Las elecciones de mitad de legislatura de 2018 en Estados Unidos han ido y venido y no ha habido grandes sorpresas. Tanto Demócratas como Republicanos trabajaron para movilizar a millones de personas y abrieron sus billeteras para hacerlo, por un valor de 4.000 millones de dólares. Esto y la polarización de la sociedad provocaron un enorme aumento de la participación, con un récord de 113 millones de votos, y más de 30 millones de votos anticipados, en comparación con los 83 millones que votaron en 2014.
Si bien estas cifras indican una profunda polarización en la sociedad, la ausencia de un partido político de la clase obrera significa que estas elecciones sólo pueden dar un reflejo parcial y distorsionado del estado de ánimo de la sociedad. Los Demócratas se subieron a una modesta ola de cólera anti-Trump para recuperar la Cámara de Representantes, mientras que la complacencia racista de Trump hacia las zonas rurales más atrasadas del país ayudó a los Republicanos a aumentar su control del Senado. Sin embargo, hubo tendencias importantes que se revelaron en esta instantánea electoral del estado de ánimo del país, que ofrece una oportunidad para que los marxistas revolucionarios defendamos una vez más nuestro reclamo por un cambio político y económico fundamental.
Lo primero que debemos tener en cuenta es que, durante toda la ardua y polarizada campaña, no hubo un solo tema de verdadera importancia para los trabajadores. Por ejemplo, ¿dónde estaba el debate sobre el elevado costo de la vivienda y el consiguiente aumento del número de personas sin hogar? ¿O la necesidad de salarios más altos y de sindicatos en el lugar de trabajo? ¿Qué pasa con la necesidad de educación gratuita y la cancelación de la deuda estudiantil? Y aunque algunos pidieron atención médica universal gratuita, nadie presentó un plan integral para pagarla con las ganancias de los gigantes de la industria farmacéutica, los seguros de salud y otros servicios médicos, o su nacionalización bajo el control de los trabajadores. Tampoco se hizo hincapié en el movimiento para poner fin a los asesinatos policiales y al racismo, en la necesidad de permisos más generosos de paternidad y maternidad por el nacimiento de los hijos y guarderías gratuitas, ni en un plan para grandes proyectos de infraestructura.
Los medios de comunicación y los políticos burgueses marcan la pauta y enmarcan los temas. Es el interés de clase de los capitalistas de ambos partidos desviar y crear confusión. Los Demócratas y Republicanos no querían abordar temas reales ya que esto expondría la crisis del capitalismo estadounidense. Trump trató de infundir miedo, creando chivos expiatorios para distraer a la gente de las causas reales de sus problemas económicos. Y los Demócratas básicamente limitaron su campaña a «a favor o en contra» de Trump, como si simplemente el tener su poder bajo control nos llevara a una vida maravillosa.
El estado real de las cosas
Los auges y las recesiones son una constante del capitalismo, y desde 1974, las recesiones han hecho más para deteriorar la calidad de vida de la gente que los auges para aumentarla, ya que la mayor parte de la riqueza creada por el trabajo ha ido a enriquecer 1% más rico. La recuperación actual -la segunda más larga en la historia posterior a la Segunda Guerra Mundial- ha durado 9 años y 5 meses. Como resultado, muchas personas piensan que las cosas están mejor de lo que estaban en 2008, en el punto álgido de la última crisis, pero también piensan que la economía no les está dando el nivel de vida que esperan. Hay un sentimiento generalizado de que la vida es bastante difícil para los trabajadores, y para los jóvenes en particular.
Las cifras de empleo publicadas por la Casa Blanca ocultan el hecho de que entre 5 y 7 millones de trabajadores han abandonado la fuerza laboral en la última década, lo que deja la tasa de la población económicamente activa de los Estados Unidos en un sombrío nivel mínimo en 40 años. Esta es otra forma de desempleo oculto. Después de este verano, 22 millones de personas están subempleadas, ya sea porque ganan muy poco para llegar a fin de mes o porque tienen un trabajo a tiempo parcial. Casi la mitad de la fuerza laboral empleada, 60 millones de trabajadores, ganan 15 dólares o menos, mientras que más de 40 millones de trabajadores se las arreglan con menos de 12 dólares.
¿Un referéndum sobre Trump?
Trump fue elegido con el 46,1% de los votos. Su base principal era la pequeña burguesía racista y un pequeño ala de la extrema derecha de la clase dominante, ya que la mayoría de la clase dominante apoyaba a Hillary Clinton. También recibió los votos de muchos trabajadores blancos que, sin una alternativa de clase, buscaban protestar contra el status quo. En estas elecciones de noviembre de 2018, los Republicanos se aferraron en gran medida a este segmento de la población, mientras que casi todos los demás votaron en contra. Sin embargo, es significativo que los Demócratas hayan recuperado algunas áreas perdidas en los estados clave del cinturón de óxido de Michigan, Pennsylvania, Ohio y Wisconsin, que inclinaron la balanza a favor de Trump en 2016. Por ejemplo, el senador Demócrata de Ohio Sherrod Brown llegó a un tercer mandato en un Estado en el que Trump ganó por ocho puntos hace dos años. Y los trabajadores de Wisconsin finalmente lograron expulsar al gobernador Scott Walker, ¡aunque podríamos añadir que no fue gracias a los Demócratas!
En los dos años que Trump ha estado en el poder, en lo sustancial ha hecho muy poco, a menos que la retórica incendiaria y los tweets puedan ser contados como tales. Ni siquiera pudo conseguir que los Republicanos en el Senado apoyaran la revocación del Obamacare, el sistema de salud impulsado por Obama. El PIB ha aumentado y ha habido un incremento constante en los empleos (en su mayoría de bajos salarios), pero esto se debe en gran medida a la inercia de la recuperación que precedió a su elección, a pesar de que reclame todo el mérito por eso y señale sus recortes de impuestos como la razón. En cuanto a «América Primero», la política comercial de Trump está llevando a contradicciones crecientes, especialmente para los productores de soja y cerdo y las empresas que compran acero y aluminio. ¿Y qué hay de su promesa de una inversión masiva en infraestructura? Eso también se ha pasado por alto.
Ahora que controlan la Cámara, los Demócratas trabajarán para atar a Trump con sus innumerables investigaciones, demandas e intrigas. Sin embargo, una cosa que probablemente esté fuera de la agenda es el juicio político: ese grito de guerra de tantos liberales e incluso de algunos de la izquierda que piensan que hay una solución de panacea para esta crisis sistémica. Nancy Pelosi, quien, después de ocho años de estar mirando desde fuera, puede volver a ser Presidenta de la Cámara, ha dicho que no lo apoyará.
Los marxistas entienden que el juicio político no es más que otra distracción de los problemas reales. Trump es incapaz de gobernar porque el sistema que defiende y representa es incapaz de ser gobernado, no por tal o cual tecnicismo legalista o mala conducta. Los trabajadores estadounidenses no pueden depositar sus esperanzas en el Partido Demócrata capitalista para deshacerse de Trump, que, en cualquier caso, sólo sería reemplazado por el igualmente reaccionario Mike Pence, su vicepresidente. La tarea que tenemos por delante no es sólo deshacernos de Trump, sino deshacernos del podrido sistema, del propio capitalismo.
Los próximos dos años veremos un mayor debilitamiento de Trump y podemos esperar que continúe atacando a chivos expiatorios para crear distracciones. Todo esto complicará la reelección de Trump en 2020, aunque nada está garantizado, ya que los Demócratas son expertos en conseguir derrotas ante las fauces de la victoria. Pero el verdadero elefante en la sala es la crisis económica que se avecina, que alterará todos los planes cuidadosamente establecidos y establecerá nuevos parámetros para la lucha económica, social y política.
Algunas moralejas
En un sistema bipartidista, los que querían oponerse a Trump sentían que tenían que votar por los Demócratas, y hubo un giro claro en esa dirección. En 2016, el mal menor fue gravemente socavado y no podía durar para siempre. Pero la verdad es concreta, y hasta que algo llegue para reemplazar a los partidos actuales, habrá un continuo y contradictorio ir y venir entre ellos.
Los Demócratas consiguieron un total de 230 escaños de un total de 435 en la Cámara de Representantes, lo que les dio el control de este organismo. Incluso donde perdieron, hubo un gran cambio para los Demócratas. En Kentucky, el republicano Andy Barr ganó por 22 puntos en 2016. Esta vez, ganó por sólo tres puntos, un giro de 19 puntos porcentuales contra Trump. En Texas, donde Beto O’Rourke hizo campaña «libre de dinero corporativo» y a favor de la atención médica pública, hubo un cambio de seis puntos contra los Republicanos en comparación con las elecciones presidenciales de 2016 y un cambio de 13 puntos porcentuales contra el Republicano Ted Cruz en comparación con su última elección en 2012.
Los Demócratas también ganaron la gobernación en 23 de los 36 estados donde hubo elecciones, incluyendo Kansas, Illinois y el mencionado Wisconsin, y también estuvieron cerca de ganar en otros Estados.
En el estado de Nueva York, los Demócratas ahora tienen el control de ambas cámaras de la legislatura estatal y de todas las posiciones estatales. Los Demócratas ahora no tienen excusas para no aprobar reformas importantes como el sistema de salud con financiación pública en todo el Estado y la educación gratuita desde la guardería hasta la universidad, o para no derogar en la Cámara de Representantes la reaccionaria Ley Taylor que niega ayuda económica al pueblo palestino.
A pesar de la aprobación de medidas reaccionarias que muy probablemente llevarán a un acceso restringido a los abortos en Alabama y Virginia Occidental, varias medidas electorales arrojan luz sobre los temblores que hay bajo la superficie. Por ejemplo, se aprobaron propuestas de aumentos del salario mínimo en Arkansas ($11) y Missouri ($12). A principios de este año, la llamada legislación del derecho al trabajo en Missouri fue derrotada por el 68% de los votos en un referéndum. Estos votos, en áreas dominadas en gran medida por los Republicanos, muestran que cuando se les da la oportunidad de votar concretamente en su propio interés, los trabajadores lo hacen. También muestra que un futuro partido obrero de masas podrá ganar apoyo de clase, incluso entre los que hoy se consideran Republicanos.
El año 2018 también fue un año destacado para las candidatas. Las mujeres con educación universitaria prefirieron a los Demócratas con un margen del 18%, en comparación con 2012, cuando este mismo grupo votó por Mitt Romney en lugar de Obama por un margen de 6%. Se prevé que al menos 96 mujeres obtengan escaños en la Cámara de Representantes. Dos mujeres musulmanas y una mujer nativa americana también fueron elegidas por primera vez. Todo esto representa un rechazo instintivo al asqueroso sexismo de Trump y viene después del surgimiento del movimiento #MeToo.
Pero también debemos preguntarnos, ¿qué políticas defenderán la mayoría de estas candidatas? La experiencia demuestra que un partido capitalista no puede resolver los problemas de la clase obrera. Las mujeres de la clase trabajadora tienen problemas de la clase trabajadora y necesitan candidatas y soluciones de la clase trabajadora. Ya que ni los Demócratas ni los Republicanos pueden cumplir con esto, podemos estar seguros de que las mujeres de la clase obrera estarán a la vanguardia de un futuro partido socialista de masas.
¿Una persona, un voto?
La mayoría de la gente se sorprendería al saber que, aunque 45 millones de personas votaron por los Demócratas en las elecciones al Senado de Estados Unidos, y los Republicanos recibieron sólo 33 millones de votos, ¡los Republicanos en realidad consiguieron más escaños! ¿Cómo es esto posible?
Las elecciones en Estados Unidos están distorsionadas por la propia estructura de su «democracia». Se alega que una persona, un voto, es un principio básico de la democracia burguesa, pero el capitalismo estadounidense no se atiene a este principio. La Constitución de los Estados Unidos de 1787 fue ratificada por un puñado de hombres blancos propietarios, de más de veinte años de edad -a nadie más se le permitió votar sobre ella- e incluso entonces, apenas fue aprobada por un margen estrecho. La Cámara de Representantes de los Estados Unidos es la rama legislativa más representativa, pero los fundadores crearon el Senado, así como otros dos poderes del gobierno con facultades de detener a la Cámara de Representantes, por si acaso la gente común llegara a tener el control de la misma.
Además, desde el Senado hasta el Colegio Electoral, los Estados menos poblados tienen una ventaja ponderada sobre sus homólogos urbanos porque cada Estado obtiene automáticamente dos senadores y al menos un congresista, lo que les da un mínimo de tres votos electorales, sin importar cuántas personas vivan allí. Por ejemplo, Wyoming tiene 580.000 habitantes, dos senadores y un congresista. Esto significa que obtiene un voto electoral por cada 193.333 personas. Pero el Estado de Nueva York, con sus 19,85 millones de habitantes, 27 congresistas y dos senadores, sólo recibe uno por cada 684.482.
Está aún más sesgada cuando se trata del Senado. Wyoming, Dakota del Norte y Montana tienen una población combinada de menos de 2,4 millones, pero obtienen seis votos en el Senado. Missouri tiene una población de seis millones de personas y sólo dos votos. California tiene una población de casi 40 millones de habitantes -más que todo Canadá- y, sin embargo, sólo tiene dos senadores. Washington, DC, una ciudad de más de 700.000 habitantes, no tiene senadores ni congresistas con derecho a voto.
Además de esto, millones de convictos están descalificados para votar y hay un esfuerzo incesante para negar o desalentar a los trabajadores pobres a votar, especialmente a los nativos americanos, los negros y los latinos.
Una oportunidad perdida para la izquierda
El ascenso de la palabra «socialista» fue un acontecimiento significativo en estas elecciones. Como resultado de la meteórica carrera de Sanders en 2016, el socialismo está ahora en el centro de la política estadounidense y muchos candidatos se identifican abiertamente con él. Sin embargo, hay socialismos y socialismos. Y no es que los Demócratas se hayan movido a la izquierda, sino que gran parte de la izquierda se ha movido hacia los Demócratas, quienes están muy contentos de acoger y cooptar a estos candidatos, por muy bien intencionados que sean.
Tres miembros de los DSA (Socialistas Demócratas de América), que se identificaron como socialistas, se postularon para el Congreso como Demócratas, con dos de ellos ganando: Rashida Tlaib en Michigan y Alexandria Ocasio Cortez en Nueva York (la mujer más joven elegida nuca a esta Cámara). En Maine, el senador independiente Angus King, que va con los Demócratas, ganó la reelección, pero el candidato demócrata fue Zak Ringelstein, un candidato de los DSA que obtuvo más del 10% de los votos en el sistema de votación por rangos. Julia Salazar, otra miembro de los DSA, fue elegida como una de las senadoras Demócratas del Estado de Nueva York.
Todo esto demuestra que la gente mira a la izquierda y está abierta a las ideas socialistas. Sin embargo, creemos que fue un error que estos candidatos se presentaran como Demócratas. También fue un error seguir un programa reformista que sólo busca un capitalismo más amable y gentil, en un momento en que la crisis hace imposible que el sistema entregue nada sustancial. Si la gente asocia el «socialismo» con promesas rotas y una continuación del statu quo, el actual renacimiento del interés en estas ideas podría convertirse en su contrario.
Es por eso que creemos que las eleccciones de mitad de legislatura de 2018 fueron otra oportunidad perdida para la clase obrera y la izquierda. En esta etapa de la lucha de clases, creemos que las campañas electorales deben ser usadas como oportunidades para elevar la conciencia de los trabajadores, para ayudarlos a organizarse, desacreditar el sistema y, lo que es más importante, señalar la necesidad de un partido socialista de masas y un gobierno obrero. Encuestas recientes han mostrado que el 62% de los estadounidenses quieren un «tercer partido» y esto se eleva al 71% cuando se trata de milleniales (jóvenes de 20 a 30 años). Según CNN, casi cuatro de cada diez votantes dijeron que su voto era una señal de oposición a Trump. Esta es una estadística increíble ya que significa que aproximadamente cuatro de cada cinco que votaron a los Demócratas no votaron «a favor» sino «en contra» de Trump.
Sin embargo, debemos tener claro que, por mucho que los trabajadores «quieran» su propio partido, no se puede desear que exista, ¡se debe construir! El primer paso para construir realmente un partido de este tipo es tener una perspectiva para hacerlo. La perspectiva de la Corriente Marxista Internacional (CMI) es que el impasse histórico del sistema capitalista -con la inestabilidad y los ataques a los trabajadores que traerá- está preparando el camino para una intensificación de la lucha de clases. Sólo un gobierno obrero con políticas socialistas puede vencer realmente a Trump y al capitalismo.
Bernie Sanders -con su base masiva de partidarios, contribuyentes y votantes- pudo haber construido un partido socialista obrero de masas. Pero su capitulación ante los Demócratas y el control vertical de la organización «Nuestra Revolución» no dejaron pasar esa oportunidad. Desde entonces, y especialmente después de la elección de Trump, mucha gente se despertó a la política de izquierda y se unió a los DSA, que creció de 6.000 miembros a 50.000. El DSA no es un partido de masas, pero es la mayor organización socialista del país. Está en una posición única para usar su creciente perfil para presentar políticas socialistas audaces y la necesidad de romper con los Demócratas, un primer paso esencial en la lucha por el socialismo.
Por ejemplo, si el DSA hubiera presentado cinco o diez candidatos para el Congreso, ya fuera en una línea socialista o como independientes, siguiendo un programa socialista y llamando a la construcción de un partido socialista obrero de masas, podría haber generado aún más interés por las ideas socialistas. El DSA podría haber movilizado una campaña a nivel nacional con miembros y partidarios en todas partes ayudando y posiblemente inscribiendo candidatos en sus áreas locales. Dado el estado de ánimo en el electorado, estos candidatos habrían hecho una buena elección e incluso podrían haber ganado un escaño. E incluso si todos fueran derrotados esta vez, esto podría haber llevado a cientos de miles de nuevos miembros de los DSA hacia una experiencia que se podría aprovechar en los años venideros.
En cambio, Bernie Sanders y la mayoría de los DSA básicamente apoyaron a los Demócratas. Donde el DSA postuló candidatos, como Alexandria Ocasio-Cortez y Rashida Tlaib, los postuló como Demócratas con un programa aceptable para los Demócratas. En lugar de utilizar las elecciones para aumentar la conciencia política, están sembrando ilusiones y decepciones que se revelarán en el próximo período. Como no está organizado como un partido político, el DSA no tiene forma de hacer que sus miembros electos rindan cuentas. Sus candidatos se verán sometidos a una enorme presión por parte de la dirección Demócrata para que se alineen con la oferta de palos y zanahorias. También estarán asociados a todas las políticas reaccionarias del Partido Demócrata. Esto sólo aumenta la confusión política en lugar de aclarar los intereses de clase de los Demócratas y la necesidad de una alternativa de los trabajadores.
En cuanto a los dirigentes sindicales, han desempeñado su lamentable papel habitual en estas elecciones. Al igual que los Demócratas, parecen esperar que, si mantienen la cabeza agachada el tiempo suficiente, los cambios demográficos serán suficientes para echar a los Republicanos, garantizando así el dominio de los Demócratas como «amigos de los trabajadores». ¡No importa que ese partido nunca haya tenido en mente los intereses de los trabajadores! Y aunque en su mayoría apoyaba a los Demócratas, en algunas áreas, como el primer distrito del Congreso de Pensilvania, la AFL-CIO apoyó al Republicano Brian Fitzpatrick y le ayudó a ganar la reelección. La perspectiva colaboracionista de clase de los dirigentes sindicales es un callejón sin salida y sólo cambiará cuando se construyan serias oposiciones de izquierda en los sindicatos.
¿Qué hay que hacer?
Lenin explicó que sin teoría no hay movimiento revolucionario. Parece que toda la izquierda -no sólo en Estados Unidos, sino en todo el mundo- está desmoralizada y es pesimista. ¡Por otro lado, la Corriente Marxista Internacional es excesivamente optimista! ¿Por qué esta disparidad? Porque nos tomamos en serio lo que dijo Lenin. Sabemos que si nos tomamos en serio el capitalismo, tenemos que adoptar un enfoque científico. De lo contrario, terminaremos pensando como nuestro enemigo de clase quiere que pensemos, como los reformistas. Por muy buenas que sean sus intenciones, terminan siguiendo la dirección de la clase dominante, atrapados en la mentalidad de que el capitalismo es todopoderoso y durará para siempre y que lo mejor que podemos hacer es presionarlos para que hagan reformas.
Pero con un enfoque científico, podemos ver el tamaño y el poder potencial de la clase trabajadora y la creciente debilidad y divisiones entre los capitalistas. Sabemos que los trabajadores eventualmente se verán obligados a luchar contra el sistema, tengan o no una dirección revolucionaria. Pero si quieren luchar y ganar, deben construir esa dirección, y esa dirección debe ser guiada por la teoría, las lecciones concentradas de la experiencia pasada y las luchas de la clase obrera. Es por eso que debemos continuar construyendo esta dirección ahora. Si logramos acumular calidad hoy, desarrollaremos una cantidad mucho mayor en el calor de los acontecimientos futuros.
El marxismo sigue siendo una fuerza pequeña, pero hemos ganado mucho en el último período. Con ideas claras sobre la necesidad de la independencia de clase y de una revolución socialista, estamos seguros de que podemos avanzar aún más en los años venideros. Las condiciones objetivas para nuestro crecimiento son muy favorables porque ni los capitalistas ni los reformistas podrán resolver las contradicciones del sistema. Al oponernos a la ola de un mal menor, hemos podido diferenciarnos de aquellos en la izquierda que capitularon ante esa presión.
Para muchos trabajadores, la cuestión de quién es el mal «mayor» o «menor» no está del todo claro, y es comprensible que así sea. En lugar de lanzarnos a la miniatura «ola azul» de la colaboración de clase con el Partido Demócrata, la CMI pone su confianza en la clase obrera. Lo que aplastará al tambaleante sistema bipartidista no es el tibio programa «cualquiera que no sea Trump» de los Demócratas, sino el tsunami de lucha de clases que se vislumbra en el horizonte. Es imposible predecir con precisión cuándo llegará; pero cuando lo haga, los socialistas necesitarán todas las manos a la obra y un plan claro para ayudar a canalizar toda esa energía hacia el cambio revolucionario. Si estás de acuerdo con este análisis, te invitamos a trabajar y unirte a la Corriente Marxista Internacional.
Publicado originalmente en inglés en: Socialist Revolution, sección estadounidense de la Corriente Marxista Internacional.