Por Bu Aidao
El 20º Congreso del Partido Comunista (PCCh) de China, con el presidente Xi Jinping a la cabeza, ha consolidado aún más el poder del partido-Estado sobre la sociedad. El presidente Xi inauguró formalmente su tercer mandato como líder supremo del país, una hazaña sin precedentes desde Mao en la historia de la República Popular China. Hoy, la cúpula del PCCh se compone en su totalidad por lugartenientes de confianza de Xi
El tema fundamental del Congreso giró en torno a la necesidad de un liderazgo del partido-Estado para el período venidero.
En China, donde el capitalismo es administrado por una burocracia autoproclamada ‘comunista’, los congresos del PCCh son los eventos políticos más significativos que presencia el país.
Este año, el Congreso se inauguró en medio de la crisis económica y social más grave que China haya presenciado en décadas. La desaceleración del crecimiento económico, la indignación social masiva por los bloqueos draconianos frente al COVID-19, los apagones continuos y las crisis como la de la inmobiliaria Evergrande, entre muchos otros problemas, están erosionando la estabilidad del régimen del PCCh a un ritmo acelerado.
Un sector decisivo de la burocracia del PCCh anticipa una creciente inestabilidad, y Xi Jinping es el principal defensor del endurecimiento del control del partido-Estado sobre la sociedad ante la posibilidad de explosiones sociales. El fortalecimiento de los poderes de Xi y del PCCh en general refleja estas crecientes contradicciones en lo más profundo de la sociedad. El 20º Congreso no es más que un paso más en este proceso.
Nuevo liderazgo y máxima consolidación
En este Congreso del partido, Xi Jinping presentó un plan general para la burocracia en forma de cambios en la dirección del partido, enmiendas a su constitución, e hizo públicos algunos documentos del Congreso. Por lo general, las decisiones se toman con meses de anticipación a través de presiones secretas y clandestinas entre las diversas fracciones del partido, de las cuales una de ellas acaba imponiéndose, reflejando el equilibrio de fuerzas de las tendencias dentro de la burocracia.
Este año, Xi Jinping se aseguró un tercer mandato como máximo líder del país. Se suponía que esto se había descartado bajo la dirección de Deng Xiaoping, tras la muerte de Mao, para evitar el surgimiento de otro líder supremo y en favor del liderazgo colectivo de la burocracia. Pero el 20º Congreso ha puesto fin a esta tradición no escrita; Xi Jinping se ha convertido en el dictador que Deng y compañía intentaron evitar hace décadas.
De hecho, otra ‘regla’ establecida por Deng también se ha hecho añicos: la de indicar sucesores claros dentro de la máxima dirección. Entre los nuevos miembros del Comité Permanente del Politburó (CP), no hay un sucesor claro del presidente. Xi bien podría estar asegurándose más períodos en el poder, y tal vez incluso convertirse en presidente de por vida.
Nada de esto sorprende dado que, en 2018, Xi señaló sus ambiciones al imponer una enmienda constitucional que abolía los límites de mandato para presidentes y vicepresidentes.
Pero la concentración de poder de Xi surge de la necesidad general de la burocracia del PCCh de fortalecer su propio control del poder frente a las crecientes contradicciones dentro del capitalismo chino y mundial, así como del fermento desde abajo. Xi convenció a la corriente principal del partido de que solo centralizando un mayor control sobre la sociedad y la economía se pueden garantizar la dictadura, los privilegios y las ganancias del partido.
Si bien la propia posición de Xi era una conclusión inevitable, lo que el mundo esperaba saber era la composición del Comité Permanente (CP), es decir, conocer quiénes serán los siete hombres más poderosos de China que gobernarán junto a Xi durante los próximos cinco años. Desde la época de Deng, el CP ha sido más o menos proporcionalmente representativo del poder de las diversas facciones del PCCh, cada una controlando a la otra mientras gobierna el país. Y, como se mencionó, el CP generalmente incluiría un sucesor claramente designado, a menudo una persona quincuagenaria.
Xi ha cambiado por completo esa tradición. Toda persona considerada como un contrapeso potencial para Xi ha sido eliminada. El comité ahora está compuesto en su totalidad por sus subordinados más cercanos y leales.
El nuevo CP destituyó a figuras poderosas como el primer ministro Li Keqiang, el viceprimer ministro Han Zheng, el presidente de la Conferencia Consultiva Política Wang Yang y el presidente de la Asamblea Popular Nacional Li Zhanshu. Estas figuras, aunque ya estaban muy subordinadas a Xi en los últimos cinco años, se han visto como un posible contrapeso a la fracción personal de Xi. En los últimos tiempos, el primer ministro Li Keqiang se había enfrentado más o menos abiertamente a Xi sobre la cuestión de mantener los duros bloqueos por el COVID-19 en todo el país.
En particular, Li y Wang también son vistos como los elementos más abiertamente a favor del mercado dentro de la cúpula del partido. Su eliminación indicaría que Xi es plenamente consciente del turbulento período que se avecina para el capitalismo mundial y su inevitable impacto en el mercado chino, que requerirá un mayor papel del Estado en el próximo período.
Del CP anterior, se ha mantenido a Wang Huning y Zhao Leji. El primero trabaja en estrecha colaboración con Xi como su principal propagandista, mientras que el segundo dirigió las campañas anticorrupción que erradicaron a los rivales de Xi dentro del partido. Los nuevos miembros del CP incluyen al secretario del Partido de Shanghái, Li Qiang, al secretario del Partido de Beijing, Cai Qi, al director de la Oficina General del PCCh, Ding Xuexiang, y al secretario provincial del Partido de Guangdong, Li Xi. Cai Qi y Li Qiang eran subordinados de Xi cuando este último gobernaba la provincia de Zhejiang entre 2003 y 2007 y han sido sus lugartenientes acérrimos. Ding Xuexiang ya se desempeñó esencialmente como jefe de gabinete de Xi en el último mandato.
De esta manera, el CP ahora está integrado en su totalidad no solo por personas que están alineadas con Xi, sino también por personas que ya han trabajado como sus adeptos. La misma facción de personas, a menudo conocida como el ‘Nuevo Ejército de Zhijiang’ (之江新军), que trabajó con Xi en su época en Zhejiang y desde entonces, también domina el Politburó y el Comité Central. Otras facciones importantes, como la Liga de Jóvenes Comunistas o la fracción de Jiang Zemin, han perdido por completo su voz dentro de la cúpula. Con esta nueva configuración, Xi está anunciando al Partido, al país y al resto del mundo su papel absoluto en la dirección del futuro de China.
Como si se hubiera querido recalcar esta intención con cierto estilo teatral, se llevó a cabo una extraordinaria humillación pública de la principal fracción rival de Xi cuando concluyó el Congreso. El expresidente Hu Jintao, quizás el principal representante de la fracción de la Liga de Jóvenes Comunistas, sentado originalmente junto a Xi Jinping en la disposición de los asientos para la clausura del Congreso, fue obligado a levantarse de su silla momentos antes de la sesión de clausura cuando uno de los funcionarios intentó levantarlo como si fuera un muñeco de trapo antes de sacarlo de la sala de conferencias.
Este episodio trascendió a la prensa. Las imágenes muestran a un Hu claramente sorprendido por lo que está sucediendo y se muestra reacio a irse. Xi mantiene una mirada helada. La sesión continuó después de que Hu abandonara las instalaciones, y Xi declaró las decisiones del Congreso junto a un asiento vacío. Más tarde, fuentes oficiales afirmaron que la salida de Hu se debió a estaba “enfermo”. Sin embargo, el mensaje es claro: Xi no está por debajo de nadie en China, ni siquiera de sus antiguos líderes.
Aparte de los cambios de personal en la cúpula del Partido y el Estado, las enmiendas del XX Congreso a la constitución del Partido también señalan cambios importantes en las perspectivas de la burocracia.
En otro movimiento para asegurar su posición, Xi Jinping impulsó la inclusión del principio de ‘Dos Establecimientos’ en la constitución del Partido. La enmienda (两个确立) declara explícitamente que Xi Jinping debe permanecer en el núcleo del Partido, y su pensamiento político debe convertirse en la ideología rectora del PCCh en el próximo período. Esto no deja lugar a dudas de que, en igualdad de condiciones, Xi pretende dominar el Estado chino durante muchos años. Sin embargo, hay muchas razones para dudar de que las cosas vayan a ser iguales.
Reformismo condenado al fracaso con “características chinas”
Otra enmienda notable de la constitución del Partido se refería a extender el control sobre la economía de mercado, mientras se frena el crecimiento de la desigualdad. La enmienda dice :
“…el sistema bajo el cual la propiedad pública es el pilar y las diversas formas de propiedad se desarrollan juntas, el sistema bajo el cual la distribución según el trabajo es el pilar mientras coexisten múltiples formas de distribución, y la economía de mercado socialista, son pilares importantes del socialismo con características chinas.”
Esto refleja el temor persistente del régimen de que los ciclos cada vez más volátiles de auge y caída de los mercados chinos y mundiales ahora amenacen la estabilidad del régimen. Xi ha descartado explícitamente volver alguna vez a una economía planificada. Lo que esto realmente establece es la intención de la burocracia de intervenir en el mercado para ‘corregir’ las contradicciones inherentes al capitalismo.
La poderosa burocracia bonapartista que existe en China ha transformado al país durante décadas de una economía planificada a una economía capitalista, mientras conserva un poderoso sector estatal. Fomentó el desarrollo del mercado y sigue creyendo que puede tomar las decisiones. Pero la dinámica de la economía capitalista escapa al control de la burocracia o de cualquier capitalista individual sobre cuya cabeza la burocracia pueda imponer su «disciplina».
El desarrollo capitalista en China durante los últimos veinte años fue extremadamente rápido, alcanzando en ese momento un nivel de desarrollo que las economías occidentales necesitaron más de un siglo en alcanzar. Como consecuencia de la velocidad vertiginosa del desarrollo industrial, ahora existe un exceso de capacidad en la producción. Hoy en día, la tasa de utilización de la capacidad industrial de China continúa rondando el 75 por ciento. En comparación, la tasa de utilización de la capacidad en los Estados Unidos es del 79 por ciento.
Estos son síntomas clásicos de las crisis de sobreproducción, que Marx explicó hace mucho tiempo. Los mercados saturados hacen que la inversión productiva sea menos rentable y, como resultado, la inversión se ha dirigido cada vez más hacia la especulación improductiva. Todo esto muestra que la crisis de China tiene sus raíces en las contradicciones del capitalismo, al igual que Occidente, independientemente de los intentos del PCCh de disfrazar el hecho o de atenuar estas contradicciones.
El crecimiento de la desigualdad, inevitable bajo el capitalismo, también está produciendo un tremendo descontento entre las masas chinas. El régimen de Xi es consciente de este problema. Xi Jinping incluso recomendó que los miembros del partido leyeran El capital en el siglo XXI del académico reformista Thomas Piketty para aprender cómo la desigualdad en Occidente ha llevado a la inestabilidad política. El intento de China de contrarrestar esto es redistribuir la riqueza de alguna manera, una vez más, a través del brazo fuerte del Estado.
Sin embargo, queda por ver cómo pretende exactamente el PCCh hacer esto. Aún no se han aplicado políticas concretas en términos de distribución, pero se han puesto correas más fuertes al capital privado. Recientemente, los grandes capitalistas y empresas privados, sobre todo Jack Ma , fueron reprimidos o castigados por sus salvajes niveles de especulación que se consideraban una amenaza para la estabilidad de la economía. El partido-Estado también ha desplegado cuadros en empresas privadas para influir en su toma de decisiones, y el número de empresas con comités del partido en su gestión ha aumentado a más de 1,6 millones desde que Xi asumió el poder hace diez años.
Aunque los capitalistas privados han sido llamados al orden, China aún no ha instituido el tipo de medidas reformistas que hemos visto en el pasado en algunos de los países capitalistas más ricos. El sistema fiscal chino favorece fuertemente a los ricos y grava fuertemente a los trabajadores . Pero cualquier intento de introducir un sistema fiscal ‘progresivo’ más común tendría el potencial de desestabilizar una economía ya inestable. Por ejemplo, un plan para expandir el impuesto a la propiedad en 2021 se detuvo cuando salió a la luz la crisis de Evergrande, en medio del temor de que los nuevos impuestos pudieran exacerbar el pánico del mercado sobre el sector inmobiliario de China.
No obstante, con la burocracia alarmada por la creciente desigualdad y el fermento social, el brazo fuerte del Estado puede intentar cierto grado de ‘redistribución de la riqueza’. Sin embargo, desde el análisis marxista, tales medidas no pueden erradicar las contradicciones a las que se enfrenta China. De hecho, tal intento podría incluso precipitar la crisis económica que la burocracia está desesperada por evitar. Cualquier intento de restablecer el equilibrio social por parte del Estado en esta etapa alteraría gravemente el equilibrio económico. De hecho, los mercados bursátiles de Hong Kong y Shanghái se hundieron al cierre del Congreso ante el simple indicio de que el régimen del PCCh podría, en algún momento, imponer medidas que los mercados consideran perjudiciales.
El régimen de Xi sueña con crear una economía capitalista en constante crecimiento que esté perfectamente gestionada por el Estado. En su discurso de apertura del Congreso, Xi reiteró los “ dos principios inquebrantables ” (两个“毫不动摇”), que enfatizan que el Estado puede garantizar al mismo tiempo el papel principal de la propiedad pública al mismo tiempo que fomenta plenamente el desarrollo de la propiedad privada en un forma perfectamente estable. Esto es una fantasía, a pesar de la mano contundente del Estado en la economía. El capitalismo chino continuará tambaleándose hacia el mismo caos en el que ya están envueltos sus contrapartes en Occidente, a menos que sea derrocado y reemplazado por un plan socialista de producción basado en la democracia obrera.
El fantasma del militarismo
Otro punto importante de enfoque en el Congreso se refirió a la cuestión de Taiwán. Muchos creen que Xi tiene la ambición de anexar Taiwán, ya que se convierte cada vez más en una cabeza de puente para EE. UU. en la rivalidad interimperialista entre las dos potencias.
En el Congreso del Partido, se enfocó la cuestión de Taiwán en dos momentos clave. Durante su informe de apertura al Congreso, Xi Jinping afirmó que China “nunca se comprometería a abandonar el uso de la fuerza” como opción para anexar Taiwán. En el mismo informe, Xi enfatizó la necesidad de modernizar las fuerzas armadas como un paso necesario para convertirse en una “nación socialista fuerte y modernizada” (社会主义现代化强国). Más tarde, la frase “contra la independencia de Taiwán” se escribió en la Constitución del Partido.
La cuestión de Taiwán tiene muchas implicaciones importantes para el régimen del PCCh en su conjunto. A nivel nacional, la ‘unificación’ con Taiwán ha sido una promesa clave del régimen, que se ha vuelto cada vez más dependiente de la demagogia nacionalista. Cualquier señal de que el PCCh fuera incapaz de hacerlo sería un golpe para la credibilidad de su régimen entre las masas.
A nivel internacional, EE. UU. está armando rápidamente a Taiwán como primera línea contra China en su intento por contener las ambiciones de esta última. Esto introduce una nueva urgencia en la situación. Este año, Biden ha declarado explícitamente más de una vez que Estados Unidos defendería militarmente a Taiwán. Aunque ha sido contradicho por otros funcionarios de la Administración, EE. UU. parece estar dando tumbos hacia el abandono de su histórica posición de “ambigüedad estratégica”. La repentina visita de Nancy Pelosi a Taiwán en agosto fue otra provocación que puso a prueba los límites de China. El establishment militar de los EE. UU. genera periódicamente alarmas sobre supuestos planes chinos para invadir Taiwán, siendo el más reciente la advertencia del almirante Matt Gilday de que China podría invadir Taiwán ya en 2023 . Estos comentarios no son más que una estratagema imperialista cínica destinada a reunir apoyo en el país en nombre de la «defensa de la democracia».
A pesar del alarmismo por parte de Gilday, el ejército chino aún no está equipado para apoderarse de Taiwán dentro de un año. Sin embargo, está claro que Xi alberga la ambición de convertirse en el líder chino que anexe Taiwán. Para lograr esto, además de satisfacer la creciente necesidad de proteger los intereses del imperialismo chino en todo el mundo, Xi deberá acelerar el fortalecimiento del poder militar de China en el próximo período.
Por lo tanto, el militarismo en todos los bandos y el potencial de guerra como resultado de la rivalidad imperialista están creciendo día a día. Las apelaciones patéticas a la ‘racionalidad’ de las clases dominantes de ambos lados son completamente inútiles. El capitalismo como sistema empuja inherentemente a los países hacia el conflicto, ya que surge la necesidad de volver a dividir el mercado mundial entre las grandes potencias. Taiwán no es más que una pieza de ajedrez en la búsqueda de China por dominar Asia, y para EE. UU. es el lugar donde pretende poner freno a su floreciente némesis.
Economía en terreno inestable
El tercer mandato de Xi en el gobierno de China será cualquier cosa menos una época de orden como se presentó en el Congreso.
Cada vez es más claro que el capitalismo chino está al comienzo de una enorme crisis económica, como consecuencia del crecimiento de las décadas anteriores. Las interrupciones de la pandemia de COVID-19 solo se sumaron a la tensión a la que ya se encuentra sometida la economía china. Antes de 2020, la cuestión de si China podía mantener el crecimiento del PIB por encima del 5 por ciento ya provocaba mucha ansiedad en el régimen. Sin embargo, hoy, el Estado se resigna a una tasa de crecimiento muy por debajo del 5 por ciento. El FMI rebajó el pronóstico de crecimiento de China en 2023 al 4,4 por ciento. La propia revista Caixin de China predice un 2,4 por ciento para 2022 y un 4,6 por ciento para 2023, suponiendo que las medidas de bloqueo se relajen después de octubre.
Si China termina con una tasa de crecimiento similar a la de Occidente, entonces habría muchos más problemas para el PCCh. Como señaló el Atlantic Council:
“Si bien las economías avanzadas como Estados Unidos y el Reino Unido experimentan rutinariamente un crecimiento de alrededor del 2 por ciento, tal escenario en China podría conducir a despidos masivos, una rápida restricción del crédito y, quizás lo más preocupante para Xi, un duro golpe a su autoridad.”
La desaceleración del crecimiento y la deuda son las principales amenazas para la economía china. La crisis en desarrollo de Evergrande se deriva de la deuda corporativa insostenible, pero es solo una instantánea del problema general de la deuda de China. A partir de ahora, la deuda nacional total asciende al 230 por ciento del PIB de China, mientras que el ratio de apalancamiento nacional (deuda/ingreso) es del 273 por ciento . El apalancamiento promedio de los hogares, un indicador clave de cuánto afecta la deuda a la vida de la gente común, ahora es del 70 por ciento.
El Estado, que Xi espera utilizar para gestionar la economía de mercado, está cada vez más endeudado. Se dice que la tasa de deuda del gobierno central ronda el 43 por ciento . Sin embargo, las deudas regionales varían enormemente. Las provincias profundamente endeudadas, como Qinghai, Heilongjiang, Ningxia y Mongolia Interior, tenían diferenciales de gastos a ingresos superiores al 300 por ciento a partir de 2020. Además, en un esfuerzo por revitalizar la economía china después de los duros cierres en muchas áreas, el Estado central ha dado instrucciones a los gobiernos regionales para que tomen medidas keynesianas drásticas para apuntalar la economía, empujando a muchas provincias a endeudarse aún más y ejerciendo presión sobre la minoría de provincias que generan ingresos netos para el Estado. Las empresas estatales que desempeñan un papel clave en la economía china ahora tienen una deuda de más del 63,7 por ciento en relación con los activos totales. Las deudas están creciendo por todas partes en China, y hasta ahora el régimen no ha tomado ninguna medida que pueda frenarlas.
El modelo chino de capitalismo se ha quedado sin camino. Cada vez más, ha ido dependiendo del sector inmobiliario para crecer. Pero este sector ahora tiene una tasa de deuda del 75% , aproximadamente la misma proporción que el sector inmobiliario de EE. UU. en 2008. La construcción de propiedades ha sido la base de las finanzas del gobierno local, ya que el 40 por ciento de sus ingresos proviene de la venta de terrenos a desarrolladores. Esto, a su vez, es de enorme importancia, porque son los gobiernos locales los responsables de impulsar el resto del crecimiento de la economía, prestando dinero para la inversión en infraestructura.
Los promotores inmobiliarios incumplieron los pagos de un récord de 31.400 millones de dólares en bonos en dólares extraterritoriales en agosto. Esto se debe a que las ventas de viviendas colapsaron alrededor de un 30 por ciento durante el año pasado, lo que llevó a muchas empresas inmobiliarias a la bancarrota. A medida que colapsaron los ingresos de los desarrolladores, redujeron drásticamente sus compras de terrenos para nuevos proyectos. Como resultado, las compras de tierras de las que dependen los gobiernos locales han bajado un 28 por ciento este año. Este agotamiento de los ingresos de las autoridades locales podría desestabilizar su deuda de 7,8 billones de dólares (¡casi la mitad del PIB chino en 2021!), lo que conduciría a una crisis económica en toda regla.
Esta montaña de deuda insostenible de los gobiernos locales, y el auge inmobiliario especulativo asociado con ella, se acumuló para rescatar a China y al mundo de una depresión en 2008.
Como podemos ver, no hay solución bajo el capitalismo que pueda resolver de una vez por todas estos problemas. El bajo crecimiento y el endeudamiento no son más que los síntomas de la crisis de sobreproducción. Ninguna consolidación del poder en manos del Estado puede superarlos.
Desacoplamiento
A nivel internacional, el tercer mandato de Xi Jinping verá un mundo plagado de rivalidades, proteccionismo y conflictos. Sobre todo, China se enfrentará a un imperialismo estadounidense y sus aliados desesperadamente beligerantes.
China se da cuenta de la necesidad de protegerse económicamente desvinculándose de la cadena de suministro internacional que, en última instancia, está dominada por Occidente.
Esto es especialmente evidente ya que EE. UU. ha tratado de doblegar a la industria tecnológica de China a través de una sanción sobre los microchips introducida en octubre de 2022. En respuesta, China está haciendo grandes inversiones para lograr la «independencia de microchips». En términos más generales, China promulgó un plan para reemplazar todos los componentes de las computadoras provenientes del extranjero en instalaciones nacionales, dentro de tres años. Los proveedores chinos de piezas de computadoras para el mercado chino han aumentado su participación en el mercado frente a los proveedores extranjeros. Lenovo (57 por ciento) y Founder (15 por ciento) son ahora los principales proveedores, mientras que Intel y Dell están en un solo dígito.
El intento de China de desvincularse de las cadenas de suministro de tecnología convencionales es parte de un esfuerzo de desvinculación más general para protegerse de los ataques económicos de Occidente.
El régimen de Xi ha realizado esfuerzos similares para desvincularse diplomáticamente. A diferencia de los años anteriores a Xi, cuando China adoptó una postura complaciente con las instituciones diplomáticas dominadas por EE. UU., la diplomacia bajo Xi está marcada por duras críticas contra Occidente (conocidas como “Diplomacia del Guerrero Lobo”), con esfuerzos para propagar instituciones internacionales alternativas donde China pueda obtener el apoyo de otros países.
En el mundo cada vez más multipolar e inestable, China bajo Xi Jinping inevitablemente se convertirá en un polo importante contra el bloque imperialista liderado por Estados Unidos. La clase obrera china inevitablemente sufrirá de una forma u otra a medida que se profundice el conflicto entre las clases dominantes de diferentes potencias.
Lucha desde abajo
El liderazgo de Xi se enfrenta a un mundo plagado de incertidumbre. La clase obrera china ha sufrido profundamente en el último período, especialmente en los últimos dos años. Hemos visto un aumento correspondientemente marcado en su voluntad de luchar, especialmente entre los jóvenes.
La clase trabajadora china ha sufrido profundamente por las duras medidas de confinamiento que el Estado impuso en su inútil esfuerzo por mantener ‘cero COVID’. La vida diaria de millones de personas se ve interrumpida por pedidos constantes de pruebas PCR, mientras que aquellos que tienen la mala suerte de contraer el virus (y sus vecinos) están sujetos a centros de cuarentena mal administrados. Decenas de miles han perdido sus trabajos o han sido suspendidos, y los precios de los alimentos se han disparado en las zonas de cuarentena. Muchos a los que se les ha ordenado quedarse en casa no pueden acceder adecuadamente a las necesidades diarias.
Estas medidas precipitadas tomadas por el régimen sin considerar el estado de ánimo de las masas inspiraron rápidamente el descontento de las mismas. La mayoría de las veces, este descontento se ha expresado a través de avalanchas de sentimientos de indignación en Internet que desafían las duras reglas de censura. En otros casos, impresionantes hazañas de organización, como las protestas antigubernamentales en los campus universitarios o las protestas de los depositantes de Henan, incluso han atraído a miles de personas a pesar de la vigilancia omnipresente en Internet.
Más recientemente, un hombre solitario viajó al concurrido Puente Sitong de Beijing y colgó una pancarta que exigía el derecho al voto, así como un llamamiento a la huelga para deponer a Xi Jinping. Este hombre fue detenido rápidamente por las autoridades, pero los videos de su hazaña se difundieron aún más rápido en Internet y obtuvieron la simpatía generalizada de todo el país. Se ha hecho circular un manifiesto que se cree que es de este hombre. Si bien parece tener ilusiones de que China podría reformarse siguiendo líneas liberales burguesas, su acto de desafío ha inspirado mucha discusión, y algunos incluso han sacado conclusiones que van mucho más allá de las demandas democráticas liberales y se mueven en una dirección socialista.
Ha habido muchos más incidentes a lo largo de este año que no se pueden relatar aquí. Pero una cosa está clara: la clase obrera china se acerca cada vez más a fuertes acontecimientos. En algún momento dejará inevitablemente su sello en la historia. A medida que la crisis del capitalismo se profundice dentro de China, más personas serán empujadas a las calles para expresar su ira. La presión sobre los trabajadores comunes y los jóvenes ya es insoportable. Tarde o temprano, las masas se verán obligadas a tomar el camino de la lucha de clases.
El XX Congreso del Partido muestra que la administración del PCCh bajo Xi es consciente del potencial de conflicto de clases que se está desarrollando dentro de la sociedad china e intentará desesperadamente evitar tal desarrollo. Sin embargo, la camarilla criminal que está del lado de Xi Jinping eventualmente descubrirá que por mucho poder que hayan concentrado en sus manos, no será rival para la clase trabajadora china una vez que se embarque en el camino de la lucha de clases.