La mayoría de las mujeres del mundo hoy están muy lejos de alcanzar la igualdad, mucho menos la liberación. La diferencia salarial entre hombres y mujeres es un aspecto, pero la desigualdad y la opresión van mucho más allá. Desde el miedo a dejar nuestras bebidas desatendidas cuando salimos por las noches hasta la ansiedad de volver a casa solas, tener que aguantar constantes comentarios y miradas sexistas; hacer la mayor parte de las tareas domésticas; pasar por que los médicos no se tomen en serio las «enfermedades de las mujeres» y, en general, por ser tratadas como si valiéramos menos, la lista es interminable…
La desigualdad y la opresión están tan arraigadas en las estructuras de la sociedad que impregnan toda la vida de una mujer, independientemente del lugar del mundo en el que vive. Se expresan de manera repugnante bajo el capitalismo, pero se han transmitido a través de miles de años de sociedad de clases.
Las supuestas soluciones que nos ofrecen los políticos y las cúpulas de la sociedad no son en absoluto satisfactorias. Están impregnadas de perspectivas individualistas que rechazan la lucha de clases y un cambio de sistema, a favor de la promoción de una ideología de «la jefa», en la que el sexismo y la opresión se presentan como algo que puede ser superado de manera individual dentro del capitalismo.
Pero los mayores avances para la liberación de la mujer no han llegado a través de la ilustración independiente o de luchas individuales contra un mal sistémico, sino a través de la lucha colectiva y revolucionaria para cambiar fundamentalmente la sociedad.
Por lo tanto, sería difícil nombrar a otra persona que haya tenido un mayor impacto en la liberación de la mujer que Lenin. Esta afirmación probablemente hará que bastantes feministas se horroricen. ¿Qué tiene que decir hoy un «hombre ruso blanco que murió hace 100 años» sobre la lucha por la liberación de la mujer? Pero la Revolución Rusa, dirigida por Lenin, demostró que es posible acabar con el sistema capitalista en el que vivimos y empezar a construir una sociedad sin desigualdad ni opresión. Por fin, la verdadera liberación de la mujer estaba en el orden del día. Sin embargo, no se dejaba sólo en manos del individuo, sino que formaba parte de una lucha colectiva de todas las capas oprimidas de la sociedad. Antes de 1917, Rusia era una sociedad con una cultura patriarcal extremadamente opresiva. La Revolución de Octubre fue un terremoto que sacudió los cimientos de esa cultura. De un solo golpe, se eliminaron todas las leyes que situaban a la mujer en una posición inferior al hombre y se descriminalizó la homosexualidad. Y eso fue sólo el principio.
El centenario de la muerte de Lenin ha sido recibido, naturalmente, con una campaña de difamación por parte de la prensa capitalista. Pero también muchas feministas, que por escrito se proclaman progresistas, desprecian a Lenin. Tachan a Lenin, junto con Marx y Engels, de «viejos hombres blancos». Pero quienes se suman a esta tendencia están, en realidad, ayudando políticamente a la clase dominante. Descartan la idea revolucionaria de que, para acabar con la opresión de la mujer, hay que acabar con la sociedad de clases. Y eso sólo sirve a la clase dominante, a aquellos cuyo poder y privilegio dependen de la opresión y la desigualdad como parte inherente de su sistema.
La lucha de las mujeres y la revolución
Toda la lucha política de Lenin estuvo dirigida hacia un propósito: el derrocamiento revolucionario de la sociedad de clases y la construcción de una sociedad completamente nueva, sin desigualdad ni opresión: una sociedad comunista. La razón por la que la clase capitalista tiene un odio tan extremo por Lenin es porque dirigió la única revolución obrera exitosa de la historia del mundo: una revolución en la que la clase obrera tomó el poder y que demostró que es posible organizar la sociedad de acuerdo con las necesidades de las personas y no por los beneficios.
La Revolución Rusa fue más lejos que ningún otro acontecimiento en la historia de la humanidad para la liberar a la mujer de la esclavitud de la sociedad de clases. Los bolcheviques dieron pasos gigantes hacia la verdadera emancipación de la mujer, conmocionando al mundo entero, sacudiendo hasta la médula a quienes tenían el poder e inspirando a las trabajadoras (y trabajadores) de todo el mundo. Por lo tanto, no es casualidad que las mujeres de muchas partes del mundo obtuvieron el derecho al sufragio (junto con muchos otros derechos) en los años inmediatamente posteriores a la revolución.
La Revolución Rusa sigue siendo la contribución más importante a la lucha contra la opresión de la mujer en la historia mundial. Más de 100 años después, las medidas que Lenin, y el resto del Partido Bolchevique, tomaron tras la revolución siguen siendo las más progresistas de la historia mundial.
Los bolcheviques eliminaron todas las leyes que imponían la desigualdad entre sexos. Se concedió a las mujeres el derecho al aborto y al divorcio, y se abolió la distinción entre hijos nacidos dentro o fuera del matrimonio. A modo de comparación, el derecho al divorcio no se introdujo en Dinamarca hasta 1925, y el derecho al aborto hasta 1973. A los estudiantes daneses se les enseña que la socialdemócrata Nina Bang fue la primera mujer ministra del mundo. Sin embargo, no fue ministra hasta 1924, siete años después de que Alexandra Kollontai fuera nombrada Comisaria del Pueblo (es decir, Ministra) en la Unión Soviética.
Uno de los primeros decretos de Kollontai se refería a la maternidad, e introducía, entre otras cosas, 16 semanas de baja por maternidad remunerada, y restringía la semana laboral de las mujeres lactantes a sólo cuatro días. Una vez más, hay que recordar que en aquella época el permiso de maternidad era totalmente inexistente en la mayor parte del mundo. En Dinamarca, hasta 1960 no se introdujo una ley sobre el permiso de maternidad que incluyera a todas las trabajadoras asalariadas. Y eso sólo durante 14 semanas, y no con sueldo completo, sino al nivel de las prestaciones por desempleo. A día de hoy, 16 semanas de permiso de maternidad remunerado superan la cantidad a la que tienen derecho las mujeres incluso en el país más rico del mundo, Estados Unidos, donde las mujeres sólo tienen derecho a 12 semanas de permiso de maternidad no remunerado.
Pero la igualdad ante la ley fue sólo el primer paso dado por los bolcheviques. Es sólo el requisito formal para erradicar la desigualdad. Para lograr la igualdad real, no basta con tener nuevas leyes escritas sobre el papel. Se requieren cambios radicales en las condiciones sociales y económicas de la sociedad.
Aquí es donde comenzó el verdadero trabajo de los bolcheviques para la emancipación de la mujer: el trabajo de alterar las condiciones materiales, eliminando la desigualdad desde la raíz, es decir, la división de clases. Para ello era necesario acabar con la propiedad privada sobre los medios de producción, es decir, con la propiedad de los capitalistas y terratenientes sobre las fábricas, las empresas y la tierra. En su lugar, se empezó a construir un plan democrático de producción dirigido a resolver las necesidades sociales de la gran mayoría, la clase obrera y los campesinos más pobres.
Una vez logrado el primer paso de la igualdad ante la ley, Lenin describió las siguientes tareas:
El segundo paso, el principal, ha sido la abolición de la propiedad privada sobre la tierra y las fábricas. Así, y únicamente así, se abre el camino para la emancipación completa y efectiva de la mujer, para su liberación de la «esclavitud casera», mediante el paso de la pequeña economía doméstica individual a la grande y socializada.
El tránsito es difícil, pues se trata de transformar las normas» más arraigadas, rutinarias, rudas y osificadas (a decir verdad, son bochorno y salvajismo, y no «normas»). Pero el tránsito ha comenzado, se ha puesto inicio a la obra, hemos entrado en el nuevo camino. (Lenin, ‘Día Internacional de la Mujer Trabajadora, 1921)
Para que las mujeres fueran libres, era necesario acabar con el trabajo doméstico, que, en palabras de Lenin, mantiene a las mujeres en la «esclavitud doméstica». Había que socializar el trabajo doméstico, lo que significaba concretamente la creación de guarderías, jardines infantiles, cocinas comunitarias, lavanderías públicas, etc.
Desde el surgimiento de la sociedad de clases hace miles de años, las mujeres han estado encadenadas al hogar. El capitalismo ha desempeñado un papel importante en la incorporación de las mujeres a la sociedad como trabajadoras y, por tanto, como participantes en la lucha de clases. Pero no ha conseguido eliminar la esclavitud doméstica de las mujeres, lo que significa que las mujeres trabajadoras bajo el capitalismo sufren una doble carga: como trabajadoras y como mujeres.
Incluso en los países capitalistas desarrollados, la mayor parte del trabajo doméstico recae sobre las mujeres. Hoy en día en Dinamarca, donde la tasa de empleo de las mujeres es casi la misma que la de los hombres, las mujeres realizan una media de una hora más de tareas domésticas al día que los hombres. El nacimiento de los hijos repercute significativamente en el salario de las mujeres, en sus pensiones y, no menos importante, en el tiempo que dedican a otras cosas aparte de la familia, como la implicación en la cultura o la participación en la actividad política.
Limitadas por las condiciones materiales
Sin embargo, las ambiciones de los bolcheviques no podían ir más allá de la realidad material de la República Soviética. Lenin había dejado claro desde el primer día que la revolución debía extenderse a los países capitalistas más desarrollados si se planeaba construir el socialismo. Por desgracia, la Revolución Rusa permaneció aislada y, en los primeros años después de 1917, el joven Estado soviético estaba luchando por sobrevivir en la guerra civil que los Estados capitalistas más poderosos habían fomentado en Rusia y por evitar la hambruna.
Los recursos eran extremadamente limitados y, por tanto, también la posibilidad de realizar los planes de socialización de las tareas domésticas. En este contexto, que el Estado soviético consiguiera algo era impresionante. Pero con la toma dictatorial del poder por parte de Stalin, gran parte de los avances que las mujeres habían logrado tras la revolución fueron revertidos, por ejemplo, en relación con el derecho al aborto y al divorcio.
A pesar de la degeneración y el retroceso bajo Stalin y sus sucesores, la economía planificada supuso un enorme progreso para las mujeres. La esperanza de vida de las mujeres se duplicó, pasando de 30 años en tiempos del zar a 74 años en los años setenta. En 1971 había más de 5 millones de plazas en las guarderías y el 49% de los estudiantes de educación superior eran mujeres. Los únicos países en los que las mujeres superaban el 40 por ciento en la enseñanza superior eran Finlandia, Francia, Suecia y Estados Unidos.
Las ideas políticas de Lenin se basaban en un fundamento filosófico materialista, es decir, en la comprensión de que son las condiciones materiales las que determinan la conciencia, el pensamiento, la ideología, la cultura, etc.
El requisito previo para acabar con la cultura sexista y misógina que durante miles de años ha devaluado a las mujeres en comparación con los hombres, y las ha mantenido fuera de la vida pública, es por tanto un cambio en las condiciones materiales. Eso significa la abolición de la propiedad privada de los medios de producción.
Pero los bolcheviques no se quedaron de brazos cruzados tras nacionalizar la economía, sino que emprendieron una amplia labor para contrarrestar la cultura machista de Rusia. Se pusieron en marcha programas especiales para erradicar el analfabetismo entre las mujeres e implicarlas activamente en la dirección del Estado y del partido. Al mismo tiempo, los bolcheviques realizaron una gran labor para elevar el nivel cultural en general, acabando así con los prejuicios religiosos y otras formas de chovinismo.
Lenin dirigió una lucha por la igualdad de la mujer no sólo ante la ley, sino en todos los ámbitos.Los comunistas nos consideramos los defensores más consecuentes de la emancipación de la mujer. A diferencia de las feministas liberales, Lenin no se quedó dentro del marco del capitalismo. Lo máximo que se puede conseguir dentro de este sistema es la igualdad ante la ley. Y como todos nosotros en Escandinavia, donde la igualdad ante la ley se ha logrado desde hace mucho tiempo, podemos decirles esto sigue estando muy lejos de acabar con la opresión de la mujer. Las feministas liberales han conseguido la igualdad formal y, al mismo tiempo, contribuyen al mantenimiento de la desigualdad social y cultural que aún predomina.
Para Lenin, el punto central de la lucha de las mujeres era la clase. La clase es la única que atraviesa todas las demás formas de opresión, y en torno a la cual giran todas ellas. La clase dominante es una minoría insignificante en la sociedad y hace lo que puede para dividir a la clase obrera en función del género, la etnia, la religión, etc., para intentar enfrentar a los diferentes grupos de trabajadores entre sí.
Los comunistas y la lucha de la mujer
Para Lenin, no sólo la revolución es necesaria para la liberación de la mujer, sino que la participación de la mujer es decisiva para que la revolución tenga éxito. No se trata de una cuestión secundaria.
Fueron las mujeres trabajadoras las que desencadenaron la Revolución Rusa cuando se declararon en huelga el Día Internacional de la Mujer en 1917. A lo largo de la revolución que condujo a Octubre, Lenin insistió una y otra vez en la necesidad de organizar a las mujeres en la lucha. En una de sus Cartas desde lejos -escritas antes de su regreso del exilio en 1917- escribió: «Si no se incorpora a las mujeres a las funciones públicas, a la milicia y a la vida política, si no se arranca a las mujeres del ambiente embrutecedor del hogar y la cocina, será imposible asegurar la verdadera libertad, será imposible incluso construir la democracia, sin hablar ya del socialismo.» (Lenin, Cartas desde lejos, tercera carta, ‘Acerca de la milicia proletaria’)
Sin la participación de las mujeres, la revolución no podía triunfar. Y la cuestión de organizar a las mujeres de la clase obrera en la lucha por el comunismo no sólo fue considerada como crítica por Lenin en el período previo a la Revolución de Octubre, sino también después, y en la construcción de la Tercera Internacional como herramienta para extender la revolución por todo el mundo. Sin embargo, la opresión de la mujer bajo el capitalismo también significa que, por lo general, hay menos mujeres que hombres organizadas en la lucha. Lenin también abordó este problema:
«¿Por qué en ninguna parte, ni siquiera en la Rusia Soviética, no militan en el Partido tantas mujeres como hombres? ¿Por qué el número de obreras organizadas en los sindicatos es tan reducido? Estos hechos obligan a reflexionar. […] Todos estos razonamientos se vienen abajo ante una necesidad inexorable: sin millones de mujeres no podemos realizar la dictadura proletaria, sin ellas no podemos llevar a cabo la edificación comunista. Debemos encontrar el camino que nos conduzca hasta ellas, debemos estudiar mucho, probar muchos métodos para encontrarlo.
«Por lo tanto, es perfectamente correcto que planteemos reivindicaciones en beneficio de las mujeres. […]Los derechos y las medidas sociales que exigimos de la sociedad burguesa para la mujer, son una prueba de que comprendemos la situación y los intereses de la mujer y de que bajo la dictadura proletaria las tendremos en cuenta. Naturalmente, no con adormecedoras medidas de tutela; no, naturalmente que no, sino como revolucionarios que llaman a la mujer a trabajar en pie de igualdad por la transformación de la economía y de la superestructura ideológica.» (Clara Zetkin, Lenin sobre la cuestión de la mujer)
Lenin subrayó repetidamente que la lucha por la liberación de la mujer trabajadora no puede separarse de la lucha por la revolución socialista. No se puede acabar con la desigualdad y la opresión sin acabar con la sociedad de clases. Sin embargo, eso no significa que por ello rechazara la lucha por las reivindicaciones de las mujeres antes de la revolución.
A veces se acusa erróneamente a los comunistas de descuidar la lucha de las mujeres como algo que se resolverá con la revolución. Pero está claro que eso no es cierto. Es cierto que pensamos que la revolución es la única forma de acabar con la opresión de la mujer, pero eso no significa que rechacemos la lucha por las reivindicaciones democráticas aquí y ahora.
Los comunistas no nos sentamos a esperar la revolución, sino que nos lanzamos a la lucha diaria. Como explicó Lenin, los trabajadores pueden movilizarse a través de la lucha diaria por las reformas y las reivindicaciones democráticas, y a través de esta lucha se ponen de manifiesto las limitaciones de la democracia capitalista. La tarea de los comunistas es utilizar las luchas diarias para plantear la necesidad de luchar por una revolución. Lenin explicó que cuanto más libre y democrática es una sociedad, más evidente se hace que el problema no es simplemente tal o cual ley, sino el capitalismo mismo:
«En la mayoría de los casos el derecho al divorcio será “irrealizable” bajo el capitalismo, pues el sexo oprimido se halla sometido económicamente, y por más democracia que exista bajo el capitalismo la mujer sigue siendo “una esclava doméstica”, una esclava encerrada en el dormitorio, en la habitación de los niños, en la cocina […]
«Sólo quienes no saben pensar o que no conocen el marxismo, deducirán: ¡entonces la república no es necesaria; la libertad de divorcio no es necesaria; la democracia no es necesaria; la autodeterminación de las naciones no es necesaria! Los marxistas saben que la democracia no elimina la opresión de clase, sino que torna la lucha de clases más directa, más amplia, más abierta y pronunciada y eso es lo que necesitamos, precisamente. Cuanto más amplia sea la libertad de divorcio, tanto más claro será para la mujer que la fuente de su “esclavitud doméstica” es el capitalismo y no la falta de derechos. Cuanto más democrático sea el régimen de gobierno, tanto más claro será para los obreros que la raíz del mal está en el capitalismo y no en la falta de derechos. […]” (Lenin, ‘Una caricatura del marxismo y del “economismo imperialista”’)
Cuanto más amplia es la democracia, más claro queda que no es simplemente la falta de democracia la culpable de la opresión, sino que la opresión tiene raíces mucho más profundas: en el capitalismo y en las propias estructuras de la sociedad de clases.
Como ya se ha mencionado, la opresión de la mujer dista mucho de haber desaparecido de los países escandinavos, a pesar de la igualdad de derechos democráticos entre hombres y mujeres. Cada vez más mujeres tienen claro que la solución al sexismo, a la violencia contra las mujeres y a su condición de ciudadanas de segunda clase no está en el parlamento, sino en una revisión más profunda de toda la estructura de la sociedad. Nuestra tarea como comunistas es lanzarnos a estas luchas cotidianas de las mujeres, y al mismo tiempo utilizarlas para mostrar cómo están conectadas con la opresión de clase y la necesidad de luchar contra el capitalismo.
Lenin tenía claro que este trabajo vital, de atraer a las mujeres con conciencia de clase al movimiento revolucionario, no era sólo tarea de las mujeres, y estaba en contra de un movimiento femenino comunista separado. Era tarea de todo el partido. Era necesario educar y atraer a todos los comunistas sobre la cuestión de la opresión de la mujer y la importancia del trabajo revolucionario entre las mujeres, incluidos los camaradas masculinos, si se quería llevar a cabo el trabajo con éxito. A veces eso significaba incluso vencer la resistencia de los camaradas varones, como la marxista alemana Clara Zetkin recordaba que decía Lenin:
«Nuestras secciones nacionales conciben la labor de agitación y propaganda entre las masas femeninas, su despertar y su radicalización como algo secundario, como una tarea que afecta exclusivamente a las mujeres comunistas. Se reprocha a las comunistas que esta obra no avanza con la debida rapidez y energía. ¡Esto es injusto, totalmente injusto! Verdadero separatismo e igualdad de derechos de la mujer à la rebours, como dicen los franceses, es decir, igualdad de derechos de la mujer al revés[…]
«Son muy pocos los maridos, hasta entre los proletarios, que piensen en lo mucho que podrían aliviar el peso y las preocupaciones de la mujer, e incluso suprimirlos por completo, si quisieran ayudar “a la mujer en su trabajo”. No lo hacen, por considerarlo reñido con “el derecho y la dignidad del marido”. Este exige descanso y confort. La vida casera de la mujer es un sacrificio diario en miles de detalles nimios. El viejo derecho del marido a la dominación continúa subsistiendo en forma encubierta. Su esclava se venga de él objetivamente por esta situación, también en forma velada: el atraso de la mujer, su incomprensión de los ideales revolucionarios del marido debilitan el entusiasmo de éste y su decisión de luchar. Estos son los pequeños gusanos que corroen y minan las energías de modo imperceptible y lento, pero seguro. Conozco la vida de los obreros, y no sólo a través de los libros. Nuestro trabajo comunista entre las masas femeninas, nuestra labor política comprende una parte considerable de trabajo educativo entre los hombres. Debemos extirpar hasta las últimas y más pequeñas raíces del viejo punto de vista propio de los tiempos de la esclavitud. Debemos hacerlo tanto en el Partido como en las masas. Esto afecta a nuestras tareas políticas, lo mismo que la imperiosa necesidad de formar un núcleo de camaradas —hombres y mujeres— que cuenten con una seria preparación teórica y práctica para realizar e impulsar la labor del Partido entre las trabajadoras.» (Clara Zetkin, Lenin sobre la cuestión de la mujer)
La lucha de las mujeres y el comunismo
El capitalismo se encuentra en una profunda crisis. No es sólo una crisis económica, sino una crisis histórica que impregna todos los poros de la sociedad. Se mire por donde se mire, el mundo parece sumirse en guerras y catástrofes climáticas. El sexismo, el racismo, la transfobia y otras formas de discriminación y opresión proliferan. Esta crisis se deja sentir con especial intensidad entre los jóvenes, que la experimentan en todos los ámbitos de la vida. Significa un deterioro de la cultura, de las relaciones humanas y de nuestra psique, como vemos con la crisis de la salud mental.
Lo único que se ofrece a los jóvenes y a los trabajadores es un pesimismo abismal y soluciones individuales. Pero la crisis del capitalismo no sólo conduce al pesimismo. El callejón sin salida del sistema está provocando un cambio cualitativo de conciencia entre cada vez más personas que se sienten insatisfechas con las soluciones individuales. Buscan ideas que les permitan salir de la crisis. Millones de mujeres y hombres de todo el mundo se están movilizando en la lucha contra la desigualdad y la opresión.
La alternativa al pesimismo y a las soluciones individuales se encuentra en Lenin y los bolcheviques. Su respuesta fue una lucha colectiva contra todo el sistema. No se detuvieron en el marco del capitalismo. Arrancaron de raíz la causa misma de la opresión y la desigualdad.
Esta es la tradición en la que nos basamos hoy los comunistas. Nos lanzamos a la lucha de las mujeres, pero armados con la clara perspectiva de que no se puede separar de la lucha por el comunismo, y de que cualquiera que quiera luchar seriamente contra la opresión de las mujeres debe organizarse en la lucha por el comunismo. Lenin y los bolcheviques comenzaron la lucha. Nos corresponde a nosotros completarla de una vez por todas y crear una sociedad en la que mujeres y hombres puedan vivir una existencia humana, sin desigualdad ni opresión.