A Trump le gusta apostar fuerte cuando negocia. Él lleva todo al límite de provocar un conflicto serio, antes de echarse atrás y firmar un acuerdo. Lo hizo con Rusia sobre Siria (en privado) y lo hizo con Corea del Norte. La última y más importante disputa diplomática fue sobre los aranceles de acero y aluminio. Después de amenazar a los principales aliados de los EE. UU. con aranceles, dio marcha atrás, al menos por el momento. La UE ahora ha ofrecido unirse a Trump en un esfuerzo conjunto contra China.
Ahora, China está firmemente en la mira de Trump. El presidente está tratando de reducir el déficit comercial con China, y a sus últimos esfuerzos se han unido tanto los Republicanos como los Demócratas. El problema, a diferencia de los aranceles del acero (los Estados Unidos casi no importan acero de China), es mucho más profundo que la agenda de Trump de «América Primero». El predecesor de Trump, Obama, así como la Unión Europea y Canadá, han tomado medidas en los últimos años contra China.
Las clases dominantes europeas y estadounidenses están cada vez más temerosas de la competencia china. Una cosa es que China produzca textiles y muebles y ensamble productos electrónicos, y otra muy distinta es que China se esté moviendo hacia las industrias más avanzadas y de alta tecnología. Las empresas chinas ya son bastante capaces de producir trenes y telecomunicaciones a estándares globales, en parte mediante la copia y el robo de tecnología de compañías occidentales. Esto ha conducido a prohibiciones por «razones de seguridad nacional» de los EE.UU. y Europa. Ahora, los chinos están buscando expandirse a más mercados.
En un documento elaborado el año pasado, «Made in China 2025», los chinos se propusieron producir vehículos y equipos de nuevas energías, componentes de barcos de alta tecnología, robots industriales, dispositivos médicos, maquinaria agrícola, chips de teléfonos móviles y aviones. También se interesan por la inteligencia artificial y la biotecnología. Su política está tratando explícitamente de desarrollar estas industrias, donde hasta ahora China se ha visto obligada a depender de las importaciones. Este es un intento de avanzar hacia mercados en los que China ha sido más débil y donde los países más avanzados tienen una clara ventaja.
Las otras grandes potencias imperialistas no están interesadas en perder su ventaja. Ya están bajo la presión de China en una amplia gama de industrias. La mano de obra comparativamente barata de China hasta ahora no ha sido tan productiva, pero el país está presionando para cambiar eso a través de la automatización. Esta es una seria amenaza para las empresas europeas y estadounidenses.
Varias ofertas ya han sido bloqueadas, la última fue la adquisición de la compañía estadounidense Qualcomm por la china Broadcom, que fue bloqueada por Trump por razones de seguridad nacional. Las empresas chinas han estado comprando muy agresivamente empresas más pequeñas de Europa y Estados Unidos para adquirir su tecnología. ChemChina compró la compañía suiza de semillas y fertilizantes Syngenta, Geely compró el fabricante de automóviles sueco Volvo. Zoomlion adquirió el fabricante de equipos Terex Corp. Sin embargo, la avalancha de adquisiciones extranjeras se ha desacelerado debido a las preocupaciones de que las empresas estén endeudadas.
Estados Unidos también acusa a los chinos de robar secretos usando espionaje y piratería informática, lo que probablemente sea verdad. Además, el gobierno chino ha forzado durante mucho tiempo a las empresas extranjeras que invierten en China a compartir tecnología con empresas chinas asociadas.
La consecuencia de esto es que China se está poniendo al día en términos tecnológicos, aunque su integración promedio de, por ejemplo, la robótica es mucho más baja que la de Occidente. Estados Unidos tiene 189 robots industriales por cada 10.000 empleados en el sector manufacturero, mientras que China solo tiene 68. Corea del Sur, que fabrica muchas de las piezas ensambladas en China, tiene 631 robots por cada 10.000 trabajadores industriales y Japón tiene 303. Entonces, está claro que China tiene mucho camino por recorrer.
Lo llamativo de esta medida en particular es la unidad que Trump ha logrado. Los Demócratas, los Republicanos y la UE se han adherido a esta postura más agresiva contra China. Esto no se debe a la gran habilidad de Trump como diplomático, sino a que se está desarrollando un frente común. China ha estado copiando las tecnologías occidentales durante años y, durante mucho tiempo, la clase dominante europea y estadounidense se lo permitió. Las relaciones estuvieron incluso a un nivel razonable durante el comienzo de la crisis de 2008, cuando la clase capitalista mundial esperaba que China pudiera proporcionar el poder de consumo que faltaba en Occidente, ayudando a sacar a Europa y a Estados Unidos de la crisis. Sin embargo, quedó claro que a pesar del cambio de China hacia el endeudamiento y el gasto, esto no va a resolver la crisis. En cambio, las clases dominantes de EE.UU. y Europa temen que los chinos se apoderen de algunos de sus reducidos mercados.
El gobierno chino, por su parte, está bajo una creciente presión de una clase trabajadora inquieta, una cuestión nacional en el oeste del país y una inminente crisis económica. Está tratando de aliviar parte de la presión social mejorando la productividad, que le permita un mayor margen de maniobra y desarrollar nuevas industrias. Se está preparando para hacerse con una parte mayor del mercado mundial, que es precisamente lo que las otras potencias están decididas a evitar.
La crisis está empujando a las grandes potencias a aumentar las contradicciones. Trump está implicado en un juego de alto riesgo. Una guerra comercial tendría efectos desastrosos en la economía mundial. Incluso si los principales jugadores logran parchear un acuerdo esta vez, es solo cuestión de tiempo antes de que resurja nuevamente el problema.