¿Qué es el valor? Esta cuestión ha ocupado la mente humana desde hace más de 2.000 años. Los economistas burgueses clásicos trataron el tema, al igual que lo hizo Marx. Después de muchas deliberaciones, llegaron a la idea correcta de que el trabajo era la fuente del valor. Esto, entonces, se convirtió en una piedra angular de la economía política burguesa, empezando por Adam Smith. Sobre esta cuestión, había puntos en común entre Marx y los economistas burgueses clásicos.
Sin embargo, para los economistas burgueses, esta idea constituía una paradoja y un callejón sin salida. «El hombre que encontró la salida de este atolladero fue Carlos Marx», explicó Federico Engels [1]. Para Marx, que pasó a desarrollar y elaborar la teoría del valor, este era el medio para descubrir las leyes del movimiento del capitalismo y descubrir la plusvalía. Por esta razón, la teoría del valor se ha convertido en el blanco principal de todos los opositores a Marx. «El arsenal de argumentos de la mayoría de los escritores antimarxistas es la exposición de los absurdos de esta doctrina,» según dijo A.D. Lindsay, el antiguo director del Balliol College de Oxford, en 1931.
¿Cuál es la fuente de la riqueza?
La idea de que toda la riqueza es creada por el trabajo humano ciertamente no es una idea nueva. Su origen se puede encontrar en la Edad Media, en el sermón de John Ball, y era una idea central entre las sectas comunistas en la Guerra Civil inglesa. «Pero los ricos reciben todo lo que tienen de la mano del trabajador, y lo que le dan, es el fruto del trabajo de otros hombres, no del suyo propio, por lo que no son actores justos en la tierra», afirmó el líder de los Diggers, Gerrard Winstanley, en 1652 . El líder de los jacobinos de Londres, John Thelwall, proclamó: «La propiedad no es más que el trabajo humano.» Y Benjamin Franklin, uno de los Padres Fundadores de los Estados Unidos, escribió que «el comercio en general no es otra cosa que el intercambio de trabajo por trabajo, el valor de todas las cosas se mide justamente por el trabajo».
Se puede añadir que el trabajo no es la única fuente de riqueza material, de los valores de uso producidos por el trabajo. Los productos de la naturaleza, que recibimos como un don gratuito, también contribuyen a esta riqueza. Como observó correctamente William Petty, uno de los primeros economistas ingleses, “el trabajo es el padre de la riqueza y la tierra es su madre”, una afirmación que Marx cita en El Capital.
Hoy en día, la teoría del valor-trabajo se ha convertido en algo claramente herético entre los círculos burgueses, debido a sus implicaciones revolucionarias. En un principio, la teoría del valor-trabajo fue un arma muy útil para la burguesía ascendente, cuando, siendo una clase progresista, la usaba para golpear a la políticamente poderosa clase terrateniente. Una vez ganada la batalla, sin embargo, la burguesía ya no tenía uso para esta teoría. De hecho, para los burgueses, tenía connotaciones subversivas que debían ser desacreditadas. «Que el trabajo es la única fuente de riqueza», escribió John Cazenove en 1812 «, parece ser una doctrina tan peligrosa como falsa, ya que les proporciona un apoyo a aquellos que describen que toda la propiedad pertenece a las clases trabajadoras, y a la parte que es recibida por los demás como un robo o un fraude en su contra.»
La teoría del valor-trabajo
La teoría del valor es bastante clara. Los seres humanos sólo pueden vivir y satisfacer sus necesidades básicas mediante el trabajo. Por supuesto, esto puede darse también bajo la forma de una clase explotadora que vive a costa del trabajo de otros.
”Cada niño sabe que cualquier nación moriría de hambre, y no digo en un año, sino en unas semanas, si dejara de trabajar.», afirmó Marx [1]. En términos generales, las cosas han de ser producidas en ciertas cantidades y luego distribuidas de acuerdo con las necesidades de la sociedad. En eso consisten las leyes económicas de todas las sociedades, incluido el capitalismo. “Del mismo modo, todo el mundo conoce que las masas de productos correspondientes a diferentes masas de necesidades, exigen masas diferentes y cuantitativamente determinadas de la totalidad del trabajo social «, continuó Marx [2].
Con el fin de satisfacer las necesidades humanas, el trabajo de la sociedad, sin importar la forma específica de la producción social, ya sea en el comunismo primitivo, el esclavismo, el feudalismo, el capitalismo o el socialismo, tiene que ser dividido de acuerdo con estos requisitos básicos. Por supuesto, la forma por la cual esto tiene lugar difiere de un sistema social a otro. «Las leyes de la naturaleza jamás pueden ser destruidas. Y sólo puede cambiar, en dependencia de las distintas condiciones históricas, la forma en la que estas leyes se manifiestan», explicó Marx [4]. Por otra parte, «En cuanto creador de valores de uso, en cuanto trabajo útil, el trabajo es, por lo tanto, una condición de la existencia del hombre, independiente de todas las formas de sociedad, una necesidad natural eterna para mediar en el metabolismo entre el hombre y la naturaleza, esto es, en la vida humana.» [5]
En una economía natural no industrializada, los productores producen valores de uso para satisfacer las necesidades de la comunidad local, pero con el tiempo, el mercado se convierte en dominante, y los productores acaban produciendo los productos básicos, no para el uso, sino para el intercambio. Por lo tanto, todos se vuelven interdependientes unos de otros debido a la división del trabajo, es decir, porque todo el mundo necesita los productos producidos por otros. El intercambio de mercancías – basado en un intercambio de equivalentes – se lleva a cabo sobre la base de una cualidad común, con independencia de las diferentes propiedades físicas de las mercancías. Dicha cualidad común es que son valores.
Así como el peso de un objeto sólo puede entenderse en relación con otro objeto, el valor de una mercancía sólo puede entenderse al intercambiarse por otra. Para que este intercambio pueda tener lugar, es necesario que haya una cualidad en común en todas las mercancías, que se pueda comparar. Esto claramente no es el peso, color, tamaño o cualquier otra cualidad física, que varían considerablemente de una mercancía a otra. Lo que las distintas mercancías tienen en común es que todas ellas son productos del trabajo humano.
«La naturaleza no construye máquinas, ni locomotoras, ferrocarriles, telégrafos eléctricos, hiladoras automáticas, etc. Son éstos productos de la industria humana», explicó Marx [6]. Como consecuencia de ello, una determinada cantidad de trabajo en general incluida en una mercancía se puede comparar con una cantidad equivalente incluida en otra. En el intercambio, una determinada cantidad de relojes se puede negociar por cierta cantidad de pares de zapatos, en función de la cantidad del tiempo de trabajo necesario para su producción. Por lo tanto, las mercancías pueden considerarse como tiempos de trabajo congelados.
El fetichismo de la mercancía
Para Marx, el valor es una relación entre personas que producen mercancías, una relación social, pero aparece bajo una «forma fantástica «, como una relación entre objetos. Son las propias personas, con sus propios intereses, las que se involucran en este proceso, usando estos objetos inanimados para la venta, y no al revés. Esta confusión se debe a lo que Marx llama «el fetichismo de la mercancía». Como es sabido, las apariencias pueden ser engañosas. Cada día el sol parece girar alrededor de la tierra, cuando la realidad es que la Tierra viaja alrededor del sol. Por ello, debemos penetrar bajo la apariencia para revelar la realidad que se oculta en su interior. Esa es la razón de ser de la teoría económica marxista.
De nuevo, en las propias palabras de Marx: “El economista vulgar no tiene ni la menor idea de que las actuales relaciones cotidianas de cambio no pueden ser directamente idénticas a las magnitudes del valor. Todo el quid de la sociedad burguesa consiste precisamente en que en ella no existe a priori ninguna regulación consciente, social, de la producción. Lo razonable, lo naturalmente necesario no se manifiesta sino bajo la forma de un promedio, que actúa ciegamente. Pero el economista vulgar cree que hace un gran descubrimiento cuando, contra la revelación de las conexiones internas, proclama orgullosamente que las cosas tienen una apariencia completamente distinta. De hecho, se enorgullece de reptar ante la apariencia, y toma ésta por la última palabra. ¿Qué falta puede hacer entonces la ciencia?”
”Pero la cosa tiene un segundo fondo. Una vez que se ha penetrado en la conexión de las cosas, se viene abajo toda la fe teórica en la necesidad permanente del actual orden de cosas, se viene abajo antes de que dicho estado de cosas se desmorone prácticamente. Por tanto, las clases dominantes están absolutamente interesadas en perpetuar esta insensata confusión. Sí, ¿y por qué si no por ello se paga a los sicofantes charlatanes cuya última carta científica es afirmar que en la Economía política está prohibido razonar?» [7]
El valor, en el sentido marxista, parece ser una cosa bastante extraña. No es una cualidad natural o física de la mercancía, ni algo que se pueda percibir a través de nuestros sentidos. Dicho valor no puede verse, ni siquiera con un potente microscopio. Tampoco puede tocarse u olerse, ya que carece de presencia física. Pero el valor de cambio, sin lugar a duda, existe y no es ninguna cualidad arbitraria. Como explicó Marx, el valor constituye una cualidad social determinada y sólo se manifiesta durante el intercambio entre las mercancías. Es una cualidad social, una relación entre el trabajo de los productores. La ley de la oferta y la demanda, simplemente hace gravitar los precios de mercado de las mercancías en torno a su valor.
El valor es el resultado, sin embargo, no de una forma particular de trabajo, sino del trabajo humano abstracto, trabajo en general. El trabajo contenido en diferentes productos, como zapatos y abrigos, es diferente. Estos son los productos específicos del zapatero y del sastre. No obstante, en el intercambio, lo que se intercambia no es un determinado tipo de trabajo en particular, sino el trabajo humano en general, en forma abstracta. Todo trabajo, ya sea trabajo simple, no cualificado promedio, o trabajo cualificado, se reduce a cantidades de trabajo promedio, siendo el trabajo cualificado simplemente un múltiplo del trabajo no cualificado.
En el proceso de producción, las máquinas no crean un nuevo valor, aunque a primera vista parezca que éste sea el caso. Por el contrario, sólo transfieren su propio valor poco a poco a las nuevas mercancías, a través del desgaste. Las máquinas han de ser puestas en funcionamiento por los trabajadores, de lo contrario se desperdiciarían. «Una máquina que no sirva en el proceso de trabajo es inútil «, explicó Marx. «Además, cae bajo la acción destructora del intercambio natural de material. El hierro se oxida, la madera se pudre. El hilo que no se teje o no se gasta en labores de punto es algodón echado a perder. El trabajo vivo tiene que tomar en sus manos estas cosas, resucitarlas de entre los muertos, convertirlas de valores de uso posibles en valores de uso reales y activos.» [8]
Marx también respondió a la objeción común según la cual un trabajador perezoso pareciera que produjera mayores valores, al haberle dedicado más tiempo a su elaboración. Marx explicó que no era el mero trabajo el que creaba el valor, sino el trabajo «socialmente necesario», una distinción que los economistas clásicos no lograron captar. Por esto se entiende el trabajo promedio necesario para producir bienes en condiciones normales y con el nivel técnico existente. El que un producto contenga trabajo socialmente necesario o no se expresará en el intercambio como mercancías, según se vendan o se rechacen en el mercado. Si se necesita más tiempo para producir un determinado producto que el tiempo promedio necesario, entonces este tiempo de trabajo excesivo se convierte en inútil. La competencia en el mercado obligará a bajar los precios en relación a la media social. Todos los productos fabricados a un coste mayor se quedarán sin vender o tendrán que ser vendidos por debajo de su coste de producción. Los costes de producción se reducen en última instancia, a los costes en mano de obra. El flujo y reflujo de los niveles de precios se establece en torno a un eje que cubre los costes de producción y una cierta tasa de ganancia. El capitalista que empleara trabajo improductivo pronto se encontraría sin negocio, al no poder vender sus productos al precio habitual.
Si los capitalistas son capaces de producir mercancías por debajo del precio habitual, mediante la reducción de los costes de producción, entonces van a poder vender más bienes de forma más barata y obtener superganancias – hasta que todo el mundo pueda hacer lo mismo adoptando la nueva técnica. Una vez que esto sucede, el precio cae a un nuevo nivel que se corresponde con el tiempo de trabajo «socialmente necesario» en las nuevas condiciones. Cada mercancía necesita ahora de menos tiempo para su producción y por lo tanto tiene menos valor que antes, lo que reduce de forma efectiva el coste y el precio. El tiempo de trabajo socialmente necesario, por supuesto, cambia en diferentes épocas y lugares, pero hay un nivel medio general, en un momento dado. A través de este proceso se determina la cantidad de artículos necesarios para la sociedad, y la distribución de la fuerza de trabajo entre los distintos sectores de la economía. Esto muestra cómo la ley del valor actúa como regulador básico del sistema capitalista.
La necesidad de mantenerse constantemente a la par con el tiempo de trabajo «socialmente necesario» también explica por qué el capitalismo no puede existir sin revolucionar constantemente el modo de producción y aumentar la explotación. La introducción de maquinaria, junto con una expansión del capital, significa una inevitable tendencia hacia la concentración y centralización del capital y el surgimiento de monopolios.
Los argumentos de los apologistas del capitalismo están cada vez más desacreditados. Los reformistas, que también tratan de ridiculizar la teoría del valor-trabajo, hace mucho que se han rendido ante el capitalismo y actúan como sus apologistas declarados. Pero sus ideas están fuera de sintonía con la realidad de hoy, cuando los niveles de vida se desploman en una época de austeridad. La crisis del capitalismo significa la crisis del reformismo, así como de la economía burguesa, en la que se basa. La crisis, que ha asumido un carácter prolongado, insoluble, obliga a la clase obrera a buscar una forma de salir de este desastre y a orientarse hacia aquellos que puedan ofrecerle una explicación coherente.
Sólo el marxismo puede ofrecer esta alternativa, basada en una visión científica del mundo, así como la solución, mediante el derrocamiento revolucionario del capitalismo. En última instancia, esta es la razón por la cual el marxismo se halla en lucha constante contra los defensores de un sistema e ideología obsoletos.
Notas:
[1] Federico Engels, Introducción a “Trabajo asalariado y capital” de C. Marx. [2] Carlos Marx, Carta a Ludwig Kugelmann, 11 de julio de 1868. [3] Ibíd. [4] Ibíd. [5] Carlos Marx, El Capital Libro I – Tomo I , P. 65 (Akal 2000) [6] Carlos Marx, Grundrisse [7] Carlos Marx, Carta a Ludwig Kugelmann, 11 de julio de 1868. [8] Carlos Marx, El Capital Libro I – Tomo I , P. 248 (Akal 2000)