Argentina: A 45 años del golpe: ¡Ni dictadura, ni democracia del capital! ¡Socialismo!

La vieja democracia, es decir, la democracia burguesa y el parlamentarismo fueron organizados de tal modo, que precisamente las masas trabajadoras se vieran más apartadas que nadie del aparato de gobernación. (V. I. Lenin. 4 de marzo de 1919)


Se cumplen 45 años del último golpe cívico-militar-clerical impulsado por la oligarquía y la burguesía argentina por orden del imperialismo norteamericano que buscaba cerrar a sangre y fuego el proceso revolucionario abierto en nuestro país a fines de los años sesenta que se expresó en el Cordobazo, el Rosariazo, el Vivorazo entre otras grandes luchas que trabajadores y estudiantes desarrollaron en las principales ciudades del interior del país. No es casual que el 60,4% de los desaparecidos fuera de la clase trabajadora.

El aniquilamiento de trabajadoras y trabajadores tenía un objetivo bien definido: acelerar el proceso de dominación económica a través de la deuda externa e implantar las políticas neoliberales que el capitalismo imponía en el mundo. Así la clase obrera sufría una caída salarial de cerca del 40% respecto a los salarios vigentes en 1974 y el cierre de más de 20.000 fábricas en los años posteriores al golpe. En toda su historia, el Estado argentino demuestra que el capitalismo no conoce límites cuando están en juego los intereses de la clase dominante.

Las políticas represivas, laborales y económicas impulsadas por empresarios, banqueros y terratenientes significaron una catástrofe para la clase trabajadora, que sometida a un nivel inédito de represión fue poco a poco organizando la resistencia con hitos como la huelga del 27 de abril de 1979 que significó la primer huelga general contra la dictadura, la huelga del 22 de julio de 1981 o el paro del 30 de marzo de 1982.

El esquema de “valorización financiera” que venía desde las usinas neoliberales implicaba la destrucción del aparato industrial y la actividad productiva a manos de la mera especulación financiera.

Esquemas estructurales que hasta el día de hoy perduran, ya que los rasgos estructurales del sistema permanecen a pesar de algunas modificaciones regulatorias que intentaron moderar su impacto luego de la crisis de 2001.

Esta “reorganización nacional”, que representaba un nuevo patrón de acumulación para la clase dominante, fue impuesto a través del terrorismo de estado y la dictadura, pero una vez caído el gobierno de facto en diciembre del ‘83 este proceso de acumulación continuó ampliándose, pero en el marco de la democracia formal, tanto en el gobierno de Alfonsín (1983-1989) como en los dos gobiernos menemistas (1989-1995 y 1995-1999) y el aliancista (1999-2001). Ahora el predominio de la valorización financiera se daba de la mano de los partidos políticos y la democracia parlamentaria.

Así vemos como la elite capitalista que controla al país ha ido alternando entre democracia y dictadura, según la correlación de fuerzas se lo permitía para ir imponiendo sus necesidades políticas y económicas. Así, la responsabilidad siempre cae sobre el dictador o el gobierno de turno, quedando siempre la actuación de la clase dominante velada al conjunto de las masas. De esta manera, el carácter de dominación de clase es más difícil de percibir. Desde la Corriente Socialista Militante señalamos que la disyuntiva no es democracia o dictadura, sino capitalismo o socialismo.

En esencia, la «democracia burguesa» es un régimen político en el cual se permite escoger a los nuevos gestores del capitalismo en los próximos años, mientras las decisiones fundamentales las toman un puñado de monopolios, banqueros y oligarcas terratenientes. Realmente, la democracia burguesa es una hoja de parra que oculta el dominio y la dictadura de los grandes capitalistas sobre la sociedad.

Dicho de otra forma, la democracia burguesa es solamente otra manera de expresar la dictadura del gran capital.

Mientras que el destino y el futuro de millones de personas dependa de la voluntad de un puñado de capitalistas, la democracia siempre será un espejismo. Esta es una democracia para ricos, a costa del trabajo, de la explotación y del sufrimiento cotidiano de millones de personas. Esto no quiere decir que los marxistas seamos indiferentes a la cuestión de la democracia, ya es una verdad de perogrullo que es preferible, a pesar de su hipocresía, sus limitaciones, un régimen de democracia formal a una dictadura, pero sin esta comprensión científica del funcionamiento de la democracia parlamentaria es imposible comprender las tareas de las revolucionarias y los revolucionarios.

Incluso, cada avance sobre los derechos democráticos como la libertad de expresión, de manifestación, de organización o el sufragio universal no fue otorgado apaciblemente por la clase dominante, sino que fueron arrancados por la clase trabajadora a la burguesía, a la oligarquía y al aparato represivo del Estado.

Acabar con la miseria, la violencia, el desempleo, la explotación y alcanzar una democracia auténtica, verdadera, que implique la plena libertad para los trabajadores y el resto de las capas oprimidas de la sociedad solo puede darse acabando con el dominio asfixiante de los que controlan la sociedad para poner en pie una democracia obrera.

Esto es mil veces más verdad en el actual contexto de pandemia, en donde la vida de la clase trabajadora ha quedado en manos de un puñado de laboratorios que han hecho de la vacuna una mercancía más, a la vez que en todos los países se nos impone una nueva “normalidad” que implica ir a trabajar con protocolos escasos o inexistentes poniendo en peligro nuestra vida y la de nuestras familias. ¿Qué clase de democracia es esta? ¿Qué democracia existe para el 47% de la población que se encuentra en situación de pobreza? ¿Cuál es la democracia para el 63% de los niños argentinos bajo la línea de pobreza? ¿Qué democracia puede haber cuando la brecha entre ricos y pobres es de 25 veces en Argentina?

La totalidad de los partidos patronales intentan culpar a la pandemia por la actual situación, pero lo cierto es que la verdadera pandemia es el propio capitalismo ya que, desde el inicio de la última crisis capitalista mundial en 2008, el país vivió 5 recesiones y a partir del 2011, el nivel de actividad ha permanecido con una tendencia de estancamiento y descenso, empeorando todos los indicadores sociales.

Estos graves problemas no pueden ser resueltos sobre la base del sistema actual y sus instituciones. No hay solución dentro de los marcos de la democracia parlamentaria burguesa diseñada para sostener inalterables las relaciones de producción capitalista, junto con su justicia y sus partidos dependientes del poder económico que junto a sus fuerzas represivas terminan siendo los garantes la propiedad privada de los medios de producción.

La clase trabajadora necesita construir otra legalidad para salir de este laberinto donde las opciones son economía de indigencia o economía de pobreza. Las trabajadoras y trabajadores junto a los demás sectores explotados tenemos la capacidad y el poder de parar la economía y organizarla sobre una planificación que destierre la anarquía del mercado capitalista. Solo al cambiar la base económica es posible transformar la inmensa superestructura que se levanta sobre ella y construir una auténtica democracia.

El Socialismo es la única salida a la violencia del desempleo, la pobreza, los precios por las nubes y los sueldos que no alcanzan en esta democracia amañada. Debemos retomar, y convertir en acción, aquellos debates que no se planteaban ningún pacto social sino la superación del propio capitalismo.

Esta es la tarea del momento en este nuevo 24 de marzo y el mejor homenaje que podemos llevar adelante para levantar bien alto las banderas que nos legaron nuestras y nuestros compañeros desaparecidos.

¡A 45 años del golpe, la lucha continua!

¡Cárcel y castigo a todos los responsables políticos y materiales del genocidio!

¡Fuera el FMI de la Argentina!

¡Pan, salud y trabajo!

¡Construyamos el partido revolucionario!

¡30.000 compañeras y compañeros desaparecidos PRESENTES!

¡Por un gobierno de trabajadoras y trabajadores!

¡La salida es socialista!

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