El sistema capitalista está inmerso en una profunda crisis, en el horizonte no se visualiza una salida favorable, al contrario, la incertidumbre crece día con día y una próxima crisis aún más profunda está a la vuelta de la esquina. En este contexto adverso, todos los males del sistema se multiplican; hay más hambre, más empobrecimiento, más enfermedades, etc., haciendo insoportable la vida de la mayoría de personas a nivel mundial.
Una fibra sensible del fracaso del capitalismo es el creciente desempleo, el cual es reflejo fiel de que el sistema capitalista no puede garantizar condiciones mínimas de vida digna a las personas. Según datos de la Organización Internacional del Trabajo, en 2018 había 172 millones de personas desempleadas en todo el mundo lo que equivale a una tasa del 5%, y según proyecciones esta cifra se mantendría igual para 2019 y 2020. Es claro que las cifras oficiales tratan de esconder y maquillar la verdadera crudeza de la realidad. En estas cifras, por ejemplo, no se habla acerca de los millones de personas con subempleos, o en el sector informal, o personas con trabajos “precarizados”.
El marxismo nos ha explicado que un sistema social determinado es progresista en cuanto tenga la capacidad de desarrollar a un nivel superior las fuerzas productivas existentes. En el alba de la revolución industrial el capitalismo logró llevar las fuerzas productivas a niveles nunca antes imaginados, sin embargo, en su periodo de crisis el capitalismo no solo no puede mantenerlas sino que es incapaz de seguir desarrollándolas.
Desde siempre la gran promesa del sistema capitalista ha sido la de brindar “pleno empleo” a la sociedad. En su momento, el expresidente de los EE. UU., Bill Clinton, lo planteó en los siguientes términos: «No creo que se pueda reparar la esencia de nuestra sociedad hasta que quienes quieran trabajar tengan un empleo». Sin embargo, después de la crisis del 2008 esta promesa ha estado ausente en los discursos de los políticos del mundo. A excepción de ciertos periodos en la historia, en países como EE. UU. o Inglaterra, la idea del pleno empleo ha demostrado ser una promesa hueca e inalcanzable bajo el sistema capitalista, la realidad ha estado dominada por el desempleo masivo -el paro generalizado- de millones de trabajadores sobre todo, como ya mencionamos, en tiempos de crisis.
A medida avanza la implementación de tecnología aplicada a la producción de mercancías hay una tendencia al desplazamiento de la mano de obra por maquinarias, a esto Marx lo denominaba “aumento de la composición orgánica del capital”: aumenta la inversión en maquinarias, insumos, etc. -capital constante- y disminuye la inversión en salarios -capital variable-. En el desarrollo de este proceso, el capitalismo puede producir más riqueza con menos trabajo.
En el capitalismo el empresario solo tiene un gran propósito en mente: acumular la mayor cantidad de dinero; nunca tendrá suficiente. Para lograr esto en tiempos de crisis, el capitalista con ayuda de la tecnología hace que un solo obrero rinda más durante la jornada laboral, es decir, produzca más mercancía sin que esto signifique un aumento en sus salarios. Esto a su vez hace posible que se hagan despidos masivos y seguir manteniendo el mismo nivel de producción pagando menos salarios.
Esto a su vez genera un “excedente de obreros”, lo que Marx denominó el ejército industrial de reserva. En El Capital se explica que este ejército es una palanca del modo capitalista de producción, ya que le sirve para varios propósitos:
En primer lugar, este excedente de obreros ejerce presión para que la extensión e intensidad de la jornada laboral de los trabajadores aumente. En una sociedad donde el empleo escasea, los trabajadores se aferraran al que tengan sin importar las condiciones deplorables en las que se encuentren, harán todo lo que sea necesario para conservarlos aunque esto implique largas jornadas laborales al día o la eliminación de días de descanso.
En segundo lugar, ejerce presión sobre los salarios. Marx plantea lo siguiente: “los movimientos generales del salario están regulados exclusivamente por la expansión y contracción del ejército industrial de reserva, las cuales se rigen, a su vez por la alternación de períodos que se opera en el ciclo industrial”. A nivel mundial, la productividad por hora trabajada ha aumentado pero esto no se refleja en los salarios de los trabajadores, en muchos países los salarios mínimos no logran cubrir las necesidades elementales de las familias.
Debido a sus intereses de acumulación desmedida, el capitalismo no tiene ningún interés real por garantizar el acceso a un empleo digno para las personas. Al contrario, alentará el empleo informal y la precarización laboral, y esto último no se resolverá hasta que se liquide por completo ese ejército industrial de reserva que está a disposición de los capitalistas.
Para erradicar esto, como un primer paso, los revolucionarios debemos luchar por la reducción de la jornada laboral de manera escalonada, pasando en un primer momento de 8 a 6 horas diarias, esto permitirá que más personas sean incorporadas en la producción. Esta reducción en la jornada laboral no debe implicar reducción en los salarios.
Los marxistas tenemos claro que para eliminar esta contradicción del sistema debemos luchar de manera tal que la producción sea propiedad de los trabajadores, quienes puedan controlarla y organizarla. Debemos destruir la tendencia capitalista de acumulación y reemplazarla por la producción para beneficio social, basada en la propiedad común, planificada de acuerdo a las necesidades reales de la mayoría y bajo control y gestión democrática de los trabajadores.