Sobre democracia burguesa y dictadura en El Salvador

Sobre democracia burguesa y dictadura en El Salvador

El Estado es un instrumento de opresión de una clase sobre otra. En el capitalismo, el Estado como lo definió Engels es un cuerpo de hombres armados en defensa del capital, o en otra definición es la comisión ejecutiva que administra los negocios de la burguesía. El Estado burgués se adapta a diferentes formas dependiendo del estado de la lucha de clases, las condiciones económicas y sociales de cada país y época.

En el ideal burgués, la maquinaria del Estado establece una serie de instituciones que se muestran a los ojos de los oprimidos como imparciales y mediadoras, que enmascaran la cruel dictadura de la burguesía ejercida por los bancos y los empresarios.

En la medida en que las fuerzas productivas se desarrollan y la economía tiene cierta estabilidad, la sociedad parece funcionar de manera pacífica, hay empleo, salarios y más o menos condiciones de libertad de organización y expresión, todo esto se regula aparentemente a través de un conjunto de leyes (constituciones) elecciones “democráticas” y un conjunto de instituciones con jueces y funcionarios que “velan” por el cumplimiento de estas, con cierto equilibrios, pesos y contra pesos.

Como en alguna ocasión señaló Lenin:

“La república democrática es la mejor envoltura política posible del capitalismo, y por eso el capital, una vez adueñado de esta mejor envoltura, establece su poder tan firmemente, tan sólidamente, que ninguna modificación ni en personas ni en instituciones ni en partidos dentro de la república democrática socava ese poder del capital” y también declara que: “La república democrática es la forma más adecuada de la dictadura de la burguesía”

Sin embargo, incluso en la época de apogeo del capitalismo, este sistema ideal liberal burgués, fue difícil de implementar, en la república francesa la burguesía tuvo la necesidad de utilizar gobiernos autoritarios no en menos de una ocasión para mantener su dominación y aun así, los liberales burgueses alaban y glorifican cada vez que pueden el sistema de la democracia burguesa como el único y más democrático entre las formas de gobierno, no en vano, pues como dijo Lenin, es la mejor máscara que oculta la despiadada explotación y opresión capitalista.

 

Los regímenes burgueses de El Salvador

En los países ex coloniales como el nuestro, la llegada de algunos rasgos de esta democracia ideal burguesa tuvo que transitar por décadas de guerras, gobiernos autoritarios y dictaduras militares sangrientas, pues las burguesías criollas, estrechamente ligadas al imperialismo y dependientes de su protección económica y militar, se negaron a impulsar incluso las más mínimas reformas democráticas. Ante cualquier amenaza de revolución desde abajo, optaron por reforzar su alianza con las potencias extranjeras y las dictaduras internas para preservar su dominio de clase.

El Salvador no ha sido la excepción, los campesinos y trabajadores a cada intento de conquistar sus derechos y empezar a cuestionar el poder de la clase dominante y disputar la dirección política de la sociedad, le fue sucediendo en medio de ríos de sangre diferentes dictaduras militares. Después de la guerra revolucionaria de 1980, cuando la revolución fue descarrilada y traicionada por la dirección reformista del FMLN, inició un proceso de instauración “democrática”, se crearon nuevas instituciones, partidos políticos o la legalización de estos, y elecciones más o menos libres y democráticas y sin embargo, esto solo se trato de una forma más sofistifica de dominacion burguesa.

La firma de los Acuerdos de Paz de 1992 de ninguna manera evitó la persecución y el asesinato selectivo de lideres del movimiento que de buena fe, entregaron sus armas. Incluso después de los acuerdos decenas de líderes y militantes fueron asesinados o simplemente desaparecidos por las fuerzas represivas del Estado, los escuadrones de la muerte y grupos paramilitares no fueron desarticulados sino que fueron integrados al aparato del Estado.

Durante los 20 años del principal partido de la derecha Arena (1994-2009), la represión y la persecución no cesó, en 2001-2003 las movilizaciones de las marchas blancas fueron brutalmente reprimidas, los líderes del movimiento sufrieron la persecución y la represión, el Estado se encargó de contener este proceso, toda la lucha estuvo marcada por la represión, persecución y la criminalización de la protesta incluyendo despidos, hostigamientos y presos políticos.

Posteriormente en una nueva crisis de los gobiernos de Arena en 2005, se aprobó una ley contra el terrorismo, el objetivo fue criminalizar la organización, la libertad de expresión y de protesta. No fue “terrorismo” real, sino una criminalización del descontento social mediante leyes antiterroristas al servicio de la burguesía. La legislación antiterrorista es un instrumento del Estado burgués en crisis para anticipar futuros estallidos sociales.

Se encarcelaron y desaparecieron a diferentes lideres, como los 13 presos politicos de Suchitoto, que fueron torturados por la policia y se les pretendia judicializar por actos de terrorismo, pero finalmente fueron liberados por la presion del movimento nacional e internacional.

Esto no era más que el efecto de la crisis del sistema y el avance en simpatías de las ideas de cambio en el país representadas en su momento por el FMLN. En 2009 a la derecha le fue imposible mantener el control del Estado, la crisis financiera mundial del 2008 y la agudización de las contradicciones en el sistema habían creado las condiciones para el cambio. Sin embargo, el FMLN no hizo otra cosa que administrar la crisis, durante este periodo, se intentó establecer un régimen liberal burgués. El FMLN buscaba que la democracia burguesa funcionara.

El reformismo del FMLN, política heredada del colapso de la izquierda reformista stalinista mundial, concibió su papel en el gobierno como un agente mediador entre las clases, el primer presidente de la izquierda declaró su gestión como el gobierno de la Unidad Nacional, no cuestionó el poder económico real y se subordinó a la lógica del capital.

Irónicamente, después de las consecuencias de la peor crisis del sistema que los capitalistas habían creado, los respetables señores de la izquierda llamaron a estrechar lazos con los banqueros y empresarios mientras los trabajadores perdían sus empleos y veían como sus condiciones de vida empeoraban.

En unas condiciones de crisis es imposible conseguir reformas y mantener el equilibrio.

El gobierno del FMLN rescató el sistema, y en la medida que los efectos de la crisis se agudizaron, continuó con la política represiva de ARENA que bajo el pretexto de la guerra contra las pandillas reforzó la policía, se militarizó la seguridad y se establecieron leyes represivas contra la juventud, incluso, en estos años la política estuvo marcada por la persecución en el norte del país, los asesinatos selectivos por las mineras y asesinatos extrajudiciales por la policía y el ejército, todo esto con el objetivo de controlar a los sectores populares esto preparó objetivamente las condiciones políticas e institucionales que Bukele heredó y ahora ha profundizado. La militarización no fue accidental, fue la consecuencia directa de intentar salvar al sistema y adaptar el Estado a los nuevos desafíos que resultaron de la crisis.

En estos 30 años (1992-2018) vimos diferentes cambios en la democracia burguesa, por un lado tuvimos 20 años de una democracia asfixiante y represiva de ARENA, por otra lado, tuvimos un régimen con una forma más moderada y negociada de dominación burguesa en el que aparentemente los intereses de las clases se conciliaron o mejor dicho los intereses de la clase obrera fueron contenidos ante la autoridad de sus dirigentes y finalmente esto condujo a un desprecio a los líderes de la izquierda y a todas las instituciones del régimen burgués, lo cual abrió paso a una nueva fase reaccionaria.

Concluir que el sistema liberal burgués sigue siendo un régimen represivo a pesar de que se vista de pluralismo, unidad nacional, consenso y todas las falsedades que se argumentaron en los 10 años del FMLN, esta política desastrosa solo fragua el camino al desarrollo de regímenes como el de Bukele que veremos a continuación.

Este recorrido histórico demuestra que el Estado burgués, en cualquiera de sus formas —militar, reformista o autoritaria—, ha servido exclusivamente a los intereses de clase de los capitalistas. La única salida real para la clase trabajadora no es defender una ‘mejor democracia’, sino organizarse para destruir este Estado y construir un poder obrero revolucionario.

 

El Régimen de Bukele

Bukele llegó en un momento en el que las instituciones de la democracia burguesa, es decir Asamblea Legislativa, Fuerzas Armadas, Corte Suprema de Justicia y demás, tenían percepciones negativas y nula aprobación entre las masas, los partidos existentes del régimen y sus dirigentes estaban igual o peor valorados en la sociedad.

La crisis de la democracia burguesa no era una anomalía salvadoreña: es realmente una tendencia mundial del capital en crisis. La existencia de un partido revolucionario con un programa hacia el socialismo en este momento hubiera tenido mejores oportunidades de encauzar este descontento hacia un proceso revolucionario abierto. La ausencia de un partido revolucionario con dirección y programa marxista, capaz de intervenir en la lucha de clases, permitió que la crisis fuera canalizada por una figura autoritaria.

De hecho Bukele surge de una disputa interna en el FMLN o sea de la izquierda en el gobierno y en un principio demagógicamente utiliza un lenguaje de izquierda radical, adopta los símbolos y héroes de la izquierda salvadoreña para embaucar a las masas, surge de la bancarrota de la izquierda retoma un discurso antisistema que conecta rápidamente con las masas trabajadoras.

Tras ser traicionadas tanto por la derecha como por la izquierda, las masas buscaron una alternativa política. Lamentablemente, la alternativa no fue una opción revolucionaria comunista; en ausencia de una alternativa realmente comunista, el vacío fue ocupado por el movimiento político de Nayib Bukele. Este movimiento, caracterizado por su demagogia y falta de contenido ideológico, se presentó con discursos pomposos y promesas grandilocuentes, resultando ser una estafa política disfrazada de cambio real en toda su extensión.

Así logró consolidar todo el poder total del Estado en sus manos como ningún otro en la historia reciente. Controló por mecanismos electorales el Ejecutivo y el Legislativo, desde ahí planeó con procedimientos autoritarios, pero en los límites democráticos que permite el sistema, el control de las demás instituciones como la Corte Suprema de Justicia y la Fiscalía General de la República, cuyos representantes fueron destituidos de un plumazo por la nueva Asamblea Legislativa que se construyó alrededor de su figura.

 

La base de apoyo popular de Bukele

En sus primeros intentos de cumplir con sus promesas sin lograr avances significativos, terminó estableciendo un pacto oscuro con los grupos criminales que masacraron históricamente a la población: las pandillas.

Este sigue siendo el logro más significativo de Bukele, el que mantiene su popularidad y sobre el cual el puede lograr su estabilidad en el control del Estado. La violencia pandilleril que históricamente dejó un saldo de 200 mil muertos y que había puesto al país en los primeros puestos de violencia criminal y asesinatos, desapareció de la noche a la mañana, para entender la fidelidad del electorado que apoya a Bukele, debemos entender primero en el infierno que la mayoría de la clase obrera vivía antes de la llegada al Ejecutivo de Bukele, la gente reflexiona: “si pudo con las pandillas, también podrá resolver la cuestión económica, solo hay que darle más tiempo”, aún siguen esperando. Esto es parte del proceso de la escuela de la vida por el que las masas trabajadoras aprenden y sacan conclusiones políticas.

Las masas trabajadoras, marcadas por el trauma de la violencia pandilleril, han sido disciplinadas por el terror del Estado bajo la promesa de orden y seguridad. Se trata de una forma reactiva de consenso basada en el miedo y la desesperanza.

Con esto logró agenciarse un segundo mandato, pasando por encima de la constitución que impide la reelección y se conduce con paso seguro al séptimo año en el segundo mandato del Ejecutivo.

 

Las pandillas como chivo expiatorio que justifica la represión

Las pandillas han sido utilizados como chivos expiatorios para justificar su principal herramienta represiva, el establecimiento de un estado de excepción, que bajo el argumento de una guerra contra las pandillas, se ha convertido en un modelo de gobierno, que suprime derechos constitucionales y blinda a un nivel superior su gestión del escrutinio público en el uso de fondos y decisiones. Esto representa una mutación del Estado burgués hacia formas de dominación despótica con apoyo de masas.

La situación en el país con el paso de los años se vuelve asfixiante, la desesperanza, la pobreza, el desempleo, la ausencia de derechos básicos como la salud y la vivienda se intensifican. Hay más de 86 mil presos desde el establecimiento del régimen de excepción, ninguna de ellas recibe visitas y están en condiciones precarias y de tortura, cientos han muertos en custodia del Estado en la mayoría de casos han sido procesadas irrespetando el debido proceso.

El presidente Nayib Bukele ha adoptado una postura implacable hacia sus opositores, utilizando el aparato estatal para perseguir y encarcelar a críticos opositores. Esta represión ha afectado a figuras de la izquierda, líderes comunitarios, sindicalistas y defensores de derechos humanos.

Entre los casos más destacados se encuentran:

Geovani Aguirre, sindicalista detenido bajo cargos no especificados; líderes de Santa Marta y la Cooperativa El Bosque, encarcelados por oponerse a proyectos mineros y defender el medio ambiente; Fidel Zavala y Alejandro Henríquez, defensores de derechos humanos detenidos por su labor y denuncia de abusos estatales; y Ruth Eleonora López, abogada de Cristosal arrestada en mayo de 2025 por presunto enriquecimiento ilícito en un juicio secreto, son algunos de los casos más visibles de represión.

Estos casos se enmarcan en un patrón de represión sistemática contra la disidencia en El Salvador, donde el gobierno utiliza el sistema judicial y el régimen de excepción para silenciar a opositores y críticos. El aparato represivo del Estado ha sido reconfigurado no solo para castigar a la disidencia del viejo régimen, sino para prevenir el surgimiento de cualquier organización política de clase independiente.

El régimen de Bukele no representa una ruptura con el pasado, sino una continuidad más autoritaria del mismo Estado burgués, adaptado a una nueva etapa de crisis capitalista. Su popularidad transitoria, basada en el miedo y la represión, será erosionada por las condiciones materiales que su gobierno no puede resolver. Las masas deberán, inevitablemente, sacar conclusiones políticas más profundas. La tarea pendiente sigue siendo la construcción de una alternativa revolucionaria que reorganice el descontento social hacia una transformación radical de la sociedad.

 

El régimen de Bukele es un instrumento del capital nacional y extranjero

El gobierno de Bukele también ha abierto la puerta al capital financiero internacional y ha fortalecido al capital nacional, facilitando proyectos turísticos, expropiando propiedades de campesinos y poniendo a disposición del capital los recursos naturales como las playas y los bosques del país para que sean explotadas, mientras desplaza, margina, excluye y agudiza las condiciones de pobreza de los habitantes en estas zonas.

Ha establecido leyes de expropiación de tierras por parte del Estado para facilitar la inversión de capital, ha derogado impuestos a las grandes inversiones de capital, y ha establecido concesiones a grandes proyectos urbanísticos, turísticos y de infraestructura, casi sin ningún tipo de oposición.

Ha endeudado el país como ningún gobierno en la historia, aunque tuvo conflictos con el FMI en el pasado por el uso del bitcoin, en 2025 derogó la ley que establece al bitcoin como moneda oficial de El Salvador para conseguir un rescate financiero de más de 3 mil millones de dólares ahora sigue al pie de la letra los mandatos de este organismo reaccionario, los empresarios y multinacionales se sienten cómodas con la gestión de Bukele, no hay cambios significativos en las condiciones laborales, al contrario, los derechos de los trabajadores han retrocedido a décadas atrás, lo cual es beneficioso para la inversión extranjera y para las empresas de capital nacional.

Actualmente los sindicatos han sido desarticulados y se les impide conseguir su legitimidad en el Estado, la legitimidad depende de la lealtad al Estado, así todo sindicato que existe es un aliado del régimen. La mayor parte de las organizaciones existentes han sido desarticulados, silenciadas y sus líderes han tenido que huir del país si es que no han sido encarcelados.

 

Sobre dictaduras y el régimen de democracia burguesa

La profundización de los métodos represivos y el control autoritario del aparato del Estado por parte de Bukele, da la impresión que estamos nuevamente bajo una dictadura, e incluso algunos se atreven a plantear que estamos bajo una dictadura fascista.

Hay que ser claros, si aceptamos que el régimen de Bukele se ha vuelto una dictadura, debemos señalar que tipo de dictadura ¿militar, bonapartista, fascista?

Las dictaduras no surgen porque sí o por el antojo de la clase dominante, como hemos señalado anteriormente, a la clase dominante le es más factible gobernar a través de los gobiernos que aparentan ser democráticos, por razones obvias, los negocios van mejor así, entonces, ¿cuando es necesaria la dictadura? Nuestra historia presenta casos que podemos usar como ejemplo.

En 1931, el descontento popular había llegado a un punto de no retorno, los campesinos y la clase artesanal en la ciudad estaban enfurecidos y dispuestos a organizarse para luchar por la toma del poder, este ascenso de la conciencia dio como resultado, en un primer lugar el establecimiento de un gobierno reformista en 1931 por voto popular, que fue derrocado por un golpe de Estado, en segundo lugar el gane de los comunistas en elecciones municipales, el cual fue desconocido por la clase dominante y por último, el avance de la insurrección indígena campesina del 32.

Esta cadena de acontecimientos, representaron una amenaza viva para el sistema y la oligarquía cafetalera solo podía contenerlo a través de la masacre y la instauración de la dictadura militar, esas fueron las condiciones sobre las cuales se alzó la dictadura de Maximiliano Hernandez Martinez por 12 años.

En algunos contextos de crisis aguda, la burguesía puede optar por regímenes que Marx definió como bonapartistas, aludiendo al régimen de Luis Bonaparte (Napoleón III) en Francia, donde el poder del Estado se concentra en una figura personal, por encima de las clases, con el objetivo de preservar el orden burgués. Marx toma el término “bonapartismo” como analogía con el cesarismo romano, en el que todo el poder se concentraba en el emperador, suprimiendo o vaciando de contenido a las instituciones republicanas, como el Senado, para salvar al Estado en momentos de peligro.

Estos regímenes bonapartistas surgen cuando las clases sociales principales han chocado repetidamente por el poder sin lograr imponerse, anulándose mutuamente. En ese contexto, el Estado se eleva relativamente por encima de la sociedad, personificado en un “salvador” autoritario que se presenta como árbitro entre las clases y gobierna mediante el ejército y el aparato represivo. Para mantenerse, puede oscilar entre concesiones a una u otra clase. En última instancia, el objetivo fundamental de estos regímenes es salvaguardar el sistema capitalista y mantener la dominación de la burguesía frente a la crisis y la lucha de clases.

Las dictaduras fascistas se caracterizan por el uso violento y sistemático del ejército, la policía y una milicia armada compuesta principalmente por sectores de la pequeña burguesía, con el objetivo de aniquilar físicamente la expresión política organizada de la clase obrera. A diferencia de las dictaduras militares o bonapartistas, las dictaduras fascistas sí necesitan contar con una base social y un partido político propios. Esta base social es fundamental para movilizarse, armarse y asesinar sindicalistas y líderes obreros. El fascismo es el resultado de la incapacidad del régimen para contener el movimiento obrero únicamente con el poder del Estado, por lo que recurre a la violencia organizada desde abajo para aplastar la organización política proletaria.

En la actualidad, esa base social fascista no existe en El Salvador; no hay un partido fascista ni una base social dispuesta a movilizarse y asesinar sindicalistas o dirigentes de izquierda. Además, en El Salvador no existe un movimiento organizado de la clase obrera: esta se encuentra atomizada y, en buena medida, apoya a Bukele. No hay movilizaciones masivas, huelgas ni movimientos insurreccionales contra el sistema; por lo tanto, la existencia de una dictadura fascista está descartada de la ecuación. Bukele gobierna, hasta ahora, apoyado en el respaldo popular.

El régimen de Bukele persigue y encarcela, por ahora, al sector políticamente activo, como lo haría cualquier gobierno de la burguesía. Lo que Bukele parece ignorar es que tras esos sectores reprimidos existen decenas de miles de futuros combatientes que saldrán a defender sus derechos cuando estén preparados para la lucha decisiva.

Suponer que Bukele es un bonapartista o fascista, cuando la burguesía por ahora no precisa un régimen de ese tipo porque no existe un peligro real para el sistema, es un error. La clase obrera sigue confiando en que Bukele resolverá los problemas del país.

Siguiendo el orden lógico, analizando las características y guiándonos por el fondo y no solo por las formas, podemos afirmar que Bukele no ha establecido un régimen de dictadura militar, ni bonapartista ni mucho menos fascista, lo que no lo excluye que en el periodo de descomposición de la democracia exprese formas dictatoriales para contener las contradicciones del sistema y preservar los intereses de los capitalistas.

Las tareas de los comunistas en el actual momento histórico

Usar términos como “fascista” o “dictadura” de manera superficial o sin un análisis riguroso nos aleja de la verdadera comprensión del momento histórico y puede llevar a pensar erróneamente que nuestra tarea es defender la democracia burguesa, esa misma que antaño otorgaba ciertas libertades que hoy parecen perdidas. Esta es una conclusión profundamente equivocada.

La responsabilidad de los comunistas es desmontar la ilusión de la democracia burguesa, denunciar que el régimen de Bukele es en realidad una manifestación del desgarramiento y la crisis de ese sistema. Un régimen burgués en descomposición, resultado tanto de la traición de la izquierda, como de la ausencia de una alternativa revolucionaria y la expresión clara del callejón sin salida del capitalismo mundial.

Calificar el régimen de Bukele simplemente como una dictadura, sin considerar su operación dentro del marco de la democracia burguesa, puede dar una imagen distorsionada de esta última. Marx y Lenin nos enseñaron que la democracia burguesa, aunque mantenga formas aparentemente libres como el parlamento o las elecciones, sigue siendo un sistema represivo y al servicio de la clase dominante. El simple hecho de que el régimen pueda invocar un estado de excepción y renovarlo de manera continua a través de mecanismos parlamentarios «democráticos» demuestra que la democracia burguesa es, en esencia, un sistema represivo y violento de clase.

Bukele utiliza estos mecanismos —el parlamento, los jueces, las elecciones— para legitimar su poder, mientras mantiene un respaldo popular que lo fortalece. Esto no implica minimizar su autoritarismo ni su represión, sino mostrar que la democracia burguesa es una máscara que oculta el ejercicio real del poder y la dominación. Defender esa democracia como si fuera un espacio genuino de libertad es caer en la trampa liberal que busca preservar el statu quo.

Los liberales y los izquierdistas reformistas nos llaman a luchar por el Estado de derecho, por la democracia, pero veamos por donde veamos ese idílico modelo social no existió nunca y menos ahora en la actual crisis del sistema. El único camino que queda en El Salvador es la lucha por el comunismo, prestar oídos a esta gente no nos ayudará a conectar con la clase obrera.

La clase obrera entiende mejor que cualquier político la situación política mundial, si le hablas de democracia, de derechos, no te escucharan porque para la clase obrera, no son más que simples abstracciones vacías que repiten los políticos que los han traicionado una y otra vez.

En este contexto, los comunistas debemos levantar un programa de lucha independiente de la clase obrera, que defienda los derechos democráticos y sociales básicos que el régimen de Bukele ataca sistemáticamente: el derecho a la protesta, la libertad de expresión y reunión, el acceso a vivienda, empleo, salud, educación y recreación. Pero esta lucha no puede quedar aislada: debe estar conectada con un programa revolucionario por el socialismo.

Un programa que plantee una economía planificada en función de las necesidades sociales, la reducción de la jornada laboral y la distribución equitativa del trabajo existente entre todas las manos disponibles; que garantice salud, educación y vivienda gratuitas con los recursos que hoy se apropian banqueros y empresarios gracias al trabajo de la clase obrera. Que proponga el control de la industria, la banca y la tierra bajo un Estado democrático de los trabajadores.

Cada una de estas demandas se enlaza de manera directa con los intereses de las masas empobrecidas y oprimidas por el capital. Por eso, los comunistas no tenemos nada en común con los políticos que buscan restaurar o defender la democracia burguesa. Nuestra tarea es organizarnos con quienes quieren luchar por acabar con los ricos y su sistema, por la revolución comunista mundial. Nuestra tarea es construir el partido de la revolución.

El régimen de Bukele no es una anomalía ni una dictadura al margen del sistema, sino la expresión más cruda de su descomposición. En ausencia de una alternativa revolucionaria clara, el capital encuentra en figuras autoritarias como Bukele la manera de mantener el orden. Nuestra tarea no es defender las ruinas de la democracia burguesa, sino construir las bases de un nuevo poder: el de la clase obrera organizada y consciente de su papel histórico. Solo a través de la lucha revolucionaria por el socialismo se podrá superar el callejón sin salida del capitalismo salvadoreño.

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