Occidente se enfrenta a la humillación en Ucrania

Si la reunión de las principales economías del Grupo de los 20 (G20) en la India pretendía ser una muestra de unidad contra Rusia, logró producir precisamente el resultado opuesto.

La declaración final del Grupo, que se negó rotundamente a condenar a Moscú, provocó inmediatamente una ola de furia en Kiev y expuso flagrantes contradicciones en la autoproclamada coalición contra Rusia.

India, la nación anfitriona, castró efectivamente la declaración original redactada por los estadounidenses, que responsabilizaba de todo directamente a Rusia.

Pero el documento no menciona ninguna invasión rusa. En cambio, la declaración se limitó a declaraciones vacías sobre el “sufrimiento humano y los impactos negativos añadidos de la guerra en Ucrania”.

Reiteró el tópico rutinario de que la guerra es mala y la paz es buena, lo que es más o menos el equivalente diplomático de expresar apoyo al pastel de manzana y a la maternidad. Para poner fin a esta lista de banalidades sin sentido, recordó a todos los presentes que:

“Todos los estados deben abstenerse de la amenaza o el uso de la fuerza para buscar adquisiciones territoriales en contra de la integridad territorial y la soberanía o la independencia política de cualquier estado. El uso o la amenaza del uso de armas nucleares es inadmisible…”

En caso de que no lo hayan adivinado, se trataba de una referencia a la Carta de las Naciones Unidas, que ha estado en vigor durante muchas décadas y que ni una sola vez ha impedido una guerra o cualquier otro crimen contra la humanidad.

Pero, para ser justos, los Diez Mandamientos que Moisés presentó a la humanidad en tablas de piedra existen desde hace mucho más tiempo, sin haber tenido tampoco ningún efecto notable en el curso de la historia humana.

Para expresarlo en lenguaje sencillo, esta fue una declaración digna de mención sólo porque no decía nada en particular. De hecho, esta fue la única forma en que Modi pudo lograr que la mayoría de los asistentes aceptaran cualquier tipo de declaración final. Y la mayoría de los presentes se mostraron muy satisfechos con el resultado.

Sin embargo, este entusiasmo no fue compartido por Washington. No es sorprendente, porque representó una bofetada humillante para los estadounidenses y sus aliados de línea dura, quienes se encontraron completamente aislados y superados en maniobras.

Fue un acontecimiento particularmente irritante para Joe Biden, quien se había tomado la molestia de presentarse en persona con la esperanza de conseguir algunos titulares positivos que le ayudaran en su campaña para la reelección el próximo año.

Por el contrario, tanto Vladimir Putin como Xi Jinping se mantuvieron deliberadamente alejados. Esta era su manera de decir: “Lo que decidas no supondrá ninguna diferencia para nosotros. Continuaremos aplicando políticas que consideremos que redundan en nuestro propio interés”.

Sin duda ese fue el caso. Sin embargo, los estadounidenses y sus aliados esperaban utilizar el Grupo de los 20 para obtener una victoria propagandística, demostrando al mundo entero que Rusia está completamente aislada. Al final demostraron precisamente lo contrario. La reunión fue, de hecho, un gran golpe diplomático para Rusia y China, que lograron que se aprobara su agenda para los asuntos mundiales, a pesar de la ausencia de sus dos principales figuras.

La alianza occidental en desorden

Como era de esperar, algunos diplomáticos occidentales inmediatamente intentaron dar un brillo positivo a las cosas. Un alto diplomático de la UE dijo a AP que el bloque “no había renunciado a ninguna de sus posiciones” y que el hecho de que Moscú hubiera firmado el acuerdo era importante.

“La opción que tenemos es declaración o no declaración, y creo que es mejor [tener una]. Al menos si ellos [los rusos] no lo implementan, sabremos una vez más que no podemos confiar en ellos”, dijo el diplomático.

Pero este optimismo fabricado no fue compartido en Washington ni en Londres. Los hombres de Kiev demostraron inmediatamente el verdadero significado del acontecimiento. El portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de Ucrania, Oleh Nikolenko, quien, intentando (no muy convincentemente) tragarse su ira, dijo:

“Agradecemos a los socios que intentaron incluir una redacción contundente en la declaración. Sin embargo, en términos de la agresión de Rusia contra Ucrania, [el] G20 no tiene nada de lo que estar orgulloso”, se apresuró a añadir.

Mientras tanto, Kiev sigue fingiendo que su famosa contraofensiva (a pesar de que todos los indicios muestran lo contrario) sigue avanzando.

La contraofensiva ha fracasado

Se decía que las fuerzas ucranianas seguían adelante con su contraofensiva contra las fuerzas rusas en las regiones del sur y del este. Pero la extrema lentitud del avance, la escasez de los logros y el terrible nivel de pérdidas humanas y materiales cuentan una historia diferente.

Pocos observadores serios en Occidente, si es que hay alguno, tienen alguna duda de que la contraofensiva ha sido un fracaso espectacular. Ése es, con diferencia, el elemento más decisivo en esta sangrienta ecuación. Y está obligando incluso a algunos de los partidarios más fanáticos del régimen de Kiev a pensarlo dos veces.

Los propagandistas occidentales, que habían estado prediciendo confiadamente la victoria, ahora deben comenzar a preparar a la opinión pública para una derrota humillante.

Ya han comenzado, aunque observando el necesario grado de cautela –evitando cuidadosamente palabras como ‘fracaso’ o ‘derrota’- limitándose en cambio a frases como: “aunque los resultados de la contraofensiva no coincidieron con las expectativas…”. También evitan cualquier mención del hecho de que esas falsas expectativas fueron creadas nada menos que por ellos mismos.

En todo este coro cínico de mentirosos e hipócritas, un pequeño número ha decidido que sería mejor decir las cosas (más o menos) como son. Entre esta especie rara se encuentra el coronel Richard Kemp.

Richard Kemp es un ex oficial del ejército británico, un observador de línea dura cuyas opiniones son cercanas a las del MI5. El 10 de septiembre de 2023, escribió en The Telegraph un artículo muy revelador, que expone efectivamente la situación real.

Comienza con la siguiente declaración:

“A Ucrania se le acaba el tiempo. Después de 18 meses de guerra, Ya no se trata de si la alianza occidental flaqueará, sino de cuándo. (énfasis mío, AW)

Y añade:

«Occidente sigue comprometido con la contraofensiva de Ucrania, pero hay escepticismo sobre los objetivos finales de Zelensky».

Pero ¿qué significa esto? En cada discurso que pronuncia Joe Biden, se apresura a asegurarnos que Estados Unidos apoyará firmemente a Ucrania “durante el tiempo que sea necesario”. Pero ¿cuál es el significado preciso de estas frases deliberadamente oscuras? El tiempo que sea necesario – para qué, ¿exactamente?

Desde la perspectiva del gobierno de Kiev, la respuesta es bastante clara: para que la guerra termine, o incluso para que comiencen negociaciones significativas, los rusos primero deben retirar todas sus fuerzas, incluida la de Crimea.

Hasta hace muy poco, esa era también la opinión firmemente sostenida por Washington y al menos por sus aliados más beligerantes (léase: serviles idiotas) en la OTAN: los polacos, los Estados bálticos y, por supuesto, los británicos. Han estado constantemente peleando entre sí para impulsar la agenda más bélica, incluyendo un conflicto militar abierto con Rusia.

Estas damas y caballeros estaban tan deseosos de hundir al mundo en una guerra total, que sintieron la necesidad de criticar a los estadounidenses por su pusilanimidad. ¿Por qué no arman a los ucranianos con sus tanques y aviones de combate más modernos?

Incluso ahora, estas críticas siguen encontrando un eco tardío, incluso en el artículo del coronel Kemp, que claramente desea culpar de la derrota de la contraofensiva a Biden y a los estadounidenses.

Estados Unidos es el principal patrocinador del régimen de Kiev y el proveedor de la mayor parte de su dinero y armas. Sin embargo, según Kemp:

“El presidente Biden ha estado dando largas, dando suficiente asistencia militar para mantener a Ucrania luchando, pero intencionalmente no la suficiente para permitir una victoria”. (El énfasis es mío, AW)

Esta es claramente una crítica compartida por el MI5, el gobierno conservador y la loca banda de belicistas de Londres, que intentan disfrazar el colapso del papel de Gran Bretaña como gran potencia mundial ladrando ruidosamente como perro pequeño ladrando a los pies de los transeúntes.

Estos animales molestos y ladradores no gustan a nadie y hay que silenciarlos con una patada ocasional. Washington asestó un golpe de este tipo recientemente cuando Joe Biden vetó al exsecretario de Defensa británico Ben Wallace para el puesto de secretario general de la OTAN, decisión que provocó su dimisión y furia en Londres.

Biden no tenía ningún interés en permitir que los británicos –o cualquier otra persona– usurpen el control de Estados Unidos sobre la OTAN o dicten su política sobre Ucrania.

Sin embargo, la diferencia de opinión con Londres no afectó la línea fundamental de la administración Biden, que estaba convencida de que una ofensiva ucraniana podría lograr infligir una derrota importante a Rusia y crear un escenario favorable para las negociaciones en los términos de Kiev.

Por lo tanto, los estadounidenses y sus partidarios presionaron a Zelensky para que comenzara su ofensiva largamente prometida.

En un artículo reciente , me preguntaba cómo era posible que los generales ucranianos no fueran conscientes de los colosales problemas que enfrentaba tal ofensiva. Supuse que era una medida desesperada, diseñada para demostrar a los estadounidenses que el ejército ucraniano todavía era capaz de luchar y así garantizar la continuación del flujo de armas y dinero a Kiev.

Evidentemente, se trataba de un elemento muy importante de la ecuación. Pero no fue el único, ni siquiera el más importante. Después se supo que una parte importante de los generales ucranianos se mostraron muy reacios a lanzar la ofensiva y sólo lo hicieron bajo extrema presión de los estadounidenses.

Estos últimos cometieron el error fatal de creer en su propia propaganda. Desde el comienzo de las hostilidades, han estado repitiendo el mismo mantra: Rusia es débil; su ejército es un desastre; sus generales son incompetentes; se está quedando sin misiles y municiones; la moral de sus soldados es muy baja y el pueblo de Rusia está dispuesto a rebelarse contra Putin en cualquier momento. Y así sucesivamente.

Dado que a nadie se le permite apartarse ni un milímetro de esta narrativa, no sorprende que la capa dirigente que rodea a Joe Biden se la haya tragado, con anzuelo, sedal y plomada. Esta capa está formada por personas incompetentes de segunda categoría, tan incapaces de cualquier pensamiento original o independiente como su jefe semisenil, quien sólo escucha lo que le gusta oír.

Sobre una base tan inestable, es imposible que la nación más poderosa del mundo desarrolle una política exterior coherente, y mucho menos una política inteligente. En cualquier caso, la mayoría del público estadounidense tiene muy poca comprensión de los asuntos mundiales y aún menos interés en ellos.

Esto proporciona una poderosa base psicológica para la idea del aislacionismo, que durante tanto tiempo ha sido un factor importante en la política exterior estadounidense y que resurgió con fuerza redoblada en la persona de Donald Trump. No es casualidad que abogue en voz alta por la retirada de Ucrania, ni que esta opinión toque la fibra sensible de la opinión pública estadounidense.

Está claro que Biden y su camarilla presionaron a Zelensky para que lanzara su ofensiva. Había dos razones claras detrás de esto. En primer lugar, engañados por su propia propaganda, estaban convencidos de la posibilidad de una victoria ucraniana, convicción reforzada por la idea ampliamente promocionada de que las “superarmas” proporcionadas por Estados Unidos y sus aliados de la OTAN actuarían como “cambiadores de juego”.

En segundo lugar –y aún más importante– estaba la reconfortante idea de que, incluso si el costo se contabilizara en grandes cantidades de muertos y heridos, las bolsas para cadáveres estarían llenas de ucranianos, no de estadounidenses.

De esos cálculos, sólo el segundo resultó ser correcto. La primera era totalmente falsa y fue cruelmente expuesta tan pronto como la teoría se llevó a la práctica.

¿Cuántas veces hemos escuchado la misma historia sobre nuevas e increíbles armas de Occidente que representarían un cambio dramático en el campo de batalla?

Recordemos el gran revuelo que se armó por la entrega de los tanques Leopard de Alemania y los tanques Challenger de Gran Bretaña. Pero las últimas noticias del campo de batalla muestran que estos mismos tanques están atrapados en campos minados, donde sirven como útiles prácticas de tiro para la artillería rusa.

La ofensiva avanza a paso de tortuga, con un enorme costo de equipo y mano de obra. Las unidades ucranianas son blancos fáciles mientras atraviesan densos campos minados directamente frente a las defensas estratificadas de Rusia. Pero ¿qué conclusiones han sacado los estadounidenses y sus amigos de esta debacle?

Los imperialistas occidentales, después de haber empujado a Zelensky a una guerra que no quería, y luego presionarlo para que lanzara una ofensiva para la que ni él ni sus generales estaban preparados, ahora le informan, con estas palabras:

“Aunque nosotros, por supuesto, apoyamos su ofensiva [ofensiva de EE. UU. también, pero eso es un pequeño detalle], ahora pensamos que sus objetivos finales [que todos apoyaron al mil por ciento] son irrealizables”.

Se puede disculpar a Zelensky por sentirse no poco molesto por este lenguaje.

Falsas expectativas

Kemp continúa con su amarga jeremiada:

«Esto refleja, al menos en parte, el lento progreso de la contraofensiva de Ucrania, que hasta ahora sólo ha obtenido avances limitados».

“Sólo ganancias limitadas” es un eufemismo considerable. Como todos los demás comentaristas occidentales, al Sr. Kemp le aterroriza llamar a las cosas por su nombre. No se atreve a decir lo que es evidentemente obvio: que la tan cacareada contraofensiva ucraniana ha fracasado… y ha fracasado catastróficamente.

Sin embargo, para cualquiera que esté dispuesto a leer entre líneas, los vendedores de engaños de la prensa capitalista están preparando cautelosamente a la opinión pública para esta verdad tan desagradable. En este sentido, el artículo de Richard Kemp es en realidad más franco que la mayoría. Él dice:

“Los analistas militares y los medios de comunicación occidentales generaron expectativas de que, este verano, Kiev repetiría sus sorprendentes victorias del otoño pasado en Kharkiv y Kherson. Ahora la gente se pregunta cuánto están obteniendo por su inversión y si las importantes inversiones realizadas por sus países lograrán algún día algo concreto”.

Eso está muy bien dicho. ¿Cómo puede justificarse el gasto de tantos miles de millones de dólares en un momento de crisis económica y de inflación vertiginosa, cuando el nivel de vida de millones de personas está disminuyendo drásticamente?

¿Y cómo se puede justificar la continuación de esta colosal sangría, cuando, a pesar de todo el equipo militar moderno y de última generación enviado a Kiev, el ejército ucraniano apenas ha avanzado en tres meses y ha sufrido un número terrible de víctimas? de muertos y heridos?

Éstas son preguntas que deberían hacerse, que deben hacerse. Sin embargo, casi nadie se las pregunta. Hay una conspiración de silencio, no sólo en los medios de comunicación prostituidos (descritos entre risas como la «prensa libre»), sino también por parte de los que supuestamente son los partidos de «oposición». Y de la llamada izquierda lo único que escuchamos es un silencio sepulcral.

Pero ninguna mentira puede mantenerse para siempre.

¿Está unida la OTAN?

Día tras día, los medios de comunicación repiten el mismo mensaje monótono: la OTAN está unida. Rusia está aislada. ¿Pero es éste realmente el caso? Como hemos visto, la reunión de las naciones del G20 demostró claramente que no es Rusia sino Estados Unidos el que está cada vez más aislado.

La mayor parte del mundo no respalda a Estados Unidos en esta guerra. E incluso en las filas de la OTAN van apareciendo paulatinamente divisiones, que sin duda se profundizarán a medida que pase el tiempo.

Kemp escribe:

“Desde el principio, a pesar de haber hecho mucho ruido y suministrado algo de equipo militar, Francia y Alemania, en particular, han sido socios reacios. Sus líderes a menudo han parecido más preocupados por encontrar una ‘rampa de salida’ para Vladimir Putin que por expulsar a sus fuerzas de Ucrania”.

Ya el 22 de enero, Simon Heffer escribió en The Telegraph: «El principal temor de Alemania parece ser que se apaguen las luces y cierren sus fábricas si los rusos cortan su suministro de energía».

Kemp se queja: “Ahora, las encuestas tanto en Europa como en Estados Unidos muestran que el apoyo público a la ayuda militar a Kiev está cayendo, y una encuesta reciente indica que menos del 50 por ciento de los estadounidenses están a favor de un gasto adicional”.

La crisis en Ucrania

En Occidente hay un creciente descontento con la guerra que se intensificará a medida que pase el tiempo, y también una creciente comprensión de que no todo está bien en la propia Ucrania. Incluso algunos de los belicistas más acérrimos, como Richard Kemp, se ven obligados a plantear algunas preguntas embarazosas, como vemos:

«También hay una creciente inquietud acerca de la corrupción ucraniana, amplificada por aquellas voces que se oponen a la participación estadounidense en Europa por otras razones».

Recientemente, se supo que Volodymyr Zelensky despidió a todos los comisarios militares regionales de Ucrania por corrupción. Obviamente teme que tales escándalos socaven el apoyo occidental a Ucrania, que ya está mostrando signos de debilitamiento.

Estas medidas indican su creciente alarma. Por ejemplo, encarceló a un magnate corrupto y ex gobernador provincial, Igor Kolomoisky, y despidió al ministro de Defensa, Oleksii Reznikov.

Estas acciones hablan más que las palabras. ¿Cómo puede ocurrir que en plena guerra el presidente de un país tenga que despedir a su ministro de Defensa? Este debe ser un acontecimiento sin precedentes. Imagínese que Winston Churchill hubiera despedido al mariscal de campo Montgomery en 1944. Semejante cosa sería impensable.

Debe significar que el nivel de corrupción es tan vasto y tan profundo, incluso en los niveles superiores de las fuerzas armadas, que se tuvo que tomar una medida tan drástica. Pero la cosa no se detiene ahí. La corrupción está en el corazón de la oligarquía ucraniana, al igual que lo está en el corazón de la oligarquía rusa.

Y tiene estrechos vínculos con la camarilla gobernante de Zelensky. Recordemos que Igor Kolomoisky fue un aliado y partidario de Zelensky durante mucho tiempo. Pero todas estas medidas «anticorrupción» no son más que fachadas, diseñadas para impresionar a los donantes occidentales. Como Kemp se ve obligado a admitir:

“Nada de esto supondrá una diferencia significativa. Ningún ajuste estratégico puede revertir la guerra sin un aumento espectacular de la ayuda militar. Y, se aborde o no la corrupción, Olaf Scholz, Emmanuel Macron y, lo más importante, Biden ejercerán presión sobre Kiev para que llegue a un acuerdo, tarde o temprano”.

¿Habrá negociaciones?

El verano pasado, Biden escribió que Estados Unidos estaba armando a Ucrania no para derrotar la agresión rusa, sino para “luchar en el campo de batalla y estar en la posición más fuerte posible en la mesa de negociaciones”.

Ésta era la suposición de todos los estrategas de la política exterior estadounidense y de sus asesores militares. Por lo tanto, la siguiente ofensiva fue presentada en los medios de comunicación como una marcha imparable y triunfante que, con la ayuda de las armas más modernas proporcionadas por los EE.UU. y sus aliados, atravesaría las defensas rusas como un cuchillo corta la mantequilla.

Los «expertos» occidentales estaban cegados por su propia propaganda, que presentaba a los rusos como incorregiblemente estúpidos e incompetentes, con generales totalmente incapaces de igualar los altos estándares de un ejército moderno de la OTAN. Además, dijeron, los rusos se estaban quedando sin misiles y municiones y no podrían resistir.

Esta tontería se repetía incesantemente, día tras día, con tediosa regularidad, como una máquina bien engrasada que produce salchichas. Dado que la repetición es la madre del aprendizaje, la mayoría de la gente en Occidente, totalmente inconsciente de las realidades en el campo de batalla, aceptó estas mentiras como una buena moneda.

El victorioso ejército ucraniano abriría un agujero en las defensas rusas y pronto se encontraría ondeando su bandera en el mar de Azov. Las líneas de comunicación de Rusia con Crimea se cortarían y Moscú se encontraría en una posición imposible. El gobierno triunfante de Kiev podría entonces dictar condiciones a una Rusia derrotada y desmoralizada. Ése era el cuento de hadas oficial. Pero los acontecimientos hicieron estallar rápidamente.

Algunos de los generales ucranianos, que, a diferencia de los expertos de la Casa Blanca, tenían experiencia real de las capacidades de combate de los rusos, plantearon objeciones al plan. Pero fueron rápidamente anuladas. De hecho, cualquier persona en los medios británicos que plantee incluso la más mínima reserva a la narrativa oficial es rápidamente silenciada. Sus artículos no se publican y tendrán mucha suerte de no ser degradados o incluso destituidos de su cargo.

Occidente –especialmente los estadounidenses y británicos– anuló todas las objeciones. Desde la comodidad de sus oficinas en Washington y Londres, presionaban ansiosamente al gobierno de Kiev para que lanzara su contraofensiva largamente anunciada (y además con la máxima fuerza). Estaban dispuestos a luchar hasta la última gota de sangre, es decir, sangre ucraniana.

Finalmente, Zelensky les hizo caso. Realmente no tenía muchas opciones, ya que quien paga, manda. Pero la dura realidad quedó cruelmente expuesta en el momento en que comenzó la ofensiva. En este momento, ningún observador serio puede tener ninguna duda de que la ofensiva ha fracasado. Y ha fracasado de forma tan espectacular que ni siquiera los escépticos más convencidos podrían haberlo previsto.

El fracaso de la contraofensiva significa que, lejos de conseguir una posición más fuerte en la mesa de negociaciones, el régimen de Kiev se encuentra en una posición mucho más débil que antes. Y, tras haber ganado en el campo de batalla, es poco probable que Putin acepte compromisos.

Parece que los estadounidenses están sugiriendo que, a cambio de la paz, Rusia podría quedarse con parte, o la mayor parte, del territorio ucraniano que ha ganado y, a cambio, el ingreso de Ucrania en la OTAN quedará permanentemente fuera de la mesa.

Pero esto tiene dos dificultades importantes. En primer lugar, sólo ofrece a Rusia lo que ya ha ganado. En segundo lugar, la cuestión del ingreso de Ucrania en la OTAN no se cancela, sino que sólo se pospone sine die. Obviamente, eso sería demasiado poco para Moscú, pero demasiado para Kiev.

Por esa razón, no parece que las negociaciones estén en la agenda, al menos no en el corto plazo. Por lo tanto, la guerra se prolongará hasta llegar a un punto crítico en el que ya no pueda continuar.

A veces se oye hablar de un “conflicto congelado”, en el que ninguna de las partes puede obtener nada parecido a una victoria decisiva. Pero eso supone lo que no se puede suponer. Todos estos cálculos dejan de lado el factor más importante, que es la moral tanto de la población militar como de la civil.

La pura verdad es que Ucrania no puede ganar esta guerra. En el nivel más básico, es un país mucho más pequeño que Rusia y esto tiene una relación directa con el equilibrio de fuerzas desde el punto de vista de los recursos humanos.

«La Federación Rusa ha concentrado a más de 420.000 militares en nuestros territorios temporalmente ocupados, incluida Crimea», explicó el subjefe de Inteligencia Skibitskiy en una conferencia en Kiev.

El hecho de que tengan un número tan grande les permite rotar tropas constantemente, lo que ciertamente no es el caso de los ucranianos que han perdido a la mayoría de sus soldados experimentados. Están estacionados detrás de la tercera línea de defensa, desde donde los rusos pueden mantener un ataque constante de artillería y drones contra las fuerzas ucranianas, que están atrapadas en campos minados.

Las pérdidas del lado ucraniano son realmente asombrosas. De hecho, un gran número de jóvenes soldados no entrenados o semientrenados están siendo enviados a la muerte en lo que equivalen a operaciones suicidas.

Los líderes ucranianos parecen tan indiferentes ante esta criminal pérdida de vidas, como lo fueron los generales en la Primera Guerra Mundial. Pero, dejando de lado todas las consideraciones morales, desde un punto de vista puramente militar, esta política es sencillamente insostenible.

Incluso suponiendo que los rusos estén sufriendo grandes pérdidas (y las estimaciones sobre las muertes rusas en los medios occidentales son tan ficticias como las afirmaciones de que Rusia se está quedando sin misiles y municiones), Rusia puede soportar pérdidas que Ucrania no puede soportar.

La cuestión de la moral

Todas las guerras llegan a su fin cuando se logran los principales objetivos bélicos de una u otra de las potencias beligerantes, o cuando se produce un colapso de la moral que hace imposible continuar luchando. Los acontecimientos recientes sugieren que en Ucrania se está preparando un colapso de ese tipo.

Es cierto que las fuerzas ucranianas han luchado con una tenacidad y una valentía increíbles. Pero las guerras nunca se ganan sólo con heroísmo. Y era el colmo de la irresponsabilidad suponer (y tal suposición, de hecho, se hizo tanto en Washington como en Kiev) que sería posible lograr un avance dramático en las defensas de Rusia enviando soldados valientes para que los volaran en pedazos en vastos y mortíferos ataques en campos minados.

Es imposible decir cuántos jóvenes valientes fueron enviados a una muerte segura en esos terribles campos de exterminio. Las imágenes de las víctimas son demasiado espantosas para contemplarlas. Sus cuerpos mutilados ofrecen un testimonio sombrío de la inutilidad de esos intentos y de la irresponsabilidad criminal de quienes los ordenaron.

Se pagó un precio terrible con sangre por la fallida ofensiva. ¿Y para qué? A un par de kilómetros aquí o allá, algunos cascos destrozados de pueblos desiertos.

Las noticias de las derrotas en el frente tendrán un efecto devastador a medida que se filtren. La terrible pérdida de vidas afecta a casi todas las familias. Se está reclutando a jóvenes por la fuerza y enviándolos al frente con poco o ningún entrenamiento militar, como ovejas al matadero.

¡Pero la ofensiva debe mantenerse a toda costa! ¡El frente necesita más hombres, siempre más hombres! Los que caen deben ser reemplazados constantemente por nuevas víctimas. ¿Pero de dónde vendrán?

La propaganda patriótica comienza a sonar hueca a medida que crece la comprensión de que los sacrificios exigidos por el gobierno son mucho mayores para algunos ucranianos que para otros.

Naturalmente, la carga recae sobre todo en las familias de los pobres. Aquellos con recursos suficientes pueden pagar un soborno que les asegure que sus hijos no tendrán que ir al ejército y podrán desaparecer cómodamente al otro lado de la frontera hacia tierras extranjeras.

Los ricos evaden el servicio militar pagando generosos sobornos. Continúan viviendo una vida de lujo ocioso. Los pobres soportan toda la carga de la pérdida de vidas, el colapso de los niveles de vida, la inflación vertiginosa, la corrupción desenfrenada y el mercado negro.

Recientemente, Zelensky hizo un llamamiento a los países extranjeros para que devuelvan a los ciudadanos ucranianos que han huido al extranjero para evitar el servicio militar. Estos hechos son bien conocidos por la población y están provocando un sentimiento creciente de injusticia.

“¿Y qué pasa con nuestros valientes aliados? ¿Qué están haciendo ellos, los que nos empujaron a esta guerra en primer lugar y nos alientan a seguir luchando «por el tiempo que sea necesario»? ¿Qué hay de ellos?

Los estadounidenses pueden permitirse el lujo de sentarse en sus cómodos sillones y observar cómo los ucranianos y los rusos se matan entre sí. Animan continuamente a los ucranianos a luchar, pero sin comprometer ninguna de sus propias tropas.

Inevitablemente, los soldados ucranianos, cansados de la guerra y conmocionados por los proyectiles, se harán la pregunta obvia: «¿cuánto tiempo más querrán los estadounidenses luchar hasta la última gota de “mi sangre?’

La desmoralización y el cansancio de la guerra inevitablemente se extenderán de los soldados a la población civil, que es testigo de la devastación sistemática de su país.

La camarilla gobernante no ve otra alternativa que mantener la presión despiadada sobre una población exhausta. Una parte de los generales ya exige que la ofensiva continúe hasta el otoño e incluso el invierno.

Pero tarde o temprano se llegará al punto crítico en el que la gente ya no podrá soportarlo más. Cuando llegue ese momento, Ucrania sufrirá un colapso catastrófico.

Por supuesto, éste es sólo un escenario. Pero en este momento me parece cada vez más probable.

¿Cómo podría reaccionar Occidente ante la derrota?

Una victoria rusa sería un golpe humillante para Occidente. ¿Cómo podría reaccionar Occidente? Éste es un escenario que los llamados estrategas de Occidente nunca han estado dispuestos a contemplar.

Para ellos, una derrota ucraniana era impensable. Su única perspectiva era una derrota rusa y la caída de Putin. En consecuencia, no tienen ningún ‘plan B’. Una victoria rusa los hundiría en el caos, mientras que el régimen bonapartista de Vladimir Putin se fortalecería temporalmente.

La posibilidad de una respuesta militar seria es prácticamente nula. Aquí Rusia tendría todas las cartas. Lejos de verse debilitado por la guerra, el ejército ruso se ha convertido en una fuerza formidable, no sólo en número sino también en la calidad de su armamento, que, a pesar de todos los alardes occidentales, es fácilmente comparable a lo mejor que posee la OTAN. – si no superior a él.

A pesar de los malos resultados obtenidos en la primera fase de la guerra, el ejército ruso ha aprendido muchas lecciones (como ocurre en cualquier guerra). Sus tropas y cuadros están curtidos en la batalla y su moral se verá impulsada por el éxito.

No hay absolutamente ninguna manera de que la OTAN, tal como está constituida actualmente, pueda esperar prevalecer contra ella. Tampoco es probable que ninguna administración estadounidense pueda persuadir a un público reacio a aceptar el compromiso de un número significativo de tropas estadounidenses para una guerra en suelo europeo.

Todas las divisiones latentes en la alianza transatlántica saldrían inmediatamente a la luz. La facción proguerra se encontraría aislada y desacreditada y los gobiernos caerían.

Los reaccionarios exigirán el fortalecimiento de las fuerzas de la OTAN como seguro “contra la agresión rusa”. Pero, en primer lugar, Rusia no tiene intención de librar una guerra contra ningún país europeo. Su objetivo central de guerra es impedir que Ucrania se una a la OTAN y garantizar su propia seguridad convirtiendo a Ucrania en un país neutral.

En segundo lugar, hasta el momento no hay señales de que se haya abordado seriamente ningún programa de rearme en ninguno de los lados del Atlántico. No hay indicios, por ejemplo, de que Alemania esté presupuestando para alcanzar el gasto mínimo en defensa de la OTAN del 2 por ciento del PIB, a pesar de las promesas. Y el Reino Unido, a pesar de toda su retórica belicosa, continúa haciendo más recortes en su reducido ejército.

Los gobiernos occidentales deben abordar las prioridades internas, empezando por la crisis del costo de vida. Pero ¿cómo puede compaginarse este objetivo con un programa de rearme?

La crisis económica y la guerra

La segunda opción sería continuar la guerra económica destinada a socavar la economía rusa, “para enfatizar el precio de librar una guerra de agresión”. Pero Kemp dice que esta variante es “muy problemática”. Eso es bastante correcto.

Las sanciones impuestas a Rusia no han logrado paralizar en absoluto la economía rusa y han tenido un efecto insignificante en la capacidad de Putin para hacer la guerra, como New York Times comentó recientemente:

«Rusia ha logrado superar las sanciones y los controles de exportación impuestos por Occidente para expandir su producción de misiles más allá de los niveles anteriores a la guerra, según funcionarios estadounidenses, europeos y ucranianos, dejando a Ucrania especialmente vulnerable a ataques intensificados en los próximos meses».

Por otro lado, estas sanciones han tenido un efecto catastrófico en la economía mundial. Al cortar el suministro de gas y petróleo rusos a Europa, las sanciones han profundizado la crisis y han aumentado drásticamente la inflación, exacerbando enormemente la crisis del costo de vida.

Un informe reciente afirma: “La inflación en la eurozona se mantuvo en el 5,3 por ciento en agosto, cifra superior a lo que esperaba el BCE. Peor aún, la economía está cayendo, especialmente en Alemania, el miembro más grande de la unión monetaria”.

La economía se ha estancado, pero los precios siguen subiendo rápidamente y no hay salida a la vista. Y este problema no podrá empezar a resolverse hasta que Rusia se reintegre a la economía europea.

Este hecho es comprendido por un número cada vez mayor de políticos burgueses europeos, como el ex presidente francés Nicolás Sarkozy . Desde su punto de vista de clase, puede ver el peligro de que surja un mayor conflicto de clases a raíz de la crisis económica no resuelta.

La guerra de Ucrania no provocó la crisis, pero ha servido para exacerbar las contradicciones en todos los niveles. Sin embargo, cuando sea que la guerra termine (y debe terminar, tarde o temprano), la perspectiva es la de una intensificación colosal de la lucha de clases a escala global. El barómetro de la política mundial apunta a una tormenta que se avecina.

 

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