¿Qué es el fascismo? ¿Es una amenaza inminente hoy?

La elección de Donald Trump en Estados Unidos y el auge de Marine Le Pen en las elecciones presidenciales francesas han sido, naturalmente, recibidas con alarma por millones de personas en todo el mundo. Algunos incluso, han advertido de un nuevo auge del fascismo. Como marxistas, creemos que es importante no sustituir un análisis serio por el alarmismo y la exageración. En este artículo, Rob Sewell –editor de Socialist Appeal– pregunta: ¿Qué es el fascismo? y ¿es una amenaza inminente hoy?

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Con la victoria de Trump en Estados Unidos y el auge de Le Pen y el Frente Nacional (FN) en Francia, junto con el surgimiento de otros partidos de derecha en Europa, se ha vuelto común en los círculos liberales y radicales describir a estos individuos y movimientos como fascistas. Incluso algunos grupos de izquierda han adoptado esta descripción. Por ejemplo, el periódico del Socialist Workers Party (SWP) declara a Le Pen como «fascista» y describió su entrada en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas en el sentido de que «los fascistas estaban en auge». El SWP ha creado una plataforma, Unidos Contra el Fascismo (United Against Fascism), que ha convocado protestas con las principales consignas, «¡No a Le Pen! ¡No al regreso del fascismo en Europa!”.

Esta histeria sobre el inmediato «ascenso del fascismo» es tremendamente alarmista y malinterpreta completamente la situación real a que nos enfrentamos. Este pánico inducido es un sello de los grupos liberales y sectarios, que ven el espectro del fascismo en cada esquina. Ellos lanzan palabras como «fascista» como un insulto o mala palabra contra toda clase de políticos reaccionarios, en lugar de ofrecer una valoración sobria de la situación.

El Frente Nacional, antiinmigrante y racista, en Francia es ciertamente una organización reaccionaria. Pero en su perspectiva y enfoque, está ahora más en línea con otros partidos tradicionales de la derecha. De hecho, cuanto más se acerca al poder, más «respetable» se vuelve. Marine Le Pen incluso expulsó a su propio padre y fundador del FN por comentarios antisemitas con el fin de hacer el partido más elegible. Ella trata de sonar tan corriente como sea posible, incluso hasta el punto de robar líneas de un discurso del derrotado candidato de centro derecha François Fillon en un intento de atraer a sus votantes.

El FN ciertamente no está basado en los auténticos partidos fascistas de Hitler y Mussolini de los años treinta.

Algunos pueden argumentar que partidos como el FN son, sin embargo, reaccionarios y que no debemos ser demasiado pedantes. Sin embargo, los marxistas somos socialistas científicos que entendemos que cualquier cura exitosa de una enfermedad depende de un diagnóstico preciso. No hablamos de palabras como «fascistas» como simples términos de injuria. Para combatir al fascismo, primero es necesario comprenderlo. Por lo tanto, es importante atravesar la espesa niebla de la confusión y estupidez que caracteriza el pensamiento de las sectas, de los reformistas de izquierda y de los radicales de clase media sobre esta cuestión.

Reconocemos la inmundicia reaccionaria esparcida por el Frente Nacional y otras organizaciones racistas de este tipo. Sabemos que este veneno representa una amenaza siniestra para la clase obrera, que busca sembrar divisiones en el movimiento obrero. El aumento del número de ataques contra inmigrantes es también un problema grave. Sin embargo, necesitamos diferenciar entre el fascismo, que representa una escala de ataque cualitativamente diferente -la destrucción total de los derechos de los trabajadores, sus organizaciones y la esclavitud de la clase obrera- y otras formas de reacción.

Debemos aprender a distinguir uno de otro para poder combatirlo mejor.

Aprender de la historia

Todos conocemos el cuento del pastorcito mentiroso. Aquellos que gritan «fascismo» a cada paso están cometiendo el mismo error. Esta fue precisamente la equivocación del Partido Comunista Alemán a finales de la década de 1920, que describía a cada partido capitalista como «fascista», sin hacer distinción entre ellos. Más extraordinariamente, aplicaron esta etiqueta a las organizaciones obreras reformistas, llamándolas “social fascistas». Esta política fatal causó la máxima confusión en el movimiento obrero alemán, dividiendo trágicamente a la clase obrera alemana, que fue entregada abatida ante el monstruo de Hitler.

Nuestra tarea como marxistas es aprender de la historia, especialmente de sus errores, y no perder la cabeza con cada giro y vuelta de los acontecimientos. También tenemos que reconocer, así como analizar, las diferencias cualitativas entre hoy y los años treinta, especialmente el cambio en el equilibrio de las fuerzas de clase.

El primer análisis marxista real del fascismo fue hecho por León Trotsky, no en retrospectiva, sino durante el ascenso del propio fascismo en Europa. Consideraba al fascismo no simplemente como una reacción capitalista, sino como una forma especial, «la esencia destilada del imperialismo», que amenazaba la existencia misma de las organizaciones obreras.

Crisis de los partidos tradicionales

Por supuesto, esto no significa que ignoremos el surgimiento de partidos racistas de derecha, producto del desmoronamiento del viejo orden liberal. Esto, a su vez, es el producto de los efectos de la crisis capitalista, que ha puesto todo de cabeza. Esta crisis del sistema capitalista también significa una crisis de los partidos tradicionales, incluidos los partidos socialdemócratas, que aceptan completamente la economía de mercado.

Por lo tanto, el viejo consenso ha sido destruido. La clase dominante ya no puede gobernar de la vieja manera. Cuanto más profunda es la crisis, más se ven obligados a atacar sin piedad a la clase obrera y eliminar los logros del pasado. El sistema capitalista ya no puede permitirse tales «lujos» como una salud decente, educación, pensiones y el bienestar de la clase trabajadora y de sus familias. Esto, a su vez, provoca resentimiento y rabia contra el orden capitalista. Esto explica el surgimiento del llamado “populismo».

El Estado capitalista

La máquina del Estado capitalista, al despojarse de sus rasgos no esenciales, puede ser reducida, en palabras de Engels, a un «cuerpo de hombres armados». Incluso en su forma más democrática, la democracia parlamentaria, el Estado sigue teniendo su fuerza policial, ejército, jueces, guardiacárceles, y la burocracia para salvaguardar el poder de la clase dominante. En otras palabras, la democracia capitalista es realmente sólo la dictadura disfrazada de los bancos y los monopolios. Para ellos, este método de gobierno de clase es la forma más estable del Estado burgués. Mientras puedan seguir gobernando por estos medios, la clase dominante no tiene necesidad de recurrir al fascismo ni a la dictadura abierta.

En tiempos de crisis aguda, sin embargo, esto no siempre es una opción viable. Bajo tales circunstancias, donde los políticos capitalistas son demasiado débiles y están desacreditados para gobernar con los viejos métodos, y donde la clase obrera no está preparada para tomar el poder, el Estado puede asumir grandes poderes y los «cuerpos de hombres armados» puede erigirse por encima de las clases. Las escisiones y las divisiones se abren en la clase dominante mientras pelean sobre cómo proceder. Sólo un partido revolucionario puede poner fin a este estancamiento y ofrecer un camino a seguir. Sin embargo, si las organizaciones obreras no están a la altura de la tarea, la iniciativa puede recaer en un partido de «ley y orden», equilibrándose entre las clases y levantándose como un árbitro independiente. Marx describió esto como el «gobierno de la espada». La tarea principal de tal régimen es defender las relaciones de propiedad capitalistas existentes, mientras que toma una rebanada del botín para sí mismo.

Este régimen es lo que los marxistas llamamos bonapartismo, o dictadura policíaco- militar, después de la experiencia del dictador Napoleón Bonaparte. El «Bonaparte» se equilibra entre las diferentes clases y grupos, haciéndolos jugar uno contra el otro pero siempre del lado de la propiedad privada. Ha habido muchas de estas juntas militares en diferentes épocas y diferentes países a lo largo del siglo XX, desde Grecia en los años sesenta y Chile y Argentina en los años 70, así como en los últimos años de la España de Franco y el Portugal de Salazar hasta su derrocamiento.

El bonapartismo es producto de una inestabilidad total y refleja una crisis insoluble dentro de la sociedad. Sin embargo, incluso el bonapartismo puede resultar insuficiente para resolver el problema. Puede mantener la tapa cerrada sobre las cosas por un tiempo, pero tarde o temprano se agota.

Un ariete humano

En la época del siglo XX de guerras y revoluciones mundiales, el capitalismo dio lugar a nuevas formas de reacción, más despiadadas y aterradoras que antes. La decadencia del sistema capitalista dio lugar a bandas armadas de matones para contrarrestar a la clase obrera, intimidar y asesinar a sus representantes, destruir sus organizaciones y socavar su resolución. Las Centurias Negras en Rusia y los Freikorps en Alemania eran ejemplos de tales órganos auxiliares de la represión estatal. Sin embargo, incluso estas bandas contrarrevolucionarias, que empleaban un terrorismo despiadado, no eran lo suficientemente fuertes como para aplastar por completo a las organizaciones de trabajadores. Esto requería algo especial; requería un movimiento fascista de masas.

Ninguna clase dominante en la historia se ha andado con tapujos para actuar despiadadamente para defender su poder y sus privilegios.

Por ejemplo, se llegó a un punto en la crisis europea entre las dos guerras mundiales que la propia existencia de las organizaciones obreras se consideraba incompatible con la existencia del capitalismo. Los sindicatos y los partidos obreros fueron considerados como un obstáculo para la esclavización de la clase obrera. La resolución de este problema por los patrones no podía hacerse con leyes ni decretos desde arriba.

Esta tarea requería los servicios del fascismo, un movimiento masivo de reacción, basado en una clase media frenética y en lo que Marx llamó el lumpen proletariado, los elementos más pisoteados, desorganizados y atrasados ​​de la clase obrera, dispuestos en palabras de Trotsky para «creer en los milagros». Su sistema de informantes y espías penetra en cada vivienda, institución y escuela. Su base de masas le permite penetrar mucho más en el tejido de la sociedad que cualquier régimen policíaco-militar. Este es el rasgo más distintivo de un movimiento de masas de la contrarrevolución. A diferencia de un Estado policíaco-militar, que carece de una base social de masas, el fascismo destruye todos los vestigios de los derechos y de organización democrática y atomiza a la clase obrera.

Las bandas fascistas son reclutadas de la escoria de la sociedad, arruinadas por el capitalismo, los campesinos esquilmados por los bancos y los monopolios, los elementos más desmoralizados de los desempleados crónicos, desclasados y criminales, buscando desesperadamente una salida a su miseria. Esta basura humana se alimenta con demagogia y veneno contra los codiciosos banqueros y las organizaciones obreras. Proporciona las tropas de choque de la contrarrevolución.

El Fascismo en el poder

El fascismo triunfó por primera vez en Italia, donde las bandas de asesinos organizados por Mussolini, armados y financiados por los capitalistas, se vengaron de las ocupaciones de fábricas revolucionarias en 1920. Paso a paso, atentaron y asesinaron hasta llegar al poder. En Alemania, después de la traición de la ola revolucionaria de 1918 a 1923, los fascistas fueron utilizados para aterrorizar a los trabajadores. Finalmente, a medida que la crisis llegaba a su punto máximo, el capital financiero invirtió recursos enormes en el movimiento de Hitler. Habían llegado a la conclusión de que sólo la destrucción del poderoso movimiento obrero alemán resolvería la situación a su favor. Con la plena conformidad del Estado burgués, desencadenaron la contrarrevolución fascista, que condujo a la victoria de Hitler en 1933. La burguesía había entregado el poder estatal a manos de bandoleros y bandidos fascistas.

Los regímenes fascistas de Hitler, Mussolini y Franco en España destruyeron toda oposición visible al dominio del capital. Toda resistencia se rompió. Sin embargo, tan pronto como el fascismo es victorioso, el Estado traiciona a su base social y degenera en un régimen bonapartista, apoyado por la inercia que sigue a la catástrofe. La clase dominante es expropiada políticamente, perdiendo el control sobre su Estado. Este es un gran precio a pagar por salvar el capitalismo. Por eso, al emplear la reacción, la burguesía prefiere el dominio de los generales más que de los fascistas. Los generales son más confiables, vinculados a la clase dominante por el matrimonio, la educación, las conexiones sociales, los bancos y los monopolios.

Hoy en día, en comparación con el período anterior a la guerra, la clase obrera es mil veces más fuerte. El equilibrio de fuerzas de las clases está aplastantemente a su favor. El campesinado se ha reducido a una pequeña proporción en la mayoría de los países, si no se ha eliminado por completo. Los profesionales de clase media, como los funcionarios públicos, los empleados de los bancos y los profesores, se han proletarizado cada vez más. Los estudiantes, que tenían una simpatía abrumadora hacia el fascismo en el período anterior a la guerra, están hoy firmemente del lado de la clase obrera y miran hacia la izquierda. Esto significa que las reservas sociales clásicas del fascismo han sido completamente socavadas por la misma marcha del capitalismo. Cualquier intento de los burgueses incluso de organizar un estado policíaco-militar se enfrentaría hoy a huelgas generales y a una guerra civil, en la que no estarían seguros de ganar.

La clase dominante también se quemó las manos con Hitler y los fascistas y no estaría dispuesta a repetir la experiencia. Y, como consecuencia, perdieron la mitad de Alemania con la URSS.

Le Pen y el Frente Nacional

Los partidos anti-inmigrantes de derecha ciertamente han aumentado en Europa, pero esto no puede compararse con el auge del fascismo de los años treinta. Lejos de esto. Incluso si estos partidos de derecha lograran llegar al poder, actuarían como cualquier partido burgués tradicional. La clase obrera ciertamente no está derrotada y se resistirá a cualquier movimiento en esta dirección.

De hecho, un gobierno de Le Pen, si alguna vez llegara al poder, no sería capaz de resolver los problemas y perdería apoyo muy rápidamente. No estabilizaría la situación del capitalismo francés, sino que, por el contrario, lo desestabilizaría, llevando a los trabajadores y jóvenes a la calle. Habría posibilidades de una explosión social como en mayo de 1968. Es por eso que las grandes empresas no apoyan al FN, a pesar de que sus partidos tradicionales están en crisis.

En cualquier caso no sólo hay desplazamientos hacia la derecha, sino que también los hay hacia la izquierda, como se ha visto con el apoyo a Mélenchón. El apoyo al Frente Nacional también ha venido de algunos trabajadores desilusionados, repetidamente traicionados por los dirigentes del Partido Socialista. Pero este apoyo a Le Pen tiene sólo la profundidad de la piel. Estos trabajadores desilusionados podrían ser fácilmente ganados a una posición revolucionaria en el futuro.

Basta de alarmismo

Las verdaderas organizaciones fascistas que existen se han reducido a pequeñas sectas, aparte de Grecia, donde el fascista Amanecer Dorado tiene cierta base de apoyo. Incluso aquí, la clase capitalista griega no está interesada en sus servicios y ha colocado a sus líderes en la cárcel. Por supuesto, estos «demócratas» no dudarían en dar rienda suelta a estas bandas contra las organizaciones obreras, o usar al asesinato y al matón, para defender su gobierno si llegara el momento. Pero eso significaría una guerra civil.

Si bien reconocemos la amenaza de la derecha y nos movilizamos para oponernos a ella, nos negamos a participar en el alarmismo sobre el «peligro inminente» del fascismo, lo cual es un completo disparate. No hay peligro, en la actualidad en ningún país capitalista avanzado, de fascismo –ni siquiera de reacción bonapartista–. Eso podría cambiar, sin embargo, si la clase obrera fuese derrotada y traicionada repetidamente por sus dirigentes.

Hoy, con la profunda crisis del capitalismo, la situación es muy favorable para el crecimiento de las ideas revolucionarias. Por supuesto, el movimiento para derrocar el capitalismo no tendrá lugar en línea recta. Habrá altibajos inevitables. Los períodos de avance tempestuoso serán seguidos por períodos de desaliento, derrotas e incluso reacción. Pero cada intento de moverse en dirección hacia la reacción preparará un giro aún más grande hacia la izquierda. La burguesía no recurrirá a la reacción abierta hasta que se hayan agotado todas las demás posibilidades. Mucho antes de esto, los trabajadores habrán tenido muchas oportunidades de tomar el poder en un país tras otro. Sólo después de una serie de grandes derrotas de la clase trabajadora se plantearía el peligro de una solución militar.

Pero estamos muy lejos de eso. De hecho, las explosiones revolucionarias están en el orden del día. Son estos eventos para los que debemos prepararnos. En uno de los últimos artículos de Trotsky escritos en 1940, da el siguiente consejo:

«Ninguna tarea es más completamente indigna que la de especular si lograremos o no crear un poderoso partido revolucionario líder. Por delante se encuentra una perspectiva favorable, proporcionando toda la justificación para el activismo revolucionario. Es necesario aprovechar las oportunidades que se abren y construir el partido revolucionario“.

Eso sigue siendo la tarea clave hoy. Las perspectivas para la revolución nunca han sido más favorables de lo que son ahora. Debemos construir una poderosa tendencia marxista que pueda ofrecer una salida real a este impasse, basada en la teoría marxista y no en frases estridentes. Sólo cuando la clase obrera asuma el poder, la reacción capitalista y el fascismo podrán colocarse finalmente en el basurero de la historia.

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