¿Qué es el marxismo? (II)

[Originalmente publicado en: Organización Comunista Revolucionaria (España)8 de junio del 2012, por Alan WoodsRob Sewell]

 

[Sección dedicada a la filosofía marxista, al materialismo dialéctico, del folleto publicado en los años 70 por Alan Woods y Rob Sewell.]

 

Tabla de Contenidos

  1. ¿Qué es la filosofía?
  2. Idealismo y materialismo
  3. Los orígenes del materialismo
  4. ¿Qué es la dialéctica?
  5. La dialéctica y la metafísica
  6. Hegel
  7. Transformación de la cantidad en calidad y viceversa
  8. Unidad y lucha de contrarios
  9. Negación de la negación

 

 

¿Qué es la filosofía?

En cada etapa de la historia humana, los hombres y mujeres han desarrollado alguna forma de interpretar el mundo y reflexionado acerca del lugar que ocupan en él, desarrollando así una filosofía. Los elementos que se utilizan para elaborar esta interpretación se han obtenido mediante la observación de la naturaleza y a través de la generalización de las experiencias del día a día.

Hay personas que creen que no necesitan ninguna filosofía o concepción del mundo. Sin embargo, en la práctica todo el mundo tiene una filosofía, incluso si no está desarrollada de forma consciente. Las personas que se guían por el mero «sentido común» y piensan que se las arreglan bien sin teoría, en la práctica no hacen más que pensar a la manera tradicional. Marx decía que las ideas dominantes en la sociedad son las ideas de la clase dominante. Para mantener y justificar su dominación, la clase capitalista hace uso de todos los medios disponibles para distorsionar la conciencia del trabajador. La escuela, la Iglesia, la televisión y la prensa se utilizan para fomentar la ideología de la clase dominante y adoctrinar a los trabajadores para que acepten su sistema como la forma más natural y permanente de la sociedad. En ausencia de una filosofía socialista consciente, aceptan inconscientemente la filosofía capitalista.

En cada fase de la sociedad de clase, la clase revolucionaria ascendente, que tiene por objetivo cambiar la sociedad, ha de luchar por una nueva concepción del mundo y tiene que atacar a la filosofía antigua, que, basándose en el viejo orden, lo justificaba y lo defendía.

 

Idealismo y materialismo

A lo largo de la historia de la filosofía nos encontramos con dos campos opuestos, el idealista y el materialista. La idea común de «idealismo» (es decir, la honradez, la rectitud en la búsqueda de los ideales) y de «materialismo» (es decir, el egoísmo codicioso y avaricioso) no tiene nada que ver con el idealismo y el materialismo filosóficos.

Muchos grandes pensadores del pasado fueron idealistas, especialmente Platón y Hegel. Esta escuela de pensamiento considera a la naturaleza y la historia como un reflejo de las ideas o del espíritu. La teoría según la cual los hombres y mujeres y todo lo material fueron creados por un espíritu divino, es un concepto básico del idealismo. Esta perspectiva se expresa de diferentes maneras, sin embargo, su base es que las ideas gobiernan el desarrollo del mundo material. La historia se explica como una historia del pensamiento. Las acciones de las personas se ven como el resultado de pensamientos abstractos y no de sus necesidades materiales. Hegel dio un paso más allá, siendo un idealista coherente, y convirtió el pensamiento en una «Idea» independiente que existe fuera del cerebro y es independiente del mundo material, convirtiendo este último en un mero reflejo de esta Idea. La religión forma parte del idealismo filosófico.

Los pensadores materialistas, por otra parte, han sostenido que el mundo material es real y que la naturaleza o materia es lo primario. La mente o las ideas son un producto del cerebro. El cerebro, y por lo tanto las ideas, surgieron en una etapa determinada del desarrollo de la materia viva. Los principios fundamentales del materialismo son los siguientes:

  • El mundo material, conocido por nosotros a través de nuestros sentidos y explorado por la ciencia, es real. El desarrollo del mundo se debe a sus propias leyes naturales, sin ningún recurso a lo sobrenatural.
  • Sólo hay un mundo, el mundo material. El pensamiento es un producto de la materia (el cerebro) sin el cual no puede haber ideas con existencia propia. Por lo tanto la mente o las ideas no pueden existir en forma aislada, aparte de la materia. Las ideas generales son sólo reflejos del mundo material. «Para mí – escribió Marx – la idea no es otra cosa que el mundo material reflejado en la mente humana, y traducido en forma de pensamiento.» Por lo que «el ser social determina la conciencia».

Los idealistas conciben la conciencia, el pensamiento, como algo externo y opuesto a la materia, a la naturaleza. Esta oposición es algo totalmente falso y artificial. Hay una estrecha correlación entre las leyes del pensamiento y las leyes de la naturaleza, porque las primeras siguen y reflejan las segundas. El pensamiento no puede derivar sus categorías de sí mismo, sino sólo desde el mundo exterior. Incluso los pensamientos aparentemente más abstractos, en realidad, proceden de la observación del mundo material.

Incluso una ciencia aparentemente abstracta como las matemáticas, en última instancia, se deriva de la realidad material, y no es una invención del cerebro. En la escuela, el niño cuenta en secreto sus dedos materiales por debajo de un pupitre material antes de resolver un problema aritmético abstracto. Al hacerlo, está recreando los orígenes de las propias matemáticas. Nos basamos en el sistema decimal porque tenemos diez dedos. Los números romanos se basaban originalmente en la representación de los dedos.

En palabras de Lenin:

«la materia actuando sobre nuestros órganos sensitivos produce sensaciones. Las sensaciones dependen del cerebro, de los nervios, de la retina…, es decir, son el supremo producto de la materia».

La persona es parte de la naturaleza y desarrolla sus ideas en interacción con el resto del mundo. Los procesos mentales son en efecto reales, pero no constituyen algo absoluto, al margen de la naturaleza. Se les debe estudiar en las circunstancias ma­teriales y sociales en las que surgen. «Los fantasmas formados en el cerebro hu­mano – afirmaba Marx – son necesariamente sublimaciones de su proceso mate­rial de vida». Más tarde concluía:

«Moral, Religión, Metafísica, todo el resto de la ideología y sus correspondientes formas de conciencia, no sostienen su aparien­cia de independencia. No tienen historia, ni desarrollo; pero los hombres, desarro­llando su producción material y sus relaciones materiales, alteran paralelamente su existencia real, su forma de pensar y el producto de ésta. La vida no es determi­nada por la conciencia, sino la conciencia por la vida».

Los orígenes del materialismo

«La patria primitiva de todo el materialismo moderno – escribía Engels – desde el siglo XVII en adelante, es Inglaterra».

En esa época, la vieja aristocracia feudal y la monarquía empezaron a ser com­batidas por las clases medias recién aparecidas. El bastión del feudalismo era la Iglesia Católica de Roma, que proporcionaba una justificación divina para la monarquía y las instituciones feudales. Éstas, por tanto, tenían que ser liquidadas an­tes de que el feudalismo pudiera ser abatido. La burguesía en ascenso se enfrentó con las viejas ideas y los conceptos divinos sobre los que el viejo orden se basaba.

«Paralelamente con el ascenso de las clases medias, vino un gran renacimiento de la ciencia: la astronomía, la mecánica, la física, la anatomía, la fisiología, fueron cultivadas de nuevo. Y la burguesía para el desarrollo de su producción industrial, requería una ciencia que investigase las propiedades físicas de los objetos naturales y los modos de acción de las fuerzas de la naturaleza. Hasta entonces la ciencia no había sido otra cosa que la servidora de la Iglesia, no se le había permitido ir más allá de los límites que la fe determinaba y, precisamente por esto, no había habido de ninguna manera una ciencia. La ciencia se rebeló contra la Iglesia; la burguesía no podía hacer nada sin la ciencia y, por lo tanto, tenía que unírsele en la rebelión.” [1]

Fue en esa época cuando Francis Bacon(1561-1626) desarrolló sus revoluciona­rias ideas sobre el materialismo. Según él, los sentidos eran infalibles y, a la vez, la fuente de todo conocimiento. Toda ciencia se basaba en la experiencia y consistía en someter el dato concreto a un método racional de investigación: in­ducción, análisis, comparación, observación y experimentación.

Quedó, sin embargo, para Tomas Hobbes (1588-1679) el continuar y desa­rrollar el materialismo de Bacon como un sistema. Hobbes se dio cuenta de que las ideas y los conceptos eran sólo un reflejo del mundo material y que «es impo­sible separar el pensamiento de la materia sobre la que se piensa». Más tarde, el pensador inglés John Locke (1632-1704) aportó pruebas de este materialismo.

Esta escuela de filosofía materialista pasó de Inglaterra a Francia, para ser recogida y posteriormente desarrollada por René Descartes (1596-1650) y sus segui­dores. Estos materialistas franceses no se limitaron a criticar la religión, sino que extendieron su crítica a todas las instituciones e ideas. Se enfrentaron a estas cosas en nombre de la Razóny armaron a la naciente burguesía en su batalla contra la monarquía. El nacimiento de la Gran Revolución burguesa de Francia de 1789-93 hizo de la filosofía materialista su credo. A diferencia de la Revolución Inglesa de mediados del siglo XVII, la Revolución Francesa destruyó completa­mente el viejo orden feudal. Como Engels puso de relieve más tarde:

“Hoy sabemos que aquel Reino de la Razón no era nada más que el Reino de la Burguesía idealizado, que la justicia eterna encontró su realización en los tribunales de la burguesía, que la igualdad desembocó en la igualdad burguesa ante la ley, que como uno de los derechos del hombre más esenciales se proclamó la propiedad bur­guesa y que el Estado de la Razón, el contrato social roussoníano, tomó vida, y sólo pudo cobrarla, como república burguesa democrática. Los grandes pensadores del siglo XVIII, exactamente igual que todos sus predecesores, no pudieron rebasar los límites que les había puesto su propia época” (Engels,Anti-Dühring).

El defecto, a pesar de todo, de este materialismo desde Bacon en adelante, era su rígida y mecánica interpretación de la Naturaleza. No es accidental que la es­cuela materialista inglesa floreciese en el siglo XVIII, cuando los descubrimientos de Isaac Newton hicieron de la Mecánica la ciencia más avanzada e importante de su tiempo. En palabras de Engels:

«la limitación específica de este materialismo consistía en su incapacidad para concebir el mundo como un proceso, como una materia sujeta a desarrollo histórico ininterrumpido». [2]

La Revolución Francesa tuvo un efecto profundo en el mundo civilizado, al igual que luego lo tendría la Revolución Rusa de 1917. Efectivamente, revolucionó el pensamiento en todos los campos, político, filosófico, científico y artístico. El fer­mento de ideas que emergió de esta revolución democrático-burguesa, aseguró avan­ces en las ciencias naturales, la geología, la botánica, la química, así como en la economía política.

Fue en ese periodo cuando se hizo una crítica del punto de vista mecánico de estos materialistas. Un filósofo alemán, Immanuel Kant (1724 -1804), fue el prime­ro que rompió con la vieja mecánica, con su descubrimiento de que la Tierra y el Sistema Solar habían llegado a ser y que no habían existido eternamente. Lo mismo sucedía con la geografía, la geología, las plantas y los animales.

Estas revolucionarias ideas de Kant fueron desarrolladas aún más por otro bri­llante pensador alemán, Georg Hegel(1770-1831). Hegel era un filósofo idealista, que pensaba que el mundo podía ser explicado como una manifestación o reflejo de una «mente universal» o «Idea», esto es, algún tipo de Dios

Hegel observaba el mundo, no como un miembro activo de la sociedad y de la historia humana, sino como un filósofo, observando los hechos desde fuera. Se situó en una posición por encima del mundo, interpretando la historia del pen­samiento y del mundo como el mundo de las ideas, como un mundo ideal. Así, para Hegel, los problemas y las contradicciones no se plantean en términos reales, sino en términos de pensamiento, y por lo tanto sólo podían ser resueltos a través de la evolución del pensamiento mismo. En vez de que las contradicciones en la so­ciedad fuesen resueltas por la acción de los hombres, por la lucha de clases, la solu­ción para Hegel se encontraba en la cabeza del filósofo, en la Idea Absoluta.

Sin embargo, Hegel reconoció los errores y la cortedad del viejo punto de vista mecanicista. También reconoció la falta de adecuación de la lógica formal y sentó las bases para una concepción del mundo que podría explicar las contra­dicciones a través del cambio y el movimiento.

A pesar de que Hegel redescubrió y analizó las leyes del cambio y el movimien­to, su idealismo ponía todas las cosas cabeza abajo. Esta era la lucha y la crítica que le hacían los jóvenes hegelianos dirigidos por Ludwig Feuerbach (1804-1872) que intentó corregir esta postura y colocar la filosofía con los pies en el suelo. Pero incluso Feuerbach – «cuya mitad inferior era materialista y la mitad superior idealista» (Engels) – no fue capaz de limpiar totalmente el hegelianismo de su concepción idealista. Este trabajo quedó para Marx y Engels, quienes fue­ron capaces de quitarle al método dialéctico el carácter místico que hasta entonces tenía.

La dialéctica hegeliana se fusionó con el materialismo moderno para producir la concepción revolucionaria que es el materialismo dialéctico.

 

¿Qué es la dialéctica?

Hemos visto que el materialismo moderno parte de considerar que la materia es lo primario y que la mente o las ideas son productos del cerebro.

Pero, ¿Qué es el pensamiento dialéctico o la dialéctica?

«La dialéctica no es más que la ciencia de las leyes generales del movimiento y la evolución de la naturaleza, de la sociedad humana y del pensamiento.» (Engels, Anti-Dühring).

El método dialéctico tenía ya una larga existencia antes de que Marx y Engels lo desarrollasen científicamente como un medio de comprender el desarrollo de la sociedad humana.

Los griegos antiguos produjeron algunos grandes pensado­res dialécticos, entre los que están Platón, Zenón de Elea y Aristóteles. Ya en el año 500 antes de nuestra era, Heráclito adelantaba la idea de que «todas las cosas son y no son, porque todo fluye, está cambiando constantemente, constantemente naciendo y muriendo. Es imposible sumergirse dos veces en uno e idéntico río».

Esta frase contiene ya la concepción fundamental de la dialéctica, de que todo en la naturaleza está en un constante estado de cambio y que este cambio se pro­duce a través de una serie de contradicciones.

«La gran idea cardinal de que el mundo no puede concebirse como un conjunto de objetos terminados y acabados, sino como un conjunto de procesos, en el que las co­sas que parecen estables, al igual que sus reflejos mentales en nuestras cabezas, los conceptos, pasan por una serie ininterrumpida de cambios, por un proceso de géne­sis y caducidad; esta gran idea cardinal se halla ya tan arraigada desde Hegel en la conciencia habitual, que, expuesta así, en términos generales, apenas encuentra opo­sición. Pero una cosa es reconocerla de palabra y otra cosa es aplicarla a la realidad concreta, en todos los campos sometidos a la investigación».

 

«Para la filosofía dialéctica no existe nada definitivo, absoluto, consagrado; en todo pone de relieve lo que tiene de perecedero, y no deja en pie más que el proceso ininterrumpido del de­venir y perecer, un ascenso sin fin de lo inferior a lo superior, cuyo mero reflejo en el cerebro pensante es esta misma filosofía.» (Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana).

 

La dialéctica y la metafísica

Los filósofos griegos anticiparon brillantemente el posterior desarrollo de la dia­léctica, así como el de otras ciencias. Pero no podían llevar ellos mismos esta anticipación a su conclusión lógica, debido al bajo desarrollo de los medios de pro­ducción y a la falta de una adecuada información acerca de los fenómenos del Universo.

Sus ideas dieron una visión casi correcta del conjunto, pero a menudo no eran más que geniales inspiraciones y no teorías elaboradas científicamente. Para llevar más lejos el pensamiento humano, era necesario abandonar este camino e intentar llegar a una comprensión general del Universo y concentrarse en las pequeñas, más rutinarias, tareas de coleccionar, elaborar y nivelar un conjunto de hechos indivi­duales, de verificar las teorías particulares, mediante la experimentación, la definición…

Esta aproximación factual, experimental, empírica, permitió un enorme avance del pensamiento humano y la ciencia. Las investigaciones sobre los fenómenos de la naturaleza se podían llevar ahora científicamente, analizando cada problema particular y verificando cada conclusión. Pero en esta evolución, en este nuevo estadio de desarrollo, la vieja habilidad de tratar las cosas en su conexión, y no aisladamente, en su movimiento y no estáticamente, en su vida y no en su muerte, se perdió.

Al estrecho, empírico, modo de pensar que consecuentemente surgió se le llamó acercamiento “metafísico” y es el que todavía domina la moderna filosofía y la cien­cia capitalista. En política está reflejado en el famoso pragmatismo de Harold Wilson «si funciona, debe ser correcto» y en el constante llamamiento a los hechos, pero siempre aislados.

Pero los hechos no se seleccionan a sí mismos. Deben ser elegidos por los hom­bres. El orden y la secuencia en que se les ordena, así como las conclusiones que se obtienen de ellos, depende de las nociones preconcebidas del individuo. Así, estos llamamientos a los hechos, a los que se supone de acuerdo con una impar­cialidad científica, suelen ser sólo una cortina de humo para ocultar los prejuicios de los que los utilizan.

La dialéctica no se ocupa sólo de los hechos, sino de los hechos en su conexión, es decir, de procesos no sólo de ideas aisladas, sino de leyes; no sólo de lo particu­lar, sino de lo general.

El pensamiento dialéctico guarda la misma relación con la Metafísica que la que guarda un fotograma de una película con la película en su conjunto. El uno no contradice al otro, sino que lo complementa. Sin embargo, la más certera y completa aproximación a la realidad está en la película.

Para la vida cotidiana y para cálculos sencillos, el pensamiento metafísico o sen­tido común es suficiente. Pero tiene sus limitaciones y más allá de éstos convierte la verdad en mentira. La principal limitación de este tipo de pensamiento es su incapa­cidad para comprender el movimiento y el desarrollo, junto con su repudio de toda contra­dicción. Sea como fuere, el movimiento y el cambio implican contradicciones.

«Para el metafísico las cosas y sus imágenes en el pensamiento, los conceptos, son objetos aislados de estudio, que se consideran uno tras otro y sin el otro, firmes, fijos y rígidos, dados de una vez para siempre. Su pensamiento está formado de antítesis sin término medio; dice: sí, sí, no, no; y todo lo que pasa de eso, de mal espíritu procede. Para él, toda cosa existe o no existe: una cosa no puede ser al mismo tiempo ella misma y algo diferente. Lo positivo y lo negativo se excluyen lo uno a lo otro de un modo absoluto; la causa y el efecto se encuentran del mismo modo en rígida contraposición. Este modo de pensar nos resulta a prime­ra vista muy plausible porque es el del llamado sano sentido común. Pero el sano sentido común, por apreciable compañero que sea en el doméstico dominio de sus cuatro paredes, experimenta asombrosas aventuras en cuanto que se arriesga por el ancho mundo de la investigación” (Engels, Anti-Dühring).

Para las cuestiones diarias, por ejemplo, es posible decir con un cierto grado de certeza si un individuo, planta o animal está vivo o muerto. Pero es mucho más complicado decir exactamente dónde está el límite a partir del cual se puede ha­blar de vida independiente del feto en el vientre materno, y de igual manera es imposible fijar el momento de la muerte porque la fisiología ha demostrado que la muerte no es un suceso instantáneo, sino un proceso bastante largo.

Como Heráclito advertía:

«La misma cosa en nosotros vive y muere, duerme y está despierta, es joven y vieja; cada una cambia su lugar y deviene la otra. No­sotros entramos y no entramos en el mismo río: estamos y no estamos».

Trotsky, en su ABC de la dialéctica materialista, caracterizaba a la dialéctica como una ciencia de las formas de nuestro pensamiento en la medida en que no se reduce a los problemas diarios, sino que intenta llegar a una comprensión de los procesos más complicados y complejos.

Comparaba la dialéctica y la lógica formal (la metafísica) con las matemáticas superiores y las básicas. Aristóteles fue el primero que desarrolló las leyes de la lógica formal, y su sistema lógico ha sido aceptado siempre desde entonces por los metafísicos como el único método posible de pensamiento científico:

«La lógica aristotélica del silogismo simple parte de la premisa de que Aes igual a A. Este postulado se acepta como un axioma para una cantidad de acciones huma­nas prácticas y de generalizaciones elementales. Pero en realidad A no es igual a A. Esto es fácil de demostrar si observamos estas dos letras bajo una lente: son comple­tamente diferentes. Pero, se podrá objetar, no se trata del tamaño o de la forma de las letras, dado que ellas son solamente símbolos de cantidades iguales, por ejemplo de un kilo de azúcar. La objeción no es válida; en realidad, un kilo de azúcar nunca es igual a un kilo de azúcar: una balanza delicada descubriría siempre la diferencia. Nuevamente se podría objetar: sin embargo un kilo de azúcar es igual a sí mismo. Tampoco esto es verdad: todos los cuerpos cambian constantemente de peso, color, etc. Nunca son iguales a sí mismos. Un sofista contestará que un kilo de azúcar es igual a sí mismo ‘en un momento dado’. Fuera del valor práctico extremadamente dudoso de este axioma, tampoco soporta una crítica teórica ¿Cómo concebimos real­mente la palabra ‘momento’? Si se trata de un intervalo infinitesimal de tiempo, en­tonces un kilo de azúcar está sometido durante el transcurso de ese ‘momento’ a cam­bios inevitables ¿O este ‘momento’ es una abstracción puramente matemática, es decir, cero tiempo? Pero todo existe en el tiempo y la existencia misma es un proceso ininterrumpido de transformación; el tiempo es en consecuencia un elemento fun­damental de la existencia. De este modo el axioma Aes igual a A, significa que una cosa es igual a sí misma si no cambia, es decir, si no existe.»

 

«A primera vista, podría parecer que estas sutilezas son inútiles: en realidad tienen decisiva importancia. El axioma A es igual a A es, a un mismo tiempo, punto de partida de todos nuestros conocimientos y punto de partida de todos los errores de nuestros conocimientos. Sólo dentro de ciertos límites se lo puede utilizar con uni­formidad. Si los cambios cualitativos que se producen en A carecen de importancia para la cuestión que tenemos entre manos, entonces podremos presumir que A es igual a A. Este es, por ejemplo, el modo con que el vendedor y el comprador consideran un kilo de azúcar. De la misma manera consideramos la temperatura del sol. Hasta hace poco considerábamos de la misma manera el valor adquisitivo del dólar. Pero cuando los cambios cuantitativos sobrepasan ciertos límites se convierten en cam­bios cualitativos. Un kilo de azúcar sometido a la acción del agua o del queroseno deja de ser un kilo de azúcar. Un dólar en manos de un presidente deja de ser un dólar. Determinar en el momento preciso, el punto crítico, en que la cantidad se trans­forma en calidad, es una de las tareas más difíciles e importantes en todas las esferas del conocimiento, incluso de la sociología»(Trotsky, En defensa del marxismo).

 

Hegel

El viejo método dialéctico de razonar, que había caído en desuso desde los tiem­pos medievales, fue revivido a principios del siglo XIX por el gran filósofo alemán G. Hegel (1770-1831). Hegel, una de las mentes más enciclopédicas de su tiempo, sometió las afirmaciones de la lógica formal a una detallada crítica, y demostró sus limitaciones y su manera estrecha y unilateral de ver las cosas. Hegel realizó el primer análisis completo de las leyes de la dialéctica.

«En nuestro tiempo, la idea del desarrollo, de la evolución, ha penetrado actualmente casi en su integri­dad en la conciencia social, pero no a través de la filosofía de Hegel, sino por otros caminos. Sin embargo, esta idea, tal como la formularon Marx y Engels, apoyándose en Hegel, es mucho más completa, más rica de contenido que la teoría de la evolución al uso. Es un desarrollo que parece repetir las etapas ya recorridas, pero de otro modo, sobre una base más alta (la ‘negación de la negación’); un desarrollo, por decirlo así, en espiral y no en línea recta; un desarrollo que se opera en forma de saltos, a través de cataclismos y revoluciones, que significan «interrupciones de la gradualidad»; un desarrollo que es transformación de la cantidad en calidad, impulsos internos de desarrollo originados por la contradicción, por el choque de las diversas fuerzas y tendencias, que actúan sobre determinado cuerpo, o dentro de los límites de un fenómeno dado o en el seno de una sociedad dada; interdependencia íntima e indisoluble concatenación de todos los aspectos de cada fenómeno (con la particularidad de que la historia pone constantemente al descubierto nuevos aspectos), concatenación que ofrece un proceso de movimiento único, universal y sujeto a leyes; tales son algunos rasgos de la dialéctica, teoría mucho más empapada de contenido que la (habitual) doctrina de la evolución.» (Lenin, Karl Marx).

«Esta nueva filosofía alemana tuvo su culminación en el sistema hegeliano, en el que por vez primera -y este es su gran mérito- se exponía conceptualmente todo el mundo natural, histórico y espiritual como un proceso, es decir, como algo en cons­tante movimiento, modificación, transformación y evolución, al mismo tiempo que se hacía el intento de descubrir en ese movimiento y esa evolución la conexión inter­na del todo.»

«Desde este punto de vista, la historia de la humanidad dejó de parecer una intrincada confusión de violencias sin sentido, todas igualmente recusables por el tribunal de la razón filosófica ya madura, y cuyo más digno destino es ser olvida­das lo antes posible, para presentarse como el proceso evolutivo de la humanidad misma, convirtiéndose en la tarea del pensamiento el seguir la marcha gradual, pro­gresiva, de ese proceso por todos sus retorcidos caminos, y mostrar su interna legali­dad a través de todas las aparentes casualidades» (Engels, Anti-Dühring).

Hegel planteó el problema brillantemente, pero le fue imposible resolverlo por sus prejuicios idealistas. A pesar de su visión mística, la filosofía de Hegel ya a­plicaba las más importantes leyes de la dialéctica.

 

Transformación de la cantidad en calidad y viceversa

«A pesar de toda posible lentitud, sea cual fuere la continuidad progresiva, la transi­ción de una forma de movimiento a otra es siempre un salto, un cambio decisivo» (Engels, Anti-Dühring).

La idea de cambio y de evolución se acepta hoy generalmente, pero las formas por las que los cambios se producen en la naturaleza y en la sociedad sólo han sido explicadas por la dialéctica marxista. La visión, bastante común, de la evolu­ción como un desarrollo pacífico e ininterrumpido es a la vez parcial y falsa. En política, es la teoría gradualista del cambio social, la base teórica del reformismo.

Hegel desarrolló la idea de una línea nodal en la que en un punto definido, los aumentos o disminuciones puramente cuantitativos, dan lugar a un salto cualita­tivo:

“por ejemplo en el caso del agua calentándose, donde el punto de ebullición y de congelación son los puntos donde bajo una presión normal el salto a un nue­vo estado tiene lugar y donde, por tanto, la cantidad se transforma en calidad” (Engels, Anti-Dühring).

Así, en el ejemplo citado, las transformaciones del agua (líquido) en vapor (gas) o hielo (sólido) no ocurren con una evaporación o congelación gradual, sino de re­pente, a una determinada temperatura (0º, 100º). El efecto acumulativo de los numerosos cambios de la velocidad de las moléculas produce eventualmente un cambio de estado (cantidad en calidad).

Se pueden poner miles de ejemplos, de todas las ramas de la ciencia, de la so­ciología e incluso de la vida cotidiana (por ejemplo, el punto en el que, al añadir más sal, cambia la sopa de algo exquisito en algo incomestible).

La línea nodal hegeliana de medir el cambio y la ley de la transformación de la cantidad en calidad y viceversa, son de esencial importancia no sólo para la ciencia (donde como ocurre con otras leyes dialécticas, son usadas inconscientemente por científicos que no son conscientemente dialécticos), sino sobre todo para el análisis de la his­toria, de la sociedad y del movimiento de la clase obrera.

 

Unidad y lucha de contrarios

El sentido común metafísico pretende por un lado eliminar la contradicción en el pensamiento y la revolución en la evolución y, por otro, probar que todas las ideas y fuerzas opuestas son mutuamente excluyentes.

Sin embargo:

“Allí hallamos, considerando las cosas de más cerca, que los dos polos de la contradicción – lo positivo y lo negativo – son tan inseparables como opuestos y se penetran recíprocamente a pesar de la contradicción que entre ellos existe; así hallamos que causa y efecto son ideas que no valen como tales sino aplicadas al caso particular; mas desde el momento en que consideramos ese caso particular en sus relaciones con el todo universal, causa y efecto se identifican, se resuelven en la consideración de la acción y la reacción universales, en que causa y efecto cambian constantemente de lugar, de tal suerte que lo que aquí, y en este momento, es efecto, deviene por otra parte causa, y recíprocamente” (Engels,Anti-Dühring).

«La dialéctica es la ciencia de las concatenaciones, en contraste con la metafísica que trata los fenómenos separados. La dialéctica pretende descubrir las incontables transiciones, causas y efectos que actúan juntos en el universo. La primera tarea de un análisis dialéctico es, por tanto, resaltar la necesaria conexión objetiva de todos los aspectos, fuerzas, tendencias… de la esfera dada de un fenómeno» (Lenin, Apuntes Filosóficos).

La dialéctica se acerca a un fenómeno dado desde el punto de vista de su desa­rrollo, su propio movimiento y vida: cómo surge y cómo muere; considerando tam­bién las contradictorias tendencias y aspectos internos de este fenómeno.

El movimiento es el modo de existencia de todo el universo material. La energía y la materia son inseparables. Aún más, el movimiento no nace de la nada, sino como manifestación de tensiones internas que son inseparables no sólo de la vida, sino también de todas las formas de la materia. El desarrollo y el cambio tienen lugar a través de contradicciones internas. Así, el análisis dialéctico empieza des­cubriendo mediante una investigación empírica las contradicciones que dan lugar al desarrollo y al cambio.

Desde un punto de vista dialéctico todos los “polos opuestos” son parciales e in­cluso inadecuados, incluyendo la contradicción entre verdad y error. El marxismo no acepta la existencia de ninguna verdad eterna. Todas las verdades y errores son relativos. Lo que es verdad en un momento y en unas circunstancias, se vuelve fal­so en otro: verdad y error pasan de ser uno a ser el otro.

En este sentido, el progreso del conocimiento y la ciencia no se produce con la mera negación de teorías incorrectas. Todas las teorías son relativas, abarcando un lado de la realidad. Al principio se les atribuye una validez y posibilidad de aplicación universal. Son “ciertas”. Pero, al cabo de cierto tiempo, se encuentran defi­ciencias en la teoría: no es aplicable a todas las circunstancias, se encuentran ex­cepciones a la regla general. Estas excepciones tienen que ser explicadas y, llegados a cierto punto, se desarrollan nuevas teorías que puedan abarcar también las excepciones. Pero las nuevas teorías no sólo niegan las viejas, sino que las in­corporan bajo una nueva forma.

 

Sólo podemos excluir las contradicciones si consideramos las cosas en reposo, quie­tas e individualmente yuxtapuestas, es decir, metafísicamente. Pero tan pron­to como consideramos las cosas en su movimiento y cambio, en su vida, su inter­dependencia mutua y su interacción, nos encontramos con una serie de contradicciones.

El movimiento mismo es una contradicción. El cambio físico de un objeto de lugar sólo tiene sentido si admitimos que ese cuerpo está en un lugar y al mismo tiempo en otro lugar.

Con la vida pasa lo mismo. Es una contradicción entre «ser en cada momento uno mismo y otro diferente» (Engels,Anti-Dühring).

El ser vivo absorbe constantemente sustancias que le rodean, las asimila y, a la vez, otras partes del cuerpo se desintegran y son expulsadas del mismo. En el mundo de la naturaleza orgánica ocurren también estas constantes transformacio­nes. Por ejemplo: una piedra se va desintegrando bajo la presión de los elementos; como consecuencia de esto, podemos decir que todas las cosas son constantemen­te ellas mismas y otras distintas en el mismo momento.

Por lo tanto, el deseo de eliminar las contradicciones es el deseo de eliminar la realidad.

 

Negación de la negación

«¿Qué es pues la negación de la negación? Es una ley muy general, y por ello mismo de efectos muy amplios e importantes, del desarrollo de la naturaleza, la historia y el pensamiento; una ley que, como hemos visto, se manifiesta en el mundo animal y vegetal, en la geología, en las matemáticas, en la historia, en la filosofía…» (Engels, Anti-Dühring).

Esta ley, cuyo funcionamiento en la naturaleza fue observada mucho antes de ser puesta sobre el papel, fue elaborada por primera vez y muy claramente por He­gel quien dio un gran número de ejemplos concretos, que se reiteran en el Anti-Dühring.

La ley de la negación de la negación se ocupa de la naturaleza del desarrollo a través de una serie de contradicciones que, aparentemente, anulan, niegan una forma de existencia, un hecho o una teoría anterior, para, posteriormente a su vez, ser también negadas. El movimiento, el cambio, el desarrollo, se mueven de esta manera, a través de una serie ininterrumpida de negaciones.

Sin embargo, la negación en un sentido dialéctico no significa simplemente la anulación, porque el estadio anterior es a la vez superado y preservado. La nega­ción, en este sentido, es a la vez un acto positivo y negativo.

Hegel da un ejemplo muy simple en su libro Fenomenología del Espíritu:

«El capullo desaparece cuando los pétalos florecen y podríamos decir que la forma original es negada por la posterior; en el mismo sentido, cuando surge la fruta, la flor (pétalos, estambres…) puede ser explicada como una falsa for­ma de la existencia de la planta para que la fruta aparezca como su propia natura­leza en lugar de la flor. Estas etapas no son meramente autodiferenciadas, sino que se complementan las unas a las otras, siendo incompatibles las unas con las otras. Pero la actividad incesante inherente a su propia naturaleza hace que haya momentos de unidad orgánica en los que no simplemente se contradicen unas a otras, sino que son tan necesarias como las otras; y esta necesaria igualdad de to­dos los momentos, constituye por sí sola y, por tanto, la vida del proceso global».

En este proceso de autoanulación sin fin, la desaparición de ciertas formas y la aparición de otras, un modelo que surge frecuentemente parece ser una sim­ple repetición de formas, sucesos y teorías ya dejados atrás. Así, en una frase he­cha, los reaccionarios historiado­res burgueses, cuando dicen «la historia se repite a sí misma» intentan probar que la historia misma no es nada más qué una repe­tición del pasado sin ningún sentido; es decir, que la historia es un círculo sin fin.

La dialéctica, por el contrario, separa dentro de lo que parecen ser repeticiones, lo que constituye en realidad un desarrollo de lo inferior a lo superior, una evolución en la cual una for­ma se puede repetir a sí misma, pero a un nivel superior, enriquecida por los desa­rrollos anteriores.

Esto se puede ver aún más claro en el proceso de desarrollo de las ideas huma­nas. Hegel ya enseñaba cómo la filosofía se desarrollaba a través de contradiccio­nes: una escuela del pensamiento negando la otra, pero absorbiendo simultánea­mente las viejas teorías dentro de su propio sistema de pensamiento.

Lo mismo pasa con el desarrollo de la ciencia. Los alquimistas de la Edad Me­dia intentaban encontrar la piedra filosofal que podría cambiar, decían, los meta­les normales en oro. Debido al bajo nivel de las fuerzas productivas, y a la falta de una verdadera técnica, estos tempranos intentos de transmutación de los ele­mentos eran en realidad una fantasía utópica. Pero, en el proceso de estos vanos intentos, los alquimistas descubrieron un gran número de hechos válidos acerca de los aparatos químicos y experimentales que más tarde sirvieron como base para la química moderna.

Con el ascenso del capitalismo, la industria y la técnica, la química llegó a convertirse en una ciencia que rechazó estos intentos locos de transmutación de los elementos, que de esta manera fueron negados y rechazados. Sin embargo, todo aquello de válido y científico que tenían los descubrimientos de la vieja alquimia se guardaron en la nueva química, que mantenía que los elementos eran inmutables y no podían ser trans­formados unos en otros.

El siglo XX ha contemplado la revolución de la ciencia y de la técnica con el descubrimiento de la física nuclear, por medio de la cual, hoy en día, un elemento puede ser transformado en otro. De hecho, teóricamente, sería posible transfor­mar el plomo en oro en la actualidad, pero el proceso sería tan caro que no se po­dría justificar económicamente. Así, este particular proceso parece haber dado una vuelta completa:

  1.  Transmutación de elementos.
  2.  No transmutación de elementos.
  3.  Transmutación de elementos.

Pero la repetición es sólo aparente. En realidad, la ciencia moderna, que en un sentido ha vuelto a la idea de los antiguos alquimistas, incorpora a su vez todos los enormes descubrimientos de los siglos XVIII y XIX en todo lo referente a la ciencia. Así, una generación se apoya en los hombros de otra. Ideas que apa­rentemente habían sido desacreditadas o negadas hacen su reaparición, pero a un ni­vel superior, enriquecidas por las nuevas experiencias y descubrimientos.

La dialéctica se basa en el determinismo. Lo que aparece como accidentes ocurre sólo como resultado de una necesidad más profunda.

Según los historiadores superficiales, la Primera Guerra Mundial fue causada por el asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando de Austria, heredero de la Corona del Imperio austrohúngaro. Para un mar­xista este suceso fue un accidente histórico, en el sentido de que este suceso casual sirvió de pretexto o catalizador para el conflicto mundial, que ya se había hecho inevitable por las contradicciones económicas, políticas y militares del imperialis­mo. Si el asesino hubiese errado, o si el archiduque nunca hubiera nacido, la guerra hubiese tenido lugar también en base a cualquier otro pretexto diplomático. La necesidad se hubiera expresado a través de un accidente diferente.

Todo lo que existe, lo hace por necesidad. Pero, de la misma forma, todo lo que existe está condenado a perecer, a ser transformado en otra cosa. Así, lo que es necesario en un momento y lugar se hace innecesario en otro. Todas las cosas con­tienen su opuesto, que está destinado a sustituirle y negarle. Esto es válido tanto para los seres vivos individuales, como para las sociedades.

Todo tipo de sociedad humana existe porque es necesaria en el momento dado en que se impone:

«Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relacio­nes de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se propo­ne siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues, bien miradas las co­sas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan, o por lo menos se están gestando las condiciones materiales para su realización.» (Marx, Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política).

La esclavitud, en su momento, representó un enorme paso adelante con respec­to a la barbarie. Era un estadio necesario en el desarrollo de las fuerzas productivas, de la cultura y de la sociedad humana. Como Hegel planteaba:

«No es tanto desde la esclavitud, como a través de la misma, como el hombre se hizo libre».

De la misma forma, el capitalismo era, en un principio, un estadio necesario y progresivo en la sociedad humana. Pero, al igual que la esclavitud, el comunismo primitivo y el feudalismo, el capitalismo hace tiempo que ha dejado de represen­tar un sistema social progresista y necesario. Se hunde en las profundas con­tradicciones que le son inherentes y está condenado a ser vencido por las crecientes fuerzas del socialismo, representadas por el proletariado moderno. La propiedad pri­vada de los medios de producción y el Estado nacional, los elementos básicos de la sociedad capitalista que en su momento significaron un gran paso adelante, en la actualidad sólo sirven para impedir el desarrollo de las fuerzas productivas y amenazan todos los avances logrados durante siglos por el desarrollo de la sociedad humana.

El capitalismo, hoy, es un sistema totalmente degenerado y decrépito que debe ser superado y reemplazado por su opuesto, el socialismo, si la cultura humana quiere sobrevivir.

El marxismo es determinista, pero no fatalista, porque la superación de las con­tradicciones en la sociedad sólo puede ser alcanzada por los hombres y mujeres que luchen conscientemente por la transformación de la sociedad. Esta lucha de clases no está predeterminada. Que tenga éxito, depende de muchos factores y una clase progresista y en ascenso, como es el proletariado, tiene muchas ventajas sobre las viejas y decrépitas fuerzas de la reacción.

Pero, en última instancia, el resultado depende de cuál de los dos bandos tiene la más firme determinación, la mejor organización y la más especializada y resuelta dirección.

La filosofía marxista es, por tanto, una guía para la acción:

«Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de diversas maneras, pero de lo que se trata es de transformarlo» (Marx, La ideología alemana).

La victoria del socialismo marcará un estadio nuevo y cualitativamente diferen­te de la historia humana. Para ser más exactos, marcará el fin de la prehistoria de la raza humana y el inicio de la verdadera historia.

Sin embargo, el socialismo representa una vuelta a la más antigua forma de sociedad humana -el comunismo tribal- pero a un nivel muy superior, basado en los enormes avances de miles de años de la sociedad divi­dida en clases. La economía de la superabundancia hará posible la planificación socialista de la industria, de la ciencia y de la técnica desarrollada por el capita­lismo a escala mundial. Esto, asimismo, hará de una vez y para siempre que la distinción entre el trabajo manual y el intelectual, entre la ciudad y el campo, ca­rezcan de sentido y que la lucha de clases bárbara y sin sentido acabe, permitiendo al fin a la raza humana dedicar sus fuerzas a la conquista de la naturaleza; es de­cir, y usando la famosa frase de Engels:

“La humanidad saltará del reino de la necesidad al reino de la libertad.”

 

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[1] Engels, prólogo a la edición inglesa de 1892 de Del socialismo utópico al socialismo científico.

[2] Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana.

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