“Las relaciones entre hombres y mujeres bajo el capitalismo son inhumanas y están distorsionadas porque el sistema universal de producción de mercancías reduce las personas a cosas… ¿Acaso no nos asombra que a veces las personas en lugar de comportarse como seres humanos inteligentes se comportan como monstruos? Los padres consideran a los hijos como su propiedad privada. Los maridos consideran a sus esposas de la misma forma”. Leon Trotsky
Toda sociedad dividida en clases deteriorará los estilos de vida de todas las generaciones que vienen y van. Un sistema que propicia las desigualdades sociales inevitablemente deformará las relaciones humanas, y un ejemplo de ello es la concepción y prototipo de familia bajo el estandarte capitalista. La ideología que impera nuestras sociedades se rige sobre el individualismo, concentración de riquezas y propiedad privada. Dicho afán de propiedad se verá de manera muy “sutil” y con un alto componente moral en el seno de la familia, donde la mujer en este caso pasa a percibirse consciente o inconscientemente como propiedad del hombre.
Lo anterior responde precisamente a esa herencia moral y patrimonial de la tan alabada “base de la sociedad” que es nada menos que el esquema de familia burguesa, donde la mujer se sitúa en un nivel de subordinación y debe cumplir exclusivamente con roles como la maternidad, cuidos, labores domésticas, etc., esto desemboca en dependencia económica o emocional hacia su pareja. Si bien, tal panorama no es exclusivo de este periodo de crisis sanitaria, es un sistema de vida que rige la vida social de muchas familias, y al entrar en un período de emergencia son las mujeres y niñas las que se llevan la peor parte de estos dramas humanos.
En El Salvador iniciados los primeros meses de la cuarentena, el panorama no solo generaba pánico para aquellas familias que sobreviven del día a día bajo empleos informales, sino también por aquellas niñas y mujeres que tendrían que pasar día y noche con sus agresores o bajo el yugo de las tareas y cuidos del hogar, o ante el desamparo judicial de la violencia machista en general, vulnerando así la integridad física y mental de la población femenina.
Es un hecho que la pandemia y las medidas que se tomaron internacionalmente, como la cuarentena, ya han afectado y dejará consecuencias en la vida de los seres humanos. Los primeros golpes los experimenta la clase trabajadora y sin tregua alguna las mujeres. Al detenerse la actividad escolar, al suspenderse las actividades laborales, etc. Son las mujeres quienes deben asumir toda esta carga sin descanso, y por otra parte, lidiar con abusos de parte de sus familiares alrededor o agresiones sexuales fuera del hogar. Con respecto a lo anterior, esto constituye ya un atentado hacia los derechos sexuales y reproductivos de las niñas y mujeres, no solo para aquellas víctimas de abuso o violaciones sexuales si no para aquellas mujeres que ya se encontraban encinta y debido a la presente emergencia han recibido servicios más empobrecidos en el área de maternidad, ginecología y pediatría. Y sumado a ello, las consecuencias por ejemplo, de los impunes feminicidios ocurridos, los cuales en algunos casos ya dejan en orfandad a los hijos e hijas de estas parejas.
Para quienes luchamos por mejores condiciones de vida, la violencia hacia las mujeres no puede pasar desapercibida o ser negada por capricho. Es sabido que la expresión de violencia más crítica hacia las mujeres es el feminicidio. Para muchas personas, tipificar este delito parece no ser necesario. Sin embargo, la realidad exige un constante análisis, y con nombrar el problema no es sinónimo de que este mágicamente desaparezca, de igual forma la correcta definición del problema abona a las medidas para combatir dicho crimen y prevenirlo.
Los primeros casos alarmantes de violencia hacia la mujer, fueron los 13 feminicidios cometidos en apenas un mes de cuarentena. Según datos de la Procuraduría para la Defensa de Derechos Humanos y ONU Mujeres El Salvador: del 16 de marzo al 30 de abril, 10 personas habrían muerto de coronavirus mientras que 13 mujeres por feminicidio, y aun así el Estado dedicó todo su tiempo y endeudamiento únicamente a combatir la pandemia del Covid por considerarlo emergencia primaria; seguido de las denuncias por maltrato o abusos sexuales de parte de civiles. Y por otra parte las violaciones hacia los derechos humanos protagonizados por cuerpos policiales y fuerza armada; así como las violaciones hacia los derechos laborales de muchas trabajadoras que han sido despedidas, que les han suspendido sus contratos o no han recibido sus salarios no solo desde esta emergencia sanitaria si no desde meses atrás; además de la explotación laboral que sufren muchas trabajadoras ya sea en fábricas y por supuesto la explotación y discriminación hacia las enfermeras y trabajadoras sanitarias en este contexto.
Todas estas expresiones de violencia, cabe destacar, no han tenido una resolución favorable en materia de justicia. El sistema con todas sus instituciones en un nivel superficial se conmueve por estos hechos, pero no ofrece respuestas ni justicia real para la población afectada. La situación de violencia hacia las niñas y mujeres siempre se ve como un tema incómodo, secundario o de poco interés para “la nación”, sobre todo en estos tiempos en que la “emergencia” es otra. No obstante los daños son irremediables. Las consecuencias en la salud, economía, alimentación, trabajo y en materia de derechos constituirá una fuerte problemática no solo en El Salvador si no a nivel mundial.
La clase trabajadora ha podido por medio de esta experiencia ver su posición en una sociedad dividida en clases, en donde su vida y bienestar quedan siempre relegadas o completamente olvidadas. No será hasta que por nuestras propias manos hagamos justicia y velemos por nuestros intereses y el cumplimiento de nuestros derechos, que podremos descansar y alcanzar los niveles de vida digna que merecemos.
Hoy más que nunca luchemos por una alternativa socialista que libere a la humanidad de sus esclavitudes materiales, y esto solo se alcanzará en la medida en que como clase trabajadora nos unamos bajo un mismo fin. Luchar contra la opresión de la mujer es luchar contra el capitalismo y en consecuencia contra todo tipo de desigualdad.
“Una revolución socialista introduciría una economía planificada democráticamente que sentaría las bases materiales para terminar con la desigualdad y la opresión. En una economía planificada, la riqueza producida sería utilizada en beneficio de la mayoría, no de unos pocos. La jornada laboral se reduciría inmediatamente, dando a todas las personas tiempo para participar en la gestión de la sociedad. Se asignarían los recursos necesarios al bienestar, y se dedicaría investigación y recursos a eliminar la carga de las tareas domésticas, proporcionando a la sociedad servicios sociales públicos tales como guarderías, sanidad, educación, comida comunitaria barata y de alta calidad, limpieza, atención y cuidado a los niños, enfermos y ancianos, etc.” Corriente Marxista Internacional (2018), Declaración del 8 de Marzo.