Lenin solía decir que la política es economía concentrada. La piedra angular del materialismo histórico es que, en última instancia, la viabilidad de cualquier sistema socioeconómico depende de su capacidad de desarrollar los medios de producción. Marx ya lo explicó en la Introducción a la crítica de la economía política, donde explica la relación entre las fuerzas productivas y la «superestructura»: «En la producción social de su existencia, los hombres contraen determinadas relaciones de producción que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales… el modo de producción de la vida material determina el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia» (Marx, Introducción a la crítica de la economía política. Miguel Castellote Editor. Madrid. 1976, pp. 64-65).
El marxismo no tiene nada en común con esa caricatura que afirma que Marx y Engels «reducían todo a economía». Marx y Engels respondieron en muchas ocasiones a este disparate, como se puede comprobar en el siguiente extracto de una carta de Engels a José Bloch: «Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta y absurda» (Engels, Obras Escogidas de Marx y Engels. Editorial Progreso. Moscú. 1978, p. 514. Subrayado en el original).
El materialismo histórico no tiene nada que ver con el fatalismo. Nuestro destino no está predeterminado por las leyes económicas, ni los hombres y mujeres son títeres de «fuerzas históricas» ciegas. Pero tampoco son agentes completamente libres, capaces conformar su destino sin tener en cuenta las condiciones existentes impuestas por el nivel de desarrollo de la economía, la ciencia y la técnica, que, en última instancia, determina la viabilidad de un sistema socioeconómico. Citemos de nuevo a Engels: «Los hombres hacen su historia, cualesquiera que sean los rumbos de ésta, al perseguir cada cual sus fines propios propuestos conscientemente; y la resultante de estas numerosas voluntades, proyectadas en diversas direcciones, y de su múltiple influencia sobre el mundo exterior, es precisamente la Historia» (Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana. Ibíd, p. 385).
El marxismo no reduce la Historia a economía. No elimina el factor subjetivo —la actividad consciente de hombres y mujeres conformando su destino—. En realidad, Marx explicaba que, aunque el desarrollo de las fuerzas productivas era decisivo en última instancia, eso no significa en absoluto que la relación entre la base económica y la «superestructura» sea automática y mecánica. Tampoco es un proceso de una sola dirección. La superestructura política, ideológica, diplomática e incluso religiosa, interactúa dialécticamente en la base económica y afecta a su desarrollo.
Engels, escribió una maravillosa carta a Conrad Schmidt en octubre de 1890, en ella señala que en el desarrollo de las fuerzas productivas pueden influir muchos tipos de factores: «La producción es, en última instancia, lo decisivo. Pero cuando el comercio de productos se independiza de la producción propiamente dicha, obedece a su propia dinámica, que aunque sometida en términos generales a la dinámica de la producción, se rige, en sus aspectos particulares y dentro de esa dependencia general, por sus propias leyes contenidas en la naturaleza misma de este nuevo factor. La dinámica del comercio de productos tiene sus propias fases y reacciona a la vez sobre la dinámica de la producción». Y cita, «el descubrimiento de América fue debido a la sed de oro, que antes había impulsado a los portugueses a recorrer el continente africano». Lo último se podría englobar en la categoría de accidente histórico, y por lo tanto, imprevisible. Pero tuvo consecuencias muy profundas en el desarrollo del capitalismo. Igualmente, como explica Engels, la conquista de la India por los portugueses, holandeses e ingleses tuvo también resultados completamente imprevistos. Intentaban importar mercancías de la India, y nadie en ese momento soñaba con exportar mercancías allí. Pero con la conquista militar crearon las condiciones para el desarrollo de un mercado en la India: «lo que creó y desarrolló la gran industria fue la necesidad de exportar a esos países» (Marx y Engels, Selected Correspondence, pp. 778-9, en la edición inglesa).
De este modo, elementos externos al funcionamiento normal del ciclo capitalista pueden modificarlo profundamente. Las guerras, las conquistas militares, los descubrimientos científicos, incluso los accidentes juegan su papel. Lo mismo ocurre con el Estado, como explica Engels en la misma carta: «La sociedad crea ciertas funciones comunes, de las que no puede prescindir. Las personas nombradas para ellas forman una nueva rama de la división del trabajo dentro de la sociedad. De este modo, asumen también intereses especiales, opuestos a los de sus mandantes, se independizan frente a ellos y ya tenemos ahí el Estado. Luego, ocurre algo parecido a lo que sucede con el comercio de mercancías, y más tarde con el comercio de dinero: la nueva potencia independiente tiene que seguir, en términos generales, al movimiento de la producción, pero reacciona también, a su vez, sobre las condiciones y la marcha de ésta, gracias a la independencia relativa a ella inherente, es decir, a la que se le ha transferido y que luego ha ido desarrollándose poco a poco. En un juego de acciones entre dos fuerzas desiguales: de una parte, el movimiento económico, y de otra, el nuevo poder político, que aspira a la mayor independencia posible y que, una vez instaurado, goza también de movimiento propio. El movimiento económico se impone siempre, en términos generales, pero se halla también sujeto a las repercusiones del movimiento político creado por él mismo y dotado de una relativa independencia: el movimiento del poder estatal, de una parte, y de otra el de la oposición, creada al mismo tiempo que aquel» (Ibíd, p. 840).
En la misma carta Engels explica que incluso la religión y otras manifestaciones ideológicas, juegan un papel importante en el desarrollo de la sociedad, e incluso en la economía: «Por lo que se refiere a las esferas ideológicas que flotan aún más alto en el aire: la religión, la filosofía, etc., éstas tienen un fondo prehistórico de lo que hoy llamaríamos necedades, con que la historia se encuentra y acepta. Estas diversas ideas falsas acerca de la naturaleza, el carácter del hombre mismo, los espíritus, las fuerzas mágicas, etc., se basan siempre en factores económicos de aspecto negativo; el incipiente desarrollo económico del periodo prehistórico tiene por complemento, y también en parte por condición, e incluso por causa, las falsas ideas acerca de la naturaleza. Y aunque las necesidades económicas habían sido y lo siguieron siendo cada vez más, el acicate principal del conocimiento progresivo de la naturaleza, sería, no obstante, una pedantería querer buscar a todas estas necedades primitivas una explicación económica. La historia de las ciencias es la historia de la gradual superación de estas necedades, o bien de su sustitución por otras nuevas, aunque menos absurdas. Los hombres que se cuidan de esto pertenecen, a su vez, a órbitas especiales de la división del trabajo y creen laborar en un campo independiente. Y en cuanto forman un grupo independiente dentro de la división social del trabajo, sus producciones, sin exceptuar sus errores, influyen sobre todo el desarrollo social, incluso el económico. Pero, a pesar de todo, también ellos se hallan bajo la influencia dominante del desarrollo económico» (Ibíd, pp. 482-3). Qué diferencia entre estas afirmaciones tan cuidadosas y precisas de Engels, con la vulgar caricatura del «marxismo» mecánico que intenta reducir la riqueza de la dialéctica a una fórmula simple y estéril.
El ciclo capitalista
Si se miran los doscientos años de historia del capitalismo, enseguida es evidente que el ciclo boom/recesión (el ciclo económico) es algo normal en el desarrollo capitalista. Siempre ha existido y siempre existirá, hasta que el sistema capitalista desaparezca de la escena histórica. Pero, aquí no se agota la cuestión de las peculiaridades del desarrollo capitalista. Un nuevo examen de la historia demuestra que, además del ciclo normal de boom/recesión, hay periodos más largos que tienen sus propias características. Aunque fecha y duración exactas de cada periodo puede ser un tema de discusión, en líneas generales, es posible establecer la existencia de varios periodos de este estilo. Para tal propósito tomemos los siguientes periodos: 1848-79, 1880-93; 1894-1914; 1915-39 y 1940-74.
Cada uno de estos periodos de desarrollo capitalista ha tenido un carácter diferente de los demás. Por ejemplo, el largo periodo de casi veinte años antes de la Primera Guerra Mundial, al igual que el periodo 1948-74, se caracterizaron por un gran desarrollo de las fuerzas productivas. Esto dejó su sello en todo el periodo, y afectó a las relaciones entre las clases y a la conciencia de cada clase. A consecuencia del crecimiento económico, pleno empleo y mejora del nivel de vida en los países capitalistas desarrollados, hubo un largo periodo de relativa paz social. Por supuesto hubo excepciones, en particular, la Revolución Rusa de 1905. De la misma manera, los acontecimientos revolucionarios franceses de 1968 ocurrieron en el punto máximo del auge económico de la posguerra. Pero esta no fue la imagen generalizada, en general, fue el periodo clásico del reformismo, y no de la revolución.
Debemos recordar, que este largo periodo de auge económico fue la razón objetiva para la degeneración reformista y nacionalista de todos los partidos de la Segunda Internacional antes de 1914. Basándose en esto y de una forma completamente empírica, los dirigentes de la Segunda Internacional imaginaron que el capitalismo había solucionado sus problemas. Bernstein, sólo fue el primero en decir que la clase obrera ya no existía, que las crisis eran cosas del pasado, y que ya no era necesaria la revolución. Este era el sueño de los reformistas que creían ser grandes realistas: pacífica, gradualmente, a través de reformas sería posible transformar la sociedad. Todas aquellas ilusiones terminaron en sangre, obscenidad y el gas venenoso de la primera gran carnicería imperialista. La Primera Guerra Mundial (1914-18) abrió un periodo completamente nuevo, radicalmente diferente al anterior. El periodo entre guerras estuvo caracterizado no por la paz y la estabilidad, sino por la guerra, la revolución y la contrarrevolución. Empezando con la Revolución Rusa de 1917, fue un periodo de lucha de clases tormentoso, que cambió decididamente la opinión de la clase, y acabó violentamente con las viejas ilusiones. Sacudió las organizaciones de masas, provocando escisión tras escisión y abrió enormes posibilidades para el desarrollo del marxismo.
En los debates dentro de la Internacional Comunista a principios de los años veinte, se discutía intensamente la cuestión del ciclo económico. Los ultraizquierdistas defendían la idea de que existía la crisis final del capitalismo. Sostenían que el capitalismo colapsaría debido a sus propias contradicciones. Lenin y Trotsky, por el contrario, decían que no existe «la crisis final del capitalismo», en el sentido de un colapso automático del sistema. Si se le deja a su merced, el sistema capitalista siempre encontrará una salida, aunque con un coste terrible para la clase obrera y la civilización humana. A menos que, y hasta que el capitalismo no sea derrocado por la clase obrera, éste siempre encontrará salida incluso a la crisis más profunda. El destino de la sociedad no se decide mecánicamente por el juego ciego de las fuerzas económicas, sino por la lucha de clases, en la cual, la organización, la conciencia y la dirección juegan un papel tan decisivo como la guerra entre las naciones.
Nikolái Dmítrievich Kondrátiev, era el director del Instituto de Investigaciones Económicas de Moscú a principios de los años veinte. Fue un economista dotado y original con destino trágico. Como muchos intelectuales destacados que surgieron en los primeros años del poder soviético, terminó su vida en un campo de trabajo de Stalin. La naturaleza trágica de su muerte, y la naturaleza arriesgada y original de su hipótesis, han rodeado su nombre de un aura casi mística. En algunos círculos es visto como un gran gurú, y su teoría de las ondas largas sirve para explicar (además de predecir) periodos históricos amplios.
Sus teorías aparecieron al inicio de los años veinte, primero en una serie de artículos y después salieron a la superficie en el Tercer congreso de la Internacional Comunista en 1922. En 1924, publicó un artículo titulado El concepto dinámico y estadístico y las fluctuaciones económicas en el que incluye sus tesis básicas. Al año siguiente resumió sus ideas en un libro. Pero esta vez el clima en la Unión Soviética había cambiado. El ascenso de la burocracia estalinista significaba que todo aquel que no siguiera servilmente los dictados de la dirección, corría el peligro de caer en desgracia. Mientras que en 1922, Trotsky respondía a Kondrátiev con argumentos, el régimen de Stalin utilizaba otros métodos para liquidar las diferencias. Kondrátiev fue silenciado, destituido de su cargo y cayó en la oscuridad. Después, a finales de 1930, cuando Stalin utilizaba ya los métodos que luego se convertirían en las infames purgas, arrestaron de repente a Kondrátiev y le acusaron de dirigir el inexistente Partido de Trabajadores y Campesinos. El cargo era absurdo, sin ni siquiera un juicio farsa, enviaron a Kondrátiev a Siberia donde murió en circunstancias todavía sin clarificar.
En el último periodo, las teorías de Kondrátiev han disfrutado de renovada popularidad entre economistas burgueses y algunos que se consideran marxistas. Es una de esas ironías en la que es rica la historia, que los economistas burgueses utilicen las ideas de Kondrátiev para justificar que el sistema capitalista puede continuar existiendo indefinidamente a tavés de una serie interminable de ondas largas, en las cuales a los largos periodos descendentes les siguen automáticamente largos periodos ascendentes y así continuamente. Parece una versión económica de la «máquina de movimiento perpetuo», que durante siglos muchas personas intentaron descubrir pero sin ningún resultado.
Ante todo, hay que dejar claro que Kondrátiev no era un marxista. Su conversión al comunismo era reciente, da fe de ello su presencia en el Gobierno Provisional de Kerensky, donde fue ministro de Alimentación. Por supuesto, esto de ninguna manera invalida las opiniones de Kondrátiev, ni le desacredita como persona. Todo lo contrario, después se pasaría directamente al lado de la Revolución de Octubre. Pero sí sirve para mostrar lo alejado que estaba del marxismo y lo superficial que era su comprensión de las ideas y el método marxista, y por eso los absurdos esfuerzos de muchos que intentan presentarle como un gran economista marxista que desarrolló las teorías de Marx.
Kondrátiev era lo que después se describiría como un profesor rojo. Pertenecía a esa categoría descrita por Trotsky como simpatizantes, es decir, aquellos intelectuales que se adhirieron a la Revolución de Octubre y al bolchevismo, sin haber absorbido las ideas y métodos fundamentales del marxismo. Hubo muchos como él. La revolución atrajo a todo lo mejor de la antigua intelectualidad. Estos hombres y mujeres se dedicaron sinceramente a la causa del socialismo, pero carecían de los años necesarios de experiencia y de la formación teórica que les permitiera adquirir una verdadera comprensión marxista. Resulta inevitable que con ellos trajeran la pesada maleta de la ideología y la perspectiva burguesa. Ninguno comprendía la dialéctica. La mayoría a menudo intentaba enmascarar su ausencia de método filosófico recurriendo a métodos de razonamiento formalistas. El formalismo quizá sea el rasgo más característico de la psicología de los simpatizantes, bien sea en el arte, la literatura, la táctica militar o la economía.
El formalismo es una característica del pensamiento burgués, y sobre todo de los intelectuales formados en la universidad. Es la base de la lógica formal. Este método consiste en la elaboración de una hipótesis más o menos arbitraria, basada en un puñado de datos seleccionados y después se intenta justificar la hipótesis con una nueva aportación de cualquier dato que pueda corroborarla. Este método es conocido por los estudiantes de posgraduado que tienen que defender una tesis doctoral. El aspecto positivo de este método es que a menudo arroja nuevas e interesantes ideas o iluminan las teorías ya existentes. Pero el aspecto negativo, es que pueden llevar a conclusiones equivocadas y arbitrarias, lo que identificamos como sofistería. Por cada tesis doctoral que lleva a nuevo descubrimiento, hay cien que se pueden arrojar al cubo de basura.
Hegel dijo que «lo que debe motivar a todo aquel relacionado con la ciencia es el deseo de alcanzar una comprensión racional, y no simplemente la acumulación de una gran cantidad de datos». Más allá de los hechos y las cifras existe un proceso más profundo. Kondrátiev intentó comprender estos procesos, pero su método le impedía sacar las conclusiones correctas de la información de la que disponía. Y como veremos, incluso la información utilizada, no demostraba en absoluto su tesis básica. La forma en la cual Kondrátiev desarrolló la teoría de las «ondas largas», es muy típica del método universitario. Embarcó a su Instituto en una serie de estudios sobre la economía mundial durante y después de la Primera Guerra Mundial. Basándose en estos datos limitados, Kondrátiev llegó en primer lugar a la conclusión de la existencia de los ciclos económicos largos, su método se podría describir como estadístico, y es muy característico de los economistas burgueses que buscan dar una impresión de rigor científico a su trabajo. Sin embargo, todo aquel que tenga algunos conocimientos del tema, sabrá que estos modelos al ser sometidos a la prueba de la práctica, con frecuencia fallan estrepitosamente.
El gran mérito de la obra de Kondrátiev fue demostrar más allá de toda duda que, aparte del ciclo normal de boom/recesión (el ciclo comercial o ciclo económico), que es la característica fundamental del capitalismo y que ya fue descrito ampliamente incluso por economistas burgueses como Schumpeter, en la historia del capitalismo existen periodos históricos más amplios. En el desarrollo del capitalismo existen, como ya hemos señalado, periodos diferentes, y cada «ciclo» tiende a ser diferente de los demás. Esta es una observación importante. Pero Kondrátiev fue más allá, y afirmó que estos periodos tenían un carácter cíclico —recurrente y repetitivo—, y que se explicarían en términos estrictamente económicos, relacionados con el ciclo repetido de inversión. En su artículo titulado Los ciclos económicos largos, decía que, además del ciclo comercial normal de siete a once años, existían ciclos largos, con una duración media de cincuenta años. Llegó a la conclusión de que el sistema capitalista experimenta «ondas largas», y cada fase descendente es seguida por otra ascendente que puede durar décadas. Trotsky rebatió esta última afirmación. Y de vez en cuando se pone de moda (como en la actualidad) sin ninguna base, hechos o teoría sólidos.
Marx y Kondrátiev
Kondrátiev basó su teoría en una analogía con el análisis de Marx del ciclo comercial —el ciclo normal de boom/recesión—. Pero no hay relación entre los dos. La teoría de Marx del ciclo capitalista viene explicada con gran detalle en el tercer volumen de El capital, en él explica todo el proceso y el mecanismo concreto. En comparación, la teoría de Kondrátiev es una hipótesis muy floja, basada en unos cuantos hechos seleccionados arbitrariamente adecuados para el caso. La existencia del ciclo boom/recesión está muy bien documentada, e incluso los economistas burgueses se han visto obligados a reconocerlo. Por otro lado, mientras que hay ciertamente indicios que sugieren la existencia de periodos históricos más amplios del capitalismo, la existencia de las «ondas largas» en el sentido utilizado por Kondrátiev nunca se ha demostrado y ha permanecido en el reino de la especulación durante tres generaciones.
Kondrátiev introdujo algunas modificaciones al análisis económico de Marx. Toma la idea de Marx de que el ciclo medio del capitalismo está determinado por la reinversión periódica del capital fijo (en los tiempos de Marx aproximadamente cada diez años); pero introduce una idea propia: que hay una graduación en la longitud del ciclo, en el periodo productivo y en la cantidad de inversión en diferentes tipos de capital constante (maquinaria, planta, etc.). Esto es lo que escribe: «La base material de los ciclos largos es la depreciación, la reposición y el incremento del fondo de capital básico, la producción del cual requiere una enorme inversión y para materializarse requiere un tiempo largo. El capital constante básico consiste en grandes instalaciones industriales, ferrocarriles, canales, grandes explotaciones agrícolas, etc… La formación de trabajadores cualificados también pertenece a esta categoría» (Kondrátiev, Segundo artículo, p. 60 en la edición inglesa).
«La reposición y el incremento de este fondo no es un proceso continuo, se realiza a saltos, y éstos se reflejan en los ciclos largos de actividad económica. El periodo de aumento de la producción de estos bienes de capital corresponde con la fase ascendente. La tendencia ascendente de los elementos de la actividad económica, con respecto al nivel de equilibrio del tercer orden existe, de acuerdo con el esquema anterior, en el periodo prolongado de ascenso, que se ve interrumpido por fluctuaciones de menor duración. Por otro lado, en el periodo de declive lento de este proceso, comienza un movimiento de los elementos económicos hacia el nivel de equilibrio y puede descender incluso por debajo de ese nivel. Debemos insistir en que el nivel de equilibrio cambia durante el proceso de fluctuaciones cíclicas y generalmente se desplaza hacia su nivel más alto» (Ibíd, p. 61).
Una vez establecido el vínculo entre los ciclos largos y el ciclo de reinversión en bienes de capital, Kondrátiev aún tiene que demostrar por qué este proceso de desarrolla a saltos, en lugar de ser un proceso permanente de aumento del fondo de inversión. Para hacer esto, tiene que recurrir a las teorías de otro economista burgués, Tugan Baranovsky. Las inversiones a gran escala presuponen la existencia de grandes cantidades de capital disponible en forma de crédito. Kondrátiev especifica las condiciones que deben existir para el inicio de una «onda larga»:
«1) Una elevada intensidad de ahorro [por ejemplo, una elevada propensión a ahorrar].
2) La disponibilidad de grandes sumas de capital a través del crédito, con bajos tipos de interés.
3) La acumulación de lo último a disposición de grupos poderosos de empresarios y financieros.
4) Un nivel bajo de precios para estimular el ahorro y la inversión de capital a largo plazo»
(Kondrátiev, Tercer artículo, p. 38 en la edición inglesa).
La inversión en la fase ascendente, con el tiempo tropieza con ciertos límites, como son un tipo de interés alto y la escasez de capital. De esta forma, el final del ascenso y el principio del descenso, se explican estrictamente en la misma línea que los economistas burgueses, por ejemplo, con la teoría monetaria de la sobreinversión.
Sin embargo, la teoría no explica la razón para la fase ascendente del ciclo largo. Ni como señala Garvy, explica adecuadamente las razones para la transición de la fase ascendente a la descendente. En su tercer artículo, el mismo Kondrátiev admite que «la fase ascendente no es una necesidad absoluta» (Ibíd, p. 38).
Aunque admitió que la misma existencia de las «ondas largas» era sólo una «probabilidad», Kondrátiev intentó demostrar que tenían una importancia fundamental para el conjunto de la economía. Esto, a pesar de que en su primer artículo no intentaba demostrar la existencia de una relación definida entre las «ondas largas» y el capitalismo. «Carecemos de los datos suficientes para afirmar, que las oscilaciones cíclicas del mismo carácter son también típicos de los sistemas no capitalistas. Si estuvieran vinculadas a la economía capitalista, podríamos afirmar que el colapso del sistema conllevaría la desaparición de las ‘ondas largas» (Kondrátiev, Primer artículo, p. 65 en la edición inglesa).
Los problemas de las estadísticas
Claramente, la caracterización de los periodos amplios de desarrollo capitalista, depende de la disponibilidad de suficientes datos estadísticos. En el primer periodo (el siglo XVIII) resulta problemático. Sólo en Inglaterra, disponemos de estadísticas más o menos adecuadas desde finales del siglo XVIII y los primeros años del XIX. El economista inglés, Jevons, elaboró un índice del periodo 1782-1865. Después se publicó un nuevo índice que abarcaba el periodo 1789-1850 en The Review of Economic Statistics (Vol 5, 1923). Sauerbach elaboró estadísticas del periodo posterior a 1846. Pero la situación de las estadísticas en Gran Bretaña, como señaló Marx, era infinitamente mejor que en cualquier otro país. En Francia, por ejemplo, no existe índice de precios hasta la década de los sesenta del siglo XVIII. Y Francia era el país capitalista desarrollado que seguía a Gran Bretaña, hasta que fue desplazado por Alemania y EEUU a finales del siglo XIX. La situación en EEUU es algo mejor: existen índices económicos desde finales del siglo XVIII. Pero por regla general, los datos son incompletos y poco fiables hasta la segunda mitad del siglo XIX. Por lo tanto, cualquier conclusión que se extraiga de ellos tiene un carácter muy condicional.
Basándose en datos muy limitados, Kondrátiev hizo la siguiente generalización: «La rama ascendente del primer ciclo abarca el periodo 1789-1814, es decir, veinticinco años; su descenso empieza en 1814, para terminar en 1849, durando, por tanto, treinta y cinco años. El circuito completo del movimiento de los precios comprende, por consiguiente, sesenta años.
«La rama ascendente del segundo ciclo empieza en 1849 y termina en 1873, durando por tanto veinticuatro años. El momento del cambio de dirección en el curso de los precios no es el mismo en los Estados Unidos que en Inglaterra y Francia; en los Estados Unidos, el máximo nivel de los precios corresponde al año 1866; pero esto encuentra su explicación en la guerra civil y no contradice la unidad de imagen que ofrece el curso del ciclo en ambos continentes. El descenso del segundo ciclo empieza en 1873, para terminar en 1896; durando, pues, veintitrés años. El circuito del movimiento de los precios comprende cuarenta y siete años.
«El ascenso del tercer ciclo empieza en 1896 y termina en 1920; es decir, tiene una duración de veinticuatro años. El descenso comienza, según todos los datos, en el año 1920» (Kondrátiev, Los ciclos económicos largos, p. 41 Madrid, Akal Editor. 1979).
Incluso aquí vemos como Kondrátiev para explicar el movimiento de precios en EEUU, tiene que tener en cuenta factores externos (no económicos) —la Guerra Civil—. Pero considera que no es un fenómeno esencial, que distorsiona sólo parcialmente sus resultados, y que sólo produce una divergencia entre el ciclo de Europa y el de EEUU. No menciona los efectos evidentes de las Guerras Napoleónicas en los precios y el comercio. Estas guerras y sus consecuencias, influyeron profundamente no sólo en los precios y el comercio, sino también en los salarios y el empleo. Menciona sólo de pasada que las guerras están relacionadas con las depresiones agrícolas. Pero no profundiza en ello, ni lo explica. Para Kondrátiev, la Primera Guerra Mundial y la Revolución de Octubre no cuentan a la hora de determinar sus «ondas largas». Realmente, como intentaremos demostrar, sí tuvieron un efecto fundamental en la vida económica de Europa y del mundo.
En otra parte de su artículo, Kondrátiev cita estadísticas similares de los tipos de interés y los salarios, así como el consumo de algodón en Francia, la producción de lana y azúcar en EEUU y otros datos que respaldan su hipótesis de las «ondas largas». Dice que la innovación tecnológica ocurre normalmente en periodos de descenso, cuando no existe la posibilidad de aplicarlos y que después, encuentran salida en la fase ascendente. También dice que «durante la fase ascendente de las «ondas largas», es decir, durante la alta tensión en el crecimiento de la vida económica, se producen, por regla general, la mayoría de las guerras y revoluciones importantes» (Ibíd, p. 57).
Más tarde, Kondrátiev revisó las fechas de sus ciclos y quedaron de la siguiente forma:
- 1790 a 1810-17: fase ascendente (primer ciclo largo).
- 1810-17 a 1844-51: fase descendente.
- 1844-51 a 1870-75: fase ascendente.
- 1870-75 a 1890-96: fase descendente.
- 1890-96 a 1914-20: fase ascendente.
Los contemporáneos de Kondrátiev ya demostraron la arbitrariedad de estos periodos, George Garvy resumió estas críticas en su extenso artículo La teoría de los ciclos largos de Kondrátiev (The Review of Economic Statistics, Vol. XXV, 4, noviembre 1943) al cual debo las fuentes utilizadas en el presente artículo.
El problema es que Kondrátiev intentó realizar una amplia generalización histórica con datos muy limitados. Varios economistas soviéticos en su momento comentaron este problema. También, es evidente que Kondrátiev utilizó selectivamente los datos disponibles, y sólo utilizó aquellas estadísticas que corroboraban su tesis, mientras que desechó las demás. Utilizó 25 series estadísticas diferentes, en su primer artículo menciona seis de ellas, los resultados dieron un resultado negativo (el consumo francés de grano, café, azúcar y algodón; la producción de EEUU de lana y azúcar), y añadió que «en algunos otros casos» era completamente imposible detectar las «ondas largas». En el mismo artículo de Voprosy Konyunktury, donde apareció su primer artículo, encontramos otras series estadísticas que no demuestran la existencia de los ciclos largos. El propio Kondrátiev admite que al menos en once casos (diez de ellos cantidades físicas) el resultado es negativo.
Los críticos soviéticos de Kondrátiev
De entre los economistas soviéticos que criticaron la teoría de Kondrátiev, la refutación más contundente procede de Oparin. Uno de los aspectos más interesantes del trabajo de Oparin, fue su intento de aplicar las series de Kondrátiev a los años de fase descendente de la tercera «onda larga» (después de la Primera Guerra Mundial). Los resultados obtenidos eran bastante diferentes a los de Kondrátiev. Oparin concluyó que «el método matemático formal […] utilizado por el profesor Kondrátiev resulta poco útil para investigar la normalidad teórica de las series analizadas» (ver reseña de Oparin del primer artículo de Kondrátiev publicado en Ekonomícheskoye Obozréniye, nov. 1925, pp. 255-8).
Incluso antes de Oparin, Bazárov, ya había señalado el principal defecto del método de Kondrátiev. Y es que éste reducía al mínimo común denominador, la suma de ecuaciones basadas en las fluctuaciones del ciclo económico, así siempre sería posible deducir la existencia de una «onda larga», porque el resultado era una parábola abruptamente ascendente. Bastaba con excluir aquellas desviaciones que no se adaptan a la «onda larga», o hacer uso de aquellas desviaciones que demostraban la existencia de una «onda larga».
Otros economistas soviéticos —L. Eventov (en Voprosy Ekonómiki, nº1, 1929) y V. Bogdánov (en Pod Znameni Marxisma, junio 1928)—, también llamaron la atención sobre otros problemas metodológicos de la teoría de Kondrátiev, este caso, el problema de cómo relacionar el «desarrollo secular» a largo plazo con el ciclo comercial normal.
Pero fue Oparin quien criticó con más dureza a Kondrátiev. Un análisis cuidadoso de las fuentes estadísticas de Kondrátiev, revelaba contradicciones flagrantes. Oparin comprendió enseguida la dificultad de encontrar suficientes estadísticas que permitieran establecer más allá de la duda razonable, la existencia de procesos económicos a largo plazo, pero sí criticó a Kondrátiev por no haber utilizado toda la información estadística disponible. Por ejemplo, utiliza las cifras del precio del plomo inglés, pero no los precios mundiales del mismo metal. Como observa correctamente Oparin, el precio de mercancías como el plomo, se decide en el mercado mundial. Es más, si aceptamos la existencia de «ondas largas», éstas deben afectar al funcionamiento de toda la economía mundial. Tanto si las fluctuaciones de «onda larga» del precio del plomo afectaban a los precios mundiales, o si la «onda larga» era sólo un fenómeno británico, contradicen la conclusión de Kondrátiev. En realidad, Kondrátiev analizó varias series de precios, pero no le daban el resultado deseado.
Aparte de Oparin, la crítica más fulminante a Kondrátiev fue de A. Gerzstein en su artículo ¿Existen las ondas largas en la vida económica? (publicado en Mirovoye Jozyaistvo i Mirovaya Polítika, vol. III, 1928). El artículo de Gerzstein es el más interesante porque sigue paso a paso a Kondrátiev y sus ciclos largos, para demostrar las contradicciones internas de su hipótesis. Analizando los periodos de 1790-1844 (primer ciclo de Kondrátiev) y 1844-51 a 1890-96 (segundo ciclo), y utilizando los principales datos de EEUU y Gran Bretaña, demuestra que: el periodo 1815-40, el cual Kondrátiev representa como un periodo descendente, en realidad fue un periodo de desarrollo económico sin precedentes. Fue precisamente el periodo de la Revolución Industrial. A su vez, estaba íntimamente relacionado con un acontecimiento no económico, el final de las Guerras Napoleónicas. Esto permitió la recuperación del comercio internacional y un comercio relativamente más libre, provocando una abrupta caída de los precios agrarios y una depresión agrícola, pero al mismo tiempo, proporcionó una poderoso estímulo al desarrollo industrial. De este modo, una depresión agrícola y una caída de los precios agrarios en un contexto histórico concreto de ascenso del capitalismo, no se puede citar como prueba de una fase económica descendente, más bien lo contrario. La caída del precio del trigo, fue precisamente la condición previa para un auge sin precedentes del capitalismo.
Se puede ver el mismo error en el segundo ciclo de Kondrátiev, lo describe como una fase de declive, cuando realmente fue un periodo de rápida industrialización en EEUU y Alemania. Sólo en el caso de Gran Bretaña parece justificarse el argumento de Kondrátiev. La industria británica en este periodo experimentó una tasa de crecimiento más lenta. Sin embargo, como señala correctamente Gerzstein, sólo era la expresión de la pérdida de posición de Gran Bretaña con relación al creciente poder de sus nuevos competidores —Alemania y EEUU— y en menor grado, el ascenso de otras economías capitalistas. Gran Bretaña en este periodo estaba perdiendo su preeminencia como la potencia industrial más grande del mundo y perdía mercados para la exportación, sobre todo de maquinaria. Pero presentar esta situación como un periodo de declive general es totalmente falso.
Gerzstein, también encuentra fallos en el tratamiento que Kondrátiev hace del periodo 1890-14. A pesar del aumento general de los precios en este periodo, encuentra muchas pruebas de una disminución general del crecimiento de las fuerzas productivas, comparado con las décadas anteriores. Así que, si es cuestión de establecer tendencias seculares de «onda larga», incluso es cuestionable que este periodo de ascenso económico se pueda considerar un fenómeno de «onda larga» (que por definición debe relacionarse con la fase previa de «onda larga»). El hecho de que se concentre en los precios agrarios y las depresiones agrícolas, como una prueba de la existencia de las «ondas largas», es engañoso, como demuestra el ejemplo de la Revolución Industrial. La crisis de la agricultura está relacionada con el ciclo económico general, pero tiene sus propias leyes, relacionadas en con el declive a largo plazo de la agricultura con relación a la industria bajo el capitalismo, y en parte, relacionada con fenómenos políticos no económicos, como es el intento de la burguesía (particularmente en Francia, pero no sólo allí) para mantener al campesinado como un contrapeso de la clase obrera. En cualquier caso, es evidente que la comprensión del desarrollo del capitalismo se debería basar en un análisis completo de las estadísticas económicas, en particular, las industriales, y no en los precios agrícolas.
Uno de los problemas más serios del método de Kondrátiev, es su dependencia del movimiento de los precios en general. Las variaciones de los precios, además pueden verse influenciadas por toda una serie de fenómenos: el aumento de la productividad del trabajo, el cambio tecnológico, el aumento del comercio mundial, las guerras, malas cosechas, aumento de la producción de oro, etc., De este modo, la caída del nivel de precios que comenzó a principios del siglo XIX, fue el resultado del incremento de la productividad del trabajo, producto de la Revolución Industrial, y el creciente uso de maquinaria y nuevas técnicas de producción. Basándose en el censo de la manufactura estadounidense, Guberman, demuestra que los únicos casos que indican la tendencia contraria antes de la Primera Guerra Mundial (en 1830, 1870 y 1897) estaba originado por los aumentos poco comunes de la producción de oro, que hasta hace bastante poco era un factor clave del movimiento de los precios.
El ciclo de inversión
Es obvio que establecer sólo la existencia de oscilaciones a largo plazo no bastaría para demostrar la existencia de ciclos largos, en el sentido que dice Kondrátiev. En realidad, la única forma de hacerlo sería demostrando el mecanismo preciso a través del cual un ciclo genera el siguiente. Debe existir alguna clase de regulador interno. Mientras no se clarifique este punto, toda la idea de las ondas económicas largas se reduce a una mistificación del proceso histórico. Kondrátiev intenta resolver el misterio haciendo referencia al proceso de inversión e innovación durante largos periodos. Dice que determinados inventos y técnicas tenían que esperar largos periodos de tiempo —tanto como veinte años— antes de ser puestos en práctica en la forma de nuevas máquinas y fábricas, sólo debido a la ausencia de capital. De esta forma, para él los ciclos largos eran básicamente ciclos de reinversión.
Desgraciadamente, esta solución aparentemente elegante, guarda poca relación con el funcionamiento en la práctica del sistema capitalista. En realidad, la renovación de capital es un proceso continuo. No hay ninguna prueba de que la inversión a gran escala ocurra durante largos periodos de tiempo y de una forma regular. Tampoco se puede demostrar, que los nuevos inventos aparezcan principalmente en periodos descendentes, como dice Kondrátiev, quien ni siquiera intenta justificar este argumento. En realidad, es muy difícil establecer una regla relacionada con el momento en que los individuos realizan descubrimientos científicos. Se realizan descubrimientos en todo momento: en booms y en crisis económicas; en tiempos de paz y en tiempo de guerra. Además, se producen en diferentes momentos y en países diferentes. Intentar establecer una regla general para esto es prácticamente imposible. Sería como intentar fijar las posiciones de las moléculas individuales en un gas. Pero en cualquier caso, lo que importa en economía, no es la fecha en la que aparece tal o cual invento en la mente del inventor, sino cuando entra en el proceso de producción. Por utilizar una expresión filosófica, antes de que exista es sólo una posibilidad abstracta. Sólo cuando se aplica a la producción se convierte en real y por lo tanto en algo material adecuado para el terreno de la investigación económica.
Kondrátiev enfoca la cuestión de la inversión no desde un punto de vista económico, sino técnico. En concreto, no presta suficiente atención a la cuestión clave de la depreciación, que tiene un aspecto tanto físico (desgaste) como «moral» (obsolescencia). Ya en los años veinte Gerzstein señaló que la vida de los bienes de inversión era de entre cinco años (herramientas) y cien años (edificios). En el periodo actual, su vida es aún menor. Las plantas de tecnología informática punta, cuesta construirlas entre uno y dos mil millones de dólares, y quedan obsoletas tres o cinco años después. Además, es tan enorme la variedad de bienes de inversión, que el proceso de inversión debe tener un carácter más o menos continuo, aunque a lo largo del tiempo, tendrá mayor o menor intensidad reflejando la tasa de beneficio y las fluctuaciones generales de la economía de mercado. Es difícil pensar que este proceso se pueda expresar como una regla matemática precisa y verificable. Bogdánov, se preguntaba cuánto tiempo sería necesario para reemplazar el Canal de Suez o el ferrocarril del Pacífico.
Kondrátiev no demostró que la inversión en «bienes de inversión básicos» tenga lugar a intervalos regulares de una duración entre 48 y 60 años. Esta postura no se puede demostrar porque no guarda relación alguna con el funcionamiento real del sistema capitalista. En realidad, la sustitución de maquinaria y edificios ocurre en todo momento, en diferentes épocas y velocidades en cada rama de la producción. Como señala Garvy: «Incluso si el proceso de inversión fuera discontinuo, la reinversión sería continua, ya que depende no sólo del desgaste real, sino también del grado de obsolescencia, el coste de mantenimiento, el tipo de interés, salarios, progreso tecnológico, y la tasa de utilización». No existe absolutamente ninguna razón para que los bienes de inversión se agoten simultáneamente en intervalos regulares de aproximadamente medio siglo.
Kondrátiev decía que la aplicación de los nuevos inventos dependía de un proceso previo de acumulación de un fondo de inversión. Este concepto lo toma prestado de Tugan-Baranovsky. Resulta paradójico que Kondrátiev, en uno de sus primero artículos, criticara la idea de Tugan-Baranovsky de la existencia de un «fondo libre de préstamo», y después convirtiera esta misma idea en una de las piedras angulares de su teoría de la «onda larga». En su libro sobre Tugan-Baranovsky escribe lo siguiente: «Una de las ideas básicas de la teoría de los ciclos de Tugan-Baranovsky no se puede aceptar sin más: la teoría de la acumulación de capital libre y no invertido. ¿Cuándo ha existido este tipo de capital?» (N. D. Kondrátiev, M. I. Tugan-Baranovsky. Petrogrado, 1923. En el original en inglés).
Gerzstein también decía que la ausencia de un fondo de inversión no era lo que limitaba la expansión económica, sino la imposibilidad de obtener una ganancia suficiente del capital prestado para inversión. En la fase máxima del periodo de expansión, los inversores son más reticentes a arriesgar su capital en nuevas inversiones, en su lugar, prefieren invertir en el mercado de bonos o en otro tipo de inversión que genere unos beneficios fijos. Oparin demuestra con relación a las estadísticas del Banco de Ahorros francés, que los supuestos ciclos largos de ahorro son sólo una ilusión. Hay muchos factores que afectan al ahorro —no sólo económicos—. Demuestra que los balances del Banco de Ahorros de Francia, muestran una curva continua ascendente, excepto en dos ocasiones: una fue el periodo de turbulencia social y política entre la revolución de 1848 y el golpe de estado de Luis Bonaparte (1848-50) y la Guerra Franco Prusiana (1870-71), cuando los inversores retiraron sus fondos. Por último, hubo una caída en los balances del Banco en los años que precedieron inmediatamente a la Primera Guerra Mundial, reflejaba el crecimiento de los bancos comerciales que cada vez acaparaban una proporción mayor de los ahorros. Por esta y otras razones, la idea de un «fondo libre de préstamo» para la inversión es muy débil. Pero esta es la piedra angular de la teoría de los ciclos largos de Kondrátiev. Si esto falla, también desaparece la explicación de la fuerza motriz de los ciclos largos.
Una vez más, Kondrátiev utilizó sólo aquellas estadísticas que apoyaban sus tesis e ignoró aquellas otras que arrojaban un resultado diferente. Por ejemplo, las estadísticas relacionadas con la producción y el consumo, dan un resultado totalmente diferente a los de Kondrátiev. A parte de las siete series de estadísticas francesas relacionadas con las cantidades físicas mencionadas por él, sólo dos sugieren la existencia de ciclos largos, y de éstas una (la tierra utilizada para el cultivo de avena) es contradictoria. Pretende haber descubierto la existencia de dos ciclos largos y medio, pero sólo cuatro de las veinticinco series estudiadas por él cubre ese periodo; otras cuatro cubren dos ciclos; las restantes sólo cubren un ciclo o ciclo y medio. Incluso en aquellas cifras que corresponden con su tesis, se pueden hacer objeciones debido a la estrechez del campo (por ejemplo los precios) y los datos, incluso las tendencias en algunos casos son inciertas. En las muy pocas ocasiones en que Kondrátiev cita los datos relacionados con la producción física (por ejemplo la producción de lingotes de hierro en Inglaterra), los resultados apenas corroboraran su teoría. Si hubiera sido más riguroso en el uso de las estadísticas, los resultados obtenidos habrían sido muy diferentes.
La conclusión es ineludible: la evidencia empírica de la tesis de Kondrátiev es muy débil. Garvy concluye: «Aunque la hipótesis de las oscilaciones cíclicas de larga duración, sobre las que se superponen movimientos cíclicos más cortos, debe ser descartada, la idea de que la economía capitalista ha pasado por varias etapas sucesivas de desenvolvimiento, caracterizadas por diferentes ritmos de crecimiento y de expansión geográfica, merece atención. El análisis actual ganaría, probablemente, en precisión y significado si se basara sobre una distinción mejor articulada entre las diferentes fases de la economía capitalista. La ‘curva de evolución capitalista’ sería un cuadro más complicado que una simple curva y, ciertamente, más irregular que los ciclos largos de Kondrátiev. Sustituiríamos la hipótesis de las oscilaciones periódicas largas por el estudio de las sucesivas etapas de nuestro actual sistema económico, de su creciente alcance geográfico y de sus cambiantes relaciones con las esferas no capitalistas. Esto nos alejaría de la construcción de modelos abstractos de secuencias temporales, llevándonos al estudio de la dinámica efectiva de nuestro sistema económico» (G. Garvy, La teoría de los ciclos largos de Kondrátiev, pp. 140-1. Akal Ed. Madrid, 1979).
Trotsky y Kondrátiev
Los críticos soviéticos de Kondrátiev aquí mencionados, arrojaron serias dudas, tanto sobre las estadísticas como sobre la metodología, pero al final era también una crítica poco satisfactoria, porque estaba hecha desde el mismo punto de vista económico bastante estrecho, que es la principal debilidad del propio Kondrátiev. Las críticas de Kondrátiev procedían de profesores rojos, y sus críticas también eran abstractas y académicas. Pasaban al otro extremo y «negaban» las tesis de Kondrátiev sencillamente colocando un menos donde antes había un signo más. La teoría de Kondrátiev al menos poseía cierta audacia e imaginación.
En 1923, en su brillante ensayo La curva de desarrollo capitalista, publicado en Vestnik Sotsialistícheskoi Akademii, Vol. IV, Trotsky llama la atención sobre las tesis de Kondrátiev. A diferencia de las críticas de los profesores rojos, el artículo de Trotsky responde a Kondrátiev desde un punto de vista dialéctico y marxista. Al no disponer de los datos suficientes para elaborar una teoría sólida, Kondrátiev insistió en el carácter condicional de su hipótesis. Dijo que la existencia de ciclos largos era «al menos muy probable», y por ese motivo Trotsky recomendó la necesidad de realizar un estudio más serio antes de elaborar cualquier generalización. Sin embargo, las diferencias entre Trotsky y Kondrátiev no eran sólo una cuestión de estadísticas, sino una diferencia fundamental de método.
La razón por la cual Trotsky mostró interés en la teoría de Kondrátiev, estaba relacionada con los debates de la Internacional Comunista de la época. La oleada de revoluciones que había seguido a la Revolución Rusa había amainado. La última oportunidad de romper el aislamiento de la República Soviética llegó en 1923, cuando una grave crisis económica y la ocupación del Ruhr por el imperialismo francés, creó una situación revolucionaria. Incluso los fascistas predecían que los comunistas tomarían el poder. Pero la oportunidad se perdió debido a los dirigentes del Partido Comunista Alemán, que siguieron los consejos equivocados de Stalin y Zinóviev. Trotsky sacó la conclusión de que la derrota de la revolución daría un respiro temporal al capitalismo. Y fue esta la condición política necesaria para que el capitalismo experimentara un nuevo boom, y durante un tiempo consiguió una relativa estabilidad. En respuesta a los ultraizquierdistas que negaban que el capitalismo pudiera recuperarse, Lenin y Trotsky respondía que, a menos que el capitalismo fuera derrocado por la clase obrera, éste siempre encontraría una salida, incluso a la crisis más profunda.
Trotsky comentó de nuevo esta idea en un discurso ante el Tercer Congreso de la Comintern. Su forma de abordar la cuestión del «equilibrio», era radicalmente diferente a la de Kondrátiev. Mientras que, daba la bienvenida a la contribución de Kondrátiev a los debates mencionados en la Internacional Comunista, Trotsky advirtió que era incorrecto hacer generalizaciones históricas a priori, es decir, construcciones simplemente intelectuales, y no como resultado de una concienzuda investigación. «Las conquistas que se pueden obtener por este camino, estarán determinadas por los resultados de la propia investigación, que debe ser más sistemática, más ordenada que las incursiones emprendidas hasta ahora en el terreno del materialismo histórico». Probablemente, Trotsky aquí no se refería sólo a Kondrátiev, sino también a Bujarin.
En su discurso Trotsky dijo: «El equilibrio capitalista es un fenómeno complicado; el régimen capitalista construye ese equilibrio, lo rompe, lo reconstruye y lo rompe otra vez, ensanchando, de paso, los límites de su dominio. En el dominio económico, las crisis y las recrudescencias de la actividad constituyen las rupturas y restablecimientos del equilibrio… El capitalismo tiene, pues, un equilibrio inestable que, de vez en vez, se rompe y se compone» (L. Trotsky, La situación económica mundial y las nuevas tareas de la Internacional, p. 25. Ediciones El Siglo, Buenos Aires, 1973).
Aquí Trotsky polemiza contra aquellos «marxistas» mecánicos que hablaban de la «crisis final del capitalismo». Alude a un artículo aparecido en el London Times relacionado con el comercio exterior británico: «En enero de este año, el London Times publicó una tabla de estadísticas que abarca un periodo de 138 años… En este intervalo, se han completado 16 ciclos; es decir, 16 crisis y 16 periodos de prosperidad. Cada ciclo cubre aproximadamente casi nueve años… Si analizamos más de cerca la curva de desarrollo encontramos que está dividida en cinco segmentos, cinco periodos distintos. Desde 1781 a 1851 el desarrollo es muy lento; apenas se observa movimiento… Después de la revolución de 1848, que ensanchó los límites del mercado europeo, asistimos a una vuelta brusca. Desde 1851 a 1873 la curva de desarrollo sube rápidamente… y en 1873, las fuerzas productivas desarrolladas chocan con los límites del mercado. Se produce un pánico financiero. Desde 1873 y hasta 1894 presenciamos un estancamiento del mercado británico…. seguido por otro boom que duró hasta 1913… Por último, comienza el quinto periodo en 1914, es decir, la destrucción de la economía capitalista» (Ibíd, p. 57).
Trotsky estaba dispuesto a admitir la existencia de oscilaciones a largo plazo del desarrollo económico, pero negaba que estos periodos tuvieran un carácter cíclico. Más bien eran el resultado de una concatenación de circunstancias particulares, algunas de las cuales no tenían un carácter económico. Por lo tanto, no estaba justificada la utilización del término «ciclos largos» —menos aún «ondas largas»—. Consideraba que el mismo concepto de ciclo era estéril. En su lugar, planteó una concepción totalmente diferente, resumida en un gráfico que presenta el proceso de desarrollo histórico como una serie de fases, que comprendía tanto curvas ascendentes como descendentes de diferente duración y calidad. Esta opinión era compartida por muchos economistas soviéticos como Oparin, Gerzstein, Gúberman y Novojilov.
La curva de desarrollo capitalista de Trotsky está basada en las cifras antes mencionadas del comercio exterior británico, y es una refutación del método de Kondrátiev. Trotsky explica en su artículo, algo que para un marxista debería ser obvio, que el desarrollo del capitalismo no se puede reducir a una cuestión de ciclos económicos. Aunque en última instancia, el elemento decisivo en el proceso histórico es el desarrollo de las fuerzas productivas, hay muchos otros elementos que condicionan de forma decisiva el proceso. Los más obvios son las guerras y las revoluciones, pero hay muchos más. La tecnología, la política e incluso la religión pueden afectar a la economía de una forma importante. La relación entre la «base» económica y la «superestructura» legal, política e ideológica está lejos de ser un asunto de sentido único. La «superestructura» puede modificarse, desorganizarse, distorsionarse y afecta a la «base» económica de muchas formas. La ecuación es compleja y dialéctica, no sencilla y mecánica. Si se comete un error en este punto, necesariamente lleva a conclusiones incorrectas. El propósito del artículo de Trotsky era explicar lo compleja y contradictoria que es la relación entre la «base» y la «superestructura». Si no fuera así, la historia sería un asunto sencillo.
¿Cómo comprenden los marxistas el proceso histórico? Engels, en la introducción a La lucha de clases en Francia, plantea la posición básica del materialismo histórico. Y sirve de punto de partida para el análisis de Trotsky. Explica que el carácter de cada época viene determinado por toda una serie de elementos: no sólo el papel de las fuerzas internas en el sistema productivo, sino también factores externos como la apertura de nuevos países y continentes al capitalismo, el descubrimiento de nuevos recursos materiales, y también factores «superestructurales» como las guerras y las revoluciones. Todos estos factores influyen dialécticamente para producir un mosaico rico y complejo de acontecimientos al que llamamos historia.
¿Existe el ‘equilibrio’ en el capitalismo?
En las teorías de Kondrátiev está implícita la idea de que hay una clase de estado natural de equilibrio en el capitalismo. El equilibrio se ve alterado por las crisis económicas, pero con el tiempo éstas se superan y de nuevo se restaura el equilibrio, hasta que de nuevo lo interrumpe otra crisis, y así continuamente. Esta idea no la inventó Kondrátiev, sino que es una idea de finales del siglo XIX el destacado economista burgués Alfred Marshall. Esta idea ha disfrutado estos últimos años de renovada popularidad, porque incluye la noción de que el mercado se autorregula. La «mano oculta» del mercado al final regula todo. Por lo tanto, no es necesario interferir en las fuerzas del mercado. Cualquier reforma social, intervención estatal, legislación, salarios mínimos, sindicatos… no es necesario, sino que es perjudicial, porque distorsionan el mecanismo del mercado e impiden su auténtica función, que es alcanzar su famoso estado de equilibrio, en el cual precios, salarios y empleo estarán en su nivel «natural», y todo será lo mejor de lo mejor en el mejor de los mundos capitalistas.
El punto central de la teoría del equilibrio, es la noción de que en un mercado competitivo la oferta y la demanda, con el tiempo se equilibran entre sí. Pero toda la historia de las crisis capitalistas demuestra precisamente lo contrario. Esta idea es tan vieja como David Ricardo, quien escribió «ningún hombre produce con la idea de consumir o vender, y nunca vende sino es con la intención de comprar alguna otra mercancía que pueda serle inmediatamente útil o que pueda contribuir a la futura producción…». A su vez Ricardo tomó la idea del «necio Say», como le llamaba Marx. Desde entonces, la Ley de Say ha estado presente de una u otra forma en la economía burguesa. La intención es evidente: «demostrar» que la sobreproducción es imposible. Como decía Marx, una ficción económica.
Kondrátiev no sólo aceptó la teoría de Marshall, sino que en realidad intentó generalizar la noción de equilibrio a todos los aspectos de la actividad económica. Y escribe: «La oleada de fluctuaciones son procesos de alternativas perturbaciones del equilibrio del sistema capitalista; desviaciones crecientes o descendentes de los niveles de equilibrio» (Segundo artículo, p. 58 en la edición original en inglés. El subrayado es nuestro).
Las implicaciones reaccionarias de esta teoría son evidentes. Aquí tenemos las bases teóricas del thatcherismo, reaganismo y todas las variantes posteriores. Aunque todas estas ideas están muy lejos de la postura de Kondrátiev, ya que él no defendía las conclusiones reaccionarias que se derivaban de esta idea, pero sí defendió las posiciones ortodoxas de Marshall. Lo que nos interesa no es qué conclusiones se extraen de la teoría, sino la corrección de la propia teoría. En realidad, la teoría de equilibrio es otro ejemplo de una suposición arbitraria, que no se basa en hechos. Es un intento descarado de explicar las crisis económicas y justificar la anarquía de la producción capitalista, basándose en que «a largo plazo» el mercado alcanzará el equilibrio. Como decía irónicamente Keynes: «A largo plazo todos estaremos muertos». El toque de difuntos para la teoría del equilibrio y la economía marshalliana clásica llegó en 1929 y con la Gran Depresión.
El error de Kondrátiev es que trataba el sistema capitalista como un sistema lineal simple, como es el caso de un péndulo. Pero el paralelismo tiene un gran defecto, porque el sistema capitalista no tiene un «equilibrio natural». Se mueve caóticamente a través de crisis, guerras y revoluciones que no se pueden predecir por anticipado, porque el sistema no es un sistema lineal sino caótico.
La diferencia entre Trotsky y Kondrátiev no era secundaria o de énfasis, sino una diferencia fundamental de perspectiva y método. Es la diferencia entre la dialéctica marxista revolucionaria y las abstracciones inertes, el modo formalista de pensamiento de los profesores universitarios (incluso de los «rojos»). También tenía implicaciones prácticas profundas, y se pueden comprobar en la actitud tan diferente de ambos ante la etapa que atravesó el capitalismo mundial en los años veinte. Trotsky no aceptaba la opinión de Kondrátiev de que después de la recesión de 1920-21, el capitalismo restablecería de nuevo el equilibrio. A parte de la devastación causada por la guerra y la ruina de Alemania, estaba el desequilibrio entre el campo y la ciudad, y entre los diferentes sectores de la producción. En el plano internacional la contradicción entre Europa y EEUU cada vez era mayor, y en particular, entre EEUU y Gran Bretaña. Trotsky pronosticó que la recuperación económica tendría un carácter superficial y especulativo, y que conduciría a una profunda depresión. No descartaba la posibilidad teórica de un nuevo periodo de auge económico, pero sólo a costa de un terrible de sufrimiento de las masas europeas.
En una discusión la economía mundial celebrada en enero de 1926, en la que participó Trotsky junto con varios expertos soviéticos, incluido Kondrátiev, Trotsky insistió en la situación turbulenta del sistema financiero internacional y en que Europa lo que experimentaba en ese momento eran convulsiones espasmódicas continuas, y no una recuperación cíclica. «Cuando un organismo vivo se encuentra en situaciones imposibles», escribiría después Trotsky, «su latido cardiaco se vuelve irregular». Y explicaba que el boom económico en EEUU en gran parte lo había conseguido a expensas de Europa. En lugar de estabilización y equilibrio, Europa se enfrentaría a nuevo shocks que situarían los acontecimientos revolucionarios en el orden del día. Estas predicciones fueron confirmadas brillantemente por los acontecimientos posteriores.
La guerra y el ciclo económico
El eslabón mas débil de la línea argumental de Kondrátiev es la forma de tratar las guerras, las revoluciones y la innovación bajo el capitalismo. Afirma sin más, que las guerras y las revoluciones, suelen suceder en la fase ascendente de la «ola», mientras que las innovaciones tecnológicas suelen aparecer en la fase descendente. En su obra, Kondrátiev menciona las guerras y revoluciones, y elabora una lista o cronología de acontecimientos, que de algún modo, aparecen en la fase expansiva de la ola, y sigue el mismo método para elaborar la lista de inventos que son el producto de la fase descendente. En ningún momento, da una razón coherente para hacer estas afirmaciones.
Como ya hemos visto, Kondrátiev decía que las guerras y las revoluciones aparecen en la fase ascendente de las «ondas largas», «en periodos de alta tensión de crecimiento de la actividad económica». Hasta cierto punto, este argumento de Kondrátiev iba dirigido contra esos toscos «marxistas» defensores de que la revolución sólo podía venir de la pobreza de las masas. A esto Trotsky respondió que la miseria por sí sola no era suficiente para originar una revolución: si ese fuera el caso, las masas siempre estarían en rebelión. La relación entre las condiciones económicas y la revolución es una cuestión compleja. Pero ¿es correcto afirmar que las guerras y las revoluciones ocurren invariablemente en periodos de auge económico?
No es difícil demostrar la falta de solidez de esta hipótesis. Después de examinar las fechas, Oparin encontró que, si se elimina un periodo de aproximadamente cinco o siete años de cualquiera de estos periodos de cambio, entonces la distribución de acontecimientos como las revoluciones y las guerras (por no hablar de acontecimientos más triviales) era algo uniforme en todos los «ciclos largos». Además no hay razón aparente para que no sea así, y Kondrátiev proporcionó ninguna.
Según Kondrátiev, los años 1789-1809 se suponía que formaban parte de la fase expansiva de una «onda larga», seguida por un relativo estancamiento, de 1809 a 1849, cuando comenzó otra expansión que duró hasta 1873. Después siguió otra recesión hasta 1896. Según este esquema, la fase ascendente de la tercera «onda larga» sería desde 1896 a 1920, y la profunda recesión de 1920-21 se explicaría como una expresión del inicio de una fase descendente. En la práctica, la recesión de 1920-21 tenía una explicación diferente, como veremos después. ¿Cómo se adapta este esquema con la frecuencia de las guerras y revoluciones? Aquí una vez más, la selección de Kondrátiev de datos es bastante arbitraria. Por ejemplo, enumera cuidadosamente las seis coaliciones contra Napoleón, pero omite la guerra de 1812 entre Gran Bretaña y EEUU. Evéntov señala que la lista de guerras y revoluciones de Kondrátiev coloca la insurrección de Herzegovina al mismo nivel que la Revolución Francesa o la Guerra Civil americana. Las grave crisis de 1857 y la depresión de la década de los noventa del siglo XIX marcan un punto de inflexión de dos ciclos largos. La Guerra Franco Prusiana tuvo lugar en el pico de un ciclo, como ocurrió con la Comuna de París. Pero el caso de las revoluciones de 1848 no está claro. Ocurrió en la curva ascendente, entonces tendría que haber ocurrido en el mismo inicio. Ya que los años previos estuvieron marcados por una recesión profunda, y la psicología de los trabajadores todavía estaba marcada predominantemente por lo último y no por el auge.
La contradicción más obvia es que, según Kondrátiev, el periodo de 1914-20 marcó el comienzo de una fase descendente de una «onda larga». En esta fase, la revolución se supone no estaba en el orden del día. Son precisamente los años que siguieron a 1917 que estuvieron caracterizados por revoluciones y movimientos revolucionarios, no sólo en Rusia, también en Alemania, Francia, Gran Bretaña, España, Italia, Hungría, Estonia, Bulgaria, por hablar sólo de los países capitalistas desarrollados. Si la mayoría de estos movimientos no triunfaron, la razón no se puede encontrar en los caprichos del ciclo económico sino en el fracaso de la dirección. La Internacional Comunista se fundó en 1919. Los partidos comunistas eran jóvenes e inexpertos y cometieron muchos errores. Como explicó Trotsky en Lecciones de Octubre (1923), esto fue lo que impidió repetir el éxito del Partido Bolchevique. Por supuesto, las condiciones objetivas (incluida el ciclo económico) ejercen una poderosa influencia en la psicología de todas las clases, abonan el terreno para la lucha, y crean las condiciones que son más o menos favorables. Pero en última instancia, el factor subjetivo es decisivo. En Hungría, el gobierno burgués del conde Karolyi entregaba el poder al Partido Comunista sin ninguna lucha. Los comunistas húngaros tenían unas condiciones favorables para llevar adelante la revolución, pero fracasaron. Este fracaso no tuvo nada que ver con las circunstancias económicas y sí en cambio con la política equivocada de Bela Kun y otros dirigentes del Partido Comunista.
No es posible explicar un fenómeno complejo como las guerras y las revoluciones, con esta clase de reduccionismo económico. Las contradicciones que llevaron al conflicto entre las naciones o entre las clases, se podían detectar en cualquier etapa del ciclo. Pero como observó correctamente Oparin, alcanzan su punto más crítico en la transición de un periodo o ciclo a otro. Sin embargo, esto sencillamente significa que las condiciones objetivas han madurado para el comienzo del conflicto. La marcha de los acontecimientos está determinada por una interrelación compleja de fenómenos políticos, militares, diplomáticos, religiosos y psicológicos —que trascienden la escena económica y la determinan de forma decisiva—.
Tomemos un ejemplo más reciente: la guerra de Kosovo. ¿Fue el resultado de un fenómeno de «onda larga»? No, fue el resultado de varios factores complejos, como el desatamiento de la cuestión nacional en los Balcanes después del colapso del estalinismo y los cálculos estratégicos del imperialismo USA. ¿Aquí se agota la cuestión? En absoluto. La cuestión nacional en los Balcanes tiene una larga historia que sin duda condicionó el comportamiento de Milosevic y los demás participantes. Otro factor decisivo fue la turbulencia en la vecina Albania. De haber triunfado la revolución de 1997 en Albania (y no hay razones objetivas para que no ocurriera, aparte de la ausencia de un partido y dirección), toda la región habría entrado en el camino de la revolución. Pero el fracaso de la revolución en el sur abrió la puerta al imperialismo, salvó al capitalismo, y preparó el camino para futuras convulsiones. Berisha y su camarilla reaccionaria pudieron reagruparse en el norte, y allí jugó la carta del chovinismo albanés para intentar desestabilizar la situación y retomar el control.
Esto tuvo consecuencias fatales para Kosovo. El ELK recibió una gran cantidad de armas de grupos simpatizantes a través de las fronteras, y esto estimuló su agresividad. Todos estos acontecimientos prepararon el desenlace final. Incluso la religión jugó un papel (no decisivo) al atizar el odio entre serbios y kosovares. Si nos remontamos un poco más allá, la ruptura de Yugoslavia, en gran parte, fue un producto de las intrigas del imperialismo alemán, su vieja política de Drang nach Osten (Empuje hacia el Este) y su sed de retomar las viejas colonias en Europa del Este y los Balcanes. Este fue el factor principal y el origen de todo el caos en los Balcanes. Pero los imperialistas alemanes no podían prever los resultados de su política. Tampoco los estadounidenses podían anticipar los resultados de Rambouillet, ellos imaginaban que la simple amenaza de un bombardeo obligaría a Milosevic a rendirse. Cometieron un error y entraron en una guerra que podría haberles costado caro de no haber sido por la ayuda a última hora de Boris Yeltsin.
Napoleón dijo una vez que la guerra es la ecuación más complicada. Basta con enumerar unos cuantos elementos del conflicto de Kosovo, para ver la equivocación que supone intentar reducir todo a una «función económica». Las causas de la guerra de Kosovo no fueron sólo económicas (excepto los cálculos económicos presentes siempre en las guerras) sino estratégicas. Fue una guerra para decidir quién controla los Balcanes. Y no debemos olvidar la importancia histórica de los Balcanes para el imperialismo mundial, y siempre ha sido más estratégica que económica (debido a la posición estratégica de los Balcanes con relación a Europa y Asia, Oriente Medio, Rusia, el Mediterráneo, el Canal de Suez, etc.). Esta vez no fue diferente. La caída de la Unión Soviética, que hasta ahora tenía una de sus principales esferas de influencia en los Balcanes, ha dejado un vacío que ha permitido, como siempre, la entrada de las potencias extranjeras interesadas en acaparar esferas de interés y manipular a los pequeños estados balcánicos. A decir verdad, la reciente guerra en parte fue el resultado de un cálculo equivocado de Clinton, que estuvo mal aconsejado por sus oficiales sobre la situación real en Belgrado. Accidentes, malos cálculos, errores… todos jugaron un papel en la historia. En otras condiciones, es posible que la guerra de Kosovo nunca hubiera ocurrido. A la inversa, su resultado habría sido menos favorable para la OTAN si Moscú no hubiera traicionado a Belgrado, algo que tampoco se podía prever por adelantado.
La Primera Guerra Mundial
Tomemos otro ejemplo de la relación entre la guerra y la economía. Tanto la Primera como la Segunda Guerra Mundial, se desarrollaron de una forma imprevista, conformaron el orden mundial que las siguió, y tuvieron un efecto decisivo a la hora de determinar el carácter del ciclo económico. En 1914, los capitalistas encuentran una salida al callejón sin salida del sistema a través de la guerra. Pero, la guerra no es simplemente el reflejo de los problemas económicos. La Primera Guerra Mundial surgió de los antagonismos y tensiones que existían entre las diferentes potencias imperialistas, y que se habían acumulado en el periodo anterior. En los años previos a 1914, una crisis internacional siguió a la otra. Cualquiera de estos shocks habría conducido a la guerra. Fue un simple accidente, el asesinato del príncipe heredero austriaco, lo que desencadenó todo. Hegel decía que la necesidad se expresa a través del accidente. Otro factor fue el desarrollo de la lucha de clases en diferentes países. En vísperas de la Primera Guerra Mundial, en el periodo de 1912-14 hubo un gran auge de las luchas revolucionarias, no sólo en Rusia, también en Gran Bretaña, Irlanda, Francia, España y otros países. La insurrección revolucionaria de 1912-14 realmente puso fin a un largo periodo de paz social, incluso antes de la guerra. Pero todo se detuvo con el estallido de las hostilidades y la movilización general. La Rusia zarista se decidió a intervenir en la guerra —a pesar de su inherente debilidad—, por el temor a la revolución. Aquí una vez más, los factores económicos sólo jugaron un papel indirecto.
La Primera Guerra Mundial estalló después de un largo periodo de crecimiento económico, la Revolución Rusa en parte fue el resultado de la guerra. Pero es difícil relacionar estos acontecimientos con un esquema más amplio de cosas como el que describe Kondrátiev. Es increíble su audacia, pero ésta por sí sola no es una ciencia. Es necesario explicar con detalle cuáles son los mecanismos que desencadenan el proceso. Y los mecanismos del proceso que llevaron a la Primera Guerra Mundial son evidentes, y son los mismos que desencadenaron la Revolución Rusa. ¿Pero cuáles son los mecanismos del proceso descrito por Kondrátiev? No los explica, y por lo tanto son simples afirmaciones que podemos aceptar o no.
La situación económica que emergió de la guerra estuvo determinada, en gran parte, por los términos impuestos a Alemania, por parte el imperialismo francés y británico en el Tratado de Versalles. Las monstruosas reparaciones de guerra impuestas a Alemania, en la práctica, impidieron cualquier perspectiva de recuperación en la economía más grande de Europa. Sin una recuperación en Alemania, no se podía dar ninguna recuperación económica general en Europa. Este hecho elemental, lo explica John Meynard Keynes en su clásica obra Las consecuencias económicas de la paz. Una vez más, el factor decisivo no fue el ciclo capitalista de inversión, sino la política de rapiña del imperialismo. Otro factor fue la decisión de los imperialistas de aplastar a la Rusia soviética. Deliberadamente, excluyeron dos de las economías clave de Europa —Alemania y Rusia— y crearon las condiciones para nuevas convulsiones económicas. Por supuesto, esto no anula el ciclo capitalista normal, que continuó funcionando durante todo el periodo, pero tuvo un gran efecto en determinar el carácter del periodo de entreguerras.
El periodo tormentoso que siguió a la Revolución Bolchevique, que duró aproximadamente desde 1917 a 1923, y fue un periodo de revolución en un país tras otro, en el cual la clase obrera pudo tomar el poder en Italia, Alemania o Hungría. Pero en cada caso, la revolución fue traicionada por los dirigentes socialdemócratas. Esto creó la condición política previa para un nuevo equilibrio (aunque frágil y temporal). Fue incluso un boom temporal acompañado por las mismas viejas ilusiones de que el capitalismo había resuelto sus problemas. Vemos que, incluso en un periodo de descenso general, hay periodos de recuperación y boom económico. Pero estos son sólo respiros temporales que preceden a un nuevo y más profundo declive. De la misma forma, que un hombre agonizante experimenta periodos de lucidez y aparente recuperación, y que hacen creer a los que le rodean que se salvará.
El periodo de entreguerras, fue un periodo de agitación social y política. La oleada de revoluciones que se extendió por Europa después de 1917, ocurrió en un boom económico. Esto no invalida la afirmación de Kondrátiev, ya que el se refiere no al ciclo comercial, sino a las «ondas largas». Pero eso lo que demuestra, es que la relación entre la revolución y los procesos económicos, es compleja. En realidad, hubo más de una razón para estas revoluciones. Los elementos principales fueron la influencia de la Revolución Rusa, y la inmadurez e inexperiencia de los jóvenes Partidos Comunistas. Trotsky trata esta cuestión en Lecciones de Octubre, y explica el papel clave del factor subjetivo en la revolución.
En la Primera Guerra Mundial, se adaptó la producción a las necesidades del frente, el comercio aumentó. EEUU en particular, fortaleció su posición frente a las otras grandes potencias (como ocurrió en la siguiente guerra mundial). La guerra llevó a la crisis de 1920-21, y ésta en parte estuvo originada por la reentrada de Gran Bretaña y Francia en el comercio mundial. Pero también reflejaba el colapso de la demanda en Europa, debido a la reducción del nivel de vida de las masas, sobre todo en Alemania. En todas partes, los capitalistas intentaron poner la carga de la crisis sobre los hombros de la clase obrera. En Gran Bretaña, los empresarios intentaron reducir los salarios, y esto llevó a tremendas luchas obreras. La recesión no duró mucho. También fue el resultado de la inflación en tiempos de guerra (el gasto en armas es inflacionario por naturaleza), y exprimió al sistema. Después de la recesión llegó el boom que duró hasta 1929, y que tuvo un carácter boyante, sobre todo en EEUU, que ya era el principal país capitalista, arrebatando a Gran Bretaña la supremacía mundial. Tan profunda era la contradicción entre los dos, que a mediados de los años veinte, Trotsky pensaba que la guerra entre ambos era imposible.
La guerra destruyó la cohesión interna y la estabilidad de los principales estados europeos. En primer lugar Alemania, que experimentó agitaciones revolucionarias en 1918, 1919, 1920, 1921 y 1923. Después, el movimiento pasó por un periodo de reflujo. En parte fue el resultado del agotamiento de la clase obrera que había perdido confianza en el Partido Comunista, debido al fracaso de éste último en dirigir la revolución de 1923. La derrota de la revolución, creó las condiciones políticas para el boom económico que restauraría el relativo equilibrio durante unos cuantos años, antes del crash de 1929, y que abrió una nueva fase de declive más convulsiva. Los diez años que precedieron a la Segunda Guerra Mundial, fueron años de horrible colapso económico y la depresión mundial más profunda vista hasta entonces. Este fue precisamente un periodo violento de lucha de clases en un país tras otro: España (1931-37), Alemania (1930-33), Austria (1934), Francia (1936). En Gran Bretaña vimos la formación del ILP, una escisión por la izquierda del Partido Laborista y una oleada de huelgas no oficiales. En EEUU hubo una oleada de radicalización con las huelgas de los camioneros y la creación del CIO. Fue un periodo de revolución y contrarrevolución. Si triunfó la contrarrevolución, no fue un producto de las «ondas largas», sino el fruto del fracaso de la dirección proletaria. Trotsky lo explica perfectamente en su artículo Clase, partido y dirección. Decía que la clase obrera española podía haber hecho no una revolución, sino diez, pero todas sus organizaciones la habían traicionado: socialistas, comunistas, anarquistas y el POUM. El fracaso de la revolución no fue económico, sino el fracaso del factor subjetivo.
Si consideramos el periodo de entreguerras, no todo fueron crisis y revoluciones. También hubo un periodo de estabilidad, entre 1923 y 1929, acompañado por las ilusión en que el capitalismo había solucionado todos sus problemas. Políticamente, este periodo se caracterizó por una serie de gobiernos socialdemócratas en Europa. Hay ciertos paralelismos entre ese fenómeno y la situación acutal, ahora en la mayoría de Europa Occidental hay gobiernos socialdemócratas. Después llegó el crash de 1929, y un nuevo periodo de inestabilidad social y política a escala mundial.
Con cierto retraso, la recesión que comenzó en EEUU, alcanzó a Europa. El crash financiero se expresó en el colapso del Kredit Anstallt Bank de Austria, seguido por un colapso aún más profundo de Alemania y Gran Bretaña. Sin embargo, la velocidad con que se extendió la crisis económica al resto del mundo fue desigual. Francia, donde la clase dominante se apoyó deliberadamente en las capas más atrasadas (debido al temor al desarrollo del proletariado y después del shock de la Comuna de París), sólo entró en crisis en 1933-34, cuando EEUU ya comenzaba a recuperarse.
La recesión tuvo consecuencias muy profundas, creó tensiones sociales insoportables y crisis en Austria, Alemania, España, Francia y Gran Bretaña. Fue un periodo de revolución y contrarrevolución, que llevó a la Segunda Guerra Mundial. Pero una vez más, como en el periodo de 1917-23, la debilidad del factor subjetivo fue decisiva. Trotsky, no se basó en una «onda larga», sino en las derrotas del proletariado —sobre todo en España—, para predecir la inevitabilidad de una nueva guerra mundial.
Oparin realizó un estudio concienzudo de los mismos datos estadísticos utilizados por Kondrátiev, y llegó a la conclusión contraria, las guerras y revoluciones se producen con mayor frecuencia en el momento en que cambia el ciclo de la economía. Esta es una observación muy interesante y se aproxima más que la hipótesis de Kondrátiev. Trotsky, diría algo similar después, señaló que ni los booms ni las recesiones por sí mismos originan las revoluciones, sino que son los cambios repentinos en las circunstancias económicas (que puede ser el cambio de boom a recesión y viceversa) los que sacan a la sociedad de su letargo y obligan a hombres y mujeres a reconsiderar críticamente sus costumbres e ideas.
Los efectos económicos de la Segunda Guerra Mundial
La tesis de Kondrátiev quedó otra vez en evidencia en la Segunda Guerra Mundial. Ésta ocurrió no en un periodo ascendente, sino precisamente después de la depresión más profunda de la historia; no fue el resultado de las contradicciones de un periodo de expansión, sino del callejón sin salida al que llevó el colapso económico. La contradicción central fue la crisis del capitalismo alemán. El poderoso potencial industrial de Alemania estaba cercado y bloqueado debido al tratado impuesto por Francia y Gran Bretaña después de la Primera Guerra Mundial. El fracaso de la revolución alemana —resultado directo de la política equivocada primero de los socialdemócratas y después de los estalinistas— llevó al ascenso de Hitler. Los nazis intentaron resolver las dificultades alemanas introduciendo la economía de guerra («armas antes que mantequilla»). Pero en 1938 ésta había alcanzado sus límites. Hitler estaba obligado a ir a la guerra o enfrentarse al colapso económico y su caída. Lo único que podría haber evitado la Segunda Guerra Mundial, hubiera sido la victoria de la Revolución Española.
Tratar todos estos procesos con detalle sería demasiado largo, basta con decir que la línea de desarrollo histórico que hemos trazado aquí, no tiene nada que ver con el esquema formalista de Kondrátiev. La historia no obedece al determinismo económico, sino a la dialéctica. Los procesos económicos proporcionan el campo de batalla donde se libra la lucha de clases. La lucha de clases, la revolución y la contrarrevolución, y también las guerras entre las naciones y la diplomacia, tienen sus propias leyes inmanentes, y en ella, el factor subjetivo, las cualidades personales, la inteligencia y la capacidad de la dirección, juegan un papel decisivo. Y estos factores a su vez, condicionan las condiciones económicas. La relación entre todos estos factores es extraordinariamente complicada y contradictoria. No se puede reducir a una simple fórmula, como hizo Kondrátiev.
Lo que ocurrió después de la Segunda Guerra Mundial no lo podía haber previsto ni el más grande de los genios. Fue diferente a la situación que Trotsky había adelantado en 1938. Trotsky predijo, correctamente, que la guerra finalizaría en revolución. Hubo revoluciones, incluso durante la guerra, en Italia, Grecia, Dinamarca, incluso en Gran Bretaña, hubo un proceso profundo de radicalización y el deseo de un cambio fundamental de la sociedad. Los soldados regresaban de la guerra y expresaban su deseo de cambio, en Gran Bretaña se expresó con el voto masivo al Partido Laborista. En Alemania, el ambiente de radicalización se expresó en que el SPD inscribió en su programa la consigna de los estados socialistas unidos de Europa. En Francia e Italia, hubo movimientos revolucionarios que podrían haber terminado con la toma del poder. Lo mismo ocurrió en Grecia.
En los debates en la Internacional Comunista, a los que nos hemos referido, Lenin y Trotsky habían pronosticado teóricamente, que si los trabajadores no tomaban el poder, el capitalismo podría experimentar un nuevo avance importante. En ese momento, ellos no pensaban que fuera lo más probable, por eso hablaban de una posibilidad teórica. Si la Internacional Comunista y los Partidos Comunistas se hubieran mantenido firmes en una política leninista, toda la situación habría sido diferente. Pero la degeneración estalinista de la IC llevó a la revolución a la derrota, primero en China, y después en Alemania, y lo más desastroso de todo, en España. Después de la guerra, siguiendo las instrucciones de Moscú, los dirigentes comunistas evitaron la revolución en Francia, Italia y Grecia. En Gran Bretaña la oleada de radicalización se había extendido a la clase obrera y las fuerzas armadas, pero fue canalizada por los dirigentes laboristas en las líneas del reformismo y salvaron al sistema capitalista. Los dirigentes socialdemócratas alemanes jugaron después un papel similar.
Esta fue la condición política para el nuevo periodo de auge —un periodo nuevo y completamente diferente a la década de los treinta—. Fue un auge colosal de las fuerzas productivas, al menos en los países capitalistas desarrollados, una impresionante espiral ascendente de los medios de producción, pleno empleo en EEUU, Europa Occidental, Japón y que tuvo un profundo efecto en la conciencia de la clase obrera y las organizaciones de masas. La cuestión es: ¿cuáles fueron las razones para este largo auge? ¿Fue una manifestación de las «ondas largas» de Kondrátiev? ¿O fueron otras las causas?
La respuesta a esta cuestión hace tiempo que la proporcionó Ted Grant en uno de sus escritos económicos más importantes: ¿Habrá una recesión?, escrito en pleno apogeo del auge de la posguerra, a finales de los años cincuenta. En la primera parte de este trabajo, explica los diferentes factores que, combinados, produjeron una espiral ascendente que duró aproximadamente dos décadas. Habría que decir aquí que la guerra por sí sola jugó un papel económico —y no secundario—. Al originar una masiva destrucción de los medios de producción, una guerra, desde el punto de vista económico, tiene una función similar a la recesión. La tremenda destrucción de fábricas, puentes, ferrocarriles y carreteras es, por supuesto, trágica desde el punto de vista humano, pero desde el punto de vista de la economía capitalista es algo bueno porque, una vez terminan las hostilidades, crea nuevos mercados. Las carteras de pedidos están completas, las fábricas funcionan a plena capacidad, y los contratistas buscan afanosamente mercados.
Según las Naciones Unidas, la reconstrucción de la posguerra no terminó hasta 1958, y por sí sola fue un poderoso impulso del auge económico. De la misma forma, la aparición de toda una serie de nuevas industrias, resultado de la innovación militar por parte de los beligerantes, proporcionó nuevos campos de inversión tecnológica en química, plástico, radio, televisión, radar, energía nuclear, acero especializado y otros campos. Los elementos de la nacionalización y «planificación» introducidos durante la guerra, realmente debido a la necesidad militar, fueron el punto de partida del «capitalismo dirigido» y la economía keynesiana que muchos gobiernos occidentales pusieron en práctica a partir de 1945. Como ya anticipamos los marxistas, la aplicación de medidas keynesianas no fue el motor principal del boom (como imaginaban no sólo los socialdemócratas sino también algunos «marxistas» como Ernest Mandel y Tony Cliff). Eso jugó un papel secundario, y sólo a costa de producir colosales distorsiones e inflación que desde entonces ha exprimido el sistema con consecuencias penosas.
El keynesianismo representaba el temor a la revolución en Occidente. La oleada de revoluciones que comenzó a principios de 1943 (Italia), aterrorizó a la burguesía occidental que no dudó en realizar concesiones a la clase obrera. Por otro lado, la victoria de la Unión Soviética en la guerra y el avance del Ejército Rojo al corazón de Europa, obligó a los imperialistas estadounidenses a sostener al capitalismo europeo con grandes préstamos y ayudas (Plan Marshall). Este fue otro ingrediente de la recuperación económica. Como siempre, las reformas son el subproducto de la revolución. Una vez más, la economía no se puede separar de la política y la lucha de clases.
El factor principal fue el crecimiento del comercio mundial —un factor que ha durado hasta la actualidad—. Sin embargo, el orden económico mundial establecido después de 1945 no tiene nada que ver con una «onda larga». Fue la consecuencia directa del equilibrio internacional de fuerzas que emergió de la guerra: la dominación de todo el mundo por dos potencias poderosas: por un lado el imperialismo USA y por el otro la Rusia estalinista. El aplastante dominio económico de EEUU es evidente en el hecho de que, en 1945, dos tercios de todas las reservas mundiales de oro disponibles se encontraban en Fort Knox. A diferencia de Europa y Japón, cuya base productiva quedó pulverizada por la guerra, el poder nuclear proporcionó a EEUU una hegemonía total sobre el mundo occidental. Esto permitió a Washington imponer su voluntad en todo el mundo capitalista después de 1945.
Lo que es evidente es que esta peculiar concatenación de circunstancias, que impulsaron al mundo capitalista de la posguerra, no fue el resultado de una «onda larga». La combinación tremendamente compleja de elementos, que conformaron la economía mundial de la posguerra, no se podían haber previsto por adelantado, y no fueron el resultado de un esquema preordenado de cosas, sino de una interrelación inmensamente complicada de factores, no sólo económicos, sino también militares y políticos.
Las ‘ondas largas’ hoy
En los últimos años, las teorías de Kondrátiev han estado de moda entre todo tipo de economistas burgueses. El economista burgués austriaco, Joseph Schumpeter, en su clásico estudio, Los ciclos económicos, fue el primero en acuñar la expresión «ciclos» para hacer referencia a los ciclos económicos largos de cincuenta años. Sin embargo, la mayoría de los economistas las rechazan como bobadas o en el mejor de los casos, las consideran una excentricidad. Hoy en día, se pueden encontrar artículos significativos en periódicos económicos respetables en los cuales no sólo aceptan la teoría de la «onda larga», sino que hablan de ella con un temor reverencial.
La razón no es difícil de comprender. La economía burguesa oficial está en crisis. La autoridad que disfrutaban en otro tiempo los economistas universitarios la han perdido en los últimos veinte años. Los responsables de tomar importantes decisiones comerciales que implican grandes sumas de dinero, al mirarles, apenas disimulan su desprecio. ¿Y por qué no? Los economistas fueron incapaces de predecir la última recesión, y ocurrió lo mismo con el boom actual. Ahora predicen que el boom continuará para siempre. ¿Quién les cree? Probablemente no mucha gente, porque no muchos se molestan en leer lo que dicen. Los hombres de negocios de vez en cuando les consultan, pero esto se debe a la ausencia de una alternativa más satisfactoria.
En la búsqueda de alguna nueva idea, algunos de los pródigos miran hacia Kondrátiev, ¡y se les abre el cielo! Aquí está lo que necesitaban: ¡una teoría general que les proporciona la clave del pasado, el presente y el futuro! Mejor aún, una que da al sistema capitalista una larga vida, basada en el principio de que «todo lo que baja tiene que subir» Los partidarios burgueses de la teoría de la «onda larga», la han abrazado con el fervor de los nuevos conversos. La teoría que les permitiría realizar predicciones exactas del comportamiento de la bolsa. Por desgracia, el movimiento de la bolsa no se puede predecir con total seguridad. Siempre hay chalados (sobre todo en EEUU, que se ha especializado en producir este tipo de personas) que han disfrutado de una notoriedad temporal, al hacer predicciones económicas espectaculares, aunque la mayoría estén equivocadas. Hay que recordar el caso de Joseph Granville, que pronosticó una crisis bursátil en 1981 y el caso más reciente del Long Term Capital Management que sufrió pérdidas espectaculares en 1998 cuando se retiró del mercado debido al colapso del rublo ruso. Esta empresa se basaba en una supuesta fórmula de dos economistas, Robert Merton y Myron Scholes, que irónicamente ganaron el Premio Nóbel por su importante «descubrimiento». Este descubrimiento fue utilizado por John Meriwether, el Director Ejecutivo de LTCM, para convencer a los inversores de que no podían perder. Al final, la empresa perdió cientos de millones de dólares y tuvo que ser rescatada por la Fed.
En los años ochenta un hombre llamado Robert Prechter, popularizó la teoría de las ondas de Elliott, basada en las ideas de Kondrátiev. La versión de Elliott de la teoría de la onda, afirma que el mercado se mueve siguiendo un patrón predecible.
Por supuesto que no es nada malo intentar adivinar el movimiento de la economía y equivocarse. El problema es que la teoría de la «onda larga» (y su variante, las ondas de Elliott) no sólo pretende adivinar, sino que intenta predecir con total seguridad el comportamiento de la economía durante décadas y siglos. Kondrátiev al menos, intentó dar una visión audaz de la historia económica, y nos proporciona un campo de investigación, en cambio, los epígonos burgueses de Kondrátiev intentan desarrollar una seudo ciencia, y han reducido todo al absurdo.
Como era de prever, donde la «onda larga» causa más furor es en EEUU. En el Bank Credit Analyst (28/6/95) podemos leer: «La economía USA está embarcada en la tercera expansión de «onda larga» del siglo XX. La fuerzas motrices clave son el gasto de capital tecnológico y el crecimiento del comercio mundial». El artículo concluye: «Otros mercados más graves del siglo (los años treinta y setenta) ocurrieron durante «ondas largas» descendentes. La experiencia de los años sesenta sugiere que las correcciones bursátiles serán efímeras y las valoraciones elevadas hasta el final de su serie histórica de varios años». Esta es una predicción histórica general (y carece de cualquier base científica).
El periódico publica varias gráficas interesantes, una de ellas relacionada con las tendencias históricas de la productividad. Esta «demuestra que el crecimiento de la productividad ha seguido aumentando hasta superar la media de los ciclos anteriores —particularmente en la manufactura—. [En realidad, casi todo el crecimiento de la productividad se ha limitado a un sector —la tecnología de la información y específicamente a la fabricación de ordenadores—. Ver La lucha de clases y el ciclo económico]. La producción por hombre/hora en la manufactura, es el 5,5% superior a la media de los ciclos pasados, ajustada por el hecho de la producción ha caído poco del nivel histórico. Las empresas han disminuido su impulso por estimular la eficiencia y reducir los costes» (p. 28. El subrayado es nuestro).
Como hemos demostrado en documentos anteriores, este boom ha sido a expensas de la clase obrera. La tasa de explotación ha aumentado enormemente en todos los países, porque los capitalistas intenta extraer hasta la última gota de plusvalía de sus trabajadores. La búsqueda de plusvalía es la base de todos los auges económicos y de la producción capitalista en general. Pero en este boom la presión sobre la clase obrera ha sido mayor que en el pasado. No ocurrió lo mismo en los años sesenta, entonces los trabajadores sentían los beneficios del boom. El sentimiento ahora es bastante diferente. El malestar creciente se refleja en el hecho de que Al Gore ni siquiera pueda ganar unas elecciones en un boom. Este hecho es un síntoma de la debilidad subyacente de todo el sistema. Esto no se puede negar su importancia con referencias a los ciclos largos. Los economistas más serios como Michael J. Mandel (no guarda relación con Ernest) ahora predicen que el boom de Internet está preparando el camino para una depresión de Internet en un futuro previsible. Ha elaborado una serie de evidencias para respaldar su teoría, que es completamente probable, a pesar de los teóricos de la «onda larga».
Ernest Mandel y Kondrátiev
Ernest Mandel, que por costumbre capitulaba ante cada tendencia de moda en la economía burguesa, también se agarró a Kondrátiev, para intentar reconciliar sus teorías con las de Marx y Trotsky, mientras intentaba cubrir los rastros, sobre todo en su libro Late Capitalism (Londres, 1975). Después de capitular ante el keynesianismo y cada una de las teorías burguesas de moda, era algo típico de Mandel flirtear con las ideas de Kondrátiev, mientras que al mismo tiempo intentaba mantener una distancia de seguridad con ellos. Esta trampa de «nadar entre dos aguas» siempre fue la costumbre de Mandel, y expresa adecuadamente la naturaleza ecléctica de su método. De esta forma, en sus escritos sobre Kondrátiev dice: «La historia internacional del capitalismo aparece así no sólo como una sucesión de ciclos industriales distribuidos cada siete o diez años, sino también como una sucesión de periodos más largos, de alrededor de cincuenta años. Hemos conocido cuatro, hasta el presente» (Mandel, Las ‘ondas largas’ en la historia del capitalismo, p. 158. Madrid, Akal Ed., 1979).
Después de leer estas líneas es evidente que Mandel está de acuerdo con Kondrátiev. Esta impresión es aún más profunda cuando seguimos leyendo: «De esta forma, los indicadores más representativos parecen ser los de la producción industrial en su conjunto y la evolución del volumen del comercio internacional (o del comercio internacional por habitante). El primero explica la tendencia a largo plazo de la producción capitalista; el segundo, el ritmo de expansión del mercado mundial. Y en lo que concierne a estos indicadores, la verificación empírica de las ‘ondas largas’ desde la crisis de 1847 es totalmente posible» (Ibíd., p. 186. Subrayado en el original).
En otra parte leemos: «este ciclo de al menos cinco «ondas largas» no se puede atribuir sólo al azar, ni tampoco sólo a factores externos» (Ibíd., p. 185. El subrayado es nuestro). El lector observará que esta postura es exactamente la contraria a la de Trotsky, que insistía en la importancia de «factores externos» (guerras, revoluciones, etc.) a la hora de configurar estos periodos más amplios. Un poco después, sin pestañear, Mandel dice exactamente lo contrario: «Trotsky adelanta dos argumentos centrales contra las tesis de Kondrátiev: en primer lugar, la analogía entre las ‘ondas largas’ y los ciclos largos es incorrecta; es decir, que estas ‘ondas largas’ carecen de la ‘necesidad natural’ que tienen los ciclos clásicos. En segundo lugar, mientras el ciclo clásico se explica en última instancia por la dinámica interna de la producción capitalista, para explicarlo, la ‘onda larga’ requiere ‘un estudio más concreto de la curva del capitalismo y de la totalidad de relaciones entre lo último y todos los aspectos de la vida social» (Ibíd., p. 170).
Ya hemos dicho que no «muchos», sino poquísimos economistas soviéticos compartieron las ideas de Kondrátiev en los años veinte, aunque unos cuantos estaban de acuerdo con la postura de Trotsky contra Kondrátiev. Pero por qué dejar que los hechos estropeen una buena historia, como dicen los periodistas. Se puede estar de acuerdo con la teoría de Kondrátiev de las «ondas largas» o se puede estar de acuerdo con Trotsky, pero no con ambos.
La razón del interés de Mandel en Kondrátiev es evidente. Mandel era incapaz de explicar las razones del largo auge de la posguerra. Sus escritos económicos revelan el abandono del marxismo en favor del keynesianismo y otras teorías burguesas de moda. Después aparece Kondrátiev con sus «ondas largas» y soluciona el problema. La gran ventaja de las teorías formalistas es que sustituyen la necesidad de pensar. Mandel utilizó la tesis de Kondrátiev para explicar el largo auge de la posguerra en el capitalismo. Igualmente, la utilizó para «explicar» la subsiguiente crisis que comenzó en 1973-74.
Por desgracia, si tu dices A, también debes decir B, C y D. Una teoría equivocada, tarde o temprano en la práctica conduce al desastre. Mandel no avisó que la razón por la cual muchos economistas burgueses son tan entusiastas con las «ondas largas» de Kondrátiev, es que si esta teoría es correcta, no hay razón evidente por la cuál el sistema capitalista no pueda existir indefinidamente, pasando de un ciclo a otro. Si hay una fase descendente, no hay porque preocuparse, ya que con el tiempo vendrá una larga fase ascendente. Además, ya que no se puede hacer nada, la clase obrera no tiene otra alternativa sino apretarse el cinturón y esperar pasivamente tiempos mejores que llegarán con la siguiente ola. Las conclusiones reaccionarias que se extraen de esta concepción realmente no requieren ninguna explicación. En pocas palabras, rodeando una dificultad teórica, Mandel llega a una posición peor: a una que implicaría el abandono de la posición marxista.
El intento de «casar» a Trotsky con Kondrátiev es bastante cómico. Trotsky nunca aceptó la teoría de Kondrátiev de las «ondas largas». Todo lo contrario, explicó con todo detalle que la existencia de estas ondas —en el sentido dado por Kondrátiev— era imposible. No es imposible predecir con precisión el carácter o frecuencia de cada época. La gráfica elaborada por Trotsky en 1923 es muy irregular y refleja no ciclos largos, sino periodos históricos distintos.
Desde un punto de vista teórico, la noción de los ciclos largos no tiene nada en común con el marxismo. Pero ¡no importa!, Mandel asegura que las «ondas largas» se pueden verificar fácilmente a través de la evidencia empírica. Pero si era tan fácil demostrar la existencia de las «ondas largas», ¿por qué durante largo tiempo ha existido tanta controversia sobre el tema? Sólo es otro ejemplo del método utilizado por Mandel, afirmar una opinión como si fuera un hecho indiscutible, y ¡espera que nadie note la diferencia!
En su libro, Mandel califica la crítica de Garvy a Kondrátiev, de «sin sentido», «imprecisa» y «simplemente semántica». Cuando en realidad, el estudio de Garvy es muy riguroso y está bien documentado, algo que no se puede decir del escrito de Mandel, que, por ejemplo, se olvida de mencionar la cuestión crucial del equilibrio capitalista —el punto central de la teoría de las «ondas largas»—. Las diferencias de Trotsky con Kondrátiev no tenían una naturaleza semántica, y se centraban en la cuestión del equilibrio, algo que Mandel o bien no ha comprendido, o peor aún, ignora deliberadamente. La diferencia entre el término de Kondrátiev, «ciclo», y los «periodos» de Trotsky no es una sutileza lingüística, es una diferencia fundamental entre dos formas incompatibles de interpretar la historia económica y la lucha de clases.
El objetivo de Mandel en su libro es introducir elementos no marxistas en su «análisis» del capitalismo. Intentar estar de acuerdo al mismo tiempo, con Trotsky y Kondrátiev, es lo mismo que estar de acuerdo con Charles Darwin y con el Primer Libro del Génesis. Insiste en el papel de la caída de la tasa de beneficios en la crisis del capitalismo, pero después intenta «mejorar» a Marx, y atribuye ésta a factores como la creación del crédito y la política monetaria. Esto no es marxismo sino keynesianismo. Marx explicó que la causa principal de la tendencia de la tasa de beneficio era el aumento de la composición orgánica de capital. Y hoy podemos verlo con claridad en las colosales sumas de dinero invertidas en ordenadores y la constante actualización de la tecnología de la información.
La razón para que Mandel insista en estos otros elementos, es que quiere establecer un vínculo entre la teoría de los ciclos largos de Kondrátiev y la insistencia de Trotsky en que el desarrollo social y económico se ve afectado fundamentalmente por «condiciones externas». Pero las «condiciones externas» que Trotsky tenía en mente, no eran factores como el crédito (es una parte del mecanismo interno del ciclo comercial normal) o la política monetaria (indirectamente también es un reflejo del mismo proceso), sino a factores no económicos como son las guerras y las revoluciones. Incluso el examen más superficial de La curva de desarrollo capitalista demostrará que Trotsky negó específicamente que los periodos descritos por Kondrátiev tuvieran un carácter cíclico. Así que Mandel está de acuerdo con Kondrátiev y en desacuerdo con Trotsky. Por supuesto tiene toda la libertad para hacerlo, pero lo que no puede hacer es intentar aceptar sin más todas las ideas e intentar encubrirlo con gimnasia mental.
Mandel dice que el capitalismo ha experimentado «tres revoluciones tecnológicas generales», y las especifica: el uso de la máquina de vapor en 1848 (?); la introducción de la electricidad y el motor de combustión de la ultima década del siglo XIX; y por último, los aparatos electrónicos y la energía nuclear (!) después de los años cuarenta. Añade además, que cada una de estas revoluciones tecnológicas ha estado precedida de un proceso de «superacumulación» de capital: en este proceso «una parte del capital acumulado sólo se puede invertir obteniendo una tasa insuficiente de beneficios (?), una tasa que progresivamente se reduce».
Mandel se saca a Marx de la chistera y menciona de pasada la caída de la tasa de beneficios. Pero lo hace de la misma forma chapucera, no aclara que sólo es una tendencia, que antes de manifestarse, transcurren periodos enteros en los que no se manifiesta. Lo presenta como una ley absoluta, y eso nunca lo hizo Marx. En realidad, la llamada superacumulación de capital no tiene nada que ver con Marx. Es sólo la forma en que Mandel plagia y rebautiza la idea del «fondo de inversión». Como es habitual en Mandel, no hay ni un solo pensamiento original, sólo ideas no marxistas ataviadas con fraseología «marxista» y presentadas como propias.
Cuando este proceso misterioso de la «super acumulación» —las leyes del movimiento, origen y naturaleza que son tan desconocidas para los mortales— se ha completado, de repente aparece una revolución tecnológica, como un conejo del sombrero de un mago; excepto que aquí el lugar del último lo ocupan una combinación de (inexplicables) «factores detonantes», que mágicamente eleva la tasa de beneficio una vez más, e incorpora el nuevo proceso en la producción y así genera una gran oscilación ascendente de inversión y actividad económica. Pero entonces Mandel continúa: «Exactamente por el mismo proceso [el mismo proceso y no otro, pero tenemos que descubrir en que consiste este «mismo proceso»] la generalización de nuevas fuentes de energía [?] y nuevas máquinas, debe llevar … a una nueva desinversión y la reaparición de capital inactivo…» (Mandel, Op. Cit., p. 159 en la edición española).
La tasa de beneficio cae por la elevada composición orgánica de capital (la elevada ratio de capital constante con relación al capital variable, o la relación entre el trabajo vivo y el muerto) y la consiguiente reducción de la tasa de valor. Después sigue una contracción de la actividad económica. Esta es la parte descendente de la «onda larga». Pero este proceso conduce a una nueva fase de «superacumulación», resultado del crecimiento del capital inactivo que lleva (a la larga) a una nueva ola ascendente…, y así sucesivamente.
Este elegante modelo económico suprime todas las contradicciones, o mejor aún, las supera y las trasciende, de la misma forma en que el absoluto de Hegel trasciende a todas las contradicciones de este mundo —y del próximo—. Y como sucede con el absoluto de Hegel, el milagro se ha conseguido dentro de la mente. En realidad, Mandel mezcla todo. Confunde el ciclo comercial normal —las leyes las describe con gran detalle Marx—, con las «ondas largas» de Kondrátiev, y lo único que hace es reafirmar, de una forma superficial y confusa, lo que escribió Marx con relación a la tendencia a la caída de la tasa de beneficio y al ciclo comercial, y lo aplica donde no se puede aplicar, es decir, a un ciclo de cincuenta años. Intenta aplicar los métodos de Kondrátiev al último periodo del capitalismo después de la Segunda Guerra Mundial y llega a los siguientes resultados:
- Desde el final del siglo XVIII a 1823: crecimiento acelerado.
- 1824 a 1847: desaceleración del crecimiento.
- 1848 a 1873: aceleración del crecimiento.
- 1874 a 1893: desaceleración del crecimiento.
- 1894 a 1913: aceleración del crecimiento.
- 1914 a 1939: desaceleración del crecimiento.
- 1940 a 1940-48: (depende de los países) a 1966, aceleración del crecimiento.
De acuerdo con Mandel, en la actualidad habríamos entrado en la segunda fase de una «onda larga», que comenzó con la Segunda Guerra Mundial, caracterizada por la desaceleración de la acumulación de capital». (Ibíd., p. 122 en la edición inglesa). El problema, es que esta afirmación no corresponde con los hechos conocidos. Si, como pretende Mandel, el periodo de 1940-45 a 1966 fue la fase ascendente de una «onda larga», entonces la fase descendente habría comenzado en 1966, lo que evidentemente no es verdad. El auge económico de la posguerra continuó hasta la llamada crisis del petróleo de 1973-74. Desde entonces, el sistema capitalista no ha recuperado los niveles de crecimiento, productividad, rentabilidad, empleo y crecimiento del nivel de vida del periodo de 1948-73. En EEUU, los últimos cinco años han estado cerca de estas cifras, pero en Europa y Japón no ha sido el caso, y está por ver cuanto durará el boom en EEUU. Al contrario de las pretensiones optimistas de los partidarios del nuevo paradigma económico, el boom actual no representa una tendencia secular, sino que tiene un carácter frágil e inestable, y puede acabar en una seria recesión.
La cuestión de las «ondas largas» resumida
Al día de hoy, todavía no hay un consenso claro sobre la naturaleza exacta de estos ciclos largos, incluso entre los partidarios de la teoría. Al principio citamos una serie posible, que coincide con la teoría original de Kondrátiev: 1848-79; 1880-93; 1894-1914; 1915-39; 1940-74. Sin embargo, hay otras alternativas propuestas, como son: 1820-70; 1870-1913; 1913-50: 1950-73 y 1973-94. Estas diferencias subrayan la naturaleza arbitraria de la hipótesis. Los protagonistas de la teoría de la «onda larga» no se ponen de acuerdo entre ellos.
Es obvia la existencia de desarrollo capitalista distintos y en momentos diferentes. Hoy en día, los datos existentes nos permiten realizar un estudio más serio de la historia económica del capitalismo. En la ciencia, a veces ocurre que una hipótesis incorrecta te conduce a resultados importantes que sirven para el progreso de nuestro conocimiento y comprensión. La teoría del big-bang en la cosmología es uno de esos casos. En contraste con el modelo teórico abstracto de Kondrátiev, un enfoque más empírico demuestra la existencia de una serie de ciclos desiguales —como pronosticó Trotsky—.
Un estudio reciente hace el siguiente comentario: «Las distintas fases no se inician por decisiones colectivas planificadas, ideas innovadoras o cambios en la ideología de la política económica interna o internacional. Las transiciones de una fase a otra, normalmente, están determinadas por algún tipo de accidente histórico o sacudida del sistema» (A. Maddison, Phases of Economic development, p. 59. El subrayado es nuestro).
Esto es exactamente lo que decía Trotsky en La curva de desarrollo capitalista. El motivo por el cual las fases históricas de desarrollo capitalista tienen una duración irregular, es precisamente porque están determinadas por la interrelación de fuerzas complejas —con carácter no exclusivamente económico—. La transición de un periodo a otro se caracteriza por cambios bruscos y repentinos. Los cambios más violentos son las guerras y las revoluciones, que representan una ruptura profunda con el pasado e interrumpen el movimiento y la dirección de la sociedad, creando las condiciones para un nuevo paso adelante —o una regresión—. La línea de la historia, contrariamente a los prejuicios de los evolucionistas liberales, conoce periodos de descenso y ascenso. El punto en que un sistema socioeconómico determinado agota su potencial de desarrollo de los medios de producción, es donde empieza su declive y decadencia. Este declive podría tener una duración larga, y se podría ver interrumpido por periodos de recuperación, pero la línea general seguirá siendo descendente.
Desde un punto de vista histórico, el sistema capitalista ha jugado un papel revolucionario. En toda la historia de la humanidad, nunca se había producido un desarrollo similar de la industria, la agricultura, la ciencia y la técnica, tan espectacular y casi milagroso. El primer periodo de la acumulación primitiva de capital, empieza aproximadamente en el siglo XIII, el momento en que las sociedades urbanas se formaban alrededor de los gremios urbanos y las universidades se convirtieron en centros de aprendizaje. Esta es la fase embrionaria del capitalismo, cuando la naciente burguesía luchaba por reafirmar sus derechos frente al orden feudal prevaleciente. Sin embargo, el verdadero periodo de ascenso capitalista comienza con la Reforma protestante y el Renacimiento, el descubrimiento de América y el periodo del capitalismo mercantil en los siglos XVII y XVIII. A partir de entonces, la gráfica de desarrollo económico demuestra una tendencia ascendente. El periodo naciente del capitalismo, está lleno de revoluciones: la revolución holandesa y la Guerra Campesina en Alemania en el siglo XVI; la Revolución Inglesa en el siglo XVII y la Revolución Francesa en el siglo XVIII. La invención de la máquina de vapor y la revolución industrial inician un periodo de crecimiento económico tormentoso, la extensión del capitalismo a Europa y a todo el mundo. El ascenso de los estados nacionales en Europa, acompañado por guerras, representa la consolidación del capitalismo y la división del mundo entre las principales potencias capitalistas, y con ello el desarrollo del imperialismo. Las contradicciones entre las potencias imperialistas con el tiempo llevaron a la Primera Guerra Mundial.
Incluso el estudio más superficial del periodo anterior a la Primera guerra Mundial, demostrará la interrelación entre los factores económicos y los no económicos a la hora de conformar cada periodo. Al periodo de 1789 a 1815, le dio forma la Revolución Francesa y las Guerras Napoleónicas. Estos acontecimientos tuvieron profundos efectos económicos, que surgieron del Sistema Continental de Napoleón y del consiguiente bloqueo de Europa por la armada británica. Estos acontecimientos también tuvieron repercusiones en América y Asia. Sólo cambió la situación en 1820, lo que permitió la normalización del comercio, que junto con el progreso tecnológico caracterizó la revolución industrial en Gran Bretaña, y preparó el camino para un crecimiento económico importante. La expansión de 1820 a 1870, principalmente ocurrió en Europa que contaba con el 63% del crecimiento de la producción mundial, y a destacar, Gran Bretaña, Alemania, Bélgica y Holanda. Pero fuera de Europa, el crecimiento fue escaso. No había llegado todavía la época del mercado mundial. Gran Bretaña tenía una aplastante superioridad en todos los campos. Su fortaleza industrial se reflejó en el declive del campesinado y el ascenso del proletariado industrial. En 1870 su sector agrario empleaba sólo a una cuarta parte de la población.
Maddison dice que con las evidencias disponibles, después de 1789 el crecimiento fue más acelerado. Aquí también, el nuevo periodo estuvo marcado por la guerra y la revolución (la guerra Franco Prusiana y la Comuna de París). El nuevo elemento decisivo en la ecuación es la pérdida del monopolio británico y el poder industrial, y el ascenso de Alemania y EEUU (la abolición de los Estados esclavistas como resultado de la Guerra Civil Americana y la unificación de Alemania que se consiguió a través de la guerra). Este periodo también se caracterizó por una nueva etapa en las revoluciones industriales, en particular los ferrocarriles, pero también con otros inventos que mejoraron las comunicaciones y unieron todo el mundo en un solo mercado capitalista mundial (barcos a vapor y telégrafo).
Es evidente que esta expansión del comercio mundial fue uno de los factores clave de este auge, como ya había pronosticado Marx. El capitalismo abrió nuevos mercados, y de esta forma consiguió un campo de operaciones mayor. En el siglo XVIII el proteccionismo era la norma. Pero el ascenso del capitalismo industrial en Gran Bretaña y la demanda de nuevos mercados cambió todo. No hay que olvidar que al principio del periodo de desarrollo capitalista —cuando la industria aún estaba en su infancia— todos los Estados capitalistas eran proteccionistas. Sólo cuando el desarrollo de sus industrias chocaba con las escasas posibilidades del mercado local, comenzaron a defender el libre comercio. Por razones obvias, el primero en entrar en este camino fue Gran Bretaña. Entre 1846 y 1860, Gran Bretaña eliminó todas las barreras arancelarias y restricciones comerciales. Esta medida no se consiguió fácilmente, costó una larga y dura batalla, entre los manufactureros y los intereses de la tierra representados por el Partido Tory. Además, los otros países capitalistas mantenían medidas proteccionistas hasta que sus industrias fueron lo suficientemente fuertes para resistir al libre comercio. Con frecuencia, los que intentan imponer los «beneficios» de la globalización a las débiles economías de África, Asia y América Latina, olvidan este pequeño detalle.
Gran Bretaña impuso el libre comercio en sus colonias y semicolonias, por ejemplo, en Turquía, Tailandia (Siam) y China, la «persuasión» de los británicos a los chinos sobre los beneficios de la liberalización comercial, les obligó a comer opio. En Alemania, los acuerdos de la unión aduanera (Zollverein) de 1834, acabaron con las fronteras entre los Estados alemanes. En 1860, el Tratado Cobden-Chevlier eliminó las restricciones cuantitativas francesas y redujo las barreras arancelarias. Después llegaron los tratados comerciales franceses con Bélgica, el Zollverein, Italia, Suiza, España y otros países.
Los ferrocarriles, el telégrafo, los barcos a vapor y la apertura del Canal de Suez, estimularon el comercio mundial, que como ocurrió después de la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en el principal motor del crecimiento económico mundial. En este periodo, el comercio mundial aumentó cuatro veces más que la producción mundial, y con ella un enorme desarrollo de la división mundial del trabajo. Aquí reside el secreto del colosal crecimiento que caracterizó el capitalismo hasta la Primera Guerra Mundial. Maddison calculó (no compartida por otros economistas de «onda larga») la gráfica de desarrollo económico, y ésta sube significativamente después de 1870 y continua, con interrupciones, hasta 1913.
Para el conjunto del mundo, durante el periodo anterior a la Primera Guerra Mundial, el crecimiento per cápita del PIB fue el segundo más grande de la historia —superado sólo por el auge de 1948-74—. Sólo el gasto en ferrocarriles fue mayor que cualquier otra inversión de la historia, incluido el boom actual de la tecnología de la información (TI). La longitud de líneas ferroviarias de un total de 36 países pasó de 191.000 kilómetros a casi un millón entre 1870 y 1913. Hasta cierto punto, el desarrollo del comercio mundial de ese periodo, fue mayor que en la fase actual de la globalización. El periodo de 1870 a 1913, estuvo caracterizado por una masiva inmigración internacional, salieron 17,5 millones de personas de Europa a EEUU, Canadá, Australia, Argentina, etc., Al otro lado del planeta, un gran número de indios y chinos se trasladaron a Ceilán, Birmania, Tailandia, Indonesia y Singapur.
Sin embargo, sería incorrecto presentar este periodo como un desarrollo suave e ininterrumpido. El desarrollo de varios estados capitalistas poderosos, todos en lucha por los mercados, colonias y esferas de influencia, llevó a la aparición de nuevas contradicciones y al surgimiento del imperialismo —la fase más elevada del capitalismo monopolista analizada por Lenin en su obra clásica El imperialismo, fase superior del capitalismo—. Lenin explica que una de las características esenciales del imperialismo es la exportación de capital. En el periodo previo a la Primera Guerra Mundial, hubo un masivo flujo internacional de capital, en particular de Gran Bretaña, que dejó la mitad de sus ahorros en el extranjero. Pero Francia, EEUU y Alemania rápidamente alcanzaron a Gran Bretaña y esto tuvo consecuencias explosivas. El Tratado de Berlín (1870), dividió oficialmente al mundo entre las principales potencias europeas. Al final de este periodo, no sólo Gran Bretaña, Francia, Bélgica, Holanda y Alemania tenían colonias, también Rusia, Italia y EEUU.
Antes de 1914, los activos exteriores británicos equivalían a 1,5 veces su PIB; los activos franceses superaban el 15% de su PIB; los alemanes un 40% de su PIB y los de EEUU sólo el 10%. Estas cifras dan una idea bastante aproximada de la distribución del poder económico mundial antes de la Primera Guerra Mundial. Durante un tiempo los capitalistas podían coexistir pacíficamente, gracias a la expansión general del comercio y la producción mundial que les daba algo a todos. Pero el desequilibrio era tan grande que no podía durar mucho. En particular, el poder militar e industrial de Alemania —el recién llegado a la escena— no correspondía con su posición como potencia económica mundial.
Como hemos visto, el periodo de entreguerras fue complemente diferente al anterior. Como Maddison lo describe: «Fue una época perturbada por la guerra, la depresión y la política de mendigar al vecino. Fue una era desapacible, y el potencial de crecimiento se vio frustrado por toda una serie de desastres» (Op. Cit., p. 65). Pero el mismo autor considera que el periodo es tan complejo que sería inútil o casi imposible considerarlo como uno solo. Él lo divide en tres periodos separados: 1913-29; 1929-38 y 1944-49.
No es posible entender el desarrollo económico a menos que, tengamos en cuenta los efectos de la guerra en la que una parte importante de Europa quedó devastada y murieron 3,3 millones de personas del Este de Europa. Maddison dice lo siguiente: «La división de la vieja región [Europa] llevó a la aparición de nuevas barreras arancelarias, desvarató los transportes tradicionales, y creó muchos problemas de ajuste ante las nuevas condiciones del mercado. Polonia tuvo que adaptar su economía nacional a tres monedas y zonas fiscales diferentes» (Ibíd., p. 66). «La mayoría de los países de Europa Occidental sufrieron una bajada del PIB debido a la guerra, esto dañó profundamente los niveles de vida en Bélgica, Francia y Austria. El PIB que Europa Occicental tenía en 1913, no lo recuperó hasta 1924; durante una década, el producto per cápita estuvo por debajo de los niveles anteriores a la guerra. Una gran parte de los recursos se desvió al consumo y a la inversión con fines bélicos. Las fuerzas armadas sufrieron 5,4 millones de muertes (incluidos dos millones en Alemania, 1,3 millones en Francia, y 750.000 en Gran Bretaña). A parte del dolor infringido a las familias de las víctimas, muchos de los supervivientes sufrían heridas o padecían los efectos del gas venenoso» (Ibíd., p. 68).
«El impacto destructivo de la guerra en Occidente se concentró en una estrecha franja de territorio en Bélgica y el norte de Francia (…) Francia perdió dos tercios de sus inversiones en el extranjero debido a las deudas (principalmente con Rusia) y a la inflación. Alemania tuvo que vender sus pequeños activos en el extranjero para hacer frente al pago de las reparaciones de guerra. La marina mercante británica sufrió grandes pérdidas» (Ibíd., p. 68).
El boom temporal que siguió a la recesión de 1920-21 tenía muchas similitudes con el boom actual. Ese boom terminó con la recesión de 1929, que acabó con la ilusión de que los buenos tiempos durarían para siempre. El impacto de la depresión posterior, fue incluso mayor que la destrucción de la guerra. «El orden económico internacional y las aspiraciones de la política económica nacional se vieron afectados por la depresión. Muchos países abandonaron el patrón oro. El mercado internacional de capital colapsó y la liberalización comercial se terminó. EEUU adoptó una medida desafortunada al implantar la legislación arancelaria Smoot-Hawley en 1929-30. Esto hizo estallar una oleada de represalias en todo el mundo. Gran Bretaña introdujo la preferencia imperial en 1932. Francia, Japón y Holanda aplicaron medidas similares en sus imperios. Peor aún, fueron las restricciones al comercio e intercambio exterior que adoptó Alemania. Y en cierta forma, Francia, Italia, Japón, Holanda, Europa del Este y América Latina, lo copiaron. El volumen del comercio mundial cayó en más de una cuarta parte, hasta 1950 no se recuperó el nivel de 1929. La deuda general y el pago de las reparaciones conllevó una masiva huida de capitales de Europa a EEUU».
Lo que convirtió la recesión de los años treinta en una profunda depresión, fue la contracción del comercio mundial debido a la política proteccionista y las devaluaciones competitivas. Esto es lo que dio al periodo previo a la Segunda Guerra Mundial un carácter radicalmente diferente al periodo anterior a la Primera Guerra Mundial. Pero incluso durante este periodo, el ciclo boom/recesión continuó funcionando. En 1938, la economía USA comenzaba a salir de la recesión. Pero lo que transformó completamente la situación y marcó la transición de un nuevo periodo histórico, fue el estallido de la Segunda Guerra Mundial. La guerra —consecuencia de las contradicciones insoportables del capitalismo mundial— costó 55 millones de vidas (27 millones rusas), la destrucción masiva de las fuerzas productivas y llevó a la raza humana al borde del barbarismo. Bélgica, Francia, Italia y Holanda sufrieron inmensos daños. Gran Bretaña también sufrió los bombardeos. Pero nada comparado con la destrucción catastrófica de las fuerzas productivas en la URSS, Europa del Este, Yugoslavia y Alemania.
Sin embargo, desde un punto de vista estrictamente económico, la guerra sirvió de estímulo. Engels explicó hace tiempo que durante la guerra el funcionamiento normal del sistema capitalista se paraliza temporalmente. La respuesta a los defensores de la «economía de libre mercado» es la siguiente: cuando ellos se enfrentaron a una amenaza seria y se hundieron en una lucha a vida o muerte, la clase dominante británica y estadounidense, no dejó las cosas a merced de la «mano invisible» del mercado. Todo lo contrario, recurrieron a la centralización, nacionalización, e incluso a medidas de planificación parcial. Por supuesto que basándose en el capitalismo, esta planificación nunca puede ser completa. Pero ¿por qué lo hicieron? La respuesta es clara: porque obtienen mejores resultados. Las cifras hablan por sí solas, la producción USA en este periodo casi se dobló, consiguió una tasa anual de crecimiento de casi el 13 por ciento. Toda la capacidad inutilizada (inutilizada porque no era rentable para los capitalistas) se utilizó para la guerra.
El plan de Hitler era conseguir por medios violentos una redivisión del mundo que beneficiara a Alemania. Esto significaba una lucha con las antiguas potencias imperialistas Gran Bretaña y Francia, y sobre todo con la Unión Soviética. La esclavización de Europa del Este y Ucrania era el eje de su plan. Y no podía conseguirlo sin pulverizar y desmembrar la URSS. Todo lo demás era simplemente una expresión del sueño imperialista de dominio alemán. El nazismo con su delirio racista e ilusiones de superioridad nacional era sólo la esencia destilada del imperialismo, disfrazado bajo la densa capa de superstición medieval y el misticismo, servido con un lenguaje que apelaba a la mentalidad del pequeño burgués que se enfrenta a la ruina económica ante la crisis del capitalismo.
Al menos durante la guerra, Hitler materializó el viejo sueño del imperialismo alemán: reorganizar Europa bajo control alemán. El Reich controlaba un vasto territorio que incluía toda la industria y riqueza de Europa, y una régimen militar formidable que habría derrotado fácilmente a las fuerzas de Gran Bretaña y Francia. Pero Hitler fue derrotado por la Unión Soviética en el combate más tremendo de la historia militar. La victoria de la Unión Soviética en la guerra, y la división de Europa en dos bloques completamente antagónicos, transformó la situación mundial y alteró los cálculos de Gran Bretaña y EEUU. El resultado fue totalmente diferente al de la Primera Guerra Mundial, aunque el grado de destrucción de Europa y otras partes del mundo (China, Japón, etc.,) fue mucho mayor. Los Aliados lanzaron dos millones de toneladas de bombas en el continente, la mayoría sobre Alemania. El capital social de Europa estaba en ruinas. La situación en la URSS y Europa del Este aún era peor. Los submarinos habían hundido a la mayor parte de la marina mercante y la mayoría del ganado había muerto. Además, Gran Bretaña estaba endeudada con EEUU y la Commonwealth.
Con menos destrucción en Europa, la Primera Guerra Mundial llevó a un largo periodo de depresión económica. ¿Por qué no ocurrió lo mismo después de 1945? ¿Era consecuencia de una «onda larga» predeterminada? En absoluto. Fue el resultado del Plan Marshall que EEUU extendió a Europa, no por razones económicas, sino por temor a la revolución y al «comunismo». El acuerdo de la posguerra y el largo auge económico que la siguió (las razones ya las hemos dado), no fue resultado de consideraciones económicas, sino políticas, militares, estratégicas y diplomáticas. Paradójicamente, cuando acabó la guerra, y empezando por EEUU la producción y el PIB cayeron, éste último una cuarta parte desde 1944 a 1947, al abandonar la economía de guerra y desmovilizar el ejército. La situación sólo cambió con el boom mundial que resultó del Plan Marshall, la reconstrucción europea y después el boom de la guerra de Corea.
Durante toda una generación, después de la Segunda Guerra Mundial, el capitalismo mundial experimentó —quizá por última vez— un largo periodo de crecimiento masivo y sostenido, acompañado por el aumento de la productividad, salarios y niveles de vida en los países capitalistas desarrollados. Estas fueron las bases objetivas para la relativa estabilidad de las relaciones entre las clases, y también entre los estados nacionales en el periodo de la posguerra. En EEUU la productividad laboral creció un 2,5% anual, comparado con el 1,9% del auge de 1870-1913. La tasa de crecimiento en EEUU fue dos veces mayor que la Gran Bretaña en el siglo posterior a 1820.
Fueron unos resultados impresionantes. Además, si tomamos la tasa de progreso económico de este periodo, vemos la verdad literal de lo que escribieron Marx y Engels sobre el verdadero papel revolucionario del capitalismo al desarrollar las fuerzas productivas, y como de esta forma sentaba las bases para un orden superior de la sociedad humana. Si tomamos el periodo de 1913 a 1950 vemos que el crecimiento de la productividad en EEUU fue del 1,6% anual, que ya era cinco veces más rápido que el periodo de 1870 a 1913. Pero esta tasa se aceleró aún más en el auge de 1950-1974. Después cayó y llevamos veinte años prácticamente de estancamiento.
La época de declive capitalista
El desarrollo del capitalismo no es un sistema cerrado en el cual un proceso físico simplemente se repite, sino que evoluciona. Igual que en la vida de un hombre o mujer podemos ver etapas definidas que no se repiten, podemos ver fases similares en la vida de los diferentes sistemas históricos. La república romana entró en una fase de expansión vigorosa, marcada por las guerras de conquista. Probablemente el principio del fin coincidió con el final de las Guerras Púnicas que llevó a la destrucción del rival más formidable de Roma. Después siguió un periodo de gran inestabilidad y guerras civiles en la última república, que llevó a la imposición del dominio de los emperadores, empezando por Augusto. El imperio alcanzó su punto máximo en el desarrollo de la siguiente generación, y después entró en un largo periodo de declive, que duró tres siglos. Sin embargo, este declive no siguió una línea recta. Hubo periodos de recuperación y brillantez, que, sin embargo, sencillamente pavimentaron el camino para un nuevo declive y decadencia. Se podrían hacer paralelismos con la línea de desarrollo del feudalismo en Europa Occidental, con las monarquías absolutas que ocuparon el lugar de los emperadores.
Por supuesto, cada sistema socioeconómico tiene sus propias peculiaridades y el proceso no sigue un camino idéntico en todos ellos. Las leyes que gobiernan el desarrollo de la sociedad esclavista no son las mismas que las del feudalismo. Y el capitalismo tiene leyes que son radicalmente diferentes a ambos. Pero ese no es el tema. La cuestión es que el desarrollo social no procede según los mecanismos de un sistema cerrado sencillo, en ciclos que se repiten sin fin. La única excepción posible sería lo que Marx llamó el modelo asiático de producción, basado en el bajo nivel de desarrollo de la producción (una económica agrícola de subsistencia) junto con una gran burocracia estatal, como era el caso en la antigua China. Pero el capitalismo no es comparable en absoluto a este sistema.
Incluso desde sus inicios hace 300 años, el sistema capitalista ha jugado un papel revolucionario en el desarrollo de las fuerzas productivas. Alcanzó su apogeo en el siglo XIX, cuando jugó un papel relativamente progresista al desarrollar a un nivel sin precedentes, la industria, la ciencia y la tecnología. Las dos guerras mundiales y el periodo de crisis y depresión entre las dos guerras, fueron la ilustración gráfica de que las fuerzas productivas habían superado los estrechos límites de la propiedad privada y el estado nacional. La Revolución de Octubre demostró como se podían resolver estas contradicciones.
La cuestión central es la naturaleza del auge de la posguerra. ¿Representó un nuevo periodo de renacimiento capitalista? ¿O quizá fue la prueba que el capitalismo está destinado hasta el fin del mundo a pasar por estas fases ascendentes y descendentes, entre la prosperidad y la depresión? ¿O fue un respiro temporal que preparó el camino para un nuevo declive más terrible? Desde un punto de vista marxista, el sistema capitalista hace tiempo que dejó de jugar un papel relativamente progresista. El callejón sin salida se expresa en el hecho de que, incluso en un boom como el actual, el número de parados y subempleados sea de 1.000 millones de personas, de acuerdo con las cifras de la ONU.
El futuro del mundo se puede ver en la situación difícil de los países capitalistas subdesarrollados de Asia, África, y América Latina. Incluso en el apogeo del boom, padecen la pobreza, la deuda, el hambre y el analfabetismo. Incluso aquellos países subdesarrollados que han experimentado crecimiento económico, las masas han experimentado una caída de su nivel de vida. Por ejemplo, la tasa de crecimiento de Perú en 1998 subió un 0,3%, y en los primeros nueve meses de 1999 subió un 2,1%. Un ritmo más rápido que el resto de América Latina. Según Business Week (29/11/99): «Para la mayoría de los peruanos, las cifras positivas del PIB se contradicen con la realidad, los ciudadanos se sienten como en una profunda recesión, y las empresas se cuestionan la veracidad de las cifras gubernamentales». Todo esto confirma que el capitalismo se encuentra en un largo declive que se manifiesta de muchas formas diferentes.
La prolongación de la agonía del capitalismo, amenaza con socavar la cultura y la civilización humana, o incluso el futuro de la humanidad. La tecnología que puede ser una amenaza para la existencia de nuestras especies (la guerra química y biológica, ingeniería genética, energía nuclear…) está en manos de multinacionales irresponsables; la destrucción del planeta por la sed de beneficios de los monopolios; la degradación del medio ambiente —el aire que respiramos, el agua que bebemos, la comida que comemos— se lleva a cabo en nombre del beneficio. Las desenfrenadas actividades del imperialismo provocan una guerra tras otras. Todos estos fenómenos —tomados en su conjunto— ponen un gran signo de interrogación no sólo sobre el futuro de un sistema socioeconómico que ha logrado sobrevivir a sí mismo, sino también sobre el futuro de nuestro planeta.
Los años setenta fueron una década de revolución. Empezando con el derrocamiento de los coroneles griegos, la revolución portuguesa de 1974-75 y el inicio de movimientos revolucionarios en Europa. No sólo en Grecia y Portugal, también en Italia, España, Francia, Chipre y Gran Bretaña. Esto también afectó a las organizaciones de masas del proletariado. Por primera vez desde la guerra, surgieron corrientes de masas de izquierda y semicentristas. Los dirigentes de los partidos socialistas de España, Grecia, Italia y Francia comenzaron a hablar de marxismo. En Portugal, Mario Soares, hablaba de la dictadura del proletariado y el periódico socialista La Republica editaba artículos de Trotsky. En Gran Bretaña, el viejo ala de derechas del Partido Laborista fue vomitada del partido y sustituida por el ala izquierda. Por supuesto, la fraseología de izquierdas de la mayoría de los dirigentes era sólo demagogia, adoptada por la presión de la base, y no tenían ninguna intención seria de ponerla en práctica. Cuando llegaron al poder, aquellos que hacían discursos radicales se transformaron en «hombres de Estado» y «realistas». Como siempre, los reformistas de izquierda y los centristas, abandonaron sus posturas radicales y capitularon ante la burguesía.
En este periodo, las capas más avanzadas de la clase comenzaron a sacar conclusiones revolucionarias. En varios países —como España e Italia—, existían los ingredientes de una situación prerrevolucionaria. En Portugal, la clase obrera tuvo el poder en sus manos. The Times de Londres, publicó una editorial titulada: El capitalismo en Portugal está muerto. Sólo la política de los dirigentes comunistas y socialistas salvó a los capitalistas. El proceso se cortó con el boom de los años ochenta y el péndulo se inclinó a la derecha.
Ahora hemos entrado en una nueva situación. El periodo de largo auge es historia pasada. Eso no quiere decir que el capitalismo colapsará inmediatamente, o que no se pueda desarrollar. Eso significa que el capitalismo ya no es capaz de desarrollar los medios de producción como lo hizo en el pasado. Si se examinan los índices económicos desde 1974, es obvio que el sistema capitalista no ha recuperado el nivel de crecimiento, rentabilidad, inversión y empleo del periodo anterior. Hasta hace poco la tasa de crecimiento de los países capitalistas más desarrollados ha sido muy pobre. Ahora una tasa del 2-3% es un triunfo, y es aproximadamente la mitad del periodo de auge. El caso de Japón es peor, en el periodo de auge, Japón era uno de los principales motores de la economía mundial, consiguió tasas de crecimiento que llegaron a superar el 10%. En la década pasada, Japón ha estado hundida en la recesión sin apenas crecimiento.
Que se ha alcanzado un punto decisivo se comprueba por la reaparición del desempleo de masas orgánico en la mayoría de los países capitalistas avanzados. Durante el auge de la posguerra, el paro prácticamente no existía. Por primera vez en la historia del capitalismo había pleno empleo. Pero ya no. Los capitalistas son incapaces de utilizar todo el potencial de las fuerzas productivas, y por lo tanto, el sistema capitalista está jugando un papel reaccionario que impide el desarrollo de la sociedad.
Eso tampoco significa que no sea capaz de desarrollar las fuerzas productivas. En booms como el actual, vemos que aún es capaz de desarrollar ciertas ramas de la producción en determinados países y por un tiempo limitado. Pero incluso en el boom actual hay un millón de personas paradas en Gran Bretaña —una cifra inimaginable hace treinta años—. Lo mismo ocurre en Francia, Alemania y la mayoría de países, y puede ser peor, porque todo sugiere que las cifras oficiales subestiman el verdadero nivel de subempleo. Si aceptamos las cifras oficiales, la tasa de desempleo en 1984-93 era el 6,8% en Europa occidental comparada con el 2,4% en el periodo de 1948-74. Sin embargo, en Alemania y Francia hasta hace poco la cifra era del 10%. En Europa del sur la media es del 12,2%, y en España era más del 20%. Es verdad que el desempleo ha descendido, pero el pleno empleo todavía se encuentra en un futuro lejano. La nueva generación se ve obligada a aceptar empleos mal pagados, o contratos basura. Pero incluso este trabajo precario desaparecerá ante los primeros síntomas de recesión.
El boom actual en EEUU parece representar un cambio decisivo en esta situación. Pero como ya hemos explicado, no durará para siempre. Por debajo de la superficie hay todo tipo de contradicciones. Los representantes serios del capital están cada vez más alarmados por los desequilibrios, sobre todo los de la economía USA. El escenario, es en realidad, mucho más parecido al boom de los años veinte, que al principio del auge de la posguerra. El colapso del boom actual desembocará en un periodo turbulento de crisis con consecuencias de gran alcance para todo el mundo.
Aparte de las convulsiones económicas, sociales y políticas que resultarán de esto, la lucha de clases recuperará nuevos brios. Las viejas incertidumbres desaparecerán y de nuevo se volverá a cuestionar esta sociedad. En un país tras otro, en un continente tras otro, la revolución socialista aparecerá en el orden del día; que triunfe o no, estará determinado por varios factores, entre ellos la calidad de la dirección del proletariado —el factor subjetivo—. Ahora preparamos nuestras energías para esos futuros acontecimientos.
El factor subjetivo
El auge económico del capitalismo en Occidente, fue una de las principales razones por las cuales el capitalismo mundial se salvó después de la Segunda Guerra Mundial. Si nos preguntamos por qué las fuerzas genuinas del marxismo han retrocedido durante un periodo histórico, hay varias respuestas. Pero la razón fundamental para la debilidad del marxismo en todo este periodo, hay que buscarla en la situación objetiva. Este largo periodo de auge duró desde 1948 a 1974-75. De la misma forma que el largo auge anterior a la Primera Guerra Mundial originó la degeneración reformista y nacionalista de las organizaciones obreras de masas, el auge de la posguerra fue la razón principal para el aislamiento de las verdaderas fuerzas del marxismo.
También hubo otro factor poderoso que no se podía prever: el fortalecimiento del esatlinismo en ese periodo. Las monstruosas distorsiones del estalinismo en Rusia, Europa del Este o China, pusieron enormes obstáculos para el desarrollo del marxismo. No debemos olvidar que el principal obstáculo ante nosotros, fue precisamente el estalinismo, los Partidos comunistas en Occidente eran bloques tremendos que frenaban el desarrollo de la clase obrera. En la mayoría de los países, cualquier joven radicalizado rápidamente entraba en los Partidos Comunistas, a pesar de que ya no jugasen un papel revolucionario. Por otro lado, la existencia de una caricatura del socialismo, monstruosa y totalitaria, también repelía a los trabajadores de Europa Occidental y EEUU.
El colapso del estalinismo y la traición monstruosa de la vieja burocracia de la Unión Soviética que se ha pasado al capitalismo —una traición incluso más monstruosa y repulsiva que las acciones de los líderes de la Segunda Internacional en 1914— ha llevado al colapso de su poder e influencia. Con un retraso de medio siglo, el estalinismo se ha revelado como una aberración histórica temporal. El análisis y las predicciones de Trotsky —en su obra de 1936 La revolución traicionada— se han visto brillantemente confirmadas por la historia. La base comunista de jóvenes y trabajadores está mucho más abierta a las ideas del marxismo leninismo (trotskismo) que en el pasado. Este es un hecho de importancia para el futuro.
Pero no basta con referirnos a los factores objetivos para analizar la debilidad del marxismo en todo ese periodo. Como siempre, el factor subjetivo juega un papel crucial. León Trotsky, en vida, jugó un tremendo papel, defendiendo las genuinas ideas del marxismo-leninismo y reconstruyendo las fuerzas del bolchevismo leninismo en condiciones muy difíciles. Pero después de la muerte de Trotsky, los llamados dirigentes de la Cuarta Internacional demostraron ser incapaces para seguir esta tarea. Cometieron errores inimaginables y destrozaron la Cuarta Internacional antes de que pudiera desarrollar una base seria. Aquellos que no son capaces de, al menos, defender las conquistas del pasado, nunca construirán nada serio en el futuro. Hoy tenemos las ideas de Trotsky —ideas que mantienen su fuerza y vitalidad original—, con esta base podremos reagrupar y regenerar las fuerzas las fuerzas del genuino marxismo.
Las contradicciones se han ido acumulando: la desigualdad y la insolente arrogancia de los empresarios; la presión hasta conseguir la última onza de plusvalía del sudor y sistema nervioso de los trabajadores; la prolongación de la jornada laboral; la presión despiadada que causado estrés y problemas nerviosos; la falta de seguridad en el trabajo; el ataque a los derechos sindicales; la concentración sin precedentes del capital y el creciente poder de los monopolios y empresas; el aumento de los niveles de deuda; la reducción del gasto público; los ataques al sistema del bienestar, vivienda y sanidad; la presión fiscal sobre los más pobres y la reducción de los impuestos a los ricos: Todas estas cosas preparan una poderosa reacción para un futuro no demasiado lejano.
Por supuesto, mientras dure el boom, los capitalistas tienen margen de maniobra. Mientras las familias sienten que aumentan sus ingresos, y los trabajadores pueden mejorar sus niveles de vida aún a costa de endeudarse, están dispuestos a tolerar muchas cosas. Están dispuestos a sacrificar su tiempo, fuerza, salud, vida familiar y felicidad. En la sociedad, las ilusiones son algo muy poderoso y durante algún tiempo pueden triunfar sobre la realidad. Pero la realidad siempre se impone.
El boom de los años veinte, como ya hemos dicho, tuvo muchas similitudes con el boom actual. Un crecimiento impresionante en EEUU basado en la nueva tecnología, en particular el automóvil, nuevos métodos de producción (fordismo), un boom bursátil, un ambiente general de optimismo salvaje y un sentimiento de que los buenos tiempos durarían para siempre. Y mientras el carnaval de hacer dinero continúa, la ilusión se puede mantener, arraiga en la mente de todas las clases —desde los estrategas del capital y los políticos, a los hombres y mujeres de la calle—. Pero una vez el boom colapsa, este proceso se vuelve en su contrario.
El capitalismo no es eterno, ni es un sistema socioeconómico bendecido por Dios. A los hombres y mujeres siempre les cuesta imaginar que pueden vivir, trabajar, pensar y actuar de manera diferente a como lo hacen. Toda la historia demuestra lo fácil que es cambiar la forma de vivir, pensar, trabajar y actuar. La historia humana no es otra cosa que la cronología de estas transformaciones. Hoy nos escandalizamos de que los humanos aceptaran el canibalismo, la esclavitud o la servidumbre. Nuestros ancestros lo hicieron y habrían encontrado nuestra cultura —la cultura del capitalismo— igual de ajena e incompresible.
El capitalismo ni es eterno, ni es inmutable. En realidad, es menos inmutable que otros sistemas socioeconómicos de la historia. Igual que un organismo vivo, cambia, evoluciona y por lo tanto, pasa a través de etapas más o menos perceptibles. Hace tiempo superó su turbulenta infancia, su confianza y madurez optimista, ahora todo eso es cosa del pasado. Ha entrado en una fase de decadencia terminal, que puede durar algún tiempo —igual que el declive del Imperio Romano duró un tiempo largo—. Y las consecuencias negativas de esto caerán sobre los hombros de la humanidad. En esta fase del capitalismo, los periodos de crecimiento no mejorarán las contradicciones, sino que las exacerbará a un grado enésimo. Y las fases descendentes amenazarán al mundo con terribles catástrofes.
Es natural que los capitalistas y su mediocre tribu de economistas profesionales y aduladores a sueldo, no se puedan reconciliar con esta perspectiva. Vieron la caída de la Unión Soviética como una prueba de que su sistema era el único posible. Soñaban con un nuevo orden mundial basado en la paz y la abundancia. Imaginaban que el boom actual suponía el retorno a los días felices de su juventud y la eliminación de todas las crisis.
El desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo es la condición previa para la verdadera emancipación de la humanidad. Después de conquistar el planeta, los desiertos, polos y océanos, la raza humana puede alcanzar las estrellas con sus manos. La condición previa es que la tremenda capacidad productiva construida bajo el capitalismo en su búsqueda anárquica del beneficio, se ponga bajo el control consciente de la sociedad. Los descubrimientos fantásticos de la ciencia y la tecnología se deben utilizar de una forma racional y planificada para servir a las necesidades de la humanidad, no en beneficio de unos pocos.
No creemos que Kondrátiev estuviera en lo correcto al afirmar que las innovaciones tecnológicas se producen en la fase descendente del capitalismo. Pero es verdad que la preparación de la vanguardia proletaria, la creación y formación de cuadros, ocurre en todo momento y es particularmente necesaria en un periodo de «descenso» del movimiento obrero. En una guerra, con frecuencia hay periodos de calma entre dos batallas. La calma es engañosa. Es simplemente el preludio de una nueva batalla. Los ejércitos serios no se duermen en la calma, se entrenan, limpian las armas, consiguen nuevos reclutas, mejoran sus líneas de comunicación y apoyo logístico, en definitiva, se preparan para la siguiente batalla.
En una retrospectiva histórica, la caída del estalinismo será vista sólo como un episodio: la anticipación de una caída aún más estrepitosa, la del capitalismo. Incluso en el curso de este boom, se ha preparado un nuevo periodo de la historia del capitalismo. Un periodo de crisis convulsivas sin precedentes en todo el mundo que hará sonar el toque de difuntos por el alma de un sistema decadente de opresión y explotación y situará en el orden del día la transformación socialista de la sociedad y la creación de un nuevo orden mundial socialista.
14 de noviembre de 2000
Junto con este artículo, el autor recomienda leer los siguientes textos y artículos:
- Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, F. Engels.
- El capital, C. Marx.
- Introducción a la lucha de clases en Francia, F. Engels.
- Introducción a la crítica de la economía política, F. Engels.
- El imperialismo, fase superior del capitalismo, Lenin.
- La curva de desarrollo capitalista, Trotsky.
- Discurso de León Trotsky en el Tercer Congreso de la Comintern: Informe sobre la crisis económica mundial y las nuevas tareas de la Internacional Comunista, en Los cinco primeros años de la Internacional Comunista, Vol 1.
- Clase, partido y dirección, Trotsky.
- Lecciones de Octubre, Trotsky.
- La revolución traicionada, Trotsky.
- La revolución olvidada, Alan Woods.
- La lucha de clases y el ciclo económico, Alan Woods.
- ¿Habrá una recesión?, Ted Grant.