Roberto Sarti
«En Derna, la muerte está en todas partes. La gente de aquí nos decía que Derna era la ciudad más bonita de Libia. Hoy, caminas por ella y no ves más que barro, lodo y casas derruidas. El olor a cadáver está por todas partes, el olor a muerte que llega del mar, a donde miles de cadáveres descompuestos han sido arrastrados». Estas fueron las palabras de Raed Qazmouz, jefe de un equipo de rescate palestino, a Al Jazeera.
Derna es una ciudad de Cirenaica, región oriental de Libia. Tiene unos 100.000 habitantes. En la noche del 10 al 11 de septiembre, quedó completamente sumergida por las inundaciones causadas por el ciclón Daniel. Según Naciones Unidas, hay 11.300 muertos y más de 10.000 desaparecidos. Casi una cuarta parte de la población de la ciudad ha desaparecido.
La ciudad recibió 420 milímetros/m2 de lluvia en 24 horas, frente a una media anual de 350 milímetros. En la costa se registraron vientos de hasta 180 kilómetros por hora. El ciclón Daniel se convirtió en un ciclón subtropical, un llamado «Medicane» (término creado fusionando las palabras Mediterráneo y huracán), cuyos efectos también se dejaron sentir en Grecia y Turquía.
En los últimos 15 años, la probabilidad de que se forme un Medicane a finales del verano-otoño se ha triplicado. Antes veíamos uno cada cuatro o cinco años, pero ahora la frecuencia es de uno cada año y medio. Es otro efecto del calentamiento global, causado por la rapaz explotación capitalista de los recursos del planeta. Pero esto por sí solo no explica la magnitud de la tragedia.
Calentamiento global y colapso de las infraestructuras
Como explica a Il Manifesto Antonello Pasini, investigador del Cnr-Isac (organismo italiano de vigilancia del clima):
«Estos fenómenos particularmente violentos se ven favorecidos por el extremo calentamiento del mar: las moléculas de vapor de agua son los ladrillos sobre los que se construyen las nubes, es decir, hay más material para su formación. Además, el mar libera calor en la atmósfera, una forma de energía que, según las leyes de la termodinámica, la atmósfera no puede retener y que, por tanto, se descarga en los alrededores».
En los años 70, una empresa yugoslava construyó dos represas, no para recoger agua, sino para proteger Derna de las inundaciones. Antes de su construcción, Derna había sufrido repetidas inundaciones masivas entre las décadas de 1940 y 1960.
En 2007, el régimen de Gadafi contrató a una empresa turca para llevar a cabo las reparaciones, que no comenzaron hasta octubre de 2010, para suspenderse cinco meses después, cuando el país se sumió en la revolución y la guerra civil en 2011.
En un estudio publicado en noviembre de 2022, el ingeniero y profesor universitario libio Abdel-Wanis Ashour advertía de una «catástrofe» que amenazaba Derna si las autoridades no llevaban a cabo el mantenimiento. En resumen, se trataba de una catástrofe anunciada en la que el imperialismo occidental no puede declararse inocente.
Fue la intervención imperialista de la OTAN en 2011 la que alimentó la posterior guerra civil, habiendo desempeñado el gobierno francés y la administración Obama un papel activo en la captura y asesinato de Gadafi. En lugar de convertirse en un paraíso comercial para Occidente tras la intervención, Libia se ha visto desde entonces desgarrada por la lucha entre señores de la guerra y el enfrentamiento entre dos gobiernos, el de Tobruk en Cirenaica (apoyado por Egipto, Rusia, Francia y los Emiratos Árabes) y el de Trípoli, reconocido por la «comunidad internacional» (es decir, el resto de Occidente más Turquía). Estados Unidos, por su parte, se balancea entre ambos.
Derna siempre había sido una ciudad rebelde, sobre la que Gadafi luchaba por mantener el control. Tras el descarrilamiento de la revolución en 2011, fueron los yihadistas que regresaban de Mosul y Siria quienes tomaron el control ante un vacío de poder. En 2015, la bandera del califato del ISIS ondeó sobre Derna. Después de eso, se desarrolló una feroz batalla entre ISIS y Al-Qaeda por el control de la ciudad. La batalla no terminó hasta 2019 con la captura de Derna por parte del Ejército Nacional Libio (LNA), con sede en Tobruk, que aniquiló a los islamistas con la ayuda de ataques aéreos masivos.
Estados Unidos, entonces dirigido por Trump, hizo la vista gorda a la campaña de bombardeos, dirigida contra el ISIS. Se llevó a cabo bajo el mando del general Jalifa Haftar, que tiene doble nacionalidad libia y estadounidense, vive cerca de Langley desde hace 20 años y está desde hace tiempo en la nómina de los servicios estadounidenses.
Derna ha quedado devastada: el duro trabajo de reconstrucción acababa de empezar cuando fue interrumpido. En la guerra civil en curso, la única infraestructura que mantenían los gobiernos bandidos eran las instalaciones petrolíferas, de las que pueden extraer riquezas. La planificación de la intervención en las obras hidráulicas no figuraba ni remotamente en su lista de prioridades.
Está claro que la indescriptible destrucción causada por las inundaciones no se debe a meras causas naturales: es el resultado de la negligencia y el caos, provocados por los bandidos que gobiernan Libia y las fuerzas del imperialismo capitalista que les permitieron asumir el poder.
Las condolencias cosméticas de Occidente no duraron ni media hora. La Unión Europea siguió cerrando sus puertas a los migrantes libios, incluso a los refugiados de las zonas inundadas (como ocurrió tras el terremoto de Marruecos). La cifra de muertos en Derna no incluye a los migrantes presentes en la región, de los que se calcula que hay al menos 700.000 en toda Libia. A estos hombres y mujeres se les considera inútiles.
Estallido de ira
El dolor duró sólo una semana antes de convertirse en cólera. El lunes, las masas de Derna salieron a la calle para exigir a las autoridades que rindieran cuentas. Cientos de personas se congregaron frente a la mezquita principal de la ciudad, donde corearon consignas contra las autoridades del este, en particular el parlamento de Tobruk y su presidente, Aguila Saleh.
«El pueblo quiere que caiga el parlamento»; «Aguila (Saleh) es enemigo de Dios», «Los que roban o traicionan deben ser ahorcados», «Libia, ni este ni oeste, unidad nacional», coreaban los manifestantes.
Por la noche, grupos de manifestantes se dirigieron a la casa del alcalde Abdulmonem al-Ghaithi y le prendieron fuego al grito de: «la sangre de los mártires no se derramó en vano». Acusan a al-Ghaithi de robar 2 millones de euros asignados en 2010 para la renovación de las dos presas.
Las consignas a favor de la unidad nacional representan un paso en la dirección correcta. Las masas apoyan la unidad del pueblo de a pie frente a esta tragedia, y no entienden la división del país que sólo ha servido a los intereses de los poderosos. En el más clásico espíritu de solidaridad de clase, muchos jóvenes de toda Libia viajaron a Derna, desafiando a las milicias armadas, para ayudar en las operaciones de búsqueda y rescate de los desaparecidos.
Este es precisamente el tipo de unidad que se necesita en Libia. No unidad entre los oprimidos y los opresores; ni entre los que trabajan y los señores de la guerra que explotan al pueblo y cosechan enormes fortunas con los «viajes de la esperanza» a través del Mediterráneo.
Los trabajadores y los jóvenes libios llevan 12 años de calvario insoportable, del que la inundación de Derna no es más que la enésima tragedia. Pero la historia de Libia es rica en tradiciones revolucionarias de lucha, en particular contra el colonialismo y sus títeres dentro del país. Hoy deben redescubrir estas tradiciones para luchar contra los imperialistas y sus títeres, que llevan al país y a todo el continente al desastre.