El discurso pronunciado por Edouard Philippe, Primer Ministro francés, el pasado 11 de diciembre, puso fin a más de 18 meses de «conversaciones» y «consultas» con los líderes de los sindicatos. Cientos de horas de reuniones de negociación culminaron con este resultado esclarecedor: el gobierno presentó exactamente la misma reforma que habrían presentado de no haber tenido lugar ninguna de las «conversaciones» y «consultas».
Durante 18 meses, los líderes sindicales han desempeñado el papel que les asignó el gobierno en este circo de la llamada socialdemocracia. Su tarea ha sido engañar a la gente, convencer a los trabajadores de que el gobierno los está escuchando y se toman en cuenta sus preocupaciones, para llegar a un compromiso. En lugar de boicotear estas negociaciones y volverse hacia los trabajadores para prepararse para una lucha masiva, los líderes sindicales han aceptado el juego. Philippe Martínez (Secretario General de la CGT) ha declarado ahora que «el gobierno ha ridiculizado al pueblo». Pero es, sobre todo, el propio Martínez quien está siendo ridiculizado: después de 23 reuniones de consulta, el gobierno lo acusa de «no querer hablar». ¿Pero quiénes son los responsables? ¿El gobierno, por organizar esta farsa y defender los intereses de la clase dominante? ¿O el jefe de la CGT, por aceptar ser cómplice?
El mensaje de Edouard Philippe fue muy claro: el gobierno está decidido a no hacer ninguna concesión. Detrás de las palabras amables, hay un objetivo de desmoralizar a la otra parte, convencer a los trabajadores en huelga de que sus esfuerzos y sacrificios han sido en vano, que es mejor rendirse rápidamente. Por supuesto, hay un elemento de arrogancia en la actitud de Philippe. En diciembre de 1995, Alain Juppé hizo una demostración similar de firmeza y bravata, unos días antes de capitular.
Sin embargo, esto no significa que debamos subestimar la determinación del gobierno. Lo que está en juego para Macron es su credibilidad política, especialmente ante las capas más reaccionarias del electorado, a quien está cortejando con la vista puesta en las elecciones de 2022. Lo más importante es que esta reforma de pensiones es un problema importante para el gran empresariado francés. Además de suponer un ahorro presupuestario a costa de la clase trabajadora, está destinada a desarrollar el mercado de pensiones privadas (potencialmente enorme). La determinación de la clase dominante y del gobierno, que la protege, refleja la magnitud de estos objetivos.
Por lo tanto, Macron solo retrocederá si la ola de huelgas indefinidas se extiende sin parar a más sectores de la economía; es decir, solo si el gobierno comienza a temer que la lucha de masas pueda volverse incontrolable y orientarse hacia una huelga general ilimitada, en otras palabras, hacia una crisis revolucionaria. Esta es la perspectiva que los líderes sindicales y los partidos de izquierda deberían explicar a los jóvenes y los trabajadores. Y sin embargo, es exactamente lo que no están diciendo. Esto es extremadamente perjudicial para el movimiento, porque los trabajadores, ya sea que estén en huelga o no, necesitan saber a dónde va el movimiento y cuáles son las condiciones para la victoria.
Se necesitan perspectivas claras y un plan concreto para movilizarse. En lugar de esto, tenemos vagos llamamientos a «continuar y fortalecer la huelga, incluida la huelga indefinida allá donde los trabajadores lo hayan decidido» (comunicado de la CGT, 11 de diciembre). En lugar de explicar el nivel necesario de movilización y crear un plan concreto para llegar a ese nivel, los líderes sindicales decidieron dejarlo en manos de los trabajadores … quienes sin duda notarán la indecisión y pasividad de sus propios líderes.
La otra gran debilidad de estos líderes es el programa que están presentando, o más bien, la falta del mismo. Los líderes de los sindicatos que se han movilizado desde el 5 de diciembre, al igual que los líderes de los partidos de izquierda, están limitando los objetivos del movimiento al fin de la reforma de las pensiones. Este es un grave error y un obstáculo importante para la expansión de las huelgas indefinidas. Los trabajadores no emprenden huelgas indefinidas a la ligera: son conscientes de los sacrificios y los graves riesgos que plantean (pérdida de salarios, sanciones laborales, etc.). Solo saldrán a la huelga si sienten que vale la pena correr el riesgo. El gobierno –al menos por ahora– se ha salvado de los trabajadores de más edad que están a punto de jubilarse. En cuanto a los trabajadores más jóvenes, dudan en movilizarse contra un ataque cuyos efectos no sentirán de inmediato, dado que tienen muchos otros problemas importantes e inmediatos. Además, muchos trabajadores creen que, incluso si lograran derrotar esta reforma atroz hoy, un nuevo gobierno igualmente reaccionario intentará aplicarla en el futuro.
En el contexto de una profunda crisis del capitalismo y el declive social generalizado, los trabajadores entienden que luchar contra una u otra reforma no será suficiente para resolver sus problemas. Para que las nuevas capas se unan a la lucha, el movimiento debe armarse de un programa que vaya a la ofensiva y, en lugar de simplemente defender las conquistas pasadas, exigir un aumento rápido y significativo de los niveles de vida de toda la clase trabajadora. Esto incluiría aumentos salariales, inversión en servicios públicos, contratación masiva de trabajadores del sector público, derogación de la ley laboral, construcción de viviendas sociales a gran escala y, naturalmente, eliminación de la reforma de pensiones y aumento de las pensiones, así como la reducción de la edad de jubilación.
Finalmente, dado que está claro que Macron nunca aplicará dicho programa, derrocar a su gobierno debería encabezar la lista de demandas del movimiento actual. Este gobierno debe ser reemplazado por un gobierno de los trabajadores, uno que rompa el control de la clase capitalista sobre la economía.
No podemos afirmar que tal estrategia y tal programa tengan un éxito asegurado. No hay forma de conocer el estado de ánimo de las masas, excepto a través del curso de la propia lucha. Pero lo que está claro es que la estrategia y el «programa» de los líderes sindicales (y de los partidos de izquierda) constituyen un serio obstáculo para la movilización de las masas en esta huelga. El tiempo corre. Los trabajadores ferroviarios, los maestros y los trabajadores de la refinería no pueden mantenerse en pie indefinidamente. O se unen rápidamente a ellos otros sectores y, a gran escala, o el gobierno ganará esta lucha.