Sarkozy está siendo investigado por corrupción. Lo hemos visto en un coche policial camino del Tribunal Correccional. Este era el que, después del crack del 2008, habló de «refundar el capitalismo sobre bases éticas». Un año antes estaba recogiendo un sobrecito o un maletín con 20 millones de dólares de manos de Gadafi, quien a escala internacional dejaba caer cierta liquidez por lugares estratégicos. Por las jaimas del presidente asesinado han pasado José María Aznar, Gerard Schröder, Berlusconi, Sarkozy, Zapatero, etc, etc…
Aznar, Mr. Ánsar, ¡quién sabe a qué tratos llegó! En su momento fue honrado por el dignatario norteafricano con un caballo libio, como regalo personal justo cuando ya se había convertido en un genocida del pueblo irakí. La prensa sensasionalista lo presentó como una anécdota. Algunos años más tarde, hace una década aproximadamente, a las afueras de Sevilla apareció una jaima, camino de Utrera. Allí estuvieron los dos amigos. Nunca se supo qué se acordó en aquella lujosa tienda de campaña. ¿González estuvo? Resulta raro que no apareciera por allí, pero no se recuerda ninguna noticia al respecto.
Parásitos amigos
La corrupción es un parásito del capitalismo. Es inevitable, pero además su funcionamiento es inconcebible sin él. De esto no se libran ni los países nórdicos, aunque sean más aseados en este aspecto. Son como esos parásitos que se alojan en los intestinos y son capaces de combatir enfermedades autoinmunes (como el Crohn). En el caso del capitalismo sirve para sortear las rigideces del sistema legal, que entorpecen determinadas operaciones que necesitan de agilidad y pocos escrúpulos. Si el sistema legal sirve para los fines, mejor que mejor, pero si no, ahí están los caminos adyacentes. No obstante, el sistema necesita mantener controlada la plaga de superhombres encargados de esta labor. Son otro tipo de asalariados, digamos que de alto octanaje. Conforman una élite muy especial, están justo al otro extremo del lúmpen, son el parasitenproletariat. Va en el cargo que lo mismo están en la cúspide social, que se hunden de la noche a la mañana, pero no es problema. Ellos y ellas no conocen escrúpulos ni para con ellos mismos. De vez en cuando, los regímenes proceden a una cierta limpieza. Una especie de tratamiento regenerativo destinado a evitar que el ansia del parásito acabe devorando al anfitrión. El zorro de Sarkozy quería además aparecer como el curandero.
La gran burguesía mundial ha acumulado tanto capital, que no tiene problemas en pagar ciertos servicios a estos delincuentes, con tal de que hagan bien su trabajo. Mientras son útiles al poder económico para parar las revueltas, mantener el control de las sociedades, esconder su auténtico carácter, son tolerados, agasajados y alimentados. Pero cuando ya no son útiles o sirven mejor como cabezas de turco, no hay ningún reparo en proceder a la desparasitación. De todas formas, aventureros interesados y dispuestos a todo nunca van a faltar. Esta es la razón también por la que estos superhombres tienen que renovar sistemáticamente su certificado de utilidad ante la gran burguesía, ya sea como mediadores, como asesores o como cualquier forma de funcionario al servicio de la causa de los explotadores. Si se retiran, corren el peligro de ser usados para hacer sonar cualquier campaña democrática regenerativa, aunque tengan que ser rescatados de algún pasado casi olvidado. El circo debe continuar y, de vez en cuando, una explosión controlada ofrece colorido y animosidad ante el público. En el caso de Francia, ahora andan liados con Sarkozy, pero hace pocos años fue Jacques Chirac. Aquí, en el estado español, hasta el Rey emérito ha sido objeto de cierta campaña mediática, que, hasta no hace mucho, siempre eran evitadas casi con santo respeto.
El caso español
Lo que pasa es que en España las cosas son algo distintas. Aquí el parásito no es un organismo más o menos claro y distinto del anfitrión. Es una sustancia extensa que prácticamente funciona como un órgano más, hasta vital para el cuerpo prinicipal. Desde el redescubrimiento de las Américas hace unos 500 años, el saqueo, la corrupción abierta, organizada por el Estado, se hizo parte consustancial del negocio español. Tras el sometimiento y la masacre a sangre, cruz y fuego de los habitantes de las lejanas tierras conquistadas, la casta militar, toda la burocracia, el clero y todo el alto funcionariado en general, se fundieron con los negocios de la naciente burguesía. Todo esa basura ya se había desarrollado previamente a lo largo de los ocho siglos de Reconquista. Spain is different. En la crisis imperial definitiva del siglo XIX, todas esas legiones de emprendedores, burguesía floreciente, mercaderes, aventureros de diverso tipo, generales, nobles y plutócratas de toda índole se habían fusionado definitivamente formando una masa única, en la cual no había distinción entre corruptores y corruptos. El franquismo renovó y regalvanizó en el siglo XX todo este poso histórico. Todo el cuerpo es un único sistema, un sólo organismo vivo con una sola respiración. Por eso aquí la regeneración es una ficción imposible. Para matar al parásito hay que acabar con el organismo entero y resulta que éste fue salvado hace 40 años, por un pacto pergeñado desde la alturas a espaldas del pueblo alzado. Por eso no pudo haber renovación ni en el ejército ni en la judicatura.
Este hecho es sólo el reflejo de la verdadera naturaleza de este país, del que muchos dicen sentirse orgullosos, jugando a la confusión entre lo que representa la masa popular y su élite. Una patria no es sólo la parte que nos gusta del país. La patria es un todo, y especialmente en España, para el funcionamiento cotidiano de tal patria se necesita de todo el entramado de porquería que a diario se huele y se palpa, no por los rincones sino incluso al aire libre. Por eso el orgullo patrio sólo puede tener un carácter reaccionario, al menos en estas latitudes. La patria es sólo una banda de miles de corruptos perfumados con sentimientos identitarios.
La patria española no goza del privilegio del capitalismo de otros países desarrollados de poder desparasitarse regularmente, aunque sea de manera light. A lo sumo meten en la cárcel a dos o tres figuras menores de cuarta o quinta categoría y listo: la Pantoja, el fascistón Del Nido, un Granados, … pero nada significativo. No se toca a un González, un Aznar, un Pujol … nada. No son muelas que se puedan extraer sin partir hueso. A pesar de su mal estado, sus raíces son demasiado profundas y están agarradas bien fuertes. Demasiadas ramificaciones. Cada forma de capitalismo concreta conoce sus particularidades y tiene sus formas de gestión.
La naturaleza convulsa de la sociedad burguesa
El capitalismo lleva en sus entrañas el mal de la convulsión. Necesita renovarse continuamente. Ninguna época humana ha sido tan convulsa socialmente como la que inauguró la gran Revolución Francesa. Desde un punto de vista histórico, la sociedad de clases ha llegado a su máxima tensión y los espasmos han adquirido escala planetaria, llevándose por delante regiones enteras.
Las primeras comunidades humanas estaban basadas, por necesidad, en la cooperación frente a la natualeza indómita. Esto, alcanzado un determinado nivel de sofisticación técnica, fue sustituido por la explotación del hombre por el hombre. Durante todo el período que llamamos civilización, esta base permitió el desarrollo y el avance de la sociedad, tomada como un todo. Entonces no había posibilidad de disponer de riquezas materiales para la sociedad entera, pero la división entre opresores y oprimidos permitió, por inmoral que sea, liberar a una parte de la misma de la carga del trabajo, para dedicarse al desarrollo de las ciencias y las artes.
Hoy, el desarrollo humano alcanzado permitiría construir un paraíso terrenal donde cabría siete veces la población mundial. La ciencia, la tecnología y la generalización del acceso a la cultura harían posible una convivencia mantenible con el medio ambiente y con toda la fauna y flora vivientes. Sin embargo, todo es puesto en peligro a causa de la supervivencia del capitalismo, la última fase de la sociedad netamente de clases.
En esa supervivencia diaria del capitalismo, más allá de sus propias posibilidades históricas, el rol de los corruptos de todo pelaje es esencial.