El Paro Nacional que inició el 28 de abril marca un punto de inflexión en la lucha de clases en Colombia. La retirada de la reforma tributaria es una victoria monumental, aunque parcial. Históricamente, la clase dominante colombiana ha manejado un aparato de represión con impunidad y sin importarle la percepción de la comunidad internacional. En esta ocasión se ha visto obligada a retroceder ante la fuerza del movimiento de masas de trabajadores, campesinos, indígenas, con la juventud jugando un papel de avanzada. Ni la represión, ni la militarización, ni el miedo a la pandemia lograron detener la poderosa movilización de las masas, que aún abandonadas por las centrales sindicales, se mantuvieron en la calle. Cabe destacar el heroico levantamiento en Cali. Semejante victoria propiciará un despertar enorme en la movilización y organización de las masas después del paro.
Esto lo estamos viendo en parte con la continuación del paro más allá del retiro de la reforma tributaria. “El Paro No Para” y “Duque Fuera” se han convertido en las consignas principales del día. Es claro que las masas tienen energía para llevar las cosas a su conclusión lógica, pero materialmente no hay una dirección clara, ni siquiera de parte de la izquierda reformista. Las masas no pueden manifestarse eternamente. Se necesita un plan de acción, un programa y una organización que pueda coordinar este proceso.
La reforma tributaria surge de la necesidad del estado colombiano de sufragar el enorme déficit fiscal (que podría llegar este año al 10% del PIB), y que es el resultado de la crisis del capitalismo mundial, agravada y acelerada por el impacto de la pandemia. A esto se suma la posición de Colombia como país bajo dominación imperialista que se expresa en una asfixiante deuda externa de $156,834,000,000 (51,8% del PIB y que se proyecta llegue al 62.8%). Alguien debe pagar la crisis. Y la clase dominante colombiana no tiene interés en pagar, como lo demostró el hecho de que en la fallida reforma apenas se tomasen en cuenta las recomendaciones de la comisión de expertos pagada por el mismo Estado, y que era enfática en que primero se debía gravar efectivamente al percentil más alto de ingresos. El intento de hacer pagar la crisis a la clase trabajadora y las capas medias fue la chispa que hizo estallar la rabia acumulada, por el asesinato de luchadores sociales, la juventud condenada al desempleo, la criminal gestión de la pandemia, etc.
La clase dominante colombiana, en estos últimos años, no ha podido regir de la misma manera en que lo ha hecho en las últimas décadas. El caudal de votos en la elección de 2018 a favor de reformistas como Gustavo Petro, el paro nacional del 2019, los alzamientos en Septiembre de 2020 en contra de la brutalidad policial eran todas señales claras de una creciente acumulación de descontento que amenazaba con estallar y que impide que la clase dominante pueda mantener el control de la situación con la misma mano de hierro que los ha caracterizado. Esto ha llevado a divisiones en el campo de la oligarquía dominante, con diferentes posiciones. Hay los proponentes de la renta básica universal, hay los proponentes de una reforma tributaria que sí grave a los grandes capitalistas y aumente la capacidad de recaudo del Estado para pagar la deuda externa y varios campos en el medio. En general es claro que no hay una unidad en el gobierno a la hora de cómo proceder en esta crisis, y que las disputas de poder entre los partidos tradicionales, el uribismo y los clanes familiares regionales (Char, Gnecco, Gerlein, Aguilar) están disminuyendo su credibilidad y su capacidad de acción, aunque sin eliminarlo por completo .
Como resultado de la enorme presión del paro nacional masivo se han dado algunos indicios, aislados y pequeños pero muy significativos, de grietas en el aparato del estado. Soldados de las fuerzas armadas colombianas han alzado la consigna de ‘no disparar al pueblo’. Ha habido casos aislados de fraternización con los manifestantes. Es importante agitar hacia los soldados, que provienen de familias obreras y campesinas. Hay que proponer comités de soldados, destitución de oficiales ascendidos por el gobierno y la elección de oficiales por los mismos soldados.
Duque, como resultado de sus torpes decisiones y ante un movimiento popular que no está dispuesto a retroceder, quiere usar al mismo tiempo el palo y la zanahoria. Al mismo tiempo que manda el ejército a Cali, y se empiezan a armar grupos paramilitares en las zonas ricas, ha propuesto sentarse a dialogar con el liderazgo del movimiento y los sindicatos que convocaron al paro del 28 que inició el movimiento. Debemos ser claros: no se puede dialogar con represores como el gobierno colombiano, que ha desplegado a la policía para ahogar en sangre a las movilizaciones, y que apoya el debilitamiento del movimiento obrero. La tarea principal del movimiento es llegar a la unidad que le permita disputar abiertamente el poder político con el Estado. La consigna del momento es ¡“Fuera Duque”!
Hay que extender las asambleas barriales por todo el país. Sobre la base de estas hay que elegir comités democráticos, con delegados elegidos y revocables que coordinen la lucha en cada ciudad y departamento.Las masas han demostrado una capacidad enorme de lucha, continuando más de 7 días después de la retirada del infame robo tributario. Pero la energía de las masas no es infinita. Sin un plan para desafiar el poder, no se puede lograr nada. Es urgente que el Comité de Paro organice un Congreso Nacional de Consejos de Paro donde delegados de cada consejo puedan considerar un plan para enfrentar y vencer no solo al gobierno de Iván Duque, sino a la clase dominante que respalda a Duque y efectivamente supervisará su reemplazo en caso de que Duque termine perdiendo el poder. Ante la represión del estado y de los grupos paramilitares es imperativo que el movimiento se dote de comités de defensa, siguiendo el modelo de la guardia indígena y la primera línea.
La necesidad de un partido obrero con un programa socialista no podría ser más clara. El movimiento ha tomado por sorpresa a todos los elementos que intentan de manera consciente, de alguna manera u otra, representar a los intereses de la clase obrera colombiana. La tarea más importante en este momento es llevar los procesos del reino de la espontaneidad al reino de la organización. Un partido que atraiga a los mejores elementos de la clase obrera (aquellos que quieran trascender y eliminar el sistema capitalista y estén dispuestos a sacrificar tiempo y energía a esta causa) podría jugar un rol fundamental a la hora de llevar estos eventos a su conclusión más lógica:
Socialismo. Los reformistas, tanto extranjeros como nacionales, proponen que lo que Colombia necesita es pasar a un país más democratico y lograr un “capitalismo humano, consciente y democrático”. Hay que ser claros. La burguesía colombiana, atrasada y dominada por el imperialismo, no quiere ni puede invertir en los medios de producción en Colombia pues la deuda externa y el rol del imperialismo en Colombia impiden la posibilidad de invertir o reformar sin alterar el status quo. La presión de la clase dominante colombiana (en contra de semejante proyecto social) y que contaría con el apoyo de Estados Unidos (el ejército estadounidense que aún posee bases en Colombia) sería demasiado grande para un presidente reformista. Es necesario que la clase trabajadora colombiana tome el control de su propio destino, al frente de todos los oprimidos. Un gobierno de los trabajadores que tome las palancas más importantes de la economía, se rehúse a pagar la deuda externa y tome las tareas históricas que la burguesía colombiana no ha logrado: independencia política y financiera, reforma agraria, derechos democráticos plenos, justicia contra la impunidad, al igual que la compleción de las tareas históricas del proletariado: la creación de una economía planificada y una democracia obrera, para que la clase obrera pueda gobernar.
Todos estos logros serían importantes para una clase obrera que ha vivido décadas de represión, y condiciones de vida y trabajo absolutamente crueles. Pero si el honor de la primera revolución socialista en el siglo XXI cae en las manos de la clase obrera Colombiana, solo se podrá defender y luchar por esta revolución con un apoyo internacionalista que permita enfrentar y derribar el capitalismo a nivel global, evitando el aislamiento que facilita su bloqueo (como las experiencias del pasado reciente en América Latina demuestran). La tarea de la clase obrera con semejante victoria será entrar al teatro de operaciones de la lucha de clases internacional enarbolando la bandera roja y abogando por la causa de la liberación del proletariado, para preservar y defender la Revolución Socialista Colombiana en el camino a la construcción de la Federación Socialista de América Latina, como primer paso hacia la Federación Socialista Mundial.