Mientras escribo estas líneas, la atención de todo el mundo se centra en un solo hombre. Cada una de sus palabras es estudiada, diseccionada y analizada con el mayor detalle, con la esperanza de poder encontrar algún sentido a lo que pueden significar, o no.
Los esfuerzos de los autoproclamados expertos se asemejan mucho a los de los astrólogos del mundo antiguo, que estudiaban con igual diligencia las entrañas de animales muertos para predecir el futuro.
¡Ay! La ciencia de la predicción no parece haber avanzado ni un solo paso desde entonces hasta ahora.
Desde el momento en que Donald J. Trump abandonó ayer la reunión de las naciones del G7 en las Montañas Rocosas, dejando a los dignatarios reunidos, los supuestos gobernantes del mundo conocido, en un estado de profunda conmoción e incredulidad, hasta el momento actual, seguimos sin estar mucho más cerca de comprender lo está pensando o haciendo el presidente de los Estados Unidos.
En este punto, hay que recurrir al método científico del marxismo para poder comprender, al menos en parte, lo que está sucediendo en el mundo. Porque, por muy importantes y significativas que sean las ideas y las acciones de los individuos en la configuración de los grandes acontecimientos históricos (y en un momento dado pueden ser decisivas), nunca son suficientes, por sí solas, para explicar nada.
Siempre es necesario situar estas acciones individuales en un contexto general. Desde ese punto de vista, aprovecho la oportunidad para llamar la atención sobre algo que escribí sobre la situación en Oriente Medio hace menos de un año:
«La situación en Oriente Medio es un verdadero campo minado, a la espera de que el impulso inicial estalle en algo vasto y aterrador. Y los actores de este drama parecen interpretar sus papeles con una especie de fatalismo ciego incapaz de predecir sus siguientes pasos. Proceden con la fatal inevitabilidad de los robots programados para comportarse de un modo que no comprenden, y mucho menos controlan.».
Al analizar cualquier guerra, lo primero que hay que establecer son los objetivos bélicos de las potencias contendientes. Analizar los objetivos bélicos de los israelíes no es difícil. Como expliqué en artículos anteriores, Netanyahu está decidido a arrastrar a Estados Unidos a su guerra con Irán, y sus acciones actuales se derivan de forma bastante lógica de este objetivo.
Es habitual que los críticos de izquierda del líder israelí lo describan de diversas maneras, como un criminal de guerra cuyas manos están manchadas de la sangre de innumerables víctimas inocentes —lo cual es indudablemente cierto— y como un maníaco homicida cuyas acciones están determinadas por el odio puro y la sed de sangre, lo cual es falso.
De hecho, no hay nada irracional en la conducta de Netanyahu. No está guiada ni por el odio ciego ni por ninguna otra emoción irracional. Más bien al contrario. Sus cálculos son totalmente racionales.
Como escribí en el artículo mencionado anteriormente:
«Netanyahu es un político cínico y curtido, con un historial de maniobras sin escrúpulos y también de corrupción. Sabe muy bien que si la guerra en Gaza termina, perderá el poder y se enfrentará a una pena de prisión. La perspectiva de poner fin a su carrera política no le resulta, naturalmente, muy atractiva. La probabilidad de pasar una larga temporada en una celda de una prisión israelí es una perspectiva aún menos apetecible.
«Su única esperanza de salvar algo de su reputación es presentarse como un líder fuerte, un líder de guerra. Pero, por definición, un líder de guerra debe tener una guerra que liderar. De esta ecuación, que no es muy complicada, se deduce inmediatamente la única conclusión posible.[…]
«Debe convencer al pueblo de Israel de que se enfrenta a una amenaza existencial por parte de enemigos poderosos externos, y que hay que hacer frente a estos enemigos con la fuerza, ya que es el único lenguaje que entienden».
Sin duda, estas consideraciones personales pesan mucho sobre Netanyahu, que se enfrenta a problemas considerables en el frente interno. La mejor manera de desactivar estos problemas era precisamente embarcarse en una aventura militar en el extranjero, que le proporcionaría la posibilidad de presentarse en público como un «gran líder bélico».
Llegué a la conclusión de que: «Netanyahu está empeñado en una guerra con Irán que se ampliará a una guerra más amplia en toda la región, arrastrando a otras potencias, incluido Estados Unidos de América. Ése es su objetivo, y nada ni nadie lo desviará de él».
Escribí estas líneas el 2 de agosto de 2024 en un artículo titulado «Crisis en Oriente Medio: sonambulismo hacia el abismo». Casi doce meses después, considero que no tengo que cambiar ni una sola línea de lo que escribí entonces.
Los acontecimientos han demostrado que esto era cien por cien cierto. Una vez establecido este hecho, hemos comprendido la naturaleza y la causa precisas de la situación actual.
De héroes y villanos
Como en todo drama, hay héroes y villanos. Como en toda guerra, se dice que las fuerzas del mal luchan contra las fuerzas del bien. Nuestra maravillosa prensa libre no ha perdido tiempo en presentar a los israelíes como los heroicos defensores de la paz, la justicia y la democracia, mientras que Irán, naturalmente, es presentado como la fuente de todos los males de Oriente Medio, si no del mundo entero.
Sin embargo, al final, resulta que ambas fuerzas, aparentemente excluyentes y hostiles, están conspirando para provocar una catástrofe de alcance mundial.
Por nuestra parte, no nos hacemos la menor ilusión sobre el carácter reaccionario del régimen iraní.
Pero intentar presentar al conocido criminal de guerra, el carnicero de Gaza, Benjamin Netanyahu, como un defensor de la paz en el mundo realmente pone a prueba los límites de la credulidad.
Todo esto está claramente relacionado con la situación en Gaza, la pobre, sangrante y destrozada Gaza, que el ejército israelí ha reducido a un montón de escombros humeantes. Sin embargo, hasta la fecha, los israelíes no han logrado sus objetivos bélicos declarados. Los rehenes no han sido liberados y Hamás no ha sido destruido. Como expliqué hace casi un año, en agosto de 2024:
«La guerra en Gaza, como hemos visto, está ahora irremediablemente estancada. Tras haber arrasado todo el territorio, el ejército israelí se ha quedado sin objetivos viables. Incluso algunos generales han expresado su descontento con la situación.
«Así que Bibi debe pensar en otra cosa. […]
«Lo que realmente necesita es la implicación directa del ejército estadounidense en una confrontación más amplia en la región, que obligue a Estados Unidos y a todos sus aliados a ponerse abiertamente del lado de Israel. Para ello, Netanyahu está decidido a provocar un conflicto regional que obligue a Estados Unidos a implicarse directamente del lado de Israel.
El enemigo al que ha elegido enfrentarse no es otro que Irán.».
Los israelíes han estado luchando por todos los medios a su alcance para provocar un conflicto con Irán. El año pasado comenté:
«Los israelíes pusieron inmediatamente en marcha un programa de provocación sistemática, diseñado para empujar a Irán hacia la guerra. El 1 de abril, un ataque israelí contra la sección consular de la embajada iraní en Damasco mató a siete iraníes, entre ellos dos comandantes veteranos.
«Inmediatamente, como un coro bien ensayado, los aliados de Estados Unidos presionaron a Irán para que actuara con “moderación”. ¿No es extraño que siempre se pida a Irán que “actúe con moderación”, nunca a Israel? Sin embargo, es precisamente a Israel a quien deberían dirigirse estos consejos.».
Ahora la historia se repite.
La estrategia de Netanyahu
Es bien sabido que, para preparar el terreno para un acto de agresión, es imprescindible que el agresor aparezca como la víctima. Hay que pintar de blanco lo que es negro. Y hay que pintar de negro lo que es blanco.
Netanyahu tenía que desviar la atención de su creciente impopularidad señalando con el dedo acusador a un enemigo externo que pueda ser incluso más impopular que él mismo. Para ello, jugó hábilmente con los sentimientos de miedo hacia Irán que la camarilla gobernante israelí ha ido alimentando y exacerbando deliberadamente durante décadas. Ahora, estos sentimientos se concentraban en la supuesta amenaza de una bomba nuclear iraní.
Todas las fuentes mejor informadas, incluidas las de Estados Unidos, han llegado a la conclusión de que la amenaza de que Irán desarrolle un arma de este tipo en un breve espacio de tiempo no es una hipótesis viable. Es cierto que los iraníes poseen todo lo necesario para fabricar sus propias armas nucleares. Pero esto no significa en absoluto una «amenaza real y presente» para Israel, como la presenta Netanyahu.
Por el contrario, las agencias de inteligencia estadounidenses han dejado claro que no hay posibilidad de que Irán adquiera armas nucleares en los próximos tres años. Todo esto se ignora mientras el tambor de la guerra suena cada vez más fuerte y persistente.
La opinión desde Washington
Empecemos por lo obvio. Una guerra general en Oriente Medio claramente no beneficia a los intereses de Estados Unidos. Tendría efectos catastróficos para la economía mundial (y la estadounidense), que ya se ve amenazada por una recesión económica.
Además, Estados Unidos tiene bases militares en muchos países de Oriente Medio que son vulnerables a los ataques, al igual que sus numerosos intereses económicos y comerciales.
Incluso Joe Biden y su camarilla de belicistas lo entendieron y, en consecuencia, se mostraron evasivos y evitaron dar luz verde a Netanyahu para atacar Irán. Prefirieron pasar el cáliz envenenado a la nueva administración de Donald Trump.
Por su parte, Trump claramente no estaba a favor de una guerra con Irán. Por un lado, como individuo, es claramente reacio al riesgo y prefiere limitarse a cerrar acuerdos en los que cree que tiene buenas posibilidades de ganar.
Más importante aún, libró una campaña electoral con una plataforma clara de oposición a arrastrar a Estados Unidos a guerras extranjeras.
Recordemos que prometió poner fin a la implicación de Estados Unidos en Ucrania en un plazo de 24 horas. Al final, este ambicioso objetivo se le ha escapado. Pero no ha abandonado en absoluto el objetivo de sacar a Estados Unidos del embrollo ucraniano.
A pesar del bombardeo constante de demandas de Netanyahu, se negó sistemáticamente a dar permiso para un ataque contra Irán, abogando en cambio por la búsqueda de una solución negociada a la espinosa cuestión de la política nuclear iraní.
Las negociaciones ya estaban en marcha cuando los israelíes atacaron. De hecho, el ataque se lanzó solo un par de días antes de que se reanudaran las negociaciones, el domingo 15 de junio. Por lo tanto, el objetivo del ataque era claramente sabotear estas negociaciones.
Las negativas de Estados Unidos
Los líderes iraníes han acusado airadamente a los estadounidenses de duplicidad, de esconderse tras la cínica excusa de las negociaciones, mientras animan en secreto a los israelíes en sus planes agresivos.
En respuesta, los estadounidenses negaron indignados haber participado en el ataque. Pero, si se tiene en cuenta todo, estas negativas no convencerán a los ayatolás ni a la mayoría de la población iraní.
Por un lado, Trump, estúpidamente, no hizo ningún intento por negar el hecho de que había sido advertido de antemano de las intenciones de los israelíes. Esto se interpreta ampliamente como una indicación de que, en efecto, había dado luz verde a Netanyahu para atacar Irán, algo que, hasta ahora, se había negado persistentemente a hacer.
Si los estadounidenses conocían de antemano los planes israelíes, resulta poco creíble que no hayan desempeñado algún papel, por indirecto que sea, en el ataque propiamente dicho. El suministro de información satelital y otros datos de inteligencia habría desempeñado por sí solo un papel muy importante en la operación.
No es ningún secreto que Israel cuenta con muchos servidores obedientes en puestos de poder en Estados Unidos: en el Departamento de Estado, en el Pentágono, en la burocracia permanente no elegida, que permanece inamovible, independientemente de quién ocupe la Casa Blanca. Por último, cuenta con partidarios en puestos clave de la propia Administración.
Todas estas poderosas fuerzas se habrán puesto en marcha en los días previos al ataque y habrán ejercido una presión inmensa sobre el presidente, que no oculta su apoyo a Israel y es conocido por sus impulsos repentinos y sus cambios de humor totalmente impredecibles, que pueden variar considerablemente de un momento a otro.
Trump cambia de rumbo
Aunque Trump jura en cada frase que apoya una solución negociada con Irán en lugar de la guerra, él mismo ha contribuido en gran medida a sabotear las negociaciones en curso con Irán.
Las condiciones que se ofrecen ahora a los iraníes van mucho más allá de la exigencia inicial de abandonar las armas nucleares. En efecto, ahora se pide a los iraníes que desmantelen todas sus instalaciones nucleares y renuncien al enriquecimiento nuclear en general, ya sea con fines pacíficos o bélicos.
Por supuesto, es imposible que cualquier Gobierno iraní acepte una exigencia tan escandalosa, que supone una clara violación de los derechos de Irán como Estado soberano.
Parece claro que la falta de voluntad de Irán para llegar a un compromiso en esta cuestión ha provocado un creciente grado de frustración por parte del hombre de la Casa Blanca, que se ha vuelto más susceptible a los insidiosos argumentos del poderoso lobby proisraelí, según el cual el único lenguaje que entienden los hombres de Teherán es el de la fuerza.
Es fácil imaginar un escenario en el que un irascible Donald Trump finalmente le diga a Netanyahu que está harto de la «obstinación» de los iraníes y que, en consecuencia, los israelíes pueden hacer lo que quieran para presionarlos.
No se sabe lo que Trump le dijo realmente a Netanyahu. Pero fuera lo que fuera, el líder israelí lo interpretó como la luz verde de Washington que había estado esperando con impaciencia.
Una vez dado este paso, los acontecimientos se precipitaron. No es de extrañar, ya que todos los preparativos se habían hecho con mucha antelación.
Una jugada peligrosa
El presidente Trump acortó su viaje a Canadá para reunirse con los líderes mundiales y partió hacia Washington el lunes por la noche, tras haber irritado a sus aliados al quejarse de que habían excluido injustificadamente a Vladimir Putin de sus deliberaciones.
Aunque apoyó públicamente el llamamiento a la «desescalada», Trump siguió reiterando su apoyo a los agresores israelíes. Al final, los hechos siempre hablan más que las palabras. La decisión de la Marina estadounidense de enviar un segundo grupo de ataque de portaaviones a Oriente Medio no podría haberse tomado sin su permiso expreso.
Según la prensa, el portaaviones USS Nimitz, junto con sus nueve escuadrones aéreos y una fuerza de escolta que incluye cinco destructores, está abandonando el mar de China Meridional para unirse al grupo de ataque USS Carl Vinson en el mar de Arabia.
Si esto es lo que Washington llama «evitar la escalada», es legítimo preguntarse cómo sería una escalada real.
Su intención puede ser utilizar su presencia como medio para disuadir a Irán de atacar las bases estadounidenses. Pero se trata de una medida extremadamente peligrosa y que conlleva riesgos imprevistos.
El mero hecho de la presencia de enormes fuerzas estadounidenses cerca de Irán solo puede considerarse un acto de escalada. Una vez desplegadas estas fuerzas en el Mediterráneo oriental y en el golfo Pérsico o el mar Rojo, la demanda de utilizarlas se intensificará inevitablemente, lo que creará el riesgo de un grave enfrentamiento.
Si Estados Unidos se une a la guerra, los estadounidenses en todo Oriente Medio serán extremadamente vulnerables a los ataques, y la presencia de portaaviones no servirá para protegerlos.
Hay aproximadamente 40.000 soldados estadounidenses repartidos en bases de todo Oriente Medio, que podrían convertirse en objetivos de la represalia iraní.
Repercusiones internacionales
Aún más graves serían las repercusiones internacionales de tal acto. Esto me lleva a la cuestión de la discusión que tuvo lugar recientemente entre Donald Trump y Vladimir Putin, evidentemente a petición de este último.
Es imposible conocer con exactitud el contenido de esta conversación, ya que el texto real no se ha hecho público, por razones obvias. Pero está bastante claro que el líder ruso se habrá expresado en los términos más enérgicos posibles, advirtiendo que la intervención militar de Estados Unidos en la guerra entre Irán e Israel tendría las consecuencias más graves.
Hay que tener en cuenta que el 21 de abril de 2025, Vladimir Putin firmó un tratado con Irán por el que ambos países se comprometían a una Asociación Estratégica Global.
Como resultado, Rusia se ha convertido en un socio comercial clave, especialmente en lo que respecta a sus excedentes de reservas de petróleo.
En la actualidad, Rusia e Irán mantienen una estrecha alianza económica y militar, y ambos países están sujetos a duras sanciones por parte de la mayoría de las naciones occidentales. Esto significa, sin duda, que cualquier amenaza militar contra Irán provocaría necesariamente una respuesta de Rusia, un hecho que Putin habrá dejado muy claro a Trump en esta conversación.
No cabe duda de que estas palabras habrán pesado mucho en la mente de Trump, lo que explica los giros y vueltas posteriores. La perspectiva de un conflicto militar abierto con Rusia —y, casi inevitablemente, con China— le habrá dado mucho que pensar.
Pero mientras el hombre de la Casa Blanca se apresuraba a batirse en retirada, su amigo en Londres se preparaba una vez más para la acción.
Como si no tuviera suficientes problemas en casa, donde su Gobierno está en serios apuros y él mismo es profundamente impopular, Starmer se está involucrando ahora en la búsqueda de alguna forma de lograr una «desescalada» del conflicto en Oriente Medio.
¿Cómo ayuda el Sr. Starmer a «desescalar» la situación? ¡Enviando aviones de combate británicos y aviones de reabastecimiento a la región! No sabemos qué se supone que van a hacer, ya que el primer ministro británico se niega a decirlo.
Pero no es difícil predecir que les ordenará que hagan lo que le diga su jefe en la Casa Blanca. Al fin y al cabo, eso es lo que llamamos «relación especial», es decir, la relación entre el mayordomo y su amo.
Por cierto, no hay absolutamente ninguna comparación entre los portaaviones británicos y los superportaaviones estadounidenses. Pero cuanto menos se diga al respecto, mejor. En palabras de Napoleón: «De lo sublime a lo ridículo, solo hay un paso».
Mensajes contradictorios
Como de costumbre, Trump parece contradecirse a sí mismo.
Durante su reciente conversación telefónica con Putin, el líder ruso evidentemente ofreció sus servicios para mediar en el conflicto entre Israel e Irán. Esto provocó infartos a los demás líderes occidentales en la reunión del G7.
Trump ha dejado claro que, personalmente, no tendría ninguna objeción a que Putin desempeñara ese papel. Esto tendría la ventaja de liberar al hombre de la Casa Blanca de la dolorosa necesidad de mediar entre dos Estados que se están matando y que no tienen ningún deseo evidente de poner fin al conflicto.
Y todo el mundo sabe que las opiniones de un solo hombre tienen peso para los israelíes, y ese hombre se llama Donald Trump.
Parece que el presidente Macron alcanzó un nivel de paroxismo que podría poner en peligro su salud. Su rabia estaba obviamente dictada por la suposición que siempre hace, a saber, que él y solo él está cualificado para desempeñar el papel de «mediador internacional honesto».
Esta creencia pasa por alto el pequeño detalle de que hoy en día nadie confía lo suficiente en la probidad moral del Sr. Macron como para permitirle venderles un coche de segunda mano.
Macron cometió la imprudencia de afirmar que Trump abandonó la reunión para impulsar un alto el fuego en el conflicto de Oriente Medio. Claramente enfurecido, Trump respondió con un humillante desaire al presidente francés, al que describe como el «presidente Emmanuel Macron, ávido de publicidad», que «siempre se equivoca».
Dijo que no estaba de humor para abogar por un alto el fuego ni para negociar nada, salvo la rendición incondicional de Irán.
Por lo tanto, debemos tratar de analizar los elementos que guían la estrategia de Trump, siempre suponiendo que tenga alguna. Y eso no está nada claro.
El cambio de papel de Estados Unidos
Si uno comete un error, una persona racional optará por modificar el rumbo elegido para evitar volver a cometerlo. La idea de que si uno comete un error y este conduce al fracaso, la conclusión debe ser repetirlo una y otra vez con la convicción de que, al final, dará buenos resultados, no es propia del pensamiento racional, sino más bien un síntoma de locura.
Eso es lo que hoy en día se considera pensamiento estratégico en Occidente. Es lo que hicieron los belicistas de Estados Unidos y Europa en el caso de Ucrania, ¡y es lo que se está invitando a hacer ahora a Estados Unidos en relación con Irán!
Aunque no parece haber calado en las cabezas huecas de los hombres y mujeres que gobiernan el mundo desde las Montañas Rocosas canadienses, las cosas han cambiado a escala internacional desde que Biden y su camarilla de belicistas están al mando.
El imperialismo estadounidense es la nación más poderosa de la Tierra, pero este poder no es ilimitado y ahora está claramente en declive. Frente a un gigante económico como China y una Rusia resurgente y segura de sí misma, ahora es cada vez más arriesgado para Estados Unidos imponer su poder en el mundo.
Subestimar al enemigo es fatal en la guerra. Es mucho mejor exagerarlo y prepararse para lo peor, que lanzarse a la batalla a ciegas, asumiendo lo mejor y garantizando así un mal resultado.
El mismo error estúpido que llevó a Estados Unidos a la guerra con Rusia en Ucrania, que está terminando en una humillante derrota, se está repitiendo ahora, con consecuencias mucho más graves.
Nunca pensaron que las cosas podrían no salir como imaginaban. Del mismo modo, nunca imaginaron que los misiles iraníes pudieran atravesar las aparentemente inexpugnables defensas israelíes y alcanzar objetivos importantes en el propio Israel.
Y persisten en negar lo que es evidente: que el ataque a las instalaciones nucleares no está funcionando.
A estas personas se las presenta en los medios de comunicación como individuos muy inteligentes, incluso brillantes, que solo merecen elogios y admiración. En realidad, merecen ser internados en la celda acolchada más cercana lo antes posible, donde no puedan hacerse daño a sí mismos ni al resto de la raza humana.
Errores de cálculo
El ala más reaccionaria de los republicanos apoya tanto al Gobierno israelí como su opinión de que ahora es el momento de buscar un cambio de régimen en Teherán. Este es el verdadero objetivo de Netanyahu y su camarilla, y no la destrucción de la industria nuclear iraní.
Pero han calculado muy mal. Aunque a muchos iraníes no les gusta el régimen, su odio hacia los ayatolás no equivale a un apoyo a Netanyahu y a los estadounidenses. Más bien al contrario.
Las acciones agresivas de Israel, respaldadas por Estados Unidos, empujarán a amplios sectores de la sociedad iraní, incluso a algunos de los más acérrimos enemigos del régimen, a apoyar al Gobierno en su guerra contra los agresores extranjeros.
Lejos de persuadir a los iraníes para que adopten una actitud más «razonable» en las negociaciones sobre la cuestión nuclear, mucha gente, no solo en el Gobierno, sino también en las calles, llegará a la conclusión de que las negociaciones con los estadounidenses son una pérdida de tiempo y que la única defensa real que puede tener Irán es adquirir armas nucleares lo antes posible.
¿Ha tenido éxito Israel?
¿Cuál es el balance de las primeras etapas de esta guerra? Por el momento, es imposible realizar un juicio preciso sobre el alcance de los daños causados por los ataques iniciales contra Irán. O, por lo demás, sobre el verdadero alcance de los daños causados por los ataques iraníes contra Israel.
Como de costumbre, la niebla de la guerra ha descendido, cubriendo con un espeso velo la situación real, lo que hace extremadamente difícil establecer la verdad. En este momento, los israelíes están cantando victoria. Son expertos mundiales en cantar victoria. De hecho, si existiera un premio Nobel a la fanfarronería y la jactancia, sin duda serían los líderes mundiales.
Por desgracia, las afirmaciones exageradas en la guerra suelen quedar desmentidas con el paso del tiempo. Y las afirmaciones israelíes sobre su supuesto éxito en la destrucción de las defensas de Irán y en el debilitamiento fatal de su capacidad para fabricar armas nucleares son un ejemplo de ello.
Las primeras afirmaciones de los israelíes de que Irán no sería capaz de responder eficazmente durante algún tiempo quedaron inmediatamente desmentidas por los acontecimientos.
¿Consiguió el ataque israelí abrumar el sistema de defensa aérea de Irán? La respuesta es un sí rotundo. Al parecer, la ofensiva fue precedida por un ciberataque que dejó fuera de combate las defensas aéreas iraníes durante varias horas, dejando a Teherán indefenso ante el bombardeo israelí.
Sin embargo, los iraníes afirman que han comenzado a reparar los daños, por lo que podemos predecir que los futuros ataques aéreos israelíes no estarán exentos de pérdidas.
Sin duda, se han causado daños importantes en Irán. Pero el alcance de la destrucción ha sido claramente exagerado y magnificado hasta un grado extraordinario.
Así lo demuestra el hecho mismo de los inmediatos y abrumadores ataques con misiles lanzados por Irán, que los israelíes habían descartado inicialmente, al menos en el futuro inmediato, dada la devastación que afirmaban haber infligido a la maquinaria militar iraní.
Los iraníes no tardaron en lanzar una aterradora oleada de misiles —probablemente varios cientos— contra objetivos en Israel, en tal número que algunos, al menos, penetraron el tan cacareado sistema antimisiles israelí «la Honda de David».
Los israelíes afirman que la mayoría de estos misiles fueron derribados. Sin duda es así, y no es ninguna sorpresa. Sin embargo, algunos misiles lograron atravesarlo, destrozando el mito de la impermeabilidad de los llamados «Cúpula de Hierra» y «Honda de David» y causando graves daños a objetivos militares y civiles.
The Guardian informó:
«Misiles iraníes han alcanzado las ciudades israelíes de Tel Aviv y Haifa, destruyendo viviendas y alimentando la preocupación de los líderes mundiales reunidos esta semana en el G7 de que el conflicto entre los dos enemigos regionales pueda desembocar en una guerra más amplia en Oriente Medio».
Las imágenes de una zona residencial de Tel Aviv reducida a un montón de escombros con un enorme cráter dan testimonio del extraordinario poder destructivo de estos misiles. Fue una llamada de atención para la población israelí, a la que se ha alimentado sistemáticamente con la reconfortante ilusión de que sus formidables defensas aéreas la protegerían de cualquier daño para siempre.
Los desconcertados residentes, que observaban los escombros de sus hogares y se encontraban claramente en estado de shock y terror, comentaban con tristeza: «Esto es como Gaza».
De la noche a la mañana, la reputación de la «Cúpula de Hierro», la «Honda de David» y todos los sistemas de defensa aérea que Israel ha estado desarrollando durante los últimos 30 años, desde el primer conflicto entre Irak y Estados Unidos en 1991, se ha hecho añicos.
El daño psicológico causado por esto superará con creces cualquier daño físico infligido por los misiles iraníes. Pero el sufrimiento de la población civil no preocupa a Netanyahu, que apareció en televisión con su habitual pose cínica de calma y confianza y reserva férrea para prometer a la población de Israel que «Teherán arderá». En otras palabras, más de lo mismo.
Pero detrás de la fachada de falsa confianza, Netanyahu es un hombre preocupado. Es muy consciente de que, si no consigue una victoria rápida sobre Irán, el tiempo no está de parte de Israel.
Israel sigue lanzando ataques para localizar y matar a altos cargos del Gobierno y del ejército iraní, así como a miembros de la comunidad científica iraní.
Y sigue atacando posiciones de misiles balísticos y de defensa aérea iraníes. Pero Israel sigue sin poder asestar el golpe definitivo que quizá esperaba cuando inició esta operación el viernes.
Mientras tanto, los ataques de Irán contra Israel se están intensificando gradualmente. Con el tiempo, la balanza de la ventaja en lo que ahora es claramente una guerra de desgaste se inclinará cada vez más a favor de Irán.
El sistema de defensa aérea de Israel está empezando a sufrir escasez y, en algún momento, será incapaz de mantener siquiera el nivel de cobertura antimisiles del que es capaz en la actualidad.
Es una simple cuestión de matemáticas. Se necesitan como mínimo dos misiles Patriot para ofrecer cierta garantía de que un misil entrante será derribado.
Irán está lanzando cientos de misiles y se cree que posee un arsenal de varios miles más. Por el contrario, el número de misiles Patriot que posee Israel es limitado y se agotará rápidamente al ritmo actual de uso.
Por lo tanto, Netanyahu necesita una victoria rápida. Pero eso es algo que claramente no está a su alcance, al menos no sin la ayuda activa de los Estados Unidos de América.
Israel no ha sido capaz de infligir daños significativos a la instalación nuclear de Fordow. Han perforado algunos agujeros en la tierra alrededor de la instalación de Natanz. Por lo tanto, cada vez parece más probable que Israel no pueda alcanzar sus tres objetivos.
- Hasta ahora no ha conseguido provocar el colapso del Gobierno iraní.
- Hasta ahora no ha conseguido impedir que Irán lance misiles contra Israel, a pesar de las afirmaciones de que Israel ha inutilizado un tercio de los lanzadores iraníes.
- No ha logrado infligir daños graves al programa nuclear iraní, ni retrasar seriamente su avance hacia la producción de una bomba nuclear.
Esta es la explicación de sus llamamientos cada vez más frenéticos a Trump para que acuda en su ayuda.
Los riesgos para Trump
¿Y cuál es la posición de Trump? Es una pregunta difícil de responder. Da la impresión de que Trump no tiene una idea clara de hacia dónde va ni siquiera de lo que está haciendo. Como respondió a un periodista que le preguntó directamente si tenía intención de intervenir en el conflicto: «Puede que lo haga, puede que no». Es probable que ni siquiera haya tomado una decisión al respecto.
Trump parece reaccionar a los acontecimientos de forma empírica, decidiendo sobre la marcha, reaccionando ahora a esta presión, ahora a aquella.
Estos métodos pueden ser adecuados para un promotor inmobiliario de Nueva York. Pero son totalmente inadecuados cuando se trata de las complejidades de la diplomacia internacional. El improvisar empíricamente no sustituye a una estrategia clara y coherente. Sin embargo, eso es lo que parece faltar lamentablemente en esta administración.
La evidente falta de comprensión de Trump de los métodos más elementales de la diplomacia quedó claramente de manifiesto en su reacción a los acontecimientos recientes. En primer lugar, no perdió tiempo en expresar su pleno apoyo a los actos agresivos de Israel, culpando a Irán de no haber «llegado a un acuerdo», pasando por alto el hecho de que, parafraseando El padrino, «les hizo una oferta que no podían aceptar».
En su entusiasmo por la causa israelí, llegó incluso a calificar de «excelente» su acto de agresión desprovisto de provocación. También dejó claro que había sido informado del ataque con antelación.
Nada de esto le impidió, poco después, mantener firmemente que «Estados Unidos no tenía conocimiento de este ataque y no participó en él». Una negación que, evidentemente, ninguna persona sensata podría aceptar.
Desde entonces, ha seguido con su juego habitual de enviar mensajes contradictorios, que cada uno puede interpretar como quiera. Por un lado, pleno apoyo a Israel. Por otro, exigencias de fin de las hostilidades, «desescalada» y reanudación de las negociaciones, etc.
Estos mensajes contradictorios siempre son fuente de confusión. Pero en un escenario bélico son realmente peligrosos, ya que pueden llevar a una o ambas partes en conflicto a tomar medidas que pueden tener consecuencias fatales.
Por su parte, Netanyahu no oculta su irritación por la conducta de Trump. Tras el ataque del viernes, Trump sugirió que aún se podía convencer al régimen iraní para que negociara, afirmando que los iraníes «deben llegar a un acuerdo antes de que no quede nada».
Ese no es el tipo de declaración que Netanyahu quería oír de Washington. No busca una reanudación de las negociaciones ni ningún tipo de acuerdo. Desea continuar la guerra hasta el final. Y para ello, espera que Estados Unidos entre en la guerra a su lado. En resumen, ¡su plan es que los estadounidenses libren su guerra por él!
Estas son las consecuencias inevitables de décadas de permisividad por parte de Estados Unidos y todos los demás gobiernos occidentales, que han ignorado sistemáticamente los crímenes de Israel, desafiando las normas internacionales más elementales, lo que les ha llevado a concluir que pueden hacer lo que quieran, mientras Estados Unidos sigue pagando las facturas.
El problema central aquí es que los objetivos bélicos de Netanyahu no coinciden con los de Estados Unidos. El periódico The Guardian señaló acertadamente: «Al atacar a Irán y torpedear las negociaciones, Netanyahu ha superado a Trump, y el líder israelí bien podría enredar a Estados Unidos en un nuevo conflicto en Oriente Medio que Trump insiste en que no quiere».
Y añadía: «En su discurso inaugural en enero, Trump reforzó su deseo de establecerse como mediador que pondrá fin a los conflictos mundiales, incluidas las guerras en Ucrania y Gaza, y evitará por completo nuevas guerras. “Mi legado más preciado será el de pacificador y unificador”, afirmó».
Por otro lado, belicistas como el senador republicano Lindsey Graham exigen a gritos que Estados Unidos actúe en apoyo de Israel. El beligerante lobby israelí ha adquirido un carácter frenético, casi histérico.
Hay buenas razones para ello. Quienes creyeron en la propaganda de Netanyahu de que el Gobierno iraní se derrumbaría como un castillo de naipes están ahora frustrados porque sus esperanzas no se han cumplido.
Y detrás de la feroz retórica, se adivina el contorno de otra cosa: el miedo.
Pero, a pesar del carácter feroz de su retórica, estas personas no han comprendido en absoluto la fuerza de Irán y su capacidad para resistir un ataque israelí.
La respuesta inicial de Trump al ataque israelí fue extremadamente insensata. Lo calificó de «excelente». Este tipo de declaraciones no servirán para convencer a los iraníes de que Estados Unidos es, de alguna manera, un espectador inocente en el conflicto actual.
Posteriormente, Donald Trump mantuvo un silencio muy inusual y poco característico. Esto bien podría indicar que, una vez más, el hombre de la Casa Blanca está empezando a tener dudas. Y bien podría indicar la existencia de un grave conflicto dentro de su propia administración.
Tulsi Gabbard, directora de Inteligencia Nacional (DNI), es conocida por su firme oposición a las acciones de Trump.
Más grave aún, sus últimas palabras y acciones han provocado un creciente malestar e incluso indignación entre sus seguidores. Se habrá dado cuenta de que su conducta en este asunto no ha sido bien recibida por su base MAGA. De hecho, ha suscitado una respuesta furiosa, incluso por parte de los seguidores más leales al presidente.
Le recuerdan sus promesas durante la campaña electoral de no comprometer a Estados Unidos en más «guerras eternas», ni en Oriente Medio ni en ningún otro lugar.
«No más guerras eternas»
Trump prometió a sus seguidores MAGA que no iniciaría ninguna de las llamadas «guerras eternas» en Oriente Medio. Por eso ahora hay una gran inquietud en las filas del movimiento MAGA, que se refleja en el siguiente mensaje de un seguidor de Trump:
«Que le den.
Yo voté por:
NO A LAS GUERRAS.
Gasolina barata.
Sin impuestos.
Comida barata.
MAGA.
¿Qué de todo esto se ha cumplido?
Si Trump nos lleva a la guerra, estoy harto de él y de su administración.
Estoy cabreado».
Últimamente han llegado muchos mensajes de este tipo al escritorio de Trump.
En resumen, Trump necesita una guerra con Irán como un agujero en la cabeza. Pero eso no significa necesariamente que dicha guerra esté descartada. Ni mucho menos.
Trump está sometido a presiones de todos lados y aún no está claro qué camino tomará finalmente. Pero los riesgos son muy claros:
«Si Trump nos lleva a la guerra, acabé con él y con su administración».
No se podría expresar con más claridad.
18 de junio de 2025