Matteo Licheri
«Blinken estaba tan impaciente que casi le arrebata la carpeta de las manos a Kristersson», así informaba el periódico burgués sueco Aftonbladet sobre la entrega por parte del Primer Ministro de Suecia de las últimas firmas de la OTAN al Secretario de Estado de EEUU. Junto con el nuevo Acuerdo de Cooperación en materia de Defensa (DCA), los halcones de la guerra de Washington han conseguido todo lo que podían esperar… y más.
Kristersson, el gobierno sueco y los socialdemócratas estaban visiblemente aliviados por la entrada del país en la OTAN. «Por fin», gritó el primer ministro, por fin se había acabado este circo del proceso de solicitud. Por lo visto, hace falta mucha energía para hablar con lengua viperina, difundir mentiras y hacer de apologista de los defensores de las dictaduras y las armas nucleares. Siguieron más apretones de manos, abrazos y una lujosa cena, antes de que Kristersson ocupara su lugar como invitado de honor en el discurso anual del Presidente Joe Biden ante el Congreso. «¡Bienvenido!» gritó Biden, rompiendo en aplausos para Kristersson. «¡Esta gente sabe luchar!».
En un gesto simbólico, los B-52 estadounidenses sobrevolaron Estocolmo, codo con codo con los JAS-Gripen suecos. «Hace unas décadas esto era impensable», tuiteó un encantado ex Primer Ministro Carl Bildt con un clip de los aviones. La misma imagen probablemente no provocó tanta alegría en Irak y Afganistán, ni en Camboya y Vietnam, donde Henry Kissinger, amigo íntimo de Bildt, ordenó a los mismos aviones bombardear «todo lo que se moviera».
Imperialismo en crisis
Durante los períodos de auge capitalista, los imperialistas pueden administrar y gestionar más fácilmente sus esferas de interés entre ellos, evitando así la confrontación directa y la guerra. Pero en la crisis actual, la competencia entre las burguesías de los distintos países es cada vez más intensa. El nacionalismo económico y el proteccionismo están a la orden del día en todas partes, así como sus homólogos militares: el rearme, el militarismo y la guerra.
El imperialismo sueco, que tiene grandes intereses en el Mar Báltico, también se está armando. Desde la caída de la Unión Soviética, varias grandes empresas suecas han trasladado su producción a los países bálticos, donde los salarios son más bajos y se pueden obtener grandes beneficios. En la actualidad, los bancos suecos controlan más de la mitad del sector bancario de los países bálticos. La clase dominante desea asegurar militarmente este poder económico.
El papel de Suecia
El interés de Estados Unidos por reducir la influencia política y económica de sus rivales en todo el mundo coincide perfectamente con los intereses de la burguesía sueca en la región. Suecia se une a la alianza para reforzar la posición de la OTAN frente a Rusia. El ministro de Defensa, Pål Jonsson, ha prometido trabajar para garantizar que la OTAN «siga siendo consciente de la amenaza que supone Rusia». En el lenguaje político habitual, esto significa animar a la OTAN a enviar más armas y recursos a las zonas fronterizas de Rusia y a actuar de forma más agresiva.
Con Suecia, la alianza controla ahora prácticamente toda la región del mar Báltico, lo que le ha valido el sobrenombre de «lago de la OTAN». Mientras que Finlandia y el Báltico son la primera línea de la OTAN, Suecia desempeñará un papel clave como base de la OTAN para equipos y refuerzos.
«La zona geográfica de Suecia será en parte una base de operaciones, que se podrá utilizar para reforzar la defensa de los países bálticos y también de Finlandia», declaró Jonsson en una entrevista con Svenska Dagbladet.
Los medios militares pueden transportarse a Finlandia a través de Norrbotten y el golfo de Botnia, en el norte de Suecia, y al Báltico a través de Gotland. De este modo, la OTAN puede depender menos del corto corredor de Suwałki –la frontera entre Lituania y Polonia–, que está rodeado por Bielorrusia y el enclave ruso de Kaliningrado. No en vano se ha comparado a Gotland con un «enorme portaaviones» en medio del mar Báltico.
Pero Suecia no sólo tendrá un papel indirecto, sino también directo en la defensa del Báltico. Suecia no busca simplemente apoyar a otros países en una posible guerra contra Rusia. Al contrario, busca convertirse en parte activa de la línea del frente de la OTAN.
«La capacidad de prestar apoyo militar más allá de nuestras fronteras [es] crucial para nuestro futuro papel en la OTAN», afirma el general de división Jonny Lindfors.
La industria de defensa sueca, relativamente bien desarrollada –creada en la posguerra para resistir ataques menores– es una incorporación bienvenida a la alianza. Los aviones JAS-Gripen suecos ya vigilan el espacio aéreo del Báltico y practican aterrizajes en autopistas finlandesas. El año que viene también se enviará a Letonia un batallón de unas 600 personas. El hecho de que cada vez más jóvenes se vean obligados a realizar el servicio militar obligatorio es una parte importante del rearme contra Rusia.
Del mismo modo, la retórica sobre una «creciente disposición a defender la nación» tiene como objetivo reforzar la opinión pública para futuras aventuras militares. No debería sorprendernos que el gobierno sueco haya utilizado cínicamente la cuestión de la autodefensa nacional para atacar a los inmigrantes, de quienes afirma sin fundamento que carecen de la «voluntad de defender la nación».
El DCA
El ingreso en la OTAN exige que Suecia haga grandes concesiones a la maquinaria bélica estadounidense. En diciembre, Jonsson firmó un Acuerdo de Cooperación para la Defensa (DCA) bilateral, en el que el gobierno postró al país ante el ejército estadounidense de todas las maneras posibles.
El acuerdo concede a EEUU «acceso sin restricciones» a las 17 alas aéreas y a las principales bases del ejército sueco. En algunas de estas bases se establecerán zonas a las que «sólo tendrán acceso y podrán utilizar las fuerzas estadounidenses» y en las que se aplicará la legislación estadounidense. Las bases también podrán ampliarse libremente para el almacenamiento de armas. No hay excepciones, ni siquiera para las armas nucleares, que simplemente requieren «consulta».
La Fuerza Aérea y la Marina estadounidenses pueden utilizar libremente el espacio aéreo y las aguas territoriales suecas, y el ejército puede utilizar infraestructuras privadas «previa solicitud». Las autoridades suecas no tienen poder de decisión sobre cuándo y dónde el ejército estadounidense vuela aviones o navega barcos. Los militares estadounidenses no necesitan pasaporte y pueden conducir coches con matrícula sueca, lo que los hace indistinguibles de los civiles. Gozan de inmunidad y están exentos de impuestos, incluido el IVA sobre las compras ordinarias. Son libres de construir zonas libres de impuestos para compras, ocio, venta de alcohol (sobre la que el Estado sueco ejerce normalmente un estricto control) y mucho más. Y, por supuesto, están exentas de la legislación sindical sueca.
La ambigüedad que ha caracterizado todo el proceso de solicitud de la OTAN también se refleja en el DCA. Suecia se abstiene de «ejercer la jurisdicción penal» si un soldado estadounidense comete un delito, pero al mismo tiempo dice que «si un miembro o pariente de las fuerzas estadounidenses es procesado por las autoridades suecas, la jurisdicción será ejercida por los tribunales suecos». Esta redacción es sin duda bien recibida por los políticos que quieren ocultar el hecho de que el personal militar estadounidense en Suecia goza de total impunidad. El resto del acuerdo hace prácticamente imposible cualquier otra forma de enjuiciamiento. Entre otras cosas, el personal militar estadounidense no puede ser «procesado en rebeldía» ni expulsado de las instalaciones militares suecas. Si los procedimientos judiciales duran más de un año, serán cancelados.
El mismo Kristersson que habla a cada dos frases de «Suecia», «los valores suecos», «nuestro modo de vida» y demás tonterías nacionalistas, en la práctica entrega el país entero a la superpotencia más poderosa del mundo. «Parecería que Suecia haya estado en guerra con EEUU y haya perdido», observaba acertadamente Jan Guillou en Aftonbladet.
Una avalancha de dinero para la industria armamentística
Detrás de las líneas militares reforzadas, los bancos y las empresas suecas esperan ampliar su dominio, especialmente en el Báltico. Como resultado, los capitalistas del sector armamentístico como Marcus Wallenberg ven sin duda signos de dólar. La cotización de SAAB (la empresa aeroespacial y armamentística de Wallenberg) se ha disparado en bolsa, hasta el punto de que el exministro de Defensa Peter Hultqvist está en conversaciones para aumentar la propiedad estatal de la empresa.
Se avecinan grandes contratos, y el gobierno está más que dispuesto a pagar. Entre 2020 y 2024, el Gobierno duplicó el presupuesto de defensa, de 60.000 a 119.000 millones de coronas, y se espera más. La ambición es ir más allá del requisito de pertenencia a la OTAN de gastar el dos por ciento del PIB en defensa. Según Jonsson, el objetivo es «hasta el 2,5% del PIB», lo que en la práctica supone 30.000 millones de coronas más. El Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas suecas, Michael Bydén, también ha confirmado que la OTAN planteará exigencias «considerablemente mayores» a Suecia, y que el gasto actual no es suficiente.
El gobierno se ríe en la cara de todos los trabajadores de la sanidad, los servicios sociales, las escuelas, etc., a los que sigue mintiendo diciéndoles que no hay dinero. Según la Asociación Sueca de Entidades Locales y Regiones (SKR), habrían hecho falta 20.000 millones para revertir la serie de recortes que tuvieron lugar en 2022. En lugar de aumentar el gasto en estos ámbitos, en los últimos cuatro años solo se han producido más recortes, despidos y diversas «mejoras de eficiencia». Las prioridades del gobierno están claras: en la Suecia capitalista, quitamos dinero a los que atienden a las víctimas de disparos y se lo damos a los dueños de las fábricas de munición.
La bancarrota de los reformistas
Debería ser más fácil que nunca para la izquierda agitar contra la OTAN, pero la mayoría ha expuesto totalmente su bancarrota. «El objetivo de los socialistas», dice el redactor jefe del periódico ‘socialista’ Flamman, Leonidas Aretakis, debería ser «desarrollar su propia línea de política exterior dentro de la OTAN». Añade que estos socialistas deberían «leer meticulosamente los artículos del tratado para ver cómo se pueden utilizar para evitar aventuras militares idiotas». Ahora se oyen divagaciones similares de la portavoz de Defensa del Partido de Izquierda, Hanna Gunnarsson, que ha ido hasta el final y ha dicho que, en realidad, ¡la OTAN puede ser beneficiosa!
«El Partido de Izquierda no diría que no a que la OTAN nos proporcione un mejor ferrocarril en el norte o el oeste de Suecia. Debemos ver que tal vez pueda salir algo bueno de la adhesión».
Más exactamente, la posición del Partido de Izquierda puede explicarse como: «¿No cansa tanto hablar de guerra y armas nucleares? Quizá los EE.UU. terminen de construir el ferrocarril de Norrbotten para transportar tropas y material bélico». Esta es la conclusión lógica de la adaptación gradual del Partido de Izquierda a la política de defensa burguesa. Votaron a favor de aumentar el gasto en defensa hasta los requisitos mínimos de la OTAN, votaron a favor del envío de armas a Ucrania, cancelaron su participación en las protestas contra la OTAN y ahora guardan silencio sobre el DCA. La negativa del Partido de Izquierda a enfrentarse a los belicistas en cualquier momento crucial desde su ingreso en la OTAN sólo ha servido en última instancia para dividir y confundir a la oposición a la OTAN. Sin embargo, sin duda ha ganado puntos con los belicistas liberales y socialdemócratas, con los que esperan compartir carteras ministeriales tras las próximas elecciones.
La idea de que la izquierda podría cambiar la OTAN desde dentro es casi más absurda que la idea de que Suecia estaría de alguna manera «más segura» o «más protegida» convirtiéndose en un apéndice del imperialismo estadounidense. El papel estratégico de Suecia en la alianza está clarísimo, la idea de que pueda combinarse con una política exterior independiente (y mucho menos socialista) es absurda. La OTAN es una herramienta del imperialismo yanqui, y Suecia está en la OTAN porque los intereses de la burguesía sueca coinciden con los de EE.UU. respecto a Rusia.
Por una lucha revolucionaria contra el imperialismo
Nosotros no nos oponemos a la pertenencia a la OTAN proponiendo el retorno a una «neutralidad» imaginaria que apoye al imperialismo estadounidense tras una máscara de «paz» y «no alineamiento». Bajo el capitalismo, la política exterior está determinada por los intereses de los capitalistas.
Nuestra respuesta es la lucha de clases. La clase obrera sueca tiene la fuerza para cerrar la industria armamentística, derrocar al gobierno belicista de Kristersson, tomar el control de las grandes empresas y los bancos, y mucho más.
Pero la lucha contra la OTAN no puede ser emprendida en última instancia sólo por la clase obrera sueca. El imperialismo es internacional, y la lucha contra el imperialismo también lo es. En oposición al nacionalismo y patriotismo de la clase dominante y sus secuaces, los comunistas llamamos al internacionalismo revolucionario.
Por eso, de la mano de camaradas de todo el mundo en la Internacional Comunista Revolucionaria, estamos construyendo la dirección que la clase obrera necesita para unir y coordinar esa lucha a escala mundial. No sólo luchamos por la retirada de la OTAN, luchamos por la destrucción de la OTAN. No hay imperialismo amigo: hay que aplastar al imperialismo. A los estragos globales del imperialismo, nuestra respuesta es una lucha revolucionaria internacionalista.
Esta es la única guerra para la que nos estamos armando: guerra de clases a escala mundial.
¡Abajo la OTAN!
¡Abajo el imperialismo!
¡Construyamos la Internacional Comunista Revolucionaria!