La mujer y la lucha por el socialismo

Para los marxistas, el origen de todas las formas de opresión se encuentra en la división de la sociedad en clases. Pero la opresión puede tomar muchas formas. Junto a la opresión de clase nos encontramos con la opresión de una nación sobre otra, la opresión racial y la opresión de la mujer.

Para los marxistas, el origen de todas las formas de opresión se encuentra en la división de la sociedad en clases. Pero la opresión puede tomar muchas formas. Junto a la opresión de clase nos encontramos con la opresión de una nación sobre otra, la opresión racial y la opresión de la mujer.

 

Los marxistas deben luchar contra la opresión y la discriminación en todas sus formas, al tiempo que señalan que sólo una transformación radical de la sociedad y la abolición de la esclavitud de clase pueden crear las condiciones para la abolición de la esclavitud en todas sus manifestaciones y el establecimiento de una sociedad verdaderamente humana basada en la igualdad, la justicia y la libertad.

La opresión de la mujer no ha existido siempre. De hecho, la familia tal como la conocemos hoy en día no siempre ha sido así, sino que es una forma transitoria. El marxismo explica que surgió junto con la sociedad de clases, la propiedad privada y el Estado. La opresión de la mujer es tan antigua como la división de la sociedad en clases. Por tanto, su abolición depende de la abolición de las clases, es decir, de la revolución socialista.

Esto no quiere decir que la opresión de la mujer desaparecerá automáticamente cuando el proletariado tome el poder. La herencia psicológica de la barbarie de clase será finalmente superada cuando se creen las condiciones sociales para el establecimiento de auténticas relaciones humanas entre hombres y mujeres. Pero a menos que el proletariado derroque el capitalismo y establezca las condiciones para el logro de una sociedad sin clases, la emancipación verdadera de la mujer no será posible.

Tampoco significa que la mujer debe esperar a la revolución socialista para resolver sus problemas y, mientras tanto, someterse humildemente a la discriminación, la humillación y la dominación masculina. Por el contrario, sin la lucha diaria para mejorar bajo la actual sociedad, la revolución social sería impensable. Es precisamente a través de la lucha por los avances parciales y las reformas que la clase obrera en su conjunto aprende, desarrolla su conciencia, adquiere un sentido de su propio poder y se eleva hasta el nivel exigido por las grandes tareas históricas.

Muchas jóvenes toman primero conciencia de la necesidad de cambiar la sociedad existente a través de la lucha por los derechos de la mujer. Están motivadas por un sentido ardiente de la injusticia en el trato brutal de la mujer en una sociedad que proclama hipócritamente su adhesión a la democracia y a la justicia, mientras relega a la mitad de la humanidad a una situación de degradante desigualdad, discriminación y opresión de todo tipo.



La necesidad de la revolución



Hay muchas reivindicaciones por las que podemos y debemos luchar ahora: por la ilegalización de todas las formas de discriminación en la sociedad y en el puesto de trabajo; por un salario igual por un trabajo de igual valor; por el derecho al aborto y al divorcio; por el fin de la discriminación contra las familias monoparentales; por la protección de las mujeres contra la violencia de género; acción contra el acoso sexual, la violación y la violencia doméstica; por una casa y un puesto de trabajo para todo el mundo; por el cuidado infantil gratuito y de alta calidad, y demás.

Todo esto es absolutamente necesario. Sin embargo, la emancipación de la mujer nunca puede ser plenamente lograda sobre la base de una sociedad donde la inmensa mayoría está dominada, controlada y explotada por los banqueros y los capitalistas. Para terminar con la opresión de la mujer, es necesario poner fin a la propia opresión de clase. La lucha por la emancipación de la mujer, por tanto, está vinculada orgánicamente a la lucha por el socialismo.

Con el fin de llevar a cabo la revolución socialista, es necesario unir a la clase obrera y a sus organizaciones, superando todas las barreras de idioma, nacionalidad, raza, religión y sexo. Esto implica, por un lado, que la clase obrera tome sobre sí la tarea de luchar contra todas las formas de opresión y explotación, poniéndose a la cabeza de todas las capas oprimidas de la sociedad y, por otro, que rechace con decisión todos los intentos de división –incluso cuando estos intentos vienen de sectores de los propios oprimidos–.

Hay un paralelo bastante exacto entre la posición marxista sobre la mujer y la posición marxista sobre la cuestión nacional. Tenemos la obligación de luchar contra todas las formas de opresión nacional. Pero, ¿significa esto que apoyamos el nacionalismo? La respuesta es no. El marxismo es internacionalismo. Nuestro objetivo no es erigir nuevas fronteras, sino disolverlas todas en una federación socialista mundial.

Los nacionalistas burgueses y pequeño burgueses desempeñan un papel pernicioso dividiendo a la clase obrera en líneas nacionales y jugando con los sentimientos comprensibles de resentimiento causados por largos años de discriminación y opresión a manos de la nacionalidad opresora. Lenin y los marxistas rusos libraron una lucha implacable, por un lado, en contra de todas las formas de opresión nacional, pero también, por otro lado, en contra de los intentos de la burguesía y de los nacionalistas pequeñoburgueses de hacer uso de la cuestión nacional con fines demagógicos. Insistieron en la necesidad de unir a la clase obrera de todas las nacionalidades en la lucha contra el latifundismo y el capitalismo como la única verdadera garantía para una solución duradera de la cuestión nacional en una federación socialista.

En otras palabras, los marxistas abordan la cuestión nacional exclusivamente desde el punto de vista de clase. Es lo mismo con la actitud de los marxistas hacia la opresión de la mujer. Si bien luchamos contra todas las formas de discriminación y opresión, debemos rechazar decididamente cualquier intento de presentar el problema como un conflicto entre el hombre y la mujer, y no como una cuestión de clase. Cualquier división entre diferentes grupos de trabajadores: las mujeres contra los hombres, los negros contra los blancos, los católicos contra los protestantes, los sunitas contra los chiitas, sólo puede perjudicar a la causa de la clase obrera y ayudar a perpetuar la esclavitud de clase.

La mujer y la revolución

En realidad, toda la historia del movimiento demuestra que la cuestión de clase es primaria, y que siempre ha habido una fuerte lucha entre las mujeres de las clases oprimidas, que defendían un cambio revolucionario, y las mujeres "progresistas" que simplemente utilizaban la cuestión de la opresión de las mujeres para sus propios fines egoístas. En cada etapa, estas diferencias de clases se han puesto de manifiesto y además de la forma más aguda. Un par de ejemplos bastarán para ilustrar este punto.

Ya en el siglo XVII, las mujeres comenzaron a plantear la reivindicación de su emancipación social y política. Durante la Revolución Inglesa se dio una creciente participación de las mujeres en la lucha contra la monarquía y por la democracia y la igualdad de derechos. En 1649 tuvimos la Petición de las Mujeres de la Ciudad de Londres (Women’s Petition of the City of London), que establece que: “Ya que tenemos la seguridad de nuestra creación a imagen de Dios, y de un interés en Cristo igual a los hombres, como también de una participación proporcional en las libertades de la Comunidad (Commonwealth), no podemos dejar de preguntarnos y lamentamos que debamos aparecer tan despreciables ante vuestros ojos, como para ser consideradas indignas de hacer petición o representación de nuestras quejas a esta honorable Cámara”.

"¿No tenemos un interés común con los hombres de esta nación, en esas libertades y valores contenidos en la Petición de Derechos, y las otras buenas leyes de la Tierra?" (J. O’Faolain y L. Martines, No en la imagen de Dios, páginas 266-7. Edición inglesa)

Había mujeres participando activamente en los grupos radicales y sectas religiosas de la izquierda del movimiento revolucionario que mantenían que las mujeres podían ser predicadoras y ministras. María Cary, por ejemplo, estaba asociada con el movimiento radical la “Quinta Monarquía”. En La gloria de la Nueva Jerusalén escribió:

“Y si hay muy pocos hombres que están así provistos con el don del Espíritu; ¡cuán pocas son las mujeres! No, sino que hay muchas mujeres piadosas, muchas que de hecho han recibido el Espíritu: ¿Pero en qué pequeña medida se ha dado eso? ¿Cuán débiles son? ¿Y cuán incapaz de profetizar? Porque es de eso de lo que yo estoy hablando, y que este texto dice que lo harán; que sin embargo no vemos que se cumpla… Pero llega la hora en que se cumplirá esta promesa, y los Santos estarán abundantemente llenos del espíritu; y no sólo los hombres, sino las mujeres profetizarán; no sólo los hombres de edad, sino los hombres jóvenes; no sólo los superiores, sino los inferiores; no sólo los que tienen aprendizaje de la Universidad, sino los que no lo tienen; incluso sirvientes y sirvientas”.

Las mujeres en la Revolución Francesa

Cuando llegó la Revolución Francesa, la situación había cambiado mucho. Las relaciones de clase se habían vuelto más claras, más nítidas, al igual que la conciencia. La revolución ya no tenía necesidad de vestirse con el atuendo de la Biblia. En su lugar, hablaba con el lenguaje de la Razón y de los Derechos del Hombre. Pero, ¿qué pasaba con los derechos de la mujer?

La Revolución Francesa sólo se puede entender desde un punto de vista de clase. Los diferentes partidos, clubes, tendencias e individuos, que aparecen en una diversidad desconcertante, subiendo y bajando como las olas en un mar tempestuoso, no eran más que la expresión de diferentes clases luchando por el dominio de la situación, y la ley general de toda revolución en que la tendencia más radical siempre tiende a desplazar a la tendencia más moderada, hasta que el impulso revolucionario se ha agotado y la película de la revolución comienza a detenerse y después a dar marcha atrás. Este es el destino inevitable de toda revolución burguesa, donde el impulso que viene de las masas finalmente se va a pique por la contradicción entre sus ilusiones y el auténtico contenido de clase del movimiento.

Las divisiones de clase dentro del movimiento revolucionario se manifestaron desde el principio. Los Girondinos representaban la tendencia burguesa que quería poner fin a la revolución a mitad del camino y llegar a un acuerdo con el rey para establecer una monarquía constitucional. Esto hubiera sido fatal para la revolución, que sólo adquirió el impulso necesario porque las masas irrumpieron en la escena y comenzaron a ajustar las cuentas con la reacción en un estilo plebeyo revolucionario. Fue la participación de las masas –tan brillantemente descrita en el libro de Kropotkin sobre el tema– lo que garantizó la victoria de la Revolución Francesa y la disolución completa del viejo orden.

En general, no es del todo conocido que las mujeres desempeñaron un papel destacado tanto en la revolución francesa como en la rusa. Pero no nos referimos aquí a las feministas de clase media educada, que surgieron en el curso de la revolución, sino a las mujeres plebeyas de la clase trabajadora, que se rebelaron contra la opresión de su clase. Las mujeres plebeyas y semi-proletarias de París que iniciaron la Revolución Francesa en 1789 se sublevaron al principio por la cuestión del pan, y no por el tema de la opresión del género femenino; aunque, naturalmente, esto surgió en el curso de la Revolución misma.

“Excluidas del voto, y de la mayoría de las sociedades populares, las mujeres podían, y lo hicieron, jugar un papel muy importante en las insurrecciones, en particular en las de octubre de 1789, 10 de agosto de 1792, y, más prominentemente, en los levantamientos de la primavera de 1795 (conocidos como los levantamientos de germinal y pradial del año III, según los nombres de los meses del calendario revolucionario introducido en 1792). Las mujeres, incluso las más radicales, rara vez pidieron el voto, condicionadas como estaban por la distinción de género del siglo XVIII, que colocaba a hombres en la “esfera pública” y a las mujeres en la “esfera privada”. Sí crearon sociedades populares de mujeres, la más famosa de las cuales fue la Sociedad de las Ciudadanas Revolucionarias Republicanas, pero este club sólo duraría entre mayo y octubre de 1793. Sin embargo, como señalan las historiadoras Dominique Godineau y Darlene Levy, esto no significa que las mujeres no compartieran el programa político y económico de los hombres. Las mujeres apoyaron, incluso alentaron, a los hombres a la acción. Se sentaban en las galerías de las sociedades populares; crearon su propio espacio político a la puerta de las panaderías, en la plaza del mercado, en las calles". (Profesor Gwynne Lewis, La Revolución Francesa, 1787-1799. El pueblo y la Revolución Francesa.)

Una revolución conmueve a la sociedad hasta lo más profundo, liberando aspiraciones y sentimientos reprimidos durante mucho tiempo dentro de las masas y de todas las capas oprimidas. La reivindicación de la emancipación de la mujer, por lo tanto, asumió un significado ardiente. Pero esta reivindicación fue entendida de manera diferente por las diferentes tendencias que, en última instancia, se apoyaban en diferentes intereses de clase. No fue una casualidad que las mujeres del proletariado y semi-proletariado parisino pobre abrieran el camino. Eran la capa más oprimida de la sociedad, la que tenía que soportar el peso de los sufrimientos de las masas. Además, no tenían ninguna experiencia de la lucha y de las organizaciones políticas, y llegaron a la escena sin el estorbo de los prejuicios. Por el contrario, los hombres eran más prudentes, más vacilantes, más “legalistas”. Este contraste se ha visto muchas veces desde entonces. En numerosas huelgas, donde las mujeres han participado, ellas han mostrado consistentemente mucha mayor combatividad, brío y valentía que los hombres. Significativamente, fue en los temas de clase –la cuestión del pan– que estas mujeres comenzaron a movilizarse. Lo mismo ocurrió 100 años después en Petrogrado.

En cada punto de inflexión de la Revolución Francesa, por lo menos en las primeras etapas, las mujeres de las clases más bajas estuvieron a la cabeza. En octubre de 1789, mientras que los caballeros de la Asamblea Constituyente hablaban sin cesar de la reforma y de las constituciones, las mujeres pobres de París –las pescaderas, las lavanderas, las costureras, las chicas tenderas, las sirvientas y las esposas de los obreros, se sublevaron espontáneamente. Estossans culottes femeninos organizaron una manifestación y marcharon hacia el Ayuntamiento de París exigiendo pan más barato. Empujaron a los hombres a marchar sobre Versalles y a poner al rey y a la reina (no hicieron ninguna distinción entre los dos –en todo caso la “mujer austríaca” era más odiada que su marido–) bajo arresto domiciliario virtual. La escena está bien descrita por George Rudé:

“A este punto, las mujeres habían comenzado a participar. La crisis del pan era peculiarmente algo suyo y, desde ese momento, fueron ellas en lugar de los hombres las que jugaron el papel principal en el movimiento. El 16 de septiembre Hardy informó que las mujeres habían detenido cinco carros cargados con grano en Chaillot y los llevaron al Hôtel de Ville (el ayuntamiento) de París. El día 17, al mediodía, el Hôtel de Ville fue sitiado por mujeres enojadas que se quejaban de la conducta de los panaderos; fueron recibidas por Bailly y el Consejo Municipal. ‘Ces femmes [escribió Hardy] disaient hautement que les hommes n’y entendaient rien et qu’elles voulaient se mêler des affaires’ [‘Estas mujeres manifestaban estentóreamente que los hombres no entendían nada del tema y que querían arreglar las cosas ellas mismas’]. Al día siguiente, el Hôtel de Ville fue nuevamente sitiado, y se hicieron promesas. Esa misma tarde Hardy vio a mujeres ocupar una carreta llena de grano en la Place des Trois Maries y escoltarla a la sede del distrito local. Este movimiento iba a continuar hasta de la manifestación política del 5 de octubre y más allá”. (George Rudé, La multitud en la Revolución Francesa, p. 69. Ed. inglesa)

Y de nuevo: "A partir de estos comienzos las mujeres ahora se reunieron en el Hôtel de Ville. Su primer objetivo era el pan; el segundo, probablemente, las armas y las municiones para sus hombres. Un comerciante de telas que pasaba por el viejo mercado a las ocho y media, vio grupos de mujeres que paraban a extraños en la calle y los obligaban a ir con ellas al Ayuntamiento, ‘où l’on devait aller pour se faire donner du pain’ [‘donde uno tenía que ir para conseguir el pan’]. Los guardias fueron desarmados y sus armas entregadas a los hombres que seguían a las mujeres, las cuales les instaban a seguir adelante. Otro testigo, un cajero en el Hôtel de Ville, describió cómo, a eso de las nueve y media, un gran número de mujeres, con hombres entre ellas, se precipitaron escaleras arriba y asaltaron todas las oficinas del edificio. Un testigo dijo que llevaban palos y picas, mientras que otro insistía que estaban armadas con hachas, palanquetas, porras y mosquetes. A un cajero que tuvo la osadía de protestar ante los invasores, se le dijo ‘qu’ils étaient les maîtres et les maîtresses de l’Hôtel de Ville’ [‘que ellos eran los dueños y dueñas del ayuntamiento’]. En su búsqueda de armas y pólvora los manifestantes rompieron documentos y libros de contabilidad, y un fajo de cien billetes de un valor de mil libras cada uno de la Caisse des Comptes desaparecieron de un gabinete. Pero su objetivo no era ni el dinero ni el botín: el Tesorero de la Ciudad más tarde dijo a la policía que algo más de 3,5 millones de libras en efectivo y billetes quedaron intactos; y los billetes desaparecidos fueron devueltos intactos unas semanas más tarde. Después de haber sonado la campana de alarma desde el campanario, los manifestantes se fueron a la Place de Grève hacia las 11.

"Fue en este momento cuando Maillard y sus volontaires llegaron a la escena. Según su relato, las mujeres estaban amenazando las vidas de Bailly y Lafayette. Ya fuera para evitar tal desastre, o simplemente para promover los objetivos políticos de los ‘patriotas’, Maillard se dejó convencer para guiarlos las doce millas de marcha hacia Versalles para presentar una petición al rey y a la Asamblea para que proveyera pan a París. Mientras avanzaban, a primera hora de la tarde, quitaron el cañón del Châtelet y [escribió Hardy] obligaron a toda mujer de todo tipo y condición con la que se cruzaban –’même des femmes à chapeau’ [‘incluso a mujeres con sombrero’]– a unirse a ellas". (George Rudé,La multitud en la Revolución Francesa, páginas 74-5. Ed. inglesa)

Aquí vemos perfectamente la forma en que las mujeres obreras de París entendían la lucha. Frustradas e impacientes con la inacción de sus hombres, se lanzaron a la lucha con un tremendo ímpetu que arrasaba todo a su paso. Pero en ningún momento vieron la lucha como algo de "las mujeres contra los hombres", sino como una lucha de toda la clase de los pobres y explotados contra los opresores ricos. Comenzando con las reivindicaciones económicas ("pan"), marcharon al ayuntamiento, y en el proceso –como ya hemos visto– surgió otra reivindicación casi por sí sola: la demanda de armas. El objetivo era avergonzar a los hombres para que entraran en acción –y en esto las mujeres de París tuvieron mucho éxito y salvaron a la Revolución–.

La aparición de las masas en la escena de la política es el elemento primordial y más fundamental de toda revolución. Esto es particularmente cierto de las mujeres. En la Revolución Francesa, las mujeres no estaban contentas en absoluto con dejar la política a los hombres. En París, vimos el establecimiento de las Citoyennes Républicaines Révolutionaires (Sociedad de Ciudadanas Republicanas Revolucionarias) pro-jacobinas que llevaban un uniforme con pantalones a rayas rojas y blancas, y gorros frigios de la libertad, y portaban armas en las manifestaciones. Exigieron el voto para la mujer y el derecho de las mujeres a ascender a los más altos puestos civiles y militares de la República; es decir, el derecho de las mujeres a la igualdad política plena con los hombres, y el derecho a luchar y morir por la causa de la Revolución.

Sin embargo, la propia Revolución se caracterizaba por una lucha constante de partidos y tendencias en la que constantemente la tendencia más radical alcanzaba y reemplazaba a las tendencias más moderadas, hasta que la Revolución, finalmente, agotó su potencial y empezó a desenrollarse en una espiral descendente que llevó al bonapartismo y a Waterloo. Esta refriega partidista, reflejaba en el fondo la lucha entre diferentes clases. La facción girondina representaba la parte de la burguesía que temía a las masas y trataba de llegar a un acuerdo con el rey. Estos antagonismos de clase – que asumían una forma particularmente amarga en la Revolución Francesa – también afectaron a la cuestión de la mujer de una manera fundamental.

Las activistas girondinas – algunas de las cuales tenían posturas muy avanzadas en la cuestión formal de los derechos de las mujeres – planteaban el asunto de una manera diferente a las mujeres sans culottes – sarcásticamente bautizadas como las tricotosas por los historiadores hostiles, debido a su costumbre de hacer tejido de punto mientras las cabezas aristocráticas caían en la cesta. Las mujeres de las clases pobres de París, sin duda, estaban motivadas por un fuerte espíritu revolucionario y conciencia de clase, y un odio eterno a los ricos. Las mujeres girondinas, que provenían de familias burguesas y de clase media privilegiadas, no tenían los mismos intereses inmediatos que las mujeres de los distritos pobres de París.

Los Girondinos aprobaron una ley sobre el divorcio, que fue, indudablemente, un avance para las mujeres. Pero las mujeres girondinas pusieron mucha presión sobre los derechos de propiedad de las mujeres. En el momento de la Revolución Francesa, tal reivindicación no era en absoluto un tema candente para la mayoría de las mujeres, por la sencilla razón de que ni ellas ni sus esposos poseían ninguna propiedad. Las mujeres sans culottes – que habían jugado un papel tan destacado en la revolución – se opusieron al "sagrado derecho a la propiedad" porque entendían la revolución desde su propio punto de vista de clase.

Hostiles a la burguesía acomodada, incluso cuando ésta se ponía el gorro frigio de la revolución, luchaban de modo instintivo por una República en la que todos los hombres y mujeres fueran realmente iguales – no sólo iguales ante la ley – es decir, luchaban por una sociedad sin clases, un mundo sin ricos ni pobres. Ahora sabemos que se trataba de un objetivo imposible en ese momento. Las fuerzas productivas, que son la base material para el socialismo, todavía no habían alcanzado un nivel de desarrollo suficiente para permitir esto. La naturaleza de clase de la Revolución Francesa era burguesa por necesidad. Pero esto no estaba en absoluto claro para las masas que con tanto entusiasmo se unieron a la Revolución, y que sellaron su victoria con su propia sangre. Ellas no estaban luchando para entregar el poder a la burguesía – ya fueran hombres o mujeres, sino para asegurar justicia para su clase.

Los llamamientos para unir a todas las mujeres, independientemente de su clase social, no consiguieron ningún eco entre la masa de las mujeres trabajadoras que luchaban junto a sus maridos para conseguir una sociedad más justa.

Las divisiones de clase entre las Sufragistas

Los primeros años de la aparición del movimiento obrero en Gran Bretaña fueron también un período de intensa agitación entre la clase obrera y también entre las mujeres. El Nuevo Sindicalismo nació a finales del siglo XIX en una serie de huelgas combativas, que despertaron a los trabajadores no organizados, sectores que nunca anteriormente habían estado implicados en el movimiento. Entre los implicados estuvieron las obreras, como en la famosa huelga de las fosforeras. La hija de Marx, Eleanor, jugó un papel muy activo en ésta y otras huelgas de aquel momento.

Entre las mujeres de clase media, había una agitación creciente por el derecho al voto. Sin embargo, las sufragistas de clase media sólo estaban interesadas ​​en la obtención de la igualdad formal – y habrían quedado bastante contentas de haber conseguido el derecho de voto para las mujeres propietarias – es decir, para las mujeres de su propia clase. Recordemos que en ese entonces, muchos hombres no tenían derecho a voto. Sin embargo, los acontecimientos pronto mostraron la naturaleza reaccionaria del feminismo burgués, que demostró su hostilidad a la causa de los trabajadores – tanto hombres como mujeres.

Como Jen Pickard señala correctamente en su artículo sobre Sylvia Pankhurst: "Los nombres de la familia Pankhurst son sinónimo de la lucha por conseguir el voto femenino, pero lo que distingue el enfoque de Sylvia Pankhurst de los de su madre Emmeline y de su hermana Christabel eran las cuestiones de clase. Esto se vio en la década de 1920, después de casi veinte años de lucha, con Emmeline presentándose como candidata parlamentaria Tory, y Sylvia convirtiéndose en miembro fundador del Partido Comunista Británico".

La Unión Social y Política de la Mujer (WSPU, en inglés) se creó en 1903 como resultado de las vacilaciones del Partido Laborista Independiente sobre la cuestión del voto femenino. La WSPU creció rápidamente, y en 1907 tenía 3.000 agrupaciones, que atraían a maestras, dependientas, oficinistas, modistas y trabajadoras textiles. Su periódico “Votos para las Mujeres” vendía 40.000 ejemplares a la semana. Fue capaz de llenar el Albert Hall y organizar una manifestación de 250.000 en Hyde Park.

En 1911, al mismo tiempo que el gobierno Liberal de Asquith estaba prometiendo el Home Rule para Irlanda (la autonomía irlandesa), también ofreció la posibilidad del voto para las mujeres (propietarias). Pero los liberales traicionaron ambas promesas. Cuando las sufragistas recurrieron a la acción directa a favor de su causa, se encontraron con la represión más violenta: palizas, detenciones y la tortura brutal de la alimentación forzada. Esta campaña fue organizada principalmente por mujeres de clase media. Pero la táctica de romper las ventanas, defendida por el ala burguesa de las sufragistas, no conducía a ninguna parte. La clase dominante permaneció implacablemente opuesta al voto de la mujer.

El verdadero camino a seguir para el movimiento de los derechos de la mujer debía haber sido forjar vínculos con el movimiento obrero, que en ese momento estaba involucrado en una amarga lucha con la clase capitalista. Esta fue una época de auge de la lucha de clases en Gran Bretaña, con huelgas de masas de los estibadores y de los trabajadores del transporte. El "liberal" Asquith envió a las tropas para romper una huelga de mineros en el sur de Gales. Un sector del movimiento de las mujeres trató de hacer esto con un cierto éxito. Sylvia Pankhurst eligió adoptar los métodos de agitación y propaganda entre las mujeres de la clase trabajadora en el East End de Londres.

En Bermondsey, en el sur de Londres, las mujeres en huelga de una fábrica de alimentos se sumaron a otras 15.000 de fábricas y talleres locales en un acto masivo en Southwark Park. Exigieron un aumento en los salarios – y el derecho al voto. Este era el camino a seguir: utilizar el arma de la lucha de clases para vincular la lucha por las reivindicaciones económicas con las demandas políticas, especialmente la reivindicación del voto de la mujer.

El diferente enfoque de clase condujo a una escisión en el movimiento sufragista en líneas de clase – y también a una división en la familia Pankhurst. En enero de 1914, unos meses antes de la guerra, Sylvia fue llamada a París para reunirse con su madre, Emmeline y su hermana, Christabel. Asentada en un cómodo exilio en París, Christabel era la viva imagen de la salud, mientras que Sylvia estaba desgastada por la prisión y las huelgas de hambre. En marcado contraste con la posición de clase defendida por Sylvia Pankhurst, su hermana Christabel hizo hincapié en la independencia de la WSPU de todos los partidos de hombres. Christabel exigió la exclusión de la Federación del East End de Londres de la WSPU. Es decir, exigió la expulsión de las mujeres de la clase obrera del movimiento sufragista.

Esta snob de clase media argumentaba que la Federación del East End de Londres tenía una constitución democrática y se orientaba excesivamente a las mujeres obreras. Parece que su madre trató de que alcanzaran un compromiso, pero Christabel se mantuvo firme, exigiendo un "corte limpio". Así, en enero de 1914, la Federación del East End de Londres se vio obligada a romper con la WSPU y formar una organización separada – la Federación de Sufragistas del East End de Londres (ELFS). Esto ilustra perfectamente la actitud del feminismo de clase media hacia la clase obrera. Jen Pickard comenta: "Esta división en la WSPU reflejaba una polarización general que tenía lugar en la sociedad británica. Entre 1911 y 1914 todos los sectores clave de los trabajadores (estibadores, transportistas, trabajadores ferroviarios, mecánicos) participaron en las huelgas. Incluso entre las miembros de la WSPU, que fueron encarceladas y forzadas a alimentarse en las huelgas de hambre, las mujeres trabajadoras eran quienes sufrían las peores condiciones y el peor trato".

Una vez más, la cuestión de clase era fundamental. La división en el movimiento sufragista muestra la verdadera actitud de las feministas burguesas hacia las mujeres obreras, el socialismo y el movimiento obrero. Aquí podemos ver a dónde puede conducir la idea de "hombres contra mujeres". Apenas unos meses después de la división, en 1914, la Primera Guerra Mundial cortó todo el desarrollo de la lucha de clases en Gran Bretaña. Las sufragistas "rebeldes" Emmeline y Christabel pronto se transformaron en las más rabiosas socialchovinistas. El nombre del periódico de la WSPU fue cambiado de “Votos para las Mujeres” a “Britannia”. Su nuevo lema era "Rey, País, Libertad".

Esto fue una traición abyecta y descarada a la causa de la mujer. Desenmascaró la verdadera naturaleza de clase del feminismo burgués, y el abismo que lo separa de la clase obrera y del socialismo. A pesar de su radicalismo y demagogia verbal, en última instancia, estaban dispuestas a unirse con los hombres de su misma clase – la clase dominante – en contra de los hombres y mujeres del proletariado: quienes tenían que combatir, morir y sufrir; mientras ellas ondeaban la bandera desde la comodidad y la seguridad de sus hogares de clase media y burgueses. Siempre es la misma historia.

Sylvia Pankhurst, para mérito suyo, se opuso a la guerra – aunque desde un punto de vista pacifista confuso – y emprendió una campaña en las fábricas para conseguir la igualdad de remuneración para las mujeres que habían sido reclutadas para la industria de armamento y de mecánica y que sustituían a los hombres en el frente. Ella publicó un periódico llamado “El Acorazado de los Trabajadores” y más tarde se unió al Partido Comunista, donde ocupó una posición ultraizquierdista. Su comprensión del marxismo era muy limitada, pero al menos trató de adoptar una posición de clase. En 1918, las mujeres británicas mayores de 30 años obtuvieron el derecho al voto. Este no fue el resultado de las tácticas de las sufragistas, sino un subproducto de la revolución rusa y de la efervescencia revolucionaria que siguió a la Primera Guerra Mundial, que sacudió a la clase dominante británica y la obligó a hacer concesiones. Aquí de nuevo, la reforma demostró ser sólo un subproducto de la revolución.

Las mujeres en la Revolución Rusa

El papel de las mujeres obreras se mostró de nuevo en Rusia en febrero de 1917. El zar fue derrocado por una revolución que comenzó el Día Internacional de la Mujer, cuando las obreras de Petrogrado decidieron salir a la huelga y manifestarse, a pesar de los consejos de los bolcheviques locales que temían que hubiera una masacre. Guiadas por su instinto de clase proletario, dejaron de lado todas las objeciones y comenzaron la revolución. Mujeres como Alexandra Kollontai jugaron un papel destacado en la revolución bolchevique.

La Revolución de Octubre dio a las mujeres los derechos que nunca habían tenido – derechos mucho mayores que en cualquier país del mundo.

Los bolcheviques defendían la liberación de la mujer y la transformación de la familia. El régimen patriarcal ancestral había existido en los pueblos desde tiempos inmemoriales, y la servidumbre y la opresión fueron la única vida que conocían las mujeres campesinas. Antes de la Revolución era legal que un marido golpeara a su esposa. Los bolcheviques dieron a la mujer un status jurídico de igualdad con los hombres, a través del Código del Matrimonio, la Familia y la Tutela, ratificado en octubre de 1918. A los niños nacidos fuera del matrimonio se les dio los mismos derechos que a los nacidos en familias casadas.

Se estableció el divorcio por petición de cualquiera de los cónyuges y se legalizó el aborto. El principio de "igual remuneración por igual trabajo" fue consagrado en la ley. Destacamentos de mujeres bolcheviques difundieron la noticia de la revolución entre las mujeres, establecieron clases de educación política y de alfabetización para las mujeres obreras y campesinas, y combatieron la prostitución.

Durante la sangrienta guerra civil después de la Revolución de Octubre, un gran número de mujeres se ofrecieron como voluntarias para el Ejército Rojo, a pesar de que no estaban obligadas a hacerlo. Se estima que entre 50.000 y 70.000 mujeres se habían unido al Ejército Rojo para 1920. Eso por sí solo indica el grado de apoyo que los bolcheviques habían ganado entre las mujeres.

Lenin, que concedió gran importancia a la emancipación de la mujer, hizo hincapié en la necesidad de aliviar a las mujeres de las tareas domésticas para que pudieran participar más plenamente en el funcionamiento de la sociedad. Sin embargo, la capacidad de los bolcheviques para resolver los problemas materiales de la vida se vio gravemente limitada por el bajísimo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. Como predijo Marx: "En cualquier sociedad donde la miseria es general resucita toda la vieja porquería".

La verdadera emancipación de la mujer sólo será posible cuando se emancipe la clase obrera mundial en su conjunto. El socialismo permitirá el libre desarrollo de la personalidad humana y el establecimiento de relaciones humanas genuinas entre mujeres y hombres, libres de presiones externas brutales, ya sean sociales, económicas o religiosas. Sin embargo, esa sociedad presupone un nivel de desarrollo económico y cultural que esté a un nivel superior al de los países capitalistas más desarrollados.

En Rusia en octubre de 1917, no existían tales bases, dado el atraso reinante. Por lo tanto, a pesar de los enormes avances que se lograron gracias a la Revolución, la posición de las mujeres en Rusia fue empujada hacia atrás, primero por el estalinismo, y ahora incluso más con la reimposición del capitalismo. La posición de las mujeres en Rusia y Europa del Este es ahora peor que nunca. Esto no debería sorprender a nadie. Sobre la base del capitalismo, no hay manera posible de avanzar en Rusia ni en ninguna otra parte.

Veremos muchos más ejemplos como Rusia de 1917 en el futuro. Las mujeres desempeñarán un papel fundamental en el derrocamiento del capitalismo y en la construcción del socialismo. Pero también aquí es, sobre todo, una cuestión de las mujeres de la clase trabajadora, luchando por su propia emancipación – y de toda la clase. Las mujeres y hombres de la clase trabajadora desarrollan su conciencia y confianza de clase a través de la participación en la lucha de clases. En el proceso de la lucha por transformar la sociedad los hombres y las mujeres también se transformarán. Podemos ver cómo en cada huelga los trabajadores se elevan a nuevas alturas, haciendo a un lado la vieja mentalidad servil y exhibiendo una firmeza y una creatividad que no sabían que poseían ¡Cuánto más cierto será esto en el caso de una revolución!

Esta es la única manera de lograr una auténtica liberación – no sólo de las mujeres, sino de todos los hombres y mujeres. De hecho, una cosa no es posible sin la otra. Lo que estamos luchando, no es por la liberación de este grupo o aquél, sino de la propia humanidad. Esto no significa en absoluto que las mujeres deben dejar de lado la lucha por mejoras inmediatas. Debemos luchar por cualquier medida, por pequeña que sea, que sirva para mejorar la posición de las mujeres y combatir la discriminación y los prejuicios de cualquier tipo. El movimiento obrero debe ponerse a la vanguardia de esta lucha.

La emancipación de la mujer y el socialismo

Las revoluciones burguesas del pasado proclamaron los "derechos del hombre", pero en la práctica nunca lograron la igualdad de la mujer. De hecho, el avance de las mujeres bajo el capitalismo ha sido en parte una consecuencia de la lucha de clases y, en parte, resultado de la modificación del papel de la mujer en la producción. En los países capitalistas avanzados (una minoría del mundo) se han conquistado ciertos derechos políticos, pero la genuina emancipación no se ha logrado y nunca podrá lograrse sobre la base del capitalismo.

Ya en 1848, Marx y Engels plantearon la demanda de la abolición de la familia burguesa. Sin embargo, entendieron que la familia no puede ser abolida de un solo golpe. Esta demanda no puede lograrse a menos que exista una base material para ello. Esto sólo se puede lograr por el derrocamiento del capitalismo y el establecimiento de una nueva sociedad basada en un plan armónico y democrático de producción, con la participación de toda la sociedad en las tareas comunes de la administración.

Una vez que las fuerzas productivas se liberen de la camisa de fuerza de la propiedad privada y del Estado nacional, será posible de alcanzar en breve un nivel nunca soñado de bienestar económico. La vieja mentalidad del miedo, la codicia, la envidia y la avaricia desaparecerá en la medida que se eliminan las condiciones materiales que dan lugar a la misma.

El camino estará abierto para una transformación radical de las condiciones de vida, y por lo tanto para una transformación de las relaciones entre los hombres y mujeres, y de toda su forma de pensar y actuar. Sin tal salto gigante, todas las habladurías de cambiar el carácter y la psicología de la gente serán sólo declamaciones y engaño. El ser social determina la conciencia.

La barbarie de la sociedad de clases, con su énfasis en el egoísmo, la egolatría y la indiferencia ante el sufrimiento humano, es un remanente de la esclavitud. La propia clase obrera no es inmune a las presiones de la sociedad burguesa, a su pretendida moral, hipocresía y corrupción general. Actitudes atrasadas hacia las mujeres se encuentran en las filas del movimiento obrero y este veneno debe ser combatido con uñas y dientes.

Estamos a favor de una nueva sociedad basada en la igualdad total entre hombres y mujeres, y si bien nunca será posible crear esta nueva sociedad en medio de las condiciones de la barbarie capitalista, al menos debemos esforzamos por alcanzar una moral auténticamente proletaria y tratar de purgar el movimiento de actitudes retrógradas que dificultan la unidad de los hombres y mujeres trabajadores.

Por un lado, es necesario comprender que en el capitalismo, cualquier mejora poseerá un carácter parcial, distorsionado e inestable; y estará siempre amenazada por la crisis del sistema y el deterioro general de las condiciones, y por la decadencia social, moral y cultural. Por otro lado, es necesario vincular firmemente la lucha contra la opresión de la mujer con la lucha de la clase obrera contra el capitalismo. Ese es el único camino posible hacia la victoria.

Las secuelas psicológicas de la vieja sociedad con su cálculo egoísta, codicia y egoísmo no van a desaparecer de la noche a la mañana, incluso después del derrocamiento del capitalismo. Un período de tiempo debe transcurrir antes de que inevitablemente toda la vieja porquería finalmente desaparezca. Pero desde el principio, las relaciones entre los hombres y las mujeres comenzarán a mejorar. Las presiones económicas terribles que deterioran las vidas y distorsionan todas las relaciones humanas se abolirán casi de inmediato con la introducción de puestos de trabajo, viviendas y educación decentes para todos.

Un plan socialista democrático de producción creará las condiciones para que todos participen en la gestión de la sociedad. Esto, entre otras cosas, abolirá la antigua familia introvertida, y el individuo atomizado, y creará las condiciones para la creación de una psicología totalmente diferente, arraigada en las nuevas y libres relaciones humanas.

La eliminación de la sociedad de clases – y, finalmente, de la mentalidad de esclavos que fluye del lodo de la sociedad de clases – dará lugar a la creación de un nuevo hombre y una nueva mujer: seres humanos libres, capaces de vivir juntos en armonía, como personas realmente liberadas, libres de la antigua psicología esclava posesiva. Después de haber liberado a los hombres y mujeres de la búsqueda humillante de las cosas materiales, que distorsiona y degrada la vida humana, será posible, por primera vez, que la gente se relacione entre sí como seres humanos. Liberada de toda coacción externa, cálculo egoísta o dependencia humillante, la relación entre hombres y mujeres será libre para desarrollar y prosperar sobre la base de la igualdad genuina.

 

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