Algunas valoraciones sobre arte y las condiciones de la clase obrera

Venimos de siglos de lucha contra la dominación económica, política, religiosa y cultural. Hemos sufrido la imposición de un sistema capitalista, deshumanizado y alienante. Las tierras de nuestros abuelos indios fueron usurpadas en nombre de reyes extranjeros. Cuando observamos con atención el ritmo de trabajo, los horarios, la organización de los sectores productivos, nos damos cuenta que han sido diseñados para satisfacer las demandas del sistema de acumulación de riqueza en pocas manos. Y manos extranjeras. Jamás se ha pensado en las necesidades humanas, en la recreación o el disfrute de la expresión artística y cultural de los trabajadores.


Venimos de siglos de lucha contra la dominación económica, política, religiosa y cultural. Hemos sufrido la imposición de un sistema capitalista, deshumanizado y alienante. Las tierras de nuestros abuelos indios fueron usurpadas en nombre de reyes extranjeros. Cuando observamos con atención el ritmo de trabajo, los horarios, la organización de los sectores productivos, nos damos cuenta que han sido diseñados para satisfacer las demandas del sistema de acumulación de riqueza en pocas manos. Y manos extranjeras. Jamás se ha pensado en las necesidades humanas, en la recreación o el disfrute de la expresión artística y cultural de los trabajadores.

A la clase dominante le conviene eliminar cualquier relación de solidaridad que surja de la expresión cultural, de la construcción de una identidad colectiva, porque eso significa la construcción de una conciencia colectiva. Si la clase trabajadora no conoce sus raíces, si olvida su pasado de luchas y reivindicaciones inconclusas, si olvida los miles y miles de muertos que quedaron en su camino, puede ser doblegada y sometida. Por eso se difunde la cultura chatarra, hedonista e individualista, donde todo es desechable, hasta el ser humano. Podemos encontrar estos indicios en la música, el cine, las comunicaciones, la literatura. Por ello proclaman con descaro la defensa de la libertad de expresión. Por eso buscan desvalorizar el arte y las expresiones populares, por ejemplo, haciendo burla de cómo habla el campesino, de cómo se viste el trabajador, de cómo vive la mujer del mercado; y al mismo tiempo presentan una imagen del burgués como alguien exitoso, poderoso y vencedor, cuyas necesidades individuales se anteponen a la miseria colectiva, a la destrucción de la naturaleza, y a los intereses de las mayorías condenadas a vivir en condiciones inhumanas.

Después de ser despojado de su fuerza de trabajo, considerado únicamente como parte de los medios de producción, el sistema busca despojarlo también de su capacidad creadora e imaginativa. El arte en el capitalismo destinado para las élites nunca establecerá relaciones de comunicación con los trabajadores. Sus contenidos y manifestaciones evasivas sirven para el disfrute de unos cuantos. La representación romántica que el arte nacional hace de la clase dominada es fruto de la folclorización de la explotación. Ahí tenemos el himno nacional, el carbonero, las cortadoras, y demás composiciones que en ningún momento denuncian las degradantes situaciones del trabajador del campo y los centros poblacionales. En ningún momento pone en evidencia la explotación de los obreros, las jornaleras, colonos, cortadoras de caña, recolectoras de café, los pescadores, las empleadas domésticas, los albañiles, las cocineras, los zapateros, las costureras, los barrenderos, las prostitutas, los vendedores ambulantes, las panificadoras, los bulteros, las tortilleras, los recicladores, las tamaleras, los conductores del transporte público y las migrantes salvadoreñas. Las abismales desigualdades provienen desde la enseñanza temprana. La educación de los hijos de la clase trabajadora no corresponde a la generación de una conciencia de clase. El sistema educativo produce mano de obra barata, a medida de las zonas francas, de los tratados de libre comercio, según el antojo de las multinacionales.

A pesar de siglos de explotación, nuestra vocación por el arte nunca se perdió, quedó en los relatos antiguos que todavía escuchamos decir a nuestros abuelos. Persistió en las iglesias coloniales construidas por brazos indígenas, en las figuras de santos talladas por manos campesinas, en el Palacio Nacional levantado por el sacrificio de los jornaleros de los cafetales a principios de siglo XX, en la lengua irreverente de los mercados, en los cantores populares, en los obreros que trabajan en muchos oficios para vivir, y aun así, buscan tomar la palabra para que no se pierda el recuerdo de nuestros muertos y desaparecidos.

El arte para una parte de los obreros, constituye una posibilidad de liberación cultural, de rebelión contra las mentiras de la historia dominante, de apropiación de sus orígenes marcados por la violencia y la permanente lucha, y una fuerza creadora para transformar la realidad, a la que solo accederá a través de suprimir los mecanismos de dominación, y conquistar los medios materiales que le permitan su realización humana.



 

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