Cada 22 de abril es conmemorado el día mundial de la tierra, del cual su sentido ha venido evolucionando desde representar algo meramente abstracto para pasar a ser la fuente de concientización de la población acerca de ésta, acerca de la necesidad de realizar acciones encaminadas a minimizar el daño que se le ocasiona día tras día a nuestro planeta. Así esta conmemoración, hoy, ha descendido para posarse sobre la realidad, escenario donde el cambio climático y sus efectos yacen presentes. Nos encontramos en un mundo azotado por fenómenos meteorológicos que conllevan fenómenos sociales convulsivos. Los movimientos de masas dirigidos por las mayorías en contienda contra los voraces gobiernos que facilitan el saqueo de recursos. Estas mayorías están siendo impulsadas por los efectos del cambio climático; es así como vemos a estudiantes, obreros y maestro en las calles, quienes han percibido el olor a caos que emerge del precipicio que no nos permite avanzar bajo el actual sistema.
El ser humano es una parte minúscula de la naturaleza, quien posee la facultad de razonar, lo que le sitúa por encima de las demás especies. Éste, lógicamente habría de servirse de la naturaleza para desenvolverse como tal. Pero, con el desarrollo acelerado de las fuerzas productivas y principalmente el nacimiento de una clase minoritaria que se abrió paso entre las multitudes para situarse en la cima como protagonista del sistema actual, como acaparadora de las riquezas provenientes de la naturaleza. Y Con la Revolución Francesa y la Revolución Industrial se consolida el nuevo orden, y toda esa gama de instituciones que moldean la conducta de la persona y el desarrollo material para ejecutarlas, comienzan a tomar forma. Desde entonces se ha explotado desmedidamente a los trabajadores fabriles e industriales y principalmente a la naturaleza, de una manera que se nos ha hecho verla justa y normal. Así se comenzó a desarrollar el interés comercial, la obtención de colonias e imposición de mercados, la repartición del mundo. Todo esto contribuyó al desarrollo de las potencias, del propio sistema y su posterior bancarrota que desembocó en las guerras mundiales.
El sistema capitalista, quien basa su economía de mercado sobre los combustibles fósiles representa el mayor porcentaje de contaminación, en lo que compete a la destrucción de la tierra. Los combustibles fósiles son altos emisores de gases que favorecen la alteración del proceso efecto invernadero; y esto resulta muy curioso si nos enteramos que la mayor parte de las economías imperiales tienen como lubricante de su actividad industrial el gas natural, el petróleo y el carbón, quienes al ser manipulados emiten Dióxido de Carbono CO2, Metano CH4, Óxido Nitroso N2O y Ozono O3 los que posteriormente fermentan una capa gaseosa que situada bajo la atmosfera prohíben el paso a la energía solar que ha sido reflejada por la tierra, almacenándose dentro de ella y en consecuencia, alterando la temperatura terrestre.
La alteración de la temperatura ha traído consigo el derretimiento de los glaciares, el riesgo de extinción de especies polares; el aumento del nivel de los océanos, inundación de zonas costeras y la inminente ruina de cultivos agrícolas. Todo esto ha favorecido al desarrollo de sequías, fuertes olas de calor; lluvias torrenciales, inundaciones. Todo con el consiguiente desarrollo de epidemias que amenaza con tragarse a la humanidad. Pero bajo la tempestuosa tormenta de enfermedades epidemiológicas los que más sufren son aquellos que no tienen una vivienda digna, no tienen un salario digno; pero sí viven una larga jornada laboral y carecen de servicios abastecidos, ya sea en lo que compete a educación o salud; los que pagan las crisis del Estado, los obreros.
Una realidad mundial
El plástico está apoderándose de las costas e islas, y hasta creando islas plásticas. Poco a poco las ciudades se han ido extendiendo y sus desechos desembocan en ríos, lagos y en la costa misma; grandes terrenos boscosos han sido desertificados por industrias agrícolas, madereras o constructoras, el agua se escasea por intervenciones de la industria cañera y muchas comunidades se ven afectadas por la carencia de tal servicio o porque se ven obligadas a desplazarse. Días tras día muchas especies de animales y plantas se extinguen o emigran, invadiendo otros ecosistemas.
Todo esto sucede al crujir de motores de la industria y en ese desmesurado afán de obtener riquezas, los obreros son explotados: con bajos salarios, una larga jornada o el aumento de los precios para cubrir las necesidades básicas. Se sobreexplotan los recursos naturales de la población y a la par de ello se llevan a cabo las más grandes y feroces emisiones de gases de efecto invernadero. En el marco de estas actividades disque productivas se lleva a cabo la explotación del obrero y de la naturaleza, la destrucción de la Tierra.
Lo sucedido a través de la historia bajo la dirección del capitalismo encuentra en sus entrañas la cruel y áspera explicación que la burguesía no se atreve a reconocer, la sobreproducción. Este fenómeno ambicioso se desarrolla en vista a ampliar los mercados, pero sobre todo demuestra lo avaricia que atañe a la clase dominante. Para llevar a cabo la sobreproducción y la consecuente ampliación mercantil se necesita producir a bajo costo, ya que esto otorga ventajas a una multinacional sobre otras. Y los combustibles fósiles son la base de esta producción; así, todas las disputas por las grandes reservas de petróleo, gas natural y carbón comienzan a tener sentido, las burguesías se disputan las ganancias mundiales.
¿Quién es el culpable de causar el cambio climático?
Para responder a toda esa serie de campañas que pululan los llanos de la realidad, acerca de quién es culpable de ocasionar el cambio climático, tales como: que vivimos por encima de nuestras posibilidades, que comemos demasiado, que usamos mucho plástico, que usamos pajillas etc. mostraremos unos datos de las principales multinacionales que contaminan día tras día de manera exponencial: “según un estudio realizado en 2017 por la organización ambientalista The Carbon Major, publicado por el diario británico The Guardian, reveló que 100 grandes compañías son las responsables del 71% de la contaminación del planeta por gases de efecto invernadero. En su mayoría son empresas petroleras, energéticas o de carbón, como: China Coal, Aramco, Gazprom, Shell, entre otras». Y según la Organización Meteorológica Mundial estas emisiones han alcanzado números extravagantes: el CO2 aumentó en un 147%, el CH4 un 259% y el N2O un 122%.
Cómo dar a la espalda a este jugoso negocio si se sabe que la industria de combustibles fósiles tiene un valor de 2,4 billones de dólares, cantidad creciente según el Fortune Global.
Con la intención de asegurar la explotación y la naturaleza, la perpetuación del sistema y asegurar las ganancias se ejecuta el más grande colaboracionista y explotador consorcio. Acá revisten formas legales el saqueo de recursos y la pauperización de los obreros. Esa relación simbiótica entre el Estado y la clase dominante.
La única alternativa: un nuevo sistema
Ante el páramo de la realidad han surgido maniobras que en nada socaban la raíz del problema, como: El Green New Deal (GND) y las Green Economies, de las cuales su fracaso radica en pactar con el capitalismo, es decir, aceptar el juego. Ya que el uso de energías renovables, bajo el sistema actual, viene a ser una nueva mercancía a la cual no todos podemos optar.
Este periodo ha de desarrollarse en la periferia de una lucha acérrima por un mejor planeta. La lucha ya ha sido comenzada por la juventud en el corazón de los imperios. En el siguiente período debemos intensificar esta lucha, radicalizarla otorgándole un carácter de clase junto a la lucha por la emancipación de los obreros, quienes son los que llevan a cabo sus labores en las grandes industrias. Con ellos al frente se puede comenzar a gestar un nuevo modo de producción, una producción planificada y dirigida a satisfacer las necesidades de la población. Sin embargo, esto es imposible de lograrse sin medidas más radicales, como por ejemplo: la expropiación la riqueza acaparada por la burguesía, sus bancos y la industria. Todo esto para ponerlo al servicio de los desposeídos. Así como también poner al servicio, para la regeneración del medio ambiente, los avances de la ciencia y la tecnología.
El uso de energías renovables ya no representa una opción sino una necesidad; la preservación del planeta y la vida en él, ya no es una cuestión opcional, resulta ser un desafío existencial; así como también la transformación socialista de la sociedad no se plantea para el lucro individual, más bien para la realización de la humanidad. Y la necesidad de la lucha política entre poseedores y desposeídos, por un nuevo sistema, se plantea. La lucha histórica inminente para consagrarnos como seres humanos sobre la tierra, a la que hay que regenerar.