Por: Joel Flores
En memoria de Jaime Suárez Quemaín y todos los poetas que lucharon por la verdad a precio de sangre.
El arte y la poesía han atestiguado los grandes cambios históricos del ser humano, desde los albores de su existencia bajo el carácter social de las expresiones dentro de las diferentes comunidades que fueron asimilando su cultura a través de los diferentes rituales en el contacto entre la naturaleza que les rodeaba y la magia oculta en ella. Todo esto no es motivo de casualidad sino causalidad como explica el materialismo dialéctico, el desarrollo de la cultura depende de las fuerzas productivas ya que es un fenómeno social en el cual el arte responde a las condiciones socio históricas donde se encuentra el hombre y el poeta de su tiempo. Por tanto, la poesía posee un valor humanizante al evidenciarse como sueño colectivo de la humanidad, expresión del sentimiento contrapuesto entre dos clases antagónicas: una dominante y otra dominada.
La clase dominante formula una poesía trastornada de la realidad, que proyecta un mundo en su sentido más armónico, de paisajes sublimes, majestuosos con pizcas de sabores dulces ignorando, a priori, las influencias sociales que conforman el desarrollo del arte; tal estética burguesa conformada del subjetivismo individualista del conocimiento es impuesta a las mayorías oprimidas como símbolo de conquista desde la raíz. Sin embargo, frente a ella se encuentra la poesía cruda de sabores agridulces, reflejo de la lucha presente en todo tiempo bajo la consigna de revolución, – palabra proviene del latín revolutio que significa «darle vuelta»- y, efectivamente, la poesía social ha buscado siempre darle vuelta a esta realidad oscura para muchos y de colores para unos pocos a través de la denuncia crítica, el testimonio y el panfleto, convirtiéndose en la voz latente de las condiciones reales de la sociedad. Pero el camino del poeta comprometido se convierte en un verdadero desafío de la lucha revolucionaria al enfrentarse y acusar con nombre y apellido tal cual es al régimen enmascarado, dogmático y feroz, en nombre de la colectividad, no busca la fama envenenada sino la vena ensangrentada que exige justicia desde la mirada difusa de un pueblo acostumbrado a bajar la mirada teniendo el cielo en sus manos trabajadoras.
El Salvador es un país que históricamente ha visto crecer en sus tierras grandes poetas que demostraron ir de la mano con la conciencia y el compromiso hasta las consecuencias más desastrosas en nombre de la verdad. Una generación comprometida es aquella que no se basta a sí misma con ver las penurias de su alrededor sino buscar la salida de destruir la miseria que le ahonda. Estos poetas ocuparon la letra como fusil para disparar flores rojas de gritos honrosos que aún se sienten 500 años desde la primera lucha contra el invasor, pero en respuesta la oligarquía contestó con balas de plomo asesinas de cuerpos, pero no de sueños que laten a borbotones en marcha de escribir un nuevo destino revolucionario. Como dijera el poeta salvadoreño, Jaime Suárez Quemaín, asesinado en julio de 1980 por los brazos armados de la burguesía: “Interrogantes que queman… El poeta las toma, las ordena, imprime su yo, clava sus colmillos. Si lo hizo bien, es poesía; si no, aborto, sandeces…”.
Escribir verdades en verso y prosa significa clavar el mensaje claro y crudo a la realidad por amor, un amor que motiva la superación de la mujer y el hombre sobre los engaños de la rutina, un amor que nace y muere en la lucha y no se cansa de responder con el sincero grito de la libertad.
La poesía no nace completamente de nuevo con cada generación, ésta se sobrepone acarreando los residuos que no fueron extintos, por tanto, la verdadera poesía y el arte de hoy se enfrentan a la misma desigualdad que motivó a los escritores del siglo pasado a reivindicar a la clase trabajadora, al campesinado, a los estudiantes comprometidos contra la dictadura que sigue imperando bajo nuevo color y un nuevo discurso. Es necesario replantearse la poesía de hoy ubicándola por encima del mero texto comercial que vende la burguesía renovada para nublar bajo la ocultación las grandes contradicciones mundiales que merecen ser destruidas y superadas con poesía y revolución.