La violencia machista es una lacra de este sistema que se ceba fundamentalmente en las mujeres de la clase trabajadora y en situación económica más vulnerable. Se sostiene en el factor cultural y moral del patriarcado, inherente a toda sociedad dividida en clases sociales, que otorga al “hombre” una preeminencia sobre la “mujer”. Esto se ve agravado en el sistema capitalista, donde el derecho de propiedad alcanza su máximo valor moral, y se extiende a la vida familiar y conyugal donde la mujer pasa ser considerada como “propiedad” del hombre.
La violencia machista es una lacra de este sistema que se ceba fundamentalmente en las mujeres de la clase trabajadora y en situación económica más vulnerable. Se sostiene en el factor cultural y moral del patriarcado, inherente a toda sociedad dividida en clases sociales, que otorga al “hombre” una preeminencia sobre la “mujer”. Esto se ve agravado en el sistema capitalista, donde el derecho de propiedad alcanza su máximo valor moral, y se extiende a la vida familiar y conyugal donde la mujer pasa ser considerada como “propiedad” del hombre.
Todo hecho de violencia machista es un acto bárbaro y cobarde, reflejo consciente o inconsciente de un desprecio a la dignidad del ser humano, sobre el que se ejerce una violencia abusando de la fuerza física o del sentimiento de “superioridad” moral que otorga esta sociedad patriarcal.
Sin embargo, repudiamos la indignación hipócrita y criminal de aquéllos que condenan de palabra la violencia machista mientras que avalan la violencia sobre el conjunto de los seres humanos a través de la explotación laboral, los despidos, los desahucios, los recortes en el gasto social, o en el acoso a los inmigrantes. Son los mismos que apoyan y promueven guerras imperialistas que asesinan a miles de personas en interés del estilo de vida “occidental”; es decir, en interés de los bancos y multinacionales. Toda esta gente se sitúa en las clases sociales acomodadas, sean hombres o mujeres. En esto, están todos juntos; se llamen Obama, Rajoy, Ángela Merkel, Esperanza Aguirre o Felipe González.
Sin duda, una sociedad sustentada en la violencia y la barbarie cotidiana replica sus peores lacras en el seno de la familia. Las presiones colosales que sufren muchos individuos en el ámbito laboral, en sus condiciones de vida precarias, se descargan sobre las mujeres de su entorno, demasiadas veces, con las consecuencias más fatales. Esta situación se agrava cuando se convive con las demás lacras sociales como la drogadicción, la miseria extrema y la marginación social.
El Estado se muestra completamente ineficiente para aminorar esta situación. Muchas veces son los jueces o la policía quienes desoyen las denuncias y quejas de las víctimas por sus prejuicios machistas y despectivos hacia las mujeres de clase trabajadora, inmigrantes, o de bajos recursos. La mujer que denuncia la violencia machista carece muchas veces de sostén psicológico y se enfrenta en soledad a la incertidumbre de sus condiciones de vida, sin vivienda propia, a veces sin un trabajo que le permita una independencia económica, o abrumada por el miedo ante el destino de sus hijos.
Toda mujer víctima de maltrato físico y psicológico, sin independencia económica ni habitacional, debe tener garantizado por parte del Estado una vivienda y un puesto de trabajo remunerado de manera digna, con un complemento en el caso de hijos a su cargo, con plena atención en materia educativa, de salud, etc. O un subsidio indefinido a cargo del Estado hasta que encuentre un puesto de trabajo digno. El agresor, además de ser alejado del entorno familiar, debe ser atendido en centros de rehabilitación psicológica públicos de calidad y con profesionales bien preparados. Las leyes aprobadas por los sucesivos gobiernos son papel mojado que no han servido para cambiar drásticamente una situación que sólo puede variar con un aumento significativo de los recursos públicos para atender las necesidades que mencionamos y que los gobiernos de la derecha y del ajuste jamás aceptarán.
Terminar con la violencia machista es una parte indisoluble de la lucha por terminar con la violencia social y la moralidad de clase producida por el sistema capitalista. Restituir el papel moral de la mujer a su auténtica altura pasa, en primer lugar, por tener garantizada la completa independencia económica. Tampoco se puede luchar contra la opresión general de la mujer sin reducir a su mínima expresión las llamadas “tareas del hogar” en el seno familiar. Esas tareas pesadas, rutinarias y embrutecedoras que desgastan física y moralmente, afectan mayormente a las mujeres de la clase trabajadora.
La única manera de liberar a la mujer trabajadora de estas tareas familiares pasa por socializar y transferir las mismas a la comunidad, como se ha hecho, en general, con la educación, la atención sanitaria, el transporte (público), etc.
Una sociedad verdaderamente preocupada por la liberación de la mujer proveería de guarderías y jardines de infantes suficientes y bien dotados, en cada centro de trabajo y barrio; así como centros de ocio y culturales municipales para preadolescentes y adolescentes en los barrios; establecería grandes lavanderías públicas en cada calle; y comedores públicos en cada centro de trabajo, barrio, escuela y universidad, donde se ofrecería una comida sana y variada. Y todo ello a precio de coste. Esto no puede ser competencia del sector privado, que sólo busca el lucro a costa de esquilmar los bolsillos de las familias trabajadoras, y que nos expone a servicios deficientes. Debe ser una competencia de los ayuntamientos, comunidades autónomas y del Estado central. Por supuesto, los gobiernos actuales y los grandes empresarios no quieren ni oír hablar de esto, rechazan claramente que el dinero público se destine a estas “menudencias”, porque para ellos es un despilfarro, no les genera ganancias. Por eso la derecha y los grandes empresarios son los más interesados en mantener esclavizadas a la mujer en las “tareas del hogar”, sean trabajadoras o “amas de casa”. También hay una razón política y social que refuerza el interés de la clase dominante en el trabajo doméstico de la mujer trabajadora. Cargar sobre la unidad familiar toda la presión del sistema: alimentación, limpieza, cuidado de los hijos, cuidado de los mayores, entre otras, es una manera de levantar obstáculos poderosos que dificultan la lucha, la organización, la participación política y vecinal y el desarrollo cultural de las familias obreras.
Es por todo ello que la verdadera lucha por la liberación de la mujer y contra la violencia machista, para que sea profunda y verdadera, debe formar parte de una lucha anticapitalista y socialista. Una lucha que debe empalmar con la eliminación del poder de la clase capitalista, con la expropiación de la banca, las grandes empresas y latifundios, bajo el control democrático de los trabajadores, a fin de planificar democráticamente la economía y resolver los acuciantes problemas sociales y culturales. Esta será la única manera de poner las bases de una sociedad auténticamente humana que barra, junto con la propiedad de los grandes medios de producción en manos de un puñado de parásitos, esa reliquia de un pasado bárbaro como es la sociedad patriarcal.
¡Únete a nuestra lucha!