Por Adam Zeinedín
El gobierno libanés ha dimitido bajo la presión de las masas. Este es un logro inspirador, pero la revolución no debe detenerse aquí, debe tomar el poder en sus propias manos.
El 10 de agosto, Hassan Diab dio su discurso de renuncia en el que se lamentó por el sistema político corrupto y criminal y habló de su deseo de estar del lado del pueblo. Continuó, hablando largamente sobre las drásticas reformas que había intentado lograr y finalmente, concluyó diciendo tres veces, «Que Dios proteja al Líbano».
El Líbano ciertamente necesita protección pero de la clase dirigente que lo está destruyendo. La renuncia del primer ministro es el resultado de un valiente movimiento de masas en la capital Beirut. En una muestra de fuerza impresionante, miles han marchado por las calles durante tres días consecutivos. Aún enfrentándose a las balas de goma y gases lacrimógenos, las masas no se desalentaron. De hecho, el movimiento sólo se reforzó frente a tal represión. Débil y más dividido que nunca, el gobierno del Líbano rápidamente declaró que dimitiría.
Esta es una gran victoria y muestra el poder del movimiento de masas. En menos de un año, las masas libanesas han derribado no uno sino dos gobiernos corruptos, sin embargo, es importante que el movimiento no se duerma en sus laureles, sino que pueda absorber las lecciones del último año de protestas. No debemos olvidar que Hassan Diab fue nombrado Primer Ministro con la promesa de reformar el Líbano, lo cual resultó ser una promesa vacía. Al contrario, las condiciones de los trabajadores en el Líbano han empeorado dramáticamente. La gota que comó el vaso fue la explosión en Beirut, que devastó la capital y dejó a más de 300.000 personas sin hogar. Esta renuncia deja al pueblo libanés en una situación similar a la del año pasado, cuando el gobierno de Hariri abdicó.
Ha quedado claro que no basta con derrocar al gobierno, hay que hacer algo más.
Hassan Diab: un legado de fracaso
En el período previo a la formación del gobierno de Hassan Diab, hubo mucha discusión en el movimiento sobre la necesidad de un «gobierno tecnocrático», en ese momento, explicamos que esto no sería una solución. Es un sueño utópico pensar que se pueden encontrar administradores estatales neutros e imparciales en un sistema corrupto, que puedan conceder justicia a las masas. Sólo basta con mirar la trayectoria del gobierno de Hassan Diab, que estaba lleno de tecnócratas considerados profesionales e independientes de la conjetura política, para demostrarlo.
El historial político de este gobierno se puede observar fácilmente, precisamente porque no ha cambiado nada. Hassan Diab se jactó, después de los primeros 100 días de su administración, de que se habían logrado muchos cambios. El gobierno aprobó una legislación anticorrupción, incluyendo una auditoría del Banco Central, que ayudaría a eliminar la corrupción y a situar al Líbano en el camino de la recuperación económica y que daría confianza a los inversores extranjeros para que invirtieran en la economía libanesa. Sin embargo, esa legislación no logró nada en la práctica. Fue bloqueada en el parlamento, y las pequeñas disposiciones que sí se aprobaron, no fueron aplicadas por funcionarios corruptos. A su vez, la clase dirigente del Líbano ha utilizado todas las medidas a su disposición para bloquear las reformas necesarias.
Esto no debería sorprender ya que muchos de los propios tecnócratas estaban en realidad vinculados al régimen político y no tenían voluntad alguna de luchar abiertamente contra los poderes establecidos. Diab era un aliado de Hezbollah, que apoyaba al gobierno. El presidente Michel Aoun también se mantuvo firme en el gobierno, por lo tanto pedirle a este gobierno que reforme el sistema es como pedirle a un leopardo que se quiete sus manchas. Son los mismos ladrones y criminales que se benefician, y siguen beneficiándose, de la corrupción que ha azotado al Líbano. En otras palabras, son la misma clase dirigente.
Mientras Diab y sus amigos en el poder disfrutaban de sus puestos, las masas seguían muriendo de hambre. Es evidente por qué el movimiento en curso se ha llamado «la revolución de los hambrientos», ya que el país se dirige hacia una hambruna en los próximos meses. A pesar de las dificultades, el movimiento continuó con protestas esporádicas durante el mandato del gobierno de Diab. Tras la explosión de Beirut, el movimiento renació con miles y miles de personas en las calles, se ha renovado y ha enfatizado la consigna: «Todos ellos significa: todos ellos», lo que es fundamentalmente correcto. Aquí está la respuesta a los problemas del Líbano: el problema en el Líbano no es este o aquel político, sino todo el sistema corrupto y la clase dirigente que se beneficia de él. Los tecnócratas no son la respuesta, y el gobierno de Diab lo ha demostrado.
La revolución debe continuar
Aunque la mayoría de la gente celebra el derrocamiento de este gobierno, Hassan Diab no ha dejado el cargo todavía. Permanecerá por un tiempo en un gobierno «provisional», que supervisará las negociaciones entre las diferentes facciones gobernantes. Estas negociaciones llevarán meses o más, y sin duda resultarán en un barajeo de las mismas cartas y la creación de un «nuevo» gobierno. Este gobierno estará formado por la misma clase dirigente que ha llevado al Líbano a este impasse, y sin duda será tan impotente como el gobierno de Hassan Diab antes de él.
Algunos miembros de la clase dirigente han aprovechado esta oportunidad para revivir las sugerencias de que, cualquiera que sea el gobierno que se forme, debe ser uno que sea capaz de negociar con el FMI. Los partidos derrocados por la revolución de octubre del año pasado ya se están posicionando para volver al poder. Frente a una hambruna, un colapso económico virtual, y una devaluación masiva de la moneda, muchos están poniendo sus esperanzas en el FMI para un rescate de la economía. Sin embargo, el FMI ha sido muy claro en que no llevará a cabo tal rescate sin grandes reformas. Este lenguaje codificado no es difícil de descifrar, ya que requerirá grandes recortes en la vida de los trabajadores. En otras palabras, la clase dirigente en el Líbano puede seguir dirigiendo el país mientras las masas libanesas pagan la crisis. Todo bajo la mirada responsable del FMI, por supuesto. Esto no resolvería la pobreza y el hambre a que se enfrenta el Líbano.
Pero existe otro camino. La solución a los problemas del Líbano no es confiar en el FMI ni en la clase dominante existente, sino en que la revolución tome el poder en sus manos. Las masas en el Líbano han llevado una larga y valiente lucha, han resistido los intentos de división y han derribado múltiples gobiernos. Ahora, no sólo deben derribar este gobierno, sino reemplazarlo. La revolución debe involucrar a todos los sectores de los trabajadores y los pobres, por encima de las divisiones sectarias, y comenzar a dirigir la sociedad en sí. Bajo una economía planificada democráticamente, controlada por los trabajadores, el Líbano puede utilizar los recursos de la clase dirigente para reconstruir Beirut. La riqueza de los millonarios y multimillonarios del Líbano, fortunas construidas a través de la corrupción, debería ser tomada por este nuevo gobierno obrero y utilizada para reconstruir el Líbano por completo. Sólo de esta manera el Líbano podrá salir del impasse y acabar con la corrupción de forma permanente.