Con la coronación de Hillary Clinton en la Convención Nacional Demócrata (DNC) en Filadelfia en julio pasado, el ciclo electoral de 2016 parece haber dado un giro completo. Ella comenzó como la candidata favorita hace doce meses, y ahora es la candidata oficial del Partido. Sin embargo, por lo que hemos pasado a través de los últimos meses no ha sido un círculo, sino un contradictorio desarrollo en espiral. El río de la lucha política estadounidense se ha desbordado, y mientras que la capitulación de Sanders inevitablemente conducirá a un reflujo temporal de la marea, su curso ha cambiado para siempre.
Con la coronación de Hillary Clinton en la Convención Nacional Demócrata (DNC) en Filadelfia en julio pasado, el ciclo electoral de 2016 parece haber dado un giro completo. Ella comenzó como la candidata favorita hace doce meses, y ahora es la candidata oficial del Partido. Sin embargo, por lo que hemos pasado a través de los últimos meses no ha sido un círculo, sino un contradictorio desarrollo en espiral. El río de la lucha política estadounidense se ha desbordado, y mientras que la capitulación de Sanders inevitablemente conducirá a un reflujo temporal de la marea, su curso ha cambiado para siempre.
Muchos partidarios de Sanders están comprensiblemente decepcionados y enojados. Una oportunidad realmente histórica se ha perdido. Pero hay muchas lecciones positivas que se pueden extraer de esta experiencia, y hay muchas razones para ser optimistas en lo que respecta al futuro de la revolución socialista en los Estados Unidos. Primero y ante todo, hay que mantener en mente la visión a largo plazo de la historia. Es un hecho innegable que el interés por el socialismo llegó a las masas. La importancia de este desarrollo, especialmente en un país que ha sido sometido a décadas de histeria anticomunista, no se debe subestimar.
No hay que olvidar que hace apenas dos períodos presidenciales, las promesas abstractas de «esperanza» y «cambio en el que podemos creer» de Barack Obama fueron suficientes para impulsarlo a la Casa Blanca. Pero a medida que la crisis capitalista se profundizaba y se prolongaba, los problemas que afectaban a los trabajadores estadounidenses sólo empeoraron. El resultado final fue el movimiento de ocupación de plazas Occupy Wall Street, que introdujo la idea del «99% frente al 1%» – una formulación mucho más nítida que «nosotros contra ellos». Black Lives Matter –un movimiento surgido contra la represión policial hacia la población negra– puso en primer lugar y de manera central al racismo y la brutalidad policial, una vez más, una perspectiva de cómo se estructura la sociedad «nosotros contra ellos». Luego vino Bernie Sanders, que reunió a millones con su llamamiento electrizante por una «revolución política contra la clase multimillonaria», una clara referencia a las clases y a la revolución. En pocas palabras, la velocidad con la que millones de estadounidenses cambiaron su perspectiva hacia la izquierda es casi impresionante. Sin embargo, no todos los trabajadores estadounidenses se han desplazado a la izquierda. Frente a la crisis e inestabilidad, millones de personas han sido atraídas por el populismo de derecha de Donald Trump. ¿Cómo podemos explicar esto?
Polarización en un vacío político
La crisis económica de 2008 marcó un punto de inflexión en la historia del capitalismo mundial. La confianza en el sistema fue severamente conmocionada. Millones de empleos se perdieron, millones de hogares fueron desalojados y Wall Street se enriqueció más que nunca. Llevó siete años para que el número de trabajadores empleados alcanzara los niveles anteriores a la crisis, y esto no incluye a los millones de personas que han entrado en la fuerza de trabajo desde entonces. El PIB ha promediado sólo el 2,4 % durante los últimos 10 años, que normalmente se consideraría una «recesión del crecimiento». El poco crecimiento que se ha producido ha pasado casi exclusivamente a los ricos. El 1% más rico del mundo –una gran proporción reside en los Estados Unidos– tiene más riqueza que el otro 99% de la población. Esto es un hecho, no una exageración. Lejos de ofrecer un camino a seguir, los líderes sindicales se han convertido en un obstáculo objetivo para el desarrollo de la lucha de clases, moviéndose, como era de esperar, para evitar el desencadenamiento del colosal poder de la clase obrera estadounidense.
En el transcurso del siglo pasado, la clase dominante de Estados Unidos, con la ayuda de la burocracia sindical, impidió eficazmente la formación de un partido obrero de masas. De hecho, los EE.UU. es el único país industrializado avanzado donde los trabajadores nunca han tenido una expresión política de masas propia. Después de años de crisis, los trabajadores estadounidenses recurrieron al proceso electoral presidencial de 2016 como un medio para expresar sus frustraciones. En un país donde dos partidos capitalistas han dominado la vida política desde hace un siglo y medio, es natural que los trabajadores se inclinen primero hacia estas instituciones para buscar una salida. Sin embargo, estos partidos no pueden ofrecer una solución. Tanto los Republicanos como los Demócratas representan a los capitalistas, una clase podrida y en descomposición que ya no tiene un papel histórico progresivo que desempeñar en la sociedad. La profunda inestabilidad del sistema ha dado lugar a profundas divisiones dentro de la clase dominante, que ya no es capaz de gobernar a la antigua usanza, pero no tienen idea de qué otra cosa hacer. Todas las medidas que adoptan para restablecer el equilibrio económico sólo agravan el desequilibrio político y social, y viceversa.
Ese vacío lo ocuparon dos audaces candidatos con combativos mensajes anti-sistema. Tanto Trump como Sanders representan «accidentes históricos» que de diferentes maneras han canalizado el ardiente deseo de la clase obrera por luchar contra los patrones y sus políticos. Ellos conectaron con tanto éxito con las reprimidas reservas de profundo descontento, que incluso los marxistas no podrían haber predicho cuán lejos llegarían sus campañas.
A medida que el sueño americano se desvanece en la memoria, y sin una dirección combativa de los dirigentes obreros, muchos trabajadores han caído presos de un demagogo anti-sistema – envuelto en el racismo, la misoginia y la xenofobia – como Donald Trump. Sin embargo, antes de despreciar a amplios sectores de la clase obrera norteamericana como gente desesperanzada, racista y sexista, es importante entender que la esencia del conservadurismo entre los trabajadores estadounidenses es el desesperado deseo de aferrarse a la poca estabilidad que aún se mantiene en un mundo que parece haberse vuelto loco. Enfrentados a colosales fuerzas confusas, fuera de su control, hay un deseo visceral de encontrar algo firme e inmutable al que aferrarse. Esto puede tomar muchas formas, incluyendo una identificación regional, religiosa, sexual, racial y sindical, y la mayoría de las veces no se superponen.
Al tiempo que no existen excusas ni debemos hacer concesiones al racismo y al sexismo de muchos trabajadores, que debe ser enérgicamente combatido, la verdadera clave para entender la popularidad de Trump se encuentra en su mensaje anti-sistema. Dando una alternativa de clase combativa e independiente, muchos partidarios de Trump en realidad podrían ser ganados para el socialismo. Sobre la base de las mejoras concretas y tangibles en la calidad de vida que sólo el socialismo puede ofrecer, su pragmatismo en el tiempo les llevará a ver las ideas y medidas socialistas como de «sentido común».
La polarización social y política
Bajo los golpes de la crisis capitalista, el llamado «centro político” estadounidense se ha desintegrado y el espectro político históricamente estrecho ha sido despedazado. Quien actuó como la izquierda en la política estadounidense, Bernie Sanders, comenzó con una campaña prácticamente desapercibida y luego tuvo una explosión de masas. Objetivamente hablando, Sanders es como mucho un reformista moderado. Sus propuestas no pretenden incidir de ninguna manera en la propiedad privada capitalista. Pero en el contexto de los Estados Unidos, su feroz retórica anti-Wall Street tocó las fibras más sensibles. El hecho de que millones de estadounidenses, y no sólo jóvenes, ahora dicen que votarían a un socialista e incluso a un comunista marca una verdadera revolución en la situación.
A pesar de que nunca antes había sido miembro del Partido Demócrata, Sanders decidió no lanzarse a una carrera independiente y en su lugar unió su campaña a la máquina de la DNC. Explicamos en ese momento que creíamos que esto era un error crucial, ya que fomentaría ilusiones irrealizables en el pro-capitalista Partido Demócrata como vehículo para un cambio social fundamental. A pesar que una carrera independiente habría recibido menos atención de los medios, podría haber sentado las bases para algo viable fuera de los dos grandes partidos.
Cuando Bernie anunció por primera vez su candidatura, se le dio la misma oportunidad que a un cubo de hielo en el infierno en su intento de acercarse a la nominación. Pero estaba en el lugar correcto en el momento correcto, y su campaña despegó como un cohete, dando a Clinton y al establishment de la DNC un infierno de pánico. Ganó las primarias y asambleas electorales en 23 estados, con un total de 13 millones de votos, y recibió 1.900 delegados para la Convención Nacional Democrática. Cientos de miles de personas asistieron a sus mítines. Clinton y el Partido Demócrata han sido gravemente heridos y la política estadounidense se ha transformado para siempre. Sin embargo, su intento de reformar al Partido Demócrata desde dentro cayó de bruces cuando cedió a la presión y respaldó a Clinton, la candidata Demócrata más ampliamente despreciada en la historia reciente. Esto confirma una vez más que el Partido Demócrata es el «cementerio de los movimientos progresistas». La capitulación de Bernie les ha dado un breve respiro, pero el daño al partido se ha hecho, y las costuras se deshilacharán tanto más rápido cuanto los acontecimientos continúen en los años venideros tensando el capitalismo de Estados Unidos y sus pilares políticos.
Bernie y la Convención Nacional Demócrata (DNC)
Con candidatos como George W. Bush, John McCain y Sarah Palin, la Convención Nacional Republicana ha sido durante mucho tiempo el blanco de protestas masivas. Sin embargo, han pasado muchas décadas desde que muchos manifestantes fueran a la Convención Nacional Democrática para protestar contra ella desde la izquierda. Miles de delegados y partidarios de Bernie llegaron a Filadelfia para presionarlo para que se retractara de su apoyo a Clinton, y para que se enfrentara a ella y a Trump, como un tercer partido independiente. Después de destrozar a Hillary en la campaña electoral y exponerla como la candidata preferida de las grandes empresas, ¿cómo podría seguir adelante con su promesa de respaldarla?
Añadiendo más leña al fuego anti-sistema, en la víspera de la convención, Wikileaks publicó 20.000 correos electrónicos internos de la DNC que mostraba claramente que, lejos de facilitar imparcialidad en las primarias y en las asambleas del partido, la maquinaria del Partido Demócrata estuvo totalmente detrás de Clinton desde el primer momento, e hizo todo lo posible para bloquear que Sanders ganara. A pesar de todo esto, al parecer, todavía Sanders cree que si él vendiera su alma política, de alguna manera podría ganar influencia en un partido controlado por Wall Street y un ejército de cínicos burócratas. Colgó sus esperanzas en la nueva plataforma del Partido Demócrata, a la que se refirió en varias ocasiones como la «más progresista» en la historia del partido. Sin embargo, al igual que las promesas de campaña electoral, el programa de un partido burgués no tiene peso, ya que no es vinculante para los funcionarios elegidos y es dejado de lado sin contemplaciones una vez que terminan las elecciones y comienza «el mundo real» del bipartidismo político. Al final, Sanders se redujo a jugar el papel del «Flautista de Hamelin» que conduce a sus seguidores a las fauces de los demócratas.
Pero sus seguidores no estaban dispuestos a ceder tan fácilmente. Antes de la apertura de la convención cuidadosamente orquestada, grandes multitudes marcharon a través de Filadelfia al canto: «¡Bernie gana a Trump!» «Ni lo sueñes, DNC, no vamos a votar por Hillary», e incluso «¡Ni hablar, DNC, partido de la burguesía!» Sanders pasó las horas previas a la formalización de su capitulación tratando de minimizar el contragolpe, mandando mensajes de texto a sus partidarios e instándolos a no «participar en ningún tipo de protesta”. Cuando finalmente se enfrentó a sus delegados previamente al proceso de nominación oficial, con entusiasmo aplaudieron la noticia de que Debbie Wasserman Schultz, la odiada arquitecta del partido en las maquinaciones anti-Sanders, dimitía como presidenta del DNC. Pero cuando les instó a votar por Clinton, afirmando con tristeza que este es el «mundo real», fue recibido con un coro prolongado de abucheos. Sin embargo, todavía mantenían la esperanza de que iba a cambiar en el último momento y rompieron al cántico de «¡Queremos a Bernie!»
Fuera del centro de convenciones, en torno a un teléfono móvil se transmitió la voz de Bernie a sus delegados, la confusión se transformó en incredulidad y luego en furia: «¡es un jodido traidor! Mientras la noticia se demoró en filtrarse entre la multitud, muchos comenzaron a poner sus carteles de «Bernie» cara abajo.
A lo largo de la convención, los cómplices de Clinton fueron recibidos con abucheos, y sus llamamientos a la unidad del partido fueron recibidos al grito de «¡mierda!» «¡Queremos a Bernie!» «¡No estamos en venta!» y «¡Hillary jamás!» Cuando Sanders dijo a toda la convención «Nuestro trabajo es hacer dos cosas: derrotar a Donald Trump y elegir a Hillary Clinton. … Es fácil abuchear, pero es más difícil mirar a tus hijos en la cara si estamos viviendo bajo una presidencia de Trump. … Estoy orgulloso de estar con Hillary,» recibió un coro de abucheos masivo y muchos tenían lágrimas en los ojos mientras observaban a su héroe político revolcarse en la inmundicia y el cinismo de la farsa del DNC.
Cuando llegó el momento de finalizar la nominación, Sanders hizo una moción para suspender las reglas de procedimiento, pidiendo a la convención nombrar a Clinton por aclamación general. Aturdidos por esta traición, al final cientos de delegados de Sanders, muchos de ellos llorando, se dirigieron a la salida del edificio. Como explicaba el delegado Miguel Ángel Zúñiga de Los Ángeles, «Han sido comprados. … El mundo nos está mirando y lo que están sacando de esto es que cualquier con poder o dinero podría ser nuestro presidente.» El Delegado Luis Eric Aguilar de Illinois, tenía un cartel que decía «Los delegados de Hillary actuaron como partidarios de Trump» expresó su disgusto: «todo lo que hemos aprendido sobre la campaña de Bernie es que toda la lucha era contra la de Hillary. Son los que tienen dinero, respaldados por las empresas y los bancos. Nosotros estamos respaldados por millones en todo el país.»
Después de arrastrar a sus seguidores gritando y pataleando en el odioso y corrupto pantano del Partido Demócrata, Sanders anunció que, después de todo, renunciaba a los Demócratas y volvía al Senado como independiente. Para muchos, esto sólo añade sal a la herida. Otros mantienen la esperanza de que aún pueda servir como un punto de referencia en el futuro. Sólo el tiempo dirá cómo va a sacudir todo esto. Lo que está claro es que Sanders estaba en una posición única. Pudo haber movido el dedo meñique y cambiar el curso de la historia de Estados Unidos para siempre. Podría haber sacado a millones de jóvenes y trabajadores radicalizados del Partido Demócrata y formado un nuevo partido con una base de masas que fácilmente podría hacer hecho sudar a los Demócratas y a los Republicanos. El 65% de los votantes de la llamada generación del Milenio –los nacidos entre mediados de los 80 y los años 90– querían que rechazara a Clinton y fuera como independiente. El 50% de todos los votantes estadounidenses se consideran independientes, una pluralidad, que podría haber ganado en realidad la presidencia en este ciclo electoral. Muchas encuestas muestran que Sanders tenía la mejor oportunidad de vencer a Trump. Incluso Donald Trump comprendió el significado de la capitulación de Bernie. En un mitin en Carolina del Norte dijo que Sanders estaba «perdiendo su legado. …Él es sólo un tipo que se ha rendido». Cínicamente, buscando aprovechar los sentimientos anti-establishment de los partidarios de Sanders, tuiteó: «Mientras que Bernie ha abandonado totalmente su lucha por el pueblo, damos la bienvenida a todos los votantes que desean un futuro mejor para nuestros trabajadores».
Bernie despertó a un gigante –millones de trabajadores y jóvenes que estaban dispuestos a iniciar una nueva era en la política estadounidense. Una explicación de su caída es su falta de confianza en sus partidarios y en la disposición a luchar hasta el final por una «revolución política contra la clase multimillonaria”. Sin un análisis de clase, la comprensión que una vez organizada y movilizada, la clase obrera es la fuerza social más poderosa en el planeta, él cedió a las presiones políticas dadas por arriba. Sin embargo, otra posible explicación es que él mismo estaba aterrado por las fuerzas que había desatado, y bajo la presión implacable de la clase dominante, usó su influencia para mitigar el fuego antes de que se saliera de control. Tirar por la borda al más viejo partido de la política estadounidense, una institución clave de la dominación capitalista en los EE.UU. y en todo el mundo, no era parte del guion. De cualquier manera, esta es una clara lección de la traición que es inherente al reformismo, especialmente al reformismo de izquierda. Al igual que Tsipras en Grecia o Hollande en Francia, quienes no rompen con el sistema capitalista, inevitablemente terminan aplicando las mismas políticas que los principales partidos capitalistas.
Perspectivas para la elección de 2016
¿Quién será el próximo ocupante de la Casa Blanca? La razón, la lógica, y muchas encuestas de opinión indicarían que los EE.UU. pronto tendrá su primera mujer presidente. Pero la razón, la lógica y las encuestas de opinión no son aplicables en tiempos como éstos. Otras encuestas muestran a Trump cabeza a cabeza o incluso por delante. Se dice que una semana es una eternidad en política, y hay muchas semanas entre ahora y noviembre. Por tanto, es imposible decir con certeza, pero se puede afirmar categóricamente que se trata de un concurso de perder y perder para la clase obrera. Ninguno de los candidatos representa los intereses de la mayoría de la clase obrera, una conclusión a la que ya han arribado millones. Millones más aprenderán de la manera más dura a través de la amarga experiencia de la próxima presidencia.
Trump representa la esencia destilada de la arrogancia y la demagogia capitalista miope. Él es un representante por excelencia del «desnudo nexo del dinero” de las relaciones humanas y sociales a que se refiere Marx en el Manifiesto Comunista. Él representa un mundo en el que la mentira, el engaño y los chanchullos se consideran las más altas de las virtudes. Ninguna clase trabajadora consciente quiere a Trump como el próximo Ejecutivo en Jefe. Pero debemos ser claros: Si Trump gana, será culpa de la llamada política del «mal menor», de los líderes sindicales por no proporcionar una alternativa, y sí, también de Bernie Sanders. La cuestión clave no es: «¿Cómo podemos detener a Trump en el 2016?», sino: «¿Cómo podemos poner fin al capitalismo, que es quien da lugar a los Trump y Clinton del mundo?» Esta es la pregunta que los partidarios del «Bernie or Bust” deben preguntarse [“Bernie or Bust”, “Bernie o el desastre” fue uno de los lemas principales de la campaña de Bernie Sandres. NdT]
Muchas personas tienen ilusiones sinceras en Clinton. En un país lleno de veneno de sexismo, el nombramiento de la primera mujer candidata por un partido importante es visto como un paso adelante para muchos. Ellos quieren derrotar a Trump, y sinceramente creen que ella es más «elegible». Pero hay que tener en cuenta que a pesar del impacto realizado por la campaña anti-Wall Street de Sanders, millones aún no han llegado a la conclusión de que es el sistema en sí mismo el que debe ser atacado. Muchos otros que han arribado a esta conclusión no se atreven a salir de los límites seguros del nombre familiar y de las políticas que ella ofrece.
Muchos otros detestan a Clinton sin embargo van a votar por ella con el fin de parar a Trump. El juego del mal menor tiene sus límites. La otra cara de esta estrategia es la eventual victoria del mal mayor. Una menor maldad también se utiliza para intimidar y marginar a los que entienden que una revolución requiere mucho más que simplemente elegir a un «mejor» o «peor» candidato. Estamos luchando por un cambio fundamental en las relaciones económicas y políticas, no por meros cambios cosméticos por arriba. Para ello, necesitamos no sólo los números, sino la formación política, la organización y la actividad.
La misma desilusión que siguió tras la elección de Obama se redoblará si Clinton gana. Incluso si ella «derrota» a Trump en noviembre, los problemas que dieron lugar a su popularidad no se pueden resolver dentro del capitalismo. Pero Clinton no conoce otros parámetros. Otra crisis económica está en las cartas y la reacción de los trabajadores no será de conmoción y parálisis como en 2008, sino de ira y movilización de masas. Y si ella no logra derrotar a Trump, las negociaciones políticas en el Congreso no serán suficientes para detener sus ataques. Huelgas de masas, protestas y manifestaciones; ocupaciones de fábricas, de los centros de trabajo y las universidades; huelgas generales y, en última instancia, la revolución, estarán en el orden del día si lo queremos parar a él y a los suyos.
¡La lucha por el socialismo recién comienza!
Millones de partidarios de Sanders están en estado de shock y muchos sienten un profundo sentimiento de traición. Pero no hay necesidad de abatimiento o desilusión. La verdadera sorpresa es que su campaña fue demasiado lejos. A pesar de que la perspectiva de un nuevo partido político de masas de la clase obrera se ha retrasado, los acontecimientos de los últimos meses son una prueba de que la posibilidad de una revolución socialista en los Estados Unidos no está tan lejos como la mayoría de la gente habría imaginado. Esto nos debe llenar de un gran entusiasmo y optimismo para el futuro. Bloqueado en este frente político, otras vías políticas, inevitablemente, se abrirán y tarde o temprano, de una forma u otra, se creará un partido socialista de masas de la clase obrera. Y mientras que los niveles de huelga se mantienen en niveles históricamente bajos, los trabajadores finalmente harán un gran avance en sus esfuerzos para luchar colectivamente contra los patrones, lo que desencadenará una nueva era de huelgas y dará lugar a la aparición de nuevos líderes y sindicatos.
El que gane la próxima elección es casi seguro que tendrá un período de gracia extremadamente corto o inexistente, al menos entre las capas más avanzadas de los trabajadores y de la juventud. Esto abrirá grandes oportunidades a los marxistas. Nuestros puntos de vista políticos se han confirmado y esto ha llevado a un mayor interés en nuestra organización. Muchos de nuestros lectores pueden haber sido menos proclives a unirse a un grupo relativamente pequeño, siempre y cuando el movimiento de Bernie parecía ofrecer un camino a seguir. Esa puerta ahora se ha cerrado. Si seriamente quieres luchar por la revolución socialista, te invitamos a unirte a la Corriente Marxista Internacional para ayudar a construir las fuerzas del marxismo revolucionario en cada lugar de trabajo, barrio y universidad. Acontecimientos que harán temblar la tierra están en el horizonte. Este no es momento para resistir pasivamente al margen de la historia. No hay mejor momento que ahora para unirse a la lucha por un mundo mejor.