Todas las artes: el arte de la palabra, el teatro, la pintura, la música y la arquitectura, darán a este proceso una forma bella. […] Para decirlo mejor: el proceso de la edificación de la cultura y la autoeducación del hombre comunista también desarrollarán hasta el máximo todos los elementos vitales de las artes actuales […] y sobre estas cumbres se elevarán otras nuevas.
Todas las artes: el arte de la palabra, el teatro, la pintura, la música y la arquitectura, darán a este proceso una forma bella. […] Para decirlo mejor: el proceso de la edificación de la cultura y la autoeducación del hombre comunista también desarrollarán hasta el máximo todos los elementos vitales de las artes actuales […] y sobre estas cumbres se elevarán otras nuevas.
–LEÓN TROTSKY, LITERATURA Y REVOLUCIÓN
El 25 de Julio de 1938, en la Ciudad de México, la firma de Diego Rivera sustituyó a la de León Trotsky –a petición suya[1]– al pie del Manifiesto por un Arte Revolucionario Independiente, que el emigrado redactó en colaboración con el poeta surrealista francés André Breton y que sirvió como documento fundacional de la Federación Internacional del Arte Revolucionario Independiente (FIARI). Ésta constituiría una trinchera a dos frentes en contra de la censura del fascismo y el estalinismo, y en defensa de la libertad de la creación artística, en los albores de la segunda masacre imperialista planetaria. El llamado enunciado en dicho manifiesto no fue dirigido de manera exclusiva a los artistas revolucionarios, mas defendía –contra el purismo y la indiferencia– el lazo entre el arte y la revolución como un binomio fundamental de la expresión individual y la colectiva de la libertad humana, y declaraba abiertamente el antagonismo intrínseco entre ésta y la sociedad de clases, que la restringe también en su dimensión artística.[2]
Si la actitud crítica de Trotsky hacia la Unión Soviética fue oscurecida y hasta silenciada públicamente, en la misma medida en la que esclareció el devenir del que fue el primer Estado obrero de la historia, que, aun habiendo transformado profundamente las relaciones sociales y económicas del antiguo Imperio Ruso, habría tenido que bregar –apoyado en una política revolucionaria internacionalista– por elevar su grado de industrialización por encima del de las potencias capitalistas, en vez de sólo proclamar su superioridad propagandísticamente, su actitud hacia el arte revolucionario es también tan reveladora como es prácticamente desconocida. Y sin embargo, quizás, de entre “…todos los grandes pensadores marxistas, Trotsky fue el que mostró un interés más vivo por el arte, incluido el arte moderno”[3]. Además de reconocer la libertad política de los artistas, junto con el carácter intrínsecamente revolucionario de su actividad, les previno también sobre el amaneramiento que seguía estrechamente al proyecto de la creación de un arte enteramente nuevo, de un –así llamado– ‘arte proletario’, que obviara la urgente y necesaria tarea de auxiliar primero a las clases recién emancipadas en la labor de asimilar y apropiarse de la cultura heredada por la antigua sociedad, antes de edificar una cultura superior, que no sería ya la de ésta o aquella clase social, sino la cultura de la humanidad socialista.
“Todo lo que ha sido conquistado, creado, construido por los esfuerzos del hombre y que sirve para poder mejorar el poder del hombre es cultura.”[4] Y el arte también forma parte de dicha producción. Así, como el resto de la misma, éste está condicionado históricamente en una medida significativa y es un reflejo de las relaciones económicas propias de la sociedad dividida en clases, e incluso –como parte que es del conjunto– es también un instrumento de la dominación ideológica de una clase sobre el resto. Para liberarse del yugo de la naturaleza, el ser humano sometió a sus semejantes al yugo de los medios sociales de producción y al de las ideas de una clase dominante. “En las fuerzas productivas está expresada en su forma material, la destreza económica de la humanidad, su capacidad histórica para asegurar su existencia.”[5] Esta misma capacidad está expresada en una forma inefable en el arte. Y del mismo modo que la emancipación de una clase social depende no de la destrucción de los medios técnicos que la oprimen en sus relaciones económicas, sino de su apropiación, el arte de la vieja sociedad también constituye una porción de la herencia que ésta ha de legar a la posteridad y es incluso uno de los medios necesarios para trascenderla. Pues el arte arroja luz sobre la Historia en beneficio de la conciencia. “Sí, la cultura fue el instrumento principal de la opresión de clase; pero es también, y sólo ella puede llegar a ser, el instrumento de la emancipación socialista.”[6]
El arte es una de las formas mediante las que el hombre se sitúa dentro del mundo; en este sentido la herencia del arte no se distingue de las herencias de la ciencia y de la técnica –y no resulta menos contradictoria que la de ellas–. A pesar de ello, y a diferencia de la ciencia, el arte es un modo de conocimiento del mundo, no como un sistema de leyes, sino como un grupo de imágenes, y al propio tiempo es un procedimiento para la inspiración de determinadas emociones y de ciertas disposiciones de ánimo. El arte de los siglos pasados ha hecho al hombre más complejo y más flexible, ha elevado su mentalidad a un nivel más alto, lo que lo ha enriquecido en todos los órdenes. Este enriquecimiento constituye un precioso logro de la cultura, por tal, el conocimiento del arte del pasado resulta una precondición necesaria no sólo para la creación de un nuevo arte sino también para la edificación de una nueva sociedad, pues el comunismo necesita gente con una mente altamente desarrollada. […] Puede [el arte del pasado enriquecernos], precisamente porque es capaz de nutrir nuestra sensibilidad y educarla. Si infundadamente fuéramos a repudiar el arte del pasado, devendríamos en una gran pobreza espiritual.[7]
Ya desde la época que precedió a la Revolución de Octubre, el término ‘cultura proletaria’ fue una divisa común entre los grupos políticos y artísticos que ejercieron su actividad en aquel periodo convulso; aglutinados en el movimiento Cultura Proletaria (‘Proletaraskaya Kultura’, Proletkult), a partir de 1917. Así, la construcción de una cultura proletaria en el contexto de la revolución socialista parecía una tarea imponderable, pues, ¿cómo habría de derrocar la clase obrera a la burguesía si no podía oponer su propia cultura a la de ésta? Trotsky se mostró en desacuerdo con dicha suposición. Es cierto que del ascenso histórico de cada nueva sociedad surge una nueva etapa de la cultura material y espiritual del ser humano. Mas –históricamente– la producción de una nueva cultura ha demostrado ser un periodo más bien dilatado, tal que no se completa sino hasta que la clase social que la produce ya ha dejado atrás el cenit de su desarrollo político. La clase social emergente sólo consigue dar a luz a sus cumbres culturales sobre la base de su pleno desarrollo económico, y alcanzándolo prepara el ascenso de una nueva clase social antagónica, de modo que sus grandes obras son ya un legado para la posteridad; sus medios productivos y su ideología –exhaustos– comienzan a oprimir el modo de vida de su sucesora. De hecho, “…la burguesía no sólo se desarrolló materialmente en el seno de la sociedad feudal, uniéndose a ésta de mil maneras y apoderándose de la riqueza, sino que además se atrajo a los intelectuales, creándose así puntos de apoyo culturales (escuelas, universidades, academias, periódicos, revistas), mucho antes de apoderarse abiertamente del Estado.”[8] Así, el desarrollo de la cultura proletaria le parecía a Trotsky una empresa prematura, toda vez que la burguesía había sometido al proletariado a privaciones tremendas, lo mismo en el orden material como en el espiritual, y más aún en medio de una confrontación todavía inconclusa, pues “…la dictadura del proletariado no es la organización económica y cultural de una nueva sociedad, sino un régimen militar revolucionario en lucha para instaurar esa organización.”[9]
Trotsky ponderaba que la auténtica tarea artística de la revolución socialista a comienzos del s.XX consistía en la apropiación del proletariado del arte heredado por la sociedad burguesa y la aristocracia, pues no existía una perspectiva franca en la que pudiera proyectarse la consolidación de un arte proletario, cuando la revolución internacional era una tarea pendiente e impostergable para el triunfo del socialismo. “Pero se puede objetar: fueron precisos milenios para crear el arte de la sociedad esclavista y sólo siglos para el arte burgués; ¿por qué, entonces no habrían de bastar unas décadas para el arte proletario?”[10] Sin embargo, a diferencia de todas las revoluciones anteriores, la revolución proletaria significa –en virtud de la propia constitución de la producción capitalista moderna– la abolición de todas las diferencias de clase, y la abolición de las mismas representa también la abolición de cualquier forma de gobierno; el marxismo concibe al Estado obrero como un semi-Estado cuyo propósito histórico es desaparecer. “Todos los movimientos han sido hasta ahora realizados por minorías o en provecho de minorías. El movimiento proletario es un movimiento propio de la inmensa mayoría en provecho de la inmensa mayoría. El proletariado, capa inferior de la sociedad actual, no puede levantarse, no puede enderezarse, sin hacer saltar toda la superestructura formada por las capas de la sociedad oficial.”[11] El socialismo será una transición de vuelta a la primitiva sociedad sin clases, a partir de un desarrollo económico incomparablemente superior: un regreso al comunismo –no fundado en la escasez, sino de la abundancia– que suprimirá las ataduras materiales de la libertad humana. Así, “…antes de superar la etapa de aprendizaje cultural el proletariado habrá dejado de ser proletariado.”[12]
“La burguesía llegó al poder habiendo dominado plenamente la cultura de su tiempo. El proletariado, por su parte, llega al poder poseyendo sólo una aguda necesidad de dominar la cultura.”[13] La aspiración de los artistas vanguardistas soviéticos de producir un paradigma artístico enteramente nuevo era, en este sentido, desproporcionada y estaba todavía enmarcada en el contexto del pensamiento burgués. Si bien, todavía se le puede calificar de revolucionaria en el sentido político, pues la orientación de su ejercicio les vinculaba significativamente con las necesidades sociales, y en el sentido de la innovación formal, pues desarrollaron en un entorno auspicioso –durante algunos años– las proposiciones del arte vanguardista europeo. En los términos del materialismo histórico, una cultura revolucionaria lo será en una forma muy concreta, al servicio de la socialización de la cultura heredada; ésta “…reside en que no será aristocrática, para una minoría privilegiada, sino que será una cultura de masas, universal, popular.”[14] Si la intención de producir un arte proletario a partir de proposiciones formales fue el resultado honesto del desarrollo de la vanguardia artística moderna, en la órbita de una revolución socialista, y la expresión genuina de una sociedad que daba un salto repentino en el perfeccionamiento de su cultura material y espiritual, ella misma estaba atada al destino de la vanguardia política y enfrentó una rápida decadencia ante el avance de la contra-revolución. “Expresiones como “literatura proletaria” y “cultura proletaria” son peligrosas, porque comprimen erróneamente el porvenir cultural dentro de los estrechos límites actuales; falsean la perspectiva, no respetan las proposiciones, no respetan las medidas y cultivan la peligrosísima arrogancia de los pequeños círculos.”[15]
Tal pareciera que no pocos artistas revolucionarios –los creadores del arte proletario– contaban con alcanzar las escalas del futuro montados sobre la ola de la revolución. De una forma similar a lo que ocurrió con los militantes más atrasados del movimiento político revolucionario, los artistas que no quisieron encontrar un final trágico trataron de encontrar su nicho entre las filas del arte oficial (censurados por el estalinismo); otros fueron barridos por el desencanto y por la represión política. La excitante promesa de ser parte de la aurora de una nueva era en la Historia del Arte se desvaneció en el aire. Esta desmoralización –comprensible– cundió tanto más hondamente donde la comprensión del movimiento histórico era más mecánica y superficial. “Es imposible encontrarle salida a este atolladero por los medios del propio arte. […]. El arte no puede ni salir de la crisis ni mantenerse al margen. No puede salvarse solo. Perecerá inevitablemente […] si la sociedad contemporánea no logra transformarse. El problema tiene, pues, un carácter totalmente revolucionario.”[16] Como si el movimiento artístico revolucionario confiara sólo en sus propios medios, asumió como suya exclusivamente la responsabilidad de operar un renacimiento unilateral de toda la cultura. La pretensión de ofrecer a las masas trabajadoras un arte del todo nuevo habría enmascarado la desconfianza velada de los artistas en la capacidad del pueblo revolucionario para adueñarse de la cultura heredada. Pero aun con toda su vivaz radicalidad, el movimiento del arte revolucionario sobre-estimaba su propia fuerza y sus alcances, como si no se percatase de que el impulso vital que lo alimentaba era dependiente de un movimiento superior en el orden de la Historia, que lo subsumía; como si aún arrastrara consigo la herencia del idealismo, encarnado en su fe irreductible en su independencia.
El verdadero arte, es decir aquel que no se satisface con las variaciones sobre modelos establecidos, sino que se esfuerza por expresar las necesidades íntimas del hombre y de la humanidad actuales, no puede dejar de ser revolucionario, es decir, no puede sino aspirar a una reconstrucción completa y radical de la sociedad, aunque sólo sea para liberar la creación intelectual de las cadenas que la atan y permitir a la humanidad entera elevarse a las alturas que sólo genios solitarios habían alcanzado en el pasado. Al mismo tiempo, reconocemos que únicamente una revolución social puede abrir el camino a una nueva cultura. [17]
[1] Vid. Bárbara Brito, “El manifiesto por un arte revolucionario independiente y las ideas artísticas de Diego Rivera hasta 1940”, Marxismo y revolución, acceso el 1 de febrero de 2017, https://marxismoyrevolucion.wordpress.com/2014/09/
26/el-manifiesto-por-un-arte-revolucionario-e-independiente-y-las-ideas-artisticas-de-diego-rivera-hasta-1940/.
[2] Cfr. Fernando Buen Abad Domínguez, “La FIARI. Vanguardia del arte en Latinoamérica”, América socialista, No. 5, febrero 2012, 24-26.
[3] Alan Woods, “El marxismo y el arte”, In Defence of Marxism, acceso el 1 de febrero de 2017, https://www.marxist
.com/apuntes-marxistas-sobre-origen-del-arte.htm.
[4] León Trotsky, “Cultura y socialismo”, La era de la revolución permanente, editado por I. Deutscher (México: Ediciones Saeta, 1967), 310.
[5] Ídem.
[6] Ibídem, 318.
[7] Ibídem, 317.
[8] Trotsky, León, “Cultura proletaria y arte proletario”, Sobre arte y cultura, segunda edición, traducido por S. Alonso et. al. (Madrid: Alianza Editorial, 1973), 104.
[9] Ibídem, 106.
[10] Ibídem, 107.
[11] Karl Marx y Friedrich Engels, Manifiesto del partido comunista, Ediciones de cultura popular (Moscú: Editorial Progreso, 1979), 42.
[12] Trotsky, León, Opere citato, 111.
[13] Ibídem, 108.
[14] Ibídem, 109.
[15] Ibídem, 120.
[16] Trotsky, León, “El arte y la revolución”, Sobre arte y cultura, 202.
[17] André Bretón, Diego Rivera [y León Trotsky], “Manifiesto por un arte revolucionario independiente”, Buque de arte, acceso el 1 de febrero de 2017, http://sergiomansilla.com/revista/aula/lecturas/imagen/manifiesto_por_un_arte_re