Han sido días difíciles para la ciudad de Venecia y sus habitantes, dados los estragos causados en la Serenissima por inundaciones extraordinariamente fuertes, a partir del 12 de noviembre.
Es otro signo devastador del cambio climático, resultado de la explotación incontrolada de los recursos ambientales y del comportamiento cínico de las grandes industrias, que ahora ponen en peligro el ya frágil ecosistema de la laguna veneciana.
Mientras que la ciudad ha reaccionado con resistencia en un intento de volver a la normalidad –voluntarios se encuentran en las calles para limpiar o rescatar bibliotecas, archivos y colecciones históricas de vital importancia para la cultura mundial-, seguimos siendo testigos de un juego de culpación malintencionado, típico de una clase dominante impotente para resolver ninguno de los problemas de la sociedad, y de su dependencia en el uso conveniente de chivos expiatorios.
El proyecto MOSE, que ya ha costado 5.300 millones de euros, es esencialmente impotente ante estos fenómenos climáticos extraordinarios -como el de los últimos días- ya que, además de haberse debilitado irreparablemente gracias a los años de inactividad, su eficacia se limita a las mareas que alcanzan un máximo de 130 cm. La marea alta de noviembre de 2019 superó los 180 cm.
De hecho, la única marea que MOSE ha conseguido frenar a lo largo de los años ha sido la de la financiación del mantenimiento de Venecia, que (a partir de la ley especial de 1973 para «salvar Venecia») ha ascendido a varios miles de millones de euros, mientras que el proyecto se mantiene en el 86 por ciento de su finalización.
Tales han sido los retrasos que la situación actual ha frustrado sustancialmente cualquier utilidad que el proyecto pudiera haber tenido, dado que las mareas se han hecho más altas a medida que los fenómenos climáticos extremos se han hecho más frecuentes.
La excepcional «aqua alta», o marea alta, proviene no sólo de los cambios climáticos, sino también de las modificaciones de los años 60 y 70 que han distorsionado irreparablemente la delicada estructura de la laguna. Estos cambios tenían por objeto desarrollar una forma menos racional de industrialización que, en lugar de producir una riqueza generalizada, se limita a la degradación y la contaminación. Este proceso ha beneficiado sólo al gran capital, dejando atrás no sólo los escombros sociales de innumerables crisis financieras, sino también los daños a la salud de los habitantes y trabajadores de esta zona y al medio ambiente circundante.
Porto Marghera es un ejemplo llamativo de cómo el gran capital no tiene en cuenta la vida de las personas ni el futuro mismo de una ciudad -todo ello en aras de la acumulación de riquezas-, pero se podrían mencionar muchos otros, como la cuenca de Chioggia o el Tronchetto (situado al oeste de Venecia).
Quizás el tema de las cuencas y los puertos parezca anacrónico, como reliquias de otra época. Sin embargo, hoy en día, todos los días los cruceros navegan por el canal, que no hacen otra cosa que alimentar la implacable industria del turismo que beneficia a unos pocos, mientras que a los muchos se les deja luchar entre sí por las migajas. Existe consenso en que estos cruceros presentan otro factor determinante para el incremento cada vez menos excepcional de las mareas altas en los últimos años. Para que pasen los cruceros, ¡el canal ha sido excavado de 7 a 12 metros! Estas monstruosidades que vadean el canal y la laguna han movido los fondos marinos. Como resultado, se deja entrar más agua, la misma que inunda la ciudad con su marea alta.
Durante muchos años, esto ha sido denunciado por los ciudadanos, para quienes la administración local no encuentra ninguna respuesta tangible. El Municipio de Venecia y la Región del Véneto no pueden arriesgar los ingresos que proporciona el turismo de masas, ni las grandes obras innecesarias, factores todos ellos que permiten que la corrupción se encone, para el beneficio personal de innumerables políticos locales a lo largo de los años. Es un hecho que no se han tomado medidas para una crisis que ya no se puede posponer: la vida de miles de personas y un sitio del patrimonio mundial de la UNESCO que debe ser salvaguardado a toda costa.
Desgraciadamente, para los políticos y los empresarios, Venecia no es más que un simple recurso -una especie de pozo de petróleo- y, por lo tanto, se exprime hasta la última gota, sólo para dejarla que se las arregle por sí misma. No se permite que nada se interponga en el camino de la ganancia privada.
Hasta ahora, sólo Galán (ex gobernador de la región del Véneto) ha sido condenado a arresto domiciliario en su lujosa villa, a salvo de la marea alta y viviendo de los frutos de 30 años de soborno y corrupción a expensas de los venecianos y de los italianos en general.
El dinero para salvar Venecia existe. Pero para poder utilizarlo, debemos suspender el MOSE y desviar sus fondos hacia un programa de preservación y mantenimiento de la ciudad, bajo el control y la gestión de un comité compuesto por residentes y trabajadores de la ciudad. Los cruceros ya no deberían poder entrar en la laguna, ni en Venecia ni en Marghera.
Venecia todavía puede salvarse, pero debemos ser nosotros los que determinemos su futuro, no un pequeño puñado de capitalistas, banqueros y armadores, y sus gobiernos.