Una introducción necesaria
La clase trabajadora con un instinto natural ha buscado siempre la forma de organizarse y defender sus derechos por medio del elemento básico organizativo dentro del sistema de producción capitalista: el sindicato. Desde la implantación del capitalismo en nuestro país alrededor de 1860, los trabajadores comienzan a organizarse en forma de sociedades mutualistas, estas asociaciones reflejaban así mismo, el incipiente desarrollo capitalista dado que la industria comenzaba a desarrollarse, y la forma prevaleciente de producción era mayoritariamente artesanal. Aun así, los trabajadores conformaron las primeras agrupaciones tales como La Sociedad de Artesanos “La Concordia”, fundada en 1872 que llega hasta 1940, y la Sociedad de Artesanos de El Salvador, la cual en 1873 incluso publicaba un periódico llamado “El Obrero”.
Desde entonces y hasta la fecha, la lucha sindical ha estado marcada por una infinidad de intervenciones de la clase trabajadora por cambiar su realidad dentro de la sociedad dividida en clases, esto ha representado victorias parciales y totales contra la patronal y el Estado, pero también amargas derrotas. Las décadas que antecedieron al conflicto armado, como la del 40 y finales de los 70’s se caracterizaron por un auge en la movilización de parte de los trabajadores provenientes de la mayoría de los sectores productivos y del Estado.
Podemos traer a nuestra mente la masacre de obreros agrícolas y de indígenas del 32, que dejó al descubierto la falta de preparación, de una organización sólidamente construida y fundida con los mejores materiales de la vanguardia proletaria para poder hacer frente a la embestida de los oligarcas y militares que vieron en ese movimiento insurreccional una amenaza a su tranquilidad y a la posesión de las tierras que décadas anteriores habían arrebatado a las comunidades ejidales por medio de un decreto legislativo nefasto, y se permitió el arribo de un tirano como Martínez que se quedaría en la silla presidencial por 13 años durante los cuales se encargó de perseguir y asesinar no sólo a indígenas “comunistas”, sino también a los trabajadores en su conjunto. En semejantes circunstancias la clase dominante no podía darse el lujo de permitir al movimiento insurreccional levantar cabeza y debía reducirlo a cenizas, los servicios del teósofo les fueron muy útiles para aplastar al proletariado del campo y la ciudad.
Tomaría más de una década a la clase trabajadora lograr recuperarse para medir fuerzas nuevamente contra su enemigo natural y la dictadura de Martínez. Un amplio movimiento donde hasta sectores de la burguesía a quienes no le permitía desarrollarse y la pequeña burguesía se sumaron a la tarea de derrocar al general como objetivo inmediato. Los estudiantes y la juventud como casi siempre son los primeros en movilizarse y plantearon el derrocamiento por medio de una huelga que se conocería como “La Huelga de Brazos Caídos”. El país se paralizaría y hasta a los mismos EUA les era inútil ya el dictador para contener al pueblo, y como fruta podrida que no puede seguir sostenida a su rama, el general cedió ante las fuerzas de la sociedad que pedían su cabeza. Los obreros se sumaron al llamado por medio de la Unión Nacional de Trabajadores (UNT), e hicieron llamados amplios a sumarse a la huelga a toda la clase trabajadora, pero prácticamente el movimiento obrero iba a remolque de un sentimiento generalizado contra Martínez y no era en realidad su cabeza dirigente, el tímido llamado que hicieran para trascender la dictadura no sólo de Martínez, sino de los terratenientes en general dice mucho de lo poca claridad de los fundamentos del desarrollo de la sociedad en aquel entonces: “Unidad nacional de todas las fuerzas populares y democráticas del país contra la tiranía martinista sobre la base de la huelga general nacional de brazos caídos hasta derrocar a la dictadura. Trabajadores: a organizarse políticamente en las filas de la UNT”. El pulso de la historia le depararía a la clase obrera más pruebas para enfrentar al capital y se vería nuevamente ante la necesidad de haber preparado su alto mando con anticipación para enfrentar un nuevo escenario.
Un ejemplo de ello lo encontramos a finales de los 60’s, los trabajadores tuvieron el poder en sus manos por medio de la Huelga General del 68 y los comités de fábrica, embrión de un futuro gobierno de los trabajadores, bastaba que los líderes hicieran un llamado amplio a todos sus hermanos de clase para establecer los comités en todos los centros de trabajo y se conformaran autodefensas armadas de sus militantes para evitar la represión por parte del ejército; sin embargo, no existía una dirección de cuadros sólidamente forjados sobre la base de la teoría científica del marxismo revolucionario que prevaleciera o se hubiese ganado la autoridad de las masas obreras y campesinas y que se aglutinara en un partido como tal. Pasados los años, la extraordinaria movilización del 11 de enero de 1980 a cargo de la Coordinadora Revolucionaria de Masas (CMR) demostró el poderío con el que contaba la clase obrera para ese entonces, pero hacía falta el factor subjetivo construido sobre los fundamentos del socialismo para que se orientara y se concretara ese colosal potencial en un poder proletario real.
Los campesinos también han sentido siempre la necesidad de organizarse y hacerle frente a los embates de los terratenientes y a la falta de tierras cultivables para la sobrevivencia de sus familias y comunidades, es creada la FECCAS (Federación Cristiana de Campesinos Salvadoreños) y la UTC (Unión de Trabajadores del Campo), que conformarían el BPR (Bloque Popular Revolucionario) por el año 1975, donde se suman obreros y trabajadores de diferente procedencia, así como un año antes se forma el FAPU (Frente de Acción Unificada) donde también se aglutinarían obreros, campesinos y estudiantes. Esto demuestra el instinto infalible de la clase trabajadora de buscar la unidad con sus hermanos de clase, además de la organización y el acercamiento con las diversas capas de trabajadores que componen la amplia magnitud de oficios y de división social del trabajo en la sociedad capitalista. Los estudiantes tampoco se quedaban a la zaga y se incorporan junto a los trabajadores para el combate directo contra las dictaduras de turno.
Los sindicatos, organizaciones de campesinos y estudiantes fueron la base que compuso la lucha revolucionaria previo al estallido de la guerra civil contra las reaccionarias fuerzas armadas del país. Antes de que se declarara la estrategia de la conquista del poder por la vía armada, las luchas reivindicativas de los trabajadores traspasaron la línea que separaba el programa mínimo por el de consignas que los elevaban por encima de las luchas económicas y llegaron a plantearse el derrocamiento de la dictadura militar y el establecimiento de un gobierno con amplia participación de los sectores democráticos del país, donde la representatividad de la clase trabajadora estaba asegurada dada la amplia mayoría de obreros que componía las organizaciones y donde la propuesta de medidas de transición hacia el socialismo, como el control de los trabajadores de muchas fábricas y de tierras por parte de los campesinos estaba a la orden del día.
Una vez estalla la guerra civil, y al no haber una orientación clara y unificada de parte de las organizaciones obreras y de masas para el derrocamiento de la clase dominante y su bastión principal como era el ejército y el resto de grupos armados, muchos obreros políticamente avanzados se suman a las filas insurgentes de la guerrilla salvadoreña y abrazan el método clásico de la guerra de guerrillas campesina, dirigida por intelectuales y elementos radicales de la pequeña burguesía, alejándose así del centro neurálgico de la toma de decisiones como eran las ciudades y todo su entramado social. La lucha sindical queda así diezmada en cuanto a su liderazgo y a su misma militancia, se vuelve muy vulnerable ante la embestida de los hombres armados del Estado, paramilitares y grupos que ejercían el terrorismo desde el Estado como los Escuadrones de la Muerte; pero a pesar de la ferocidad con que se perseguía y eliminaban a sindicalistas como se demostró en el atentado a la sede de FENASTRAS en el 89, éstos no cesaron en su compromiso por asegurar las condiciones más favorables y dignas para la vida de los trabajadores. El heroísmo que mostraron estos camaradas en ese periodo hoy parece pasar desapercibido para la clase obrera, incluso para la misma militancia de los actuales sindicatos.
El cese al conflicto armado y la firma de la paz trajo consigo un nuevo escenario para el desarrollo de la lucha sindical en el país, la persecución, el asesinato, y los ataques a los sindicatos más consecuentes había terminado en teoría. Se presentaba un contexto más apto a las organizaciones obreras para la lucha, en vista que la guerra había cesado y el pertenecer a un sindicato ya no era visto por el Estado como sinónimo de insurgente o simpatizante de la guerrilla.
En los 90’s se vino encima la era de las privatizaciones de muchas instituciones del Estado bajo la batuta neoliberal de los gobiernos de derecha. Los sindicatos comenzaban a recomponerse, a reorganizarse y a querer aglutinar a la clase trabajadora bajo un nuevo programa reivindicativo, que pasaba por plantear una resistencia decidida a la continuación de los Programas de Ajuste Estructural (PAE) requeridos por los organismos financieros internacionales. Pero al mismo tiempo existía una desorientación teórica y política palpable y hacía falta una dirección obrera marcadamente revolucionaria que fuese capaz de convencer y proponer los métodos necesarios para combatir y asestarle derrotas al enemigo de clase, no se pudieron detener muchas de las privatizaciones que hoy padecemos, en otros casos como las intentonas privatizadoras en educación y salud sí se obtuvieron victorias de las cuales debemos aprender y sacar las lecciones necesarias.
Los trabajadores y los sindicatos en la actualidad
La pertenencia a un sindicato representa para el trabajador un espacio para las reivindicaciones cotidianas, de defensa ante las embestidas de los jefes o patronos en cuanto a la degradación y abusos constantes de las condiciones laborales. Aquellos obreros que pueden acceder a un sindicato saben que los propietarios de las empresas en el sector privado, o los jefes en las instituciones del Estado, no pueden actuar contra ellos de manera arbitraria y que hay un marco laboral jurídico que regula las relaciones trabajador-patrón como es el Código de Trabajo, o la misma Constitución. Pero en el fondo, no depende tanto de cuánto se pueda aplicar una ley o artículo de estos documentos para saldar una situación a favor de los trabajadores, sino de su capacidad de lucha y resistencia, de organización y su nivel de consciencia del rol que juega en la producción y en el resto de los sectores de la economía capitalista.
En nuestro contexto, la sindicalización nunca ha sido un camino cubierto de rosas, al contrario, siempre ha estado lleno de dificultades. Los trabajadores del Estado pueden gozar de una mayor estabilidad sindical, dado que han recibido en herencia de los combates del pasado, estructuras sindicales ya aceptadas por el aparato estatal, y cuentan con sus propias legislaciones como trabajadores públicos. La historia cambia radicalmente cuando se habla del sector privado, acá es mil veces más complicado establecer un sindicato dado que las condiciones, aunque legalmente aceptadas, no son permitidas por el patrón o dueños de las empresas, éstos saben que permitir la organización sindical en sus feudos significa tener la lucha de clases frente a sus narices día con día, que en la actualidad se expresa en la lucha por obtener una mayor parte de la plusvalía para ambos bandos. Y en los casos que han aceptado el sindicato, tratan de mantener el control de sus directivas por medio de esquiroles dispuestos a traicionar a los trabajadores a cada momento.
La sociedad salvadoreña, como en el resto de los países del mundo, está compuesta en su inmensa mayoría por la clase trabajadora, pero ésta no se encuentra organizada y muchas veces desconocen el poder colosal con el que cuentan. Este proceso de la toma de consciencia como bien sabemos no es automático, la mayoría de los trabajadores han sido educados bajo el esquema de respeto hacia la propiedad privada de los medios de producción, y que cualquier intento de atacar dicho principio es castigado férreamente por las autoridades quienes son garantes de que se mantenga el “estado de derecho”, por tanto, el trabajador promedio considera un delito hablar de apropiarse de las fuerzas productivas e incluso ejecutar una huelga o pensar en sindicalizarse, lo cual considera un riesgo a su condición de empleado, y que puede ser despedido por ello.
Las cifras de trabajadores aglutinados en sindicatos nos proporcionan un panorama más claro de la tendencia hacia la sindicalización en nuestro país. De acuerdo al último reporte estadístico del Ministerio de Trabajo y Previsión Social (MTPS) que data del mes de mayo de 2018, en su área de Dirección General del Trabajo, éste arroja los siguientes datos en cuanto al número de sindicatos y trabajadores pertenecientes a estos: “En ese sentido, para el mes de mayo 2018 se cuenta con 319 sindicatos activos, 100 Sector Público, 92 Trabajadores/as Independientes, 52 Industria, 31 de Autónomas, 30 de Gremio y 14 de Empresas, 135 mujeres y 278 hombres que forman parte de Juntas Directivas”.[1] En cuanto al número total de afiliados por sindicato, activos y registrados por el MPTS los números son tal como siguen a continuación en la siguiente imagen:
No nos detendremos a analizar las cifras del número de sindicatos y sus militantes minuciosamente, ya que no es nuestro objetivo hacer una mera interpretación académica de las mismas, nuestro objetivo debe más bien centrarse en cómo los trabajadores están respondiendo al movimiento sindical y sus implicaciones en la vida diaria y en su batalla por mejores condiciones e ingresos laborales.
Un breve vistazo a estas cifras nos da una impresión generalizada de la cantidad de obreros aglutinados en sus unidades básicas reivindicativas. Así tenemos que se encuentran 37,617 mujeres sindicalizadas y 135,528 hombres para alcanzar una cifra total de 173,145 para ambos, tomando en cuenta todos los tipos de sindicatos existentes en la industria, por gremio, independientes y demás. Pero estos números palidecen al contrastarlos con los trabajadores registrados hasta junio del 2017 por el Estado y que cotizan en el ISSS, mecanismo que se utiliza para trazar una aproximación del total de trabajadores activos tanto del sector público como del privado, que ascendía a 825,090.[2] Esto no toma en cuenta desde luego el empleo informal donde existen esfuerzos para organizar a los trabajadores por cuenta propia como los vendedores y vendedoras que buscan fortalecer su posición económica en la sociedad.
Esto indica a grandes rasgos que la cantidad de trabajadores organizados es muy baja comparado con el total de trabajadores reconocidos oficialmente, que cotizan un servicio de salud y de retiro, lo que también debe ser una preocupación para un partido revolucionario que aspira a generar cambios profundos en las relaciones de producción, el cual debe basarse esencialmente en la clase trabajadora organizada, sobre este punto volveremos más adelante. Los trabajadores del sector privado organizados superan a los del público en cuanto a las cifras de trabajadores militando en sindicatos, de acuerdo a dicho informe son más de 104,000 los que se encuentran afiliados en esos sindicatos, mientras que de las autónomas y los sindicatos del sector público apenas sobrepasan los 50,000. Esto puede encontrar su explicación en el hecho que es el sector privado el que absorbe la mayoría de la población económicamente activa en el país.
El informe del MPTS tiende a ser confuso en algunos tramos, por ejemplo, si se suman las cantidades de trabajadores que aparecen en la tabla que están reconocidos por esta institución debería sobrepasar los 275,000 trabajadores lo que representa un cuarto de millón de obreros y obreras del país que valoran como necesaria la organización para la defensa de sus derechos. También llama la atención la categoría de los sindicatos catalogados como “independientes”, dado que es una categoría que le gusta usar a muchos dirigentes que argumentan que no están bajo el control o la supervisión de ninguna fuerza política o económica externa al conjunto del sindicato, lo cual como sabemos es totalmente falso y este argumento no logra sostenerse de ningún modo, y más aún en la época de la decadencia del capitalismo y el imperialismo.
El trabajo en las organizaciones sindicales
Cuando los bolcheviques conducen a los trabajadores a la victoria en la Revolución Rusa, la clase obrera apenas representaba menos del 10% de la población, en un país de 150 millones de personas, en su mayoría campesinos. Se calcula que, para entonces los trabajadores, sobre todo los industriales, alcanzaba apenas una cifra entre 8 a 10 millones, y de éstos una cantidad mucho menor estaba organizada en sindicatos y en la mayoría de los casos eran sindicatos controlados por las autoridades zaristas. Los bolcheviques sabían que era justo y necesario el trabajo y la intervención en todas las esferas organizativas donde la clase obrera se abocara, no sólo los sindicatos, incluso los clubes educativos, deportivos, y hasta los de carácter religioso debían ser penetrados por las ideas del marxismo revolucionario. Y esto no representaba en ningún caso un oportunismo descarado como lo conocemos hoy en día, partía del principio básico de influenciar a los trabajadores con las ideas más avanzadas de su clase, reunidas en las obras monumentales de Marx y Engels y de muchos otros predecesores del movimiento obrero, expandidas y desarrolladas por el mismo Lenin y otros revolucionarios de la época.
Los bolcheviques nos indicaron el camino a seguir para realizar el trabajo táctico-estratégico de ganar e influenciar a los obreros a las ideas del marxismo revolucionario. En su obra El Ultraizquierdismo, Enfermedad Infantil en el Comunismo, Lenin desata la polémica contra los otros partidos de la Internacional Comunista y muchos obreros impacientes por acelerar el ritmo de los acontecimientos para mantener y controlar a las organizaciones obreras bajo la batuta del partido y contra aquellos elementos que argumentaban que había que crear nuevas organizaciones sindicales totalmente puras ideológicamente con la cuales la revolución sería completada sin muchos contratiempos, este fenómeno se expandió en ese entonces dada la traición de la mayoría de partidos socialdemócratas y sus sindicatos, previo al estallido de la Primera Guerra Mundial. Mucho dirigente bolchevique planteaba también que había que abandonar todas aquellas que estaban controladas por el zarismo y por sus agentes, lo cual significaba abandonar la mayoría de los sindicatos y aislarse del movimiento al que se abocaban los trabajadores. Lenin logra orientar a los bolcheviques y convencerles que es necesario dar la batalla en los sindicatos bajo la influencia del zarismo, y que abandonarlos equivalía a una traición flagrante hacia los trabajadores y entregarlos totalmente a sus dirigentes, que, por ser parte de la burocracia sindical, defendían los mismos intereses de la burguesía y del zarismo.
Trotsky era de la misma idea que Lenin, sabia que era una cuestión de primer orden incidir en la vida orgánica de los sindicatos y que no podían darse el lujo de aislarse del movimiento obrero en momentos que la revolución requería de los elementos obreros más avanzados para establecer los cimientos de la nueva sociedad socialista. En su obra Los Cinco Primeros Años de la Internacional Comunista, plantea: “Llevando a cabo una lucha sin cuartel contra el reformismo en los sindicatos y contra el cretinismo parlamentario y el carrerismo, la Internacional Comunista condena al mismo tiempo todos los llamamientos sectarios para dejar las filas de las organizaciones sindicales que agrupan a millones, o dar la espalda al trabajo en las instituciones parlamentarias y municipales. Los comunistas no se separan de las masas que están siendo engañadas y traicionadas por los reformistas y los patriotas”. La táctica que defendieron estos grandes dirigentes de la revolución siempre fue la del Frente Único, para tener una aproximación o un puente hacia los obreros, sobre todo aquellos que se encontraban en las filas de los partidos y sindicatos socialdemócratas. En nuestro contexto, se hace imperativo establecer un nexo cordial con estos camaradas en los sindicatos donde nos toque llevar a cabo un trabajo paciente de influencia de la filosofía marxista, única arma ideológica de la que disponen los trabajadores para enfrentar y derrocar el capitalismo.
Toda organización que se considere marxista, de forma consecuente debe acudir a todo espacio donde las masas de trabajadores se aglutinen para combatir las medidas que atenten contra sus intereses de clase. Lastimosamente las ideas del marxismo revolucionario han estado a la zaga en las últimas décadas debido a acontecimientos específicos que han hecho retroceder al movimiento en el plano ideológico, el colapso de la URSS, la restauración del capitalismo en varios países donde la revolución triunfó por la vía del guerrillerismo como China, Vietnam y la misma Cuba, o en aquellos donde la izquierda ha llegado al poder por la vía de las elecciones, y donde el programa tímido de reformas no ha logrado cambiar la sociedad de forma radical, la mayoría pobre y explotada continúa viviendo bajo esas condiciones, y a pesar de la crisis del capitalismo, los burgueses de todo el mundo siguen acaparando inmensas fortunas. A diferencia de las sectas que siempre afirman de que todos los partidos y sindicatos dentro del capitalismo son traidores de la clase trabajadora a excepción por supuesto, de ellos mismos, consideramos como un deber inalienable realizar un trabajo firme y paciente en estas organizaciones a fin de atraer a los trabajadores a la órbita del marxismo. Lenin consideraba que era un crimen separar a los obreros avanzados de las masas, y que ese tipo de tácticas, lejos de debilitar a la burocracia sindical y de los partidos, en realidad la fortalecía.
Las tareas prácticas que se plantean en este periodo, no distan mucho de las que la Internacional Comunista (IC) elaboró para su IV Congreso de donde se desprenden sus Tesis Sobre la Acción Comunista en el Movimiento Sindical. Sabemos que los sindicatos han cambiado mucho su composición desde entonces y que han tenido que retroceder y tal como lo explican estas tesis: “Este retroceso se explica por las vastas ofensivas de la burguesía y por la impotencia de los sindicatos reformistas no solamente en resolver la cuestión social sino también en resistir seriamente el ataque capitalista y de poder defender los intereses más elementales de las masas obreras”. Debido a esto, nos encontramos con sindicatos altamente burocratizados cuyas direcciones no están dispuestos a ir más allá de los limites de los cambios graduales y lentos para mejorar la situación de la clase obrera y que se subordinan completamente a las otras direcciones burocratizadas de los partidos igual o peor de reformistas y en franca bancarrota ideológica. Por esto, la consecución de tareas mínimas y máximas dentro de los sindicatos es una tarea de primer orden. La IC en sus primeros 4 Congresos aconsejaba entre otras cosas que se debía:
1). Combatir la tendencia del neutralismo en los sindicatos que consiste en una influencia nociva de la burguesía de que los sindicatos deben interesarse únicamente en los problemas económicos sin mezclarse en política. La burguesía siempre tiende a separar la política de la economía, comprende perfectamente que, si logra insertar a la clase obrera en el marco sindical, ningún peligro serio amenazará su hegemonía.
2). Los compañeros deben esforzarse por establecer células en el seno de los sindicatos, cualquiera que sea la orientación de éstos, y defender su derecho a crearlas en caso de ser atacados por la burocracia.
3). Tomar la iniciativa para crear un bloque con los obreros revolucionarios de otras tendencias, que reconozcan como necesaria la democracia obrera y la abolición de la burguesía y su sistema democrático. Evitar en todo lo posible una acción aislada e individual debido a que no se contará con ninguna fuerza considerable para combatir las tendencias anarcosindicalistas o las mismas neutralistas.
4). Esforzarse para coordinara acciones en la lucha practica contra el reformismo y las posturas neutralistas, así mismo con todos los elementos revolucionarios que apoyan el derrocamiento del capitalismo y la dictadura del proletariado.
5). Evitar ser expulsados por la realización de nuestro trabajo en el seno de los sindicatos, y si éste fuere el caso, plantear una defensa férrea para evitar nuestra salida. Los marxistas son lo suficientemente fuertes como para dejarse eliminar sin decir nada.
Como tendencia marxista dentro de los sindicatos y con nuestras condiciones y particularidades, debemos se debe dar una batalla férrea y con los medios que consideremos más efectivos, lograr la conquista de estas organizaciones y abogar por la unidad de la clase trabajadora que ha sido destruida tras años de carrerismo, oportunismo, y burocratismo reflejado en la mayoría de los sindicatos que prevalecen en nuestro país. La tarea es grande, pero debemos basarnos en las ideas correctas de la clase trabajadora, la cual debe hacerlas suyas y nuestro deber es llevarlas hacia ella para que puedan ser asimiladas por su vanguardia.
El escenario de los estudiantes y la juventud en el siguiente periodo
Los estudiantes están a las puertas de sucesos convulsivos de nuestra historia, sobre todo los universitarios y en especial los de la UES. Los de educación media tampoco están exentos de la posible tormenta que se desate en los próximos años y el resto de los niveles simplemente serán arrastrados a las condiciones que se impongan en el futuro. El FMLN, se tambalea ante las recientes encuestas que no les dan aun una posición ventajosa con respecto a los otros candidatos—Bukele y Callejas—muy al contrario, HM aparece atrás de Calleja, y todavía más a la zaga de Bukele, pero incluso así, sus dirigentes afirman que Martínez encabeza las encuestas de preferencia electoral para las presidenciales de 2018. Un escenario con Bukele a la cabeza del Ejecutivo sería lo menos nocivo para la juventud comparado con Callejas, pero tampoco el mejor contexto, en momentos donde estos líderes no tienen margen de maniobra, sólo se espera austeridad y más austeridad para la juventud y los trabajadores. HM y su discurso ambiguo de apoyar a la juventud, pero de no crear una dependencia de programas de gobierno, deja trazada una gran incógnita sobre la mente de miles de jóvenes, que a pesar de que sus condiciones materiales no han sufrido un cambio radical, los programas de asistencia social han amortiguado de alguna forma la adversidad en la que viven la mayor parte de ellos. De Callejas no podemos esperar otra cosa que la de continuar lo que dejaron a medias los gobiernos de ARENA y aplicar los dictados de los organismos financieros de manera abierta y descarada, la educación y la salud se vuelve un jugoso botín para estos gavilanes.
Hemos visto cómo la juventud universitaria está despertando de un letargo aterrador que parecía condenar a los universitarios a una pasividad espantosa. El accidente fue la Ley Integral del Agua que quiso aprobar la derecha, en oposición a la Ley General del Agua, que ya había sido ampliamente discutida por las fracciones de todos los partidos en los periodos anteriores pero que nunca fue aprobada y luego fue engavetada para no volver a tocar el tema, hasta hace poco. Las tradiciones de lucha de los estudiantes son de larga data y todo parece indicar que, si se logran articular los intereses generales de las masas trabajadoras, con las consignas correctas y el espíritu aguerrido de la juventud, podemos estar a las puertas de un aumento de la lucha de clases en el próximo periodo.
Los jóvenes pueden incorporarse de manera decidida a la pelea por mejorar esta sociedad si encuentran el espacio donde puedan desarrollarse y aportar el esfuerzo que se requiere para enfrentar a un enemigo poderoso que posee todos los medios a su disposición para adueñarse de todo lo que pueda otorgarle beneficios. La clase trabajadora y la juventud han sido por largos tramos de nuestra historia, un freno a las aspiraciones de un puñado de millonarios de convertir de una vez por todas los recursos naturales en propiedad privada. La consigna de la unidad entre obreros y estudiantes debe ser rescatada y puesta en escena para los futuros enfrentamientos contra un enemigo al cual se le conoce perfectamente y del cual se sabe hasta dónde puede llegar en defensa de sus condiciones materiales.
León Trotsky, que sabía algo sobre esta etapa en la que se encuentran muchos jóvenes, era claro y firme en explicar que había que educar en la disciplina obrero-revolucionaria a los estudiantes por medio del ejemplo y el esfuerzo constante: «El estudiante revolucionario sólo puede contribuir si, en primer lugar, vive un proceso de autoeducación revolucionaria rigurosa y coherente y, en segundo lugar, si se liga al movimiento obrero revolucionario cuando todavía es estudiante. Permítanme aclarar que cuando hablo de autoeducación teórica me refiero al marxismo no falsificado».[3]Es necesario saber convencer a estos camaradas que, a pesar de todo el conocimiento que puedan haber adquirido en cualquier recinto estudiantil, queda reducido a la nada si no son capaces de vincularlo con las reivindicaciones más elementales de las masas proletarias y campesinas. Es nuestro deber proporcionar a los estudiantes, las herramientas necesarias para que estos jóvenes se conviertan en verdaderos soldados de la revolución socialista y futuros líderes del movimiento.
La lucha sindical en los próximos años
Hay una infinidad de problemas que le roban la calma a la clase obrera hoy en día, los que parecen no tener fin: la inestabilidad laboral, los altos costos de la canasta básica, la asfixiante cantidad de impuestos, el crimen y la violencia, el desempleo creciente, y un largo etcétera. Los niveles de vida cada vez se degradan más, no hay salida a la barbarie capitalista si no es a través de una revolución que sacuda esta sociedad hasta sus cimientos y pueda barrer toda la podredumbre a la que nos tienen sometidos los buitres capitalistas. En este escenario se hace necesario hoy más que nunca, cuando se atraviesa una de las crisis más profundas del sistema de producción, la organización de la clase obrera en todas las áreas laborales y productivas. Las cifras de desempleo y delincuencia abruman a los trabajadores hasta la desesperación y la única vía posible es huir hacia un destino incierto a otras tierras; pero no hay ningún régimen estable en algún lugar del mundo en esta época de decadencia capitalista y del fracaso de las izquierdas reformistas. A nivel mundial, la OIT asegura que se reducirá el porcentaje de desempleo para este año y maquillan cifras hasta acercarse a los 192 millones de desempleados a nivel mundial, sabemos que esa cifra palidece ante la realidad imperante.
¿Qué tipo de organización deben buscar los trabajadores? Los marxistas sabemos que aglutinar fuerzas con el resto de los asalariados es una tarea ineludible si se quiere incidir y transformar la sociedad capitalista. La unidad básica elemental de los trabajadores ha sido y será siempre el sindicato en sus lugares donde se desempeñan. Esto no quiere decir que no existan otras formas de organización como las estudiantiles y de las comunidades donde también se puede llevar a cabo una actividad revolucionaria y cambiar la realidad inmediata. Pero el sindicato representa a la clase trabajadora que se une hacia objetivos específicos en defensa de sus salarios, de sus condiciones laborales y de elevación de la consciencia de su papel neurálgico dentro de esta sociedad, lo que indica que es el producto más genuino de las relaciones de producción capitalistas, en otras palabras, el capitalismo no es nada sin la clase trabajadora. Esto tampoco quiere decir que todos los sindicatos estén al servicio de los interese de los trabajadores, fin para el cual han sido creados. La historia del movimiento obrero mundial nos indica, cómo los sindicatos han servido para controlar a los mismos trabajadores y han ayudado a los patronos para extraer más plusvalía de sus empleados. Estos sindicatos son los que conocemos como sindicatos amarillos. ¿Deberían los trabajadores de vanguardia involucrarse en estos sindicatos? Consideramos que es correcto, su objetivo debe ser el de luchar por transformar esas unidades en verdaderas organizaciones que sirvan a la clase trabajadora en detrimento de la patronal.
Como hemos visto en las cifras anteriores, el nivel de sindicalización en nuestro país es muy bajo. Lo que no debe dejar de preocuparnos, ya que esto quiere decir que, por A o B motivo, los trabajadores no se están abocando a sus organizaciones de lucha tradicionales. Que algo les impide entrar en contacto con sus hermanos de clase reunidos en estos colectivos, o que realmente no los ven como una alternativa a sus deplorables condiciones laborales y que no es posible cambiar dichos escenarios. Vemos hoy en día cómo incluso sindicatos tradicionales y con mucho bagaje histórico en las luchas cotidianas se encuentran en crisis y con poca fuerza para intentar desafiar la arremetida de la burguesía que se está gestando.
En 1938, un jefe sindical de Chicago se quejaba ante Trotsky en una visita que le hiciera al dirigente del Ejército Rojo ya en su exilio mejicano que, apenas un 15% de los obreros organizados asisten a las reuniones sindicales. Trotsky le respondía que la causa de ese ausentismo del 85% residía en los oradores—los dirigentes—ya que no tenían nada que decirles (ofrecerles) a las masas. Pero el jefe norteamericano no queda satisfecho y luego pregunta a Trotsky, qué hacer ante tal situación, a lo que el “Viejo” le respondió de forma categórica: “En primer lugar, exponer claramente a las masas la situación. No se puede jugar a las escondidas…Las masas tienen muchas más cualidades, audacia, y decisión que sus jefes…Lamentablemente, nadie, en las cúpulas sindicales, se ha atrevido a sacar conclusiones tan audaces de la exacerbación de las luchas sindicales como las que saca la reacción capitalista. Este es el fondo del problema. Los jefes del capital piensan y actúan con mucha más resolución lógica y audacia que los jefes del proletariado—esos burócratas escépticos, siempre por detrás de los acontecimientos—que debilitan la combatividad de las masas…Los obreros no asisten a sus reuniones porque sienten instintivamente la insuficiencia, la inconsistencia, la falta de vida, la falsedad de la orientación del programa que le ofrecen ustedes. En el momento en que cada obrero siente la catástrofe que planea sobre su cabeza, los dirigentes sindicales se extienden en formulas generales. Ustedes tienen que encontrar un lenguaje que corresponda a la situación real del capitalismo putrefacto, y no a las ilusiones de los burócratas”.[4] Es evidente que los dirigentes actuales de los sindicatos en su mayoría están operando como una barrera infranqueable a las aspiraciones y luchas inmediatas de la clase obrera, ya sea que lo hagan de forma ingenua o como los lugartenientes directos de la burguesía en su seno.
Los acontecimientos presionarán a estas direcciones que en muchos casos se apropian del derecho de ser lo jefes eternos en sus respectivos sindicatos. El panorama que se avecina es de más inestabilidad social, con grupos enteros de jóvenes y trabajadores entrando al teatro reivindicativo laboral con fuerzas frescas y renovadas. La cuestión de las AFP pondrá sobre la mesa de las directivas sindicales y los partidos y líderes reformistas, la pregunta que todos los trabajadores se están haciendo: ¿Qué pasará con mi pensión? Ante esto deberán responder de manera categórica de qué lado están, si del lado del oprimido o de forma descarada del lado de los grandes capitalistas. No hay forma de seguir reteniendo la conflagración, ni de apaciguar a las masas con medias tintas. Desgraciadamente el partido que debería aglutinar a la vanguardia de la clase trabajadora —ahora abarrotado de carreristas y funcionarios de profesión— conspiró contra la clase trabajadora al ser partícipe de una reforma de pensiones donde los amos de las AFP salieron agradecidos y apresurados a aplaudir un acuerdo que les vino como agua de mayo. Los dirigentes sindicales sirvieron como polea de transmisión del nefasto acuerdo para desmovilizar a sus bases que ya no exigían una reforma en las calles, sino que querían fuera del control de las pensiones a las AFP.
El retorno de la derecha, la llegada de Bukele, o la continuidad de un tercer gobierno del FMLN no dará oportunidad a estos candidatos a ofrecer mayor alivio a las masas obreras y a la juventud, es imposible que no estallen acontecimientos críticos ante nuestros ojos. El problema de los partidos de izquierda en general es que están saturados de elementos de la pequeña burguesía, confusos y con aspiraciones personales, además de una gruesa capa de burócratas de oficio, la clase trabajadora es una minoría, aunque estos partidos juren y perjuren que su razón de ser es la clase trabajadora. En sus debates contra Canon del SWP (Partido Socialista de los Trabajadores de los EUA), Trotsky le sugería lo siguiente: “El partido tiene una minoría de auténticos trabajadores industriales… Los elementos no proletarios son una levadura muy necesaria, y creo que debemos estar orgullosos de su calidad… pero… nuestro partido puede inundarse de elementos no proletarios y llegar a perder su carácter revolucionario. Por supuesto no se trata de impedir la entrada de intelectuales por métodos artificiales… sino orientar, en la práctica, toda la organización hacia las fábricas, las huelgas, los sindicatos…”[5]
Para evitar que se dieran este tipo de inconvenientes, Trotsky recomendaba al mismo tiempo lo siguiente: “Podemos establecer inmediatamente una norma general: un militante que no es capaz de ganar cada tres o seis meses un obrero para el partido no es un buen militante. Si establecemos seriamente esta orientación y verificamos los resultados cada semana habremos evitado un gran peligro: que los intelectuales y trabajadores de cuello blanco acaben por suprimir a la minoría obrera, la condenen al silencio, conviertan al partido en un club de discusión muy inteligente, pero absolutamente inhóspito para los obreros. Hay que elaborar normas paralelas para el trabajo y el reclutamiento de la organización juvenil, pues de lo contrario corremos el riesgo de producir diletantes revolucionarios en lugar de luchadores».[6]
Los sindicatos deben jugar un rol protagónico en la batalla contra la burguesía y su decadente sistema político-económico, las ideas más vanguardistas para conformar el andamio teórico-práctico contra su enemigo de clase deben serles proporcionadas por todos los medios posibles, la clase trabajadora que se avoca a los sindicatos puede ser potencialmente revolucionaría o puede ser completamente conservadora, es menester de su vanguardia hacerle comprender que las reivindicaciones laborales que se conquistan son fácilmente minimizadas o eliminadas sino se tiene el control total del sistema de producción prevaleciente, el sindicalismo puede ser ampliamente combativo si los que están a la cabeza son lo suficientemente capaces de hacerlos avanzar primero por conquistas mínimas para luego hacerles ver de la necesidad de la conquista del poder total por medio del partido revolucionario.
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NOTAS:
[1] Oficina de Estadística e Informática. (2018). Boletín Mensual de Estadística . Junio, 2018, de MTPS Sitio web: http://www.mtps.gob.sv/estadisticas-institucionales/
[2] Linares V. (2017). Gobierno y sector privado chocan por las cifras de empleo. mayo 22, 2017, de elsalvdor.com Sitio web: https://www.elsalvador.com/noticias/negocios/353072/gobierno-y-sector-privado-chocan-por-las-cifras-de-empleo/
[3] Trotsky L. (1932). Sobre los estudiantes y los intelectuales. julio 20, 2008, de CEIP Sitio web: http://www.ceip.org.ar/Sobre-los-estudiantes-y-los-intelectuales
[4] Trotsky L. (2010). El programa de transición. Coyoacán, México: Centro de Estudios Socialistas Carlos Marx, pp. 171-172
[5] Trotsky L. (1978). En defensa del marxismo. Madrid, España: Akal editor, p. 131
[6] Ibíd.