“Los proletarios no tienen patria…proletarios de todo el mundo, Uníos” [Manifiesto Comunista]
“Los proletarios no tienen patria…proletarios de todo el mundo, Uníos” [Manifiesto Comunista]
Introducción
Para posicionarnos de forma correcta en el espinoso tema del nacionalismo debemos estudiar qué significa el Estado nación, su nacimiento y desarrollo; especialmente en México y lo que nos deja la experiencia de la Revolución rusa al respecto. A este tema dedicaremos una serie de artículos de los cuales éste es la primera parte. Se enfrentan dos clases con intereses irreconciliables en el terreno nacional, será decisivo el sector que gane la hegemonía (incluida la base de Morena en lucha contra la burocracia). De esto se trata en el fondo todo lo relativo a la “Unidad Nacional”: en torno a quién y a cuál programa.
A inicios de febrero Peña Nieto presentó una campaña por la unidad nacional y en apoyo a las empresas mexicanas, bautizada “Hecho en México”… en un hotel de la cadena Hilton. Esta cínica puesta en escena expresa muy bien el “nacionalismo” del régimen y su subordinación total a los intereses trasnacionales.
La consigna de la unidad nacional ha sido históricamente usada para aglutinar a la “nación” en torno a la clase dominante y al régimen, en momentos en que situaciones de crisis amenazan la estabilidad política y social. Un régimen que ha desmantelado toda posibilidad de resistir como nación soberana -con las privatizaciones masivas- ahora pretende presentarse como paladín de la defensa nacional. Lo trágico es que la izquierda reformista, con AMLO a la cabeza, está de acuerdo con dicho absurdo y se une al coro de los que piden la Unidad Nacional con los vende patrias. Norberto Rivera pide Unidad Nacional y los grandes monopolios que han sido creados a la sombra del Estado y las privatizaciones están organizando sus propias movilizaciones bajo el eslogan “Vibra México”. Será una campaña publicitaria para “comprar lo hecho en México” y para aglutinar a los despistados en torno a los intereses de la clase dominante. Frente a esta farsa se alza la lucha popular y sindical contra el gasolinazo y los intentos de coordinarla. Se enfrentan dos clases con intereses irreconciliables en el terreno nacional, será decisivo el sector que gane la hegemonía (incluida la base de Morena en lucha contra la burocracia). De esto se trata en el fondo todo lo relativo a la “Unidad Nacional”: en torno a quién y a cuál programa.
Este régimen corrupto representa a una clase social, a una burguesía que, tras la derrota de la Revolución mexicana, fue creada por el naciente régimen priísta y luego fue renovada y engordada con la venta de los bienes nacionales. Es una clase que está atada, de una u otra manera, a la inversión extranjera y ahora pretende utilizar el sentimiento nacional como una vulgar campaña publicitaria. La nación de la burguesía está en su cuenta bancaria, su corazón está en su chequera. La unidad nacional significa pare ellos preservar sus intereses egoístas y sus privilegios. Incluso aceptando la existencia de contradicciones entre algunos sectores de la burguesía nacional con las medidas de Trump, sería ingenuo pensar que esos empresarios manufactureros saldrán a las calles para luchar contra el gobierno y menos aún que estarán a favor de renacionalizar la industria (esta idea es contagiosa y los puede afectar) -recordemos que incluso en tiempos de Cárdenas las nacionalizaciones que se hicieron en beneficio de la economía burguesa nacional se llevaron adelante en contra de los sectores más importantes de esa burguesía nacional-.
Incluyendo a la burguesía, Morena no la ganará a un programa de reformas de izquierda, sino que será la derecha la que corrompa a Morena y a toda posibilidad de cambio real. No son los empresarios los que giran a la izquierda, es la dirección de Morena la que gira a la derecha.
Los trabajadores conscientes, sobre todo en un país dependiente y semicolonial como México, debemos deslindarnos de manera tajante del nacionalismo burgués y oportunista de quienes han sido los causantes de la humillante situación del país, pero debemos ser sensibles al nacionalismo del pueblo trabajador que identifica la lucha por la soberanía nacional con las expropiaciones cardenistas y, en general, con la lucha antiimperialista de los pueblos de América Latina. En México hay una profunda tradición antiimperialista y, en este sentido, nacionalista. Nosotros apoyamos la lucha del pueblo por recuperar las experiencias antiimperialistas que, en el periodo cardenista golpearon fuertemente -sobre todo con la expropiación del petróleo, minas y ferrocarriles- los intereses trasnacionales. Para nosotros el nacionalismo de los explotados es, como decía Lenin, “bolchevismo en potencia” porque se enfrenta a los intereses de la clase dominante. Pero sólo en potencia.
Todo nacionalismo que no implique recuperar las palancas de la economía -los recursos materiales para ejercer dicha soberanía- es demagogia pura. Sin embargo, es necesario ir más allá: las expropiaciones de Cárdenas tuvieron como fin apuntalar a una débil burguesía mexicana y en tanto no rompieron con el sistema capitalista -al contrario impulsaron su desarrollo- el cardenismo fue, paradójicamente, la matrona del los gobiernos priístas y panistas que luego vendieron al país. Por ello nos apoyamos en las expropiaciones de Cárdenas para que sobre esa experiencia rompamos con el capitalismo y reivindiquemos -a partir del sano nacionalismo de los oprimidos- el internacionalismo proletario. Si queremos rescatar la parte valiosa del cardenismo debe ser sobre bases socialistas e internacionalistas.
Los Estados nacionales modernos y el capitalismo
La “nación” -un territorio con un Estado unificado y un pueblo con tradiciones e idioma más o menos comunes- no ha existido siempre, no es algo impreso en la raza, la sangre o el alma como creen los nacionalistas o románticos tanto de izquierda como de derecha. La naciones modernas son producto del desarrollo del capitalismo y su correlativo mercado único, con monedas, lengua y fronteras definidas. Los estados nacionales modernos tienen su historia y desarrollo. Este proceso se desarrolló -fundamentalmente- en beneficio de la burguesía y la economía de mercado que le es propia. Antes de las naciones estado modernas existieron comunidades no organizadas como naciones: etnias, tribus, Ciudades estado e Imperios antiguos. A veces se habla de algunas tribus como naciones -se habla de la nación Yaqui, por ejemplo,- pero, en cualquier caso, hay que entender esto como analogía o de forma restringida puesto que un nación implica el desarrollo del comercio y las fuerzas productivas de una forma muy concreta.
Por ello la nación no es un ente abstracto, implica contradicciones que confrontan en líneas de clase a la “sociedad civil” de una nación determinada. Llamar a la unidad nacional es pretender juntar el agua y el aceite en beneficio de quien detenta el poder económico y político.
El capitalismo, para desarrollarse, requirió el establecimiento de un mercado común (el rompimiento de las barreras feudales al libre comercio y tránsito de objetos y personas), fronteras definidas, la formación de una mano de obra libre de medios de producción y de cadenas que la ataran a la tierra; pesos, usos horarios y medidas estandarizadas y, también, un idioma oficial –Suiza, con sus cuatro idiomas oficiales, es una de las excepciones a la regla-. La creación de los estados nación modernos fue producto de potentes y trascendentes revoluciones burguesas protagonizadas por las masas pero capitalizadas por la burguesía naciente. En aquél momento no podía ser de otro modo y fue un paso de gigante revolucionario que permitió el desarrollo de las bases materiales para la revolución socialista.
Las revoluciones burguesas que crearon las naciones modernas se sucedieron -poco más o menos- en un periodo histórico comprendido entre 1780 a 1871. Incluso antes de este periodo irrumpió la revolución holandesa de 1603-1609 que se libró contra el colonialismo español, la Revolución inglesa de 1642 fue desatada por las ideas luteranas radicalizadas y dirigida fundamentalmente contra los terratenientes por medio de organizaciones plebellas (“Levellers” y “Diggers”), la Revolución norteamericana de 1763 fue una cruenta guerra de liberación contra la opresión británica. La legendaria Revolución francesa de 1789 cortó las cabezas coronadas de los reyes y rompió el espinazo del dominio ideológico de la iglesia, abriendo un periodo de revolución internacional que creará las fronteras de los estados modernos en Europa occidental. Las tareas históricas de estas revoluciones -reparto agrario, independencia nacional, separación iglesia-Estado, unificación nacional- no se realizaron en un sólo acto. Se requirió, por ejemplo, de la posterior guerra civil en Norteamérica para liberar a los esclavos negros y permitir la libre venta de la fuerza de trabajo; así también, la derrota de la oleada revolucionaria de Europa en 1848 condicionó que la cuestión nacional – la unificación nacional- se resolviera “desde arriba” con Bismark en Alemania, y el rey de Piamonte, Victor Manuel, en Italia (resultado de la tibieza de la dirección revolucionaria de Garibaldi).
Estas revoluciones rompieron con el particularismo feudal permitiendo un mercado más amplio para el desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas. En ellas se fraguó el sentimiento nacional, la idea de que todos los habitantes participaban de una cultura y tradiciones más o menos comunes. El periodo histórico de la formación de los estados nacionales termina -más o menos- con el ascenso del imperialismo a fines del siglo XIX, la nueva era será marcada por las tensiones interimperialistas que originarán la Primera Guerra Mundial. En cualquier caso, la obligación de todo trabajador consciente es descubrir los intereses de clase que se ocultan bajo la vestidura nacional, de otra manera no hará más que ponerse bajo la órbita de la clase que hegemoniza naturalmente dicha unidad. En síntesis: las naciones modernas surgieron para el mejor desarrollo del capitalismo.
La formación de la Nación mexicana
En tiempos de Juárez -donde las aspiraciones nacionales de una burguesía apenas existente jugaban un rol progresista- los liberales burgueses pretendieron que México había existido siempre y, en esta tónica, publicaron una especie de enciclopedia nacionalista conocida como “México a través de los siglos” que todavía hoy adorna la biblioteca de algunas familias mexicanas y de la cual todavía hoy se pueden aprender cosas interesantes sobre la historia de nuestro país.
Pero el México prehispánico era un conglomerado de señoríos, etnias y tribus que hablaban diferentes lenguas, adoraban dioses propios, tenían sus particularidades culturales y, si bien, compartían dioses, mitos y relaciones históricas, estos elementos eran modificados por diversas necesidades sociales. Los tlaxcaltecas no se sentían parte de México -no existía como tal- sino integrantes de su propia comunidad, tribu o etnia, por ello no tuvieron mayores reparos en unirse a los invasores españoles contra Tenochtitlán, para ellos esta Ciudad estado que los oprimía era el verdadero enemigo. Sólo un nacionalista metafísico podría acusarlos de “traición a la patria”.
La Nueva España, obviamente, no era una nación soberana sino una colonia del imperio español. Sin embargo, el desarrollo del comercio, la artesanía, la primitiva industria y el desarrollo de la intelectualidad va forjando lentamente un sentimiento de nación que crece bajo el yugo de los altos impuestos, las trabas coloniales y las ideas revolucionarias de la Ilustración.
A despecho de lo que creían los liberales del siglo XIX –tratando de apuntalar sus intereses- México no ha existido a través de los siglos. Como nación nuestro país es resultado de la influencia del desarrollo capitalista y se ha forjado a través de las guerras antiimperialistas de los tiempos de Hidalgo y Juárez. Evidentemente, el proceso de surgimiento de la consciencia nacional es concreto y ha recogido en una nueva síntesis el legado cultural de Mesoamérica y la Colonia.
Cuando decimos que la hegemonía de la nación la detenta la clase dominante, esto no quiere decir que dentro de esa cultura nacional no se encuentren ricos elementos nacidos de la cultura y tradiciones populares que debemos reivindicar y defender. Lo que señalamos es que no debemos perder la perspectiva de clase que, en última instancia, fue el factor decisivo en el surgimiento de México como nación. En los Estado nacionales modernos quien domina es -por regla general- la burguesía. Incluso en casos excepcionales de bonapartismo -donde el Estado logra escapar al control directo de la clase dominante- el Estado sigue siendo burgués en tanto la base económica sigue siendo capitalista.
Sin la perspectiva de clase no podríamos entender la forma peculiar en que México cristalizó como nación: La guerra de independencia del 1810, iniciada por Hidalgo con bases plebeyas, fue capitalizada por el mismo régimen que combatió a Hidalgo y Morelos, y ante reformas transoceánicas liberales que amenazaban su estatus privilegiado ese sector reaccionario decidió romper con España, imponiendo a través de Iturbide una Independencia que dejó intactos el poder de los terratenientes, el clero -incluidos funcionarios de la inquisición- y la cúpula militar. Fue una independencia que no recogió las reivindicaciones sociales de Hidalgo y Morelos. En tanto las tareas más acuciantes de la revolución democrática burguesa quedaron sin resolver, México sólo pudo sobrevivir gracias a la lucha popular que impidió su balcanización total. Los sectores conservadores nunca se posicionaron a favor de la independencia y viabilidad de México como país.
Estos sectores -base del partido conservador- serán incapaces en el poder de mantener la unidad nacional frente a las potencias imperialistas francesas, inglesas y norteamericanas que amenazarán a la naciente nación durante buena parte del siglo XIX y cuya corrupción y entreguismo propiciará la pérdida de más de la mitad del territorio nacional. De hecho, en cada oportunidad, el régimen conservador mexicano fue colaboracionistas e incluso promotor de las intervenciones, como fue el caso de la imposición de Maximiliano. Frente a la revolución liberal que durante buena parte del siglo XIX jugó un papel progresista, los conservadores prefirieron mil veces al opresor extranjero, a un emperador francés o a la bandera norteamericana ondeando en el Castillo de Chapultepec. Fue la organización popular, los “chinacos” que lucharon contra la intervención francesa, los ejércitos populares que asolaron a los invasores y la determinación de dirigentes jacobinos -como Ignacio Zaragoza- lo que permitió que México sobreviviera como país y que su destino no fuera el de la fragmentación total y artificial, como fue el caso centroamericano.
Pero incluso el campo juarista puso por encima de los “intereses nacionales” los intereses de clase de una burguesía apenas existente, firmando el tratado McLane-Ocampo que comprometía la integridad del territorio nacional -en este caso, la unidad del territorio nacional no coincidía exactamente con la necesidad de recursos y reconocimiento oficial para financiar la guerra-.Si bien es cierto que este último tratado fue un acto desesperado para ganar el apoyo norteamericano frente a las demandas de los imperialistas europeos, sí demuestra que los representantes de la burguesía -incluso en la época en que jugaban un papel progresista- han priorizado su interés de clase sobre el interés nacional.
¿En qué momento surge México como nación? Siempre y cuando se tome en cuenta que se trató de un largo periodo de gestación en el que se debe subrayar la Revolución de Independencia, un punto crítico fue el triunfo sobre el Segundo Imperio, pero la lucha por resolver las tareas de la nación burguesa continuará con la Revolución de 1910 e incluso con el cardenismo.
Desarrollo desigual y combinado
México tuvo la desgracia de que, tras el triunfo de los liberales, el país llega demasiado tarde a la escena mundial. Ya el gobierno de la República Restaurada intenta por todos los medios atraer la inversión extranjera para desarrollar el capitalismo en México. Esto no lo va a lograr Juárez sino Díaz -por ello el liberalismo de Juárez se trasmuta, casi sin interrupción, en la dictadura de don Porfirio-y con ello México se desarrolla en una lógica -que Trotsky llamará de “desarrollo desigual y combinado”- que combina formas precapitalistas y feudales de producción con el ferrocarril moderno, la industria textil y la minería; principalmente bajo el dominio del capital ingles, francés y norteamericano. A México se le impone un intercambio desigual, de proveedor de materias primas y mano de obra semiesclava. Debido a esto, la burguesía nacional ha sido siempre cobarde, débil y corrupta; una agencia del capital trasnacional.
En buena medida, así se explica, que bajo el capitalismo la cuestión de la soberanía nacional -sobre todo en el mundo excolonial- no puede resolverse de forma satisfactoria y definitiva. Menos aún ponerse a resguardo de los perritos falderos del capital trasnacional: los grandes capitalistas mexicanos y el corrupto régimen. El único defensor efectivo de la soberanía es el pueblo en su lucha contra la burguesía. Sobre este tema habremos de volver en la siguiente parte. [Continuará]