El 5 de diciembre puede marcar un punto de inflexión en el desarrollo de la lucha de clases en Francia. Los sindicatos de la RATP y la SNCF [Red de Transporte Público Parisino y la Sociedad Nacional de Ferrocarriles Franceses, NdT] han marcado este día como el punto de partida para una huelga indefinida. Sindicatos de otros sectores se están uniendo para fortalecer este movimiento, apelando también a la huelga indefinida.
Un llamamiento sindical no siempre es seguido por una huelga sólida cuando llega el momento. En los últimos 20 años, ha habido muchos «días de acción» y «huelgas interprofesionales», que de hecho sólo han conseguido llevar a la huelga a una pequeña minoría de trabajadores, e incluso a sólo una pequeña parte de los afiliados a sindicatos. La responsabilidad recae en los líderes de los sindicatos, cuyas convocatorias a la «huelga interprofesional» se han hecho de forma mecánica, sin preparación o sin un plan serio. Ha sido más una fórmula hueca que un verdadero eslogan. Los líderes sindicales no se han llegado a creer sus posibilidades de éxito, y los trabajadores aún menos. Esta repetición rutinaria de «huelgas interprofesionales» llevó a Nicolas Sarkozy a bromear en 2008: “Hoy, cuando hay una huelga en Francia, ya nadie se da cuenta».
Será bastante diferente el 5 de diciembre. Muchos sectores probablemente van a movilizarse. Como mínimo, se espera una huelga fuerte por parte de la SNCF y la RATP, cuyos trabajadores ya han expresado claramente su determinación para luchar, no con declaraciones, sino con otras huelgas anteriores: la del pasado 13 de septiembre por parte de la RATP, y las de las últimas semanas por los trabajadores de la SNCF.
El gobierno es consciente y teme la próxima acción. Pero es poco probable que para el 5 de diciembre haga concesiones significativas a estos trabajadores, con la esperanza de desactivar su movimiento. Macron ha intentado una pequeña maniobra al afirmar que, sobre el tema de las pensiones, las concesiones son posibles, pero las vagas declaraciones del jefe del Estado no parecen convencer a muchos. Macron no puede ir mucho más allá de estas afirmaciones, porque dar marcha atrás ante la amenaza de una huelga alentaría a otros sectores de la clase trabajadora a seguir su ejemplo. Un enfrentamiento el 5 de diciembre, y en los días siguientes, parece inevitable.
El gobierno y sus portavoces de los medios de comunicación han comenzado a cantarnos su vieja canción. Describen a los trabajadores ferroviarios como «privilegiados», quienes sólo defienden sus beneficios especiales. El objetivo es movilizar a la opinión pública contra los huelguistas que, al paralizar el transporte, «mantendrán al país como rehén», etc. Esta estrategia funciona a veces, cuando el gobierno ataca sólo a los trabajadores de este sector. Pero la contrarreforma de las pensiones concierne a todos los trabajadores, que por tanto tienen interés no sólo en apoyar la huelga, sino también en movilizarse.
Para centrar la atención de la gente en los supuestos privilegios especiales de los trabajadores de la SNCF, el gobierno está omitiendo elementos centrales de su reforma, como el sistema «basado en puntos», que es una fuente de preocupación para todos. Muchos trabajadores interpretan esta ambigüedad como una prueba de que se avecina algo nefasto. Una encuesta reciente señaló que la huelga del 5 de diciembre cuenta con el apoyo del 74 por ciento de los trabajadores y el 70 por ciento de los funcionarios.
El gobierno ataca a estos llamados trabajadores «privilegiados» en nombre de la «igualdad». Pero muchos entienden que el tipo de igualitarismo que el gobierno tiene en mente es ponernos a todos a pan y agua, junto con los trabajadores del ferrocarril. Si de privilegiados hay que hablar, refirámonos entonces a la minoría parásita de ricos que controlan la economía.
Indignación general
A pesar de todas sus maniobras, el gobierno está atrapado en el contenido de la reforma de las pensiones, que no perdonará a nadie. Además de eso, se enfrentan a una indignación social generalizada que se ha acumulado durante muchos años. Ha alcanzado niveles tales que una movilización excepcional de la juventud y la clase trabajadora es totalmente posible a corto plazo. Como resultado, hay mucho potencial para que el 5 de diciembre sea explosivo.
En los últimos 12 meses, la inestabilidad social ha aumentado en varios niveles. El movimiento de los chalecos amarillos marcó el espectacular despertar de las capas más explotadas y oprimidas de la población. Un movimiento de esta naturaleza y alcance no pasó inadvertido. Abrió una nueva fase en el curso de la lucha de clases. La ola repentina y masiva de frustración que estalló el 17 de noviembre de 2018 no ha disminuido, todavía pervive. Y se enriquece con la experiencia de una larga lucha. El llamamiento de los chalecos amarillos a una movilización el 5 de diciembre y la recepción favorable que ha recibido esta convocatoria entre la base sindical subraya el progreso realizado desde noviembre de 2018. La oposición ficticia entre los chalecos amarillos y rojos no se ve por ningún lado.
La movilización de médicos de emergencia y bomberos, entre otros, apunta en la misma dirección, al igual que el reciente suicidio del director de una escuela y el intento de suicidio de un estudiante. En ambos casos, estos actos apuntaban explícitamente a la política gubernamental. En respuesta, el gobierno se atrevió a declarar, a través de Gabriel Attal, que «poner fin a la propia vida nunca es un acto político». Tal cinismo sólo puede exacerbar la indignación de los maestros, estudiantes y todos aquellos que ya no soportan el desprecio del gobierno hacia la gente de a pie.
El gran éxito de la movilización contra la islamofobia el 10 de noviembre también debe registrarse como una expresión de la creciente combatividad de las masas. Por supuesto, los principales medios hicieron todo lo posible para desacreditar esta convocatoria, antes, durante y después. Pero nadie se sorprenderá de esto, ya que dichos medios de comunicación son en sí mismos los principales portavoces de la islamofobia. De hecho, el 10 de noviembre fue, sobre todo, una demostración de fortaleza y unidad de nuestra clase. Su mensaje fue claro: los llamados «debates» sobre el Islam no evitarán que la frustración social se exprese en forma de grandes luchas. Esta operación de distracción, realizada bajo la apariencia de secularismo, ha ido desde entonces perdiendo fuelle.
Finalmente, las diversas huelgas espontáneas que han surgido en la SNCF en las últimas semanas son una indicación muy clara de la actitud que prevalece en grandes sectores de la clase trabajadora. En un contexto de gran fermento social, el significado de tales huelgas no puede reducirse a las demandas de los trabajadores interesados. Estas huelgas indican un nivel de espíritu de lucha que necesariamente existe en otras áreas de nuestra clase. La prensa burguesa exclama con angustia: «Situación social explosiva en la SNCF». Es claramente así. Pero la situación social es explosiva mucho más allá de la SNCF. Es perfectamente posible que el 5 de diciembre y, los días posteriores, varios sectores decisivos se embarquen en una huelga sólida e indefinida. Entonces, la lucha de clases entraría en una fase completamente nueva, que abriría la posibilidad no sólo de enterrar la reforma de las pensiones, sino también de poner fin al gobierno de Macron.
El papel de los sindicatos
Todo lo anterior apunta a la posibilidad de un movimiento multitudinario. Pero la combatividad de los trabajadores sólo puede demostrarse en la lucha. Ya tenemos indicaciones específicas de la combatividad de ciertos sectores: SNCF, RATP, hospitales, bomberos… Para otros, es la lucha misma la que dará la respuesta.
No obstante, no debemos contentarnos con tales generalidades. Un elemento central de la lucha es el papel desempeñado por las organizaciones de nuestra clase, comenzando por los sindicatos y, en particular, por su dirección. La estrategia y el programa de los líderes sindicales pesan mucho en la balanza, ya que los trabajadores apenas pueden prescindir de sus sindicatos cuando participan en una lucha a gran escala.
Una vez más, tendrán que prescindir de la central sindical CFDT, cuyos líderes se han alineado detrás del gobierno. Es una traición lamentable, pero no cambia mucho la proporción de fuerzas sobre el terreno. Los líderes de la CFDT no tienen prácticamente ningún peso. Si la CGT lidera la lucha correctamente, encontrará reservas inagotables de apoyo en la clase trabajadora, incluso entre los trabajadores que se sienten «cercanos» a la CFDT. La CGT es el sindicato más poderoso y militante: de este sindicato, sobre todo, depende la conducción de la lucha por venir. Por lo tanto, es la política de la dirección de la CGT la que analizaremos aquí.
En los últimos tiempos, Philippe Martínez (CGT) ha insistido en que los trabajadores «decidirán por sí mismos» en sus puestos de trabajo si se unirán a la movilización del 5 de diciembre. Está empujando contra una puerta abierta. Por supuesto, los trabajadores no irán a la huelga contra su propia voluntad siguiendo el visto bueno de Martínez. Pero el papel del líder de la CGT debe ser hacer todo lo que esté a su alcance para convencer a los trabajadores de participar en la lucha, porque cuando se trata de «decidir por sí mismos» si van a participar, a pesar de los riesgos involucrados, mirarán a Martinez. Y si este último se contenta con invitarlos simplemente a «decidir por sí mismos», simplemente estaremos dando vueltas en círculos. El líder de la CGT debe presentar a todos los trabajadores una estrategia y un programa claro y combativos, en línea con la situación concreta del país. Debe dejar claro en qué condiciones podemos ganar y qué se puede ganar.
En lugar de repetir que «los trabajadores decidan por sí mismos» si se ponen en huelga, los líderes de la CGT deberían explicar lo siguiente: el gobierno abandonará la contrarreforma de las pensiones sólo si un movimiento de huelga indefinida se desarrolla más allá de la SNCF y la RATP. Si la huelga de los trabajadores ferroviarios y de los agentes de la RATP permanece aislada, el gobierno tendrá dos opciones: hacer concesiones a los sectores en huelga, solamente, o apostar por el agotamiento de la huelga, como lo hizo en 2018, movilizando a la «opinión pública» para ponerse contra ella. En ambos casos, el conjunto de la población perdería. Por otro lado, cuantos más sectores estén en huelga, menos podrá el gobierno participar en este tipo de maniobras. El movimiento de diciembre de 1995 así lo demostró.
El programa de lucha
Mientras rechaza la consigna de una «huelga general», Philippe Martínez pide una «generalización de las huelgas». Este tipo de sutilezas puede parecer trivial, pero se deriva del enfoque de «dejar que los trabajadores decidan por sí mismos». De todos modos, queda una pregunta: ¿en qué programa debería basarse el llamamiento a generalizar las huelgas?
Los líderes de la CGT están centrando el foco en la reforma de las pensiones. No hace falta decir que el rechazo de esta reforma debe ser uno de los objetivos de la movilización que tendrá lugar el 5 de diciembre. Pero es muy insuficiente. Por un lado, si el gobierno retrocede mañana, volverá a la ofensiva pasado mañana. Por otro lado, la reforma de las pensiones es sólo una de las reformas reaccionarias de este gobierno, entre muchas otras. Por ejemplo, la reforma del seguro de desempleo, que entró en vigencia el 1 de noviembre, representa una carnicería social. Según los cálculos de Unedic [el organismo de seguro al desempleo francés, NdT], 240.000 personas se verán privadas de los derechos de compensación; 424.000 recibirán un recorte del subsidio de aproximadamente un 20 por ciento, y 291.000 verán reducirse el período de cobro de su subsidio. Por lo tanto, ¿por qué no vincular la movilización del 5 de diciembre con la necesidad de derogar esta miserable reforma?
La misma pregunta surge con respecto a las dos «leyes laborales», la privatización de ADP (Aéroports de Paris), la introducción de un sistema de cupos para acceder a la universidad, los ataques al sector público y muchos otros ultrajes pasados y futuros. ¿Qué hay de las deficiencias en hospitales, hogares de ancianos, el servicio postal, el servicio de bomberos y las escuelas (entre otros)? ¿Y qué pasa con la creciente demanda en toda Francia, y en todos los sectores, de un sustancial aumento salarial?
En colaboración con otras organizaciones sindicales y políticas (Solidaires, Francia Insumisa, etc.), la dirección de la CGT debería poner todos estos temas en el centro de la movilización del 5 de diciembre, en forma de un programa claro y ofensivo (y no sólo defensivo). Esto no sería un obstáculo para la movilización. Por el contrario, en el contexto actual de una creciente combatividad de nuestra clase y de una oposición masiva a toda la política del gobierno, dicho programa sería una palanca poderosa para movilizar a amplios sectores de jóvenes y trabajadores.
Es obvio, por ejemplo, que los jóvenes se movilizarán más fácilmente en torno a demandas que van más allá del tema de las pensiones. Pero esto no es sólo cierto para la juventud. Cuando llegue el momento de «decidir» si arriesgarse a perder dinero haciendo huelga, muchos trabajadores estarán más dispuestos a luchar si los objetivos valen la pena.
Finalmente, no hace falta decir que el gobierno de Macron no aplicará las medidas progresivas de un programa defendido por la CGT. Por lo tanto, la aplicación de dicho programa presupone, como mínimo, la caída del gobierno de Macron. Esta perspectiva política debería coronar la convocatoria de movilización del 5 de diciembre. Una vez más, la movilización se vería fortalecida como resultado. No olvidemos que el objetivo de derribar a Macron ha resonado en todo el país, sábado tras sábado, desde el 17 de noviembre de 2018. Vinculado a las movilizaciones del 5 de diciembre, este objetivo traería a la lucha fuerzas nuevas, numerosas y potentes, dado el profundo rechazo que existe hacia Macron en toda Francia.
Al limitarse al objetivo de una «generalización de las huelgas» para forzar el abandono de la reforma de las pensiones, la CGT cae en una flagrante contradicción. De hecho, supongamos que se desarrollara un poderoso movimiento de huelgas indefinidas no sólo en la RATP y la SNCF, sino en otros sectores clave de la economía, como el servicio civil, el transporte por carretera y aéreo, Correos, la energía y los puertos. Toda la economía quedaría paralizada. El gobierno estaría de rodillas. Sobre la base de un equilibrio de poder tan favorable para los trabajadores, sería absurdo exigir sólo el abandono de la reforma de las pensiones. La caída del gobierno sería factible y, por lo tanto, estaría en el orden del día. Esto también plantearía la cuestión de que un gobierno de izquierda se hiciera cargo del programa de la CGT.
Esta perspectiva no es fantasiosa. Está determinada por la profunda crisis del capitalismo y, en consecuencia, por la determinación de los gobiernos burgueses de llevar a cabo sus políticas reaccionarias. En respuesta a los muchos ataques que ha enfrentado la clase trabajadora, ésta ya no puede contentarse con manifestaciones o ataques parciales, porque nada de esto está haciendo retroceder al gobierno. Se verá obligada a movilizarse en formas y niveles tales que la lucha contra la política del gobierno se convierta en una lucha por su derrocamiento y reemplazo por un gobierno «popular», es decir, un gobierno de los trabajadores. Esta es la dinámica que puede desarrollarse a partir del 5 de diciembre. Sólo esto nos permitirá enterrar la reforma de las pensiones, en el camino hacia un objetivo aún mayor.