2020 ha sido un año trascendental, una placa de Petri de caos e inestabilidad capitalista como no se había visto en generaciones. Decenas de millones de trabajadores estadounidenses se han visto empujados a un colapso económico devastador y han sufrido una pandemia mundial gestionada de forma criminal.
Se han desatado policías sociópatas contra manifestantes pacíficos, respaldados por justicieros homicidas de extrema derecha. En respuesta, ha habido protestas masivas sin precedentes, levantamientos y ocupaciones semi-insurreccionales, y el surgimiento de comités de defensa vecinales.
Como si todo esto no fuera suficiente para un pequeño lapso de doce meses, Estados Unidos avanza ciegamente hacia un ajuste de cuentas electoral que, sin importar el resultado, pondrá a prueba los límites del experimento de los capitalistas estadounidenses con la democracia burguesa. No se había celebrado una contienda presidencial en medio de una incertidumbre tan impredecible desde las elecciones de 1864, cuando el país se vio envuelto en una guerra civil total.
Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XIX, el capitalismo estadounidense experimentó un auge histórico. No solo sobrevivió a estos choques en el sistema, sino que floreció después de haber «despejado el camino» para su expansión sin trabas por todo el hemisferio. Hoy en día, el sistema socioeconómico que sustenta el mitológico “siglo americano” es esclerótico y balbuceante.
Tomadas de forma aislada, cualquiera de las conmociones que azotan actualmente a la sociedad estadounidense no harían sino aumentar gradualmente la miseria de las masas y la inestabilidad general. Pero con el sistema en su conjunto temblando al borde del caos, incluso una suave brisa podría arrojar todo el castillo de naipes al abismo. Después de azotar al viento, los capitalistas estadounidenses están cosechando el torbellino, en la forma de Donald J. Trump.
El país está más polarizado que nunca. Los disparos contra Jacob Blake en Kenosha (Wisconsin) han reavivado las enormes protestas de Black Lives Matter (BLM), que habían disminuido tras intensificarse durante todo el verano. El potencial para aprovechar la rabia y la energía hacia un cambio fundamental tampoco tiene precedentes en la memoria reciente. Incluso los jugadores de la NBA «lo entendieron» y se lanzaron a una huelga salvaje para protestar contra la locura racista de esta sociedad. Y, sin embargo, los dirigentes obreros continúan agarrándose cobardemente a los faldones de los capitalistas, más aterrorizados por los millones de personas que se supone que representan que por el enemigo mortal de clase de los trabajadores.
Tras sus respectivas convenciones de nominación, Biden parece tener la ventaja. En los últimos 70 años, nunca un líder a la cabeza después de una convención había perdido las elecciones generales. Pero las encuestas se equivocaron gravemente en 2016 y millones de personas han perdido la confianza en ellas. Pueden pasar muchas cosas entre hoy y el día de las elecciones, y es un hecho bien conocido que los Demócratas son expertos en perder en el último aliento.
Trump ha apostado su reelección a un mensaje de «ley y orden». Está pintando frenéticamente una imagen de un país que se destruye por fanáticos “socialistas”, aunque personalmente está avivando las llamas. Sus partidarios exigen su reelección con el poco irónico lema «¡no más tonterías!», obviando que Trump ha estado a cargo del gobierno durante los últimos tres años y medio.
Ha redoblado su táctica de divide y vencerás avivando el racismo, la misoginia y la represión selectiva. Se ha paralizado deliberadamente el servicio postal para sentar las bases para la privatización y la represión sindical y, como ventaja adicional, poner en duda los resultados de las elecciones si Trump no triunfa. Incluso si Biden consiguiera una victoria aplastante, nadie debería sorprenderse si el petulante sociópata que actualmente habita en la Casa Blanca se negara a aceptar la derrota.
¿Cómo deberían los marxistas revolucionarios abordar estas elecciones?
Los marxistas luchan por el establecimiento de un gobierno obrero basado en un programa socialista revolucionario. No creemos que el socialismo pueda lograrse de manera gradual y fragmentada a través de una serie de reformas parciales otorgadas por benevolentes representantes de la clase capitalista. Aunque de hecho se promulgarían nuevas leyes que representarían los intereses de la mayoría obrera una vez que el gobierno de los trabajadores llegara al poder, la creación de una nueva sociedad no será una simple cuestión legislativa.
El mismo proceso de elección e instalación de una república obrera requerirá la movilización sostenida de la clase obrera, como clase. Esto incluiría la formación de consejos de trabajadores elegidos democráticamente y comités de autodefensa, de una forma u otra. Un gobierno obrero revolucionario se movería para nacionalizar las palancas clave de la economía, mientras que al mismo tiempo desmantelaría el viejo aparato estatal, reemplazándolo con un nuevo tipo de Estado, un semi-Estado que descansaría sobre una base de clase fundamentalmente diferente.
Sin embargo, antes de que la clase trabajadora pueda conquistar y ejercer el poder, los marxistas deben ganar a las masas para un programa revolucionario que trascienda los límites artificiales del capitalismo. Primero, ganando a los trabajadores más concienciados y, finalmente, a la mayoría de la clase. Si bien no estamos tan lejos de tal situación como algunos puedan pensar, este aún no es el escenario para noviembre de 2020.
Marx explicó que las elecciones bajo el capitalismo dan a los trabajadores el «derecho» de elegir qué representante de la patronal los gobernará durante los próximos años. No nos hacemos ilusiones en estas charadas. Entendemos que todas las cuestiones sociales decisivas se deciden, no en las urnas, sino en las fábricas, centros de trabajo, calles y cuarteles.
Sin embargo, no somos anarquistas, temiendo sembrar ilusiones o mancharnos por la democracia burguesa si acompañamos a las masas en el proceso electoral. Dada la falta de otros medios políticos, muchos trabajadores y jóvenes están en sintonía con el proceso electoral, incluso si están hastiados y son cínicos al respecto. Es por eso que los marxistas ven los ciclos electorales burgueses como oportunidades para dialogar con trabajadores politizados, exponer las limitaciones de la democracia del capitalismo para unos pocos y medir el apoyo a nuestras ideas.
No vemos las elecciones como un fin en sí mismo, como las presentan los liberales y reformistas, sino simplemente como un medio para un resultado muy concreto: la construcción de las fuerzas del marxismo para que podamos jugar un papel decisivo en los acontecimientos revolucionarios del futuro. Tenemos mucho que decir sobre la situación actual y deberíamos aprovechar estas oportunidades para exponer nuestras ideas a una audiencia cada vez más amplia.
Por una política de clase revolucionaria, no del mal menor
Se alega que la actual farsa electoral es un simple referéndum de “sí o no” al presidente. Los Demócratas buscan ganar votos al presentarlo como una “amenaza para la democracia”, refiriéndose a la democracia liberal burguesa, y no están del todo equivocados. Trump solo se representa a sí mismo. No le importaría lo más mínimo si los andrajos constitucionales que dan cobertura legal al gobierno del capital quedan atrapados en el fuego cruzado.
Pero los marxistas se oponen a Trump, no porque represente un factor desestabilizador importante para la continuación del dominio burgués, sino porque representa un peligro claro y presente para la clase trabajadora estadounidense y mundial. El sano instinto de clase de millones de trabajadores y jóvenes les dice que Trump debe ser destituido del poder. ¡Estamos de acuerdo! Pero la pregunta clave es ésta: ¿quién lo reemplazará?
El establishment Liberal-Demócrata y sus apologistas argumentan que, si al menos pudiéramos deshacernos de Trump, todo sería perfecto. Sin embargo, aunque las políticas de Trump definitivamente exacerban aún más las cosas, la mayoría de los horrores y farsas a los que la gente se opone son subproductos del capitalismo. Lo que se necesita es una transformación radical de todo el sistema, no simplemente un cambio de partidos o rostros por arriba.
Algunos defensores del «mal menor” admiten que Biden también es un «mal», pero alegan que será más «susceptible a la presión» y que sus ataques a los trabajadores serán «menos severos». Pero, ¿cuál es el historial de los Demócratas cuando se trata de tal susceptibilidad? Las históricas protestas contra la guerra de Irak, apoyada por ambos partidos Demócrata y Republicano, no sirvieron de nada para “presionar” a Biden y que votara en contra. Y el movimiento BLM en curso no ha “presionado” a Biden ni a su compañera de fórmula, procedente de la cúpula policial, para que apoyen reformas tímidas como la desfinanciación parcial de la policía. Y aunque Trump ha aplaudido abiertamente el caos y la violencia, Biden culpa a «todos los bandos» por igual, tanto a los manifestantes que tienen la historia de su lado como a la escoria reaccionaria que les dispara y embiste con sus vehículos.
En cuanto a la severidad de los recortes, la austeridad y la represión, ¿por qué es necesario algo así? ¿Por qué, en medio de una abundancia tan incomparable, los que producen la riqueza deben apretarse el cinturón continuamente?
Cuando los Republicanos están en el cargo, los movimientos generalmente toman las calles para oponerse a su agenda, ya que los Demócratas no representan una oposición en ningún sentido significativo de la palabra. Pero cuando los Demócratas están en el cargo, sus conexiones con el movimiento sindical, las ONG y fuerzas similares a menudo conducen a un declive en la acción de masas, al menos al principio. Ciertamente se puede argumentar que los Demócratas son «más» susceptibles a la presión masiva desde abajo, o al menos, que son más conscientes de la óptica de sus políticas. Pero lo siguiente es incuestionablemente cierto: están bajo la presión directa de la clase capitalista cuyos intereses fundamentales defienden lealmente.
Por ejemplo, durante los debates sobre el plan de salud de Obama, el llamado Obamacare, el presidente no propuso la cobertura universal y permitió que tanto la atención médica de pagador único como «una opción pública» se eliminaran de la mesa bajo la presión de las empresas privadas de salud y de otras grandes corporaciones que son las que realmente tienen la sartén por el mango en Washington. No se hizo ni el más mínimo cambio a las leyes antisindicales como la Taft-Hartley, cuando los Demócratas controlaban tanto la Casa Blanca como el Congreso. La realidad es que no habrá reformas significativas pagadas por la clase dominante bajo la administración de Biden y que cualquier migaja que se distribuya a este o aquel sector de la clase trabajadora será respaldada por recortes o impuestos a otra parte de la clase trabajadora.
La austeridad y las contrarreformas que han golpeado a la clase trabajadora desde la década de 1970 son producto de la crisis orgánica del capitalismo. Biden y los Demócratas no pueden detener la caída de su sistema enfermo solo con promesas. Como defensor del capitalismo, Biden se verá obligado a ajustarse a la lógica explotadora del sistema.
Si Trump pierde, puede estar seguro de que desempeñará el papel de una oposición fuerte y feroz a Biden y los Demócratas. En condiciones de crisis profunda, está casi garantizado que él y los de su calaña se volverán aún más fuertes, tal como él y el Tea Party se beneficiaron de la desilusión de Obama.
En resumen, el mal menor simplemente sigue las reglas del juego y hace que todo el campo de juego político se mueva aún más hacia la derecha para la próxima ronda. Este no es un enfoque serio de los problemas reales a los que se enfrenta la clase trabajadora. El enfoque del “mal menor” no solo es agotador y desmoralizador, sino que desdibuja las relaciones e intereses de clase subyacentes en la sociedad y no prepara a la clase trabajadora para las serias tareas que tienen por delante.
La estrategia de “los Estados seguros”
Algunos en la izquierda piden un «voto de protesta» para los candidatos de la izquierda Demócrata, pero solo en los llamados «Estados seguros». En otras palabras, solo en las carreras en las que es posible que no haya elecciones en absoluto, ya que es casi seguro que serán ganadas por Demócratas o Republicanos. Además, para evitar «estropear» la elección de los Demócratas, abogan por votar por Biden en «Estados indecisos» que podrían ir en cualquier dirección.
Esto es lo que sucede cuando no se ha absorbido por completo el método del marxismo; se acaba abandonando por completo la perspectiva de clase y cediendo ante la presión de la clase dominante. Debemos explicar con paciencia nuestra oposición al enfoque del «Estado seguro», que es simplemente la teoría del mal menor con otro disfraz.
Después de todo, incluso si Trump fuera un fascista de pleno derecho —que no lo es— esto no sería motivo para apoyar al ala del “mal menor” de la clase dominante. En cambio, nuestra tarea sería fundamentalmente la misma que la actual: luchar sin descanso por la independencia política del movimiento obrero y explicar que solo la clase trabajadora puede detener la reacción, tomando el poder en sus manos.
En estas elecciones, abogamos por emitir un voto de protesta por uno de los candidatos de izquierda que se postulan independientemente de los dos partidos principales. Pero el principal trabajo que tenemos por delante no es votar ni obtener el voto: es construir las bases para una futura tendencia marxista de masas.
Sembrando semillas para el futuro
A todos los efectos, vivimos en la actualidad en un ciclo electoral casi constante. Tan pronto como terminan las elecciones de mitad de legislatura, comienza otra campaña presidencial de dos años. Se presiona a la «opinión pública» sin descanso para que acepte las dos opciones «permitidas». No se permiten otras opciones u opiniones en el debate. Esto se ve reforzado por el hecho de que prácticamente todos los líderes sindicales son políticos liberales. Aceptan todos los prejuicios políticos que acompañan a esa ideología sin cuestionarlos.
Ante esta presión colosal, como marxistas explicamos continua y pacientemente que la clase obrera necesita un partido propio. Incluso un partido pequeño que presentara candidatos para algunos cargos sería un paso adelante en la situación actual. Podría ayudar a romper el estancamiento y preparar el terreno para cosas más importantes y mejores, ganara o no las elecciones a corto plazo.
Esos autoproclamados socialistas que apoyan miopemente a Biden contra Trump o que se postulan como Demócratas solo nublan el tema vital de la independencia de clase y dan cobertura de izquierda a uno de los pilares institucionales del gobierno capitalista. Les pasará factura y perderán cualquier autoridad que puedan tener una vez que se revelen los verdaderos colores de Biden. Esta actitud cobarde y colaboracionista de clases conduce directamente al pantano, ¡no fuera de él!
Muchos más acontecimientos continuarán transformando la situación y la conciencia de la clase trabajadora. Al final, presentar candidatos socialistas independientes no parecerá una idea tan descabellada e irrazonable. Y, finalmente, empezarán a ganar apoyo sobre una base de principios de clase independiente.
Incluso si Trump pierde su cargo, es poco probable que desaparezca de la atención pública. Los Demócratas heredarían la crisis actual, que aún se encuentra en sus primeras etapas, y no podrían lograr mejoras significativas y duraderas en la vida de los trabajadores. Incluso si pudieran aferrarse a la presidencia en 2024, eventualmente, Trump o alguien incluso peor que él regresaría con más fuerza, y el círculo vicioso del mal se repetiría en un nivel aún más pernicioso.
Esto no es pesimismo, es la realidad casi inevitable que nos espera a menos y hasta que la clase trabajadora tenga éxito en la construcción de un partido socialista de masas propio. Afortunadamente para la humanidad, el potencial de un partido así nunca ha sido mayor, y su ascenso al poder podría llegar muy rápidamente en el contexto de la crisis actual. A medida que se acelera el descontento y el fermento de la sociedad, la Corriente Marxista Internacional (CMI) seguirá siendo una parte creciente e integral del debate sobre cómo y por qué un gobierno de los trabajadores debe llegar al poder, y los tipos de pasos que tal gobierno debería tomar para transformar verdaderamente la sociedad.
Estados Unidos es virtualmente el único país capitalista avanzado sin una alternativa política de masas obrera. La culpa de esto recae directamente en los líderes sindicales y personas como Bernie Sanders, que se han acomodado al poder y a las ideas de la clase dominante. A pesar de la capitulación ante las «circunstancias actuales» por parte de los líderes sindicales y de gran parte de la izquierda, confiamos en que un partido obrero de masas digno de ese nombre eventualmente emergerá. A raíz de la última traición de Bernie, el interés en una formación política a la izquierda de los Demócratas está creciendo, como lo ejemplifica el naciente «Movimiento por un Partido Popular», aunque muchos de sus partidarios no lo harán al votar con la “nariz tapada” contra Trump votando a Biden.
Cuando un partido obrero de masas irrumpa en escena, necesitará ideas marxistas para llevar a la clase trabajadora al socialismo genuino. Si no moviliza a los trabajadores para romper los límites artificiales impuestos por esta sociedad con fines de lucro, simplemente se limitará a gestionar la crisis de los capitalistas en el lugar de ellos. Esto desacreditaría profundamente la palabra «socialismo» y allanaría el camino para fuerzas reaccionarias aún más virulentas.
¡Solo el poder de la clase trabajadora puede detener a Trump, a Biden y al sistema que ambos representan!
Como parte de nuestro análisis científico de la decadencia de la sociedad burguesa y de sus instituciones, debemos seguir atentamente todos los recovecos de la política burguesa. Sin embargo, no debemos permitirnos quedar atrapados en las minucias o perder el bosque por los árboles. Sobre todo, debemos construir enérgica y laboriosamente las fuerzas del marxismo revolucionario para asegurarnos de que somos lo suficientemente grandes como para tener un impacto decisivo en el futuro partido de los trabajadores.
Como hemos visto, el sistema electoral burgués no puede detener a personas como Trump, al contrario, conduce directamente a estos monstruos. Pero los marxistas no nos limitamos a las “opciones” políticas y parámetros de lucha determinados por la burguesía. Nos basamos en el poder de la clase trabajadora y explicamos que, en última instancia, los trabajadores no necesitan esperar hasta noviembre de 2020 para deshacerse de Donald Trump.
El movimientoobrero organizado podría y debería movilizar su considerable fuerza para pararle los pies. Si los dirigentes sindicales se movilizaran por una huelga general a nivel nacional, esto detendría rápidamente a Trump y sus políticas en seco. Recordemos cómo se reabrió el gobierno en enero de 2019 después de la acción sindical de los controladores aéreos. Y a raíz del asesinato de George Floyd, las protestas de BLM enviaron a Trump corriendo al búnker de la Casa Blanca. ¡Imaginémonos lo que la clase trabajadora en general podrá lograr una vez que flexione completamente sus músculos!
La historia no desperdicia nada, y los trabajadores y la juventud están aprendiendo duras lecciones sobre los límites del reformismo y del capitalismo en su conjunto. La nueva generación se está viendo profundamente radicalizada por la experiencia de la vida bajo el capitalismo, y cada vez más extraen conclusiones socialistas revolucionarias. Ésta es precisamente la situación para la que la CMI se ha estado preparando durante décadas: debemos aprovechar enérgicamente la oportunidad con ambas manos para construir nuestras fuerzas. ¡Te invitamos a unirte a nosotros!