En los últimos meses, los bancos centrales se han apresurado a subir los tipos de interés para controlar la inflación. El 2 de noviembre, la Reserva Federal introdujo otra subida de 0,75 puntos porcentuales, y al día siguiente hizo lo propio el Banco de Inglaterra.
Esta avalancha de subidas de tasas ha provocado que los tipos de interés de las hipotecas se multipliquen, los tipos de interés de los préstamos públicos se disparen y ahora se avecina una recesión. Esto será doloroso para la gente de a pie, pero ¿logrará la clase dominante sus objetivos?
Hace dos años y medio, los bancos centrales inyectaron cantidades de dinero sin precedentes en las economías del mundo. Para evitar una recesión acelerada por el COVID, emprendieron una expansión histórica del crédito. Generaron dinero electrónico a una escala nunca vista. Gran parte de este dinero se destinó a financiar enormes déficits gubernamentales.
Ahora se están pagando las consecuencias de estas políticas. Durante los últimos 18 meses, la inflación se ha ido incrementando a medida que se relajaban las restricciones y los trabajadores más acomodados podían volver a consumir. En EE.UU., se presentó una oportunidad para que estos trabajadores gastaran los cheques de estímulo de 2.000 dólares que les había proporcionado el gobierno. El caso fue más extremo en EE.UU., pero el mismo proceso tuvo lugar en todas las economías avanzadas.
La tormenta perfecta
Los problemas de la cadena de suministro, incluidos los frecuentes confinamientos en China, junto con el aumento de la demanda, crearon una tormenta perfecta. Aun así, los bancos centrales persistieron, incluso el pasado otoño, con su política monetaria ultra laxa. La verdad es que temían las inevitables consecuencias del ajuste: a saber, provocar una recesión y una gran inestabilidad política.
Luego llegó la guerra de Ucrania, que puso patas arriba todos los cálculos. El precio de los alimentos, los fertilizantes, la madera, los minerales y muchos otros productos básicos se dispararon. La guerra económica contra Rusia provocó serias tensiones en el suministro de materias primas, lo que obligó a subir los precios en toda una serie de sectores. A este cóctel de miseria hay que añadir el cambio climático, que sigue perturbando las cosechas e incluso causando problemas a la logística, ya que las sequías paralizaron el tráfico fluvial.
Sólo en este momento, hace unos seis meses, cuando la inflación estadounidense alcanzó el 8%, y se hizo absolutamente evidente que la inflación era algo más que una cuestión efímera, los bancos centrales empezaron a actuar. El retraso hace que su tarea sea ahora aún más difícil.
La verdad es que están entre la espada y la pared. Si dejan que la inflación siga su curso, se arriesgan a que se acelere, causando más dificultades económicas y malestar social, y forzando subidas de tipos de interés más bruscas en el futuro. Pero incluso en su nivel actual, la inflación está avivando una ola de huelgas y de combatividad obrera como no se había visto en décadas, además de obligar a las industrias a cerrar, debido al coste de la energía y de las materias primas.
Los que tienen ahorros están viendo caer rápidamente el valor del dinero que tienen guardado. Las pequeñas empresas tendrán que esforzarse en subir los precios, mientras se ven afectadas por un aumento masivo de los costes y de menos clientes, ya que los trabajadores tienen que recortar sus gastos. La inflación corroe el tejido social.
Sin embargo, las consecuencias de esta acción también son graves. La subida de los tipos de interés retira el dinero de la circulación y ataca la demanda. Todo el mundo sabe que la economía está muy endeudada y que muchas empresas, hogares y gobiernos dependen completamente de unos costes de endeudamiento muy bajos para llegar a fin de mes. Por lo tanto, el aumento de los tipos de interés provocará inevitablemente quiebras y cierres, aunque la gravedad de estas dificultades es menos segura.
Las capas más acomodadas de la clase trabajadora, así como la pequeña burguesía, que a menudo son la base social de los partidos burgueses, se verán muy afectadas, en particular las que tienen grandes hipotecas o elevadas facturas de energía.
Por ello, casi todos los bancos centrales se contuvieron el año pasado, temiendo las consecuencias de sus acciones. Luego, cuando la inflación se negó a desaparecer y se aceleró claramente, se vieron obligados a actuar. Lo que les asustó especialmente fue el aumento de la inflación subyacente, menos volátil, que excluye la energía y los alimentos. En Estados Unidos, alcanzó el 6% en enero y el 6,5% en marzo.
Lo que siguió fue la subida más rápida de los tipos de interés desde 1981, cuando el presidente de la Reserva Federal, Paul Volcker, desencadenó una profunda segunda recesión para controlar la inflación. Los bancos centrales de todo el mundo esperan ahora seguir su ejemplo y reducir la inflación provocando una breve recesión. ¿Pero tendrán éxito?
Las causas de la inflación
Por un lado, no cabe duda de que una subida tan pronunciada de los tipos de interés tendrá un impacto en la inflación. Por otro lado, hay muchos factores que escapan al control de los bancos centrales. Ya los tratamos en detalle en mayo, pero vale la pena repetir los puntos principales.
En primer lugar, la inflación se debe en parte a las inyecciones masivas de dinero ficticio. Esto es algo que controlan los bancos centrales, junto con los gobiernos. Al fin y al cabo, son la fuente de emisión en gran parte de este dinero, de una forma u otra. Sin embargo, los otros motores de la inflación están fuera de su alcance.
Los problemas de logística de las cadenas de suministro se han resuelto parcialmente. Ya no hay colas masivas de barcos esperando para descargar en la costa oeste de Estados Unidos. En cambio, los repetidos confinamientos chinos por COVID-19 están causando enormes trastornos. Están impidiendo que el puerto clave de Shangai funcione correctamente, además de causar importantes trastornos en la propia producción en China.
El cambio climático está causando más dolores de cabeza, destruyendo infraestructuras, fábricas y perturbando la circulación de mercancías. El abandono de los combustibles fósiles, en la medida en que se está llevando a cabo, será costoso en términos de inversión en nuevos vehículos, tecnologías y generación de energía. Esto tendrá que pagarse de alguna manera, al mismo tiempo que también hay que pagar las medidas de mitigación para hacer frente a las inundaciones, etc.
Las huelgas y protestas, muchas de ellas provocadas por la inflación, también están teniendo un impacto en los precios. El cierre de las refinerías de petróleo en Francia está haciendo subir los precios del combustible. El combustible diesel, por supuesto, es clave para el comercio mundial.
La guerra en Ucrania y las sanciones económicas que la acompañan continúan, y no hay señales de un fin inmediato de las hostilidades. Por el contrario, la gran cantidad de armas que Occidente ha suministrado a Ucrania ha dado un nuevo impulso al ejército ucraniano y ha prolongado la guerra. Por lo tanto, la interrupción del suministro de materias primas clave, así como de energía y alimentos de Rusia y Ucrania, continuará.
Incluso cuando el conflicto acabe, la Unión Europea parece decidida a dejar de depender del combustible ruso, optando en su lugar por alternativas más caras como el gas natural licuado. El efecto real de esto sólo ha empezado a filtrarse en los precios en los últimos meses, dado que hay un retraso inevitable, ya que los aumentos de costes se abren camino a través de la cadena de suministro.
Las relaciones mundiales se deterioran
Las crecientes tensiones entre Occidente y Rusia, así como entre Occidente y China, también han impulsado un aumento masivo del gasto militar. Alemania propone casi duplicar su gasto militar hasta el 2% del PIB.
Italia, y varios otros países de la OTAN siguieron su ejemplo, la mayoría de los cuales planean alcanzar el 2% de gasto en una década. Japón también tiene previsto duplicar su gasto militar para contrarrestar a China, que está aumentando su gasto a un ritmo del 4-5% anual. Occidente, al igual que Rusia, ha agotado gravemente sus reservas de munición y se verá obligado a reponerlas. La OTAN celebró recientemente una reunión con los fabricantes de armas sobre cómo aumentar rápidamente la producción.
Este aumento masivo del gasto militar impulsará la inflación. Muchos de los componentes necesarios para producir armamento (y algunas de las promesas de gasto se centran específicamente en el armamento) ya escasean. Como señaló Ted Grant hace 60 años, el gasto en armamento se convierte en un enorme lastre para la economía, ya que reduce los gastos de capital (no hay más que ver los debates actuales sobre el presupuesto británico). Encarece la maquinaria, porque exige las mismas materias primas que las áreas productivas de la economía, y recorta el gasto público en cosas como carreteras y ferrocarriles.
Por último, y lo más importante, la ruptura de las relaciones mundiales obligará a reajustar todas las cadenas de suministro, desplazando las fábricas y reduciendo la productividad. Nadie sabe cuánto costará esto, ni cuánta presión ejercerá sobre la inflación, pero será costoso.
China se ha convertido en una parte integral de la economía mundial, y es clave para muchas cadenas de suministro. El centro de la economía mundial es ahora el Mar del Sur de China, no el Atlántico. Intentar desvincular a China elevará los costes, ya que los capitalistas occidentales tendrán que construir nuevas fábricas y aumentar la distancia a la que transportan las materias primas y los componentes para su procesamiento. Incluso han creado una nueva palabra de moda para esto, «friendshoring», que significa poner tus cadenas de suministro entre tus aliados geopolíticos.
Y tampoco es sólo un conflicto con China. Biden mantiene algunos de los aranceles de Trump, sobre el aluminio por ejemplo, incluso hacia Europa y Canadá. Biden quiere reescribir las normas de la OMC para dar más margen a las medidas proteccionistas, y ya está reforzando la política de «Compre Americano», provocando que Macron exija a la UE una política de «Compre Europeo». Todo este proteccionismo elevará el coste de producción.
Una crisis del propio sistema
Por lo tanto, es difícil ver cómo los bancos centrales pueden tener éxito en su misión de devolver la inflación a los niveles prepandémicos. La clase dirigente está dividida respecto sobre hasta dónde deben llegar. ¿Hasta dónde pueden empujarla? ¿Cuánta crisis económica están dispuestos a provocar subiendo los tipos de interés y recortando el gasto público para devolver la inflación al 2%-4%? Al mismo tiempo, sus esfuerzos se ven continuamente socavados por su política comercial y exterior.
Una gran capa de economistas está empezando a echarse atrás con el fuerte ritmo de subidas de las tasas, como informa el Financial Times:
«Pero a medida que se cierne el espectro de una grave contracción económica, los detractores de la Reserva Federal han agudizado sus críticas. Los Demócratas advierten de que el banco central corre el riesgo de poner en peligro a millones de estadounidenses al hacer caer la economía en la recesión. Una creciente cohorte de economistas advierte contra una corrección excesiva, destacando el riesgo de moverse demasiado rápido y romper algo».
Ellen Meade, que pasó 25 años en la Junta de Gobernadores de la Reserva Federal, expresa su preocupación al FT: «Cada 75 [puntos básicos de aumento] adicionales me hace sentir que el avión se va a estrellar en lugar de aterrizar sin problemas».
El antiguo asesor de Biden, Daleep Singh, dijo que la Reserva Federal está «en una situación increíblemente difícil». Realmente todos los bancos centrales de todo el mundo se sienten nerviosos, ansiosos y temerosos de que puedan perder décadas de credibilidad en la lucha contra la inflación que tanto les ha costado conseguir».
Los bancos centrales están en el centro de la tormenta. Todos los caminos llevan ahora a la ruina. Cualquier medida que tomen para resolver un problema, no hace sino agravar otro. Al final, probablemente tendremos todos los males de la situación actual combinados: inflación, recesión y tipos de interés elevados.
En una situación en la que cualquier cosa que se haga será un error, la inacción o la vacilación son muy comunes. La verdadera prueba de la determinación de los bancos centrales y de los gobiernos llegará cuando la economía dé un serio giro a peor, como todo el mundo espera. Independientemente de cómo actúen, la clase trabajadora tendrá que pagar el precio. La verdad es que la crisis del capitalismo sigue causando estragos en la economía mundial y los burgueses no tienen medios para resolverla.