El sábado 9 de julio, decenas de miles de ciudadanos superaron el caos del transporte para descender a Colombo, la capital. Las barricadas policiales fueron barridas como cerillos, y las masas se situaron ante las escaleras de la residencia oficial del presidente. Y entonces, avanzaron. Las masas, en la marea de su «aragalaya» (lucha), desbordaron repentinamente las vías seguras que la clase dirigente había establecido para mantenerlas al margen de la política.
Tres meses después de que estallaran las protestas espontáneas que exigían la caída del presidente, y exactamente dos meses después de que las masas desalojaran a su hermano, el ex primer ministro Mahinda Rajapaksa, la lucha está a punto de lograr su principal objetivo declarado: destituir al odiado presidente Gota Rajapaksa.
Se trata de una tremenda victoria que ha demostrado el inmenso poder del pueblo, no sólo en Sri Lanka, sino en todo el mundo. Ahora, la clase dirigente se apresura a poner en marcha un gobierno de «unidad nacional» para sustituir a la dinastía Rajapaksa. Su objetivo será utilizar caras sonrientes para engañar al pueblo y robarles esta victoria.
La pregunta no tardará en plantearse: con la desaparición de Gota, ¿Qué será lo siguiente para la aragalaya?
Meses de lucha
En los últimos meses, Sri Lanka ha sufrido un espantoso colapso económico. La combinación de la crisis del capitalismo que estalló con la pandemia y la estúpida mala administración de la arrogante pandilla de Rajapaksa, ha ahogado a la nación en el caos.
Las reservas de divisas del país prácticamente se han evaporado. Sin dinero en efectivo para importar productos básicos, Sri Lanka se ha quedado sin combustible para hacer funcionar los generadores, además de aceite de cocina, leche infantil e incluso medicamentos básicos y papel. En el caluroso verano, los largos apagones se han convertido en una normalidad. La inflación supera oficialmente el 50%, pero para los productos más básicos la alza de los precios es muy, muy superior.
Fue el insoportable sufrimiento de las masas lo que generó la erupción espontánea de ira a finales de marzo, la cual exigía la destitución de Gota y de toda la dinastía Rajapaksa. En abril, la lucha se intensificó hasta llegar a la ocupación permanente de Galle Face Green, frente a la oficina y la residencia oficial del presidente. Durante todo un mes, la gente ocupó pacíficamente el verde frente a la residencia presidencial, sin lograr sus objetivos. Y entonces, el 9 de mayo, tras un mes de lucha y con el cansancio a flor de piel, el primer ministro Mahinda Rajapaksa intentó utilizar a grupos de lumpenproletariado para expulsar a la gente de la calle. Pero el látigo de la contrarrevolución sólo avivó más el fuego de la verdadera revolución. Ese día, el pueblo coleccionó su primera cabellera de la dinastía Rajapaksa ya que Mahinda se vio obligado a dimitir.
Pero si Gota pensó que sacrificar a su hermano resolvería la situación, se equivocó gravemente. Han pasado dos meses desde que Ranil Wickremesinghe asumió el cargo más alto del gabinete en lugar de Mahinda Rajapaksa, y desde entonces, la situación de la gente solamente se ha agravado más.
A mediados de mayo, el gobierno anunció que dejaría de pagar su deuda. A pesar de una subida de precios tras otra, en junio, el gobierno anunció que el país estaba esencialmente sin combustible. A excepción de los vehículos de emergencia, se prohibió la venta de gasolina para todos los tipos de transporte. Para comer, la gente debe trabajar. Pero ¿cómo puede la gente trabajar sin poder conducir hasta sus puestos de trabajo? Para muchos, la prohibición ere como un mandato a morir de hambre.
El más mínimo rumor de que se iba a suministrar combustible en una gasolinera hacía que se formaran colas kilométricas y éstas, durando un día o incluso varios, se convirtieron en la norma. Estas colas se han convertido en lugares habituales de estallidos de ira espontáneos y de enfrentamientos entre el ejército y la población durante el último mes.
La gente llega por miles
Aunque las protestas permanentemente establecidas se han reducido, era inevitable que la ira latente en la sociedad estallara en algún momento. La gente simplemente no puede seguir viviendo como antes. El 9 de julio se alcanzó un punto de ebullición con la colosal marcha de Colombo.
Decenas de miles de personas ignoraron el último toque de queda de Gota para descender a la capital. Superaron las graves dificultades de transporte para llegar a Colombo por cualquier medio: en bicicleta; a lomos de camiones de combustible; o aferrados al exterior de los trenes (una imagen cada vez más habitual, ya que el transporte público está desbordado por la falta de combustible). Hubo escenas de júbilo cuando los trenes se cruzaron, cada uno cargado con miles de hombres y mujeres, ondeando banderas, todos en dirección a Colombo.
Otros miles de personas que no pudieron viajar a Colombo protestaron en ciudades de todo el país, desde Kandy y Kotagala, en la provincia central, hasta Kurunegala, en la provincia noroccidental, y Jaffna, en el norte, la cual era de mayoría tamil.
Mientras que las protestas fueron respondidas con gases lacrimógenos, cañones de agua y ataques despiadados por parte de las fuerzas de seguridad -en particular el odiado STF, que llevó a cabo un brutal ataque contra un grupo de periodistas-, en otros lugares quedó claro que el estado de ánimo de la ira había contagiado incluso a algunos sectores de la policía y el ejército. En un lugar, se grabó a un agente de policía quitándose el casco y uniéndose a los cánticos de los manifestantes, mientras que en otro lugar se vio a un grupo de soldados marchando entre una multitud jubilosa con banderas ondeando en lo alto.
Dramáticos acontecimientos
Estas escenas fueron el preludio de dramáticos acontecimientos cuando las masas irrumpieron en la residencia presidencial el sábado por la tarde. En toda revolución llega un momento en que el pueblo pierde el miedo. Después de haber desafiado la humillación, las balas, las porras y los gases lacrimógenos del régimen, ahora se encontraban en el umbral del edificio en el que tenían prohibida la entrada. En una poderosa oleada, asaltaron la residencia presidencial.
Tras un periodo de júbilo y cánticos, las masas miraron a su alrededor y se encontraron en el regazo del lujo. Un policía, aparentemente de servicio, se sentó al piano del presidente para tocar una melodía. En el patio abierto, decenas de manifestantes se refrescaron en la piscina privada del presidente.
Otros hicieron turnos para saltar en la cama de cuatro postes en la que presumiblemente había dormido el presidente hasta hace muy poco. En el garaje, la gente encontró toda una flota de coches de lujo – todos, por supuesto, con los depósitos llenos de la gasolina que las masas tenían prohibida comprar incluso a precios exorbitantes. En una habitación, la gente encontró incluso montones de varias decenas de millones de rupias, las cuales Gota presumiblemente había dejado atrás cuando se apresuró a huir de la ciudad.
Mientras tanto, decenas de ciudadanos de a pie hicieron turnos para hacerse una foto en el asiento de Gota, el cual no aparecía por ninguna parte e incluso circulaban rumores sobre su intento de huida del país.
Más arriba, otra gran multitud asaltó la residencia oficial de Temple Trees del primer ministro Ranil Wickremesinghe, mientras que su propia residencia privada fue incendiada en extrañas circunstancias unas horas más tarde.
En estado de pánico, los líderes de todos los partidos -desde el gobernante SLPP hasta los partidos de la oposición, incluido el SJB- se reunieron para resolver la crisis. A instancias suyas, el Primer Ministro Ranil Wickremesinghe se ofreció a presentar su dimisión en favor de un «Gobierno de todos los partidos». Por la tarde, el propio Gota había prometido dimitir antes del miércoles 13 de julio.
Esa noche, frente al edificio ocupado de Temple Trees, las masas cantaron «Bella Ciao», la canción del movimiento partisano antifascista italiano de los años 40, que hoy se revive como canción de revuelta en todo el mundo.
Unidad nacional
Es evidente que se trata de una gran victoria para la lucha del pueblo. Pero si Gota dimite mañana, como ha prometido, esto no hace más que plantear nuevos interrogantes a la aragalaya de Shri Lanka: el primero de ellos es, ¿quién o qué le sustituirá? Los políticos están discutiendo sobre esta cuestión. El nombre del presidente de la cámara se ha silenciado como presidente interino, al igual que el del líder de la oposición oficial, Sajith Premadasa, del SJB.
Algunos desde dentro del movimiento, como el Colegio de Abogados, han intentado sembrar ilusiones en un gobierno de «unidad nacional» para superar la crisis: reformar la constitución, negociar un rescate del FMI y preparar nuevas elecciones.
Pero sea quien sea el que elija el parlamento, sobre la base del sistema capitalista al que están íntimamente ligados todos los partidos del parlamento, la crisis de Sri Lanka no hará más que agravarse. Las masas han mostrado un sano escepticismo ante todos los partidos desde el principio de la aragalaya. Desde el principio, se ha levantado el lema «Go Home 225», es decir, que se vayan a casa los 225 diputados del parlamento, a los que la mayoría considera tan podridos como la camarilla gobernante.
La crisis que atraviesa Sri Lanka es en el fondo una crisis capitalista. Y lejos de remitir, se está profundizando. Dos años después de la crisis más grave de la historia del capitalismo, el mundo se dirige de nuevo hacia una profunda recesión. Combinado con la espiral de la inflación, que está profundizando la carga de la deuda de las economías pobres y de las llamadas «emergentes», un nuevo colapso de las exportaciones sólo agravará aún más el agotamiento de las reservas de divisas. Y esto no ocurrirá en uno o dos países, sino en franjas enteras del planeta.
Como explicaba un analista del Financial Times
«Sri Lanka se perfila ahora mismo como el canario en la mina de carbón, lo que podría convertirse en una crisis global de un gran número de países en desarrollo cargados con mucha deuda, incapaces de pagarla…»
Países tan lejanos como Argentina y El Salvador, Egipto y Ghana, Pakistán y Laos se enfrentan a una posible quiebra.
Bloomberg ha advertido de que se avecina una «cascada histórica de impagos para los mercados emergentes», y ha nombrado a 19 países en los que los rendimientos de los bonos del Estado superan el 10%, lo que indica que esos países se encuentran en una profunda situación de endeudamiento.
Estos países albergan a 900 millones de personas y deben un total combinado de 237.000 millones de dólares a tenedores de bonos extranjeros, lo que supone casi una quinta parte de la deuda de los mercados emergentes denominada en dólares, euros o yenes. Se trata de un cartucho de dinamita en los mercados de deuda que está a punto de estallar justo cuando el mundo se desliza hacia la recesión.
La profundización de la crisis en todo el mundo obligará a las masas a tomar el camino de la revolución en un país tras otro. Las masas de Sri Lanka han dado un ejemplo de cómo luchar. Su ejemplo se reproducirá en un país tras otro en el próximo período. Pero mientras Gota se ha ido, la clase dominante de Sri Lanka sigue en la silla de montar.
Un gobierno de «unidad nacional» gobernará en su beneficio. Trabajará mano a mano con el FMI en un intento de restaurar el equilibrio económico a expensas de las clases medias y trabajadoras. De este gobierno, todos los partidos e instituciones del capitalismo de Sri Lanka saldrán totalmente desacreditados. Las masas se verán obligadas a llevar su aragalaya a las calles una vez más. En el curso de su lucha, a través de sus conquistas y reveses parciales, capas cada vez más amplias empezarán a sacar la conclusión de que su sufrimiento sólo puede terminar derrocando al propio capitalismo.
Pero para lograrlo, la masa de trabajadores de Sri Lanka necesita su propia voz política, su propio partido que pueda explicar que lo que se necesita es una revolución socialista. La riqueza de los ricos debe ser tomada en beneficio del pueblo trabajador. Las masas que tomaron el lujoso palacio del presidente han visto que la riqueza está ahí. El problema es que está en las manos equivocadas.