El ataque bárbaro a dos mezquitas en Christchurch, Nueva Zelanda, por parte de un terrorista fascista de extrema derecha –que disparó indiscriminadamente a hombres, mujeres y niños, mató a 50 personas e hirió a muchos más, y que transmitió en vivo sus acciones sangrientas mientras las llevaba a cabo– llega en un momento de profundización de la crisis económica y de aumento de las tensiones sociales y políticas en todo el mundo. Todos los seres humanos decentes están condenando correctamente el ataque, pero debemos preguntarnos: ¿por qué se producen tales actos de terrorismo y qué se puede hacer para poner fin a esta barbarie?
¿Quién está influyendo en el pensamiento de estos fascistas enloquecidos? En respuesta a su propia pregunta: «¿Hay alguna persona en particular que te haya radicalizado más?», Tarrant responde:» Sí, la persona que me influyó sobre todo fue Candace Owens… [una «comentarista estadounidense reaccionaria muy de derechas]». Agregó que «cada vez que ella hablaba, me sorprendían sus ideas, y sus propias opiniones me ayudaron a empujarme más y más a creer en la violencia sobre la mansedumbre». Owens se hizo un nombre recientemente cuando dijo: «Saben, él [Hitler] era un nacional socialista, pero si Hitler solo quería hacer grande a Alemania y hacer que las cosas funcionaran bien, OK está bien… El problema es lo que él quería: tenía sueños fuera de Alemania». Owens tiene una posición dirigente en un grupo de defensa conservador, Turning Point USA (TPUSA) [EEUU Punto de Inflexión, NdT], que promueve una agenda abiertamente reaccionaria.
Avivando las llamas del fanatismo
Tarrant tenía, de hecho, un historial de propaganda de extrema derecha en las redes sociales y fue fuertemente influenciado por políticos y comentaristas burgueses que han estado presionando a favor de una línea antiinmigrante islamófoba. Admira a Trump, refiriéndose a él como «símbolo de la identidad blanca renovada». Trump se ha quejado de que algunos lo hayan culpado por el ataque. Sería ridículo, por supuesto, afirmar que Trump es directamente responsable, pero es cierto que, con su retórica antiinmigratoria, su cháchara sobre la necesidad de un muro para proteger a los EE. UU., sus medidas para detener la llegada desde una serie de países musulmanes, etc., ha ayudado a avivar los prejuicios islamófobos. Es en este ambiente que los Tarrant se sienten animados a actuar.
De hecho, muchos políticos occidentales y los medios de comunicación han estado elevando el tono y gritando sobre el fundamentalismo islámico, mientras que el terror de la supremacía blanca ha estado de hecho en aumento. En los Estados Unidos, en 2017, por ejemplo, de 65 ataques terroristas, 36 estaban relacionados con la derecha, 10 estaban relacionados con la izquierda y 7 relacionados con el terrorismo islamista. Pero si bien esto no indica de ninguna manera el surgimiento de un movimiento fascista de masas, sí revela un proceso que está teniendo lugar en todo occidente, con políticos de derecha, ayudados por los medios de comunicación, que culpan cada vez más a los musulmanes por el declive de las condiciones de vida de la clase trabajadora.
Brenton Tarrant es de Australia, donde se ha fomentado un ambiente hostil hacia los inmigrantes durante el período reciente. Como señaló The Guardian el año pasado, comentando sobre la situación en Australia:
“En público, el debate sobre la migración rara vez permanece dentro de los límites estrechos del número o del origen de nuevas personas que buscan venir a Australia para vivir. Más bien, se extiende, con vitalidad creciente, en todas las áreas del debate público: a los argumentos sobre la congestión de las carreteras y los precios de las viviendas, a la disponibilidad de recursos como la tierra y el agua, a los debates sociales sobre la integración, la religión, y al inglés como el principal idioma hablado de Australia. . ” (Guardian, 23 de marzo de 2018)
Así, se culpa de todo a los inmigrantes en general, y a los musulmanes en particular. Los inmigrantes son tratados con desprecio por las autoridades. Los solicitantes de asilo son enviados a vivir en islas sin acceso a necesidades básicas. En todo momento, son acosados, se los mantiene en malas condiciones de vida y son empujados a trabajos mal pagados y, a menudo, informales. Se les imponen sanciones que se justifican por su supuesta falta de «voluntad» de integración, etc. Este comportamiento no se limita a Australia, sino que se puede ver en todo el mundo, donde hay una gran afluencia de inmigrantes. Los recién llegados pueden ser fácilmente chivos expiatorios por la escasez sufrida por la población autóctona como resultado de la crisis del capitalismo y las políticas de austeridad impuestas por la clase dominante. Tanto mejor, cuando los recién llegados pueden identificarse más fácilmente por el color de su piel, por el estilo de ropa que usan o por la religión que profesan.
Un ejemplo de esto es el senador australiano, Fraser Anning, que exigió un referéndum el año pasado «para permitir que el pueblo australiano decida si quiere prohibir la entrada de los inmigrantes del tercer mundo que no hablan inglés, y particularmente de los musulmanes». Ha pronunciado muchos discursos diciendo que los migrantes deberían ser enviados de regreso a sus países de origen, alegando que viven de los subsidios sociales y que cuestan mucho dinero a los contribuyentes australianos. Anning fue miembro del partido de extrema derecha One Nation, después del cual se unió al Partido de Australia de Katter, del cual fue expulsado más tarde. A principios de este año, asistió a un mitin en St. Kilda, en el que participaron simpatizantes neonazis. Estaba claramente asociado con opiniones de extrema derecha y abiertamente racistas.
Es en este ambiente donde los grupos abiertamente fascistas y nazis están consiguiendo un eco. Se sienten alentados y envalentonados por el hecho de que los políticos de alto rango, desde Trump en los EE. UU. hasta los Brexiteers de derecha en el Reino Unido, hasta Salvini en Italia y Le Pen en Francia, expresan puntos de vista racistas y xenófobos. Así, realizan ataques contra inmigrantes, sintiendo que tienen el respaldo de estos políticos. Son como perros salvajes desatados por sus amos.
Lo que es particularmente repugnante de Fraser Anning es lo que dijo poco después del ataque de la semana pasada: «lo que destaca es el creciente temor en nuestra comunidad, tanto en Australia como en Nueva Zelanda, de la creciente presencia musulmana», y luego agrega: «La verdadera causa del derramamiento de sangre en las calles de Nueva Zelanda hoy es en primer lugar el programa de inmigración que permitió a los fanáticos musulmanes emigrar a Nueva Zelanda». Y como si esto no fuera suficiente, también afirmó que si bien los musulmanes «pueden haber sido las víctimas hoy, por lo general son los atacantes». Esto equivale a una disculpa por un crimen bárbaro y es una invitación abierta a fanáticos de extrema derecha para que lleven a cabo ataques similares.
Al mismo tiempo, los medios de comunicación de masas actúan como un amplificador fiel de estas ideas venenosas. Mientras despliegan toda la propaganda racista de manera más o menos acrítica, censuran y enmudecen hipócritamente a cualquiera que se oponga al derecho de la derecha a la «libertad de expresión».
La extrema derecha, y los políticos burgueses que se hacen eco de su pensamiento, cambian la responsabilidad por la crisis actual del sistema capitalista, que se basa en la ganancia de unos pocos y la pobreza de muchos, para señalar con el dedo a los inmigrantes. En este contexto, el fundamentalismo islámico se está utilizando como un medio para fomentar la islamofobia, y algunos, como Anning en Australia, llegan incluso a culpar a los musulmanes por ataques como el de la masacre de Christchurch la semana pasada. No hace falta decir que el fundamentalismo islámico es reaccionario, pero no debemos olvidar quién lo patrocinó y promovió en las últimas décadas.
El caos y los asesinatos mantienen a los trabajadores divididos
Hemos escrito sobre esta cuestión con mucho más detalle en otros artículos. Basta con decir que los talibanes en Afganistán surgieron de las fuerzas reaccionarias que Estados Unidos respaldó en su esfuerzo por alejar a ese país de la esfera de influencia soviética. Grupos como Hamas fueron promovidos cuando el estado de Israel y el imperialismo estadounidense veían en la OLP la principal amenaza.
Así, mientras en los países donde el Islam es la religión dominante, los fundamentalistas se están utilizando en la crisis actual para abatir la combatividad de la clase trabajadora y popularizar su alternativa reaccionaria, en los países capitalistas avanzados, los políticos de extrema derecha están utilizando a los fundamentalistas para azotar un estado de ánimo de islamofobia. Lo que tenemos aquí son dos ideologías igualmente reaccionarias, el fascismo y el fundamentalismo islámico, ambos al servicio de las clases dominantes.
Existe el peligro de asesinatos en represalia que se utilizarán en un intento de avivar los sentimientos anti-musulmanes. Los racistas de extrema derecha y los neonazis fascistas utilizan el terrorismo fundamentalista islámico para representar a todos los musulmanes como posibles terroristas. Sobre esta base, ataques como el de una mezquita en la ciudad de Quebec en enero de 2017, donde murieron seis personas y otras 19 resultaron heridas, o este último ataque en Christchurch se presentan como parte de una guerra justa para defender la cultura «blanca».
La forma en que los medios informan sobre estos eventos también contribuye a aumentar la histeria islamófoba. Cuando los musulmanes llevan a cabo un ataque, se denuncia de inmediato como terrorismo, lo que por supuesto lo es. Sin embargo, cuando ocurre un ataque como el de Christchurch, los medios de comunicación se muestran reticentes a usar la palabra “terrorismo”. Esto revela que hay una agenda para retratar al terrorismo siempre como islámico, lo que ayuda a fomentar la islamofobia.
Lo que tenemos aquí es la barbarie en ambos lados, y los que sufren son musulmanes comunes y no musulmanes, obreros cristianos, obreros judíos, obreros hindúes, etc., todos tratando de continuar con su vida diaria. Por este camino no hay solución para los trabajadores de ningún país. La clase obrera debe elevarse por encima de estas divisiones y hacerse consciente como clase. Debe luchar contra cualquier fuerza ajena que intente fomentar las divisiones entre los trabajadores. Los lemas: «divididos nos derrotan, unidos venceremos» y «un ataque contra uno es un ataque contra todos» deben estar impresos en las banderas del movimiento obrero.
La clase capitalista tiene interés en utilizar cualquier medio necesario para mantener a los trabajadores divididos. Si esto significa escenas de caos y derramamiento de sangre, no retrocederán para promover, o al menos tolerar, tales desarrollos. Los trabajadores del mundo, de todos los colores y todos los credos, por otro lado, desean un mundo donde puedan criar a sus hijos en un ambiente sano y seguro.
¿Cómo se logrará esto? ¡Ciertamente no con estos métodos bárbaros! Tales métodos solo beneficiarán a la clase dominante creando divisiones entre los trabajadores. Y cuando los trabajadores están divididos, se debilitan y se vuelven impotentes ante los ataques a sus niveles de vida por parte de los patrones. La clase capitalista siempre se beneficia de tales divisiones. Lo que se requiere es una sociedad que satisfaga las necesidades básicas de todos con viviendas, ropa, alimentos, educación y atención médica decentes para todos. Esto solo se puede lograr a través de la transformación socialista de la sociedad, donde los trabajadores que producen la riqueza tengan control sobre los recursos y de cómo se utilizan. Cuando se erradique la pobreza y la necesidad, también lo será la base material de donde surgen los conflictos étnicos y religiosos.
¡Unidad de la clase obrera contra la división racista!
Sólo sobre esta base se pueden poner fin a estos conflictos. No son los trabajadores musulmanes, los campesinos musulmanes o los jóvenes musulmanes quienes tienen la culpa de la disminución de los niveles de vida. Ellos, como todos los demás trabajadores, simplemente están luchando para ganarse la vida, para ganar suficiente dinero para alimentarse a sí mismos y a sus hijos. A su vez, no son los trabajadores y los jóvenes de Gran Bretaña, ni de los Estados Unidos, ni de Australia o Nueva Zelanda, quienes tienen la culpa del sufrimiento de los pueblos de Oriente Medio. Quienes deben responsabilizarse de esto son los capitalistas de estos países, que explotan a sus propios trabajadores en el país y llevan a cabo una política imperialista en el exterior.
En su búsqueda de ganancias, recorren el mundo en busca de mercados y esferas de influencia. Para promover sus intereses, fomentan divisiones; invaden y bombardean países con el objetivo final de garantizar rutas comerciales y fuentes de materias primas. Hablan de democracia, pero cuando la revolución levanta la cabeza, no dudan en desatar la barbarie. Esto fue evidente en Siria y Libia. En Yemen, permiten que sus amigos en el régimen saudí procedan a matar de hambre a todo un pueblo, mientras que en Somalia han promovido la absoluta barbarie. Mientras tanto, en casa, en los países capitalistas avanzados, fomentan el racismo como una herramienta útil para descarrilar la creciente lucha de clases.
En el pasado, cuando se enfrentaba una grave crisis económica en Alemania, el antisemitismo se consideraba una herramienta útil para distraer la atención de los verdaderos culpables, los capitalistas. Hoy en día han encontrado en la islamofobia una herramienta igualmente útil. Es un medio por el cual esperan permanecer en el poder a medida que se proponen atacar a la clase trabajadora, reduciendo los salarios, la educación, la salud… Así sufren todos los trabajadores, musulmanes y no musulmanes.
La única fuerza que realmente puede poner fin a todo esto es la clase trabajadora organizada. Los trabajadores de diferentes países y raíces étnicas descubren que tienen un interés común en el proceso de luchar contra el ataque a sus condiciones de vida. Acontecimientos como la masacre de la semana pasada también ponen de manifiesto la solidaridad natural entre los trabajadores comunes. En Nueva Zelanda, hemos visto una manifestación de tal solidaridad en todas las comunidades con las víctimas de la masacre, mientras que se han recaudado más de 6 millones de dólares neozelandeses en campañas de apoyo en internet. Alumnos de la escuela se reunieron en grandes cantidades en Christchurch para realizar el Haka en homenaje a los muertos en los ataques. Estos ejemplos revelan la genuina solidaridad de los trabajadores comunes y corrientes.
El hecho es que ya existen recursos para proporcionar empleos, viviendas, salarios dignos, hospitales y educación para todos. El problema es que esos mismos recursos están en manos de una pequeña minoría de capitalistas súper ricos, que usan su riqueza para unos pocos y no para la mayoría. Para poder usar esos recursos se requiere la eliminación de la clase capitalista, la clase que está destruyendo la base misma de la civilización que tenemos y que nos empuja hacia la barbarie.
La unidad de la clase obrera significa la unidad contra el enemigo real: las clases dominantes capitalistas de todos los países que se benefician, mientras que los que están debajo se enfrentan entre sí. Significa la unidad de todos los trabajadores, independientemente de sus creencias religiosas, de su idioma, de su color de piel, contra el sistema que se basa en maximizar los beneficios para unos pocos.