Recientemente el profesor Dussel sostuvo —desde la comodidad de su casa en Coyoacán y de sus más que abultados ingresos— que “hoy día no es posible un proyecto político socialista”1. Esta afirmación tajante hecha en una entrevista a La Jornada generó un pequeño revuelo entre activistas que ingenuamente lo consideraban un marxista e incluso un socialista o un revolucionario; pero para nosotros no fue ninguna sorpresa. En nuestro artículo Una crítica marxista a la “Filosofía de la Liberación” de Enrique Dussel, hemos analizado pormenorizadamente las ideas de Enrique Dussel, llegando a la conclusión que sus planteamientos no son una alternativa seria al marxismo y que debajo de toda su verborrea posmoderna y de “pseudoizquierda” se oculta el más ramplón reformismo y nacionalismo burgués. Remitimos a los lectores a ese artículo de fondo, por el momento pasaremos a escudriñar las pomposas afirmaciones de Dussel a La Jornada.
Comencemos: “Entonces, por una parte, estoy de acuerdo en la crítica al capitalismo de Marx, pero un proyecto político hoy no es posible que sea ya socialista, tiene que ser otra cosa”.
No se puede estar realmente de acuerdo en la crítica al capitalismo de Marx y, al mismo tiempo, echar por la borda sus implicaciones políticas. Si se asume que el capitalismo es un sistema específico basado en la explotación del trabajo a través de la extracción de plusvalía a la clase obrera, se sigue necesariamente, por la lógica del desarrollo del capitalismo, que la superación de este sistema implica la expropiación de la gran burguesía y la instauración de una economía planificada democráticamente: es decir la necesidad del socialismo, no cualquier “otra cosa”. Aceptar lo uno y rechazar lo otro es como querer estar de acuerdo con Darwin pero rechazar la teoría de la evolución de las especies. Llama la atención que un profesor tan galardonado cometa tantos “non sequitur” en tan pocas líneas.
Marx aclaró este punto sin ambigüedad posible y con una modestia que contrasta con la actitud de Enrique Dussel:
“Por lo que a mí se refiere, no me cabe ni el mérito de haber descubierto la existencia de las clases en la sociedad moderna, ni de haber descubierto la lucha entre ellas —escribió Marx en una carta a Weydemeyer en 1852—. Mucho antes que yo, algunos historiadores burgueses habían expuesto el desarrollo histórico de esa lucha de clases y algunos economistas burgueses la anatomía económica de las clases. Lo que yo aporté de nuevo fue demostrar: 1) que la existencia de las clases sólo va unida a determinadas fases históricas del desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases”.
El profesor Dussel evidentemente no está de acuerdo con Marx en esto, está en su derecho, pero entonces no tiene derecho a decir que está de acuerdo con la crítica de Marx al capitalismo.
“Entre los marxistas franceses, italianos y demás -afirma con orgullo Dussel-, me consideran un marxista estricto, porque lo he leído en alemán y tengo tesis de interpretación propias; cuando Marx es un desconocido para ellos, he descubierto cosas interesantes que no han visto”. […] “Admito la posición que tuvo Bolívar Echeverría (1941-2010, ecuatoriano, naturalizado mexicano), quien conocía a Marx en alemán, e incluso la de Adolfo Sánchez Vázquez (1915-2011), a pesar de que no lo conocía en alemán y no pudo llegar a la profundidad de Bolívar, con quien tuve diálogos acerca de mi interpretación de Marx, a partir de la lectura muy estricta que hice durante 10 años; me la pasé zambullido en él”.
Así pues, Dussel nos aclara, con orgullo, que los “marxistas” franceses e italianos lo consideran “un marxista estricto” pero por desgracia no nos dice de cuáles “marxistas” habla y tampoco sabemos si en su mirada olímpica incluyó a los marxistas que participan de verdad en el movimiento obrero, como nuestros camaradas franceses de Révolution o los italianos de Sinistra Classe Rivoluzione que seguramente están lejos de considerarlo un marxista estricto —ni siquiera un marxista poco estricto— y tendrán serias objeciones a tan grandilocuentes afirmaciones. Ser marxista no implica estar “zambullido” —aunque sea por 10 años, 10 minutos o 10 segundos—- en los textos de Marx; significa utilizar las ideas fundamentales del marxismo como una herramienta de lucha al interior del movimiento obrero y popular. Marx y Engels construyeron sus ideas al mismo tiempo que participaban en el movimiento obrero y democrático de su tiempo —fue así como jugaron, por ejemplo, un papel fundamental en la dirección de La Primera Internacional— e hicieron esto por algo más que 10 años, realmente durante casi toda su vida consciente.
Además, Dussel nos informa que nadie que no hable alemán puede entender a Marx, con lo que se condena a la inmensa mayoría de la humanidad a la incomprensión de facto, incluso Sánchez Vázquez es arrojado al infierno de los pecadores. Apenas se salva Bolivar Echeverría que ya no puede decir nada al respecto. Tanto Bolivar Echeverría como Sánchez Vázquez fueron lo que podríamos denominar “profesores rojos” con las limitaciones propias del “marxismo académico” alejado del movimiento obrero, pero sin duda Sánchez Vázques escribió interesantes libros sobre marxismo (destacadamente “Las ideas estéticas de Marx”) cuya claridad contrasta con la confusión posmoderna de Dussel. Más allá de las diferencias que podamos tener con el pensamiento de Bolivar Echeverría —tema que tendremos que abordar en otra parte— seguramente tendría algo que decir al respecto de la “canonización” que le concede graciosamente el profesor Dussel. Es sabido, sin embargo, que Bolivar no simpatizaba con Enrique Dussel. Puede que el profesor Dussel lea bien en el alemán pero su entendimiento del marxismo es más que dudoso. No se trata de entender un idioma sino de comprender las ideas del marxismo y esto es algo que un trabajador con conciencia de clase puede hacer mucho mejor que nuestro profesor, quien lamentablemente vacía al pensamiento de Marx de su contenido de clase y su objetivo revolucionario.
“Sé el marxismo, por eso no hablo de que en este momento el proyecto político del país sea siquiera socialista, pues el mismo socialismo fue muy eurocéntrico, leninista, soviético, ortodoxo, y no entendía a América Latina”.
Aunque Lenin sabía hablar y leer en alemán —como en varios idiomas más—también es descartado sumariamente por nuestro profesor, pues tanto el socialismo como Lenin fueron, óigase bien, “eurocéntricos, leninistas, soviético, ortodoxos y no entendieron a América Latina” que por supuesto, Dussel entiende a la perfección. Dussel condena al socialismo por ser “soviético” (¡Dios nos libre!). Pero no se puede descartar tan fácilmente lo que no se conoce: en realidad los soviets rusos no eran sino comités de huelga ampliados, en donde las masas de trabajadores y campesinos tomaban decisiones políticas y administrativas que desafiaban al poder del estado burgués y terminaron sustituyéndolo con la Revolución de Octubre, hasta que se extinguieron producto del aislamiento de la revolución, la guerra civil y el subsecuente proceso de burocratización que llevó a Stalin al poder. Esos organismos no son en esencia extraños a México o un fenómeno “eurocéntrico” como supone Dussel: la APPO de Oaxaca, por ejemplo, fue un poder popular que mantuvo en jaque al gobierno represor de Ulises Ruiz y era en todo un soviet menos en el nombre.
Nuestro posmoderno autor desgaja a América Latina del capitalismo mundial —por decreto— y le declara un destino especial muy propio y original. Pero Dussel finge desconocer que han existido grandes revolucionarios latinoamericanos marxistas que aterrizaron de manera brillante al marxismo y al leninismo en nuestro continente: José Carlos Mariátegui y Julio Antonio Mella por citar dos de los más importantes. Este último escribió una crítica demoledora a la organización nacionalista y antiimperialista peruana ARPA (o APRA) de Haya de la Torre en unos términos que bien pudieron ser escritos para el nacionalismo panamericano que profesa Enrique Dussel: “Para decir que el marxismo […] es exótico en América, hay que probar que aquí no existe el proletariado; que no hay imperialismo con las características enunciadas por todos los marxistas; que las fuerzas de producción en América son distintas a las de Asia y Europa, etc. Pero América no es un continente de Júpiter sino de la Tierra”.2
Mariátegui, por su parte, puso gran atención a la cuestión indígena en el Perú y, al igual que Engels, quien sugirió en una carta a Vera Zasúlich que las comunas campesinas podían ser un punto de apoyo para el socialismo moderno, sostuvo que las comunidades indígenas, por su tendencia a la producción colectiva, podían ser ganadas a la causa de la revolución socialista. Pero sólo bajo la condición de que existiese una organización revolucionaria del proletariado con raíces entre el movimiento de masas; complementariamente, pusieron especial énfasis en la revolución socialista mundial. Marx, igualmente, supuso la posibilidad de que la propiedad colectiva precapitalista se integrara a una sociedad comunista moderna sin tener que disolverse antes en el capitalismo y lo hizo prediciendo la dinámica de la revolución rusa que Dussel arroja al basurero de la historia: “si la revolución rusa da la señal para una revolución proletaria en occidente, de modo que ambas se completen, la actual propiedad común de la tierra en Rusia podrá servir de punto de partida para el desarrollo comunista”3.
Mariateguí atacó explícitamente al misticismo nacionalista que supone un destino especial y separado a los pueblos indígenas, palabras que bien pudieron escribirse para Enrique Dussel:
“Del prejuicio de la inferioridad de la raza indígena, empieza a pasarse al extremo opuesto: el de que la creación de una nueva cultura americana será esencialmente obra de las fuerzas raciales autóctonas. Suscribir esta tesis es caer en el más ingenuo y absurdo misticismo. Al racismo de los que desprecian al indio, porque creen en la superioridad absoluta y permanente de la raza blanca, sería insensato y peligroso oponer de los que superestiman al indio, con fe mesiánica en su misión como raza en el renacimiento americano. Las posibilidades de que el indio se eleve material e intelectualmente dependen del cambio de las condiciones económico-sociales”.4
Así que sostener que el marxismo o el leninismo es ajeno a México y a América Latina es pasar olímpicamente por encima de Mariátegui y Mella, por no hablar de otras experiencias revolucionarias latinoamericanas.
Por supuesto, Dussel, como buen reformista, desecha la lucha de clases pues ésta, se supone, sólo compete a los obreros:
“Cuando alguien dice ‘lucha de clases’, está bien, pero los obreros no están en la punta de esa lucha de clases. Hoy están otras personas, otros sectores. La categoría fundamental no es la clase, es el pueblo, y ahí sí me agarro con cualquiera, porque dicen que pueblo es muy indefinido y parece populismo. No”.
La crisis del capitalismo, desde mucho antes de la crisis del 2020, se ha manifestado en toda una serie de movilizaciones masivas que incluyeron a mujeres, sectores oprimidos (black lives mater) y nacionalidades oprimidas (Cataluña, por ejemplo), entre otras manifestaciones. En ellas el sello de la clase obrera no estuvo ausente —tan sólo hay que recordar los “chalecos amarillos” — y métodos tradicionales de la clase obrera como huelgas, marchas y mítines masivos estuvieron a la orden del día. Es verdad que en ninguna de esas luchas hubo una organización revolucionaria que fuera capaz de canalizar el descontento, pero el fermento está allí, como también la necesidad de generar una organización con arraigo en las masas que sea capaz de canalizar el descontento y la ira provocados por el sistema. No se trata de una aspiración romántica —un “proyecto socialista” como le llama Dussel—, sino de una necesidad objetiva. Marx y Engels explicaron que “Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que ha de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual. Las condiciones de este movimiento se desprenden de la premisa actualmente existente”5. ¿Será que el conocimiento del alemán de Dussel no le dio para comprender estas ideas?
La crisis e inestabilidad a todos los niveles está haciendo que millones de personas se cuestionen el status quo en todo el mundo. Recientemente vimos el apoyo masivo a la candidatura de Bernie Sanders, quien en el centro del imperialismo mundial se hacía llamar “socialista”. En realidad, su programa era reformista, pero el que millones de jóvenes estuvieran dispuestos a votar por un socialista en el país del macartismo es muy revelador y esperanzador. Recientemente vimos el triunfo de Pedro Castillo en el Perú cuyo programa se autodenominaba “marxista-leninista”. Millones de personas votaron por este programa, aunque lamentablemente el personaje claudicó a las presiones del imperialismo una vez llegado al gobierno y ahora encabeza un gobierno en crisis permanente. Pero lo interesante es que mientras amplias capas de los trabajadores y la juventud están dispuestos a votar y a luchar por lo que creen es un programa socialista, Enrique Dussel declara esos intentos como vanos y sin sentido ¡Las masas deberían conformarse con el capitalismo de estado y la Filosofía de la Liberación! Lo cual revela a todas luces el carácter no sólo conservador sino incluso contrarrevolucionario de las pretenciosas ideas de este profesor.
Dussel parece entender por lucha de clases una caricatura reduccionista que sólo implica a obreros cantando la Internacional con banderas rojas. En realidad la lucha de clases emana directamente de la división de la sociedad en clases y la subsecuente lucha por el producto excedente producido por los trabajadores. En el capitalismo, pena aclararlo, el proletariado juega un rol central en la producción de plusvalía, que es la razón de ser del sistema. Pero esto no implica que otros sectores explotados y oprimidos de la población —como los campesinos pobres, las mujeres pertenecientes a los sectores populares, los estudiantes hijos de trabajadores, indígenas pobres, etcétera— estén exentos de vivir la lucha de clases. Al contrario, la sufren a través del terrateniente, el prestamista, la falta de presupuesto para hospitales, guarderías, escuelas, el racismo que se usa para dividir, el machismo que recarga sobre las mujeres el costo de la reproducción de la fuerza de trabajo, etcétera. Se trata de manifestaciones de un mismo efecto: la concentración de riqueza que implica el capitalismo, la lucha por la riqueza generada por los trabajadores, los intentos de la clase dominante de dividir al pueblo en líneas raciales, culturales o de género; es una lucha de clases que, de una u otra forma, todos los sectores del pueblo experimentan.
Dussel cree torpemente que la centralidad del proletariado en el capitalismo supone la discriminación u ocultamiento de otros sectores populares, pero en realidad la tarea de los revolucionarios es ganar a todos los sectores del pueblo a la lucha contra el capitalismo y por el socialismo, es decir, a un programa político que puede superar esas lacras y opresiones. Un programa que surge del papel central del proletariado en la producción así como de la compresión del funcionamiento real del sistema capitalista. Pero esto es para Dussel un libro cerrado —aunque sepa alemán—. En realidad, cuando Dussel finge ser incluyente a otros sectores populares, demuestra su desprecio y total lejanía de la clase obrera a la que mira desde arriba.
Dussel podrá querer ocultar la división de la sociedad en clases, pero esta división no lo ignora a él. En última instancia su posición filosófica idealista, sentimental y moralista expresa una posición de clase: la posición de la pequeña burguesía cuya impotencia pretende compensar con emanaciones de moral y ética impuestas al desarrollo histórico objetivo, a la lucha de clases y a la historia real; prendiendo que su versión de la moral puede triunfar donde el venerable y rancio Viejo Testamento ha fracasado.
“La base política son la impotencia y desesperación ante la ofensiva reaccionaria —señaló Trotsky respondiendo a los moralistas pequeñoburgueses—. La base psicológica se halla en el deseo de superar el sentimiento de la propia inconsistencia, disfrazándose con una barba postiza de profeta”6.
Ignoramos si el profesor Dussel tiene muchos seguidores en Cuba, pero los revolucionarios cubanos deberían tomar nota de sus palabras:
“No vamos a dar pasos a la manera revolucionaria para de un día para otro cambiar la tierra, como Lenin o como Fidel Castro. No. El cambio subjetivo de las personas dura decenios. Tenemos que modificar una cultura democrática, pero no va a ser socialista. Será otra cosa, pero tampoco capitalista, ni eurocéntrica. El futuro es global”.
Aquí Dussel se desnuda como un reformista que teme a los cambios abruptos (como lo es toda revolución por definición). Pero mientras que los viejos reformistas como Bernstein al menos de palabra seguían hablando de socialismo al que se llegaría de forma gradual, Dussel ya de plano renuncia a cualquier lucha por el socialismo en el presente y en el futuro. Afirma que el futuro no será ni socialista ni capitalista, pero nadie sabe cuál esa tercera opción que no es ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario. Sostiene que cada pueblo tiene su destino especial pero afirma que “el futuro es global”. Al parecer a la “Filosofía de la liberación” no incluye dentro de su sabiduría a la lógica más elemental.
Por si quedaran dudas al respecto, Dussel nos aclara los límites de su proyecto político:
“Pueblo es algo muy preciso, pero complejo. Mi política de la liberación es del pueblo, y ahí hay una gran coincidencia con la manera en la que el presidente Andrés Manuel López Obrador presenta las posibilidades de la política”.
No sabemos que tan “complejo” es su concepto de pueblo pero sí queda claro que limita “las posibilidades de la política” al programa de AMLO, es decir, al reformismo, que no pretende ni ha pretendido jamás superar los límites del capitalismo; así que cuando Dussel afirma que el futuro no será capitalista se burla de sus lectores. Al menos podemos decir que AMLO es un dirigente de masas que a fuerza de su tesón y perseverancia se ha convertido en portavoz del pueblo, pero al mismo tiempo juega el rol de “contener al tigre” y el de utilizar la amenaza de éste para arrancar algunas concesiones a una burguesía que no termina de aceptarlo, ya que ha escapado relativamente a su control directo. Los marxistas señalamos que ninguna conquista será duradera y estable bajo el sistema capitalista, tratamos de organizarnos desde el movimiento de masas incluyendo las bases del obradorismo, apoyando cada paso adelante que el gobierno dé , oponiéndonos a los intentos golpistas de la derecha; pero no renunciamos a nuestro programa socialista, no ocultamos nuestras banderas, ni dejamos de criticar los límites del gobierno y las concesiones que da a sectores de la burguesía. Mientras tanto intelectuales pequeñoburgueses como Dussel limitan las “posibilidades de la política” al programa reformista más tímido.
Dussel continúa:
“Es un proyecto popular, pero no populista, que en el futuro superará al capitalismo, a la modernidad eurocéntrica a partir de las tradiciones, tanto de árabes, chinos, bantúes, africanos, y nosotros desde nuestra cultura latinoamericana; México, sobre todo, desde su espléndida historia de 7 mil años que se desprecia todavía. La lucha no es fácil, habrá que seguir siendo crítico, y latinoamericano. Tenemos que poner los fundamentos de la creación de un nuevo tipo de cultura, una nueva sociedad y economía política. Para eso es la filosofía de la liberación”.
Los bantúes y chinos deben estar de plácemes y conmovidos hasta las lágrimas de que Dussel les tenga reservado un destino tan especial. La lucha de cada pueblo es segmentada en planos culturales y nacionales con un destino especial para cada uno, como si la diversidad cultural implicara, de alguna forma, la sustracción de cada parte del mosaico cultural mundial a su interconexión global capitalista. Pero esa lógica de “nacionalismo cultural” difumina o desaparece las contradicciones de clase que se dan en “nuestra cultura latinoamericana” o en cualquier otra, y separa la lucha en planos nacionales y, a lo interno, en diversos intereses sectoriales sin una base de clase que las unifique, canalice y oriente.
Ni siquiera es lógico suponer que existe una oposición mecánica entre los rasgos nacionales y culturales de cada pueblo con la necesidad del internacionalismo proletario. Toda auténtica revolución recoge e impulsa los mejores elementos de la tradición cultural del pueblo que experimenta esa revolución. La revolución mexicana, por ejemplo, no dejó de serla —-aunque dentro de los límites de una revolución democráticoburguesa— por haber impulsado el muralismo, la literatura y la música; sino al contrario, fue el parteaguas de una nueva etapa cultural que recogió muchas tradiciones nacionales e internacionales.
Trotsky escribió lo siguiente sobre el arte de Diego Rivera, sobre un arte mexicano y marxista al mismo tiempo:
“Impregnado de la cultura artística de todos los pueblos y todas las épocas, diego rivera ha sabido permanecer mexicano en las fibras más profundas de su genio. Lo que lo ha inspirado en sus frescos grandiosos, lo que lo ha elevado por encima de la tradición artística, por encima del arte contemporáneo, y, en cierta medida, por encima de sí mismo, es el aliento poderoso de la revolución proletaria”7.
Y la revolución rusa no dejó de recoger lo mejor de su rica historia cultural e intelectual, al mismo tiempo que fue la revolución más radical que ha experimentado hasta ahora la humanidad. Dicha oposición entre internacionalismo proletario y particularidad cultural es sólo una muestra de un rígido pensamiento formalista. Julio Antonio Mella afirmó en alguna ocasión que el internacionalismo marxista no implica de ninguna forma sentir odio o desprecio por la cultura popular del lugar donde se nació.
Pero la alternativa de Dussel es dividir la lucha en segmentos separados sólo unidos por un fantasmagórico sentimiento moral. El concepto de pueblo es por sí mismo abstracto y nebuloso —por más que Dussel afirme lo contrario—, no proveé ningún criterio para definir un programa, estrategias, objetivos y métodos de lucha.
Como ya escribimos en el artículo sobre Dussel que hemos referido:
“El ‘pueblo’ ha existido desde que existe el Estado en oposición al conjunto de oprimidos en los diversos modos de producción que se han basado en la explotación de clase. Pero esto es una verdad de Perogrullo —verdades abstractas a las que el profesor nos tiene acostumbrados—, lo realmente relevante es qué clase social ha sido la dominante en cada caso y cuál es la clase social portadora de nuevas y más progresivas relaciones de producción” (Una crítica marxista a la “Filosofía de la Liberación” de Enrique Dussel).
Dussel intenta llenar el colosal vacío de la renuncia a la perspectiva de clase con sermones morales y destilación de una “ética” sacados de lo más rancio del pensamiento religioso y el pensamiento “provida” —Dussel es un exponente laico de la teología de la liberación—.
“El Estado debe defender al pueblo, y defendernos de las potencias extranjeras. No es una izquierda extrema que disuelve al Estado porque es anarquista, al contrario. Tenemos que fortalecer al Estado para que haya alimentación, salud, defensas de los intereses”.
Vemos aquí que lo que está proponiendo Dussel no es algo diferente al capitalismo sino un capitalismo muy específico: capitalismo de estado y keynesianismo; pero esto no es nada nuevo ni original, ni tiene sus raíces en los bantúes o en la “espléndida historia de 7 mil años que se desprecia todavía” sino en Lord Keynes que hasta donde sabemos era un respetable, aristocrático y conservador economista inglés.
La aplicación de las políticas keyneasianas tampoco se debió a la genialidad de las ideas puras y la ética universal sino al boom de la posguerra que permitió en ciertos países arrojar algunas migajas de la mesa de la burguesía, en la forma de un estado de bienestar. Pero en el capitalismo en crisis que vivimos hoy las políticas keynesianas lejos de favorecer una etapa capitalista de leche y miel simplemente agudizan las contradicciones de un sistema ahogado en deudas nacionales sin precendentes y con atascos en la producción.
Mientras el marxismo plantea la destrucción del Estado burgués mediante la dictadura del proletariado —como un régimen transitorio destinado a vencer la resistencia de la burguesía y poner las bases para la gradual extinción del Estado— Dussel plantea que ese estado burgués debe fortalecerse y crecer para impulsar una serie de reformas de corte keynesiano, entonces en vez de un futuro no capitalista Dussel nos ofrece un futuro de capitalismo de estado. Algunos sectores de la burguesía llaman a las políticas keynesianas “populismo” —un término nebuloso que se usa como insulto por los portavoces del neoliberalismo—. Sin embargo Dussel nos informa que él no es populista —haciendo eco de la presión de los tacheristas neoliberales— sino algo muy diferente, aunque nadie sepa exactamente qué.
Pero no hay que desesperar pues viene al rescate la “filosofía de la liberación”:
“Tenemos que poner los fundamentos de la creación de un nuevo tipo de cultura, una nueva sociedad y economía política. Para eso es la filosofía de la liberación”
Pero hasta donde sabemos Dussel no nos ha presentado esos nuevos tres tomos de El Capital que dejan obsoleta la obra de Marx, ni la nueva “economía política” que vuelva a la teoría de la plusvalía de Marx algo superado o sin vigencia alguna. Dussel nos invita a que abandonemos el análisis científico del capitalismo y esperemos hasta que estén las bases para una nueva economía política que nos promete su “filosofía de la liberación”.
A estas alturas ya hemos visto que la entrevista con Dussel a La Jornada es todo un festival de prepotencia donde nuestro autor mide a todos los demás —incluidos Sánchez Vázquez y Bolivar Echeverría— a partir de sí mismo, a partir de su supuesto conocimiento sobrehumano del marxismo y del idioma alemán, presume con timbre de orgullo haber conocido a Marta Harnecker —una burócrata estalinista exponente de los peores manuales escolásticos— y a Louis Althusser —exponente del “marxismo” académico más rígido y acartonado—:
“En la Facultad de Filosofía de la UNAM en los años 80 había mucho marxismo, pero althusseriano, cuando a la marxista chilena Marta Harnecker (1937-2019) la conocí en París antes de conocer a Louis Althusser (1918-1990), así que tengo una larga experiencia”. […] Entre los marxistas franceses, italianos y demás me consideran un marxista estricto, porque lo he leído en alemán y tengo tesis de interpretación propias, he descubierto cosas interesantes que no han visto […] Bolívar, con quien tuve diálogos acerca de mi interpretación de Marx, a partir de la lectura muy estricta que hice durante 10 años; me la pasé zambullido en él. […]”.
¡Basta ya de tanta pedantería! Es una entrevista breve pero retrata de cuerpo entero al personaje y su reformismo pretencioso. Ojalá sea leído para que los lectores asqueados se acerquen a las auténticas ideas y los clásicos del marxismo que son hoy más vigentes que nunca: Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo, Julio Antonio Mella y José Carlos Mariátegui.
NOTAS:
[1] «Hoy día no es posible un proyecto político socialista»: Dussel https://www.jornada.com.mx/notas/2022/02/07/cultura/hoy-dia-no-es-posible-un-proyecto-politico-socialista-dussel/[2] Mella, ¿Qué es el ARPA?, en: Mella documentos y artículos, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975, p. 378.
[3] Marx, prefacio a la segunda edición rusa del Manifiesto Comunista, en: Obras escogidas en tres tomos, Moscú, Progreso, 1976, p. 102.
[4] Mariátegui, “El problema de las razas en América Latina”, en José Carlos Mariátegui, Textos básicos, México, FCE, 1991, p. 217.
[5] Marx, Engels, La ideología alemana, en: Obras escogidas en tres tomos, Moscú, Progreso, 1976, p. 35.
[6] Trotsky, Su moral y la nuestra, México, Clave, 1939, p. 6.
[7] Trotsky, “El arte y la revolución”, León Trotsky, sobre arte y cultura, Madrid, Alianza editorial, 1971, p.207.