En el vigésimo aniversario del ataque del 11 de septiembre, volvemos a publicar el siguiente artículo, escrito en 2011 por Alan Woods en el décimo aniversario de esa atrocidad. Ya estaba claro que la llamada «Guerra contra el Terrorismo» fue un completo fracaso. Mientras tanto, la reciente erupción de la Primavera Árabe había proporcionado una ilustración asombrosa del poder de las masas para hacer a un lado la reacción y el imperialismo de la región.
En el décimo aniversario del ataque a las Torres Gemelas, millones de personas revivirán los horrores de aquel día fatal. Las pantallas de televisión están abarrotadas de imágenes impactantes de muerte y destrucción.
Una vez más vemos las llamaradas de combustible en llamas al chocar los aviones contra los altos edificios; la gente desesperada arrojándose al vacío; el derrumbe de los edificios que llenó el aire de Nueva York de polvo asfixiante e hizo la noche en medio del día, y los hombres y mujeres cubiertos de polvo gris observando como criaturas de otro planeta.
Los acontecimientos del 11 de Septiembre de 2001 sin duda representaron un punto de inflexión en la historia. El décimo aniversario de los ataques contra las Torres Gemelas y el Pentágono nos ofrece una oportunidad de hacer un balance de la última década, una década que ha reorganizado la historia del mundo.
La última década ha estado dominada por la así llamada “guerra contra el terrorismo”. Las imágenes a ella asociadas han sido grabadas a fuego en la mente colectiva. Todo el mundo recuerda las torres ardiendo, seguidas por la batalla en los barrancos de Tora Bora, la invasión de Irak, las horribles fotos de presos encapuchados en Abu Ghraib, los presos enjaulados en Guantánamo, el asesinato de Bin Laden.
Sin embargo, la “guerra contra el terrorismo” es manifiestamente un nombre poco apropiado. Una guerra presupone la existencia de dos ejércitos de más o menos comparable fuerza, y dos gobiernos que pueden declarar el inicio de una guerra y también su final. También presupone objetivos de guerra definidos en ambas partes. Nada de esto es aplicable en este caso. Al Qaeda no es un Estado sino una organización terrorista. No tiene un ejército permanente. Sus objetivos de guerra son vagos y sus seguidores están dispersos entre las poblaciones de diferentes tierras. Operan en las sombras, no en el campo de batalla.
La idea de que semejante enemigo podría ser derrotado por un ejército convencional con tanques, pistolas y aeroplanos ha sido siempre ridícula. El terrorismo no lucha en el campo de batalla, sino mediante una combinación de clandestinidad, métodos policiales y políticos. El uso de ejército convencional equivale en este contexto a un cirujano usando un hacha en lugar de un bisturí, o un hombre usando una pistola para matar un mosquito.
¿Nos ha sido contada la verdad?
En un artículo que escribimos aquel mismo día dijimos lo siguiente:
“Este acto terrorista tiene un carácter completamente loco y criminal y debe ser condenado – pero no por los motivos hipócritas de Bush y Blair. Los marxistas se oponen al terrorismo individual porque es contraproducente y beneficia a las secciones más reaccionarias de la clase dominante. Ese es claramente el caso aquí: esta sangrienta atrocidad beneficiará al gran capital y al imperialismo norteamericano. Dará a Bush mano libre para hacer todo lo que quiera en el Oriente Medio y a nivel mundial. La opinión pública norteamericana tolerará cualquier política reaccionaria en casa y fuera.
Tendrá un efecto similar en la opinión pública norteamericana al de Pearl Harbour, el cual Roosevelt condenó públicamente pero al que en secreto dio la bienvenida. El público americano estará ahora preparado para aceptar las atrocidades de la así llamada contrainsurgencia y acciones antiterroristas en el exterior, así como también legislación reaccionaria y antidemocrática en casa”. (US Suicide Bombing – Terrorism Aids Reaction, escrito por Ted Grant and Alan Woods, 11 September 2001)
Hubo muchas preguntas que no fueron respondidas acerca de qué pasó ese día. Diez años después dichas preguntas continúan sin respuesta. Parecía imposible que los servicios de Inteligencia de los Estados Unidos no fueran capaces de detectar la existencia de un complot de tan vastas dimensiones. En el mismo artículo expresamos una opinión provisional:
“¿Cómo es posible que la CIA fuese tan ignorante e inepta para permitir tan devastador ataque en los principales nervios de la nación? Una posibilidad no ha sido mencionada – concretamente que fuera el resultado de una provocación que salió mal. En el mundo sombrío de la intriga, provocación y contraprovocación que caracteriza las actividades de los servicios secretos, no es imposible que una sección de la estructura militar de los Estados Unidos decidiera permitir a los terroristas lanzar un ataque en América como medio de aglutinar apoyo popular para una política agresiva y un rearme. Esto podría explicar el sorprendente fallo del servicio de inteligencia americano, aunque la devastadora magnitud del ataque sugeriría que la provocación se les fue de las manos”.
No soy amigo de teorías conspiracionistas, pero es cierto que los informes “oficiales” ofrecen más preguntas que respuestas. Diez años después, pienso que la explicación que adelantamos en el momento probablemente queda francamente cerca de la verdad. Quizá nunca lo sepamos. Pero si los hechos son poco claros, sus resultados lo son, y mucho.
Los acontecimientos del 11-S le vinieron a los imperialistas muy bien. Lo que George W. Bush hizo cuando declaró su “guerra contra el terrorismo” no tuvo nada que ver con luchar contra el terrorismo. Pretendía crear una atmósfera belicosa para justificar la puesta en movimiento de la vasta maquinaria militar norteamericana en aventuras extranjeras.
Los imperialistas siempre necesitan alguna amenaza externa –real o imaginaria- para justificar guerras agresivas en el exterior. En el pasado gritaban “¡Recordad el Maine!” o “¡Recordad Pearl Harbour!”. Ahora, cada síntoma de disidencia fue inmediatamente ahogado por un coro ensordecedor de: “¡Recordad el 11-S!”
¿Por qué Irak?
El 11 de Septiembre proveyó la excusa para las invasiones americanas de Afganistán e Irak. Al menos la acción contra Al Qaeda en Afganistán, donde tenía su principal base protegida por el régimen Talibán, pudo tener alguna justificación. Pero ¿Por qué atacar Irak? Inmediatamente tras el 11-S, Rumsfeld lanzaba esta línea de acción, la cual sorprendió incluso a elementos en la Casa Blanca.
Todo el mundo ahora sabe que Irak no tenía absolutamente nada que ver con el ataque a las Torres Gemelas, y sea lo que sea lo que uno piense de Saddam Hussein, no era un aliado de Al Qaeda sino un encarnizado enemigo. La reaccionaria camarilla Bush-Rumsfeld-Cheaney [1] lanzó la criminal invasión de Irak bajo la bandera de la “guerra contra el terrorismo”. Esto se basaba en las más descaradas mentiras, las cuales han sido ahora expuestas, en particular la monstruosa falsificación acerca de las “armas de destrucción masiva”.
Robert Fisk, un observador altamente inteligente y honesto, opina que hemos evitado la verdadera pregunta durante diez años: lo único en que un policía piensa tras un crimen callejero: el motivo. “¿Cuántos murieron el 11-S? Casi 3000. ¿Cuántos murieron en la guerra de Irak? ¿A quién le importa?”
La invasión de Irak no está relacionada en absoluto con los acontecimientos del 11-S. Había sido decidida mucho antes por una camarilla derechista Republicana, deseosa de extender la esfera de influencia norteamericana en el Oriente Medio tras la caída de la URSS. El problema con Saddam Hussein no era que fuese un dictador (los EEUU han apoyado muchos regímenes dictatoriales en Oriente Medio: el Shah de Irán, Mubarak en Egipto, Ben Ali en Túnez, el Sheikh de Bahrain, la monarquía Saudí, los generales argelinos, etc, etc). El problema era que no era suficientemente obediente a las órdenes de Washington.
Es cierto que el régimen de Saddam Hussein era una brutal y sangrienta dictadura, odiada por la mayoría del pueblo Irakuí. Sin embargo la tarea de derrocar tan opresivo régimen era del propio pueblo Irakuí. Cuando Norteamérica derribó a Saddam Hussein, solo sustituyó una dictadura con otra opresiva y corrupta dictadura, con una falsa fachada “democrática”.
La idea de que la camarilla Bush-Rumsfeld-Cheney estaba aunque sea remotamente interesada en llevar la democracia a Irak es una broma de muy mal gusto. Convenientemente ignoraron el hecho de que EEUU previamente había apoyado a Saddam Hussein, y le habían armado en una guerra criminal de agresión contra Irán. Hicieron la vista gorda a todos estos crímenes e incluso le proveyeron de gas venenoso para asesinar a los kurdos. Donald Rumsfeld personalmente fue a Bagdad a expresar su firme apoyo por Saddam Hussein en su guerra de agresión no provocada contra Irán.
El pueblo de Irak ha sido obligado a soportar la humillación de una ocupación extranjera y el tormento de la carnicería sectaria en que se sumió el país tras la invasión norteamericana. Este acto criminal, lejos de dañar a Al Qaeda, la fortaleció enormemente. Anteriormente, Al Qaeda no tenía base en Irak, ahora tiene innumerables, y un ejército de reclutas amablemente provistos por GW Bush y sus otros dos principales jefes de reclutamiento, Rumsfeld y Cheney.
Recientemente, Al Qaeda fue capaz de lanzar 42 ataques a lo largo del país en un solo día. Y cuando las últimas tropas norteamericanas se vayan a final de este año ¿Qué dejarán tras de sí? Si esperaban instalar un gobierno amigo en Bagdad, han fallado. Nuri al-Maliki está mucho más cercano a Teherán que a Washington. Ni tampoco es Irak una democracia en ningún sentido.
¿Ha triunfado la guerra contra el terrorismo?
A lo largo de la pasada década el asalto militar a Al Qaeda ha sido ininterrumpido y, desde un estrecho punto de vista militar, exitoso. Leon Panetta, un director de la CIA y ahora secretario de defensa norteamericano, dijo durante una reciente visita a Afganistán que América estaba a punto de infligir una “derrota estratégica” a Al Qaeda.
¿Es eso cierto? Un gran número de yihadistas han sido capturados o asesinados, y durante diez años la organización ha sido incapaz de repetir algo de la escala del 11-S. Osama Bin Laden fue asesinado en mayo, y su más cercano comandante fue asesinado hace tan solo un mes. La estructura del comando de la organización ha sido seriamente destruída y ha claramente perdido una parte significativa de su capacidad de operación.
Es cierto que Al Qaeda todavía tiene presencia en Yemen y algunos otros lugares y todavía puede ser capaz de atrocidades terroristas. Los actos terroristas no requieren necesariamente grandes fuerzas. Solo hicieron falta 19 hombres con cuchillas para montar los ataques a las Torres Gemelas y el Pentágono hace diez años. Pequeños grupos terroristas fueron capaces de organizar atrocidades a gran escala en Madrid y Londres.
Sin embargo, tras una década de concentración de investigaciones, feroces ataques, arrestos masivos y detenciones en Guantánamo, Al Qaeda ha sido seriamente debilitada. Esto era así ya antes de que los SEAL americanos asesinaran a Bin Laden. El mito de Al Qaeda, una amenaza terrorista supuestamente omnipresente, todavía es mantenido y cuidadosamente alimentado en los medios de comunicación. ¿Por qué?
Cada año los EEUU gastan ingentes cantidades de recursos en armas. Hay poderosos intereses que justifican este enorme gasto, especialmente en tiempos de crisis económica y preocupaciones sobre el colosal déficit norteamericano. Tras la caída de la Unión Soviética, el Complejo Militar-Industrial necesitaba otra amenaza externa para defender sus intereses económicos. La camarilla derechista en torno a Bush también representaba poderosos intereses petroleros que tenían un ojo puesto sobre las vastas reservas de crudo de Irak. Estos fueron los verdaderos intereses tras la llamada “guerra contra el terrorismo”.
La “guerra contra el terrorismo” fue supuestamente lanzada para defender la democracia Americana. Sin embargo ésta ha sido una de las primeras bajas. The Economist escribe:
“Para proteger la patria, América no solo emprendió guerras extranjeras. También creó una colosal burocracia de seguridad e investigación en casa. El Washington Post informó el año pasado de que más de 1200 organizaciones gubernamentales y casi 2000 compañías estaban trabajando en programas relativos a contraterrorismo, seguridad interior e investigación.
Algunos podrían decir que América ha pagado un precio alto con la pérdida de libertades grandes y pequeñas. Ha llegado a ser normal que se te retiren los zapatos antes de montar en un vuelo. América no recluye ciudadanos musulmanes tras el 11 de Septiembre, como hizo con los japoneses-americanos tras Pearl Harbour, sino que la administración Bush no tuvo la menor consideración por tan apreciadas libertades. El Congreso, las cortes y el nuevo presidente han retrocedido, pero no sobre todo el terreno avanzado con anterioridad. Aunque América no recluye a más sospechosos de terrorismo más allá del mar, Guantánamo todavía está abierto, un emblema de todo lo que América está supuestamente en contra. Muchos de esos presos podrían pasar el resto de sus vidas en cautividad sin siquiera haber tenido un juicio justo.”
Estas líneas son suficientes para exponer las reaccionarias consecuencias del terrorismo en general y del 11-S en particular. Por un tiempo fortaleció la mano del imperialismo y de los círculos más reaccionarios de la clase dominante norteamericana. Sin embargo ahora todo esto está comenzando a deshacerse. Diez años tras el 11-S, los vientos de la revolución están soplando por todo el mundo.
La revolución árabe
La única manera de lograr un régimen verdaderamente democrático en Irak y el resto del mundo árabe es por la vía revolucionaria – como lo demuestran los acontecimientos en Egipto, Túnez y Libia. Esto marca un rechazo completo a la doctrina autoritaria y fundamentalista al-Qaeda. Los jihadistas y los fundamentalistas islámicos han jugado poco o ningún papel en estos movimientos revolucionarios, aunque en algunos países aún pueden tener éxito en secuestrarlos si los trabajadores no toman el poder en sus propias manos.
Occidente no puede reclamar ningún crédito por este despertar. No fue inspirado por la invasión de Irak, a la que los árabes se opusieron radicalmente. El árabe común comprendía muy bien que el nuevo gobierno de Irak era un régimen títere. Sabía que la «agenda de la libertad» de George Bush sólo significaba la libertad de los imperialistas para saquear Irak y privarlo de su petróleo y de otros recursos. No confía en la «democracia» predicada por los gobiernos que durante décadas han apoyado a los regímenes árabes más represivos.
Cuando la oleada revolucionaria barrió finalmente Túnez, Egipto y el conjunto del mundo árabe casi una década después, no fue el resultado del despliegue norteamericano de las tácticas de «conmoción y pavor»,[2] sino una erupción espontánea de rabia y frustración bajo condiciones intolerables. Su motor único fue el pueblo revolucionario, sobre todo de los trabajadores y de la juventud revolucionaria, para quienes los EEUU no es un modelo, sino más bien un enemigo que apoyó al antiguo régimen odiado hasta el último momento, y después.
En Libia, también, el régimen de Gaddafi fue derrocado por el pueblo armado. La OTAN, escondiéndose detrás de la hoja de parra de las llamadas Naciones Unidas, intervino cuando se hizo evidente que Gadafi se encontraba en dificultades. Su campaña de bombardeo tuvo la intención de inclinar la balanza en favor de los rebeldes, y así salvaguardar los intereses de los norteamericanos y los europeos después de su derrocamiento. Pero los imperialistas no estaban dispuestos a armar a los rebeldes, de quienes desconfiaban, y desconfían aún.
El pueblo de Libia no es tan estúpido como para no ver a través de las intrigas y de las mentiras de los imperialistas que apoyaban a Gaddafi y su régimen hasta el último momento, hasta que cambiaron de bando convenientemente. Es de conocimiento público que tanto los europeos como los EEUU tenían estrechos vínculos con el régimen de Gaddafi, que enviaron armas a Gadafi y que sus servicios secretos colaboraron activamente con el antiguo régimen.
La victoria de los rebeldes ha supuesto la apertura de los archivos de la policía secreta de Gadafi y de la inteligencia militar. Esto prueba sin ninguna duda que la CIA y la Inteligencia Británica (MI5 y MI6), proporcionaron labores de inteligencia al régimen de Gadafi para que combatiera a la oposición Libia, y entregara a los opositores a las cámaras de tortura, incluyendo al actual líder de las fuerzas armadas libias. Todo esto se hizo en nombre de la «guerra contra el terror». Estos hechos demuestran la hipocresía repugnante de los imperialistas y su falso apego a la «democracia».
Afganistán y Pakistán
En Afganistán, Estados Unidos tuvo éxito en la persecución de Al Qaeda y de sus protectores talibanes. Pero al-Qaeda y los talibanes, con la ayuda de la Inteligencia Militar de Pakistán (ISI), simplemente cambiaron su terreno de operaciones a las nuevas bases en la frontera con Pakistán, de donde procedieron a lanzar ataques contra las fuerzas de EEUU
En represalia, la CIA envió aviones no tripulados para bombardear el interior de Pakistán. Pero como la mayoría de las víctimas de estos ataques no tripulados son civiles pashtunes, esta campaña de bombardeos ha alimentado los fuegos del odio hacia los Estados Unidos y ha provisto a la insurgencia de los talibanes de una nueva oleada de reclutas deseosos de continuar la sangrienta guerra de desgaste en Afganistán.
Años de guerra salvaje han reducido grandes áreas de Afganistán a escombros. Nadie sabe cuántas personas han sido asesinadas. Y no hay final a la vista. Pese a todo el valiente parloteo de Obama, los estadounidenses se preparan para retirarse de Afganistán en lo que será una retirada humillante e ignominiosa. Sigue siendo una pregunta abierta el tiempo que el régimen corrupto de Karzai, que Occidente está apuntalando en Kabul, sobrevivirá después de la salida prevista de la OTAN en 2014.
Hablan de victoria, de haber infligido una derrota militar a Al-Qaeda, de haber «quitado de en medio a Bin Laden», etc., pero todo esto es jactancia hueca. El precio de esta supuesta «victoria» ha sido la creación de nuevos peligros por todas partes. Al llevar la guerra a Pakistán, Estados Unidos ha desestabilizado aún más lo que ya era un país muy frágil e inestable. Con una población de 190 millones de musulmanes y un arsenal nuclear, Pakistán representa potencialmente una amenaza mucho mayor para los Estados Unidos que Irak o Afganistán.
En todo momento Pakistán ha estado llevando su propio juego en Afganistán. Durante décadas, el ejército de Pakistán y especialmente el ISI, han estado maniobrando para controlar Kabul. Los talibanes fueron – y siguen siendo – sus aliados. El gobierno de Islamabad se ha mantenido a flote por el dinero norteamericano, pero los sectores clave del Estado de Pakistán apoyan secretamente a los talibanes y a sus aliados yihadistas. El ISI, obviamente, sabía dónde se escondía Bin Laden, por lo que los estadounidenses decidieron no informar a Islamabad de su incursión en la casa de Bin Laden.
Desde el asesinato de Bin Laden, las relaciones entre Pakistán y Estados Unidos se han vuelto aún más envenenadas. The Economist (03 de septiembre) llega a la conclusión:
«La patria de los Estados Unidos puede ser más segura de lo que era hace diez años, pero su postura estratégica se ha deteriorado en una franja que va de Oriente Medio al Sur de Asia, y va a empeorar aún más si Irak cae bajo el hechizo de los mullahs de Irán, o Pakistán se derrumba.»
En ninguna parte es más clara la hipocresía y el doble juego de los imperialistas que en la cuestión palestina. En un intento por atraer a la opinión pública árabe, Washington ofreció la perspectiva de una paz en Palestina negociada por Norteamérica, pero GW Bush estuvo mucho más interesado en las relaciones de amistad con Israel que en la paz y, a pesar de sus buenas palabras, Obama no lo ha hecho mejor. Netanyahu continúa su invasión de tierras palestinas y aterroriza a los palestinos con total impunidad.
¿Yihad en todo el mundo?
¿Se ha fortalecido o debilitado la posición de Estados Unidos en el mundo? Vamos a considerar los costos humanos y económicos. Unos 6.000 soldados de EEUU, y muchos de los soldados de sus aliados, han perdido la vida en estas sangrientas guerras de desgaste. En cuanto a las pérdidas Irakíes y afganas, nadie las sabe a ciencia cierta. Sin embargo, según una estimación muy conservadora se habla de 137.000 civiles muertos en Afganistán, Irak y Pakistán.
Estas guerras han creado más de 7,8 millones de refugiados. El costo final para los Estados Unidos, incluidos los pagos de intereses y la atención a los veteranos de guerra, ascenderá a un máximo de $ 4 billones. Para poner esto en su contexto económico, esta cifra es aproximadamente equivalente al déficit presupuestario acumulado de los EEUU en seis años, desde 2005 a 2010.
Esto representa una pérdida colosal de los recursos de Estados Unidos. Y ¿qué tienen que mostrar por todo este sacrificio, aparte de los golpes a Al-Qaeda – algo que podría haber sido mejor logrado por métodos policiales y unidades de lucha contra el terrorismo?
Pero ha habido consecuencias más amplias y potencialmente más peligrosas. Una reciente encuesta realizada por el Instituto Árabe Estadounidense informó que la reputación de EEUU en el mundo árabe es ahora menor que al final de la presidencia de Bush. El odio a Estados Unidos se ha vuelto profundo y amargo.
Estas constantes guerras y levantamientos han desestabilizado las mentes de los jóvenes musulmanes en Occidente. Los vapores del yihadismo se han extendido como una nube venenosa en los países occidentales, como cuando musulmanes británicos detonaron bombas en el metro de Londres en 2005. Una tendencia similar se observó en los EEUU En 2009 un musulmán estadounidense fue abatido a tiros por sus compañeros soldados en Fort Hood en Texas y el año pasado un inmigrante recién llegado de Pakistán trató de hacer explotar un coche bomba en Times Square, Nueva York.
Se puede dudar sobre si estos u otros complots fueron organizados directamente por Al-Qaeda. Lo más probable es que se inspiraron en el vago sentimiento de la necesidad de atacar, copiando los métodos de los yihadistas. Pero la pregunta que debe plantearse es: qué alimenta los sentimientos de frustración y de rabia, cuál es la fuerza motriz principal de tales acciones desesperadas. Es mucho más conveniente evitar esta incómoda pregunta con referencias generales a Al-Qaeda – como si ésta realmente representara una fuerza omnipotente y omnipresente, en lugar de un movimiento pequeño y asediado.
El desempleo, la pobreza, el racismo y la intolerancia cada vez mayor en las sociedades receptoras se han combinado para crear una capa de alienados entre los jóvenes que no se limita a la población musulmana. Por desgracia para la burguesía es imposible declarar la guerra al desempleo o resolver el problema de la pobreza mediante el envío de un avión no tripulado para que lance bombas. Y en la ausencia de un partido marxista fuerte, sectores de jóvenes descontentos empiezan a simpatizar con los yihadistas.
Esto es un callejón sin salida que sólo proporciona munición a la derecha y a los racistas, mientras que no presenta ninguna amenaza real para el Estado. Mientras que se insiste constantemente en la amenaza del fundamentalismo islámico, los medios de comunicación pasan por alto la amenaza del terrorismo de extrema derecha y de los fascistas, como quedó revelado por el asesinato de Anders Behring Breivik de 77 jóvenes socialistas en Noruega en julio. El veneno racista está siendo esparcido por los políticos burgueses «respetables». Newt Gingrich, un posible candidato republicano a la presidencia de EEUU, se unió a una campaña con claros tintes racistas para detener la construcción de un centro islámico y una mezquita en el bajo Manhattan.
Las tácticas de Al Qaeda, que parecen ser «anti-imperialistas», de hecho sirven a los intereses del imperialismo. Ambos se alimentan mutuamente, y se necesitan el uno al otro, como hermanos siameses unidos por un cordón umbilical fatal.
Divisiones en Occidente
La «guerra contra el terror» ha producido también graves tensiones en la alianza occidental. Después del colapso de la Unión Soviética, EEUU se convirtió en la única super-potencia. Junto con el poder supremo llegó la arrogancia suprema. Ahora los europeos están cansados de ser arrastrados a las guerras de Estados Unidos. Por otro lado, Estados Unidos está exasperado por la negativa de Europa a tirar de su propio peso. A cada paso, la ansiedad y las tensiones afloran a la superficie.
Bajo la invocación de la defensa colectiva, la OTAN se unió a la guerra en Afganistán, a pesar de que este país está muy lejos del Atlántico Norte. Gran Bretaña, que hacía tiempo que había perdido su papel de liderazgo en el mundo, ha quedado reducida al papel humillante de un satélite de Washington. Tony Blair, ansioso de complacer al Gran Hermano del otro lado del Atlántico estaba dispuesto a postrarse a cuatro patas, como un perrito faldero adulador, al Hombre de la Casa Blanca, mientras que todo el tiempo mantenía la pretensión ridícula de sostener una «relación especial» con Washington.
Lo único especial en todo esto era el carácter especialmente repugnante del servilismo de Blair. Ni qué decir tiene que los estadounidenses pronto se cansaron de esta farsa ridícula, que sólo duró el tiempo que se necesitaba para crear la ilusión de una «Coalición de los Dispuestos». El problema es que no había muchos dispuestos. Sólo unos pocos que aspiraban a la posición de «amigos especiales» de Washington, como Polonia y Ucrania, se apresuraron a prestarse como voluntarios para el servicio en Irak y Afganistán.
Pero los países realmente importantes de Europa, sobre todo Alemania y Francia, se mantuvieron a una distancia segura. Y para la mayoría de la opinión pública de Europa, incluyendo Gran Bretaña, la guerra en Irak fue muy impopular. Y después de una década de ver llegar bolsas de cadáveres el apetito de los estadounidenses por las guerras en el extranjero se ha reducido drásticamente. La crisis económica que comenzó en 2008 y continúa todavía significa que diez años después del 11 de Septiembre la atención de la gente se centra en otros lugares.
Las divisiones en la alianza occidental han coincidido con las crecientes dificultades económicas en ambos lados del Atlántico. Hay menos dinero para aventuras en el extranjero, y por lo tanto, la tensión aumentó en cuanto a quién debe pagar por ellas. Esto fue expuesto por el caso de Libia. Norteamérica, después de haberse quemado los dedos en Irak y Afganistán, no estaba dispuesta a involucrarse en una guerra en Libia. Los alemanes decidieron mantenerse al margen de ella por completo. Los gobiernos francés y británico se encontraban en la primera fila aullando a favor de una acción militar.
Le fue útil a los norteamericanos presentar la campaña libia como una operación de la OTAN.
Sin embargo esto solo ha servido para dejar al descubierto las debilidades de la OTAN. Sus miembros europeos suman unos 2 millones de hombres de soldados, y sin embargo solo lograron enviar entre 25000 y 40000 a Afganistán. Y, tras solo 11 semanas de campaña Libia, andaban cortos de municiones y necesitaron ayuda americana. Incluso una campaña tan limitada puso al descubierto la debilidad de los ejércitos francés y británico.
Tras el 11-S la “doctrina Bush” pretendió mostrar al mundo la fuerza del imperialismo, que supuestamente arrasaría con todo a su paso. Diez años más tarde lo que ha sido puesto de manifiesto son los límites del poder del imperialismo. Está forzado a intervenir en todas partes, pero esta presión constante está debilitando sus cimientos. La actitud ha cambiado.
El 11 de Septiembre de 2001 escribí lo siguiente:
“De un día para otro, la mayor superpotencia que el mundo ha conocido se vuelve un coloso con pies de barro. El más poderoso aparato militar que el mundo haya conocido ha mostrado su impotencia frente al terrorismo. Antes de la Segunda Guerra Mundial, Trotsky predijo que América surgiría como vencedor y establecería su hegemonía mundial, pero añadió que tendría dinamita en sus cimientos. Esas proféticas palabras se han vuelto ahora literalmente ciertas. Hace diez años, tras la caída de la Unión Soviética, el padre del presidente Bush prometió un Nuevo Orden Mundial. Ahora la realidad ha golpeado en casa de verdad.
El expolio del planeta por el Gran Capital ha generado un mundo lleno de miseria, guerra y caos que ha impactado ahora en el corazón del imperialismo mundial. Esa es la verdadera causa de la actual atrocidad. El terrorismo del hambre, enfermedad, miseria, explotación y opresión que atormenta a millones de hombres mujeres y niños cada uno de los días de sus vidas en todo el mundo es la causa y raíz de los desórdenes y la inestabilidad que se está extendiendo por el planeta en el inicio del siglo XXI.”
Los acontecimientos posteriores han confirmado este pronóstico. Una guerra sigue a otra. Un golpe tras otro ha sacudido los cimientos de la sociedad y en el proceso ha sacudido también la conciencia de millones de personas. Para la mayoría de los norteamericanos los acontecimientos del 11-S pueden ya parecer como una vieja historia. Seguramente las impactantes imágenes del derrumbe de las Torres Gemelas todavía despierten fuertes sentimientos. Sin embargo ya no hay hambre de chovinismo fanático. Con el paso del tiempo los humos tóxicos del chovinismo se disipan, dejando a la gente con un mal dolor de cabeza y sin ganas de repetir la experiencia.
Incluso algunos republicanos se han visto obligados a reconocer la nueva actitud. En Iowa, el mes pasado, Ron Paul, un candidato presidencial Republicano fue fuertemente aclamado cuando hizo un llamamiento a las tropas a volver a casa. Las elecciones de 2012 se centrarán no en la “guerra global contra el terrorismo” sino en el desempleo y en la caída de los niveles de vida. El pueblo de América quiere oír menos sobre aventuras extranjeras y más sobre los problemas que les afectan en la propia América.
En vez de hablar de construir naciones en el exterior, la mayoría de los norteamericanos quiere oír más acerca de construir una nación en casa. Esta nueva actitud puede fácilmente revertir el viejo aislacionismo. El problema es que esta opción no está disponible por más tiempo. Los EEUU están ahora inextricablemente comprometidos en asuntos de ámbito mundial y no pueden evitar estarlo. Todo el mundo es ahora una unidad indisoluble. No hay escapatoria al hecho de la globalización. Sin embargo la globalización se manifiesta ahora como crisis global del capitalismo.
EEUU ha aceptado el papel de policía mundial que en el pasado asumió Gran Bretaña. Sin embargo mientras que Gran Bretaña obtuvo enormes beneficios de su rol imperial, para los EEUU ha supuesto un enorme gasto. La diferencia es que el poder británico llegó a su cumbre en un periodo de auge capitalista, mientras que el papel de EEUU en el mundo coincide con un periodo de decadencia capitalista.
La crisis del capitalismo afecta a todos los países, grandes y pequeños. Sin embargo, afecta a Norteamérica más que a ningún otro. La crisis del capitalismo norteamericano se expresa gráficamente en su colosal déficit, que la clase dominante está tratando de resolver colocando la carga sobre los hombros de la clase trabajadora y la clase media. Más pronto o más tarde habrá consecuencias revolucionarias, como hemos visto en Wisconsin. El siglo XXI nació a la sombra de una guerra. Sin embargo la guerra decisiva del siglo XXI será la lucha de clases.
Londres, 9 de Septiembre de 2011