso si no está desarrollada de forma consciente. Las personas que se guían por el mero «sentido común» y piensan que se las arreglan bien sin teoría, en la práctica no hacen más que pensar a la manera tradicional. Marx decía que las ideas dominantes en la sociedad son las ideas de la clase dominante. Para mantener y justificar su dominación, la clase capitalista hace uso de todos los medios disponibles para distorsionar la conciencia del trabajador. La escuela, la Iglesia, la televisión y la prensa se utilizan para fomentar la ideología de la clase dominante y adoctrinar a los trabajadores para que acepten su sistema como la forma más natural y permanente de la sociedad. En ausencia de una filosofía socialista consciente, aceptan inconscientemente la filosofía capitalista.

En cada fase de la sociedad de clase, la clase revolucionaria ascendente, que tiene por objetivo cambiar la sociedad, ha de luchar por una nueva concepción del mundo y tiene que atacar a la filosofía antigua, que, basándose en el viejo orden, lo justificaba y lo defendía.

Idealismo y materialismo

A lo largo de la historia de la filosofía nos encontramos con dos campos opuestos, el idealista y el materialista. La idea común de «idealismo» (es decir, la honradez, la rectitud en la búsqueda de los ideales) y de «materialismo» (es decir, el egoísmo codicioso y avaricioso) no tiene nada que ver con el idealismo y el materialismo filosóficos.

Muchos grandes pensadores del pasado fueron idealistas, especialmente Platón y Hegel. Esta escuela de pensamiento considera a la naturaleza y la historia como un reflejo de las ideas o del espíritu. La teoría según la cual los hombres y mujeres y todo lo material fueron creados por un espíritu divino, es un concepto básico del idealismo. Esta perspectiva se expresa de diferentes maneras, sin embargo, su base es que las ideas gobiernan el desarrollo del mundo material. La historia se explica como una historia del pensamiento. Las acciones de las personas se ven como el resultado de pensamientos abstractos y no de sus necesidades materiales. Hegel dio un paso más allá, siendo un idealista coherente, y convirtió el pensamiento en una «Idea» independiente que existe fuera del cerebro y es independiente del mundo material, convirtiendo este último en un mero reflejo de esta Idea. La religión forma parte del idealismo filosófico.

Los pensadores materialistas, por otra parte, han sostenido que el mundo material es real y que la naturaleza o materia es lo primario. La mente o las ideas son un producto del cerebro. El cerebro, y por lo tanto las ideas, surgieron en una etapa determinada del desarrollo de la materia viva. Los principios fundamentales del materialismo son los siguientes:

* El mundo material, conocido por nosotros a través de nuestros sentidos y explorado por la ciencia, es real. El desarrollo del mundo se debe a sus propias leyes naturales, sin ningún recurso a lo sobrenatural.

* Sólo hay un mundo, el mundo material. El pensamiento es un producto de la materia (el cerebro) sin el cual no puede haber ideas con existencia propia. Por lo tanto la mente o las ideas no pueden existir en forma aislada, aparte de la materia. Las ideas generales son sólo reflejos del mundo material. «Para mí – escribió Marx – la idea no es otra cosa que el mundo material reflejado en la mente humana, y traducido en forma de pensamiento.» Por lo que «el ser social determina la conciencia».

Los idealistas conciben la conciencia, el pensamiento, como algo externo y opuesto a la materia, a la naturaleza. Esta oposición es algo totalmente falso y artificial. Hay una estrecha correlación entre las leyes del pensamiento y las leyes de la naturaleza, porque las primeras siguen y reflejan las segundas. El pensamiento no puede derivar sus categorías de sí mismo, sino sólo desde el mundo exterior. Incluso los pensamientos aparentemente más abstractos, en realidad, proceden de la observación del mundo material.

Incluso una ciencia aparentemente abstracta como las matemáticas, en última instancia, se deriva de la realidad material, y no es una invención del cerebro. En la escuela, el niño cuenta en secreto sus dedos materiales por debajo de un pupitre material antes de resolver un problema aritmético abstracto. Al hacerlo, está recreando los orígenes de las propias matemáticas. Nos basamos en el sistema decimal porque tenemos diez dedos. Los números romanos se basaban originalmente en la representación de los dedos.

En palabras de Lenin «la materia actuando sobre nuestros órganos sensitivos produce sensaciones. Las sensaciones dependen del cerebro, de los nervios, de la retina…, es decir, son el supremo producto de la materia».

La persona es parte de la naturaleza y desarrolla sus ideas en interacción con el resto del mundo. Los procesos mentales son en efecto reales, pero no constituyen algo absoluto, al margen de la naturaleza. Se les debe estudiar en las circunstancias ma­teriales y sociales en las que surgen. «Los fantasmas formados en el cerebro hu­mano – afirmaba Marx – son necesariamente sublimaciones de su proceso mate­rial de vida». Más tarde concluía: «Moral, Religión, Metafísica, todo el resto de la ideología y sus correspondientes formas de conciencia, no sostienen su aparien­cia de independencia. No tienen historia, ni desarrollo; pero los hombres, desarro­llando su producción material y sus relaciones materiales, alteran paralelamente su existencia real, su forma de pensar y el producto de ésta. La vida no es determi­nada por la conciencia, sino la conciencia por la vida».

Los orígenes del materialismo

«La patria primitiva de todo el materialismo moderno – escribía Engels -desde el siglo XVII en adelante, es Inglaterra”.

En esa época, la vieja aristocracia feudal y la monarquía empezaron a ser com­batidas por las clases medias recién aparecidas. El bastión del feudalismo era la Iglesia Católica de Roma, que proporcionaba una justificación divina para la monarquía y las instituciones feudales. Éstas, por tanto, tenían que ser liquidadas an­tes de que el feudalismo pudiera ser abatido. La burguesía en ascenso se enfrentó con las viejas ideas y los conceptos divinos sobre los que el viejo orden se basaba.

«Paralelamente con el ascenso de las clases medias, vino un gran renacimiento de la ciencia: la astronomía, la mecánica, la física, la anatomía, la fisiología, fueron cultivadas de nuevo. Y la burguesía para el desarrollo de su producción industrial, requería una ciencia que investigase las propiedades físicas de los objetos naturales y los modos de acción de las fuerzas de la naturaleza. Hasta entonces la ciencia no había sido otra cosa que la servidora de la Iglesia, no se le había permitido ir más allá de los límites que la fe determinaba y, precisamente por esto, no había habido de ninguna manera una ciencia. La ciencia se rebeló contra la Iglesia; la burguesía no podía hacer nada sin la ciencia y, por lo tanto, tenía que unírsele en la rebelión.” [1]

Fue en esa época cuando Francis Bacon(1561-1626) desarrolló sus revoluciona­rias ideas sobre el materialismo. Según él, los sentidos eran infalibles y, a la vez, la fuente de todo conocimiento. Toda ciencia se basaba en la experiencia y consistía en someter el dato concreto a un método racional de investigación: in­ducción, análisis, comparación, observación y experimentación.

Quedó, sin embargo, para Tomas Hobbes (1588-1679) el continuar y desa­rrollar el materialismo de Bacon como un sistema. Hobbes se dio cuenta de que las ideas y los conceptos eran sólo un reflejo del mundo material y que «es impo­sible separar el pensamiento de la materia sobre la que se piensa». Más tarde, el pensador inglés John Locke (1632-1704) aportó pruebas de este materialismo.

Esta escuela de filosofía materialista pasó de Inglaterra a Francia, para ser recogida y posteriormente desarrollada por René Descartes (1596-1650) y sus segui­dores. Estos materialistas franceses no se limitaron a criticar la religión, sino que extendieron su crítica a todas las instituciones e ideas. Se enfrentaron a estas cosas en nombre de la Razón y armaron a la naciente burguesía en su batalla contra la monarquía. El nacimiento de la Gran Revolución burguesa de Francia de 1789-93 hizo de la filosofía materialista su credo. A diferencia de la Revolución Inglesa de mediados del siglo XVII, la Revolución Francesa destruyó completa­mente el viejo orden feudal. Como Engels puso de relieve más tarde:

“Hoy sabemos que aquel Reino de la Razón no era nada más que el Reino de la Burguesía idealizado, que la justicia eterna encontró su realización en los tribunales de la burguesía, que la igualdad desembocó en la igualdad burguesa ante la ley, que como uno de los derechos del hombre más esenciales se proclamó la propiedad bur­guesa y que el Estado de la Razón, el contrato social roussoníano, tomó vida, y sólo pudo cobrarla, como república burguesa democrática. Los grandes pensadores del siglo XVIII, exactamente igual que todos sus predecesores, no pudieron rebasar los límites que les había puesto su propia época” (Engels,Anti-Dühring).

El defecto, a pesar de todo, de este materialismo desde Bacon en adelante, era su rígida y mecánica interpretación de la Naturaleza. No es accidental que la es­cuela materialista inglesa floreciese en el siglo XVIII, cuando los descubrimientos de Isaac Newton hicieron de la Mecánica la ciencia más avanzada e importante de su tiempo. En palabras de Engels, «la limitación específica de este materialismo consistía en su incapacidad para concebir el mundo como un proceso, como una materia sujeta a desarrollo histórico ininterrumpido».[2]

La Revolución Francesa tuvo un efecto profundo en el mundo civilizado, al igual que luego lo tendría la Revolución Rusa de 1917. Efectivamente, revolucionó el pensamiento en todos los campos, político, filosófico, científico y artístico. El fer­mento de ideas que emergió de esta revolución democrático-burguesa, aseguró avan­ces en las ciencias naturales, la geología, la botánica, la química, así como en la economía política.

Fue en ese periodo cuando se hizo una crítica del punto de vista mecánico de estos materialistas. Un filósofo alemán, Immanuel Kant (1724 -1804), fue el prime­ro que rompió con la vieja mecánica, con su descubrimiento de que la Tierra y el Sistema Solar habían llegado a ser y que no habían existido eternamente. Lo mismo sucedía con la geografía, la geología, las plantas y los animales.

Estas revolucionarias ideas de Kant fueron desarrolladas aún más por otro bri­llante pensador alemán, Georg Hegel(1770-1831). Hegel era un filósofo idealista, que pensaba que el mundo podía ser explicado como una manifestación o reflejo de una «mente universal» o «Idea”, esto es, algún tipo de Dios

Hegel observaba el mundo, no como un miembro activo de la sociedad y de la historia humana, sino como un filósofo, observando los hechos desde fuera. Se situó en una posición por encima del mundo, interpretando la historia del pen­samiento y del mundo como el mundo de las ideas, como un mundo ideal. Así, para Hegel, los problemas y las contradicciones no se plantean en términos reales, sino en términos de pensamiento, y por lo tanto sólo podían ser resueltos a través de la evolución del pensamiento mismo. En vez de que las contradicciones en la so­ciedad fuesen resueltas por la acción de los hombres, por la lucha de clases, la solu­ción para Hegel se encontraba en la cabeza del filósofo, en la Idea Absoluta.  

Sin embargo, Hegel reconoció los errores y la cortedad del viejo punto de vista mecanicista. También reconoció la falta de adecuación de la lógica formal y sentó las bases para una concepción del mundo que podría explicar las contra­dicciones a través del cambio y el movimiento.

A pesar de que Hegel redescubrió y analizó las leyes del cambio y el movimien­to, su idealismo ponía todas las cosas cabeza abajo. Esta era la lucha y la crítica que le hacían los jóvenes hegelianos dirigidos por Ludwig Feuerbach (1804-1872) que intentó corregir esta postura y colocar la filosofía con los pies en el suelo. Pero incluso Feuerbach – «cuya mitad inferior era materialista y la mitad superior idealista» (Engels) – no fue capaz de limpiar totalmente el hegelianismo de su concepción idealista. Este trabajo quedó para Marx y Engels, quienes fue­ron capaces de quitarle al método dialéctico el carácter místico que hasta entonces tenía.

La dialéctica hegeliana se fusionó con el materialismo moderno para producir la concepción revolucionaria que es el materialismo dialéctico.

¿Qué es la dialéctica?

Hemos visto que el materialismo moderno parte de considerar que la materia es lo primario y que la mente o las ideas son productos del cerebro.

Pero, ¿Qué es el pensamiento dialéctico o la dialéctica?

«La dialéctica no es más que la ciencia de las leyes generales del movimiento y la evolución de la naturaleza, de la sociedad humana y del pensamiento.» (Engels, Anti-Dühring).

El método dialéctico tenía ya una larga existencia antes de que Marx y Engels lo desarrollasen científicamente como un medio de comprender el desarrollo de la sociedad humana.

Los griegos antiguos produjeron algunos grandes pensado­res dialécticos, entre los que están Platón, Zenón de Elea y Aristóteles. Ya en el año 500 antes de nuestra era, Heráclito adelantaba la idea de que «todas las cosas son y no son, porque todo fluye, está cambiando constantemente, constantemente naciendo y muriendo. Es imposible sumergirse dos veces en uno e idéntico río».

Esta frase contiene ya la concepción fundamental de la dialéctica, de que todo en la naturaleza está en un constante estado de cambio y que este cambio se pro­duce a través de una serie de contradicciones.

«La gran idea cardinal de que el mundo no puede concebirse como un conjunto de objetos terminados y acabados, sino como un conjunto de procesos, en el que las co­sas que parecen estables, al igual que sus reflejos mentales en nuestras cabezas, los conceptos, pasan por una serie ininterrumpida de cambios, por un proceso de géne­sis y caducidad; esta gran idea cardinal se halla ya tan arraigada desde Hegel en la conciencia habitual, que, expuesta así, en términos generales, apenas encuentra opo­sición. Pero una cosa es reconocerla de palabra y otra cosa es aplicarla a la realidad concreta, en todos los campos sometidos a la investigación”.

“Para la filosofía dialéctica no existe nada definitivo, absoluto, consagrado; en todo pone de relieve lo que tiene de perecedero, y no deja en pie más que el proceso ininterrumpido del de­venir y perecer, un ascenso sin fin de lo inferior a lo superior, cuyo mero reflejo en el cerebro pensante es esta misma filosofía.» (Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana).

Pintura_Leonardo-La_scuola_di_AteneLa dialéctica y la metafísica

Los filósofos griegos anticiparon brillantemente el posterior desarrollo de la dia­léctica, así como el de otras ciencias. Pero no podían llevar ellos mismos esta anticipación a su conclusión lógica, debido al bajo desarrollo de los medios de pro­ducción y a la falta de una adecuada información acerca de los fenómenos del Universo.

Sus ideas dieron una visión casi correcta del conjunto, pero a menudo no eran más que geniales inspiraciones y no teorías elaboradas científicamente. Para llevar más lejos el pensamiento humano, era necesario abandonar este camino e intentar llegar a una comprensión general del Universo y concentrarse en las pequeñas, más rutinarias, tareas de coleccionar, elaborar y nivelar un conjunto de hechos indivi­duales, de verificar las teorías particulares, mediante la experimentación, la definición…

Esta aproximación factual, experimental, empírica, permitió un enorme avance del pensamiento humano y la ciencia. Las investigaciones sobre los fenómenos de la naturaleza se podían llevar ahora científicamente, analizando cada problema particular y verificando cada conclusión. Pero en esta evolución, en este nuevo estadio de desarrollo, la vieja habilidad de tratar las cosas en su conexión, y no aisladamente, en su movimiento y no estáticamente, en su vida y no en su muerte, se perdió.

Al estrecho, empírico, modo de pensar que consecuentemente surgió se le llamó acercamiento “metafísico” y es el que todavía domina la moderna filosofía y la cien­cia capitalista. En política está reflejado en el famoso pragmatismo de Harold Wilson «si funciona, debe ser correcto» y en el constante llamamiento a los hechos, pero siempre aislados.

Pero los hechos no se seleccionan a sí mismos. Deben ser elegidos por los hom­bres. El orden y la secuencia en que se les ordena, así como las conclusiones que se obtienen de ellos, depende de las nociones preconcebidas del individuo. Así, estos llamamientos a los hechos, a los que se supone de acuerdo con una impar­cialidad científica, suelen ser sólo una cortina de humo para ocultar los prejuicios de los que los utilizan.

La dialéctica no se ocupa sólo de los hechos, sino de los hechos en su conexión, es decir, de procesos no sólo de ideas aisladas, sino de leyes; no sólo de lo particu­lar, sino de lo general.

El pensamiento dialéctico guarda la misma relación con la Metafísica que la que guarda un fotograma de una película con la película en su conjunto. El uno no contradice al otro, sino que lo complementa. Sin embargo, la más certera y completa aproximación a la realidad está en la película.

Para la vida cotidiana y para cálculos sencillos, el pensamiento metafísico o sen­tido común es suficiente. Pero tiene sus limitaciones y más allá de éstos convierte la verdad en mentira. La principal limitación de este tipo de pensamiento es su incapa­cidad para comprender el movimiento y el desarrollo, junto con su repudio de toda contra­dicción. Sea como fuere, el movimiento y el cambio implican contradicciones.

«Para el metafísico las cosas y sus imágenes en el pensamiento, los conceptos, son objetos aislados de estudio, que se consideran uno tras otro y sin el otro, firmes, fijos y rígidos, dados de una vez para siempre. Su pensamiento está formado de antítesis sin término medio; dice: sí, sí, no, no; y todo lo que pasa de eso, de mal espíritu procede. Para él, toda cosa existe o no existe: una cosa no puede ser al mismo tiempo ella misma y algo diferente. Lo positivo y lo negativo se excluyen lo uno a lo otro de un modo absoluto; la causa y el efecto se encuentran del mismo modo en rígida contraposición. Este modo de pensar nos resulta a prime­ra vista muy plausible porque es el del llamado sano sentido común. Pero el sano sentido común, por apreciable compañero que sea en el doméstico dominio de sus cuatro paredes, experimenta asombrosas aventuras en cuanto que se arriesga por el ancho mundo de la investigación” (Engels, Anti-Dühring).

Para las cuestiones diarias, por ejemplo, es posible decir con un cierto grado de certeza si un individuo, planta o animal está vivo o muerto. Pero es mucho más complicado decir exactamente dónde está el límite a partir del cual se puede ha­blar de vida independiente del feto en el vientre materno, y de igual manera es imposible fijar el momento de la muerte porque la fisiología ha demostrado que la muerte no es un suceso instantáneo, sino un proceso bastante largo.

Como Heráclito advertía: «La misma cosa en nosotros vive y muere, duerme y está despierta, es joven y vieja; cada una cambia su lugar y deviene la otra. No­sotros entramos y no entramos en el mismo río: estamos y no estamos».

Trotsky, en su ABC de la dialéctica materialista, caracterizaba a la dialéctica como una ciencia de las formas de nuestro pensamiento en la medida en que no se reduce a los problemas diarios, sino que intenta llegar a una comprensión de los procesos más complicados y complejos.

Comparaba la dialéctica y la lógica formal (la metafísica) con las matemáticas superiores y las básicas. Aristóteles fue el primero que desarrolló las leyes de la lógica formal, y su sistema lógico ha sido aceptado siempre desde entonces por los metafísicos como el único método posible de pensamiento científico:

«La lógica aristotélica del silogismo simple parte de la premisa de que A es igual a A. Este postulado se acepta como un axioma para una cantidad de acciones huma­nas prácticas y de generalizaciones elementales. Pero en realidad A no es igual a A. Esto es fácil de demostrar si observamos estas dos letras bajo una lente: son comple­tamente diferentes. Pero, se podrá objetar, no se trata del tamaño o de la forma de las letras, dado que ellas son solamente símbolos de cantidades iguales, por ejemplo de un kilo de azúcar. La objeción no es válida; en realidad, un kilo de azúcar nunca es igual a un kilo de azúcar: una balanza delicada descubriría siempre la diferencia. Nuevamente se podría objetar: sin embargo un kilo de azúcar es igual a sí mismo. Tampoco esto es verdad: todos los cuerpos cambian constantemente de peso, color, etc. Nunca son iguales a sí mismos. Un sofista contestará que un kilo de azúcar es igual a sí mismo ‘en un momento dado’. Fuera del valor práctico extremadamente dudoso de este axioma, tampoco soporta una crítica teórica ¿Cómo concebimos real­mente la palabra ‘momento’? Si se trata de un intervalo infinitesimal de tiempo, en­tonces un kilo de azúcar está sometido durante el transcurso de ese ‘momento’ a cam­bios inevitables ¿O este ‘momento’ es una abstracción puramente matemática, es decir, cero tiempo? Pero todo existe en el tiempo y la existencia misma es un proceso ininterrumpido de transformación; el tiempo es en consecuencia un elemento fun­damental de la existencia. De este modo el axioma A es igual a A, significa que una cosa es igual a sí misma si no cambia, es decir, si no existe.

“A primera vista, podría parecer que estas sutilezas son inútiles: en realidad tienen decisiva importancia. El axioma A es igual a A es, a un mismo tiempo, punto de partida de todos nuestros conocimientos y punto de partida de todos los errores de nuestros conocimientos. Sólo dentro de ciertos límites se lo puede utilizar con uni­formidad. Si los cambios cualitativos que se producen en A carecen de importancia para la cuestión que tenemos entre manos, entonces podremos presumir que A es igual a A. Este es, por ejemplo, el modo con que el vendedor y el comprador consideran un kilo de azúcar. De la misma manera consideramos la temperatura del sol. Hasta hace poco considerábamos de la misma manera el valor adquisitivo del dólar. Pero cuando los cambios cuantitativos sobrepasan ciertos límites se convierten en cam­bios cualitativos. Un kilo de azúcar sometido a la acción del agua o del queroseno deja de ser un kilo de azúcar. Un dólar en manos de un presidente deja de ser un dólar. Determinar en el momento preciso, el punto crítico, en que la cantidad se trans­forma en calidad, es una de las tareas más difíciles e importantes en todas las esferas del conocimiento, incluso de la sociología»(Trotsky, En defensa del marxismo).

hegelHegel

El viejo método dialéctico de razonar, que había caído en desuso desde los tiem­pos medievales, fue revivido a principios del siglo XIX por el gran filósofo alemán G. Hegel (1770-1831). Hegel, una de las mentes más enciclopédicas de su tiempo, sometió las afirmaciones de la lógica formal a una detallada crítica, y demostró sus limitaciones y su manera estrecha y unilateral de ver las cosas. Hegel realizó el primer análisis completo de las leyes de la dialéctica.

«En nuestro tiempo, la idea del desarrollo, de la evolución, ha penetrado actualmente casi en su integri­dad en la conciencia social, pero no a través de la filosofía de Hegel, sino por otros caminos. Sin embargo, esta idea, tal como la formularon Marx y Engels, apoyándose en Hegel, es mucho más completa, más rica de contenido que la teoría de la evolución al uso. Es un desarrollo que parece repetir las etapas ya recorridas, pero de otro modo, sobre una base más alta (la ‘negación de la negación’); un desarrollo, por decirlo así, en espiral y no en línea recta; un desarrollo que se opera en forma de saltos, a través de cataclismos y revoluciones, que significan «interrupciones de la gradualidad»; un desarrollo que es transformación de la cantidad en calidad, impulsos internos de desarrollo originados por la contradicción, por el choque de las diversas fuerzas y tendencias, que actúan sobre determinado cuerpo, o dentro de los límites de un fenómeno dado o en el seno de una sociedad dada; interdependencia íntima e indisoluble concatenación de todos los aspectos de cada fenómeno (con la particularidad de que la historia pone constantemente al descubierto nuevos aspectos), concatenación que ofrece un proceso de movimiento único, universal y sujeto a leyes; tales son algunos rasgos de la dialéctica, teoría mucho más empapada de contenido que la (habitual) doctrina de la evolución” (Lenin, Karl Marx).

«Esta nueva filosofía alemana tuvo su culminación en el sistema hegeliano, en el que por vez primera -y este es su gran mérito- se exponía conceptualmente todo el mundo natural, histórico y espiritual como un proceso, es decir, como algo en cons­tante movimiento, modificación, transformación y evolución, al mismo tiempo que se hacía el intento de descubrir en ese movimiento y esa evolución la conexión inter­na del todo.

«Desde este punto de vista, la historia de la humanidad dejó de parecer una intrincada confusión de violencias sin sentido, todas igualmente recusables por el tribunal de la razón filosófica ya madura, y cuyo más digno destino es ser olvida­das lo antes posible, para presentarse como el proceso evolutivo de la humanidad misma, convirtiéndose en la tarea del pensamiento el seguir la marcha gradual, pro­gresiva, de ese proceso por todos sus retorcidos caminos, y mostrar su interna legali­dad a través de todas las aparentes casualidades” (Engels, Anti-Dühring).

Hegel planteó el problema brillantemente, pero le fue imposible resolverlo por sus prejuicios idealistas. A pesar de su visión mística, la filosofía de Hegel ya a­plicaba las más importantes leyes de la dialéctica.

Transformación de la cantidad en calidad y viceversa

«A pesar de toda posible lentitud, sea cual fuere la continuidad progresiva, la transi­ción de una forma de movimiento a otra es siempre un salto, un cambio decisivo” (Engels, Anti-Dühring).

La idea de cambio y de evolución se acepta hoy generalmente, pero las formas por las que los cambios se producen en la naturaleza y en la sociedad sólo han sido explicadas por la dialéctica marxista. La visión, bastante común, de la evolu­ción como un desarrollo pacífico e ininterrumpido es a la vez parcial y falsa. En política, es la teoría gradualista del cambio social, la base teórica del reformismo.

Hegel desarrolló la idea de una línea nodal en la que en un punto definido, los aumentos o disminuciones puramente cuantitativos, dan lugar a un salto cualita­tivo: “por ejemplo en el caso del agua calentándose, donde el punto de ebullición y de congelación son los puntos donde bajo una presión normal el salto a un nue­vo estado tiene lugar y donde, por tanto, la cantidad se transforma en calidad” (Engels, Anti-Dühring).

Así, en el ejemplo citado, las transformaciones del agua (líquido) en vapor (gas) o hielo (sólido) no ocurren con una evaporación o congelación gradual, sino de re­pente, a una determinada temperatura (0º, 100º). El efecto acumulativo de los numerosos cambios de la velocidad de las moléculas produce eventualmente un cambio de estado (cantidad en calidad).

Se pueden poner miles de ejemplos, de todas las ramas de la ciencia, de la so­ciología e incluso de la vida cotidiana (por ejemplo, el punto en el que, al añadir más sal, cambia la sopa de algo exquisito en algo incomestible).

La línea nodal hegeliana de medir el cambio y la ley de la transformación de la cantidad en calidad y viceversa, son de esencial importancia no sólo para la ciencia (donde como ocurre con otras leyes dialécticas, son usadas inconscientemente por científicos que no son conscientemente dialécticos), sino sobre todo para el análisis de la his­toria, de la sociedad y del movimiento de la clase obrera.

Unidad y lucha de contrarios

El sentido común metafísico pretende por un lado eliminar la contradicción en el pensamiento y la revolución en la evolución y, por otro, probar que todas las ideas y fuerzas opuestas son mutuamente excluyentes.

Sin embargo, “Allí hallamos, considerando las cosas de más cerca, que los dos polos de la contradicción – lo positivo y lo negativo – son tan inseparables como opuestos y se penetran recíprocamente a pesar de la contradicción que entre ellos existe; así hallamos que causa y efecto son ideas que no valen como tales sino aplicadas al caso particular; mas desde el momento en que consideramos ese caso particular en sus relaciones con el todo universal, causa y efecto se identifican, se resuelven en la consideración de la acción y la reacción universales, en que causa y efecto cambian constantemente de lugar, de tal suerte que lo que aquí, y en este momento, es efecto, deviene por otra parte causa, y recíprocamente” (Engels,Anti-Dühring).

«La dialéctica es la ciencia de las concatenaciones, en contraste con la metafísica que trata los fenómenos separados. La dialéctica pretende descubrir las incontables transiciones, causas y efectos que actúan juntos en el universo. La primera tarea de un análisis dialéctico es, por tanto, resaltar la necesaria conexión objetiva de todos los aspectos, fuerzas, tendencias… de la esfera dada de un fenómeno” (Lenin, Apuntes Filosóficos).

La dialéctica se acerca a un fenómeno dado desde el punto de vista de su desa­rrollo, su propio movimiento y vida: cómo surge y cómo muere; considerando tam­bién las contradictorias tendencias y aspectos internos de este fenómeno.

El movimiento es el modo de existencia de todo el universo material. La energía y la materia son inseparables. Aún más, el movimiento no nace de la nada, sino como manifestación de tensiones internas que son inseparables no sólo de la vida, sino también de todas las formas de la materia. El desarrollo y el cambio tienen lugar a través de contradicciones internas. Así, el análisis dialéctico empieza des­cubriendo mediante una investigación empírica las contradicciones que dan lugar al desarrollo y al cambio.

Desde un punto de vista dialéctico todos los “polos opuestos” son parciales e in­cluso inadecuados, incluyendo la contradicción entre verdad y error. El marxismo no acepta la existencia de ninguna verdad eterna. Todas las verdades y errores son relativos. Lo que es verdad en un momento y en unas circunstancias, se vuelve fal­so en otro: verdad y error pasan de ser uno a ser el otro.

En este sentido, el progreso del conocimiento y la ciencia no se produce con la mera negación de teorías incorrectas. Todas las teorías son relativas, abarcando un lado de la realidad. Al principio se les atribuye una validez y posibilidad de aplicación universal. Son “ciertas”. Pero, al cabo de cierto tiempo, se encuentran defi­ciencias en la teoría: no es aplicable a todas las circunstancias, se encuentran ex­cepciones a la regla general. Estas excepciones tienen que ser explicadas y, llegados a cierto punto, se desarrollan nuevas teorías que puedan abarcar también las excepciones. Pero las nuevas teorías no sólo niegan las viejas, sino que las in­corporan bajo una nueva forma.

Sólo podemos excluir las contradicciones si consideramos las cosas en reposo, quie­tas e individualmente yuxtapuestas, es decir, metafísicamente. Pero tan pron­to como consideramos las cosas en su movimiento y cambio, en su vida, su inter­dependencia mutua y su interacción, nos encontramos con una serie de contradicciones.

El movimiento mismo es una contradicción. El cambio físico de un objeto de lugar sólo tiene sentido si admitimos que ese cuerpo está en un lugar y al mismo tiempo en otro lugar.

Con la vida pasa lo mismo. Es una contradicción entre «ser en cada momento uno mismo y otro diferente» (Engels, Anti-Dühring).

El ser vivo absorbe constantemente sustancias que le rodean, las asimila y, a la vez, otras partes del cuerpo se desintegran y son expulsadas del mismo. En el mundo de la naturaleza orgánica ocurren también estas constantes transformacio­nes. Por ejemplo: una piedra se va desintegrando bajo la presión de los elementos; como consecuencia de esto, podemos decir que todas las cosas son constantemen­te ellas mismas y otras distintas en el mismo momento.

Por lo tanto, el deseo de eliminar las contradicciones es el deseo de eliminar la realidad.

Negación de la negación

«¿Qué es pues la negación de la negación? Es una ley muy general, y por ello mismo de efectos muy amplios e importantes, del desarrollo de la naturaleza, la historia y el pensamiento; una ley que, como hemos visto, se manifiesta en el mundo animal y vegetal, en la geología, en las matemáticas, en la historia, en la filosofía…” (Engels, Anti-Dühring).

Esta ley, cuyo funcionamiento en la naturaleza fue observada mucho antes de ser puesta sobre el papel, fue elaborada por primera vez y muy claramente por He­gel quien dio un gran número de ejemplos concretos, que se reiteran en el Anti-Dühring.

La ley de la negación de la negación se ocupa de la naturaleza del desarrollo a través de una serie de contradicciones que, aparentemente, anulan, niegan una forma de existencia, un hecho o una teoría anterior, para, posteriormente a su vez, ser también negadas. El movimiento, el cambio, el desarrollo, se mueven de esta manera, a través de una serie ininterrumpida de negaciones.

Sin embargo, la negación en un sentido dialéctico no significa simplemente la anulación, porque el estadio anterior es a la vez superado y preservado. La nega­ción, en este sentido, es a la vez un acto positivo y negativo.

Hegel da un ejemplo muy simple en su libro Fenomenología del Espíritu:

El capullo desaparece cuando los pétalos florecen y podríamos decir que la forma original es negada por la posterior; en el mismo sentido, cuando surge la fruta, la flor (pétalos, estambres…) puede ser explicada como una falsa for­ma de la existencia de la planta para que la fruta aparezca como su propia natura­leza en lugar de la flor. Estas etapas no son meramente autodiferenciadas, sino que se complementan las unas a las otras, siendo incompatibles las unas con las otras. Pero la actividad incesante inherente a su propia naturaleza hace que haya momentos de unidad orgánica en los que no simplemente se contradicen unas a otras, sino que son tan necesarias como las otras; y esta necesaria igualdad de to­dos los momentos, constituye por sí sola y, por tanto, la vida del proceso global».

En este proceso de autoanulación sin fin, la desaparición de ciertas formas y la aparición de otras, un modelo que surge frecuentemente parece ser una sim­ple repetición de formas, sucesos y teorías ya dejados atrás. Así, en una frase he­cha, los reaccionarios historiado­res burgueses, cuando dicen «la historia se repite a sí misma» intentan probar que la historia misma no es nada más qué una repe­tición del pasado sin ningún sentido; es decir, que la historia es un círculo sin fin.

La dialéctica, por el contrario, separa dentro de lo que parecen ser repeticiones, lo que constituye en realidad un desarrollo de lo inferior a lo superior, una evolución en la cual una for­ma se puede repetir a sí misma, pero a un nivel superior, enriquecida por los desa­rrollos anteriores.

Esto se puede ver aún más claro en el proceso de desarrollo de las ideas huma­nas. Hegel ya enseñaba cómo la filosofía se desarrollaba a través de contradiccio­nes: una escuela del pensamiento negando la otra, pero absorbiendo simultánea­mente las viejas teorías dentro de su propio sistema de pensamiento.

Lo mismo pasa con el desarrollo de la ciencia. Los alquimistas de la Edad Me­dia intentaban encontrar la piedra filosofal que podría cambiar, decían, los meta­les normales en oro. Debido al bajo nivel de las fuerzas productivas, y a la falta de una verdadera técnica, estos tempranos intentos de transmutación de los ele­mentos eran en realidad una fantasía utópica. Pero, en el proceso de estos vanos intentos, los alquimistas descubrieron un gran número de hechos válidos acerca de los aparatos químicos y experimentales que más tarde sirvieron como base para la química moderna.

Con el ascenso del capitalismo, la industria y la técnica, la química llegó a convertirse en una ciencia que rechazó estos intentos locos de transmutación de los elementos, que de esta manera fueron negados y rechazados. Sin embargo, todo aquello de válido y científico que tenían los descubrimientos de la vieja alquimia se guardaron en la nueva química, que mantenía que los elementos eran inmutables y no podían ser trans­formados unos en otros.

El siglo XX ha contemplado la revolución de la ciencia y de la técnica con el descubrimiento de la física nuclear, por medio de la cual, hoy en día, un elemento puede ser transformado en otro. De hecho, teóricamente, sería posible transfor­mar el plomo en oro en la actualidad, pero el proceso sería tan caro que no se po­dría justificar económicamente. Así, este particular proceso parece haber dado una vuelta completa:

A.- Transmutación de elementos.

B.- No transmutación de elementos.

C.- Transmutación de elementos.

Pero la repetición es sólo aparente. En realidad, la ciencia moderna, que en un sentido ha vuelto a la idea de los antiguos alquimistas, incorpora a su vez todos los enormes descubrimientos de los siglos XVIII y XIX en todo lo referente a la ciencia. Así, una generación se apoya en los hombros de otra. Ideas que apa­rentemente habían sido desacreditadas o negadas hacen su reaparición, pero a un ni­vel superior, enriquecidas por las nuevas experiencias y descubrimientos.

La dialéctica se basa en el determinismo. Lo que aparece como accidentes ocurre sólo como resultado de una necesidad más profunda.

Según los historiadores superficiales, la Primera Guerra Mundial fue causada por el asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando de Austria, heredero de la Corona del Imperio austrohúngaro. Para un mar­xista este suceso fue un accidente histórico, en el sentido de que este suceso casual sirvió de pretexto o catalizador para el conflicto mundial, que ya se había hecho inevitable por las contradicciones económicas, políticas y militares del imperialis­mo. Si el asesino hubiese errado, o si el archiduque nunca hubiera nacido, la guerra hubiese tenido lugar también en base a cualquier otro pretexto diplomático. La necesidad se hubiera expresado a través de un accidente diferente.

Todo lo que existe, lo hace por necesidad. Pero, de la misma forma, todo lo que existe está condenado a perecer, a ser transformado en otra cosa. Así, lo que es necesario en un momento y lugar se hace innecesario en otro. Todas las cosas con­tienen su opuesto, que está destinado a sustituirle y negarle. Esto es válido tanto para los seres vivos individuales, como para las sociedades.

Todo tipo de sociedad humana existe porque es necesaria en el momento dado en que se impone:

«Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relacio­nes de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se propo­ne siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues, bien miradas las co­sas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan, o por lo menos se están gestando las condiciones materiales para su realización” (Marx, Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política).

La esclavitud, en su momento, representó un enorme paso adelante con respec­to a la barbarie. Era un estadio necesario en el desarrollo de las fuerzas productivas, de la cultura y de la sociedad humana. Como Hegel planteaba: «No es tanto desde la esclavitud, como a través de la misma, como el hombre se hizo libre».

De la misma forma, el capitalismo era, en un principio, un estadio necesario y progresivo en la sociedad humana. Pero, al igual que la esclavitud, el comunismo primitivo y el feudalismo, el capitalismo hace tiempo que ha dejado de represen­tar un sistema social progresista y necesario. Se hunde en las profundas con­tradicciones que le son inherentes y está condenado a ser vencido por las crecientes fuerzas del socialismo, representadas por el proletariado moderno. La propiedad pri­vada de los medios de producción y el Estado nacional, los elementos básicos de la sociedad capitalista que en su momento significaron un gran paso adelante, en la actualidad sólo sirven para impedir el desarrollo de las fuerzas productivas y amenazan todos los avances logrados durante siglos por el desarrollo de la sociedad humana.

El capitalismo, hoy, es un sistema totalmente degenerado y decrépito que debe ser superado y reemplazado por su opuesto, el socialismo, si la cultura humana quiere sobrevivir.

El marxismo es determinista, pero no fatalista, porque la superación de las con­tradicciones en la sociedad sólo puede ser alcanzada por los hombres y mujeres que luchen conscientemente por la transformación de la sociedad. Esta lucha de clases no está predeterminada. Que tenga éxito, depende de muchos factores y una clase progresista y en ascenso, como es el proletariado, tiene muchas ventajas sobre las viejas y decrépitas fuerzas de la reacción.

Pero, en última instancia, el resultado depende de cuál de los dos bandos tiene la más firme determinación, la mejor organización y la más especializada y resuelta dirección.

La filosofía marxista es, por tanto, una guía para la acción: «Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de diversas maneras, pero de lo que se trata es de transformarlo» (Marx, La ideología alemana).

La victoria del socialismo marcará un estadio nuevo y cualitativamente diferen­te de la historia humana. Para ser más exactos, marcará el fin de la prehistoria de la raza humana y el inicio de la verdadera historia.

Sin embargo, el socialismo representa una vuelta a la más antigua forma de sociedad humana -el comunismo tribal- pero a un nivel muy superior, basado en los enormes avances de miles de años de la sociedad divi­dida en clases. La economía de la superabundancia hará posible la planificación socialista de la industria, de la ciencia y de la técnica desarrollada por el capita­lismo a escala mundial. Esto, asimismo, hará de una vez y para siempre que la distinción entre el trabajo manual y el intelectual, entre la ciudad y el campo, ca­rezcan de sentido y que la lucha de clases bárbara y sin sentido acabe, permitiendo al fin a la raza humana dedicar sus fuerzas a la conquista de la naturaleza; es de­cir, y usando la famosa frase de Engels:

“La humanidad saltará del reino de la necesidad al reino de la libertad”.

[1] Engels, prólogo a la edición inglesa de 1892 de Del socialismo utópico al socialismo científico.

[2] Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana.

***

 

Introducción al materialismo histórico

 

Cuando uno examina la historia, ésta no parece ser otra cosa que una gran masa de contradicciones. Los acontecimientos se pierden en un laberinto de revoluciones, guerras, periodos de progreso y decadencia. Los conflictos entre clases sociales y entre naciones se mueven en el caos del desarrollo social. ¿Cómo es posible entender y explicar estos hechos, cuando parecen no tener base racional alguna?

Desde el comienzo de la humanidad, los seres humanos han tratado de descubrir las leyes que gobiernan su existencia. Las teorías que van desde las explicaciones sobrenaturales hasta el liderazgo de «grandes hombres» han tratado, de una manera u otra, en un momento u otro, de proporcionar estas explicaciones ¡Algunos incluso creen que, en la medida en que las personas actúan de forma independiente unas de otras, las teorías de desarrollo humano resultan completamente inútiles!

Durante casi dos mil años las ideas del libro del Génesis dominaron el panorama de la Europa Occidental. Los que trataron de socavar este concepto fueron tildados como discípulos del diablo. Sólo en los últimos tiempos, la concepción “herética” de la historia, la evolución, ha sido aceptada de manera general, aunque aún así, de forma unilateral.

Para la clase capitalista y sus funcionarios en las universidades, escuelas y lugares de enseñanza, la historia tiene que enseñarse de una manera académica y sesgada, sin ninguna relevancia para el presente. Siguen vendiendo el mito según el cual las clases y la propiedad privada siempre han existido, en un intento de justificar la «eterna» naturaleza de la explotación capitalista y la anarquía económica inherente a la misma. Volúmenes y más volúmenes han sido escritos por destacados académicos y profesores con el fin de refutar los escritos del marxismo y sobre todo su concepción materialista de la Historia.

Los marxistas dan una enorme importancia al estudio de la historia, no por su estudio en sí, sino con el fin de estudiar las grandes lecciones que contiene. Sin esta comprensión de la evolución de los acontecimientos, no es posible prever las perspectivas futuras. Lenin, por ejemplo, preparó al Partido Bolchevique para la Revolución de Octubre de 1917 mediante un análisis minucioso de la experiencia de la Comuna de París y de los acontecimientos de 1905 y febrero de 1917 en Rusia.

Es precisamente en este sentido que estudiamos y aprendemos de la historia. El marxismo es la ciencia de las perspectivas, utilizando el método materialista dialéctico para desentrañar los complejos procesos del desarrollo histórico.

La filosofía marxista analiza las cosas no como entidades estáticas, sino en su movimiento y desarrollo vivo. Los hechos históricos son examinados como procesos. La evolución, sin embargo, no representa simplemente el movimiento de lo inferior a lo superior. La vida y la sociedad se desarrollan de una manera contradictoria, a través de «espirales que no constituyen una línea recta; un desarrollo mediante saltos, catástrofes y revoluciones, rupturas en la continuidad, la transformación de la cantidad en calidad, impulsos internos hacia el desarrollo, causados por la contradicción y el conflicto entre las diversas fuerzas y tendencias». (Lenin) [1]

Engels expresó la dialéctica como:

«La gran idea fundamental de que el mundo no se compone de un conjunto de objetos terminados y acabados, sino que representa en sí un conjunto de procesos, en el que las cosas que parecen inmutables, al igual que sus imágenes mentales en nuestro cerebro, es decir, los conceptos, se hallan sujetos a un continuo cambio, a un proceso de nacimiento y muerte” (Engels, El Anti-Dühring, citado por Lenin en Karl Marx).

Este método también es materialista en su perspectiva. Las ideas, teorías, programas de partidos, etc, no caen del cielo, sino que siempre reflejan el mundo material y los intereses materiales. Como Marx explicó, «el modo de producción de la vida material condiciona los procesos de la vida social,

política e intelectual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino al contrario, es el ser social el que determina su conciencia». [2]

Mediante el uso de este método, Marx pudo señalar:

“el camino para un estudio global y multilateral del proceso de aparición, desarrollo y decadencia de las formaciones económico-sociales, examinando el conjunto de todas las tendencias contradictorias y reduciéndolas a las condiciones, perfectamente determinables, de vida y de producción de las distintas clases de la sociedad, eliminando el subjetivismo y la arbitrariedad en la elección de las diversas ideas «dominantes» o en la interpretación de ellas, y poniendo al descubierto las raíces de todas las ideas sin excepción y de las diversas tendencias que se manifiestan en el estado de las fuerzas productivas materiales. Los hombres hacen su propia historia, ¿Pero qué determina los móviles de estos hombres, y precisamente de las masas humanas?; ¿Qué es lo que provoca los choques de ideas y las aspiraciones contradictorias?; ¿Qué representa el conjunto de todos estos choques que se producen en la masa entera de las sociedades humanas?; ¿Cuáles son las condiciones objetivas de producción de la vida material que crean la base de toda la actividad histórica de los hombres?; ¿Cuál es la ley que rige el desenvolvimiento de estas condiciones? Marx concentró su atención en todo esto y trazó el camino para estudiar científicamente la historia como un proceso único, regido por leyes, en toda su inmensa diversidad y con su carácter contradictorio”. (Lenin, Karl Marx – Breve esbozo biográfico, con una exposición del marxismo).

El comunismo primitivo

Los primeros humanos evolucionaron hace unos tres millones de años a partir de una especie de simios altamente evolucionada. Poco a poco los «humanos»  primitivos se alejaron de los bosques hacia los llanos, una transición que fue acompañada por una mejora en la flexibilidad y la destreza de la mano, volviéndose la postura del cuerpo más erecta. Mientras que otros animales disponían de distintos órganos para protegerse y defenderse (para cortar o excavar, el pelaje para abrigarse del frío…), los humanos no contaban con nada semejante. Para sobrevivir tuvieron que desarrollar sus únicos recursos que eran sus manos y su cerebro.

Mediante la prueba y el error, los seres humanos aprendieron diversas técnicas, que hubieron de transmitirse de una generación a otra. La comunicación por medio del habla se convirtió en una necesidad vital. Como explica Engels, «el dominio de la naturaleza comenzó con el desarrollo de la mano, con el trabajo, ampliándose el horizonte del hombre en cada nuevo avance». Los hombres y las mujeres eran animales sociales forzados a unirse y cooperar para poder sobrevivir. A diferencia del resto del reino animal, ellos desarrollaron la capacidad de generalizar y pensar de manera abstracta. El trabajo se inicia con la fabricación de herramientas con las cuales los humanos cambian su entorno para satisfacer sus necesidades.

«Los animales sólo usan la naturaleza exterior» – escribe Engels – modificándola por el mero hecho de su presencia en ella, en cambio el hombre modifica la naturaleza y la obliga así a servirle, la domina. Y ésta es, en última instancia, la diferencia esencial que existe entre el hombre y los demás animales, diferencia que, una vez más, viene a ser efecto del trabajo.” (Engels, El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre).

Los seres humanos eran animales muy poco comunes, con formas económicas muy simples, que vagaban en grupo en busca de alimentos. Esta vida nómada se hallaba completamente dominada por la recolección de alimentos. Los arqueólogos denominan  este periodo como Paleolítico. Lewis Henry Morgan, un antropólogo precursor, llamó a este periodo Salvajismo, durante el cual, y por muchos miles de años, la propiedad privada no existía. Todo lo que se recogía o producía era considerado como propiedad común.

Hace entre 10.000 y 12.000 años, surgió un nuevo periodo, superior, conocido como Neolítico o Barbarie. [3] En vez de seguir vagando en busca de comida, se hicieron avances en la agricultura y la ganadería. Los hombres y las mujeres pudieron establecerse en un lugar determinado y, como resultado, nuevas herramientas aparecieron para ayudar en los nuevos trabajos, creándose una economía de producción de alimentos. Las tribus y comunidades estables surgieron en ese momento. Incluso en la actualidad, por diversas razones, muchas tribus de África, del Pacífico Sur y América del Sur siguen existiendo en condiciones de Barbarie.

Sin embargo, con la aparición del asentamiento permanente, no surgieron las viviendas privadas, al contrario, las viviendas grandes que se construían eran de uso común. En este periodo, la familia privada no existía aún, los niños pertenecían a la tribu entera.

En la etapa del comunismo primitivo (el Salvajismo y la Barbarie siendo su etapa inferior y superior, respectivamente), no hay propiedad privada, las clases, las élites privilegiadas, la policía o los aparatos especiales de coerción (el Estado) no existen. Las propias tribus se hallaban divididas en unidades sociales llamadas clanes o gens. Estos, de hecho, eran grupos familiares muy grandes, que trazaban su descendencia de la sola línea femenina. Esto es lo que se denomina una sociedad matriarcal ¿Cómo podría haber sido de otro modo cuando era imposible identificar el verdadero padre de un niño? Estaba prohibido que un hombre cohabitara con una mujer de su propio clan o gens, con lo que las tribus se componían de una coalición de clanes. En ciertos momentos, una forma de matrimonio por grupos existió entre los propios clanes.

Esta forma de sociedad sin clases era de carácter extremadamente democrático. Todo el mundo participaba en una asamblea general para decidir las cuestiones importantes a medida que se planteaban, y sus jefes y oficiales eran elegidos para fines específicos. Como señaló Engels en su libro, Los orígenes de la familia, la propiedad privada y el Estado:

“¡Admirable constitución ésta de la gens, con toda su ingenua sencillez! Sin soldados, gendarmes ni policía, sin nobleza, sin reyes, gobernadores, prefectos o jueces, sin cárceles ni procesos, todo marcha con regularidad. Todas las querellas y todos los conflictos los zanja la colectividad a quien conciernen, la gens o la tribu, o las diversas gens entre sí; sólo como último recurso, rara vez empleada, aparece la venganza, de la cual no es más que una forma civilizada nuestra pena de muerte, con todas las ventajas y todos los inconvenientes de la civilización. No hace falta ni siquiera una parte mínima del actual aparato administrativo, tan vasto y complicado, aun cuando son muchos más que en nuestros días los asuntos comunes, pues la economía doméstica es común para una serie de familias y es comunista; el suelo es propiedad de la tribu, y los hogares sólo disponen, con carácter temporal, de pequeñas huertas. Los propios interesados son quienes resuelven las cuestiones, y en la mayoría de los casos una usanza secular lo ha regulado ya todo. No puede haber pobres ni necesitados: la familia comunista y la gens conocen sus obligaciones para con los ancianos, los enfermos y los inválidos de guerra. Todos son iguales y libres, incluidas las mujeres. No hay aún esclavos, y, por regla general, tampoco se da el sojuzgamiento de tribus extrañas.”

El filisteo estrecho de miras, que considera la propiedad privada como un dios sagrado, mira a estas sociedades con desprecio. Para las tribus, la propiedad privada era algo totalmente ajeno. «Los indios – explica el historiador Heckewelder – creen que el Gran Espíritu ha creado la tierra, y todo lo que contiene, para el bien común de la humanidad, que cuando la llenó de animales para la cacería, lo hizo por el bien de todos, no de unos pocos. Todo se les da en común a los hijos de los hombres. Todo lo que vive en la tierra, todo lo que crece de ella, y todo lo que está en los ríos y en las aguas, se les dio conjuntamente a todos, y toda persona tiene derecho a su parte”.

Con el desarrollo, la propiedad tribal común quedó sometida a una presión creciente, con la aparición de la familia privada, las casas particulares se edificaban junto a las viviendas comunales. Con el paso del tiempo, la tierra común quedó dividida para convertirse en propiedad colectiva de cada familia. La familia matriarcal dio paso a la forma patriarcal (dominada por los hombres), que se convirtió en algo esencial para el mantenimiento de la propiedad colectiva.

Esta ‘familia’, sin embargo, era bastante diferente a la de hoy. Como dijo Paul Lafargue, «la familia no se reducía a su expresión última y más simple, como ocurre en nuestros días, cuando se compone tan sólo de tres elementos indispensables: el padre, la madre y los hijos. Entonces consistía en el padre, como jefe reconocido de la familia, la legítima esposa y sus concubinas, que vivían bajo el mismo techo; sus hijos, sus hermanos menores, con sus esposas e hijos, y sus hermanas solteras: tal familia estaba compuesta por muchos miembros».

El crecimiento de la propiedad privada en las últimas etapas del comunismo primitivo es considerado por los marxistas como elementos de la nueva sociedad dentro de la vieja. Con el tiempo, la acumulación cuantitativa de estos nuevos elementos llevó a la ruptura cualitativa de la vieja sociedad.

Con el crecimiento de nuevos medios de producción, particularmente en la agricultura, surgió la cuestión de quién debía poseerlos. La posesión de herramientas, armas, metales nuevos, pero, por encima de todo, los medios para fabricarlos, le permitía a una familia elevarse por encima de la penosa lucha a vida o muerte con las fuerzas de la naturaleza.

Luego, con el posterior desarrollo (el comercio se desarrolló en un principio entre las distintas comunidades) de las fuerzas productivas, la desigualdad comenzó a aparecer en la sociedad. Esto tuvo un efecto profundo en el Viejo Orden. Por primera vez, los hombres y las mujeres fueron capaces de producir un excedente por encima y más allá de sus propias necesidades, dando lugar a un salto adelante revolucionario para la humanidad.

En el pasado, cuando estallaba una guerra entre dos tribus, era poco rentable tomar cautivos como esclavos. Después de todo, un prisionero sólo hubiera sido capaz de producir alimentos suficientes para sí mismo. No se producía ningún excedente. El único uso de un cautivo, dada la escasez de alimentos, era como una fuente de carne, siendo ésta la base económica del canibalismo.

Pero, una vez que se produjo un excedente, se hizo económicamente viable el mantener a un esclavo y obligarlo a trabajar para su amo. El excedente  obtenido a partir de un número creciente de esclavos, se lo apropiaba la nueva clase de propietarios de esclavos. Pero, ¿Cómo controlar a los esclavos y obligarles a trabajar? Las tribus antiguas no tenían policía ni medios de coerción algunos. Cada individuo era libre y era, además, un guerrero.

La producción de un excedente rompió las viejas formas de la sociedad, permitiendo la cristalización de las clases sociales. La existencia de estas clases requería un aparato de coerción para el sometimiento de una clase por otra. Ricos y pobres, terratenientes y arrendatarios, acreedores y deudores, todos hicieron su aparición en la sociedad. Los clanes que eran, en un principio, unidades sociales basadas en relaciones de sangre, comenzaron a desintegrarse. Los ricos de los diferentes clanes tenían más en común entre sí  de lo que tenían en común con los pobres de su propio clan.

La sociedad esclavista

A pesar de todos los horrores que la acompañaron, el surgimiento de la sociedad de clases fue enormemente progresista de cara al posterior desarrollo de la sociedad. Por primera vez desde que los humanos evolucionaron a partir de los simios, una parte de la sociedad pudo liberarse del trabajo de procurarse sus medios de existencia. Los que quedaban liberados del trabajo ahora podían dedicar su tiempo a la ciencia, la filosofía y la cultura. La sociedad de clases trajo consigo sacerdotes, empleados, funcionarios y artesanos especializados.

La justificación histórica y la función de la nueva clase gobernante era desarrollar las fuerzas productivas y llevar a la sociedad hacia adelante. Fue en esta etapa en que la civilización surgió por primera vez.

Se creaban ahora instituciones especiales para proteger los intereses de la clase dominante. Cuerpos especiales de hombres armados, con sus cárceles, tribunales, verdugos, etc, así como leyes nuevas, eran necesarios para proteger la propiedad privada de los dueños de esclavos. El Estado y sus apéndices entraron en vigor y la libertad y la igualdad del sistema gentilicio cayó en ruinas, desarrollándose nuevas ideas y costumbres para justificar el nuevo orden económico y social.

En el siglo séptimo antes de Cristo, la aristocracia tribal de Grecia se había convertido en una clase dirigente de terratenientes esclavistas acomodados. Según el filósofo griego Aristóteles, la mayoría de la población del Ática había sido esclavizada por entonces.

Con el crecimiento de las ciudades-estado, el aumento de la división del trabajo se aceleró mucho. No sólo entre la ciudad y el campo, sino entre las ramas del comercio y de las finanzas, comerciantes y usureros; surgieron nuevos oficios junto a un creciente grupo de artistas que atendían a los gustos y a la cultura de la clase alta.

La necesidad de las ciudades-estado de más y más esclavos, resultó en una guerra continua. En la guerra de los romanos contra Macedonia en 169 a C, 70 ciudades tan solo en Epiro fueron saqueadas y 150.000 de entre sus habitantes fueron vendidos como esclavos. La economía esclavista era muy derrochadora y necesitaba para su supervivencia de un suministro continuo de esclavos para reemplazar a los que habían sido heridos o morían.

Sin embargo, la reproducción natural entre los esclavos era muy lenta debido a la dureza de su condición, por lo tanto el único método real para la reposición era mediante la conquista.

A pesar de que el esclavo era mucho menos productivo que el campesino libre en el labrado de la tierra, el bajo coste de su mantenimiento hizo que la esclavitud fuera mucho más rentable. La ruina de los campesinos libres llevó a un gran número de ellos a huir hacia la ciudad, formando el lumpenproletariado desclasado de las sociedades esclavistas. Este último pasó a depender de la caridad de las clases altas, que le proporcionaban los juegos del circo para  divertirse.

Fue en este periodo cuando surgió el movimiento revolucionario cristiano. Se trataba, en sus orígenes, de un grupo de sectas comunistas primitivas que sentían un profundo odio hacia los conquistadores romanos y sus lacayos ricos, y que ganó mucho apoyo entre los pobres y los oprimidos. Estos revolucionarios cristianos primitivos estaban preparados para utilizar medios violentos para derrocar a las clases altas y alcanzar «El Reino de los Cielos en la Tierra». Fueron, por ello, acosados por las autoridades y fueron ejecutados sin piedad por traición contra el Emperador. Más tarde, el cristianismo fue elevado a la posición de religión del Estado, después de haber sido purgado de su odio de clase. La clase dominante lo utilizó como un arma para engañar y apaciguar a las clases bajas para que aceptasen su destino terrenal, alentando sus ilusiones en una vida mejor después de la muerte.

La extravagancia, arrogancia y ociosidad de los propietarios de esclavos creció pareja a las plusvalías que extraían de la explotación de los esclavos.

Como las guerras eran cada vez más necesarias para aumentar la población de esclavos mediante la conquista, el Imperio Romano acabó yendo más allá de sus posibilidades. Las guerras no pueden librarse sin soldados y los mejores soldados eran los campesinos. Fueron desapareciendo rápidamente por lo que hubieron de ser sustituidos por mercenarios extranjeros altamente retribuidos. La era de los «esclavos baratos» llegó pronto a su final, iniciándose con ella el declive de los imperios esclavistas.

A pesar de las diversas rebeliones de esclavos – siendo la más famosa de ellas la que dirigió Espartaco – los esclavos no llegaron a convertirse en una clase revolucionaria que pudiese llevar la sociedad hacia adelante.

Como señaló Marx, la lucha de clases terminaría «siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna”. Karl Kautsky, el marxista alemán, explicó que «las grandes migraciones, la invasión del Imperio Romano por multitudes de germanos salvajes, no significaron la destrucción prematura de una elevada y floreciente cultura, sino que solo marcaron el final de una civilización agonizante y la formación de la base para un nuevo auge de la civilización».

Las poderosas civilizaciones esclavistas habían producido un salto adelante enorme para la sociedad. Uno se asombra ante los logros culturales del antiguo Egipto y Babilonia. Los griegos y los romanos desarrollaron el conocimiento científico a altos niveles. Herón de Alejandría, el filósofo y matemático, había descubierto los principios básicos de la máquina de vapor. Las aportaciones de Arquímedes, Pitágoras y Euclides, elevaron las matemáticas a la etapa en la que los inicios de la ingeniería mecánica habrían sido posibles. Sin embargo, la sociedad esclavista había alcanzado sus límites y la decadencia interna, así como factores externos habrían de llevarla a su destrucción.

El ascenso del feudalismo

«Los últimos siglos del Imperio romano decadente y su conquista por los propios bárbaros destruyeron una gran cantidad de fuerzas productivas; la agricultura se veía postrada, la industria languideció por la falta de mercados, el comercio cayó en el sopor o se vio violentamente interrumpido y la población rural y urbana decreció.» (Marx, La ideología alemana).

Durante siglos, las masas bárbaras invadieron Europa; los godos, los germanos y los hunos en el este; los escandinavos en el norte y el oeste y los árabes en el sur. En su conquista de territorios, saquearon las ciudades y se establecieron en el campo, donde vivían por medio de la agricultura primitiva.

Estas comunidades elegían a los jefes de sus aldeas. Sin embargo, con el paso del tiempo, los jefes se fueron eligiendo siempre en el seno de una misma familia, lo cual acabó por convertirse en un derecho hereditario. El jefe de la familia privilegiada se convirtió en el jefe natural, por nacimiento, sin que fuera ya necesario recurrir a la formalidad de la elección. Los pueblos estaban en guerra constante con sus vecinos, por lo que las tierras conquistadas se repartían otorgándole la mayor parte al jefe. Se convirtió así en el mayor propietario y en el hombre más poderoso de la comunidad. En caso de conflicto, el jefe garantizaría la protección de las personas que tenía bajo su responsabilidad, mientras éstas, por su parte, tenían la obligación de prestarle el servicio militar. Estos campesinos podían luego eludir dicho servicio militar mediante algún tributo en una u otra forma.

La autoridad de estos señores de la aldea se extendió al campo de los alrededores. El señor «le debe justicia, ayuda y protección a sus vasallos, y éstos, a su vez, le deben fidelidad y homenaje a su señor». (Lafargue, Origen y evolución de la propiedad). Las guerras y las conquistas sirvieron a la cristalización de estas relaciones feudales. Los señores y barones, junto con sus hombres de armas, formaron una nueva jerarquía social, sostenida en el trabajo de sus vasallos.

Como Lafargue explicó: «Tan pronto como la autoridad de la nobleza feudal quedó constituida, se convirtió a su vez, en una fuente de problemas para el país de cuya defensa debía encargarse. Los barones, para ampliar sus tierras y extender su dominio, libraron una guerra continua entre sí, interrumpida por treguas ocasionales con el fin de labrar la tierra (…) El vencido, cuando no se veía completamente desposeído y ejecutado, se convertía en vasallo del vencedor, quien se apoderaba de una parte de sus tierras y de sus vasallos. Los barones menores desaparecieron en provecho de los grandes, convirtiéndose estos en grandes feudatarios, quienes establecieron cortes ducales a las que los señores sometidos al vasallaje debían asistir”. (Paul Lafargue, Origen y evolución de la propiedad).

Al madurar las relaciones feudales, la mayoría de las tierras de cultivo en Europa se dividieron en áreas conocidas como feudos o señoríos cada uno de lo cuales poseía su propio señor y funcionarios cuya tarea era la de administrar la finca. La tierra cultivable se dividía en dos partes, alrededor de un tercio de la misma pertenecía al señor, mientras que el resto se dividía entre sus vasallos. Los pastos y prados se usaban como tierra común en lo que era, de hecho, una pervivencia de la época del comunismo primitivo. La agricultura haría grandes avances con la introducción del sistema de rotación trienal. La parte de la tierra que pertenecía a los vasallos, sin embargo, se dividió en parcelas separadas esparcidas por los campos, lo que significó una pérdida masiva de productividad.

La estructura social que se desarrolló bajo el feudalismo dio lugar a nuevas clases y grupos. El marco social se asemejaba a una estructura piramidal, encabezada por el rey, la aristocracia, y el clero. Debajo de ellos estaban los barones privilegiados, duques, condes y caballeros. En los escalones más bajos del orden social se encontraban los hombres libres, los siervos y los esclavos.

A diferencia de hoy, donde la mayor parte de la riqueza se crea en las fábricas, la tierra proporcionaba entonces casi todas las necesidades sociales. Así que la tierra se convirtió en la posesión más importante del sistema feudal, por lo que cuanta más tierra poseía uno, más poder adquiría. La clase dominante gobernaba a través de su monopolio de facto de la tierra, a la cual los siervos permanecían atados. En teoría, el rey poseía toda la tierra, pero en realidad las áreas y dominios se les concedía a los duques, que a su vez se los arrendaban a los condes, que tenían muchos vasallos a los que les concedían el arrendamiento de parcelas de tierra mucho más pequeñas. Todos tenían que prestarles servicios a sus superiores, proporcionándoles hombres de armas, garantizándoles el pago de la renta, etc.

A diferencia del esclavo que no poseía nada, el siervo era el arrendatario del señor. A diferencia del esclavo, el siervo tenía un interés personal en su parcela de tierra. Él tenía más derechos que el esclavo: no podía ser vendido (ni podía hacerlo su familia), lo que le proporcionaba una cierta seguridad, aunque el grado de servidumbre y obligaciones variaba. A cambio de esta tierra y de sus «derechos», el siervo se veía obligado a trabajar para el señor durante ciertos días de la semana, sin cobrar sueldo alguno. Otros servicios se le exigían en caso de cosecha, y cuando el señor necesitaba ayuda. Las necesidades de los señores eran lo primero. El siervo no podía abandonar el feudo y necesitaba el permiso del señor si sus hijos pretendían casarse fuera de su feudo. Se grababa con impuestos la herencia de un siervo, y las mujeres herederas de la tierra tenían que obtener el permiso de su señor.

La nueva organización de la sociedad basada en la propiedad de la tierra dio lugar a un mayor desarrollo de las fuerzas productivas. Esta vez, la plusvalía creada por el trabajo del siervo se la apropiaba la clase dominante aristocrática y eclesiástica.

En palabras del historiador Meilly: «Es una máxima económica el que la productividad aumenta en la proporción en que la constitución de una sociedad más libre garantiza a los trabajadores una parte mucho más grande y más segura del producto de su trabajo. En otras palabras, unas formas sociales más libres tienen como efecto directo el estímulo de la producción. »

Junto a la cristalización de las nuevas clases, nuevas formas del aparato estatal hicieron su aparición con el fin de preservar las formas feudales de propiedad. La nueva moral e ideología que surgieron de estas formas constituyeron el cemento de las relaciones sociales que se establecieron. La Iglesia, que se convirtió en más y más poderosa, proporcionó los fundamentos espirituales del nuevo orden y con sus Papas se convirtió en más poderosa que el rey o el emperador, las tierras de la Iglesia tenían una extensión de entre un tercio y la mitad de las tierras de la cristiandad. El diezmo que se recolectaba ascendía a un 10 por ciento de todos los ingresos y bienes, etc

En general, el Estado feudal se mantuvo débil y descentralizado hasta el ascenso de las monarquías absolutas del siglo XVI. Como resultado, continuas guerras señoriales sacudieron las provincias periféricas, donde los barones depredadores fueron construyendo su poder y prestigio, poniendo en peligro la posición del monarca central. La lucha del monarca central para someter a las regiones es un rasgo característico de la época. La derrota final de estos señores provinciales, con sus constantes luchas y guerras, permitió que el comercio se desarrollara a un nivel superior.

El comercio existía en un nivel bajo porque la tierra lo producía prácticamente todo. Se trataba de una economía «natural» orientada hacia la autosuficiencia. Sin embargo, con el comienzo de las cruzadas surgieron nuevas necesidades, y los mercaderes que proveían estas necesidades comenzaron a establecer grandes ferias comerciales en Francia, Bélgica, Inglaterra, Alemania e Italia. Estas ferias periódicas jugaban un papel esencial en el crecimiento del comercio europeo, y ayudaron a establecer una poderosa clase de ricos comerciantes. Las relaciones basadas en el dinero comenzaron a erosionar la camisa de fuerza de la sociedad feudal.

Conjuntamente con el desarrollo del comercio se dio el crecimiento de las ciudades. La clase de comerciantes que surgió en las ciudades chocó con las normas tradicionales y las restricciones del feudalismo. La Iglesia, por ejemplo, consideraba la práctica de la usura como un pecado, amenazando con la excomunión a los que la promovían.

En su excelente libro, Los bienes terrenales del hombre, Leo Huberman explica la clave del conflicto: «La atmósfera del feudalismo era de reclusión, mientras que toda la atmósfera de la actividad comercial en la ciudad era una atmósfera de libertad. La tierra de la ciudad pertenecía a los señores feudales, obispos, nobles y reyes. Estos señores feudales, en un primer momento, consideraron su tierra en la ciudad de la misma manera que consideraban su otra tierra. Todas estas formas (rentas feudales, impuestos, servicios) eran de carácter feudal, basadas en la propiedad de la tierra. Y todas estas formas habían cambiado en lo referente a las ciudades. Los reglamentos feudales y la justicia feudal quedaban fijados por las costumbres y eran difíciles de alterar. Sin embargo, el comercio es, por su propia naturaleza, algo activo, cambiante, e impaciente ante los obstáculos. No podía encajar en el rígido marco feudal».

Por lo tanto, las viejas relaciones fueron cuestionadas y cambiadas. Las ciudades empezaron a exigir su libertad e independencia, y poco a poco se les concedieron Cartas Pueblas, algunas de común acuerdo, otras por la fuerza. [4]

El propio comercio empezó a dar lugar a nuevas formas de riqueza. Ya no era la tierra la única fuente de poder y privilegio, ya que el dinero adquirido en el comercio cobraba una importancia mucho mayor. En las ciudades nació una oligarquía comerciante rica, que controlaba y regulaba la producción a pequeña escala individual, a través del sistema gremial. Con la nueva división del trabajo, los gremios de artesanos se establecieron, incluyendo en su seno a los maestros, oficiales y aprendices. Como más y más riqueza se creaba a través de la producción, los maestros gremiales (empleadores de mano de obra) entraron en conflicto con sus oficiales (trabajadores). En el siglo XV llegaron a formarse sindicatos de oficiales para proteger sus intereses.

La introducción de la economía monetaria (que sólo tenía un carácter muy limitado en la sociedad esclavista) lentamente socavó la base del sistema feudal. Sus leyes y costumbres se modificaron para que se correspondiesen con el nuevo desarrollo. Al huir los siervos hacia las ciudades para mejorar su suerte, los valores monetarios empezaron a trascender las viejas relaciones, la renta feudal comienza a ser sustituida por la propiedad arrendada.

El impacto de la Peste Negra, en la segunda mitad del siglo XIV, aceleró el proceso. Los historiadores han estimado que entre el 30 y el 50 por ciento de la población de Inglaterra, Alemania, los Países Bajos y Francia murió a consecuencia de la epidemia. Esto, a su vez, dio lugar a la escasez crónica de mano de obra, lo que obligó a muchos terratenientes a introducir el trabajo asalariado para superar sus dificultades.

El surgimiento de la monarquía absoluta

El Estado nacional tal y como lo conocemos hoy en día no siempre existió. La lealtad de la gente por entonces no pertenecía a la nación, sino al señor, a la ciudad, a la localidad o al gremio. La gente no se consideraba a sí misma como franceses, ingleses, etc, sino como pertenecientes a un pueblo o ciudad. Cada cristiano era miembro de la Iglesia Católica Romana, que a su vez gobernaba sobre la cristiandad, y por lo tanto representaba el poder más grande de todos.

Con el crecimiento de la riqueza en las ciudades, una clase capitalista comenzó a surgir, exigiendo condiciones adecuadas para el desarrollo sin trabas del comercio. Querían el orden y la seguridad. La lucha por la independencia de las ciudades de sus señores feudales, las continuas luchas entre los barones locales, el saqueo que siguió, todo ello creó la necesidad de una autoridad central, un Estado nacional.

El conflicto entre el monarca central y los grandes barones (una lucha entre dos sectores de la clase dominante) terminó con la victoria del rey, con el apoyo de los mercaderes y la clase media, quienes proporcionaron el dinero para levantar los ejércitos que aquel necesitaba. El surgimiento del Estado nacional, junto con la monarquía centralizada marcó el comienzo de un gran avance económico. A cambio del apoyo de la clase media, el monarca concedió monopolios y privilegios a sectores de dicha clase, dando lugar, en la etapa siguiente, al choque entre el monarca nacional y los intereses de la Iglesia internacional.

El final del siglo XV vio el comienzo de los viajes de descubrimiento. Hombres como Colón y Vasco De Gama fueron financiados por ricos mercaderes para buscar nuevas áreas de explotación y “difundir la palabra de Dios». Se establecieron sociedades comerciales para promover la financiación de una mayor explotación, para el saqueo y la obtención de ganancias.

Con los enormes beneficios obtenidos de los viajes, muchos mercaderes y financieros se convirtieron en los verdaderos centros del poder y la riqueza. Nobles, aristócratas y monarcas se convirtieron en deudores de los mercaderes ricos. Una familia de banqueros, los Fugger, fueron incluso capaces de decidir quién iba a ser ¡El emperador del Sacro Imperio Romano!

Los nuevos desarrollos económicos fueron dando lugar a una formación capitalista. La base de la economía feudal había comenzado a desintegrarse con el crecimiento del poder y la riqueza de la burguesía en ascenso. Los nuevos valores, ideas, filosofías y moral, evolucionaron a partir de las nuevas relaciones sociales, mientras la vieja clase dominante se resistía tercamente a los cambios.

Como explicó Marx: » Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social». A continuación, Marx añade: «Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua”. (Marx, Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política).

La vieja sociedad se vio afectada durante el periodo anterior. Probablemente uno de los mayores desafíos para el viejo orden fuera el ataque contra el catolicismo. En este periodo, la Iglesia era mucho más que una simple institución religiosa, era el principal baluarte del orden social establecido. Aparte de ser un poderoso terrateniente que recogía el diezmo de todo el mundo, la Iglesia tenía sus tribunales y privilegios especiales, controlaba la educación y moldeaba el punto de vista político y moral de las personas. Como dijo Carlos I [de Castilla y Aragón]  en una ocasión: «En tiempos de paz, las personas se gobiernan más mediante el púlpito que mediante la espada.» La Iglesia censuraba los libros, y utilizaba la amenaza de la excomunión contra los disidentes. Se suele decir que este fue un periodo muy religioso, pero esto está muy exagerado por parte de los historiadores. En lugar de que la gente viviese realmente de acuerdo con los preceptos de la Biblia, la religión se utilizaba para justificar el viejo orden. Todo, incluyendo el pensamiento político, se expresaba en términos religiosos. Aquellos que deseaban socavar el sistema, tuvieron que desafiar primero el monopolio del catolicismo.

A principios del siglo XVI, las propias monarquías absolutas entraron en conflicto con la Iglesia católica. La Reforma protestante introducida por Lutero, proporcionó las armas en la lucha contra el poder papal. En Inglaterra, Enrique VIII rompió con el catolicismo, robando las riquezas de los monasterios, que se dilapidaron en costosas guerras europeas e irlandesas.

La revolución capitalista

El puritanismo de la variedad calvinista resultaba adecuado para la moralidad de la clase media en ascenso en la ciudad y el campo, con su énfasis en la independencia y el éxito personales. La clase media estaba ahora preparada para ascender con rapidez después de adaptarse a la inflación galopante del periodo 1540-1640, en el que los precios subieron más de cuatro veces, y entraba cada vez más en conflicto con la vieja clase dominante.

En Inglaterra, la lucha entre la nueva burguesía y el viejo orden se dio bajo la forma de una guerra civil. El New Model Army (Nuevo Ejército Modelo) de Oliver Cromwell llevó a la clase media a la lucha armada contra el Rey y el viejo orden. En 1649, el rey fue decapitado y se proclamó una república capitalista. Cromwell, basándose en el apoyo del ejército, se convirtió a sí mismo en cabeza de una dictadura militar bonapartista. Los elementos democráticos de izquierdas y sus defensores (los Niveladores y los Cavadores, Levellers y Diggers, en inglés), que amenazaban los derechos capitalistas de propiedad, fueron aplastados sin piedad. A partir de entonces, el régimen pasó a apoyarse en una base social limitada – las fuerzas armadas. El régimen capitalista, en estas circunstancias críticas de crisis se redujo, a la manera bonapartista, al poder de un solo hombre. [5]

Las estructuras feudales fueron desmanteladas, junto con la Cámara de los Lores y la monarquía. La vieja clase dominante había sido derrotada, y las clases bajas mantenidas a raya. La lucha de los parlamentarios contra el rey ha sido descrita por los historiadores e incluso por algunos contemporáneos, como una lucha contra la tiranía y a favor de la libertad religiosa. Sin embargo, como Marx comentó: «del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de revolución por su conciencia, sino que, por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción». (Marx, Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política).

El revolucionario ruso León Trotsky señaló en una ocasión: «Las revoluciones históricamente han sido siempre seguidas por contrarrevoluciones. Las contrarrevoluciones siempre han hecho retroceder a la sociedad, pero nunca tan lejos como para llegar al punto inicial de la revolución». (Trotsky, Tesis sobre revolución y contrarrevolución).

Así ocurrió en 1660 y 1689, cuando la gran burguesía se apresuró en llegar a un compromiso con los elementos «burgueses» de la aristocracia [británica]. La monarquía y la Cámara de los Lores fueron restauradas, aunque a partir de entonces nunca pudieron volver a jugar el mismo papel que sus predecesoras, al  contrario, se convirtieron en parte integrante del estado capitalista. Los propietarios burgueses se preocuparon por su futuro, y por mantener a las clases bajas en su sitio, con su poder bajo cuidadoso control.

Cien años más tarde, la revolución capitalista francesa se llevó a cabo hasta el final sin ningún tipo de compromiso. La Revolución Francesa, al igual que su homóloga inglesa, se inició con una división en el seno de la clase dominante. El rey y sus ministros se enfrentaron al Parlamento (que representaba a la nobleza, el alto clero, la camarilla de la corte, etc.) en torno a un plan para evitar la bancarrota del Estado. Las protestas del Parlamento contra la tiranía del gobierno tomaron un cariz imprevisto, desembocando en disturbios en las calles de los pueblos y ciudades, trayendo a la superficie el descontento latente de las clases media y baja contra el régimen. «La revuelta de la nobleza era –  explica George Rudé, – tal vez, más un preliminar que una revolución, el cual, mediante la asociación de las clases media y baja en una acción común contra el rey y la aristocracia, fue único en la Europa contemporánea». A pesar de los intentos de reforma desde arriba, no fueron suficientes para evitar una revolución desde abajo.

Al igual que en todas las revoluciones populares, las masas irrumpieron en la escena de la historia. Los elementos de mayor abnegación salieron a la luz, y empujaron la revolución hacia la izquierda. De 1789 a 1793 el antiguo régimen feudal y la aristocracia quedaron completamente barridos. A la cabeza del  nuevo régimen se situó la clase media revolucionaria, los jacobinos, que estaban apoyados y empujados por las masas plebeyas formadas por asalariados y pequeños artesanos. Un giro a la derecha se produjo en 1794 al llegar el Gobierno del Directorio al poder. Esto a su vez dio paso a una nueva contrarrevolución política, lo que llevó al poder al régimen de “ley y orden” de Napoleón Bonaparte. Sin embargo, el Viejo Orden se había roto, y los nuevos derechos de propiedad burguesa se mantuvieron intactos. El cambio en el poder político no fue acompañado por un cambio social regresivo, es decir, no trajo consigo un retorno al orden feudal, sino que fue un cambio político provocado por las luchas entre diferentes sectores de la propia clase capitalista.

El triunfo del capitalismo

Las grandes revoluciones burguesas despejaron el camino para el capitalismo. Los cambios agrarios aseguraron el crecimiento de la agricultura capitalista, donde los viejos feudos se habían roto y distribuido a los campesinos. En Inglaterra, la conversión de una parte de la aristocracia antes de la revolución preparó el camino para la ruina del propio campesinado. Ahora, los gobiernos, en lugar de actuar como un freno para el comercio y la industria, pasaban a defender su causa.

A través del robo, el saqueo y la concurrencia, los medios de producción se concentraron en cada vez menos manos. La ruina de los campesinos proporcionó una reserva de fuerza de trabajo en los pueblos y ciudades. La estructura de clases se volvió más simple: por un lado estaban los capitalistas y por el otro los proletarios desposeídos. Todo lo que estos trabajadores poseían era su capacidad para trabajar. La única manera por la que podían sobrevivir era vendiendo su fuerza de trabajo a los capitalistas a cambio de salarios. En el proceso de producción, el proletariado produce más valor de lo que recibe en forma de salario, la plusvalía, quedando expropiada por los capitalistas. En su búsqueda de ganancias, en medio de la competencia de sus rivales, la clase capitalista se ve obligada a introducir nuevos métodos de producción. De este modo, el capitalismo históricamente ha jugado un papel progresista, revolucionando continuamente las fuerzas productivas.

Su exportación de mercancías y luego de capital, conduce a la clase capitalista a crear «un mundo a su imagen y semejanza». Las fuerzas productivas, la técnica y la ciencia poco a poco superaron el Estado nacional que las protegía.

El imperialismo

El periodo de 1870 a 1900 dio lugar a la división del mundo entre las potencias principales. En 1870, una décima parte de África se había repartido, en 1900 las nueve décimas partes del «continente negro» estaban en manos de Gran Bretaña, Francia o de uno de los imperios europeos. En 1914 este proceso de reparto del mundo había concluido, y el capitalismo había entrado en su fase superior, el imperialismo. Unos enormes trusts y monopolios habían surgido de la fase anterior de concurrencia. «El Estado estaba cada vez más fusionado con los monopolios y las instituciones financieras y actuaba cada vez más en su interés. La producción en esta época se acompaña de la exportación del capital mismo.» (Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo).

La fase imperialista trajo consigo la amenaza de una guerra mundial, por medio de la lucha por nuevos mercados, etc. Debido al reparto del mundo y al tremendo crecimiento de la producción, los mercados ahora sólo podían obtenerse mediante un nuevo reparto del mundo, que conducía inevitablemente al conflicto a escala mundial. La guerra mundial señalaba las contradicciones entre la propiedad privada de los medios de producción, por una parte y el Estado nacional por el otro. Pero a diferencia de sociedades anteriores, el capitalismo ha proporcionado los prerrequisitos materiales para el nuevo orden socialista, que puede garantizar la abundancia para todos.

El proletariado es la única clase revolucionaria consistente capaz de llevar la Revolución Socialista hasta su final. Esto se deriva de su lugar particular en la producción social. La clase obrera se disciplina en las fábricas y se ve obligada a cooperar entre sí en el proceso productivo. Se organiza en grandes sindicatos y luego en su propio partido independiente. El marxismo, en oposición a todas las otras teorías, le proporciona a la clase obrera una ideología clara y tareas concretas en su misión de derrocar al capitalismo. El Partido Bolchevique, liderado por Lenin y Trotsky, les proporcionó un modelo vivo de ello a los trabajadores del mundo.

El campesinado y las clases medias son incapaces de desempeñar un papel dirigente, debido a su posición social. El campesinado está disperso en el campo, y no tiene una concepción real de unidad o de internacionalismo. Estas capas medias de la sociedad siguen a la burguesía o al proletariado.

Los campesinos han sido, de hecho, la herramienta clásica del bonapartismo – un régimen basado en las fuerzas armadas que se balancea entre las clases. En la época del imperialismo y la decadencia del capitalismo monopolista, si la clase obrera no logra ganar a las capas medias para la bandera del socialismo, éstas caerán en los brazos de la reacción.

La ley del desarrollo desigual y combinado

De ser un sistema social progresista, el capitalismo se ha convertido en una traba para la producción y el desarrollo de la humanidad. Marx creía que el proletariado llegaría al poder primero en los países capitalistas avanzados, Gran Bretaña, Alemania y Francia. Sin embargo, con el surgimiento del imperialismo, el capitalismo, en palabras de Lenin, «se rompió por su eslabón más débil”, la atrasada Rusia.

La sociedad no se desarrolla en línea recta, sino conforme a la Ley del Desarrollo Desigual y Combinado. El crecimiento a escala mundial con los nuevos cambios productivos se mezcla desigualmente con las viejas ideas y formas de producción de los diferentes sistemas sociales pretéritos. El atraso de la Rusia semifeudal se complementó con las más modernas técnicas de producción en las ciudades, debido a la enorme cantidad de capital extranjero de Francia y Gran Bretaña. Apareció un nuevo proletariado industrial, que aceptó las ideas más avanzadas de la clase obrera: el marxismo.

En muchos de los países subdesarrollados, las heridas infectadas de la necesaria reforma agraria, la autocracia, la opresión nacional, y el estancamiento económico, han dado lugar a un enorme descontento. Las tareas de la revolución democrático-burguesa, que hubieran sentado las bases para el desarrollo capitalista, sólo se han realizado parcialmente o no se han llevado a cabo en absoluto.

En estos países la clase capitalista local ha entrado en escena demasiado tarde para jugar un papel similar al de sus homólogas de los siglos XVII y XVIII. Al igual que en Rusia antes de 1917, son demasiado débiles y se hallan atadas por miles de hilos – a través de vínculos de matrimonio, deudas… – a los terratenientes y a los imperialistas. Ambos pasan a compartir un odio común hacia el proletariado emergente. La clase capitalista nacional prefiere aferrarse al viejo orden en lugar de apelar a las clases subalternas para llevar a cabo la revolución antifeudal.

La única clase capaz de llevar a cabo la revolución es el proletariado mediante la unión en torno a sí mismo de los sectores más pobres del campesinado. Una vez que la clase obrera llegue al poder, como en octubre de 1917, se torna capaz de dar la tierra a los campesinos, expulsar a los imperialistas y unificar el país. Sin embargo, el proletariado no se detendría en estas medidas, sino que luego pasaría a implementar las tareas socialistas: la nacionalización de las industrias básicas, la tierra, y las instituciones financieras.

La Revolución Rusa fue el acontecimiento más grande de toda la historia humana. Por primera vez la clase obrera tomó el poder, barrió a los capitalistas, terratenientes y bandidos y organizó un «estado democrático de los trabajadores». Iba a ser el comienzo de la revolución socialista internacional, confirmando plenamente la teoría de la Revolución Permanente. [6]

Por desgracia, la traición a la revolución socialista en Alemania y otros países, condujo al aislamiento de la revolución en un país atrasado y devastado. La destrucción de la guerra, el analfabetismo masivo, la guerra civil, el agotamiento, supusieron tremendas trabas para una clase obrera débil, contribuyendo a la degeneración de la revolución. Estas fueron las condiciones objetivas que alentaron el crecimiento de la burocracia en el Estado, los sindicatos y el Partido. Stalin llegó al poder sobre las espaldas de esta nueva casta burocrática. El individuo en la historia, no se representa a sí mismo, sino los intereses de un grupo, casta o clase en la sociedad.

El estalinismo y su monstruosa dictadura, no surgió del Partido Bolchevique ni de la revolución socialista, sino del aislamiento y del atraso material de Rusia. Destruyó la democracia obrera con el fin de preservar sus propios privilegios y poder.

El régimen estalinista no obstante, se basaba en las nuevas formas de propiedad de la industria nacionalizada y planificada. Los soviets (consejos de trabajadores) y la democracia obrera fueron aplastados por la contrarrevolución política estalinista. Sólo una nueva revolución política de la clase obrera rusa podría haber restaurado la democracia obrera que existía en la época de Lenin y Trotsky. Esto no significaba un retorno al capitalismo, sino el fin de la élite burocrática privilegiada, mediante la participación de las propias masas en la gestión de la sociedad y el Estado.

La transformación socialista

La transformación socialista marca el inicio de una forma nueva y superior de sociedad, rompiendo las trabas en el desarrollo de las fuerzas productivas. El obstáculo de la propiedad privada y el Estado nacional son barridos, lo que permite, mediante la propiedad socializada, planificar la economía en interés de la mayoría.

La revolución socialista no puede limitarse a un solo país, sino que pone a la revolución mundial en el orden del día. La economía mundial y la división mundial del trabajo creados por el capitalismo exigen una solución internacional. La creación de unos Estados Unidos Socialistas de Europa prepararía el terreno para una Federación Socialista Mundial, y la planificación internacional de la producción. Esto a su vez serviría de base para la «producción planificada y armoniosa de los bienes para la satisfacción de las necesidades humanas».

Una de las primeras tareas de la clase obrera victoriosa sería la destrucción de la vieja máquina del Estado. En todas las sociedades de clase el Estado se estableció como «un órgano de dominación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra». Esto plantea la cuestión de saber si la clase obrera necesita un Estado. Los anarquistas responden que no. Pero ellos no entienden que algún tipo de poder se requiere para mantener a raya a los antiguos terratenientes, banqueros y capitalistas. El proletariado por lo tanto, tiene que construir un nuevo tipo de Estado que represente sus intereses. En un Estado obrero, la mayoría de la población ha de mantener bajo control a una pequeña minoría de ex-capitalistas y por lo tanto, el enorme aparato burocrático del pasado ya no es necesario. Esta «dictadura del proletariado» o democracia obrera, como Trotsky prefería llamarla, sobrepasa y se extiende mucho más allá de las más altas formas de la democracia burguesa.

La democracia burguesa fue definida por Marx como un sistema en el que

“a los oprimidos se les autoriza para decidir una vez cada varios años qué mandatarios de la clase opresora han de representarlos y aplastarlos en el Parlamento”. Todo el mundo puede decir lo que quiera, siempre que los consejos de administración de los monopolios decidan lo que se hace realmente.

El nuevo Estado obrero extendería la democracia desde la política a la esfera económica mediante la nacionalización de los grandes monopolios. Nuevos órganos de poder, tales y como los soviets en Rusia, basados en el pueblo en armas, constituirían “una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo». La burocracia sería sustituida por la participación de las masas en el funcionamiento del Estado y la sociedad. Con el fin de prevenir el crecimiento de la burocracia, el proletariado de París en 1871 y el de Rusia en 1917 introdujeron las siguientes medidas:

  1. Elecciones libres con revocabilidad de todos los funcionarios.
  2. Ningún funcionario puede recibir un salario más alto que un obrero cualificado.
  3. Ningún ejército permanente sino el pueblo en armas.
  4. Gradualmente, todas las tareas de administración del Estado se harán por todo el mundo de forma rotativa.

Con la reducción de la jornada laboral, las masas adquieren la oportunidad de involucrarse en el Estado, y obtener la llave de la cultura, la ciencia y el arte. Porque, tal y como Engels dijo una vez, si el arte, la ciencia y el gobierno siguen siendo del dominio exclusivo de una minoría, ésta usará y abusará de su posición en su propio interés, como ha sido el caso en los países estalinistas.

El Estado apareció históricamente con el surgimiento de la sociedad de clases. Así, desde sus inicios, el Estado obrero comienza a extinguirse, a medida que las clases se disuelven en la sociedad. Esta es la razón por la que Engels caracterizó el Estado proletario como un «semi-Estado».

“Bajo el socialismo reviven inevitablemente muchas cosas de la democracia ‘primitiva’, pues por primera vez en la historia de las sociedades civilizadas, la masa de la población se eleva para intervenir por cuenta propia no sólo en votaciones y en elecciones, sino también en la labor diaria de la administración. Bajo el socialismo, todos intervendrán por turno en la dirección y se habituarán rápidamente a que nadie dirija”. (Lenin, El Estado y la revolución).

En esta primera fase de la sociedad comunista, como Marx llamaba al socialismo, vemos una sociedad que “acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede». (Marx, Crítica del Programa de Gotha).

A pesar de que la explotación del hombre por el hombre haya terminado, la producción aún no habrá llegado a un nivel lo suficientemente alto como para erradicar completamente la desigualdad o las diferencias de clase. La gente todavía tendrá que seguir el principio según el cual «El que no trabaja no come». El Estado, a pesar de su carácter transitorio, seguirá siendo el guardián de la desigualdad.

La sociedad sin clases

Sin embargo, dando grandes pasos hacia adelante en la producción, basada en la ciencia más avanzada y la planificación consciente, la humanidad entrará en los reinos superiores de una auténtica sociedad. Las clases y el Estado habrán desaparecido completamente, al adoptarse ahora el lema «De cada cual según su capacidad, a cada cual según sus necesidades». Las contradicciones entre la ciudad y el campo y entre el trabajo intelectual y el trabajo manual  desaparecerán gracias una revolución aún más profunda de las fuerzas productivas.

En palabras de Lenin, «el estrecho horizonte del derecho burgués», que obliga a la gente a calcular con la crueldad de un “Shylock” (*) si uno ha trabajado media hora más que otra persona o si uno está recibiendo un salario menor que otro – este estrecho horizonte ya se quedará atrás. Entonces la sociedad ya no necesitará, al distribuir los productos, regular la cantidad a recibir por cada uno sino que cada uno podrá tomar libremente lo que le haga falta, conforme a sus necesidades.

“La naturaleza bárbara de la sociedad de clases habrá desaparecido de una vez por todas. La prehistoria de la humanidad se habrá completado. Las fuerzas productivas construidas a lo largo de miles de años de dominación de clase, establecen ahora las bases para la sociedad sin clases, donde el Estado y la división del trabajo se vuelven superfluos. La humanidad se fija ahora por tarea la conquista de la naturaleza y les abre el camino a las maravillas de la ciencia y la tecnología”. En palabras de Engels, «el gobierno de las personas es sustituido por la administración de las cosas».

Y como Trotsky señaló: «Una vez que haya acabado con las fuerzas anárquicas de su propia sociedad, el hombre se pondrá a trabajar sobre sí mismo, en las retortas del químico. [7] Por primera vez la humanidad se considerará a sí misma como materia prima, y en el mejor de los casos, como un producto semi acabado físico y psíquico. El socialismo supondrá un salto desde el reino de la necesidad al reino de la libertad también en el sentido de que el hombre de hoy, con todas sus contradicciones y su falta de armonía, le abrirá el camino a una nueva raza más feliz». (León Trotsky, Qué fue la Revolución Rusa). [8]

[ (*) Shylock: personaje central de la obra de Sakespeare El mercader de Venecia que representa el estereotipo del prestamista avaricioso (NdT)].

Notas del editor:


[1] Carlos Marx (Lenin), artículo escrito por Lenin en 1913 para el Diccionario Granat

[2] Marx, Prólogo de la Contribución a la crítica de la economía política

[3] Utilizando la nomenclatura de Morgan y otros antropólogos antiguos (nota del editor).

[4] Carta Puebla, Carta de Población, Privilegio de Población (en latín, chartae populationis) es la denominación del documento por el cual los reyes cristianos y señores (laicos o eclesiásticos) otorgaban una serie de privilegios a poblaciones con el fin de obtener intereses económicos o estratégicos determinados.

[5] Bonapartismo, es el término que usa el marxismo desde el golpe de Luis Napoleón Bonaparte (sobrino de Napoleón) en la Francia de 1851. Marx utiliza este término para referirse a un ejemplo histórico concreto, contemporáneo a él mismo, que analiza en su libro El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Con este término el marxismo se refirió posteriormente a gobiernos de tipo dictatorial que, balanceándose entre las clases en determinadas circunstancias en que éstas entran en una pugna que no se resuelve, en esencia, protegían los intereses de la burguesía, como en el caso mencionado. Posteriormente, este mismo término se convirtió en una categoría utilizada por el marxismo para identificar otros similares procesos históricos, anteriores o posteriores al que describió el propio Marx refiriéndose a Luis Bonaparte.

***

Introducción a la teoría económica marxista

 

Marx_sentado_Engels_pieBajo el impacto de la crisis del capitalismo, muchos trabajadores han empezado a interesarse por la economía, tratando de entender las fuerzas que gobiernan su existencia. El objetivo de este trabajo consiste en ofrecer, no una exposición completa de la teoría económica, sino una introducción a las reglas básicas de funcionamiento del sistema capitalista.

La superficialidad de los economistas procapitalistas se revela por su incapacidad para entender la crisis de su sistema. Su función es esconder la explotación de la clase obrera y «demostrar» la superioridad del sistema capitalista. Sin embargo, sus «teorías» y «soluciones» no pueden hacer nada para remediar la decadencia del capitalismo. Sólo la transformación socialista de la sociedad y la introducción de una economía planificada puede acabar con el infierno del desempleo, la recesión y el caos.

El ala derecha de la dirección del movimiento obrero ha sustituido a Keynes, su viejo ídolo, por soluciones económicas «ortodoxas»: recortes presupuestarios, moderación salarial y deflación monetaria. Por su parte, la izquierda reformista todavía se aferra a las políticas capitalistas del pasado, de estímulo a través del consumo, restricciones a las importaciones, etc. – que ya han demostrado su total ineficacia.

Sólo un análisis marxista del capitalismo les permite a los trabajadores conscientes refutar las mentiras de los economistas burgueses y luchar contra su influencia dentro del movimiento obrero.

Las condiciones para la existencia del capitalismo

La producción moderna se concentra en manos de grandes empresas. Unilever, ICI, Ford, British Petroleum… Estas grandes empresas dominan nuestras vidas. Es cierto que hay empresas pequeñas, pero representan el modo de producción del pasado, no el del presente. La producción moderna es esencialmente masiva, a gran escala.

Hoy en día, 200 empresas y 35 bancos (o empresas financieras) controlan la economía británica, representando el 85% de la producción nacional. Este desarrollo se llevó a cabo durante los últimos siglos a través de la competencia despiadada, las crisis y las guerras. En el momento en que los economistas clásicos predecían el surgimiento del «libre comercio», Marx explicaba que la competencia conduciría al monopolio, al quedar eliminadas las empresas más débiles.

A primera vista, podría parecer que la producción de bienes está destinada principalmente a satisfacer las necesidades de la población. Esto es obviamente una necesidad que ha de ser respondida por cualquier forma de sociedad. Pero bajo el capitalismo, las mercancías no sólo se producen para satisfacer las necesidades de la gente sino principalmente para la venta. Esta es la función esencial de la industria capitalista. En palabras del Señor Stokes, ex presidente de British Leyland: «Estoy en el negocio para ganar dinero, no para hacer coches». Esta es una perfecta expresión de las aspiraciones de la clase capitalista en su conjunto.

El modo de producción capitalista implica la existencia de una serie de condiciones. En primer lugar, debe existir una gran clase de trabajadores desprovistos de propiedad [1] que. por lo tanto, se ven obligados a vender su fuerza de trabajo para vivir. Esto significa que, bajo el capitalismo, el concepto conservador de una «democracia de propietarios» es un absurdo, porque si la masa de la población poseyera la propiedad suficiente para satisfacer sus propias necesidades, los capitalistas no encontrarían trabajadores para generar sus ganancias.

En segundo lugar, los medios de producción deben estar concentrados en manos de los capitalistas. Durante muchos siglos, los pequeños agricultores y los que eran dueños de sus propios medios de subsistencia fueron eliminados sin piedad. Los capitalistas y los terratenientes se apropiaron de sus medios de vida, y contrataron asalariados para trabajar y producir plusvalía.

Valor y mercancías

¿Cómo funciona el capitalismo? ¿Cómo se explota a los trabajadores? ¿De dónde viene el beneficio? ¿Qué causa las recesiones?

Para responder a estas preguntas, primero debemos descubrir el problema clave, es decir, responder a la pregunta: ¿Qué es el valor? Una vez que este misterio esté resuelto, todo lo demás quedará dilucidado. La comprensión de lo que es el valor es esencial para la comprensión de la economía capitalista.

Para empezar, todas las empresas capitalistas producen bienes o servicios – o más correctamente, producen mercancías, es decir, bienes o servicios que sólo se producen para la venta. Por supuesto, uno puede producir algo para su propio uso personal. Antes del advenimiento del capitalismo, es lo que mucha gente hacía. Pero estos productos no eran mercancías. El capitalismo se caracteriza en primer lugar, en palabras de Marx, por «una inmensa acumulación de mercancías». Es por esta razón que Marx comenzó su investigación sobre el capitalismo analizando el carácter de la propia mercancía.

Toda mercancía tiene un valor de uso: es útil, al menos para algunas personas (de lo contrario no se podría vender). El valor de uso de una mercancía se limita a sus propiedades físicas.

Pero además de este valor de uso, cada mercancía tiene también un valor de cambio. ¿Cuál es este valor, y cómo se determina?

Si, por el momento, dejamos de lado la cuestión del dinero, nos encontramos con que las mercancías se intercambian de acuerdo a ciertas proporciones. Por ejemplo:

Un par de zapatos o un reloj o 3 botellas de whisky o 1 un neumático de automóvil = 10 metros de tela

Cada uno de los distintos objetos mencionados pueden ser intercambiados por 10 metros de tela. En las mismas proporciones, también pueden intercambiarse entre sí.

Este simple ejemplo muestra que el valor de cambio de estos diferentes productos básicos expresa una equivalencia de algo que está contenido en ellos. Pero ¿Qué es lo que hace que un par de zapatos = 10 metros de tela? ¿O un reloj = 3 botellas de whisky – y así sucesivamente?

Está claro que debe haber algo común a estos productos diferentes. Es evidente que no es su peso, su color o consistencia. Y tampoco tiene algo que ver con su utilidad. Después de todo, el pan (requisito indispensable) tiene mucho menos valor que un Rolls Royce (que es un artículo de lujo). Por lo tanto, ¿cuál es su cualidad común? Lo único que tienen en común es que son productos del trabajo humano.

La cantidad de trabajo humano contenido en una mercancía se expresa en tiempo: semanas, días, horas, minutos. En otras palabras, todos los productos mencionados en nuestro ejemplo se pueden expresar en términos de lo que tienen en común: el tiempo de trabajo. Es el siguiente:

5 horas (de trabajo) para zapatos
5 horas (de trabajo) para neumático
5 horas (de trabajo) para reloj
5 horas (de trabajo) para whisky

El trabajo

Si consideramos las mercancías como valores de uso (dado que son útiles), las vemos como productos de un determinado tipo de trabajo – el trabajo del zapatero, relojero, etc. Pero en el intercambio, las mercancías se consideran de manera diferente. Su carácter especial se pone a un lado y aparecen como otras tantas unidades de trabajo en general, o de «trabajo medio».

Es cierto que las mercancías producidas por mano de obra cualificada tienen más valor que las producidas por mano de obra no cualificada. Por lo tanto, en el intercambio, las unidades de mano de obra cualificada se reducen a tantas unidades de mano de obra no cualificada. Por ejemplo, podríamos tener la relación: 1 unidad de mano de obra cualificada = 3 unidades de mano de obra no cualificada. En otras palabras, siguiendo este ejemplo, la mano de obra cualificada valdría tres veces más que la mano de obra no cualificada.

Por lo tanto, el valor de una mercancía se determina por la cantidad de «trabajo medio» necesario para su producción (es decir, el tiempo de trabajo necesario para producirla). Pero si nos detuviéramos aquí, podría parecer que los trabajadores más lentos producen más valor que… ¡Los trabajadores más eficientes!

Tomemos el ejemplo de un zapatero que, para producir sus zapatos, utilizara los métodos obsoletos de la Edad Media. En estas condiciones necesitaría un día entero para hacer un par de zapatos. Pero al tratar de vender sus zapatos en el mercado, se daría cuenta de que no puede pedir más, en términos de precio, que un calzado similar producido en plantas modernas y mejor equipadas.

Si estas plantas modernas producen un par de zapatos, digamos, en media hora, contendrán menos trabajo (menos valor), y se venderán a precios más bajos. Por lo tanto, aquel que fabricara zapatos similares con métodos medievales pronto se arruinaría. Después de media hora, el trabajo que realiza para producir sus zapatos se convertiría en trabajo perdido, trabajo innecesario en condiciones modernas de producción. Si quiere evitar la quiebra, se verá obligado a adoptar técnicas modernas y producir zapatos en un tiempo por lo menos igual al desarrollado por la sociedad.

En cada época dada, a la que corresponde un «trabajo medio» determinado por un cierto nivel de técnica, de métodos de producción, etc., todas las mercancías requieren un tiempo dado para su producción. Este tiempo es determinado por el nivel de la técnica productiva alcanzado por la sociedad en ese momento. Como dijo Marx, todas las mercancías han de producirse en un tiempo de trabajo socialmente necesario. Cualquier tiempo de trabajo que se extienda más allá del tiempo de trabajo socialmente necesario será un trabajo innecesario, causando aumentos de precios y haciendo que el producto en cuestión no sea competitivo.

Por lo tanto, para ser exactos, el valor de una mercancía se determina por la cantidad de trabajo socialmente necesario incorporado en la misma. Naturalmente, este tiempo de trabajo está cambiando continuamente, a medida que se introducen nuevos métodos y técnicas de trabajo. La competencia arruina a los productores cuya tecnología no está evolucionando lo suficientemente rápido.

Así, podemos entender por qué las joyas son más valiosas que las mercancías de la vida cotidiana. Necesitamos más tiempo de trabajo socialmente necesario para encontrar y extraer piedras preciosas que para la fabricación de productos ordinarios. Su valor es mucho mayor.

Por otra parte, una cosa puede tener un valor de uso sin ningún tipo de valor de cambio, es decir, algo útil que no ha solicitado ningún tiempo de trabajo necesario para su producción: el aire, los ríos, los suelos vírgenes, etc. Por lo tanto, el trabajo no es la única fuente de riqueza (valores de uso), la naturaleza es otra.

De acuerdo con lo anterior, se observa que un aumento de la productividad, si se aumenta el número de cosas producidas (bienes materiales), puede reducir el valor de las cosas en cuestión – ya que contienen menos cantidad de trabajo. Por lo tanto, un aumento de la productividad se traduce en un aumento de la riqueza: con dos abrigos se pueden vestir a dos personas, con un solo abrigo, a una sola persona. Sin embargo, un aumento en la cantidad de riqueza material puede ser acompañado por una caída en su valor de cambio, ya que contiene menos tiempo de trabajo socialmente necesario.

El dinero

Históricamente, debido a las dificultades relacionadas con el intercambio mediante el trueque, un determinado tipo de mercancía se utilizaba con frecuencia como «moneda». A través de los siglos, uno de estos productos – el oro – se ha convertido en el «equivalente universal».

En lugar de decir que tal mercancía equivale a tal cantidad de mantequilla, de carne o de tejido, su valor se ha expresado en términos de oro. El precio es la expresión monetaria del valor. El oro fue adoptado como el equivalente universal debido a sus características. Se concentra un gran valor en un pequeño volumen, puede dividirse fácilmente en cantidades diferentes, y es también muy resistente.

Como con cualquier mercancía, el valor del oro se determina por la cantidad de tiempo de trabajo que incorpora. Digamos, por ejemplo, que se necesitan 40 horas para producir una onza de oro. Por lo tanto, todas las demás mercancías que requieren el mismo tiempo de producción tendrán el valor de una onza de oro. Las que sólo necesiten la mitad del tiempo valdrán dos veces menos, etc.

Así: una onza de oro = 40 horas de trabajo, 1/2 onza de oro = 20 horas de trabajo 1/4 de onza de oro = 10 horas de trabajo, por lo tanto un ciclomotor (40 horas de trabajo) = una onza de oro, una mesa (10 horas de trabajo) = 1/4 de onza de oro. Debido a los cambios permanentes en la tecnología y al aumento de la productividad del trabajo, los valores de las mercancías no dejan de fluctuar. En cuanto al intercambio entre las mercancías, el oro actúa como una medida. Dicho esto, aunque sea el más estable, el valor del oro también está en constante movimiento, dado que ninguna mercancía tiene un valor completamente fijo.

Los precios de las mercancías

La ley del valor rige el precio de los bienes. Como se explicó anteriormente, el valor de una mercancía es igual a la cantidad de trabajo que contiene. Y en teoría, el valor es igual al precio. Sin embargo, en realidad, el precio de una mercancía tiende a situarse por encima o por debajo de su valor real. Esta fluctuación es causada por diferentes influencias sobre el precio de venta, como la concentración de capital y el desarrollo de los monopolios. Las fluctuaciones entre la oferta y la demanda son también importantes. Si hay un excedente de dichas mercancías en el mercado, su precio tenderá a caer por debajo de su valor real, mientras que se elevará por encima de este valor en caso de escasez. Esto llevó a los economistas burgueses a considerar la relación entre la oferta y la demanda como el único factor que determina el precio de una mercancía. Sin embargo, fueron incapaces de explicar por qué el precio siempre fluctúa en torno a un cierto punto predeterminado. Ahora bien, este punto no se halla fijado por la oferta y la demanda, sino por el tiempo de trabajo necesario para producir las mercancías. Un camión siempre valdrá más que una bolsa de plástico.

El beneficio

Algunos «listillos» inventaron la teoría según la cual los beneficios provienen de vender más caro de lo que se compra. En Salario, Precio y Ganancia, Marx explica lo absurdo de este argumento:

“Lo que uno ganase constantemente como vendedor, tendría que perderlo continuamente como comprador. No sirve de nada decir que hay gentes que son compradores sin ser vendedores, o consumidores sin ser productores. Lo que éstos pagasen al productor tendrían que recibirlo antes gratis de él. Si una persona toma vuestro dinero y luego os lo devuelve comprándoos vuestras mercancías, nunca os haréis ricos, por muy caras que se las vendáis. Esta clase de negocios podrá reducir una pérdida, pero jamás contribuir a obtener una ganancia.”

La fuerza de trabajo

Al tomar en consideración los diferentes «factores de producción» relativos al funcionamiento de su empresa, el capitalista considera al «mercado laboral» como una rama más de entre las muchas que constituyen el mercado general.

Las habilidades y capacidades de los trabajadores son para él como objetos, entre otros bienes. Por lo tanto, lo que contrata realmente son «brazos».

Aquí es necesario establecer claramente lo que el capitalista le compra al trabajador. De hecho, lo que el trabajador vende no es su trabajo sino su capacidad para trabajar – lo que Marx llamaba su fuerza de trabajo.

La fuerza de trabajo es una mercancía cuyo valor está sujeto a las mismas leyes que otras mercancías. Este valor también está determinado por el tiempo de trabajo necesario para su producción. Sin embargo, la fuerza de trabajo es la capacidad para trabajar del obrero que es «consumida» por el capitalista durante la jornada laboral. Pero eso presupone la existencia, la fuerza y la salud del trabajador. Por lo tanto, la producción de la fuerza de trabajo significa el «mantenimiento» del trabajador – y su reproducción, que le proporciona al capitalista una nueva generación de «brazos».

Por lo tanto, el tiempo de trabajo necesario para el mantenimiento del trabajador – de su capacidad para trabajar – es igual al tiempo de trabajo necesario para la producción de sus medios de subsistencia y los de su familia: alimentos, ropa, vivienda, etc. La cantidad que esto representa varía según los diferentes países, climas y épocas históricas. Lo que es suficiente para la subsistencia de un trabajador de Calcuta no sería suficiente para un minero galés. Lo que era suficiente para la subsistencia de un minero galés de hace 50 años no sería suficiente para un metalúrgico en la actualidad. A diferencia de otras mercancías, aquí se introduce un elemento histórico e incluso moral. Dicho esto, en un país determinado, en un momento dado de su desarrollo histórico, un determinado «nivel de vida” general se establece. Dicho sea de paso, es precisamente la creación de nuevas necesidades lo que constituye el motor de todas las formas de progreso humano.

¿Una estafa?

En una determinada fase de desarrollo de la técnica capitalista, además de la reproducción cotidiana de la fuerza de trabajo y de la clase trabajadora, los capitalistas también deben proporcionarles a los trabajadores lo suficiente para garantizar el nivel de educación requerido por la industria moderna, que ayuda a mantener e incrementar su productividad.

A diferencia de otras mercancías, la fuerza de trabajo se paga después de haberse consumido. Por lo tanto, antes de recibir su salario, Los trabajadores han de concederles un préstamo sin intereses, por así decirlo, a los empresarios!

Pero, a pesar de esto, el trabajador no ha sido estafado. Él dio su libre consentimiento al acuerdo alcanzado. Al igual que ocurre con todas las demás mercancías, se intercambian valores equivalentes: la mercancía del trabajador, su fuerza de trabajo, le fue vendida al empresario a «precios de mercado». Todo el mundo queda satisfecho. Y si el trabajador no lo  está, queda libre para marcharse y buscar trabajo en otra parte – si lo consigue.

Pese a todo, la venta de fuerza de trabajo plantea un problema. Si «nadie queda estafado», si el trabajador recibe en forma de salario el valor total de su mercancía, ¿En qué consiste entonces la explotación? ¿De dónde procede la ganancia obtenida por el capitalista?

La explicación radica en el hecho de que lo que el trabajador ha vendido, no es su trabajo (que se realiza en el proceso de producción), sino su fuerza de trabajo – su capacidad para trabajar. Una vez que el capitalista la ha comprado, es libre de usarla como considere oportuno. Como explicó Marx: «Una vez que el trabajador entra en el lugar de trabajo, el valor de uso de su fuerza de trabajo así como su utilización, que consiste en trabajo, pertenece al capitalista».

La plusvalía

Como veremos en el siguiente ejemplo, la fuerza de trabajo que el capitalista compra es la única mercancía que, cuando se consume, produce un valor añadido más allá de su valor intrínseco.

Tomemos como ejemplo un trabajador que hila algodón. Supongamos que se le paga 5 euros por hora y que trabaja ocho horas al día. Después de cuatro horas, se produce una determinada cantidad de hilado por valor de 100 euros. Este valor de 100 euros se puede dividir de la siguiente manera:

Materias primas: 50 euros (de algodón, huso, electricidad)
Deterioro: 10 euros (uso y desgaste)
Nuevo valor: 40 euros.

El nuevo valor que se creó en cuatro horas basta para pagar el salario del trabajador por las ocho horas de su jornada completa. En este momento, el capitalista ha cubierto todos sus gastos (incluidos todos los «costes salariales»). Pero por ahora, aún no se ha creado plusvalía (ganancia) alguna todavía.

Durante las próximas cuatro horas, el trabajador volverá a producir 50 kilos de hilado, que siguen valiendo 100 euros. Y de nuevo, 40 euros de nuevo valor se crearán. Pero esta vez los costes salariales ya están cubiertos. Por lo tanto, este nuevo valor (40 euros) constituye la plusvalía. Tal y como decía Marx, la plusvalía (o ganancia) es el trabajo no remunerado de la clase obrera. De ésta misma procede la renta del terrateniente, el interés del banquero y las ganancias del empresario.

La jornada de trabajo

El secreto de la producción de plusvalía radica en el hecho de que el trabajador continúa trabajando mucho tiempo después de haber producido el valor necesario para reproducir su fuerza de trabajo (su salario). «El hecho de que medio día de trabajo sea suficiente para mantener al obrero vivo, no impide de ninguna manera que trabaje todo el día» (Marx).

El trabajador ha vendido su mercancía y no se puede quejar de cómo se utiliza, del mismo modo que un sastre no puede vender una chaqueta y pedirle a su cliente que no la lleve tan a menudo como lo desee. Por lo tanto, la jornada de trabajo está organizada por el capitalista con el fin de sacar el máximo provecho de la fuerza de trabajo que compró. Aquí es donde radica el secreto de la transformación del dinero en capital.

El capital constante

En la propia producción, la maquinaria y las materias primas pierden su valor. Se consumen gradualmente y transfieren su valor a la nueva mercancía. Esto es evidente en el caso de las materias primas (madera, metal, aceite, etc.), que se ven completamente consumidas en el proceso de producción, para volver a aparecer en las propiedades del artículo producido.

Las máquinas, por el contrario, no desaparecen de la misma manera. Pero se deterioran durante la producción. Mueren lentamente. Y es tan difícil determinar la esperanza de vida de una máquina como la de un individuo. Pero, al igual que las compañías de seguros realizan, gracias a los promedios estadísticos, unos cálculos muy precisos (y rentables) respecto a la esperanza de vida de las personas, los capitalistas pueden determinar, mediante la experiencia y el cálculo, cuánto tiempo una máquina debería ser utilizable.

El deterioro de la maquinaria, su pérdida diaria de valor, se calcula sobre esta base y se añade al coste del artículo producido. Por lo tanto, los medios de producción, añaden su propio valor a las mercancías mientras se van deteriorando durante el proceso de producción. Los medios de producción no pueden, por consiguiente, transferir a la mercancía más valor de la que pueden perder en el proceso de producción. Es por eso que se les llama «capital constante».

El capital variable

Mientras que los medios de producción no añaden un nuevo valor a los productos, sino que solo se deterioran, la fuerza de trabajo sí les añade un nuevo valor mediante la acción del trabajo mismo. Si el proceso de trabajo hubiese de detenerse cuando el trabajador hubiera producido artículos con un valor igual a los de su fuerza de trabajo (después de cuatro horas – 40 euros – en nuestro ejemplo) el valor adicional creado por su trabajo se reduciría a eso.

Sin embargo, el proceso de trabajo no se detiene allí. De lo contrario, la ganancia sería equivalente a la que el capitalista debe abonarle al trabajador. Sin embargo, los capitalistas no contratan trabajadores por caridad, sino con fines de lucro. Después de haber «libremente» aceptado trabajar para el capitalista, el trabajador debe trabajar el tiempo suficiente para producir un valor más alto que el que recibirá como salario.

Los medios de producción (maquinaria, equipo, edificios, etc) y la fuerza de trabajo – ambos considerados como «factores de producción» por los economistas burgueses – representan las diferentes formas que reviste el capital original en la segunda etapa del proceso de producción capitalista: dinero (compra) – mercancía  (producción) – dinero (venta).

Los economistas burgueses consideran estos factores como equivalentes. El marxismo, por su parte, distingue entre la parte del capital que no se ve afectada por ningún cambio en su valor durante el proceso de producción (maquinaria, herramientas y materias primas), es decir, el capital constante (C), y la parte, representada por la fuerza de trabajo, que crea un nuevo valor, es decir, el capital variable (V). El valor total de una mercancía se compone de capital constante, capital variable y plusvalía, es decir: C + V + Pv.

Trabajo necesario y plustrabajo

El trabajo realizado por los asalariados se puede dividir en dos partes:

  1. El trabajo necesario. Esta es la parte del proceso de producción necesaria para cubrir los costes salariales.
  2. El plustrabajo (o trabajo no remunerado). Este es el trabajo realizado en adición al trabajo necesario, y que produce ganancia.

Para aumentar las ganancias, el capitalista siempre busca reducir la proporción de los costes salariales. Para ello, trata, en primer lugar, de alargar la jornada laboral, y en segundo lugar, aumentar la productividad (lo que permite cubrir el coste de los salarios de forma más rápida). En tercer lugar, se opone a cualquier aumento de los salarios y cuando surge la oportunidad, no duda en reducirlos.

La tasa de ganancia

En la medida en que todo el propósito de la producción capitalista es la extracción de plusvalía del trabajo de la clase obrera, la proporción de capital variable (salarios) y la plusvalía (ganancia) tienen una gran importancia. El aumento de uno de estos dos valores solo puede darse a expensas del otro. En última instancia, el aumento o la reducción de la proporción de la plusvalía constituye el elemento esencial de la lucha de clases bajo el capitalismo. Se trata de una lucha por el reparto, entre salarios y ganancias, de las riquezas creadas.

Lo que importa para el capitalista, no es tanto la cantidad de plusvalía producida sino la tasa de plusvalía. Por cada euro de capital que invierte, espera el mayor rendimiento posible. La tasa de plusvalía es la tasa de explotación del trabajo por el capital. Se puede definir como Pv / V, donde Pv es la plusvalía y V  el capital variable – es decir, por la proporción entre plustrabajo y trabajo necesario.

Por ejemplo, en una pequeña empresa, supongamos que un capital total de 500 euros se divide entre el capital constante (400 euros) y el capital variable (100 euros). Digamos que a través del proceso de producción, el valor de las mercancías aumentó en 100 euros.

Por lo tanto: (C + V) + Pv = (400 + 100) + 100 = 600 euros.

Es el capital variable el que constituye el trabajo vivo: es el que produce el nuevo valor (plusvalía). Por lo tanto, el aumento relativo del valor producido por el capital variable nos da la tasa de plusvalía: Pv / V = 100 euros/100 euros, lo que representa una tasa de plusvalía del 100%.

La tendencia a la caída de la tasa de ganancia

Bajo la presión de la competencia nacional e internacional, los capitalistas se ven obligados a revolucionar constantemente los medios de producción y aumentar la productividad. La necesidad de ampliar sus negocios les obliga a dedicar una proporción creciente de su capital a la maquinaria y las materias primas, y una parte cada vez menor a la fuerza de trabajo, lo cual provoca una reducción de la proporción de capital variable en relación al capital constante. Con la automatización y la tecnología industrial viene la concentración del capital, la liquidación de las pequeñas empresas y la dominación de la economía a través de grupos gigantescos. Esto representa un cambio en la composición orgánica del capital.

Sin embargo, ya que sólo el capital variable (fuerza de trabajo) constituye la fuente de la plusvalía (ganancia), una mayor inversión en capital constante conduce a una tendencia a la caída de la tasa de ganancia. Con las nuevas inversiones, las ganancias pueden crecer enormemente, pero el crecimiento tiende a ser menos importante que la inversión.

Tomemos como ejemplo el de un pequeño capitalista con un capital total de 150 euros que se divide en 50 euros de capital constante y 100 euros de capital variable. Emplea a 10 hombres para fabricar mesas y sillas por 10 euros al día. Después de un día de trabajo, se produjo un valor total de 250 euros.

Así:

Capital variable (salarios) o V: 100 euros
Capital constante (máquinas, equipos) o C: 50 euros
Plusvalía (ganancia) o Pv: 100 euros
La tasa de plusvalía se puede calcular de la siguiente manera: Pv / V = 100/100 = 100%. La tasa de ganancia, por su parte, es la proporción entre la plusvalía y el capital global. En nuestro ejemplo, la tasa de ganancia es la siguiente: plusvalía (Pv) / capital global (C + V) = 100 euros/150 = 66,6%.

Al aumentar la proporción de capital constante, la tasa de ganancia cae. En el mismo ejemplo, manteniendo la misma tasa de plusvalía, si pasamos el capital constante de 50 a 100 euros, tenemos una tasa de ganancia de:

Pv / (C + V) = 100 euros /200 euros = 50%. Si se aumenta a 200 euros la cantidad de capital constante, en igualdad de condiciones, tenemos:

Pv / (C + V) = 100 euros /300 euros = 33,33 % de tasa de ganancia. Y así sucesivamente.

A este aumento del capital constante, los marxistas lo llamamos «aumento de la composición orgánica del capital», y consideramos este desarrollo de las fuerzas productivas como un fenómeno progresivo. Esta tendencia tiene sus raíces en la naturaleza del modo de producción capitalista, y fue uno de los principales problemas a los que los capitalistas se han enfrentado durante el período posterior a la Segunda Guerra Mundial. La masa de plusvalía aumenta, pero el aumento del capital constante es proporcionalmente mayor. Esto se traduce en una tasa decreciente de ganancia. Los capitalistas no dejaron de tratar de superar esta contradicción a través de la creciente explotación de los trabajadores – lo que aumenta la masa de plusvalía y por lo tanto, la tasa de ganancia – por medios distintos de la inversión. Para ello, aumentan la intensidad de la explotación de diversas maneras, por ejemplo, por velocidades de las máquinas cada vez mayores, el aumento de la carga de trabajo de cada trabajador o alargando la jornada de trabajo. Otra manera de restaurar la tasa de ganancia es la reducción de salarios de los trabajadores por debajo de su valor nominal (por la devaluación de la moneda, por ejemplo).

Las mismas leyes del capitalismo generan enormes contradicciones. La búsqueda de beneficios a la que los capitalistas se dedican de forma continua, da impulso a la inversión, pero la introducción de nuevas tecnologías aumenta el desempleo. Sin embargo, paradójicamente, la única fuente de ganancia es el trabajo de los asalariados.

La exportación del capital

La fase superior del capitalismo – el imperialismo – se caracteriza por una exportación masiva de capitales. La búsqueda de una mayor tasa de ganancia lleva a los capitalistas a invertir grandes sumas de dinero en el extranjero, en países donde la composición del capital es menor. Por último, conforme a lo previsto por Marx y Engels en El Manifiesto Comunista, el modo de producción capitalista ha acabado por extenderse al mundo entero.

Una de las principales contradicciones del capitalismo radica en el problema evidente que la clase obrera, como consumidora, ha de poder comprar lo que produce. Pero ya que no recibe bajo la forma de salario el valor total de su trabajo, no tiene los medios suficientes para ello. Los capitalistas tratan de resolver esta contradicción mediante la reinversión de la plusvalía en las fuerzas productivas. También tratan de vender sus excedentes en el mercado mundial en competencia con los capitalistas de otros países. Pero hay límites para esto, ya que todos los capitalistas del mundo están jugando al mismo juego. Por último, los capitalistas recurren al crédito a través del sistema bancario con el fin de aumentar artificialmente el poder adquisitivo de la población e impulsar la venta de productos que de otra manera no se venderían. Pero este método también tiene sus límites, ya que los créditos, con el tiempo, han de devolverse, con interés añadido.

Esto explica por qué, de forma periódica y regularmente, las fases de crecimiento son seguidas por períodos de recesión. La lucha febril por las cuotas de mercado provoca una crisis de sobreproducción. La naturaleza destructiva de estas crisis, acompañadas por la destrucción generalizada de capital acumulado (el cierre de fábricas, el abandono de las industrias), es indicio suficiente del callejón sin salida que representa el sistema capitalista.

Todos los factores que llevaron al crecimiento posterior a la Segunda Guerra Mundial han allanado el camino para las crisis y las recesiones. Lo que caracteriza la época actual, es la crisis orgánica que afecta al sistema capitalista. Si el capitalismo no se erradica, en algún momento, la clase obrera se enfrentará a una crisis como la de 1929. La humanidad no puede evitar el caos, el despilfarro masivo y la barbarie inherente al capitalismo, sin derrocar este sistema anárquico. Al eliminar la propiedad privada de los medios de producción, la sociedad podrá escapar a las leyes del capitalismo y desarrollarse de manera racional y planificada. Las gigantescas fuerzas productivas acumuladas en el marco del sistema capitalista permitirían acabar de una vez por todas con este escándalo que representa las crisis de sobreproducción en un mundo asolado por el hambre y la escasez. La eliminación de la contradicción entre, por una parte, el desarrollo de las fuerzas productivas y, por otra, el Estado nacional y la propiedad privada de los medios de producción, podría sentar las bases para la planificación internacional de la producción.

Sobre la base del socialismo, gracias a la ciencia y la tecnología modernas, el mundo podría transformarse en tan sólo una década. La transformación socialista de la sociedad es la tarea más urgente de la clase obrera mundial. La comprensión de la teoría económica de Marx es un arma indispensable en la lucha por el socialismo en Europa y en todo el mundo.


[1] «Trabajadores desprovistos de propiedad»: se trata, obviamente, de la propiedad de los medios de producción, y no de los bienes de consumo, casas, coches, etc.

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