Por Jérôme Métellus
Las imágenes de la paliza a Michel Zecler el 21 de noviembre y el gran éxito de la «Marcha por la Libertad» del sábado siguiente profundizaron la crisis del gobierno. Macron expresó públicamente su «vergüenza», exigió una «fuerza policial ejemplar» y nos informó que el Palacio del Elíseo había contactado con Michel Zecler para asegurarle su simpatía.
Las «Marchas por la Libertad» han señalado que un número creciente de jóvenes y trabajadores están dispuestos a participar en una lucha masiva. La izquierda y el movimiento sindical no deben «calmar el juego», como se escucha a veces, sino tratar de incrementar la movilización. Debemos exigir la derogación de toda la Ley de Seguridad Global y no sólo su artículo 24, porque los otros artículos no son mejores. Junto con las manifestaciones masivas, una huelga general de 24 horas debe ser anunciada y preparada seriamente.
Al obligar al gobierno a abandonar esta ley antidemocrática, el movimiento obrero le daría un duro golpe. Fortalecería la confianza de nuestra clase en su propia fuerza. Sería un paso importante en el desarrollo de las luchas contra la política del gobierno y las consecuencias sociales de la crisis.
Al mismo tiempo, la posición del movimiento obrero hacia la policía debe ser aclarada. Los líderes de la izquierda reformista señalan que hay un «problema estructural» en la policía. Esto es demasiado vago. La policía es en sí misma una «estructura» bien definida, o más bien una institución bien definida, parte del aparato estatal burgués. Sin embargo, como explicó Marx, el Estado burgués consiste, en última instancia, en «destacamentos especiales de hombres armados» que defienden las relaciones de producción capitalistas. Para tener una idea concreta de esto, sólo hay que pensar en el papel de la policía frente al movimiento de los chalecos amarillos, es decir, frente a un movimiento masivo y explosivo que desestabilizó el régimen capitalista francés. Al reprimir brutalmente a los chalecos amarillos, la policía no demostró una «deriva estructural»; por el contrario, cumplía su misión más fundamental, de acuerdo con su lugar en el aparato estatal burgués. La brutalidad de la represión estuvo a la altura del pánico del gobierno y de la clase dirigente.
Por lo tanto, afirmar que podría haber una «buena» fuerza policial, una fuerza policial «democrática» y «respetuosa» bajo el capitalismo es ignorar completamente el papel fundamental de la policía y el carácter de clase del Estado burgués. En lugar de sembrar tales ilusiones en la mente de los trabajadores, los dirigentes del movimiento obrero deben explicar que mientras la burguesía esté en el poder, mientras una pequeña minoría de la población explote a la gran mayoría, la minoría explotadora necesitará un Estado -es decir, «destacamentos especiales de hombres armados»- para defender este poder contra las luchas y revueltas de las masas explotadas, oprimidas y empobrecidas. Además, mientras esto siga siendo así, la policía tendrá inevitablemente en sus filas un número importante de elementos del movimiento archi-reaccionario, racista y antiobrero que no sólo reprimirá celosamente a los trabajadores, sino que también se aprovechará de su «poder», de su «autoridad» y de sus armas para cometer «desaciertos», provocaciones y ataques racistas, todo ello con el consentimiento de su jerarquía – y la benevolencia del sistema judicial, que protege a la policía para proteger al Estado en su conjunto, del que forma parte la «Justicia».
Naturalmente, muchos trabajadores ven a la policía como un «mal necesario», ya que tienen que detener a los delincuentes de todo tipo. Sin embargo, la delincuencia y la criminalidad son consecuencias de un sistema fallido, un sistema podrido que condena a millones de jóvenes y trabajadores al desempleo, la pobreza y la precariedad. Los verdaderos criminales son los grandes capitalistas, cuya dominación condena a millones de personas a la miseria y la decadencia. Pero es bien sabido que estos criminales de lujo nunca son molestados por la policía y la justicia – su policía y su justicia. E incluso cuando los capitalistas o políticos demasiado corruptos son llamados a rendir cuentas por los tribunales, por lo general logran escapar de un castigo serio, gracias a sus conexiones, sus fortunas y sus abogados altamente remunerados.
Este análisis marxista del Estado burgués fue abandonado hace mucho tiempo por los líderes oficiales del movimiento obrero, junto con el objetivo de derrocar el sistema capitalista y reemplazarlo por una sociedad socialista. La cháchara sobre la necesidad de «reformar la policía», para hacerla «más democrática», «más respetuosa», etc., es solidaria con la palabrería sobre la necesidad de «reformar el capitalismo» para hacerlo más justo, más humano, más igualitario, más ecológico, etc.
Debemos poner fin a esta habladuría reformista. La profunda crisis en la que se está hundiendo el capitalismo requiere una respuesta que esté a la altura del problema, una respuesta revolucionaria. La lucha por las reformas progresivas – y para defender nuestras conquistas pasadas – debe estar firmemente ligada a la lucha por poner fin al sistema capitalista. En las titánicas luchas que se avecinan, el movimiento obrero no debe hacerse ilusiones sobre el papel y la naturaleza de la policía. Pero igualmente deberá explotar todas las grietas que se abren en las filas de la policía; tendrá que hacer todo lo posible para ensanchar esas grietas y sembrar la discordia en el seno del aparato del Estado burgués. En particular, tendrá que apoyar y alimentar las demandas progresistas que surjan de las filas de la policía, porque la policía no sólo está formada por reaccionarios irrecuperables, ni mucho menos, y su «base» sufre condiciones de trabajo degradadas, mientras que los jefes reciben salarios elevados. Mientras forma los órganos de su futuro poder, la clase obrera tendrá que esforzarse por dividir al Estado burgués en líneas de clase. Esto será mucho más útil y efectivo que mil sermones sobre la necesidad de «reformar» – o «refundar» – la fuerza policial burguesa.