La epidemia del COVID-19 se ha desencadenado. Las consecuencias de esta situación en la economía son notables. Como consecuencia, ha habido una disminución drástica de las emisiones de gases de efecto invernadero. Algunas ideologías reaccionarias se alegran de esta situación y afirman que «el virus es la solución para salvar el planeta» ¿Es el virus, entonces, la solución al cambio climático?
La epidemia del COVID-19 se ha desencadenado. Mientras redactamos estas líneas, tres mil millones de personas se encuentran confinadas. Las consecuencias de esta situación en la economía son notables. En algunos países, se ha paralizado la actividad de sectores industriales por completo. Como consecuencia, las imágenes de los satélites de la NASA[1] muestran la disminución drástica de las emisiones de gases de efecto invernadero en zonas donde las tasas de emisión suelen ser altas, como China o el norte de Italia. La crisis económica que se fermentaba desde hace años ha estallado bajo el impacto del confinamiento, lo cual supone otro golpe a la economía mundial. Algunas ideologías reaccionarias se alegran de esta situación e incluso afirman que «el virus es la solución para salvar el planeta».
El virus, ¿la solución?
Como muestran las recientes marchas por el clima, la lucha por la protección del medioambiente se ha convertido en una prioridad para un número cada vez mayor de trabajadores y jóvenes del mundo entero. Llevan razón: los capitalistas están poniendo en juego el futuro de la humanidad en aras de su beneficio. Es urgente reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para garantizar a las futuras generaciones un medioambiente saludable y una vida digna. Sin embargo, en torno a este movimiento hay corrientes verdaderamente reaccionarias: defensores del decrecimiento o misántropos inspirados por las confusas teorías de Malthus sobre la «sobrepoblación». A pesar de las diferencias existentes entre ellos, estos reaccionarios comparten la misma idea fundamental: ¡hay demasiados humanos en el planeta!
Desde el comienzo de la epidemia, se pueden observar en las redes sociales mensajes de alegría porque el virus está solucionando el problema de la contaminación – aunque sea en detrimento de las decenas de miles de muertos. Algunos van incluso más allá y se alegran simplemente por el hecho de que algunos humanos desaparezcan. Los marxistas desechan estas ideas en su lugar correspondiente, en el contenedor de las ideologías reaccionarias. Además de alegrarse de la muerte de decenas de miles de personas, son simplemente falsas.
Al contrario de lo que se afirma con frecuencia (por ejemplo, en palabras de los dirigentes de Extinction Rebellion), no somos demasiado numerosos con respecto a las «capacidades» de la Tierra. La producción actual de alimento sería suficiente para sustentar adecuadamente a 13 mil millones de seres humanos, es decir, casi el doble de la población total del planeta. Para preservar los recursos, podríamos incluso prever la disminución de la producción sin ocasionar problemas significativos para la humanidad.
A pesar de esto, hay personas que mueren de hambre, ya que proporcionar alimento a quienes lo necesitan no es rentable para los capitalistas. Por lo tanto, se tira, destroza, o a veces incluso se quema, simplemente. La sobreproducción se explica también por la competencia capitalista. Cada empresa produce mucho más de lo que es necesario para acaparar la parte del mercado de sus competidores, a riesgo de malgastar masivamente los recursos. El problema no es la producción en sí, sino la manera en que se ejecuta y organiza, es decir, bajo el capitalismo. Y el COVID-19 no va a cambiar nada de esto, al contrario.
Como ya hemos explicado[2], la pandemia del COVID-19 ha servido de chispa para desencadenar una crisis económica muy profunda. Los capitalistas son conscientes de ello y atacan los derechos sociales de nuestra clase para intentar eliminar competidores en el mercado internacional. En Francia, por ejemplo, la ley de urgencia salarial hace que algunos asalariados deban trabajar hasta 60 horas por semana, y que el trabajo abarque hasta los domingos. En todas partes del mundo, la explotación brutal de los trabajadores se incrementa a medida que los capitalistas trasladan el peso de la crisis a los hombros de la clase obrera.
Según un estudio[3], la caída de la contaminación en China a causa del confinamiento salvaría más vidas que las perdidas por el COVID-19. Podría ser cierto en el corto plazo, pero implicaría realizar una abstracción de todas las otras consecuencias que acarrea la pandemia. Un periodo de profunda depresión económica y de confusión social se abre ante nosotros. Esta crisis dará lugar a una cantidad de sufrimiento y de muertes que supera con diferencia todas las supuestas «ventajas colaterales» de la pandemia: los suicidios, las muertes laborales, las enfermedades psicológicas y fisiológicas van a multiplicarse a merced de los ataques del capital contra la clase obrera.
La pandemia no marca tampoco el fin de la contaminación. Los capitalistas del mundo entero van a intentar reiniciar la maquinaria poniéndola a todo gas – gas que no tardará en alcanzar (e incluso sobrepasar) el efecto invernadero reducido durante el confinamiento. Con respecto a la legislación medioambiental, esta supone costes a las empresas y, por tanto, también se abandonará. ¡El aire no podrá volver a respirarse bajo el capitalismo!
Lucha de clases
A escala mundial, millones de jóvenes y de trabajadores exigen un cambio de sistema para resolver la cuestión del cambio climático. La solución se encuentra ahí, no en el discurso contra la existencia de la humanidad. La historia demuestra que es posible reducir rápidamente las emisiones de gases de efecto invernadero si el descenso de la contaminación tiene un impacto positivo en la conciencia de las masas. Es el momento de profundizar en los medios necesarios para reducir estas emisiones.
Es el sistema en el que vivimos el que destruye nuestro ecosistema. Las grandes empresas deciden lo que se produce y cómo se produce. Los capitalistas que obtienen beneficios de la extracción de materias primas no renovables y contaminantes no están dispuestos a renunciar a estos beneficios. Existe, además, una contradicción entre el grado de urgencia de la situación y la impasividad de los gobiernos capitalistas para señalar su gravedad. Tras sus discursos hipócritas, la burguesía solo posee estas palabras en su repertorio: «el que venga detrás, que arree».
Los defensores del sistema no lamentan esta situación. La crisis actual demuestra claramente que son los trabajadores quienes ponen en marcha la sociedad. No sería posible cuidar a ningún enfermo ni alimentarse si los médicos, enfermeros, o cajeros no arriesgaran su salud y, en ocasiones, su vida. El problema es que estos ponen en marcha la sociedad, pero no deciden la forma en que se hace. Para salvar nuestro ecosistema, necesitamos una sociedad en cuyo seno la producción esté destinada a responder a las necesidades de todos, y no al afán de beneficio de algunos. Para esto, es necesario expropiar a la clase capitalista y planificar democráticamente la economía. De este modo, sería posible restringir los sectores que contaminan y orientar la investigación al desarrollo de fuentes de energía limpias y renovables. La única solución ante el calentamiento global se encuentra en la construcción de esta nueva sociedad: el socialismo.
1 Covid-19: las imágenes de la NASA muestran una caída dramática en los niveles de contaminación en China
2 La pandemia de coronavirus abre una nueva etapa en la historia mundial
3 https://www.forbes.com/sites/jeffmcmahon/2020/03/16/coronavirus-lockdown-may-have-saved-77000-lives-in-china-just-from-pollution-reduction/#2973de8434fe