¡Manos fuera de Irán! ¡No al «cambio de régimen» imperialista!

[Originalmente publicado en: marxist.com]

El 13 de junio de 2025 marcó un peligroso punto de inflexión en Oriente Medio. Israel, respaldado por el imperialismo estadounidense, lanzó ataques sin precedentes contra Irán, atacando instalaciones militares, pero también causando numerosas bajas civiles.

Esta guerra no fue elegida por el pueblo iraní. Sin embargo, somos nosotros los que cargamos con la peor parte. Hemos sufrido años de sanciones, pobreza, represión y, ahora, derramamiento de sangre. Se han reportado 1.054 muertos y 4.476 heridos, muchos de ellos civiles.

Israel afirma haber golpeado instalaciones militares y nucleares estratégicas, pero la destrucción cuenta una historia diferente. Se golpearon áreas civiles cercanas a supuestas instalaciones militares, y testigos presenciales informan de viviendas dañadas y de civiles entre los muertos. Particularmente horrible es el ataque reportado al Hospital Infantil Hakim de Teherán, una grotesca violación de las normas humanitarias más básicas.

Mientras que el régimen oculta el saldo total, la verdad es clara: se han sacrificado vidas inocentes. La responsabilidad no solo recae en los agresores de Tel Aviv y Washington, sino también en los gobernantes corruptos e incompetentes de Irán.

 

Delirios de Israel y Benjamin Netanyahu

 

La agresión israelí no es una expresión de fuerza, sino un intento desesperado de un régimen políticamente asediado de consolidar su autoridad colapsada. El primer ministro Benjamin Netanyahu se enfrenta a una profunda crisis política: una ola de protestas por sus reformas judiciales, cargos de corrupción que pesan sobre él, divisiones dentro de su propia coalición gobernante y un creciente descontento incluso entre sectores del aparato militar y de inteligencia israelí. El gobierno está cada vez más aislado e inestable.

En este contexto, la guerra se convierte en una herramienta de supervivencia. Al intensificar el conflicto con Irán, Netanyahu busca desviar la atención de la agitación interna, unir a una clase dominante fragmentada y reafirmar su autoridad. La prolongada demonización del régimen iraní, alimentada por décadas de propaganda imperialista, proporciona una justificación clara para esta agresión. Pero esta guerra no es una cuestión de “seguridad” o “defensa”, en lo que respecta a los cálculos de Netanyahu: es una maniobra cínica para externalizar las contradicciones internas y mantener el control del poder.

Es un intento calculado por parte de Netanyahu para desviar la atención de la profunda crisis interna que enfrenta el estado israelí: inestabilidad política, incertidumbre económica, la erosión de la confianza en las instituciones estatales y la intensificación de las divisiones entre la clase dominante, los militares y la población en general. La brutal ocupación de Palestina ha expuesto aún más las contradicciones del sionismo. El odio que el régimen ha cultivado durante décadas hacia Irán del régimen sirve como una distracción conveniente: un enemigo externo utilizado para fomentar la unidad nacional y reprimir la disidencia. Pero esta guerra no es más que una maniobra cínica para proyectar fuerza en el extranjero mientras los cimientos internos se desmoronan.

La clase dominante de Israel no tiene nada en común con las masas iraníes, ni le importa su sufrimiento. Pero Netanyahu ha presentado durante mucho tiempo a Irán como una amenaza existencial, no por su represión interna, sino porque altera el equilibrio de poder en Oriente Medio. Ha impulsado repetidamente por un cambio de régimen. En un discurso de 2018, dijo: “Cuando este régimen finalmente caiga, y algún día lo hará, los iraníes e israelíes volverán a ser grandes amigos”. En otra declaración, instó a las potencias occidentales a “ayudar al pueblo iraní a liberarse”. Pero esta “preocupación” es profundamente hipócrita. El estado israelí no tiene ningún problema en cooperar con regímenes brutalmente represivos como Arabia Saudita, siempre y cuando se alineen con los intereses estadounidenses e israelíes.

Este llamado a un cambio de régimen no se trata de libertad o democracia, se trata de eliminar un obstáculo para el dominio imperialista en la región. Israel no busca apoyar al pueblo iraní, sino mantener su propia hegemonía debilitando a cualquier estado que se niegue a ceder ante sus intereses militares y económicos.

La animosidad de Israel hacia el régimen iraní no tiene nada que ver con las aspiraciones o el bienestar de las masas iraníes, a pesar de los mensajes propagandísticos de Netanyahu de “apoyo” para el pueblo iraní. El propio estado sionista es un instrumento de reacción brutal en Oriente Medio, fundado en la desposesión, la ocupación y el militarismo, valores fundamentalmente opuestos a las tradiciones revolucionarias de la clase trabajadora y la juventud iraníes.

Mientras que millones de iraníes desprecian con razón a la República Islámica por su corrupción, represión y pobreza, tampoco se hacen ilusiones con el imperialismo occidental. El amargo recuerdo del golpe de Estado de la CIA-MI6 de 1953, décadas de sanciones y constantes amenazas militares han dejado claro que las llamadas potencias “democráticas” no son amigas del pueblo iraní. Los llamados de Netanyahu a un “cambio de régimen” no son expresiones de solidaridad, son una excusa para la dominación.

De hecho, la mayor amenaza para cualquier movimiento revolucionario en Irán hoy en día es el imperialismo occidental. La intervención de los Estados Unidos o Israel no liberaría a las masas, fortalecería la mano del régimen al permitirle hacerse pasar por víctima de la agresión extranjera, y descarrilaría la lucha de clasesal redirigirla hacia líneas nacionalistas.. La verdadera liberación solo puede venir a través de la organización independiente de la clase trabajadora iraní, no de bombas imperialistas o discursos cínicos de Tel Aviv o Washington.

Bajo la renovada presidencia de Trump, la política exterior de los Estados Unidos ha adoptado un tono aún más agresivo. Trump ha apoyado abiertamente las acciones militares de Israel mientras sopesa sus propias “opciones” con respecto a Irán, que incluyen sanciones ampliadas y una posible intervención directa. Su administración, llena de elementos neoconservadores y prosionistas, ha dado a Israel una luz verde para escalar, proporcionándole armamento avanzado, inteligencia y pleno respaldo diplomático en el escenario mundial.

Estados Unidos ve a Israel no solo como un aliado, sino como un puesto de avanzada estratégico para asegurar su dominio en la región, controlar las rutas energéticas y contrarrestar tanto la influencia iraní como la creciente presencia de China. Aunque es posible que Washington no busque una guerra a gran escala, especialmente con su atención cada vez más centrada en China, está jugando un juego peligroso. Al armar y respaldar a Israel, está avivando las llamas de un conflicto que tal vez no pueda controlar.

Israel bajo Netanyahu no es simplemente una marioneta. Actúa cada vez más con autonomía imprudente, arrastrando a la región a la guerra para satisfacer sus necesidades políticas internas.

La guerra no es simplemente un enfrentamiento entre Irán e Israel, sino producto de la larga estrategia de dominación, desestabilización y guerra indirecta del imperialismo estadounidense. El régimen iraní, aunque es una fuerza reaccionaria, está siendo utilizado como chivo expiatorio en un juego de ajedrez imperialista mucho más amplio.

 

Manos fuera de Irán: sin cambio de régimen, solo revolución

 

La crisis actual ha generado renovados e insidiosos llamados para el “cambio de régimen” desde múltiples sectores reaccionarios. La clase dominante israelí, con la ayuda de los políticos occidentales, apoya abiertamente el derrocamiento de la República Islámica, no por solidaridad con el pueblo iraní, como hemos explicado, sino para instalar un régimen más dócil que sirva los intereses imperialistas. Al mismo tiempo, exiliados monárquicos y los grupos liberales de oposición, algunos incluso respaldados por Occidente, sueñan con restaurar un régimen que devolviera a Irán a los días del Shah, cuando las corporaciones estadounidenses saqueaban el país y la disidencia política enfrentaba tortura y la ejecución.

Pero la clase obrera iraní no ha olvidado su historia. Recordamos el golpe de Estados Unidos y Reino Unido de 1953, que aplastó el movimiento nacional e impuso décadas de dictadura. Hemos visto cómo el “cambio de régimen” respaldado por los imperialistas en Irak, Libia y Afganistán condujo al caos, la guerra y la miseria para el pueblo. Es por eso que nosotros, como comunistas revolucionarios, rechazamos todas las formas de “cambio de régimen” impuesto desde el exterior.

Nuestra lucha no es por un cambio de imagen en la cúpula, sino por el derrocamiento total del sistema capitalista, ya sea en su forma teocrática, monárquica o democrática. Y esto solo se puede lograr a través de la lucha consciente y organizada de las propias masas iraníes. La clase obrera iraní, endurecida por años de lucha, explotación y traición, no necesita salvadores extranjeros. Necesita unidad de clase, liderazgo revolucionario y un programa socialista para derrocar tanto a la República Islámica como al sistema imperialista al que actualmente éste se opone.

En este ambiente tenso, han surgido dos corrientes particularmente peligrosas. Por un lado, los monárquicos, una fuerza reaccionaria completamente desacreditada, intentan capitalizar la crisis presentándose como una alternativa ya establecida a la República Islámica. Su supuesto “Príncipe heredero”, Reza Pahlavi, habla de libertad y democracia, pero no representa nada más que la restauración de una brutal dictadura que fue derrocada en 1979 por un movimiento revolucionario de masas.

El régimen del Shah se construyó sobre la subyugación completa del pueblo iraní al imperialismo estadounidense. Entregó el petróleo y los recursos del país a corporaciones extranjeras, aplastó a todos los sindicatos independientes y gobernó a través de la policía secreta SAVAK, que torturó, asesinó y desapareció a miles de izquierdistas, trabajadores y estudiantes activistas. La clase obrera recuerda no solo la represión, sino la humillación de ser tratados como súbditos en su propio país, gobernado por una élite compradora leal a Washington.

Los monárquicos no ofrecen nada más que un regreso a esa época oscura: explotación, dependencia del imperialismo y represión brutal de toda disidencia. Por eso, a pesar de toda la propaganda mediática y la financiación occidental, su base de apoyo se limita a una estrecha capa de la pequeña burguesía y los ricos exiliados.

Apoyados por ciertos círculos imperialistas occidentales, no ofrecen nada más que un regreso a un pasado oscuro de opresión y subordinación al capital extranjero. La clase trabajadora iraní, que ha sufrido bajo la dictadura del Shah, rechaza instintivamente esta “solución” retrógrada.

Por otro lado, un segmento de los grupos juveniles revolucionarios que se alzaron en el levantamiento de Mahsa de 2022 han caído en la trampa ultraizquierdista del aventurerismo. Como es evidente en sus recientes pronunciamientos, algunos se han hecho eco de los llamamientos a levantamientos y huelgas inmediatas y desorganizadass, incluso sugiriendo que la guerra actual es una oportunidad para un rápido derrocamiento del régimen iraní. Declaran:

“Lo que estamos presenciando no son solo bajas físicas en los niveles de mando, sino un golpe devastador contra los pilares decisionales, del mando militar y estratégico de la República Islámica. Este vacío de seguridad y gestión dentro del Guardia Revolucionaria y el ejército es una señal para nosotros del colapso de un régimen que se ha mantenido vivo durante años basado en las acciones más inhumanas”.

Este enfoque está completamente desconectado del estado de ánimo y la preparación de las masas iraníes. Si bien el odio hacia el régimen es profundo y generalizado, convocar huelgas generalizadas en medio de un ataque imperialista es un peligroso error de cálculo. Corre el riesgo de aislar a las capas avanzadas de la clase trabajadora de la población en general y favorecer directamente al régimen, que luego puede presentar cualquier disidencia interna como colaboración con el enemigo.

Su llamado a “asestar el golpe final al régimen” a través de “huelgas selectivas, boicot la a cooperación con instituciones gubernamentales y estatales, un levantamiento nacional y una organización de lucha y protesta en vecindarios, escuelas, fábricas y calles” no logra captar la compleja psicología de las masas durante un período de ataque imperialista. Actualmente, no hay liderazgo revolucionario de la clase obrera, y la oposición respaldada por el extranjero es la única alternativa política que se ofrece a las masas.

El estado de ánimo de las masas iraníes es complejo, pero claro. Desprecian a la República Islámica. Las décadas de represión, mala gestión económica, corrupción y el saqueo sistemático de la riqueza nacional han generado un profundo resentimiento. Pero, como hemos observado consistentemente, los mismos trabajadores que maldecían abiertamente al régimen en sus canales de Telegram solo días antes de la guerra ahora están retransmitiendo los anuncios de seguridad y maldiciendo a Israel. Esto no es un abrazo repentino del régimen, sino un rechazo visceral de la agresión externa y un profundo temor a la intervención imperialista.

Las masas comprenden, aunque sea implícitamente, que si bien el régimen es aborrecible, estas fuerzas externas no ofrecen una liberación genuina. Odian el régimen, pero odian a los monárquicos, a los Estados Unidos y a Occidente aún más, y temen con razón cualquier forma de “cambio de régimen” orquestado desde el exterior. La lucha contra el régimen y la lucha contra el imperialismo occidental están inextricablemente unidas. La tarea de los revolucionarios es tender un puente, explicar que el régimen iraní es débil, egoísta y, en última instancia, incapaz de defender los verdaderos intereses de los trabajadores y pobres iraníes. Es un régimen dispuesto a vender la nación por un acuerdo precario con los imperialistas.

 

Un Irán socialista puede luchar contra el imperialismo – convertir la guerra imperialista en una guerra de clases

La única defensa verdadera contra el imperialismo, y el único camino hacia la liberación genuina, se encuentra en una revolución socialista. ¿Por qué? Porque solo la clase obrera tiene tanto el interés objetivo como el poder material para romper con el imperialismo por completo. A diferencia de los capitalistas y el clero, que dependen de acuerdos internacionales, ganancias privadas y represión política, la clase obrera no tiene nada que perder con la expropiación del capital extranjero y nacional, poner fin a todas las relaciones de explotación y la movilización de la producción para satisfacer las necesidades humanas, no las ganancias.

Un Irán socialista, controlado democráticamente por los trabajadores y los pobres, rompería inmediatamente toda dependencia de las potencias imperialistas. Nacionalizaría los principales sectores de la economía bajo el control de los trabajadores, pondría fin al saqueo de la riqueza nacional tanto por parte de corporaciones extranjeras como de capitalistas locales, y construiría una solidaridad real con los pueblos oprimidos de toda la región.

No confiaría en acuerdos turbios con China o Rusia, ni se presentaría con una retórica vacía “antiimperialista” mientras reprime brutalmente a su propio pueblo, como lo hace el régimen actual. Movilizaría la energía revolucionaria del pueblo iraní no solo para resistir la agresión imperialista, sino también para inspirar levantamientos de la clase obrera en todo el Medio Oriente.

La República Islámica, a pesar de sus consignas antiestadounidenses, es un régimen capitalista que defiende la propiedad privada, pacta con potencias extranjeras y teme a su propia clase obrera mucho más que a las bombas israelíes. Su ejército está plagado de corrupción, estructuras de mando irresponsables y amiguismo político. Esto fue evidente en las fallas de inteligencia que permitieron a Israel abrumar al régimen mientras se embarcaba en sus ataques. Su “resistencia” no está guiada por las masas, sino por los estrechos intereses de élite que han dejado a Irán tecnológicamente atrasado y aislado, mientras que sus aliados y representantes en la región han sufrido los golpes de Israel. Todos los reveses del régimen y sus aliados en el período pasado se deben a su naturaleza capitalista, que ha dejado una economía débil y una sociedad plagada de corrupción a todos los niveles.

La represión del régimen contra trabajadores, estudiantes, mujeres y minorías nacionales ha demostrado una vez más sus limitaciones políticas. Si los trabajadores iraníes hubieran estado en el poder, habrían movilizado a todas las capas oprimidas en Irán y en la región en su conjunto para una lucha socialista revolucionaria unida contra los imperialistas y los gobernantes de cada país. Pero dada su estrecha perspectiva burguesa, el régimen islámico restringe su “antiimperialismo” a la lucha por conseguir un asiento en la mesa como una potencia importante en la región. Ese es el límite de la lucha antiimperialista de cualquier burguesía nacional.

La guerra entre Irán e Israel de 2025 es una trágica ilustración del callejón sin salida del capitalismo y el imperialismo en Oriente Medio. La tarea histórica del momento es la minuciosa construcción de un sólido partido revolucionario, independiente tanto del imperialismo como del capitalismo iraní. Este partido debe explicar pacientemente a la clase obrera que ni el régimen clerical ni los monárquicos desacreditados, ni ninguna otra fuerza burguesa, pueden ofrecer una salida a este callejón sin salida. Debe equipar a la clase trabajadora con la claridad teórica y la disciplina organizativa necesarias para liderar la lucha por su propia emancipación.

La ira de las masas es palpable, su deseo de una vida mejor es innegable. Pero el sentimiento revolucionario por sí solo no es suficiente. Las recientes luchas, desde la huelga de los camioneros hasta los levantamientos anteriores, han demostrado el inmenso poder del proletariado iraní, pero también la ausencia crucial de un liderazgo armado con un claro programa marxista.

El camino a seguir es difícil pero claro: unir las luchas contra la pobreza, la explotación y la represión con la lucha contra el imperialismo; exponer la debilidad del régimen y su voluntad de traicionar al pueblo por el bien de los intereses mezquinos de la clase dominante; explicar que la verdadera seguridad y la prosperidad solo se pueden lograr a través de un estado obrero. Solo entonces podrá la clase obrera iraní deshacerse de los grilletes tanto de la tiranía interna como de la dominación extranjera, transformando este período de guerra imperialista en el preludio de una revolución socialista victoriosa.

¡Por un Partido Comunista Revolucionario en Irán!

¡Muerte a los perros sionistas e imperialistas!

¡Por una República Socialista de Irán como parte de una Federación Socialista de Oriente Medio!

27 de junio, 2025

 

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